docx - Arquidiócesis de San José

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ANEXO #2
Iglesia, casa y escuela de comunión1.
Pensar en la Iglesia, es pensar en las personas que la conformamos y en las
relaciones que establecemos en ella, esas relaciones las llamamos de comunión,
pero conviene señalar que la comunión no es un aspecto sobreañadido a la vida
de la Iglesia, sino que ella es un elemento esencial y una nota característica de
la vida eclesial, esto es que si no hay comunión no se puede hablar de que
exista la Iglesia y a la inversa, no hay Iglesia sin comunión. Pero conviene ver
¿por qué esto es así?
En primer lugar hay que señalar que la Iglesia hunde sus raíces más profundas
en el misterio de Dios, de allí que digamos que ella es imagen de la Trinidad, al
hablar de imagen conviene señalar que en los documentos del Concilio
Vaticano II y sobre todo en la Constitución dogmatica “Lumen Gentium” la
Iglesia se ve como una realidad que, desde el principio hasta el final, tiene su
explicación y su sentido en su relación con las Personas Divinas, lo cual nos
lleva a considerar las relaciones entre las personas de la Trinidad desde una
contemplación del Misterio de Dios, para descubrir en Él una comunión de
personas que viven en una relación constante de amor, amor que se proyecta
hacia afuera (en el acto creador de Dios, con la encarnación del Hijo, con el
envío del Espíritu Santo) y del cual somos destinatarios.
Al contemplar el misterio de Dios también caemos en la cuenta de la unidad no
como uniformidad sino como armonía en la unidad en la diversidad; de modo
que si la Iglesia es imagen de la Trinidad, encuentra en el misterio de Dios la
fuente para articular armoniosamente la realidad de cada persona, cada
comunidad, cada pueblo que acoge el Evangelio; ser imagen es reflejar la vida
que al interno de la Trinidad se produce y se prolonga hacia las personas con lo
que conviene señalar que la experiencia individual del amor de Dios, para los
creyentes, no marca el final del camino sino que se convierte en un punto de
partida para difundir ese amor en la cotidianidad, puesto la Iglesia la formamos
personas, las cuales desde el dato revelado somos un ser en relación y para las
relaciones, a esto comúnmente se le llama el “ser social” o la sociabilidad de la
persona humana y que se ve resaltada por el libro del Génesis al señalar: “No
está bien que el hombre esté solo” (Gn 2,18).
1
Con respecto al concepto “Casa” se agrega a manera de anexo la voz casa del vocabulario de teología bíblica de
Xavier León Dufour, pues este material da una idea de las dinamicas de convivencia que desde la relacionalidad con
Dios y con los hermanos se deben mostrar en la vida eclesial. Así mismo el termino “escuela” remite al discipulado
de Jesús, tema revisado en la recién terminada Semana de Formación del Clero.
1
Sin embargo, conviene tener en cuenta que la vida trinitaria y el amor entre los
creyentes no se acaba en el plano de las relaciones interpersonales sino que las
trasciende en un marco más amplio que es la comunidad y el pueblo; el cual en
cuanto que llamado por Dios a hacer experiencia de su amor viven en la
dinámica de “entrar en relación con” esto es de alianza, que se ve cimentada
por el querer de Dios de hacerse un pueblo, escogiéndolo para amarlo “Yo seré
tu Dios…” (Gn 17,4-9) o como bien nos va a recordar Lumen Gentium: “Quiso
el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre
sí, sino construir un pueblo que lo conociera en la verdad y le sirviera
santamente” (LG. 9).
Esas relaciones armoniosas entre las personas y que brotan del amor de Dios,
fueron pensadas y queridas por Dios desde la creación, para que pudiéramos
reflejar la vida intratrinitaria en una “relacionalidad”, que desde la Escritura se
comprende como capacidad para entrar en consigo mismo, con Dios, con los
demás y con el entorno (Cfr. Gen 1 y 2).
