Una Comunidad es “un grupo de personas asociadas con el objeto de llevar una vida en común, basada en una permanente ayuda mutua". El grado de vida común y de ayuda mutua varía ampliamente según la comunidad. Fuimos creados por Dios para vivir en comunión y anhelamos amar y ser amados. En todas las culturas y todos los tiempos han existido diversas clases de comunidades; la primera forma natural e indiscutible es la familia. La persona humana requiere, por su dignidad y para satisfacer sus necesidades, formar parte de la sociedad. El bien común de la sociedad, llamado a veces bien general, no es ni el bien individual ni la suma de bienes individuales de cada una de las personas que compone la sociedad (individualismo). Pero tampoco consiste en el bien propio de la sociedad que se lo atribuye todo a sí misma independientemente de su relación con las personas (colectivismo). En ambos casos el ser humano queda oprimido por los más fuertes. El bien común significa que la sociedad vela por los derechos fundamentales de las personas, derechos que ella no puede violar en ningún caso. Y también supone que cada persona, sintiendo esa común voluntad de bien, esté siempre dispuesta a sacrificar ciertos intereses individuales en aras de eso que se llama entonces “interés general”. Está bien claro que las dos nociones de “persona” y “bien común” son correlativas y no deben jamás separarse la una de la otra. Los seres humanos, por naturaleza, tienden a participar en la vida comunitaria. Pero al mismo tiempo las fuerzas del pecado llevan al egoísmo que obstaculiza la unidad. Para vencer las fuerzas divisorias del pecado, Dios envió al mundo a su único Hijo. Jesucristo es el único que puede unir a los hombres, más allá de sus fuerzas naturales, en su divino amor. (Juan 4,8 “Dios es amor”). La comunidad cristiana tiene como cabeza a Jesucristo y participa de su vida sobrenatural. Su gracia vital se nos da en los Sacramentos. Nos unimos a Cristo y a su Iglesia por el Bautismo, nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía. Los primeros cristianos vivían una profunda vida de comunidad. Hechos 2,44-47: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar”. Esa vida en comunidad, dentro de la Iglesia, se ha ido fortaleciendo y organizando. La Iglesia, comunidad de bautizados, está presente en todo el mundo, en las diversas diócesis (hay más de 1200 diócesis en el mundo), que es un territorio determinado pastoreado por un Obispo, quien está en comunión y bajo la autoridad del Papa. El obispo gobierna la diócesis según el derecho canónico, con la ayuda de los sacerdotes. El pueblo de Dios que vive en la diócesis, se distribuye en las parroquias. Parroquia (del griego paroikos, “habitar cerca”) Según el Catecismo de la Iglesia: 2179 ‘La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio’ (CIC can. 515, 1). Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, le congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas: “No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes”. (S. Juan Crisóstomo, incomprehens. 3, 6). Estas son las comunidades locales de católicos. Tenemos como vocación ser la familia de Dios. Una verdadera colaboración de todos para el bien común no podrá orientarse si no se posee la íntima convicción de que todos somos miembros de una gran familia, e hijos de un mismo Padre celestial. -Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno: La Parroquia es presidida, por encomienda del Obispo, por un Sacerdote, quien, cuando la comunidad lo requiera, es ayudado por otros Sacerdotes llamados vicarios. Las parroquias son órganos vivos del único Cuerpo de Cristo, la única Iglesia, en la que se acoge y se sirve tanto a los miembros de las comunidades locales, como a todos los que, por cualquier razón, afluyen a ella en un momento, que puede significar la actuación de la gracia de Dios en una conciencia y en una vida. La parroquia con sus celebraciones litúrgicas y en sus servicios debería tener en cuenta la movilidad de la gente, la confluencia de muchas personas a algunos lugares y la nueva asimilación general de tendencias, costumbres, modas y horarios. El sacerdote está específicamente capacitado para ser, en el plano pastoral, el "hombre de la comunión": "Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millenio ineunte, n. 43). Ningún párroco puede cumplir cabalmente su misión aislada o individualmente, sino tan sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de quienes están al frente de la Iglesia. En el futuro será siempre más importante la colaboración: - entre los párrocos de varias parroquias; - entre los párrocos y sus vicarios; - entre el clero diocesano y los miembros de los Institutos de vida consagrada; - entre los clérigos y los laicos. En una parroquia, los laicos, ¿cómo pueden ayudar a contribuir al desarrollo pastoral de una parroquia? Los Sacerdotes no están obligados a realizar personalmente todas las actividades en la parroquia, sino a procurar que se realicen de manera oportuna, conforme a la recta doctrina y a la disciplina eclesial, en el seno de la parroquia, según las circunstancias y siempre bajo su propia responsabilidad. El ideal no es la parroquia donde el sacerdote hace todo. El sacerdote debe ayudar a los laicos a descubrir y a realizar su vocación específica en comunión con los demás fieles. El realizador de esta comunión y de esta pertenencia de comunión del presbítero al pueblo de Dios es el Espíritu Santo. Dado que él impregna y motiva todas las áreas de la existencia, entonces también penetra y configura la vocación específica de cada uno. Así se forma y desarrolla la espiritualidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres de familia, de empresarios, de catequistas, etc. Cada una de