ACERCA DEL ALMA Y EL CUERPO PSICOANALÍTICOS El filósofo y psicoanalista Castoriadis señaló que el psicoanálisis es una teoría del alma que pretende ser científica. Entonces es una teoría pretenciosa se podría decir (una teoría nada menos que del alma). Lo de pretender lo tomo en su doble sentido, por una parte en el de hacerlo presuntuosamente, por otra, en el de aspirar, intentar acceder, a lo desconocido (la búsqueda de la ciencia). Trataré de desarrollar el segundo sentido haciendo un ligero planeo por esa teoría para poder llegar con cierto fundamento más o menos sólido a las conclusiones que aquí nos interesan. Aristóteles, otro griego más conocido aún, lejano en el tiempo pero no en su corazón ni en su pensamiento, escribió Sobre el alma, que probablemente sea el primer texto sobre Psicología de la historia. Es decir, una teoría del alma humana no puede pertenecer a las ciencias duras, a las de la Naturaleza, como pretendía Freud respecto de su creación, el psicoanálisis; pero sí a las Ciencias Humanas, como la Sociología, la misma Filosofía y demás. Eso sí, el psicoanálisis es una teoría muy compleja aunque se origina en la empiria, es una nueva psicología que Freud va armando a lo largo de su vida con su penetrante estudio, observación y desciframiento de los síntomas y de la conducta de sus pacientes. Es, como diría Nietszche, una interpretación de las cosas, no las cosas. Es una observación compleja, que correlaciona cosas, que a su vez se complejiza permanentemente y que de la misma manera busca 1 coherencia, que va abriendo así una nueva dimensión para comprender al ser humano. Después de Freud vinieron muchos psicoanalistas que aportaron nuevas ideas, algunas mejores que otras, centraré mi exposición en lo básico de la teoría freudiana, entre otras causas porque me sigue pareciendo la más compleja, abarcativa y coherente, como ya dije tantas veces y repito. También la que sirve más, la más eficaz. En estos temas sobre la profundidad humana no creo demasiado en el progreso, para ellos no es necesaria la tecnología, las teorías sobre el psiquismo humano no tienen fecha de vencimiento, como los medicamentos o los alimentos. Sin embargo curan y alimentan. A lo sumo se los puede superar con teorías mejores. Demostrar esto último no lo veo tan posible, pero lo que definitivamente no se puede para mí es dar a las teorías por superadas por el simple paso del tiempo, o porque se les puedan agregar algún que otro argumento más o menos inteligente, que no las rebaten, por supuesto; a veces muestran algunas nuevas aristas, pero otras generan nuevas contradicciones, algunas insalvables. Ni siquiera se puede considerar superados a Platón o a Aristóteles, fundadores del pensamiento de Occidente y pese a que Occidente haya cambiado mucho desde entonces. Desde luego, menos aún a Freud. Prefiero la palabra alma antes que la palabra mente (esta última nos ciñe más al cerebro y no al ser humano en su totalidad y nos hace correr el peligro de caer en la ensoñación popperiana, que pretendía conocer la existencia del yo el día en que se hicieran trasplantes de cerebro) y sí acepto al cuerpo como “morada” del alma (parafraseando a Heiddegger en su aserción respecto del lenguaje). Las prolongaciones: sus obras, su descendencia, los 2 recuerdos que ese cuerpo con su alma dejó en sus actos y demás, el amor y la admiración que despertó en sus iguales, serían la “cuota de inmortalidad” de esa alma, que por otro lado finaliza su ciclo junto con su cuerpo, al que pertenece, siendo lo más importante de él. Por lo tanto equiparo, como Aristóteles, Castoriadis y Freud, al alma con la psique humana. Para ello deberé definir a ésta o por lo menos hacer una aproximación de lo que pienso de ella, de la manera más sencilla y clara posible y de su relación con el cuerpo, en especial en lo que se llaman las enfermedades. Haciendo la salvedad de que no se puede especificar sintéticamente una ciencia que lleva tanto tiempo comprender, pero sabiendo también que algo se puede decir. Que se puede abrir una puerta. Es eso lo que me propongo. Dejando de lado por ahora la herencia biológica, tan cara a Freud y para el que ésta era la historia o prehistoria previa de sus ascendientes y hasta de la especie humana toda, en parte también trasmitida por los mitos familiares y universales, prehistoria que a su vez