Sin embargo ese “diseño original” armonioso se ve trastocado por la experiencia
del pecado (Gen 3) que altera la capacidad relacional de las personas y nos
coloca ya no en un plano de armonía sino de confrontación: con Dios “Pero el
Señor Dios llamó al hombre: ¿Dónde estás? Él contestó: Te oí en el jardín, me
entró miedo porque estaba desnudo, y me escondí (Gn 3, 9-10). El miedo a que
hace alusión el texto pone distancia entre Dios y nosotros y abre una brecha, se
le deja de percibir como Padre y se le asume como un “guardián o vigilante”…;
con los demás: “El Señor dijo a Caín: ¿Dónde está Abel, tu hermano? Contestó:
No sé, ¿soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9). Si, como ya se
dijo, se deja de ver a Dios como Padre, entonces el otro no es un hermano sino
un competidor, alguien de quien me tengo que deshacer con lo que la armonía,
la solidaridad, los vínculos de familia-hogar (casa), se dañan y se rompen, pues
por las fibras más íntimas de la realidad humana atraviesa la misteriosa línea
del pecado: hacemos el mal que no queremos y no hacemos el bien que
queremos (Cfr. Rom 7,19ss) y por esta extraña “solidaridad del pecado” hoy día
nuestras relaciones sufren las mismas consecuencias: pensamos que nos
bastamos a nosotros mismos, vivimos en un vacío existencial, en un sin
sentido… y si nos preguntamos por Dios la pregunta es ¿existe? Y si existe
entonces nos preguntamos ¿por qué tanta maldad?
Pero ese panorama sombrío adquiere una nueva realidad en Cristo, en quien
hemos sido recreados, contemplándolo a Él, dejándonos enseñar y siguiéndolo
se nos esclarece el misterio del ser humano pues Él es “revelación del misterio
del hombre” no sólo porque enseña y da a conocer ese misterio, sino porque lo
2
realiza admirablemente: “Él es el “hombre perfecto” (Ef. 4,13); en El
encontramos nuestra medida más plena y nuestro camino de realización más
profundo y aprendemos de Él a restablecer las relaciones con el Padre, con los
hermanos, con el entorno y con nosotros mismos.
En ese restablecer las relaciones es clave el papel de la Iglesia como comunidad
de creyentes que realiza el proyecto de Dios en medio de las sociedades
actuales, pues al ser ella iinstrumento de redención universal, enviada a ser luz
del mundo y sal de la tierra (cf.LG.9); debe convertirse un signo de la salvación
de Dios para las personas y ser capaz de potenciar las relaciones con Dios, con
las personas y de ellas entre sí. (cf. LG 1); de manera que su mayor esfuerzo sea
dirigido a anunciar y anticipar el Reino, presentándolo a todos los pueblos, a
todas las personas de manera que por ella se exprese y extienda el misterio de
amor que salva, recrea y restaura la VIDA2; e impulsa desde la comunión la
plenitud de relación con Dios.
La Comunidad eclesial es orgánica:
Para comprender este apartado conviene tener en cuenta que al decir
“orgánica” recurrimos a un símil proveniente de las Ciencias Naturales, el cual
consiste en considerar la comunidad eclesial como un organismo vivo, en la que
cada uno de sus miembros cumple una función con la que contribuye al
bienestar del todo de ese organismo, lo que a su vez, implica decir que si no se
cumple esa función se está debilitando la totalidad del organismo en cuestión,
en nuestro caso de la comunidad eclesial3.
En la Biblia hay dos textos que respaldan la organicidad de la Iglesia como
comunidad, de todos es conocido el texto de las ramas y vid en el cuarto
evangelio (Cfr. Jn 15,1 ss) y también el texto que Pablo escribiera a la
2
A propósito de la vida que Cristo nos da y que se convierte en don de Dios para la Iglesia y de esta para la
humanidad conviene citar el numeral 356 de Aparecida: "La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y
desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural”. Para ello, hace
falta entrar en un proceso de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia vida. Sólo así, se hará
posible percibir que Jesucristo es nuestro salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así, manifestaremos
que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a nuestro lado,
descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta”. La vida en
Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de
servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de
una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor
sincero".
