Memorias defíExífío

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Memorias defíExífío
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Francisca Muñoz
7-22
PIEL ranino
PREÁMBULO
En los primeros meses de 1.939, cerca de medio millón de españoles
pasaron la frontera francesa huyendo de la guerra y de la represión implacable
de los vencedores.
Esa "invasión", por muy previsible que fuese, dado el cariz tomado por
los acontecimientos en el curso de las últimas semanas, halló desprevenidas a
las autoridades francesas. Nada estaba previsto para acoger aquella riada
humana. Puede imaginarse que en los primeros momentos confiasen en la
buena voluntad de Franco, teniendo en cuenta que Gran-Bretaña y Francia
habían propuesto la creación de una zona neutra en territorio español, zona
que debía servir de refugio a los no combatientes y ser abastecida por los dos
países. La Junta de Burgos, se otorgó un plazo de reflexión y, finalmente,
rechazó el proyecto. Francia ya no pudo eludir el problema. Muy a pesar de sus
gobernantes - y de gran parte de la opinión - hubo de abrir sus fronteras, no
sólo a la población civil, sino también a las tropas del ejército republicano de la
zona catalano-aragonesa.
La llegada en masa de quinientas mil personas en un país que contaba
veinticinco millones de almas iba a plantear problemas materiales, morales,
políticos ... difíciles de resolver.
No se trataba de emigrantes adinerados. Los "invasores" no poseían ni
bienes ni cuenta en el banco. El gobierno francés debía proporcionarles todo lo
indispensable - albergue y alimentos. Otros países se ofrecieron a contribuir
pero la ayuda que proporcionaron resultó ser más bien simbólica.
Era lo que menos podía desear un país como Francia que, al borde dé la
guerra, debía soportar la carga aplastante que suponían los gastos de
armamento.
Francia estaba entonces dirigida por un gobierno consevador. Si el
Frente Popular triunfó en 1.936, el resultado de esas elecciones no reflejaba la
situación política del momento. Existían ya entonces importantes movimietos
de extrema derecha, antiparlamentarios, cuyos miembros no habían
participado en las elecciones, ni como candidatos, ni como electores (lo que no
significa que no ocupasen puestos en la sociedad ni que estuviesens excluidos
de cargos importantes en el sistema socio-económico et, incluso, político, del
país). Ni que decir tiene que la derecha francesa - y, más aún, la ultra-derecha era pro-franquista y no podía acoger de buen grado a refugiados "rojos".
Por otra parte, desde la firma del pacto de no-agresión germano-ruso,
los comunistas franceses estaban en posición difícil ; por ideología, habían
luchado contra el régimen nazi y combatido a Franco (tomando, en particular,
la inciativa en la creación de las Brigadas Internacionales) y, por obediencia a
Moscú, se presentaban como aliados objetivos de Alemania. Por esa razón, la
ayuda que prestasen a los refugiados españoles podía resultar sospechosa a los
anti-comunistas que no eran pocos en aquellos tiempos.
Que las autoridades francesas se encontrasen desbordadas por la
amplitud de los acontecimientos, puede comprenderse. Que se improvisase,
que se intentase canalizar y concentrar aquella marea humana en campos, se
explicaba en los primeros momentos. En realidad, Francia no deseaba hacerse
cargo del problema y la situación, a veces insoportable para los que la vivían
diariamente, era mantenida como medio de empujar a aquellos huéspedes
indeseables hacia el otro lado del Pirineo.
No obstante, el acogimiento, tantas veces inhumano, de que fueron
objeto los republicanos españoles de 1.939 a 1.944, puede parecer extraño por
parte de un país cuna de los derechos del hombre y con larga tradición de asilo
político.
Quizás por eso, se ha procurado echar un velo pudoroso sobre el trato
reservado a unos refugiados políticos que no eran, precisamente, enemigos de
Francia y que más tarde, lucharían por ella. De ese modo, terminada la guerra
mundial, una vez más o menos asimilados aquellos refugiados, se "olvidó" la
existencia, años antes, de campos de concentración en territorio francés.
Tal vez las propias víctimas hayan tenido su parte de responsabilidad en
ese "olvido", por evitar recuerdos desagradables ; o por no tomar la decisión de
hacer oficio de testigo.(1) .... También se ha de tener en cuenta la falta de
documentación sobre ese tema. Durante treinta años, los archivos de los
campos permanecieron cerrados al público ; al cumplir el plazo, los hispanistas
que intentaron consultarlos descubrieron ... que había orden de mantenerlos
"secretos" veinte años más ...
Cuando se me ocurre hablar de mi estancia en un campo de
concentración, no falta quien me diga :
- Ah, pero ¿estuvo usted deportada en Alemania?
- No, estuve internada en Francia. En un campo de mujeres.
- ¿En Francia? ¿ Campos de concentración en Francia ? Usted bromea.
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Los que están algo informados, citan a Argeles. Algunos mencionan Le
Vernet d'Ariége y Rivesaltes ; allí encerraron también a los judios y ellos - con
razón - no pierden ocasión de recordarlo.
A "mi" campo nadie le conoce. Porque sólo albergaba a varias centenas
de mujeres, niños y ancianos (y ya se sabe que la Historia - con mayúscula - se
interesa más bien por los combatientes). Porque se encontraba en un lugar
perdido, por donde - creía yo - nadie pasaba ; un lugar, tórrido en verano, por
el que, frecuentemente, se registran en invierno las temperaturas más bajas de
Francia. Su nombre suena a título de leyenda o de poema medieval : Le Pont la
Dame (El Puente de la Dama)...
Cuando, al iniciar mi "tesina" para la licenciatura de español, manifesté la
intención de tratar el tema del exilio de los republicanos españoles en Francia y,
en particular, las condiciones de vida que hubieron de afrontar en los campos
de concentración franceses, mis profesores se mostraron escépticos. ¿ Poseía yo
documentos ? Y sin ellos ¿cómo iba a hacer? A no ser que recogiese testimonios
¿Testimonios? Claro que sí ¿Y porqué no el mío?
(1) Algo, sin embargo, ha sido ya publicado sobre ese tema. Citaré, entre otros títulos :
- Los Olvidados, de A.Villanova.-Paris, Ruedo Ibérico 1969.
- Triangle Bleu, de M. Razóla y M. Constante.-Paris, Gallimard, 1969.
- Vae Victis!, de D. W. Pike.- Paris, Ruedo Ibérico, 1969
- El Éxodo, de Federica Montseny.- Barcelona, Ed. Galba 1977.
- Les Camps du Mépris, de R. Grando, J.Quéralt y X. Febrés.- Perpinyá, Ed.El
Trabucaire, 1991.
-La Odisea de los Republicanos Españoles en Francia (1939-1945),
de J.Carrasco (Álbum de recuerdos).-Barcelona, Ed.Nova Lletra.
EL ÉXODO
Desde el cielo, la columna podía parecerse a una hilera de hormigas que,
entorpecidas por su carga, se apresuran lentamente hacia una remota
madriguera. Asi debían verla los que volaban por encima de ella a bordo de
aviones extranjeros. Y así, como quien da un puntapié en el hormiguero,
soltaban algunas bombas para ver la formación descomponerse y las hormigas
alocadas correr sin rumbo, hasta caer de bruces en el campo encharcado ("Ya
no se mueven, vamonos"). Entonces, los negros pajarracos se alejaban y la fila
se formaba de nuevo, cada cual tratando de encontrar en ella su lugar y sus
bártulos. Algunos cuerpos quedaban cara al barro, pero ¡ Bah ! ¿Que es la vida
de una o de varias hormigas para quienes las ven de tan alto ? En la columna
no se notaban huecos. Cada vez más ancha, cada vez más densa - cada sendero
agregaba nuevos fugitivos - seguía su triste y penosa marcha hacia la frontera,
hacia el exilio.
¿ Quien lo recuerda ya ? ¡Ocurrió hace tanto tiempo... ! Mucho para una
vida humana pero muy poco con relación a la Historia. Y no era en África, Asia,
o América latina. No se trataba de bosnios, ni de somalíes. Los aviones eran
alemanes, el suelo español (catalán, por más señas), las hormigas españolas - de
todas las regiones... - Y yo era una de ellas.
Tenía doce años cumplidos y hasta entonces había sido una niña
mimada. Siete años antes, al resultarme ya mi vida de hija única algo aburrida,
encargué a la cigüeña un hermanito (pienso que mis padres guiaron un poco mi
pluma) y me hubiese considerado feliz del todo de no ser por la guerra. Había
visto a mi padre herido y, durante unos meses, casi inválido. Sabía que, en el
frente, estaba constantemente en peligro y que nosotros lo estábamos también
en la ciudad ; en Barcelona habíamos sufrido tantos bombardeos en espacio de
un año que vivíamos con el miedo a la bomba que podía aplastarnos en
cualquier momento. Pero tenía - por derecho propio, creía yo - un hogar, el
cariño de una familia unida y una vida holgada, lo que me parecía tan natural
como indispensable puesto que no había conocido otro modo de vivir. Hasta
aquella noche ...
Mi padre había vuelto del frente hacía meses. Yo sentía planear una
amenaza ; le veía cada vez más preocupado y a mi madre más triste de día en
día ; los silencios, las miradas que cambiaban escuchando por radio las noticias
no auguraban nada bueno.
- Mamá ¿ porqué estás triste ? - Mamá ¿ vamos a perder la guerra ? Mamá ¿ que va a pasar si perdemos la guerra ?
- ¡ Que voy a estar triste ! ¿ Quien te ha contado eso ? No te preocupes,
anda termina esas lentejas que se te están quedando frías.
Las lentejas, como el "chusco" de miga compacta y color de barro, eran,
en aquellos últimos tiempos, el pan nuestro de cada día que mi inapetencia
crónica me hacía detestar.
- Ya sabes que no hay otra cosa y otros las quisieran. Puede que un día
las eches de menos.
¡ Las lentejas ! ¡ Echarlas yo de menos! Que cosas tenía mi madre ...
Era una noche como tantas otras, quizás un poco más oscura pero la
oscuridad no me asustaba. Las noches claras, sí porque eran noches de
bombardeo. En cambio, como el pirata de Espronceda, me dormía, sosegada,
arrullada por el rugido de los truenos y el resplandor de los relámpagos, segura
de que las sirenas no me despertarían.
Aquella noche mi padre llegó tarde a cenar y creo que no cenó. Saltó del
coche, cogió del brazo a mi madre que esperaba en la puerta y le dijo algo que
la hizo apresurarse hacia el ropero y sacar maletas.
- Vamos de viaje. Ala, deprisa, cambiaros de ropa.
- ¿ Adonde vamos ? - ¿Cuando volveremos ? - ¿ Puedo llevarme a mis
muñecas ?
- Una, nada más. En el coche hay poco sitio y es mejor llevarnos cosas
útiles. A tus años deberías comprenderlo.