había que repetir con experiencias propias. Pensaré al cuerpo del bebé recién nacido como a eso, como sólo a un cuerpo. Ese cuerpo al nacer grita, llora, está traumáticamente pletórico de energía que necesita descarga, este llanto cumple una acción que le permite respirar, que le produce alteraciones interiores (inervaciones vasculares, expresión de emociones y demás). A continuación, lógicamente, se produce un acercamiento de un objeto psicológico (lo contrapuesto a sujeto, el otro, en términos generales, la madre) que realiza, junto a él, una acción específica (adecuada al fin), la que debe generar el cesamiento de la tensión 3 que se expresaba en aquel griterío inespecífico. Esta acción, que no es una sola sino nada más que a los fines didácticos, son muchas, diría que comprenden un período, un proceso. Esa acción, decía, va calmando tensiones (afectos) y va dejando huellas, conceptos, memoria. Paro un momento y subrayo. Para Freud el alma, la psique, es casi sinónimo de memoria. Sigo: Memoria, que al volver a surgir la tensión corporal devendrá en deseo de repetir nuevamente aquella misma situación placentera, aquella vivencia de satisfacción, transformando lo cuantitativo energético ahora en una pulsión con cualidad representacional que apunta a un objeto. Esto es una representación de deseo. Para Freud la representación es el recuerdo de la vivencia y es posterior a ella y deviene en deseo de repetirla, en deseo psicológico. Señores, con el nacimiento de la representación se sientan las bases para el nacimiento del alma. El deseo (la representación psíquica de él) lo será de un objeto, con el que se busca hacer una acción, para poder sentir una sensación (afecto-placer). Esto es el principio. De aquí en más se pasa a una permanente complejización y despliegue, las vivencias se suceden, se relacionan entre sí, tienen diferencias y tienen similitudes. Las huellas mnémicas de ellas o representaciones, son en términos generales de dos índoles fundamentales sobre las que se agruparán las demás (placer y dolor) y siempre irán relacionadas con objetos que las producen. Las experiencias más intensas o traumáticas dejan fijaciones que endurecen los deseos y las conductas y hacen perder 4 memoria, dañan así lo psíquico. La sexualidad se va desplegando en este camino y toma los matices de amor y odio correspondiente, cuyos caminos son cuasi laberínticos. El cuerpo todo es erógeno (capaz de producir placer, al objeto que lo consigue se dice que uno lo ama o que quiere ser amado por él, todo esto desde un primer momento muy apoyado en las necesidades corporales). El aparato digestivo es un tubo en el que participan músculos lisos en sus paredes, con glándulas, una de ellas es vital (el hígado), y que tiene dos orificios: la boca y el ano, con músculos estriados regulando su apertura y cierre. El primero, la boca, es la principal zona erógena del primer año de vida y el otro, el ano, del segundo año hasta mediar el tercero, se relaciona a su vez con el desarrollo muscular general del niño y su capacidad cada vez mayor de realizar acciones. El control del esfínter anal va a ser un escalón primordial en la socialización, pese a que el bebé al principio ama a sus heces, parte de su cuerpo, y las ofrece como regalo o, si puede, juega con ellas, no le asquean, aunque en determinado momento pasen a ser el ejemplo máximo de lo asqueroso. La boca y el ano son zonas importantes en la erogeneidad del cuerpo, marcan etapas y formas de relación con el objeto, dependerá en gran parte del cómo sean este tipo de experiencias en cada uno el que se produzcan fijaciones en su erogeneidad y a partir de ella en las formas de relaciones objetales ulteriores. Es posible decir que en la zona oral predomina un tipo de relación de dependencia con el objeto y de la zona anal parte un deseo de dominarlo (esto no es absoluto, puede haber una dependencia anal, pero en ésta interviene un dominio pasivo del objeto). 