3
En las ciencias sociales este enfoque se conoce, siguiendo a Herbert Spencer, como organicismo. Y si se sigue las
Escuelas Francesas se comprende como funcionalismo.
3
comunidad de Corinto, conocida por sus divisiones, sobre el cuerpo y la cabeza
(Cfr. 1 Co. 12,12-30); ambos insisten en el carácter dual de la vida de los
creyentes en la Iglesia donde se articulan la ddiversidad y complementariedad,
con un mismo Espíritu; lo que supone en el contexto actual un ejercicio de
discernimiento comunitario en torno a los carismas y ministerios que cada
quien puede y debe desempeñar en las parroquias, pues es claro que no todos
puede hacer todo y que la realidad actual exige que pocos hagamos mucho, de
ahí que convenga que en las comunidades con sus pastores se discierna, según
el símil del organismo ya citado quién hace qué y cómo se hace para que se
edifique la comunidad.
Reflexionar sobre la organicidad eclesial, también nos conduce a una revisión o
discernimiento sobre los modos en que se han venido estableciendo las
relaciones laicado-jerarquía en las comunidades y desde ese “diagnóstico” poder
potenciar la comunión y la participación en las comunidades y sus distintas
instancias y estructuras (por ejemplo: el Consejo de Pastoral Parroquial, el
Consejo de Asuntos Económicos y las distintas comisiones, comunidades
grupos y movimientos que en la parroquia buscan el seguimiento de Cristo y la
construcción del Reino, teniendo como desafío constante el “Hacer de la Iglesia
la casa y la escuela de la comunión” (NMI 43); puesto que el lugar que hace
visible la comunión para todos y todas, sin distingo de sus condiciones es y
deber ser la parroquia, como bien lo señala Christifideles Laici: “La comunión
eclesial, aun conservando siempre su dimensión universal, encuentra su
expresión más visible e inmediata en la parroquia” (ChL 26).
ANEXOS:
“Casa”
Para vivir tiene el hombre necesidad de un medio favorable y de un abrigo
protector: una familia y una casa, ambas designadas con la misma palabra
hebrea:bayt (bet en las palabras compuestas: p.e., Bet-el, casa de Dios). Ahora
bien, Dios no se contenta con dar al hombre una familia natural y una morada
natural; quiere introducirlo en su propia casa, no sólo como servidor, sino a
título de hijo; por eso Dios, después de haber habitado en medio de Israel en el
templo, envió a su Hijo único a construirle una morada espiritual hecha de
piedras vivas y abierta a todos los hombres.
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I. LA CASA DE LOS HIJOS DE LOS HOMBRES
1. La casa de familia.
El hombre aspira a tener un lugar donde se halle «en su casa», un nido, como
dice el viejo proverbio Prov 27,8, un techo que proteja su vida
privada Eclo 29,21; y esto en su país Gen 30,25, allí donde se halla su casa
paterna, una herencia que nadie debe sustraerle Miq 2,2 ni siquiera
codiciar Ex 20,17 p. En esta casa bien arreglada, en la que reina el encanto de
la mujer Eclo 26,16, pero que una mala esposa hace inhabitable 25,16, el
hombre vive con sus hijos, que están allí permanentemente, mientras que los
servidores pueden abandonarla Jn 8,35; le gusta recibir en ella huéspedes,
forzándolos, si es menester Gen 19,2s Act 16,15. Una casa tiene tanto valor
que el que acaba de construirla no debe ser privado de disfrutar de ella; así en
Israel una ley muy humana le dispensará de los riesgos de la guerra, aunque
sea una guerra santa Dt 20,5 1Mac 3,56.
