LA MAL LLAMADA REPRESENTACIÓN SUCESORIA

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LA MAL LLAMADA REPRESENTACIÓN SUCESORIA
De acuerdo con nuestro Código Civil vigente, por la representación sucesoria
los descendientes tienen derecho de entrar en el lugar y en el grado de su
ascendiente, a recibir la herencia que a éste le correspondería si viviese, o la
que hubiera renunciado o perdido por indignidad o desheredación. La figura
jurídica que se describe se entiende perfectamente. Sin embargo llamarla
representación, tomando en cuenta que nuestro código se alinea con los
autores que señalan que dicha figura no resulta ser una ficción legal sino un
derecho, resulta totalmente inapropiado.
La aplicación de la “representación sucesoria” tuvo sus inicios en los pueblos
antiguos como Roma, para permitir que los descendientes de un heredero
puedan tener acceso a la herencia cuando éste fallezca antes que el causante,
y así no ser excluidos por los coherederos de su padre. Sin embargo para
sustentar su aplicación, crearon una ficción legal, que según Fernández Arce
presumía que “el primer llamado -el padre premuerto- no ha muerto
jurídicamente, por tanto no ha perdido su cuota hereditaria, la cual será
recogida por sus descendientes en su representación. O sea, que ejercitan el
derecho de otro”. A partir de esto nos damos cuenta que ellos vieron a la
representación sucesoria, como una mera aplicación de la representación
jurídica en general al fenómeno sucesorio, pues la representación en sí es una
figura en virtud de la cual una persona llamada representante celebra uno o
más actos jurídicos en cautela de los intereses de otra persona que es el
representado, y se deduce que para que una persona pueda representar a otra,
ésta debe de estar viva, es por ello que se necesitó crear la ficción legal
mencionada para que la figura de la representación tenga validez, y así el
descendiente del hijo del causante, pueda aceptar o rechazar la herencia en
nombre de éste. De lo contrario, si la representación sucesoria fuera otro tipo
de representación o una creación distinta como se afirma ahora, no hubiera
sido necesario crear la ficción legal. Como podemos darnos cuenta, en el
origen de la llamada “representación sucesoria” no se creó un nuevo tipo de
representación. La representación siguió siendo la misma que se conoce en la
doctrina del acto jurídico, y pudo aplicarse a la sucesión gracias al sustento que
le brindaba la tesis de la ficcional legal.
Sin embargo una vez superada la tesis de la ficción legal y al considerarse a la
mal llamada “representación sucesoria” como un derecho que tiene su origen
en la ley a favor de los descendientes de los que caen en causales de
premoriencia, renuncia, indignidad y desheredación, la aplicación de la
representación al fenómeno sucesorio se queda sin base. Como se dijo la
aplicación de la representación al fenómeno sucesorio sólo podía sustentarse
con la ficción legal, pero un vez que esta ficción es desplazada pues el muerto,
muerto está y por lo tanto no se podría decir que se le puede representar. Es
por ello que afirmaba que referirse a la figura jurídica descrita en el primer
párrafo de este texto como “representación sucesoria” una vez que nuestro
código a superado la tesis de la ficción legal, es totalmente erróneo.
Por otro lado la tesis de la ficción legal en nuestro contexto legislativo sería
insuficiente para aplicar la representación al fenómeno sucesorio, puesto que
como señala Fernández Arce el llamado “representante no representa al
representado”. Creo que si en realidad lo representara en la sucesión (sobre la
base de la ficción legal que antiguamente sirvió para aplicar la representación
al fenómeno sucesorio) pues en el caso que una persona sea beneficiada en
testamento con un parte alícuota de la legítima y con el tercio libre de
disposición, su descendiente mal llamado “representante” (en caso que aquella
persona incurra en premoriencia, renuncia, indignidad o desheredación) podría
beneficiarse de todo ello, sin embargo la realidad es distinta ya que el
“representante” sólo tiene derecho de la parte alícuota de la legítima y el tercio
de libre disposición debe regresarlo a la masa hereditaria para que sea
distribuido entre todos los herederos. Asimismo si en realidad el descendiente
de una persona (que cae en cualquiera de las cuatro causales mencionadas)
cumpliera la labor de representante en la sucesión, pues primero necesitaría
aceptar la herencia que le deja el premuerto para así poder actuar en su
nombre (también sobre la base de la ficción legal), sin embargo vemos que ello
no es necesario, pues podría darse que el mal llamado “representante” rechace
la herencia del premuerto y acepte la herencia del causante. Todo esto
evidencia claramente que la figura de la representación en general, en el caso
que la tesis de la ficción legal no hubiera sido desplazada, tampoco seria
aplicable al fenómeno sucesorio, pues en la realidad el mal llamado
representante actúa por derecho propio fundado en la ley y por lo tanto el
término de “representante” es completamente equivocado. Fernández Arce
señala al respecto que el mal llamado representante “actúa en nombre propio,
por su propia cuenta y en su propio y exclusivo beneficio”. Otros autores como
Planiol y Ripert, citados por Lanatta, señalaron que “la doctrina y la
jurisprudencia están de acuerdo y afirman que el representante no goza de sus
derechos como heredero del representado, sino que ejercita derechos
personales…”. Así mismo Diez-Picazo y Gullón, citados por Ferrero, señalan
que “el representante no ejercita ningún derecho por el representado, que nada
adquiere”. Esto último es totalmente cierto pues con la tesis de que la llamada
“representación sucesoria” es un derecho, el premuerto nunca llega a tener la
calidad de heredero y por ello otra persona no podría ejercer en su nombre
derechos que él no posee. Así mismo las personas que rechazan una herencia,
o que caen en causal de indignidad o de desheredación, tampoco llegan a
tener dicha calidad, pues las mencionadas producen efectos retroactivos que
llevan hasta la apertura de la sucesión. Finalmente Lohmann Luca de Tena nos
dice que “en ningún caso la representación sucesoria significa ejercer un
derecho de otro”. Esta afirmación debe de ser aclarada, pues en la antigüedad
en lugares como Roma sí se le entendía de esa forma y precisamente por ello
se le llamó “representación sucesoria”, sin embargo ahora seguimos
manejando equivocadamente el mismo término para referirnos a figuras
jurídicas totalmente distintas que no tienen semejanzas.
En conclusión lo que nació como representación sucesoria, se le denominó así
porque la representación de un acto jurídico se consideraba como una figura
aplicable al fenómeno sucesorio, ya que la ficción legal le daba sustento, sin
embargo en la actualidad nos damos cuenta que la figura jurídica que se da en
la sucesión es distinta pues la ficción legal ha sido desplazada, y si la figura es
distinta no se le puede denominar del mismo modo. Ello solo crea confusiones,
como el hecho de afirmar que existen dos tipos de representación. En realidad
solo existe un tipo de representación, lo que se da en el fenómeno sucesorio es
otra figura jurídica y es por ello que su denominación debería de ser otra.
BIBLIOGRAFIA
 FERNANDEZ ARCE, César: Código Civil: Derecho de Sucesiones, tomo
II, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Católica del Perú, 2003.
 FERRERO, Augusto: Tratado de Derecho de Sucesiones, sexta edición,
Lima, Editora Jurídica Grijley, 2005.
 LANATTA, Rómulo: Derecho de Sucesiones, tomo I, Lima, Fondo
Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1969.
 LOHMANN LUCA DE TENA, Guillermo: Derecho de Sucesiones, tomo I,
segunda edición, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Católica del Perú,
1996.
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