5 El descubrimiento del objeto como algo separado de uno es también un proceso complejo, dado que al principio se perciben dos órdenes, uno real: el propio cuerpo, siéndolo; y otro guiado por el placer: en el que se define a lo yoico como a lo placentero y a lo ajeno como lo displacentero. Estos órdenes estarán en pugna dialéctica y, si todo va más o menos bien, deberá instalarse un predominante yo realidad definitivo, en el que al objeto se lo considera separado de uno, un no yo, al que ahora se desea tenerlo pues ya se acepta que no se lo es. Ésta es la época de la angustia de pérdida de objeto, del intento de simbolizarlo para amenguarla con algo que le pertenezca o que se le parezca, y el momento de algo casi esencial para la raza humana: el niño comienza a aprender el lenguaje de las palabras, gracias a lo que entre otras cosas puede comprender y ponerle nombre a sus deseos y a sus objetos, hacerlos conscientes, relacionarlos lógicamente y demás, pensarlos. Todo en forma progresiva, paulatina y a veces traumática, en este último caso se generan inconvenientes, fijaciones, represiones y demás. Las zonas corporales, la piel, los músculos, la vista, participarán todas de la relación con el objeto, tendrán distintos destinos (mirarser mirado, pegar-ser pegado, tocar-ser tocado y demás, con los que los panoramas se van ampliando), las vicisitudes en la relación objetal marcan el camino de los diferentes deseos y temores que irán tomando forma. Hay un momento en el que el niño (me circunscribo al varón, porque el camino femenino aquí comienza a tomar un derrotero diferente que postergo para otra ocasión, sólo diré que la niña está más tiempo apegada a su madre que el varón y que se acerca al 6 padre peleándose con ella y ya como una transferencia de la forma de relación con su madre), sufre una hecatombe, comienza a tomar conciencia de algo que en parte ya había tenido indicios, esto es cuál es el lugar que ocupa, con precisión, el padre en la familia: el del amor de su madre, amor que hasta entonces creía que era únicamente suyo. Este período es muy complejo, penoso y dura unos dos años, de los 4 a los 6, más o menos. Freud lo llamó así: complejo de Edipo, tomando a la tragedia de Sófocles (basada a su vez en un mito fundacional griego) como modelo para ello. La angustia prevalente en esta época de la vida es la de castración y el niño hace una primera clasificación de los seres humanos, la de los ya castrados y la de los no castrados pero con permanente peligro de serlo. En lo que Freud llama el Edipo positivo (hay uno negativo por lo tanto, que también dejo de lado), se teme al padre como agente de esa castración, el genital femenino en esta época es entendido como una falta de genital y no como uno diferente y complementario (como es en realidad). Se enfrenta con un drama sin solución posible, el rival en cuestión es demasiado poderoso para el niño, la angustia es muy intensa, además es un rival amado, amén de odiado. No hay salida posible. Se hunde el barco. Se recurre a la represión (esfuerzo de desalojo) que envía a las representaciones de toda la sexualidad, resignificadas desde el Edipo, al olvido y se comienza una nueva vida como sobreviviente de esa catástrofe que lo aliena definitivamente de los más profundo de sí. El amor pasional a la madre se queda en ternura, se desexualiza. Desde ahí todo comienza a desexualizarse, a sublimarse. Se entra en la Cultura habiendo olvidado lo previo y con una base de lo que se debe seguir olvidando (perdiendo a los fines 7 de la palabra una parte del alma, quizás la más propia, la más íntima, que pese a todo tendrá eficacia). Se reprime el incesto y a su vez se queda fijado a él. Lo peligroso que deviene de esa represión se tornará así, vergonzoso, asqueroso, culpógeno y angustiante, pero también constituirá la médula de lo atractivo, a partir de esa época. Los placeres de otrora con la madre pasan a convertirse en sus afectos contrarios, aparece la vergüenza (con su casi patognomónica vascularización facial), el asco (con sus náuseas, hasta vomitos y demás) y la culpa (quizá sede de múltiples enfermedades a la manera de castigos) ante lo sexual, lo que puede luego extenderse a otras áreas. Como metáfora freudiana se deja un monumento conmemorativo en el psiquismo, una estructura llamada superyó cuyo objetivo de funcionamiento es a la manera de una lápida de mármol que impide la salida de aquellos “muertos” de su tumba, en permanente acción dinámica, pues son muertos que están vivos y que luchan siempre por retornar; este superyó se sentará sobre las representaciones de esa época y ese período capital de la vida que no se recordará, salvo por algún que otro rastro o indicio, como recuerdo encubridor de otros recuerdos y sobre