2. Lo que edifica y lo que arruina.
Así pues, construir una casa no es sólo edificar sus muros, es fundar un
hogar, engendrar una descendencia y transmitirle lecciones religiosas y
ejemplos de virtud; es obra de sabiduría Prov 14,1 y quehacer en el que una
mujer virtuosa es irreemplazable 31,10-31; es incluso obra divina que el
hombre solo no puede llevar a término Sal 127,1. Pero el hombre con su
malicia es capaz de atraer la desgracia sobre su casa Prov 17,13, y la mujer
insensata trastorna la suya 14,1. Es que el pecado, antes de destruir la casa,
ha provocado ya otra ruina: la del hombre mismo, frágil morada de
arcilla Job 4,19, vivificada por el hálito de Dios Gen 2,7. El hombre pecador
debe morir y entregar a Dios su hálito antes de ir a reunirse con sus padres en
la tumba, casa de eternidad Gen 25,8 Sal 49,12.20 Ecl 12,5ss; no obstante,
sobrevive en su descendencia, casa que Dios construye a sus amigos Sal 127.
Se ve por qué construir una casa y no poder habitarla es un símbolo
del castigo de Dios que merece la infidelidad Dt 28,30, mientras que los
elegidos, en el gozo escatológico, habitarán sus casas para siempre Is 65,21ss.
II. LA CASA SIMBÓLICA DE DIOS
1. Casa de Israel y casa de David.
Dios quiere habitar de nuevo entre los hombres, a los que el pecado ha
separado de él; inaugura su designio llamando a Abraham a servirle y
sacándolo del ambiente de los hombres que sirven a otros dioses Jos 24,2; por
eso debe Abraham abandonar su país y la casa de su padre Gen 12,1. Vivirá
bajo la tienda, como viajero, y sus hijos como él Heb 11,9.13, hasta el día en
que Jacob y sus hijos se instalen en Egipto; pero luego aspirará Israel a salir de
5
esta «casa de servidumbre» y Dios lo liberará de ella para hacer alianza con él y
habitar en medio de su pueblo en la tienda que se hace preparar; allí reposa
la nube que vela su gloria y que manifiesta su presencia a toda la casa de
Israel Ex 40,34-38. Este nombre conviene todavía a los descendientes de Jacob,
hechos más numerosos que las estrellas Dt 10,22.
Este pueblo se reúne alrededor de la tienda de su Dios, llamada por esto
tienda de la reunión Ex 33,7; allí habla Dios a Moisés, su servidor, que tiene
constantemente acceso a su casa 33,9ss Num 12,7 y que guiará a su pueblo
hasta la tierra prometida; Yahveh quiere hacer de esta tierra, que es toda
entera «su casa» Os 8,19,15 Jer 12,7 Zac 9,8, el domicilio estable de su
pueblo 2Sa 7,10. David a su vez quiere instalar a Dios en una casa semejante
al palacio que habita él mismo 7,2. Sin embargo, Dios descarta este proyecto
porque le basta la tienda 7,Sss; pero bendice la intención de su ungido: si no
desea habitar en una casa de piedra, quiere, en cambio, construir a David una
casa y afirmar a su descendencia en su trono 7,11-16; construir una casa a
Dios está reservado al hijo de David, que tendrá a Dios por Padre7,13s.
2. De la casa de piedra al templo celestial.
Salomón se aplicará esta misteriosa profecía; aun proclamando que
los cielos de los cielos no pueden contener a Dios que los habita 1Re 8,27,
construirá una casa para elnombre de Yahveh, al que se invocará allí, y para
el arca, símbolo de su presencia8,19ss.29. Pero Dios no se restringe a ningún
lugar ni a ninguna casa; lo hace proclamar por Jeremías en la casa misma que
lleva su nombre Jer 7,2-14 y lo prueba a Ezequiel con dos visiones: en una de
ellas la gloria de Dios abandona su casa profanada Ez 10,18 11,23; en la otra,
la misma gloria aparece al profeta en la tierra pagana en que está desterrada la
casa de Israel Ez 1. Pero a esta casa que ha mancillado su nombre anuncia
Dios que va a purificarla, a reunirla, a unificarla y a establecer en ella de nuevo
su morada 36,22-28 37,15s.26ss. Todo esto será efecto de la efusión de
su Espíritu sobre la casa de Israel 39,29. Esta profecía mayor deja entrever
cuál es la verdadera casa de Dios: no ya el templo material y simbólico, descrito
minuciosamente por el profeta 40-43, sino la misma casa de Israel, morada
espiritual de su Dios.