Sí, claro que lo comprendía. Pero me costaba trabajo admitirlo y más
despedirme de todo lo que me unía aún a la niñez, intuyendo el carácter
definitivo de la despedida. ¡Adiós a la infancia, al pasado feliz ! Y cara al
presente ... El presente que eran las maletas al borde de la acera, la cara pálida y
decidida de mi madre, el ceño severo de mi padre, la mano de mi hermano
agarrada a la mía. No mirar hacia atrás, hacer cara al porvenir ... ¿Quien
habría dicho eso ? El porvenir era algo así como la calle sin alumbrado que se
esfumaba en la noche negra y fría de finales de enero.
Unas horas después, las tropas franquistas ocupaban Barcelona ; sin un
tiro.
Aquella noche no sé si dormí, ni a que hora de la noche o de la mañana
llegamos a Camprodón, a un hotel donde residían ya varias familias
refugiadas. No recuerdo tampoco si nos dieron de comer pero sí que hacía frío
en las habitaciones sin calefacción ni estufa, ni fuego en la chimenea. La bruma
helada velaba el horizonte y aislaba al pueblo de su entorno.
Mi padre había ido a tomar sus funciones a la Inspección de Asalto,
recientemente instalada en Camprodón (lo que motivaba nuestra presencia
allí), volvió poco después, con malas noticias que ya no intentó disimularnos :
la caída de Barcelona y, más grave aún, la retirada en desorden de las fuerzas
republicanas. No pensaba que nos quedásemos mucho tiempo en aquel pueblo
y así fue. Un par de días más tarde, todos los organismos gubernamentales
salían - y nosotros también - para Figueras.
Allí nos separamos. Mi padre nos presentó a un "amigo" que organizaba
la evacuación de la población civil hacia Francia, en relación con un organismo
de ayuda a refugiados con sede en Perpiñán. Había reservado un camión para
su familia y aceptó tomarnos a su bordo, junto a ellos y a la joven esposa de un
periodista que, como mi padre, se quedaba en tierra
- Vas a tener ocasión de practicar el francés, creo que me dijo al
despedirse de nosotros el autor de mis días.
- Y de conocer el país de los Derechos del Hombre, añadió el señor del
camión.
Los derechos del hombre no me habían preocupado mucho hasta la
fecha pero el francés sí. En el examen de fin de primer año de bachillerato, no
saqué esa asignatura y decidí que no la necesitaba para vivir.
- ¿ Para que quiero yo el francés si no iré nunca a Francia ?
Mi madre no se rindió a mis argumentos y, quieras o no, me buscó una
profesora que me sometía a trabajos intensivos dos tardes por semana. Poco a
poco, me familiaricé con la lengua de Moliere : leía textos literarios, escribía, si
no correctamente del todo, al menos de manera legible y entendía algo de lo
que decía la locutora de radio Toulouse, emisora que se oía bastante bien en
Barcelona. Hablar era otra cosa. La "r" uvular, las vocales mudas o abiertas, las
sílabas nasales, se me daban mal. Según mi profesora, lo que me faltaba era
práctica. Mi padre debió recordarlo al abrazarme por última vez en tierra
hispana.
¡ Triste Figueras ! Las calles estaban invadidas por una muchedumbre
desorientada y desalentada. Nunca había visto nada parecido. Aquella informe
masa de gente cargada con toda clase de bultos, con los chiquillos a rastras o a
hombros... Aquellos heridos con la cabeza o los miembros vendados, brazos
en cabestrillo, muletas... (no se me olvida aquel mutilado que se apoyaba en
una escoba palma hacia arriba)...
Sonaron las sirenas; hubo una oleada de pánico, pronto refrenado por la
inercia y el fatalismo propio a los que les queda poco que perder.
Una vez cargado el camión, nos invitaron a tomar asiento con la familia
del organizador : esposa, hermanas, cuñadas .... Dos ancianos se instalaron en la
cabina con el chófer y nosotros nos "acomodamos" como pudimos entre los
numerosos baúles, maletas, cajones y envoltorios que el buen señor aquel
había amontonado. Ninguno de ellos nos pertenecía y mi madre se extrañó.
- No pase pena, señora, su equipaje habrá salido en el camión de la
mañana. En Perpiñán encontrará todo, ya verá.
Las jóvenes hicieron un comentario en catalán (mi madre había dicho
que no lo hablaba) y se echaron a reir. La perspectiva del viaje no parecía
afectar mucho el buen humor de aquellas alegres muchachas, acicaladas,
maquilladas, que cantaban a coro, "mezza voce", "La Santa Espina" o tarareaban
alguno de los cuplés en voga.
- ¡ Cabezas de chorlito ! murmuró mi madre.
Nos pusimos en marcha abriéndonos camino a bocinazos. Una vez en la
carretera, nos incorporamos, como pudimos, a la caravana de camiones,
coches, carros, autobuses ... que ocupaban el centro de la calzada, mientras los
peatones se esparcían lateralmente hasta los bordes. De vez en cuando, el ruido
de motores en el cielo y los gritos de "¡Las pavas!" agitaban la columna que se
desbandaba; los vehículos se paraban, la gente se tiraba a la cuneta o se tendía
en el campo ... Unas cuantas explosiones y los aviones se iban ... hasta la
próxima. Nosotros no nos movimos ; mi hermano y yo nos tapábamos los
oídos con las manos; éramos los únicos niños del camión.
Caía la tarde, cuando empezó una lluvia fina y fría que poco a poco, fue
empapando nuestra ropa ; el camión no tenía toldo y sólo nos protegía una
manta que no tardó en calarse. Los "chorlitos" habían enmudecido. El agua nos
chorreaba de la cabeza al asiento, del asiento a los pies y la humedad se
infiltraba hasta los huesos. A la larga, dejamos de sentir la frialdad ; nuestros
músculos entumecidos habían terminado por insensibilizarse pero la ropa,
acartonada, resultaba pesadísima. Llevábamos, superpuestos dos juegos de
prendas de vestir para aligerar el contenido de las maletas atiborradas. De
momento, bendije esa decisión de mi madre que me protegía del frío en aquel
camión abierto a todos los vientos. Del frío si, pero no de la lluvia ...
Tardamos toda la noche en llegar á La Junquera y no habia dejado de
llover. Medio aletargados, medio paraplégicos, al no poder cambiar de postura,
rígidos dentro de nuestras vestiduras que olían a lana mojada, debíamos
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considerarnos privilegiados ; los que iban a pie descansaban sentándose en el
barro.
Unos rayos de sol consiguieron abrirse paso en el horizonte plomizo, y
de las sombras, de aquel fondo sonoro de voces, quejas, llantos de niños,
surgía una multitud de cuerpos grisáceos tétricos cual espectros, que
arrastraban los pies de cansancio o se dejaban caer sin ánimo al borde de la
carretera. Era un amanecer de pesadilla. Sentada en el suelo, una mujer tenía en
su regazo a un niño inerte. Su semblante extraño, enajenado, llamó nuestra
atención. Nos dijeron que el chico estaba muerto ...
La columna se había inmobilizado como si un obstáculo infranqueable
impidiese su lenta progresión. Y es lo que ocurría : la frontera estaba cerrada.
Las autoridades francesas no se decidían a autorizar la entrada en masa de los
fugitivos que se iban apiñando en los límites formando una masa cada vez más
densa, en espera de la apertura de la barrera .
Había una compañía de Asalto en el puesto fronterizo. Mi madre
declinó nuestra identidad y solicitó asilo para ella y sus dos hijos hasta que las
circunstancias permitiesen el paso a Francia. No pedía mucho : un rinconcito
donde cobijarnos y un plato de rancho.
¡ Que bien se estaba en el tibio ambiente de aquella cocina tan limpia,
ante la chimenea donde crujía, alegre, un fogata bajo un barrigudo perol que
humeaba vapores apetitosos. Llevábamos vienticuatro horas sin comer ni
beber ... sin dormir.
Nos dormimos sentados, apoyados en la mesa. No había sitio en otro
lado, ni cama, ni colchón ...Tres días pasaron.
¡SOLA!
De nuevo nos encontrábamos en el camión que emprendía su pausada
marcha en la columna, hacia el exilio. Era el último día de enero. Menos de una
semana antes, éramos gente "normal" con casa, bienes y estatuto social. Nos
costaba trabajo imaginarlo.
El paso de la situación de ciudadanos a la de parias fue manifiesto en el
Perthus, cuando surgieron los primeros uniformes extranjeros aullando
órdenes en un francés que no era exactamente el de mis libros.
- Avancez, allez, allez, hop ! Grouillez-vous ! - Arrétez ! Arrétez! Halte,
nom de Dieu !
El de la guerra a la paz nos lo anunció la calidad del pan. Nos lo
distribuían sin regatear cortado en rabanadas, en unos cestos de mimbre que
circulaban como podían entre la multitud, tierno, ligero de miga blanca y
olorosa ¡ Era un manjar divino ! Mi hermano, que, pese a su corta edad, había
soportado sin quejarse el frío y la falta de alimento, comía, glotón, pedazo tras
pedazo.
Entre las tocas blancas que, al borde de la carretera, se esforzaban por
atender á heridos y enfermos, mi madre creyó reconocer a una amiga suya.
- ¡ Elena!
- ¡¡ Julia !! baja, quédate con nosotras que necesitamos gente.
- Y ¿ que hago con mis hijos ? Además, tengo toda la ropa en Perpiñán.
Casi inmediatamente, mi madre lamentó su indecisión pero ya era tarde.
La toca de Doña Elena habiá desaparecido entre el gentío.
Les chicas del camión habían recobrado su optimismo. Se componían,
bromeaban en francés y coqueteaban.
- Quel bel homme ce gendarme ! II me plait.
- D'oú venez-vous ? les gritó uno de ellos.
- De Girona.
- Le "chorizo" ne doit pas y étre cher, observó jocoso pasándose el dedo
por los labios.
Le Boulou era un hervidero. Allí concentraban a los recien llegados y de
allí salían los convoyes para otros puntos de Francia. Nos hicieron bajar del
camión y entrar en un cercado donde muchos otros refugiados nos habían
precedido. Al no tener equipaje (mi madre sólo llevaba consigo un maletín con
cosas de tocador, un poco de ropa interior y algunas fotos) íbamos más ligeros
que nuestras compañeras de odisea que contemplaban, sin saber por donde
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cogerlos los bultos descargados a sus pies, entre ellos cajones de cartón
mojados por la lluvia y reventados.
Caía la tarde cuando, de repentem mi hermano desfalleció. Pálido y
sudoroso, se quejaba de dolores de vientre y de cabeza. Poco después deliraba
de fiebre. Dudo que las autoridades francesas hubieses previsto un dispensario
en aquellas instalaciones sumarias y, visiblemente, improvisadas pero, de todos
modos, no hubiésemos recurrido a él; corrían ruidos alarmantes. Se decía que
separaban a los niños de los mayores, a los enfermos de los sanos. Mi madre
afirmó que nada ni nadie la separaría de sus hijos.
Un gendarme se acercó, curioso, juzgando, sin duda, que el muchacho
era un poco mayor para que lo llevasen en brazos.