lo que también se actuará por medio de la culpa y su necesidad de expiación. Esas historias olvidadas, sus representaciones de los objetos y los hechos con ellos sucedidos, por lo tanto estos deseos más recónditos y las relaciones de asociación entre ellos, y sus afectos correspondientes, configurarán entonces lo que Freud llama el inconsciente individual, que quedará en el acervo de cada ser 8 cultural pese a no poder recordarlo (al haber perdido el acceso a la palabra) esto pugnará por volver de una manera u otra, por retornar y por repetirse, aunque sólo fuese a través de parecidos o cercanías. Lo que acabo de describir es el concepto prínceps descubierto por el psicoanálisis, el ser humano está determinado, amén de otras determinaciones, básicamente por su propia historia infantil que ha olvidado. Esto configura su inconsciente. Ésta es, para mi gusto, la principal crítica que se ha hecho a la Modernidad y a su razón iluminista que nos iba a conducir a la felicidad desde el siglo XVII en adelante, lo que hoy, después de Auschwitz, de Hiroshima y una fila casi interminable de horrores, incluso en Sudamérica, ya podemos decir que no era así, el hombre no es muy dueño de su razón, sus palabras demasiadas veces sólo sirven para justificar, o no, su accionar pulsional. Sus razones suelen, demasiado a menudo, no serlo. De este modo, el psicoanálisis expuso una forma de producir cambios en este resultado, esa manera de hacerlo está basada en los principios de búsqueda de la verdad de la ciencia, una verdad en apariencia inasible. Precisamente se busca levantar todo el aparato represivo que se instala en su alma, o por lo menos disminuirlo, volverlo menos necesario, hacerlo consciente; recuperar con ello su memoria, la cercana y la de su prehistoria, las representaciones de su época olvidada, traduciendo síntomas, sueños, actos fallidos y demás a sus palabras correspondientes. Se puede llegar a conseguir así un yo con cierta autonomía respecto de sí mismo, menos defensivo y más ético en el sentido cabal de lo ético, o sea que pueda decidir sobre lo conocido de las partes que lo componen y 9 pugnan en él, pensando la posibilidad de llevarlas a la acción o no. Junto con esto aparecerá más creatividad, mayor capacidad de disfrute, mejores relaciones sociales, mayor capacidad de pensamiento, decisión y demás. Es la mejoría a la que puede aspirar un tratamiento en alguien que no tenga su yo demasiado alterado por la defensa. Pero, esto se refiere a las alteraciones de la conducta, los síntomas, el sufrimiento y las fuentes de las que pueden partir (aquello que llamamos neurosis). La eterna lucha de lo reprimido por volver de alguna manera más o menos simbólica, de su prisión perpetua. En algunos casos los síntomas por más que su origen o su significado corresponda al alma, resultan alteraciones corporales que expresan fantasías reprimidas, no aceptadas por el yo consciente como propias por producirle angustia, y sus diversas formas, como la vergüenza, el asco y la culpa. Sabemos que el alma y el cuerpo son una misma cosa, pero que al mismo tiempo son cosas distintas. El alma corresponde a los recuerdos que tiene ese cuerpo, a los deseos que de ahí surgen, a las relaciones que establece en los recuerdos entre sí y entre los recuerdos y las percepciones actuales; pese a que gran parte de ellos los ha olvidado (por efecto de la represión original y las ulteriores “esfuerzos de dar caza” que siguen surgiendo permanentemente tratando de ganar terreno sobre el alma para que “no se pierda”), pero también a los sentimientos o afectos que en parte provienen de las representaciones del pasado y por otro lado las que se producen en la actualidad por la percepción, o de los parecidos buscados entre sí (transferencias). 