las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivir la espiritualidad, que da profundidad y entusiasmo al ejercicio de sus tareas. El apostolado de los laicos se desarrolla en buena parte en las asociaciones y movimientos que actúan en plena sintonía eclesial y en obediencia a las directrices de los pastores. Hay que promover y sostener las asociaciones de fieles. Sin embargo, debe evitarse en el tejido parroquial cualquier género de exclusivismo o de aislamiento por parte de grupos individuales. Sin embargo, no faltan, también desde dentro de la parroquia y de las asociaciones, peligros como la burocratización, el funcionalismo, el democratismo, la planificación que atiende más a la gestión que a la pastoral. Desafíos ante la sociedad contemporánea Falta considerar a cada parroquia desde la perspectiva global de la diócesis y no al revés; y falta tener en cuenta en su justa medida al fiel laico, al religioso y otros consagrados en la vida de la Iglesia, tanto en el interior de la misma comunidad cristiana, como en lo que atañe a su presencia en el mundo. Crece la conciencia de que, además de los problemas de la cultura post-moderna, se presentan, ya sea el problema del alto porcentaje de católicos que viven lejanos de la práctica religiosa, el problema de la disminución drástica, por distintas causas, del número de quienes se declaran católicos; existe, mientras tanto, el problema del crecimiento extraordinario de las llamadas "sectas evangélicas pentecostales" y de otras sectas. Frente a esta realidad, apremia acoger con generosidad la invitación hecha por el Santo Padre Benedicto XVI en Brasil a una verdadera "misión", dirigida a los que, incluso habiendo sido bautizados, por distintas circunstancias históricas, no han sido suficientemente evangelizados por nosotros. En esta tarea hay que aprovechar de los medios de comunicación para evitar la expansión de una cultura que trata de rechazar a Dios y está profundamente marcada por el secularismo, el relativismo, el cientificismo, el indiferentismo religioso, el agnosticismo y por un laicismo, a menudo militante y anti-religioso. Aspectos prioritarios en la Pastoral Las siete prioridades pastorales que el Siervo de Dios Juan Pablo II ha individuado en la Novo millenio ineunte son todavía actuales: - La Santidad - La Oración - La Santísima Eucaristía - El Sacramento de la reconciliación - El Primado de la Iglesia - La Escucha y el anuncio de la Palabra Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía. Cada parroquia, en definitiva, está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística. Por esta razón, el Concilio Vaticano II recomienda que: "Los Sacerdotes han de procurar que la celebración de la Eucaristía sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana" (Christus Dominus, n. 30). Esto significa que la parroquia es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia. ¿Qué papel está llamada a desempeñar la Parroquia en el mundo? La parroquia es una concreta “communitas christifidelium”, constituida establemente en el ámbito de una Iglesia particular, y cuya cura pastoral es confiada a un párroco como pastor propio, bajo la autoridad del Obispo diocesano. La parroquia, por eso, será siempre actual, tendrá siempre un futuro. La parroquia no está destinada a desaparecer. Eso no quiere decir que no haya necesidad de cambios. En varias partes de Europa hay parroquias con más de mil años de historia, con las mismas fronteras desde hace siglos. Es de no causar asombro que serán uniones de parroquias porque algunas de esas parroquias están despobladas o habitadas hoy en mayor parte por no católicos. En otras partes, falta el número suficiente de clero para proveer a todos los oficios vacantes de párroco. En muchas diócesis de África y América Latina todavía está pendiente dividir parroquias muy pobladas para permitir un servicio pastoral más cercano a los fieles. Las parroquias ciudadanas son demasiado pobladas. Es imposible que el párroco de una parroquia con 100 mil habitantes conozca todavía a sus fieles. Habrá que dividirlas en unidades más pequeñas y más accesibles. La parroquia tiene seguramente futuro. La cuestión es solamente cuantas reestructuraciones serán necesarias en algunas regiones para que pueda cumplir con sus funciones. “Una parroquia evangelizadora debe ser ante todo una parroquia en la que sus diferentes miembros, ministerios y carismas, viven en comunión”, decía Juan Pablo II. HACIA UNA RENOVACIÓN PARROQUIAL Números 170 al 175 del Documento de Aparecida 5.2.2. La Parroquia, comunidad de comunidades 171.- Entre las comunidades eclesiales en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia 1 y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial2. Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión. Uno de los anhelos más grandes que se ha expresado en las Iglesias de América Latina y de El Caribe con motivo de la preparación de la V Conferencia General, es el de una valiente acción renovadora de las Parroquias a fin de que sean de verdad “espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes”3. 172.- Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y mujeres en cada ambiente. El Espíritu Santo que actúa en Jesucristo es también enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés (cf. Hch 2, 1-13). 173.- La renovación de las parroquias al inicio del tercer milenio exige reformular sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus miembros se sientan y sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión. Desde la parroquia hay que anunciar lo que Jesucristo “hizo y enseñó” (Hch 1, 1) mientras estuvo con nosotros. Su Persona y su obra son la buena noticia de salvación anunciada por los ministros y testigos de la Palabra que el Espíritu suscita e inspira. La Palabra acogida es salvífica y reveladora del misterio de Dios y de su voluntad. Toda parroquia está llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y así es la fuente dinámica del discipulado misionero. Su propia renovación exige que se deje iluminar siempre de nuevo por la Palabra viva y eficaz. 