- II n'est pas bien ?
Tocó la frente febril y no esperó la respuesta. Corrió hacia la carretera ,
por donde se acercaba un carro. Lo paró, dijo unas palabras al conductor,
volvió a por mi madre y la instaló en el asiento con el niño. El carro se alejó y
yo me quedé en tierra ¡Sola!
Fue tan rápido, tan inesperado, tan terrible, que me dejó sin reacción. Mi
cerebro se negaba a admitir aquella evidencia. ¡Estaba sola! ¡¡Sola !! ¡¡¡ SOLA !!!
Había perdido todo : mi casa, mi universo, mi padre, mi país y ahora mi
hermano y mi madre. No me quedaba nada en el mundo ¡NADA!
Anochecía y nous condujeron a un local que olía a cuadra, seguramente
por la paja que cubría el suelo y que iba a servirnos de cama. Nadie se
preocupaba de mi. Con la cabeza hundida entre los brazos, para ahogar los
sollozos, di rienda suelta a las lágrimas acumuladas a lo largo de aquella trágica
semana ; eran tantas que no llegué a agotarlas en toda aquella noche tan larga,
tan larga ...
Abrieron la puerta para llevarnos otra vez al campo. Tras los gendarmes
vi a una mujer con un niño de la mano. Corrí hacia ellos, cubrí de besotes la
cara redondita y, esta vez, fresca del chiquillo y me colgué del cuello de mi
madre.
- ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamaíta!
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¿A PERPIÑAN ?
En el campo nos daban de comer pero lo único que me parecía
comestible era el pan. El rancho caliente que intenté tragar, con buena voluntad
porque se me había despertado el apetito, era, sencillamente, nauseabundo. Lo
vertí, con discreción, en un matorral y devolví vacío el plato de hojalata. No sé
si mi madre lo advirtió pero no me dijo nada. Ni ella, ni mi hermano, probaron
bocado.
Un avión voló bajo por encima del campo y mi hermano corrió a
refugiarse en el girón materno. Desde que las bombas nos habían pasado
rozando, sentía verdadero pánico cuando oía sirenas o motores de aviones.
- Du calme ! - gritó un gendarme en tono de broma. - Ici pas "poum,
poum"!
- ¡ No tardará ! - le contestaron.
- Ici, en France ? Elle est bien bonne ! - se alejó sin contener la risa.
Las horas pasaban, lentas, y seguíamos esperando en el cercado.¿Cómo
ir a Perpiñán? Mi madre interrogó sobre el asunto a la esposa del organizador
de nuestro viaje que no sabía nada. Era su marido el que se encargaba de todo.
Además, a ellos no se les había perdido nada en Perpiñán ; en cambio, tenían
familia en otros puntos del sur de Francia. Ella y sus suegros pensaban ir a
Narbonne. Las chicas, no recuerdo donde.
Precisamente, la familia narbonesa, avisada no sé como ni por quien, se
presentó aquella misma tarde con una camioneta y la autorización de salida
para ellos. Entonces, la señora tuvo un arranque de generosidad y propuso
cargarnos en el furgón, ya que, en el desorden general, los equipajes estaban
poco controlados. No teníamos mucho que perder ¿porqué no intentar?
Matilde, la esposa del periodista se sumó al grupo. Como estaba previsto,
pudimos salir del campo sin trabas.
Perpiñán está muy cerca del Boulou pero, por razones que no nos
explicaron, pasamos de largo. Y desembarcamos en Narbonne, sin conocer a
nadie, sin autorización de residencia y sin dinero porque nuestras pesetas
republicanas eran rechazadas por todos los bancos. ¿ Cómo hacer para ir a
Perpiñán ?
Uno de los narboneses fue a informarse y volvió con dos gendarmes que
nos invitaron a seguirles. Entre dos guardias, atravesamos la ciudad bajo las
miradas curiosas y hostiles de la gente ; yo me sentía tan avergonzada como si
hubiese cometido un delito.
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Creímos comprender que nos conducían a la estación del ferrocarril
¿Para ir a Perpiñán? - preguntó mi madre enseñando la dirección del
organismo que debía ser nuestro destino. Dijeron que sí. De todos modos,
contestaban afirmativamente a todas nuestras preguntas.
En el andén esperaba un tren abarrotado de refugiados. No sé como se
arreglaron nuestros gerdarmes, pero hallaron un compartimiento vacante,
como si nos hubiera sido reservado.
Por los pasillos circulaban viajeros desencajados, derrotados, hirsutos
como los que, horas antes, quedasen en el campo del Boulou.
Llevábamos varias horas de marcha y nada indicaba el final del viaje.
Indudablemente, para llegar a Perpiñán - distante de Narbonne de unos
cincuenta kilómetros - no habíamos tomado el camino más corto.
El tren pasaba, sin pararse, ante estaciones cuyos nombres no
conseguíamos leer y las personas mayores se perdían en conjeturas. Poco a
poco, la obscuridad borró el mundo exterior y, aburrida, me dormí.
Me despertó la parada. Limpiando el vaho que velaba el cristal, vi el
ancho andén de una estación que parecía importante. Por él se apresuraban de
ventanilla a ventanilla, hombres y mujeres. Una señora golpeó con los nudillos
en la nuestra y nos tendió un paquete acompañado de una sonrisa compasiva y
unas palabras que debían ser de aliento.
-¿Perpiñán? - Interrogó mi madre que no las tenía todas consigo.
- Perpignan ?- Contestó sorprendida la voz como un eco. - Non, Gap !
¿ Gap ? Mis conocimientos en geografía de Francia se limitaban a las
ciudades principales ; como mi madre y Matilde no sabían más que yo, no
pudimos situar nuestra posición con respecto a la capital de los Pirineos
Orientales. Abrimos el paquete que contenía chocolate y galletas ¡Galletas!
¡Chocolate! ¿Existían aún en el mundo esas golosinas de las que habíamos
olvidado hasta el sabor, en dos años y medio de guerra? Mi madre nos cedió
su parte ; Matilde saboreó la suya sin dejar rastro.
De nuevo el tren emprendió su marcha y me volví a dormir. Me
despertó, esta vez, la claridad del alba y el resplandor irreal del paisaje. No
podía creer lo que veía. Había visto nevar, en Madrid, incluso en Barcelona,
pero eran copos pequeñitos que se convertían en agua cuando tocaban el
suelo. Sólo en el cine, o en los cuentos, existía algo parecido a lo que descubría
con la nariz pegada al cristal frío : bosques, montes, valles con pueblecitos
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apiñados alrededor de un campanario, a orillas de un río helado .... todo
blanco, blanco como en los cromos de Navidad.
- Parece un paisaje de los Alpes.
- ¡ Los Alpes ! ¿Cree usted que ... ?
Las dos personas mayores parecían consternadas. Yo, adormecida por el
calor engañoso del vagón, con sabor a chocolate en los labios y los ojos llenos
de aquella ideal blancura, me figuraba vivir una leyenda. Arrellanado en el
asiento, con la cabeza apoyada en las rodillas maternas, mi hermano dormía
profundamente.
14
HUESPEDES PRIVILEGIADOS
Me costó trabajillo pronunciar - y conservar en mi memoria - el nombre
de aquel pueblo : L' Argentiére la Bessée.
- Es que el nombrecito se las trae - dijo, en plan de excusa, Matilde a
quien tampoco se le daba bien.
Era el término de nuestro viaje. Para otros, había sido antes ; fuimos de
los últimos en bajar del tren.
Hacía un frío intenso. Encuadrados por gendarmes, andábamos
penosamente, hundiéndonos en la nieve con nuestro ligero calzado urbano,
bajo las miradas curiosas de la gente del lugar. Un matrimonio de edad madura
se dirigió a los guardias que, después de un breve conciliábulo, nos hicieron
salir de la fila.
- Monsieur et Madame Albert proposent de vous loger gratuitement
dans leur hotel.
Entendí la proposición con una facilidad que me sorprendió.
- Nous ?
- Mais oui. Vous quatre.
- Et les autres ?
- Les autres vont au refuge.
¿Porqué a nosotros ? Mientras traducía a la autoridad superior la
providencial oferta, yo observaba nuestros zapatos manchados de barro,
nuestra ropa arrugada ... Y recordé con horror que el baúl oscuro que me
sirvió de asiento de Figueras al Boulou había desteñido con la lluvia en la mitad
posterior de mi abrigo que era claro. Verdaderamente no estábamos
presentables. Pero viendo el resto del grupo comprendí porqué, a persar de
nuestra descuidada indumentaria, hacíamos aún buena impresión. ¡Cuantas
penas, cuanta miseria, cuantos días de vida errante traducía el aspecto de
aquella pobre gente que seguía el camino hacia el refugio custodiada por
gendarmes.
No creo recordar que el Hotel de la Gare fuese un establecimiento de
categoría internacional pero en aquellos momentos representó para nosotros
el sumo "confort". Tenía camas de verdad, con colchones y sábanas blancas que
olían a colada fresca ; y un lavabo con agua caliente ... Por primera vez desde
que salimos de Camprodón, podíamos desnudarnos, lavarnos, lavar la ropa y,
sobre todo dormir. Dormir, descansar nuestros cuerpos doloridos y olvidar
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durante unas horas los tristes acontecimientos que nos habían llevado por
aquellos parajes.
En otros tiempos, los dueños, que tan generosamente nos habían
acogido, quizás no se lo hubiesen podido permitir. Era la temporada de
deportes invernales y los hoteles solían estar llenos. La amenaza de la guerra,
que empezaba ya a sentirse, al menos en medios bien informados, y la
proximidad de la frontera con Italia habían privado a nuestros posaderos de su
clientela habitual, reducida, por aquel entonces, a escasos viajeros de paso y a
algún miembro ocasional del personal de una fábrica importante que, por lo
visto, era la única industria de la comarca.
Era allí, en la cantina de la empresa, donde nos reuníamos con nuestros
compatriotas a las horas de las comidas que compartíamos con el personal, a
cuyo cargo iba el consumo. El menú era bueno y casi demasiado abundante
para nosotros pero algunos de nuestros compañeros de viaje devoraban hasta
la última miga y repetían, si tenían ocasión, con la avidez de los que llevan tras
sí un largo pasado de privaciones. Algunos de ellos habían abandonado su casa
un año antes, otros más.
Un matrimonio lyonés que alquilaba un apartamento amueblado en
"nuestro" hotel, pasó a saludarnos y nos invitó a comer con ellos (¡ Inolvidables
aquellas deliciosas pastas gratinadas !). La señora, que tenía un comercio
ambulante de atículos de punto, al darse cuenta de que - salvo mi hermano que
llevaba boina - salíamos a pelo, sacó de entre su mercancía unos espesos
pañuelos de lana, recomendando que no dejásemos de usarlos, que era poco
prudente no cubrirse la cabeza con aquel frío ; y, apiadada de mis desnudas y
amoratadas pantorrillas, me regaló también un par de medias de seda artificial
¡ Mi primer par de medias ! Pero la satisfacción de presumir de persona mayor,
con ellas, me duró poco.