10 Los sentimientos, los afectos, son alteraciones corporales (“alteraciones interiores” las llama Freud) que expresan sensaciones psíquicas. El niño expresa su alegría con todo su cuerpo, también su enojo, y todo el mundo de sensaciones intermedias. El adulto también, pero menos, puede tener equivalentes de angustia por ejemplo, que se expresen únicamente por la reacción corporal pero no por la psíquica (éste puede ser uno de los efectos de la represión) o ambas estar separadas en momentos diferentes, o pensadas como cosas sin relación entre sí. O más aún, el individuo puede inhibir sus emociones hasta conscientemente, sucede que lo que consigue con ello muchas veces se reduce a lo anterior o sea a inhibir a la sensación pero no a la expresión corporal (despeños diarreicos previos, durante, o posteriores a momentos más o menos difíciles de la vida, o vómitos, o dolores espasmódicos, flatulencia, por nombrar los más comunes relacionados con el tema del congreso). Si estos síntomas dejan de ser ocasionales, se pueden volver crónicos, pasar a ser una manera de ser, o de reaccionar, y convertirse, así, en facilitaciones que conduzcan a enfermedades corporales. Aquello a lo que podemos llamar psicosomático. Nombre que en sí mismo parte de una idea filosófica dual del cuerpo y el alma (cartesiana podríamos llamarla) como si fueran cosas diferentes y aisladas, y por lo que hasta pareciera sorprender que se puedan relacionar entre sí. En realidad el hombre es uno sólo, está enfermo de su alma cuando lo está de su cuerpo y también lo está de su cuerpo cuando lo está de su alma. Esto se complejiza más aún. Todos los seres vivos individualmente caminan hacia la muerte, el único que sabe eso es el hombre, nos 11 dice Heiddegger, porque posee el lenguaje (“la morada del ser”) que le permite reflexionar y hasta pensarse, pensar en su muerte; aunque pareciera que pese a eso mucho no se da cuenta, nos dice por su lado Freud. En el camino de la vida están el sufrimiento, las enfermedades y demás, todos atajos que junto a otros, podrían conducir al fin último, el volver a la nada, la muerte. Freud elabora su “segunda” teoría pulsional, e incluye en ella a la pulsión de muerte. Dice que las pulsiones son movimiento y responden por ello a las leyes del movimiento universal, subraya una de éstas: el principio de inercia. La tendencia a mantener el estado anterior, a repetir. Las pulsiones se diferencian entre sí por lo que quieren repetir, unas quieren volver a momentos gratos de la vida (las de vida), y otras al principio de todo (la nada, suponiendo a lo orgánico como una transformación que sufrió lo inorgánico), que como todo principio, es también un final. Todo lo vivo muere. Decía que hay representación de los hechos sucedidos (la creatividad e imaginación se realiza haciendo pequeños o mayores cambios a las experiencias que uno conoce o conoció de alguna u otra manera, en el fondo lo que llamamos creación son infinitas complejizaciones y variaciones de lo repetido). Uno no murió mientras vive, por tanto no puede tener representación de la muerte propia, sí de la de otros. Por lo tanto, la pulsión de muerte, que tiene muy claro hacia dónde apunta, sin embargo no tiene representación propia, tiene representaciones que conducen a ese camino. Usa las representaciones de la vida tratando de introducirles su propio matiz, su propia búsqueda. De cualquier manera, para poder sobrevivir, el sujeto se la debe sacar lo más que 12 pueda de sí mismo, debe expulsarla por vía muscular, a eso se lo llama entonces pulsión destructiva o agresiva. El esquema freudiano es bastante original respecto de esto: uno nace con la tendencia a morir, para vivir debe sacársela de encima agrediendo a otros y buscando experiencias de vida. Debe escapar de la muerte, pese a que tarde o temprano ésta lo alcanzará, o traicionará, pues de alguna manera está infiltrada en sus mismas filas, sin tener representación propia, más que lo siniestro, y sin que sepa nunca qué es. Se ha escrito mucho sobre el tema, sobre las representaciones que se hace o imagina el sujeto sobre la muerte. El mismo Platón, en el Fedón, describe el recorrido que hacen las almas hasta esperar reencarnarse en otros cuerpos. No menciono más que al pasar las religiones, pero sin duda que son las que más lo han hecho. Si la pulsión no tiene representación, usará a las representaciones de las pulsiones de vida tratando de conducirlas a buscar atajos hacia su destino final y a todo lo que pueda parecérsele, entre ellas lo sufriente, el mal, la agresión, la enfermedad, los accidentes y demás. Entonces estimados señores: tenemos un aparato psíquico, un alma, que nos permite generar y acceder a una cultura, acceso por el que pagamos un peaje caro. Por lo pronto lo hacemos con la entrega de una parte esencial de esa alma, la que va a constituir nuestro inconsciente, al que no consideramos como a algo propio, al que echamos de nosotros