3. La morada del Dios de los humildes.
Por otra parte, al retorno del exilio, se va a dar una doble lección al pueblo
para liberarlo de su particularismo y de su formalismo; por una parte, Dios
abre su casa a todas las naciones Is 56,Sss Mc 11,17; por otra parte, proclama
que su casa es trascendente y eterna y que, para ser introducido en ella, hay
que tener un corazónhumilde y contrito Is 57,15 66,1s Sal 15. Pero en esta
morada celestial, ¿quién puede, pues, introducir al hombre? La misma
sabiduría divina que va a venir a construir su casa entre los hombres y a
invitarlos a entrar en ella Prov 8,31 9,1-6.
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III. LA CASA ESPIRITUAL DEL PADRE Y DE SUS HIJOS
1. Cristo Jesús es, en efecto, la Sabiduría de Dios 1Cor 1,24. Es la palabra de
Dios que viene a habitar entre nosotros haciéndose carne Jn 1,14. Es de la
casa de David y viene a reinar en la casa de Jacob Lc 1,27.33; pero en Belén,
ciudad de David, donde nace, no halla casa en que lo reciban 2,4.7. Si en
Nazaret vive en la casa de sus padres 2,51, a los doce años testimonia ya que
debe dedicarse a los asuntos de su Padre 2,49, cuya casa es el templo Jn 2,16.
En esta casa intervendrá con la autoridad del Hijo, que en ella se halla en su
casa Mc 11,17 p; pero sabe que está abocada a la ruina 13,1s p y viene a
construir una nueva: su Iglesia Mt 16,181Tim 3,15.
2. En el cumplimiento de esta misión no tendrá «casa» Lc 9,58 ni familia 8,21;
será invitado y se invitará en casa de los pecadores y de los publicanos 5,2932 19,5-10; en los que le reciban hallará una acogida unas veces fría, otras
veces amistosa 7,36-50 10,38ss; pero siempre llevará a estas casas el
llamamiento a la conversión, la gracia del perdón, la revelación de la salvación,
única cosa necesaria. A los discípulos que, siguiendo su llamamiento, dejen su
casa y renuncien a todo para seguirleMc 10,29s, les dará la misión de llevar
la paz a las casas en que los acojan Lc 10,5s, al mismo tiempo que el
llamamiento a seguir a Cristo, camino que lleva a la casa del Padre y promete
introducirnos en ella Jn 14,2-6.
Para abrirnos el acceso a esta casa, cuyo constructor es Dios y a la cabeza de
la cual se halla él mismo en calidad de hijo Heb 3,3-6, nos precede Cristo,
nuestro sumo sacerdote, penetrando en ella con su sacrificio 6,19s 10,19ss.
Por lo demás, esta casa del Padre, este santuario celeste es una realidad
espiritual que no está lejos de nosotros; «es nosotros mismos», si por lo menos
nuestra esperanza es indefectible3,6.
3. Cierto que esta morada de Dios no se acabará sino cuando cada uno de
nosotros, habiendo abandonado su morada terrena, se haya revestido de su
morada
eterna
y
celestial,
de
su
cuerpo
glorioso
e
inmortal 2Cor 5,1s 1Cor 15,53. Pero desde ahora nos invita Dios a colaborar
con él para construir esta casa, cuyo fundamento es Jesucristo 1Cor 3,9ss,
piedra angular y viva, y que está hecha con las piedras vivas que son los
creyentes 1Pe 2,4ss. Cristo, dándonos acceso cerca del Padre, no nos ha hecho
solamente entrar como huéspedes en su casa, nos ha otorgado ser «de
casa»Ef 2,18s, ser integrados en la construcción y crecer con ella; porque cada
uno viene a ser morada de Dios cuando está unido con sus hermanos en el Se-
7
ñor por el Espíritu2,21s. He aquí por qué en el Apocalipsis la Jerusalén
celestial no tiene ya temploAp 21,22; toda ella es la morada de Dios con los
hombres venidos a ser sus hijos21,3.7 y que permanecen con Cristo en el amor
de su Padre Jn 15,10.
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