- Cuando pueda, dijo mi madre, te compraré unos calcetines de lana que
te abrigarán más y te sentarán mejor. Eres muy pequeña para usar medias.
Yo, francamente, casi deseé que tardase en estar en condiciones de
comprarme un par de aquellos gruesos e inelegantes calcetines altos hasta la
rodilla que llevaban los crios por allí ; por lo menos hasta que la edad me
permitiese prescindir de ellos.
M. y Mme. Gable, nuestros vecinos, no tenían hijos ; como habían oído
rumores sobre nuestro próximo traslado a un lugar menos acogedor,
propusieron que mi hermano se quedase con ellos. Tenían domicilio en Lyon
pero hacían frecuentes viajes á L'Argentiére para asuntos profesionales. Mi
madre se lo agradeció infinitamente pero declinó el ofrecimiento ; no sin cargo
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de conciencia; el niño no estaba aún repuesto de su indisposición y nadie podía
saber lo que nos reservaba el porvenir.
Que nuestra estancia en aquel pueblo fuese corta, era de esperar. No
éramos clientes "de pago" ni para el hotel, ni para la cantina y, por muy buena
voluntad que tuviesen los unos y los otros, tal situación ne podía prolongarse
mucho. En realidad, nuestro cambio de residencia no obedeció a motivos
económicos, si no políticos. Se invocó la mala influencia que nuestra presencia
ejercía sobre el personal obrero de la fábrica, alegando que las atenciones de
que éramos objeto servían a la propaganda comunista...
Nos trasladaron a Briancpn, ciudad de guarnición, donde la ausencia de
industrias y la abundancia de elementos militares, reforzados en esa zona
fronteriza a consecuencia de los acontecimientos internacionales, descartaba
toda empresa subversiva.
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17
EL REFUGIO
El refugio de Briancpn se encontraba al lado de la estación de SainteCatherine, el pueblo bajo (La ciudad antigua está en un alto, tan alto que pasa
por ser la villa más elevada de Francia ; algunos dicen de Europa). Era una
casona destartalada, con grandes ventanales y largos pasillos. Dada su
ubicación, supusimos que estaba destinada a colonias de vacaciones para hijos
de ferroviarios. Tenía instalaciones sanitarias colectivas y unos espaciosos
dormitorios, completamente desprovistos de muebles pero equipados de
gruesas estufas que tiraban bien. Una sala amueblada con una mesa larga y
sendos bancos iba a servirnos de comedor.
No recuerdo si nos condujeron allí directamente pero sí que fuimos
acogidos por un horrible griterío acompañado de una sarta de palabras
malsonantes, pronunciadas con un cerrado acento baturro, a las que contestaba
un florilegio parecido, en el tono chulón típico de los suburbios de Madrid. Dos
mujeres reñían ; eran las que nos servían la cena en sendos barreños de cinc
llenos de una substancia rara y humeante. A nosotros nos tocó la maña, que
parecía terriblemente enojada. Me apartó de un empujón con su impresionante
posterior para hacerse sirio, espetó furiosamente el perol sobre la mesa y se
puso a lanzar "cacillazos" por los platos sin reparar en las salpicaduras.
Más tarde, tuve ocasión de conocerla mejor, incluso de tomarle cariño
pero aquella noche... confieso que me inspiró más temor que simpatía. Y me
prometí hacer lo posible por no hallarme en su camino.
En las habitaciones encontramos montones de paja que, esparcida,
serviría de cama y unas cuantas mantas de soldado que harían oficio de
sábanas, manta y colcha. Unos días después, tuvimos sacos vacíos para
confeccionar jergones con lo que nuestro dormitorio dejó de parecerse a un
establo para semejarse a un hospicio de vagabundos. Por fin, nos trajeron
camas metálicas pintadas de kaki y entonces podíamos hacernos la ilusión de
dormir en un cuartel.
Para conservar algo de intimidad a nuestro pequeño grupo, tendimos
una cuerda de pared a pared que dividía en dos la habitación y durante el día
colgábamos de ella nuestras mantas, o a secar la colada. De ese modo, tuvimos
poco trato con los que ocupaban la otra mitad del espacio que no tardaron en
volver a España.
Después de cumplir todos los requisitos administrativos y sanitarios :
control de identidad, visita médica, vacunas (toda clase de vacunas)... nos
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dejaron salir del refugio y circular libremente por la ciudad, una ciudad
pequeña que, bajo la capa de nieve y hielo, vivía al ritmo aletargado del
invierno montañés, como l'Argentiere poco concurrida por los adeptos de
deportes alpinos ; sólo la salida de la tropa acantonada lograba infundir a sus
calles algo de animación. Sin embargo, en aquel principio de febrero pocos
creían que la guerra se acercaba.
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ALICIA
El día de nuestra llegada al refugio esperábamos, alineados en los
pasillos, que nos designasen nuestra habitación, lo mismo que otro grupo
también recien llegado. Cada dormitorio podía albergar a una veintena de
personas. El intérprete, encargado de la distribución, procuraba no separar a las
familias pero no daba la posibilidad de escoger a sus vecinos, lo que hubiese
complicado seriamente su tarea.
- ¿No les importa que nos pongamos con ustedes ? Diremos que somos
parientes.
Aunque tan rubia como ella morena, la señora se parecía a mi madre.
Tenían la misma estatura, la misma silueta un poco rellena, la misma edad
quizás y se expresaban de la misma manera.
- Con mucho gusto - se apresuró a contestar mi madre que miraba con
inquietud a algunos de nuestros compañeros de viaje cuyo aspecto indicaba
que, desde largo tiempo, no habían tenido la menor ocasión de asearse.
Matilde no decía nada pero, seguramente pensaba lo mismo.
Nos tocó medio dormitorio. Eramos once y en el otro medio debían ser
otros tantos. Extendimos la paja, la cubrimos con mantas y nos acomodamos lo
mejor que pudimos. Luego las personas mayores se presentaron.
La señora rubia se llamaba Pilar y la morena menudita con un
voluminoso cuello de piel que le escondía la mitad inferior de la cabeza, era su
cuñada ; su nombre era ... ¿ Isabel? Creo que si.
No eran catalanas pero venían de la provincia de Barcelona. Pilar era hija
de comerciantes aragoneses y esposa de un funcionario con puesto en
Cataluña. No sabía nada de él desde que se separaron en España, como nos
sucedía a nosotros con respecto a mi padre.
Isabel tampoco tenía noticias de su marido y si excelentes motivos de
inquietud pues le suponía en zona Centro donde la guerra no había
terminado. Sin embargo, junto a Isabel no había penas. Con su gracia innata,
improvisaba pantomimas y números de imitación ; sus modelos preferentes
eran el comisario de policía que nos había acogido a nuestra llegada a Briangon
- cuyo discurso de "bienvenida" reproducía por onomatopeyas irresistibles - y
el intérprete, de origen español, que, en largos años de vida en Francia, había
adquirido un acento raro, inconfundible, muy diferente de los acentos
regionales de los que en el refugio había amplias referencias.
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Pilar tenía dos hijos, niño y niña - que podían tener como seis y tres
años - e Isabel tres : dos chicos y una nena del tiempo de su prima pero era tan
distintas que se podía olvidar el parentesco. Una era espigada y lánguida ; la
otra rechonchilla, mofletuda y revoltosa.
Yo, que pocos días antes jugaba aún con mis muñecas, me sentía atraída
por aquella chiquitína de ojos tristes, con la melena rubia esparcida sobre el
brazo de su madre, decaída como un muñeco de trapo.
- ¿Como te llamas?
- Alicia.
- ¿Quieres jugar conmigo?
- No tengo ganas de jugar.
- ¿Qieres que te cuente un cuento?
-¡No!
No sin pensarlo antes, le ofrecí el único juguete que había salvado del
naufragio. Era un muñeco grande de celuloide que tenía tantos años como yo y
que, al abandonar mi casa, elegí entre todos los demás, creo que por derecho
de primogenitura.
- No, no lo quiero. Quiero a mi papá.
Pilar miró a su hija y suspiró.
- Es así desde que nos separamos de su padre. Y no come nada.
Entonces me acordé de las chocolatinas que la buena Madame Gable nos
había dado al despedirnos ; guardaba una en el bolsillo "para luego" y se la
tendí.
- No tengo gana de comer.
- Yo sí que tengo gana, gritó la primita abalanzándose sobre mi mano. Y
antes de que me diese cuenta, había engullido la golosina.
Pilar movía la cabeza consternada.
- ¡Como siga así, se me va a morir! - había hablado bajo pero a la
sobrinita nada se le escapaba.
- Si se muere Alicia, todas sus cosas serán para mi ¿Verdad, Tita Pilar?
- ¿ Has oído ? - gritó Pilar a su cuñada - Pero ¿a quien sale esta cría tan
egoísta? Y ¿porqué no te mueres tú, cara fea?
La educación de sus hijos no era tema que preocupase mucho a Isabel.
Los chicos parecían crecer y desarrollarse por su cuenta, como la hierba en el
campo : sin problemas. Tal vez no había escuchado. Lo que la preocupaba a la
sazón era el riesgo de encontrarse con piojos y, a juzgar por la fruición con que
se rascaban los crios de enfrente, el enemigo no estaba lejos.
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Yo pensaba en el modo de distraer a Alicia. Con su lasa melena rubia me
recordaba a la heroína de Lewis Carrol, una Alicia melancólica, perdida lejos,
muy lejos del País de las Maravillas ...
22
EL TRABAJO
Si en l'Argentiére el blanco tiraba a gris, un gris mate, liso, sin relieves, en
Briancon brillaba y refulgía bajo un sol agresivo y desconcertante. En Briancon
- calor al sol, hielo en la sombra - todo eran contrastes y contradicciones. El sol,
tan deseado, podía ser nuestro enemigo. El sol de invierno quemaba (como
quemaba la nieve, lo que fue una revelación para muchos de nosotros) nos
hacía sudar y despojarnos de las prendas de abrigo. Luego se escondía tras una
nube, tras un muro, y en seguida sentíamos el escalofrío del resfriado. Y
cuando, de repente, soplaba el cierzo, toda nuestro ropero - en gran parte
provisto por una distribución de ropa usada - resultaba insuficiente para aplacar
la desagradable sensación de frío.
El sol de invierno deslumbraba y producía dolores de cabeza. El cierzo
congestiones cerebrales. No era prudente salir a pelo ; un niño del refugio
murió por no haberlo tenido en cuenta. Como para compensar esa pérdida,
nació una niña, al parecer con ganas de vivir no obstante lo crítico de nuestra
situación.
No estábamos acostumbrados al rudo clima montañés y las condiciones
de vida en el refugio dejaban mucho que desear pues carecíamos de todo, sin
medios para acquirir lo más necesario. A pesar de eso, procurábamos
amoldarnos a las dcunstancias y organizamos lo mejor posible.