mismos, alienándonos por lo tanto. También pagamos con la endeblez, la indefensión anímica que esto nos deja, pese a nuestros inventos (prótesis, al decir de Freud), que 13 sirven para aumentar nuestro poder sobre la Naturaleza y sobre los otros. Naturaleza a la que pareciera que ahora hasta podríamos destruir olvidando que somos parte y que nuestra vida misma depende, de ella. Sufrimos neurosis, con ello diversas formas de sufrimiento, generamos una cultura despareja en la que algunos tienen demasiadas ventajas sobre otros (en esto también debe intervenir nuestro aparato psíquico así constituido que busca agruparnos alrededor de líderes que a veces se adueñan de las diversas formas de poder, o ser uno de ellos, o ser miembros de la masa o de los diversos tipos de masa que componen las sociedades -siempre que no podamos lograr una cierta autonomía que nos permita cierta libertad de jugar alternativamente en diversos lugares, incluso desde afuera, podríamos decir- en los que el proceso de identificación prima y en los que la alternativa de posibilidad de cierta autonomía pensante no es demasiado común), pero todos sufrimos, en esencia. Algunos con sufrimiento psíquico, del alma, y otros con sufrimiento corporal, enfermedades más o menos orgánicas. Un tema central para corregir en parte esto sin duda podría ser dirigir nuestra acción sobre la cultura y conseguir cambios en ella. Esto nos parece muy difícil conseguirlo desde nuestra función, en cambio la tarea en la que los psicoanalistas podamos ser muy eficaces, puede ser la de mencionar lo que pensamos, hacerlo público, subrayar sus peligros, discutir sus orígenes. Desde el punto de vista psicoanalítico estricto veo tres líneas, que en el fondo son una y la misma, para explorar las afecciones corporales en un paciente individual inserto en esta sociedad tal cual la creamos. 14 La primera sería la clásica, acerca alguna patología psicosomática a la de los síntomas corporales de la histeria que se pueden traducir a fantasías inconscientes y cuya representación es altamente individual, pese a que algunas veces puedan parecerse entre sí o ser más o menos comunes, no olvidemos los músculos estriados (habría que investigar más sobre los músculos lisos y su ajenidad a la “voluntad” psíquica, ampliando ésta a la voluntad inconsciente). Una segunda línea muestra al trastorno somático como expresión afectiva, afecto a veces producto de represiones, por lo tanto a veces con historias previas no conocidas, y a veces no, en este último caso fruto del mundo exigente y superyoico en el que vivimos, la dificultad de las relaciones humanas, la vida de relación, el monto de las magnitudes en juego, aquello que Hans Selye llamó stress y Freud llamó actual-neurosis, como la neurosis de angustia (cuyo listado de síntomas pareciera ser el de las afecciones psicosomáticas). Por último como he expuesto, el afecto es una expresión somática que puede tener o no una expresión psíquica. En ese caso el psicoanálisis actúa ya no por interpretación más o menos directa sino a través de la mejoría general del paciente, la mejor relación con sus afectos y su capacidad de placer, que obviamente disminuye su sufrimiento y con ello, sus expresiones corporales aisladas. Respecto de la pulsión de muerte, se puede saber que está, que su lugar preferido de residencia es el superyó y que, por lo tanto, se cobra por lo general con la culpa. Es posible decir que a veces condena a muerte al sujeto (suicidio, enfermedad terminal, 15 accidente), otras a cadena perpetua y otras a enfermedades más o menos curables o con una cierta libertad condicional. De todos modos mi exposición ha tratado de ser optimista, pese a todo, cada ser es un cuerpo con su alma, esa alma es un mundo, y lo fascinante puede resultar conocer parte de ese mundo individual, inserto en este mundo que compartimos todos, que muy pocas veces coincidimos en qué consiste. Ese conocimiento lleno de intrigas, produce al sujeto mejorías duraderas que mejoran su calidad de vida. Podremos entonces, con el avance del conocimiento y la apertura de nuestras mentes, aliviar, mejorar, hasta curar, las enfermedades del cuerpo y del alma, es decir, entendiendo al padecer humano y al ser humano mismo, como a una totalidad. Esto sería, sin dudas, lo más importante de nuestra función médica. JOSÉ LUIS VALLS, junio de 2011. 16