174.- La V Conferencia General es una oportunidad para que todas nuestras parroquias se vuelvan misioneras. Es limitado el número de católicos que llegan a nuestra celebración dominical, es inmenso el número de los alejados, así como el de los que no conocen a Cristo. La renovación misionera de las parroquias se impone tanto en la evangelización de las grandes ciudades como del mundo rural de nuestro continente, que nos está exigiendo imaginación y creatividad para llegar a las multitudes que anhelan el Evangelio de Jesucristo. Particularmente en el mundo urbano se plantea la creación de nuevas estructuras pastorales, 1 AA 10; SD 55 EAm, 41 3 Ibid. 2 puesto que muchas de ellas nacieron en otras épocas para responder a las necesidades del ámbito rural. 175.- Los mejores esfuerzos de las parroquias en este inicio del tercer milenio deben estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros. Solamente a través de la multiplicación de ellos podremos llegar a responder a las exigencias misioneras del momento actual. También es importante recordar que el campo específico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la economía, así como los ámbitos de la familia, la educación, la vida profesional, sobre todo en los contextos donde la Iglesia se hace presente solamente por ellos4. 176.- Siguiendo el ejemplo de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 2, 46-47), la comunidad parroquial se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía y perseverar en la catequesis, en la vida sacramental y la práctica de la caridad5. En la celebración eucarística ella renueva su vida en Cristo. La Eucaristía, en la cual se fortalece la comunidad de los discípulos, es para la Parroquia una escuela de vida cristiana. En ella, juntamente con la adoración eucarística y con la práctica del sacramento de la reconciliación para acercarse dignamente a comulgar, se preparan sus miembros en orden a dar frutos permanentes de caridad, reconciliación y justicia para la vida del mundo. La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, hace que nuestras parroquias sean siempre comunidades eucarísticas que viven sacramentalmente el encuentro con Cristo Salvador. Ellas también celebran con alegría: En el Bautismo: la incorporación de un nuevo miembro a Cristo y a su cuerpo que es la Iglesia. En la Confirmación: la perfección del carácter bautismal y el fortalecimiento de la pertenencia eclesial y de la madurez apostólica. En la Penitencia o Reconciliación: la conversión que todos necesitamos para combatir el pecado, que nos hace incoherentes con los compromisos bautismales. En la Unción de los Enfermos: el sentido evangélico de los miembros de la comunidad, seriamente enfermos o en peligro de muerte. En el sacramento del Orden: el don del ministerio apostólico que sigue ejerciéndose en la Iglesia para el servicio pastoral de todos los fieles. En el Matrimonio: el amor esponsal que como gracia de Dios germina y crece hasta la madurez haciendo efectiva en la vida cotidiana la donación total que mutuamente se hicieron al casarse. 4 5 LG 31.33; GS 43; AA 2 BENEDICTO XVI, Audiencia General, Viaje Apostólico a Brasil, 23 de mayo de 2007. 177.- La Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el misterio del Hijo de Dios hecho hombre (cf. Fil 2,6-8), nos plantea la exigencia de una evangelización integral. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino para que todos tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello tiene que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Cada parroquia debe llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en los diversos medios en que ella se mueve, con toda “la imaginación de la caridad”6. No puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que con mucha frecuencia son pobrezas escondidas. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece. 178.- Benedicto XVI nos recuerda que “el amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más el Sacramento de la Reconciliación”7. Vivimos en una cultura marcada por un fuerte relativismo y una pérdida del sentido del pecado que nos lleva a olvidar la necesidad del sacramento de la Reconciliación para acercarnos dignamente a recibir la Eucaristía. Como pastores estamos llamados a fomentar la confesión frecuente. Invitamos a nuestros presbíteros a dedicar tiempo suficiente para ofrecer el sacramento de la reconciliación con celo pastoral y entrañas de misericordia, a preparar dignamente los lugares de la celebración, de manera que sean expresión del significado de este sacramento. Igualmente pedimos a nuestros fieles valorar este regalo maravilloso de Dios y acercarse a él para renovar la gracia bautismal y vivir, con mayor autenticidad, la llamada de Jesús a ser sus discípulos y misioneros. Nosotros, obispos y presbíteros, ministros de la reconciliación, estamos llamados a vivir, de manera particular, la intimidad con el Maestro. Somos conscientes de nuestra debilidad y de la necesidad de ser purificados por la gracia del sacramento, que se nos ofrece para identificarnos cada vez más con Cristo, Buen Pastor y misionero del Padre. A la vez con plena disponibilidad tenemos la alegría de ser ministros de la reconciliación, también nosotros hemos de acercarnos frecuentemente, en un camino penitencial, al Sacramento de la Reconciliación. Pbro. Juan José Martínez Segovia Asamblea Parroquial 5 de septiembre del 2009 6 7 NMI 50 SC 20