Ya por aquellos tiempos, en Francia, los extranjeros candidatos a ejercer
una actividad asalariada debían obtener previamente el visto bueno de la
autoridad laboral que controlaba el empleo de la mano de obra foránea. En el
refugio nadie lo había solicitado pero, al poco tiempo, rara era la huéspeda en
no haber encontrado algo que hacer para ganar algunos francos. Unas
confeccionaban ropa de punto, otras trabajaban en los hoteles donde siempre
necesitaban a alguien para fregar, lavar o remendar, otras hacían faenas en
casas particulares. Los patronos potenciales no faltaban. Las españolas eran
voluntariosas, duras para el trabajo y cobraban lo que querían darles. Las
autoridades no podían ignorar la situación pero, evidentemente, cerraban los
ojos.
Mi madre, que sabía coser y bordar, no tardó en econtrar empleo en un
taller de modista.
La que más y la que menos había empezado por convertir en dinero
francés sus riquezas : pendientes, pulseras y, más frecuentemente, anillos de
boda. Pero el precio del oro (sólo el oro interesaba a los compradores) era tan
23
sumamente bajo en Briancon que el producto de la venta daba a penas para
comprar algún artículo de primera necesidad ; o medicamentos.
Agotado el fruto de su venta, Pilar buscó trabajo y le propusieron uno,
ocasional. Se trataba de fregar vasos en un bar ambulante, con motivo de la
fiesta de una barriada vecina. Fue una triste experiencia que prefirió no repetir.
De vuelta al refugio, con los ojos rojos de haber llorado y la voz ronca de
indignación, nos contó su aventura.
Un cliente del bar - un buen cliente, a juzgar por el número de vasos que
se sucedían en su mesa - no cesaba de mirarla con una insistencia molesta que
ella hizo por ignorar. Por fin, el hombre, con la terca obstinación de los
borrachos, llamó a la patrona y entabló con ella una larga discusión. Se
empeñaba, nada menos que en comprar a Pilar quien no tuvo dudas sobre el
proyecto cuando le vio acercarse barajeando un manojo de billetes (¡Pobre
Pilar, esposa respetable - y respetada hasta aquel día - de un honrado
funcionario de provincia !).
- Si llego a tener un cuchillo a mano, a ese tío le quito yo de en medio declaraba, con tono decidido, limpiándose las lágrimas con el dorso de la
mano... Y añadió que su marido, de haber estado allí, no hubiese necesitado
ni siquiera el cuchillo.
Gran parte del salario de mi madre se quedaba en la farmacia. Mi
hermano seguía con trastornos digestivos ; como la dieta del refugio no era ni
apetitosa, ni... dietética, comía poco y digería peor ; los pantalones de golf que
trajese de España le iban cada vez más anchos.
Era imposible guisar algo en el refugio, tanto como obtener un régimen
especial de comidas. M. Ardanuy, el intérprete, se hizo cargo de la situación ;
como era buena persona y residía en las inmediciones, le llevaba a comer a su
casa, lo que mi madre le agradeció su vida entera. Mi madre y yo, y también
Matilde, estábamos invitadas todos los domingos y era para nosotras un festín.
La región tiene una larga tradición culinaria y la señora Ardanuy, que era
nativa, demostraba ser una excelente cocinera.
El matrimonio tenía dos hijas : una algo más joven que yo y otra "vieja"
(diez y ocho años por lo menos) que pretendía ejercer su autoridad sobre la
pequeña, generalmente con poco éxito ; la chiquilla "le daba diez y siete
vueltas", como decía mi madre riendo al comentar una conversación que había
sorprendido entre las dos hermanas :
- O barres mi habitación o le digo a papá que te he visto comprando
caramelos.
24
- Y yo le diré que te he visto paseando con un soldado.
Aquellas eran palabras mayores. M. Ardanuy, chapado a la antigua, no
permitía la menor infracción a las buenas costumbres. Brianc,on no era más
que un pueblo grande donde todo se sabía y los soldados tenían mala fama,
como ocurre frecuentemente en las ciudades de guarnición. Ni que decir tiene
que la chica mayor se quedó con la escoba mientras la pequeña se escabullía
hacia el refugio. Allí teníamos cita. Me habían dado misión de enseñarle el
castellano pero, como la lengua diplomática era el francés, al fin y al cabo hice
yo más progresos en su idioma que ella en el mío.
Mi madre trabajaba sin descanso, ya en el taller, ya en algunas tiendas de
artículos de confección para hacer retoques. Apenas si la veíamos. Como era
de temer, no recuperamos nuestro equipaje, a pesar de las reclamaciones
dirigidas al organismo perpiñanés donde pensábamos que debía encontrarse y
fue necesario comprar lo indispensable para vestirnos y asearnos. Una
asociación de ayuda a refugiados había distribuido cepillos de dientes y
recibíamos periódicamente jabón para la ropa y algunos sellos de correos. Lo
demás iba por cuenta nuestra. Pilar e Isabel hacían media con primor y no les
faltaba trabajo; los jerseys, las chaquetas de gruesa lana se usaban mucho por
aquella zona de rudos inviernos.
Con tan grato motivo, se me encomendó la guarda de los "peques". Para
los juegos, Fermín, el chico mayor de Isabel se encargaba de los varones y yo
de las dos nenas pero a mi me incumbía el mantener el orden (¡Ardua tarea!) y
el llevar por buen camino a la prole cuando pretendía descarriarse.
Algunas veces, si los juegos me resultaban algo pueriles, me sentaba en
un banco, al lado de "otra" madre, una andaluza triste, que podía llevarme
como cinco o seis años, con pocos arranques y una cría que aún no sabía
hablar, a quien había dado el profético nombre de Angustias.
- Angutia, no ande po la nieve que te va a mohar lo sapato. ¡Muhé! ya te lia
mohao lo carsetine y no tiene otro.
Me contaba todas sus penas (que eran muchas) y cambiábamos
impresiones sobre la dificultad de educar a los niños.
Poco a poco, Alicia fue tomando colores y vigor hasta convertirse en una
chiquilla pizpireta, graciosa y avispada en quien, de no haber asistido a la
transformación, hubiese sido difícil reconocer la desmadejada Alicia de los
primeros días. Mi hermano también había recobrado peso y fuerzas y su
estado de salud dejó de ser la principal preocupación de mi madre que tenía
otros motivos de inquietud. Seguíamos sin noticias de mi padre.
25
NOTICIAS DE LA FAMILIA
Lo primero fue escribir a España. De allí llegaron las primeras cartas,
frecuentemente portadoras de malas noticias. Desde el principio de la guerra,
poco se sabía de los familiares y amigos que se encontraron en zona franquista
y no faltaban motivos de estar preocupados por la suerte de aquellos que se
habían significado como gente de izquierdas.
Efectivamente, la crónica necrológica ocupaba una parte importante en la
correspondencia que íbamos recibiendo. Cuando se trataba de muertos en el
frente, o por enfermedad, de costumbre seguían precisiones sobre las
circunstancias del suceso y la palabra MUERTE figuraba con todas sus letras.
Para las víctimas de la represión, nuestros corresponsales recurrían a perifrases
como : "Juan se ha ido a vivir a casa de su abuela" (fallecida hacía años), o :"Luis
- o Luisa, las mujeres no escapaban a las sanciones - gravemente enfermo/a, ha
sido ingresado/a en el hospital donde estuvo Pedro" (Pedro había estado en la
cárcel cuando lo de Asturias, en el 34).
Algunos recibían avisos disuasivos, como : "Tus amigos vienen a
menudo a preguntar por ti. Les gustaría saber si vas a volver para invitarte a
tomar una copa en casa de Rodríguez" (Rodríguez había muerto o estaba
encarcelado y el destinatario de la carta lo sabía) ; o :"Si tenéis notocias de
Pablo, no se os olvide decirle que su tío Federico (fallecido) le espera con
impaciencia", etc..
Por consiguiente, a la alegría de recibir noticias de seres queridos
sucedían, casi siempre, llantos.
Hubo casos en que la familia residente en España fue punto de
convergencia para los miembros errantes y permitió reanudar contactos entre
los que fueron separados por el éxodo. Casos más bien aislados.
La prensa francesa publicaba largas listas de refugiados que indagaban
sobre el paradero de los miembros de su familia que suponían en Francia.
"Nuestro" comisario de policía, abonado al periódico "L'Indépendant"
que se editaba en Pirineos Orientales, llegó un buen día con el diario en la
mano y se lo enseñó a mi madre.
- Je crois qu'il s'agit de vous.
Y mi madre, riendo y llorando a la vez, leyó y releyó el nombre de mi
padre que, desde el campo de Saint-Cyprien, donde estaba internado, pedía
noticias de su mujer e hijos a quienes pudiesen dárselas. En seguida corrió voló más bien - a enviar un telegrama, preludio a una larguísima carta. La
repuesta llegó sin tardar. Primero un telegrama que mi madre conservó como
una reliquia : "Recibidos carta y telegrama. Contestados ambos. Abrazos".
Después vino la carta que nos resumió, sin dar muchos detalles. Estaba sano y
salvo. ¿Sano? De su salud no decía nada y en Camprodón había tenido un
problema cardiaco. De sus condiciones de existencia contaba poco, comentando
con buen humor algún detalle cómico que nunca falta aun en las circunstancias
más trágicas. De lo que era la vida en los campos de Pirineos Orientales, nos
enteraríamos más tarde.
Unos días después, Pilar recibió, por el mismo conducto, noticias de su
marido que estaba en el campo de Argéles-sur-Mer. En cuanto a Matilde, las
circunstancias en que descubrió el paradero del suyo fueron, como decía ella,
"de novela".
Trabajaba haciendo limpiezas para ganarse algún dinerillo y ese día no
se encontraba bien. Tenía unas reglas muy dolorosas. La "patronne",
comprensiva, hízole sentarse, beber una copita de licor y aplicarse en el vientre
un ladrillo caliente envuelto en una hoja de periódico. Mientras sentía el efecto
benéfico del alcohol y del calor, Matilde miraba distraídamente el bendito
ladrillo y leyó, leyó ... Olvidando sus dolencias, se alzó de un brinco, agitando la
tira de papel y abrazó efusivamente a la buena señora estupefacta y asustada.
Su marido estaba en un refugio, allá por el norte de Francia.
Isabel tuvo menos suerte. Por la prensa, que nos leía a veces M.
Ardanuy, habiámos seguido las tristes peripecias de la guerra - la agonía de un
mundo que había sido el nuestro. La caída de la zona catalana era ya previsible
cuando pasamos la frontera. Lo demás era cuestión de tiempo y lo sabíamos
pero nos quedaba una esperanza : la de que resistiesen nuestras fuerzas hasta
que estallase el conflicto mundial que nos parecía inminente. De ese modo, la
República española, aliada a las potencias democráticas, recibiría de éstas la
ayuda militar de la que tanto había carecido. Todo eso era imaginable pero
nada se realizó. Nuestra guerra terminó demasiado pronto para nosotros. Fue
cosa de meses ; siete meses que cambiaron el destino de un pueblo. Los
gobiernos francés e inglés creyeron salvar la paz - la de ellos - dejando a Hitler
escoger su hora.
