Haciendo memoria - Revista El Apuntador

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El espacio de las artes escénicas del Ecuador
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Haciendo memoria
En el año 1968, Ricardo Descalzi publica su Historia Crítica del Teatro Ecuatoriano, en seis
volúmenes, estudio pionero de la literatura dramática. A pesar de las críticas que provocó este
trabajo, hasta hoy no se registra un estudio historiográfico de esa magnitud. Si bien Hernán
Rodríguez Castelo tiene, asimismo, crédito en este campo y a él le debemos los textos
publicados en el colección Clásicos Ariel, Teatro Contemporáneo y varios estudios más,
quienes estamos involucrados en la reflexión crítica y teórica tenemos una deuda pendiente
con nuestras artes escénicas.
En el primer tomo de Historia Crítica del Teatro Ecuatoriano, el autor realiza una extensa
revisión acerca del género, su concepto y origen, desde los griegos hasta nuestra América y,
puntualmente Ecuador, su teatro indígena y más adelante la influencia española, a la que se
refiere en los siguientes términos: “Llega en el tiempo, con su bagaje heterogéneo de piezas
sin orientación, desnudo de técnica, pero fervoroso, para darnos de pronto la obra que salva su
anonimato y mantiene con su presencia o recuerdo la tradición…”
Reproducimos a continuación un fragmento del capítulo III del Primer tomo de esta historia, en
donde Descalzi habla del Teatro Vivo, abre la sección con la siguiente pregunta:
¿Desde que año arranca el Teatro Vivo, calificativo nuestro para designar la obra representada
o editada, de la cual ya tenemos noticia concreta? Indudablemente desde los siglos XIII o XIV
cuando en la población de Achupallas, se teatralizaba la obra: “El Diun-Diun” o “Los
Quillacos”, nombre designado por nosotros a la leyenda escénica de estricto sentido aborigen
quiteño, tantas veces mencionada. Más tarde, Alfonso Anda Aguirre, el número 9-10 de la
Revista Universitaria en marzo de 1965, publicada en la ciudad de Loja, en su artículo “Poesías
lojanas de los siglos XVIII y XIX”, nos dice “… compuso un desconocido poeta, al parecer
lojano… unos versos semidramáticos…” En 1798 estrenó ante el Gobernador español: “El
veneno del Amor”, subtitulada Zarzuela, sin otros datos explicativos. Está escrita en verso y
aunque es corta y de calidad mediocre, representa la segunda expresión de nuestra dramática
escenificada y la primera que vio la luz.
José Joaquín Olmedo, nuestro poeta guayaquileño, estrenó algunas obras dramáticas en la
ciudad de Lima, cuando cursaba estudios en ella.
El 24 de Junio de 1839, en la ciudad de Loja, subió a las tablas en presencia de Juan José
Flores, la pieza: “El triunfo de la Religión”, desconociéndose el nombre y la nacionalidad del
autor. Ante el mismo Magistrado y en la misma ciudad se puso: “La Tragedia de Atabaliba”,
pieza de ambiente aborigen a la cual ya nos hemos referido.
Desde esta época debemos dejar pasar veintitrés años, hasta 1882, para hallar un nuevo
indicio de emoción escénica encomendada a la historia, año en el cual el teatro toma
definitivamente su cauce escrito y se vuelve presente y militante.
Es en Guayaquil, en el antiguo Teatro Olmedo cuando suben las obras de Juan José Malta:
“Una Tarde de Máscaras”, de José Matías Avilés: “Una Mujer Vengativa” y Juan Rodríguez
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Gutiérrez, con sus dos dramas: “Clemencia Lafalle” y “Bellini”.
En 1867, una escritora guayaquileña, quien deseó conservar en secreto su nombre, estrenó la
primera pieza escrita por una mujer ecuatoriana: “Sentenciar contra sí mismo”.
Es entonces cuando se hace presente en las letras dramáticas, la gran figura literaria de don
Juan Montalvo con su primera obra teatral: “La leprosa”, fechada en Ipiales el 6 de Abril de
1872, en la época de su destierro, le siguen “Jara”, en junio, “Granja”, el 20 de mayo de 1873
y “El Descomulgado”. El 7 de agosto de este mismo año, termina “El Dictador”, dos años y
un día antes, en que Gabriel García Moreno, personaje central de su pieza, cayera asesinado
en Quito de modo parecido a cómo Montalvo se había anticipado en el final de su obra
dramática.
Fue don Juan Montalvo en la hacienda Pucará, de la provincia del Carchi, quien sugirió a
Roberto Andrade publicar estas obras de teatro en un solo volumen, bajo el título de “El libro
de las Pasiones”, nombre justo, de acuerdo a la temática de las piezas en él contenidas.
Porque en verdad don Juan Montalvo, si sobresalió en forma brillante en sus ensayos y otros
escritos, nos dio obras de poco valor escénico. Ya anota bien el mismo Roberto Andrade: “No
fueron compuestos los dramas de Montalvo para el teatro. Sólo quiso imitar a Platón y a
Lucrecia, a Schiller y a Renán y a tantos otros escritores que compusieron dramas, sin haberse
acordado del teatro”. Justo concepto de acuerdo al análisis severo hecho a sus obras. Sin
embargo, dos de sus piezas fueron estrenadas en Guayaquil y “La Leprosa” en Quito, por la
Compañía Dramática Nacional hace cerca de treinta años. Su mérito indiscutible es habernos
dado dramas de ambiente y personajes nacionales. Se dice que Montalvo escribió dos piezas
más.
“La Beata”, estrenada en su tiempo y con sobrado éxito en Quito, que no llegó a ser publicada,
parece no perteneció a Montalvo, sino a un escritor extranjero, quien prefirió el anonimato,
pese al éxito alcanzado con la obra.
En 1873 en la ciudad de Guayaquil, un nuevo escritor anónimo estrena por intermedio de la
Compañía Duclós la pieza: “A los Cuatro Meses de Casados”. Pese a su deseo de
mantenerse incógnito, las murmuraciones de la ciudad chica identificaron al autor, cuyo nombre
desgraciadamente no ha llegado a nosotros.
Tres años después Julio Matovelle, siguiendo cierta corriente de la época, escribe un
argumento exótico con personajes extraños: “Un Drama en las Catacumbas”, obra con título
demasiado elocuente a la cual la consideramos como un intento de teatralización de relatos
ejemplares, similar a la vida de santos y temas novelados de los mártires cristianos.
Es Emilio Abad, escritor del Cañar, quien estrena su drama, aún inédito, en 1878: “La Muerte
de Atahualpa”, para luego años más tarde, poner en las tablas: “El Primer Grito de
Independencia”.
Llega así la figura de Nicolás Augusto González, poeta de verso fácil, quien entre sainetes y
dramas nos da dieciséis títulos, todos ellos estrenados. Atacado por la crítica voraz, roedora
de cuanto caía al filo de su pluma, Nicolás Augusto González soportó el embate y pese a la
forma brutal como fue juzgado, especialmente por Manuel de J. Calle, quien según Isaac J.
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Barrera en su libro: “Historia de la Literatura Ecuatoriana”, lo llamaba “el tostado de las letras
patrias”, logró mantener su vocación dramática con obras estrenadas en otros lugares de
América y España. Se calcula escribió cincuenta piezas, número elocuente de su vocación
escénica.
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