En Madrid, el coronel Casado se había sublevado contra el gobierno de
la República y eso puso punto final a nuestras últimas - y tenues - ilusiones ;
pero renacieron las de Isabel al enterarse de la llegada a Francia de Casado.
Estaba casi segura, conociendo sus ideas, de que su marido había participado
en el golpe de Estado y le parecía legítimo que, como su jefe, hubiese
encontrado un avión para ponerse a salvo, sabiendo que sus responsabilidades
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políticas le exponían a una severa condena de ser capturado por los
franquistas. Pero los días pasaron sin que Isabel tuviese noticias de Francia.
Por fin las recibió de España ; era una extraña misiva dirigida a su hijo
mayor ; sólo una lineas bien escritas, una letra fina que Isabel no conocía. Le
anunciaban que su padre, gravemente enfermo, deseaba verles lo antes posible
a su madre y a él. Terminaba con una frase que decía, poco más o menos :
"Juntos tal vez consigamos salvarle". El remite indicaba una dirección en
Madrid, un nombre perteneciente al género epiceno y un patronímico del que
Isabel nunca había oído hablar.
Isabel nos miró asombrada. Leyó la carta en voz alta y cada cual dio su
opinión ¿Quien sería el misterioso redactor? La escritura parecía, más bien,
femenina e Isabel no confiaba mucho en la fidelidad de su esposo. ¿Estaría
herido o enfermo? (El también padecía de trastornos cardiacos). ¿Escondido en
casa del enigmático informador? Ella creía recordar que su marido había
salvado a algunas personas de la justicia expeditiva de sus correligionarios de la
F.A.I. ¿Preso, en espera de ser juzgado? En ese caso, la situación era
desesperada, dadas sus responsabilidades políticas durante la guerra.
De todos modos, no había tiempo que perder ; lo más claro de aquel
tenebroso asunto era que su marido, en peligro de muerte, quería verla. Sin
pensarlo más, fue a apuntarse para el próximo viaje a España que no tardó
porque, tratándose de devolvernos al país, las autoridades francesas no
regateaban facilidades.
No volvimos a saber nada de ellos, como ocurría, generalemente con
los que volvían a España. Años más tarde, cuando ya terminada la guerra
mundial pudimos reanudar nuestra correspondencia, Pilar, nos anunció la
muerte de su cuñado, acaecida poco después de su salida de la cárcel. Había
escapado de milagro al pelotón de ejecución.
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¡ TODOS MILICIANOS...!
No, la gente de Briancon no creía, al principio, en la guerra. "¿Que dice
usted? ¿La guerra? ¡Ni pensarlo! Con Francia no se atreverán".
Hacia nosotros, manifestaban opiniones diversas. Indiferencia, simpatía
(expresada por la gente de izquierdas que poco abundaba en Briancon) y franca
hostilidad por parte de la burguesía y de las familias de militares con
guarnición en la ciudad. (¿"Cree usted que puedan ser gente bien? La gente
bien no abandona su casa ...").
La población civil de Briancon hubo de ser evacuada en 1.940 ...
No ocurría lo mismo con la gente menuda. Entre franceses y españoles
no había ni siquiera problemas de comunicación. Mis jóvenes compatriotas
aprendían el francés con una facilidad que no dejaba de sorprenderme y se
hacían entender, a pesar de aplicar unas reglas de fonética particulares ; por
ejemplo : las "u" francesas las pronunciaban "i", las "ch" eran "s"... Los
"brianconeses", por su parte, llegaban a una comprensión, más o menos
correcta, del castellano por medio del italiano, bastante practicado en esa zona
fronteriza.
Ante el refugio había una cuesta que servía de pista a esos pequeños
trineos que los franceses llaman "luges". Allí, con trineo o sin él, los chicos del
barrio al salir de la escuela y los del refugio compartían los mismos juegos, que
frecuentemente eran unas épicas batallas de bolas de nieve.
Así fueron pasando los días y también las semanas. El sol duraba cada
vez más ; el viento se templaba. De repente, las ramas negras de un manzano
se cubrieron de flores rosadas, la pista de "luges" quedó convertida en prado
verde y luego en alfombra florida. Los juegos también cambiaron y en las
conversaciones se oía ya, con insistencia, la palabra "guerra".
- ¿Tu papá ha ido a la guerra?
- Claro que sí.
- ¿Es miliciano?
- No. Comandante.
- ¿Comandante de milicianos?
- ¡No! de soldados ¿Porqué de milicianos?
- Porque vosotros no tenéis soldados ; tenéis milicianos. Lo ha dicho mi
papá que lo ha leído en el periódico.
Yo también lo había leído. : "Llegada en masa a la frontera de
milicianos ; desarme de milicianos ; internamiento en campos de milicianos ..."
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¿Porqué? Yo no tenía nada contra los milicianos, todo lo contrario. Incluso
quise una muñeca vestida de miliciana, con mono alpargatas y gorro de borla
(solo distintivo militar en la indumentaria de un miliciano). En los primeros
meses de la guerra se veían muchos por Madrid. A mi me divertían los de la
C.N.T. con el pañuelo roji-negro en la cabeza, atado bajo la nuca como los
piratas de los cuentos; algunos se dejaban crecer la barba - que nadie usaba en
aquella época - jurando no afeitarse hasta llegar a Burgos y, probablemente,
hubieran hecho lo mismo con el pelo si la melena no hubiese sido considerada
entonces como un atributo exclusivamente femenino.
Pero todo aquello ocurría en el primer verano de guerra. Después vino
la militarización y los milicianos se hicieron soldados. Encuadrados por oficiales
de carrera o procedentes de las milicias (algunos de éstos han dejado su
nombre en la Historia), vistieron uniforme y marchaban al paso.
Recordaba haber visto también, en Albacete, otra dase de milicias ; eran
los voluntarios de las Brigadas Internacionales que hacían la instrucción en el
parque entonando "Bandiera Rossa", "La République nous appelle .. " y otros
cantos que yo no alcanzaba a comprender. Con su ayuda, generosa y eficaz
pero limitada, el ejército republicano había combatido, durante dos años y
medio, a un enemigo apoyado, con fuerzas y armamento, por dos potencias
extranjeras. ¿Cómo hubiese podido vencer?
Por eso, a pesar de no formularme claramente estas razones, me
molestaba enormemente ese apelativo de "miliciano" que me resultaba
insultante bajo la pluma de periodistas franceses.
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PAQUETES PARA LOS MARIDOS
Las mujeres del refugio enviaban paquetes a los maridos que,
generalmente, habían pasado a Francia con lo puesto y comían peor que
nosotros, que ya es decir. Lo hacían con gusto e, incluso, con orgullo, como si
se tratase de una revancha : hasta entonces habían vivido bajo la tutela
económica del hombre y pienso que les agradaba verse en la situación
contraria. A todas menos a una : Matilde.
Era una joven bien parecida, egoísta y caprichosa, casada hacía pocos
años con un señor que la mimaba y la endiosaba. Recibía de él cartas delirantes
de las que leía a las vecinas algunas frases hiperbólicas. La que le escribió al
enterarse de que se había puesto a servir, traducía una sorpresa apenada un
sentimiento hondo, casi desesperado. ¿ Sería posible ? ¡ Su nena, su reina, su
diosa convertida en sirvienta... ! Estropeando sus blancas manos en beneficio
ajeno y él -¡ desdichado ! - sin poder hacer nada : nada más que lamentar
amargamente estar muy lejos para impedirlo... Matilde, muy ufana, corrió a
enseñar aquellas lineas a quien quiso leerlas.
¡ Ay ! La carta siguiente fue la del desencanto. Esta vez, el marido se
alegraba de que pudiese conseguir un poco de dinero francés ya que él, al no
tener ocasión de trabajar, no disponía ni siquiera de lo mínimo para comprarse
un paquete de cigarrillos. Por eso... si pudiese enviarle un giro... En cuanto
descifró los preliminares, la infeliz Matilde cambió de color. Lloró, pateó y
terminó revolcándose por el jergón como un crío que toma una rabieta.
La población infantil del cuarto contemplaba la escena asombrada y
divertida pero las mamas nos mandaron a jugar al pasillo. Desde allí, se oían
los gritos de Matilde :
- Pero ¿porqué me habré casado con él? ¿Porqué no hice caso a mi
madre? ¡Que razón tenía cuando me decía que era un pobre hombre!
No tardó en presentársele ocasión de zanjar el asunto cara a cara. El
marido de Matilde, que, probablemente, precedió a los combatientes en el paso
de la frontera, no fue a un campo : había sido alojado directamente en un
refugio - según decía, mejor que el nuestro. Consiguió si gran dificultad que su
mujer fuese a reunirse con él por encontrarse en una región de Francia donde
había pocos refugiados. Con tal motivo, poco tiempo después se despedió
Matilde de nosotros, sin gran sentimiento, ni por su parte ni por la nuestra.
Pilar y mi madre habían confeccionado sendos paquetes y, al alimón, los
depositaron en la oficina de correos. El contenido de cada uno era muy
31
parecido : ropa interior, salchichón, queso gruyere (el favorito de ambos
maridos), galletas ... Pilar añadió una tableta de mantequilla, recordando que las
tostadas eran uno de los manjares preferidos de su esposo y como era
fumador - y Pilar no conocía las marcas francesas correspondientes a sus
gustos - puso en el bolsillo de una camisa unos cuantos francos para tabaco ...
Al cabo de dos o tres semanas, mi padre acusó recibo del suyo. Todo
llegó bien. La ropa le iba como un guante (y bien le venía, así podía mudarse) ;
los comestibles riquísimos, sobre todo la mantequilla que tenía gusto á
gruyere...
Pilar se dio en la frente una fuerte palmada. Si el gruyere se había vuelto
mantequilla, la mantequilla... Desde la confección del dichoso paquete, el
tiempo había cambiado repentinamente, pasando de fresco a casi veraniego.
- ¡Por Dios, que tonta he sido! ¡Pero que tontísima!
Pasó algún tiempo y el envío, objeto de tantos sacrificios, fue dado por
perdido. ¡ Pobre Pilar! Contrita y arrepentida, confesó a su marido que, con la
mejor intención del mundo, había cometido una imprudencia. A vuelta de
correo, recibió respuesta con la gran noticia : ¡ lo había recibido ! Con la ropa
algo aceitosa, sin queso y sin la tableta de mantequilla, con unos francos menos
y un recibo que lo justificaba. Era el importe de la multa que la administración
de correos imponía a los que utilizaban sur servicios para enviar artículos no
autorizados. Todo lo demás había sido cuidadosamente colocado y
empaquetado de nuevo.
Pilar, con lágrimas en los ojos, dio gracias a un dios en quien,
seguramente, no creía y a un empleado de P.T.T. que nunca tendría ocasión
de conocer.
32
CONMEMORACIÓN DE LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL
HOMBRE
El tiempo cálido había levantado ánimos en el refugio. El que más y el
que menos, para soportar el rudo invierno alpino, superponía las prendas de
abrigo de que disponía (proporcionado en gran parte por un reparto de ropa
vieja) y calzaba botas de goma o "galoches" (especie de bordeguíes, con
aquellas suelas de madera, que durante la guerra, cuando el cuero escaseó, se
pusieron de moda), atavío tan práctico como poco elegante. Con los primeros
calores, las mujeres se despojaban de él como de una crisálida. Se componían,
se atildaban ... Las que no habían perdido el equipaje lucían sus vestidos
floreados y trotaban garbosas con los altos y finos tacones que el verano
anterior paseasen por las Ramblas.
Hacia fines de mayo empezaron las fiestas en los barrios y los pueblos
vecinos, con bailes campestres o callejeros. Las jóvenes del refugio no dudaron
mucho en participar, a pesar de las críticas de las que lo eran menos. Mi madre
les reprochaba severamente su poco juicio al no tener en cuenta que los
tiempos no estaban para bailes, que nos encontrábamos en tierra extraña y
acogidos por caridad.
Pero ¡cualquiera convencía a aquellas muchachas que salían de una
guerra y cuya sola distracción, en aquellos primeros meses de exilio, había sido
el cine de Sainte-Catherine (en el que nos reservaban, gatuitamente, la primera
fila todos los domingos)... ! Guapas, presumidas y, general emente, buenas
bailadoras, tenían éxito entre los chicos lo que, como suele ocurrir en esos
casos, llegó a ser mal visto por la población femenina del lugar.
Las españolas empezaron a cobrar mala fama. No sin disgusto, nuestro
intérprete se hacía eco de las murmuraciones y observaba ampliarse en torno
suyo un fenómeno de rechazo hacia nosotros. Recibía cada vez más quejas por
nuestro comportamiento. No había cristal roto, rama quebrada o pequeño
hurto que no se atribuyese a los niños del refugio. Finalmente, al haberse dado
casos de enfermedades venéreas en los cuarteles de la ciudad, acusaron
inmediatamente a las españolas lo que era escandalosamente difamatorio. Mi
madre se indignó. Aquellas mocosas podían tener la cabeza a pájaros pero de
ahí a pensar que ...
¿Que serían esas enfermedades de las que hablaban los mayores de
manera recatada, como de algo vergonzoso? Para salir de dudas, pregunté a
Pilar que era más charlatana que mi madre.
33
- Debe ser la sífilis.
- Y la sífilis ¿qué es?
- Pues ... mira, es una cosa muy mala, muy contagiosa.
- ¿Como la sarna y la tina?
- Mucho peor.
- ¿... como ... la lepra ?
- Sí, eso, algo así, terminó Pilar con ganas de salir del paso.
La amenaza de un conflicto con Italia iba, además, tomando cuerpo y
quizás fue ese el motivo oficial para sacarnos de allí. Se decía que nos iban a
llevar a un campo. Al enterarse los dueños del taller donde trabajaba mi madre
propusieron hacer una petición para que la autorizasen a residir con sus hijos
en Briangon donde no le faltaría trabajo.
Mi madre calculó y por más vueltas que dio al asunto no le veía solución
alguna. Por un lado, no ganaba - y no ganaría - lo suficiente para vivir,
enteramente, por su cuenta, pagar un alquiler, comprar muebles, ropa de cama,
efectos de cocina, etc ... ya que el arriendo de un piso amueblado resultaba
muy por encima de nuestras posibilidades. Por otra parte, era poco probable
que Pilar pudiese quedarse con nosotros pero, si así fuese ¿como hacerse cargo
de ella y de los niños, aunque Pilar participase con su trabajo al pago de los
gastos comunes ? De saber lo que nos esperaba, quizás su decisión hubiera sido
diferente.
El día de San Juan amaneció espléndido. No recordaba haber visto la
montaña más bella, los prados más floridos, el sol más brillante.... Pero no me
importaba marcharme. La montaña no me gustaba. Había nacido en la costa y
crecido en la meseta, sin barreras que limitasen mi horizonte. "La montaña, o
en la cumbre o lejos de ella", había oído decir a mi padre - que tampoco era
montañés ; y al no poder subir a lo alto, lo que seguramente me hubiese
agradado, no tenía inconveniente en alejarme de aquellas masas sombrías que
nos rodeaban y nos aislaban del resto del mundo. En cambio, me encantaba el
mar. Decían que nos llevaban a un campo y todos los campos conocidos
estaban en la playa. Y me puse a soñar con arena, olas y chapuzones, con largos
baños de mar que iban a ser mi ocupación diaria, puesto que no tendría otra
cosa que hacer.
Probablemente, era yo la única que se alegraba. En el autobús que nos
conducía, nadie manifestaba el menor entusiasmo. Algunas lloraban ¿Porqué ?
¿No les gustaría el mar? De pronto, la idea de un valle de leprosos me atravesó
la mente. Quise indagar interrogando a mi madre y a Pilar pero comprendí que
el talante de una y de otra no estaba para conversaciones.
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Hacia medio día, llegamos ante un recinto cerrado por alambradas. Un
gendarme abrió la puerta, el autobús penetró en el cercado y se inmobilizó
frente a un edificio en cuya fachada leí:
Pont la Dame
CENTRE DEPARTEMENTAL DE VACANCES
Aspres sur Buech (Hautes Alpes)
Nos hicieron apear del vehículo y ponernos en fila, nos contaron y
recontaron, luego el autobús se marchó, la puerta alambrada se cerró tras él y
nosotros nos quedamos presos.
Era el 24 de junio de 1.939. Un día hermoso. Francia celebraba con gran
solemnidad el 150° aniversario de la Declaración de los Derechos del Hombre.
35
CAMPO DE CONCENTRACIÓN
A primera vista, no había ni arena ni mar (a segunda tampoco, como
tuve ocasión de comprobar poco después). Era un terreno con algo de
arbolado, rodeado de montañas, no tan altas como las de Brianc,on pero mas
feas.
Un grupo nutrido de gente asistía a nuestra llegada, mantenido a
distancia por los gendarmes. El campo parecía estar ya muy poblado. Mientras
nos contaban, una de las residentes reconoció entre las recien llegadas a una
amiga - o pariente - suya, la llamó, corrieron a abrazarse y fueron separadas
brutalmente por dos gendarmes que las enviaron, de un empujón, cada una a
su bando. Ese incidente era revelador del trato que nos iba a ser reservado.
Después de haber quedado de acuerdo sobre el número de los
ingresados, nos permitieron circular dentro de los límites marcados por las filas
de alambres con púas. Al otro lado estaba el mundo exterior y la libertad, la vía
férrea que corría a lo largo de las alambradas, un paso a nivel sobre la carretera
bordeada de manzanos, una casa de labranza un poco más lejos y, todo
alrededor, montañas y más montañas.
Eso abarcaba nuestra vista pero nuestro territorio era mucho más
reducido. Yo, por aquel entonces, no había visto ningún "camping" pero es algo
así lo que evoca aquel terreno en mi memoria : un "camping "no exactamente
de primera categoría. Al edificio de la entrada - que debía haber sido un centro
de vacaciones, a juzgar por la inscripción de la fachada - hacía frente otra casa
parecida pero algo más pequeña. Los gendarmes ocupaban la planta baja de la
primera (lógicamente apodada "gendarmería") ; en el primer piso y la
buhardilla habían sido instaladas familias refugiadas, probablemente las
primeras llegadas a Pont la Dame. El segundo edificio hacía oficio de
enfermería y servía de alojamiento, si no recuerdo mal, al médico español y a
su familia.
El resto del espacio estaba ocupado por dos filas perpendiculares de
viejas construcciones de dos plantas - la baja sin ventanas, la alta de techo
abuhardillado, cubierto de chapas de cemento - con, en el ángulo, un caserón
más alto medio en ruinas, otro que servía de comedor y un hangar abierto a
todos vientos donde estaban instalados unos cuantos lavaderos (con agua
corriente mientras duró el buen tiempo). Más lejos, en una especie de barracón
habían instalado la cocina y al final, lindando con la alambrada, teníamos los ...
36
WC : cinco o seis cabinas hechas rudimentariamente de tablones. Por medio del
campo, corría un riachuelo que alimentaba una charca.
Para empezar, los gendarmes nos distribuyeron por las habitaciones
vacantes. A nosotros nos tocó una en planta baja, frente a la "gendarmería".
- Combien étes-vous ?
- Seis.
- Six ; bon, il en manque quatre. Allons, quatre personnes !
Se adelantaon tres. Y ¿a quien vi llegar?. ¡¡¡A Vicenta, la baturra de
marras!!! La que tanto me asustó la tarde de nuestra llegada a Briancon ; con
quien había evitado cuidadosamente todo contacto hasta aquel día... Un día
aciago en todos los aspectos ...
Las otras eran María, también aragonesa pero mucho más discreta y
una catalana siempre enlutada que se llamaba Catalina. Como el cupo no
estaba cubierto (por lo visto, los gendarmes querían alojarnos por grupos de
diez), empujaron hacia nosotros a una joven de modales bruscos, cuya
cabellera de un rubio platino que realzaba a veces un maquillage de "star"
hollywoodiense, había alimentado los comentarios poco amenos de las almas
piadosas de Briancon. Pero a la rebelde Anita la opinión ajena parecía
importarle algo menos que un bledo. Sostenía con descaro las miradas críticas francesas o españolas - sacudía la oxigenada melena y proseguía su camino con
paso seguro y ritmado como corresponde a una adepta del deporte. En el
refugio la tenían poca simpatía y ella pagaba, en general, con la misma
moneda.
Una vez completo el efectivo, pudimos entrar en nuestro nuevo
aposento : un local con puerta al exterior, sin ventanas y completamente vacío,
a parte unas cuantas balas de paja que íbamos a tener que deshacer y esparcir
para hacernos las camas, lo que nos recordó nuestra llegada a Briancon ; más
aún cuando recibimos los sacos para confeccionar jergones y, por fin, las camas
de soldado. Pero la comparación no iba más lejos. No teniamos ni luz eléctrica
(ni de ninguna clase, aparte la del día - si se dejaba abierta la puerta), ni estufas,
lo que nos hizo suponer que no pensaban hacernos pasar allí el invierno.
El piso era de tierra. De las paredes, que tenían el mismo color, se
desprendía un olor de humedad poco agradable ...
Mi hermano y el chico de Pilar se fueron a jugar. Alicia me tiraba de la
mano para que fuera, yo también, con ella y las personas mayores se miraban
en silencio, consternadas. Nuestro "standing" había dado un bajón que me
resultaría difícil evaluar en número de estrellas, al no existir, que yo sepa,
estrellas con signo negativo.
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NUESTRAS NUEVAS VECINAS
Tal y como la recuerdo, después de varias décadas pasadas, Vicenta tenía
la corpulencia de una "diva" y también la potencia vocal, pero cantaba poco y
no precisamente ópera. En cambio, su rostro era fino y armonioso, de piel
delicada, con unos ojos claros de felino que centelleaban cuando se enrabiaba,
lo que le ocurría cada lunes y cada martes. Poseía también el más extenso
repertorio de palabrotas que he conocido en mi vida.
A punto de casarse, a principios de la guerra, dejó plantado a su novio,
rico y de derechas, no por desaveniencias políticas sino porque los franquistas
habían detenido a su padre. Cuando las tropas republicanas entraron en el
pueblo, se casó, sin pensarlo mucho, con uno de los libertadores y con él
pensaba reunirse cuando saliese del campo - y él del suyo.
María, su paisana y amiga era más reservada. Había adelgazado mucho,
en poco tiempo, lo que le preocupaba, temiendo haber contraído una
enfermedad grave y el médico español se abstuvo de todo pronóstico porque
los medios de que disponía no le permitían llevar muy lejos sus
investigaciones. A pesar de eso, participaba concienzudamente en todas las
tareas. Era dura para el esfuerzo y ningún trabajo le asustaba. Había hecho, en
Brianc,on, algunos ahorrillos y su ambición era salir de aquel maldito campo y
trabajar más para comprar a su Tomás, mutilado en la guerra, una pierna
artificial que le permitiese andar normalmente. Pensaba volver a España
"cuando echasen a Franco" y no quería que los falangistas "esos hijos de la gran
p...."pudiesen reirse de su marido, viéndole cojear..
Si María detestaba cordialmente a los falangistas, no era sólo por
cuestiones políticas.
Cuando estalló la guerra, su pueblo se encontró bajo control de los
rebeldes. Toda la gentuza - nos contó - fue a enrolarse en la Falange y el primer
trabajo de aquellos neófitos fue el de limpiar el pueblo de todos los elementos
de izquierdas. Apenas si le dio tiempo, a su marido, para cruzar el Ebro y
ponerse a salvo en las filas republicanas. Defraudados, los "depuradores" se
ensañaron con ella. Saquearon su casa, con las culatas de los fusiles barrieron las
repisas de vajilla ... y las mujeres de los falangistas se repartieron su ajuar de
recien casada. Pero no era sólo eso.
En la calle era objeto de insultos y sarcasmos que había de aguantar sin
rechistar ("Cada vez que iba al lavadero y veía a aquellas zorronas tender mis
sábanas bordadas ...¡ y encima se me reían y me cantaban coplas!").
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Decidió encerrarse en su casa pero no tardaron en ir por ella para
conducirla a una cárcel de Zaragoza. En la prisiones "nacionalistas" la muerte
rondaba a cada instante ; sin proceso, un mal día decidían deshacerse de
algunos detenidos, se los llevaban en un camión y los fusilaban contra una
tapia. María no podía ignorarlo ; a una vecina de celda, embarazada, que
estaba allí por no haberse casado por la iglesia, vinieron a buscarla en cuanto
dio a luz. Entonces tomó miedo. Tragando lágrimas y amor propio, pidió
ayuda a un tío suyo, capitán de la Guardia Civil, con quien no mantenía muy
buenas relaciones y gracias a su intervención la pusieron en libertad.
No hubiese debido volver al pueblo ; pero lo hizo y siguió su calvario
hasta no poder más. Aquella noche atravesó el Ebro por un vado,
aprovechando el estiaje, tanteando el fondo con un palo para no caer en un
pozo donde, al no saber nadar, se hubiese ahogado inevitablemente. Por fin,
alcanzó la otra orilla, exhausta, sin fuerzas ni recursos pero libre.
María no hablaba, como otros, de venganza. Su anhelo era poder volver
al pueblo con dignidad, con la cabeza alta y eso le parecía imposible si lo hacía
del brazo de un marido arrastrando lamentablemente una "garra" de palo. De
ahí su empeño en adquirir, a cualquier precio, un moderno aparato de prótesis.
El tercer miembro del trío, Catalina, venía del sur de Cataluña. Era una
mujeruca delgada y triste - tristeza y delgadez acentuadas por sus ropas,
eternamente negras. Hablaba poco y no se reía nunca pero tenía buenas
ocurrencias, "buenos golpes", como decía Pilar.
Nunca hablaba de ella, pero supimos - porque todo se sabe - que un año
antes, cuando el avance de las tropas franquistas hacia el Mediterráneo la echó
del pueblo, había perdido todo : su casa y su hijo único que hubiese tenido mi
edad. Sólo le quedaba su marido, internado en el campo de Barcarés y dos
hermanos en el de Bram.
A pesar de su aspecto enclenque, Catalina poseía una fuerza física y
moral sorprendente. Nunca la oí quejarse. Como era servicial y sabía hacer de
todo pronto y bien, no tardó en hacerse indispensable a nuestra pequeña
comunidad, sin dejar de observar su actitud modesta y reservada. Valía
mucho, según decía mi madre ; también sabía hacerse respetar, sin gritos ni
aspavientos.
Anita también era catalana. Barcelonesa. Había abandonado los estudios
para trabajar como obrera en una fábrica de armamento : consigna del Partido ;
Anita militaba en las Juventudes Socialistas Unificadas y, con el entusiasmo de
sus diez y nueve años, deseaba reanudar la lucha en cuanto la ocasión se
presentase.
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Pero no se presentaba. En Briangon, el partido comunista no estaba
representado y en el refugio las mujeres oponían a sus tentativas proselitistas
un apolitismo militante, arguyendo, no sin razón, que en nuestra situación era
mejor "no meterse en líos".
En el campo era distinto. Vivíamos entre nosotros, en un mundo
claustral donde el único elemento extranjero eran los gendarmes que estaban
allí para mantener el orden público y, naturalmente, oponerse, por la fuerza si
era necesario, a toda tentativa de evasión. Además, la población joven
abundaba y entre ella Anita se encontraba en su elemento. Lo que no sabía era
que llegaba un poco tarde. Los que tenían una conciencia política - la mayor
parte - militaban ya pero en las organizaciones anarquistas y como las
convicciones de aquellos muchachos eran tan fuertes como las de Anita, todas
las predicaciones de nuestra vecina estaban, de antemano, condenadas al
fracaso.
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LOS JÓVENES
El terreno de maniobras de Anita era una colonia de mozalbetes de
quatorce a diez y ocho años que venían de diversos horizontes. Muchos eran
aragoneses y catalanes pero había también vascos, castellanos y andaluces,
entre ellos dos hermanos, supervivientes de la trágica evacuación de Málaga.
Aparte algunas gamberradas - como la de hacer agujeros en las paredes
de los retretes, lo que nos obligaba a llevar una hoja de papel suplementaria
para entaponarlos - la conducta de aquellos chicos, sin freno ni ley, daba poco
que decir. Era de pensar que algunos, entre los mayores, ejercían cierta
autoridad sobre los más jóvenes.
Llevaban tanto tiempo separados de sus padres (varios de ellos - los
madrileños en particular - desde los primeros meses de la guerra) que algunos,
ni siquiera sabían si eran o no huérfanos. Las gestiones emprendidas para
localizar a las familias - como, seguramente, las que éstas efectuaban para dar
con el paradero de los chicos - eran largas y laboriosas y la vuelta al hogar se
hacía, para muchos, esperar.
Sin embargo, los mayores, los más comprometidos políticamente,
tenían poco prisa en que los padres los reclamasen ; temían, más bien, esa
orden de extradición a la que no podrían sustraerse, siendo menores de edad.
Los más listos tomaron la precaución de no manifestarse, poco deseosos de
someterse, por una parte al régimen franquista que habían combatido, y, por
otra, a la autoridad paterna a la que no estaban descontentos de haber
escapado.
Y se decían que más tarde escribirían al pueblo. Más tarde ; cuando no
corriesen el riesgo de encontrarse, quieras o no, al otro lado de la frontera.
Aunque también menor de edad, Anita no tenía ese dilema. Su madre,
viuda y sin más hijos que ella no quiso salir de Barcelona. Recibía de ella unas
cartas cariñosas y nostálgicas pero que no decían nunca "vuelve", lo que,
conociendo a Anita, no era de extrañar. Al parecer, no había sufrido represalias
por la actuación política de su hija, lo que tampoco extrañaba a Anita. Nos
contó que antes de salir para siempre de su casa fue a ver a una vecina, bien
conocida en el barrio por sus ideas de derechas. Le recordó que, sabiendo que
pertenecía al bando opuesto, no la había denunciado por tratarse de ella, pero
exigía la reprocidad con respecto a su madre y la hacía responsable de lo que
pudiese ocurrirle; si no, cuando se volviesen las tornas .... ¿ Quien iba a pensar
41
f
que las tornas no se volverían nunca ? La vecina prometió y, por lo visto,
cumplió. La madre de Anita no fue molestada.
42
LOS HOMBRES
Aparte esos muchachos, el elemento masculino del campo era bastante
reducido. Había, sin embargo, algunos hombres, todos pertenecientes a
quintas no mobilizables, que habían pasado la frontera con sus familias
respectivas : mujer, hijos, nietos... Estaban encargados del aprovisionamento en
leña para la cocina, y se les autorizaba a salir del campo para este menester.
Periódicamente, se iban al bosque armados de hachas y podones, para volver,
horas después, tirando, como borricos de un carro cargado de troncos.
Los más ancianos estaban exentos de faena. Recuerdo, en particular, a un
viejecito vasco y a su mujer, secos y arrugaditos como pasas ; ninguno de los
dos hablaba castellano y sin el nieto, un chico ya mayor que les servía de
intérprete, se hubiesen encontrado casi completamente incomunicados. Eran
los únicos supervivientes de la familia después del bombardeo de Durango por
los alemanes y manifestaban hacia éstos un odio feroz.
- ¿Alemanes? ¡Cortar cabeza! - gritaba la abuelica, con su voz cascada y
temblona, haciendo gesto de cercenarse el cuello.
El más joven de todos, debía ser el Maño que vivía en una barraca
próxima a la nuestra con su mujer y una chica de mi edad, la única hembra de la
familia, por lo que había caído bien a pesar - o a consecuencia - de haber
venido al mundo cuando nadie la esperaba. Tenía también varios hijos, ya
mayores, que pasaron la frontera con la tropa y habían sido enrolados en
compañías de trabajo.
Habiendo conservado sus hábitos rurales, se levantaba con el sol y al no
tener en que ocuparse, se paseaba a lo largo de los barracones, gruñendo y
jurando como un condenado, importándole poco las protestas de los que
arrancaba con sus voces a un sueño que reparaba fuerzas, aplacaba temores y
hacía olvidar penas. Como era testarudo y tenía mal genio, nadie se atrevía a
llamarle al orden. Ni siquiera su mujer que se guardaba muy bien de llevarle la
contraria.
Era uno de esos a quien esperaban con impaciencia los "amigos" para
enviarle a reunirse con sus antepasados. Al recibir tan desagradables noticias, él
se carcajeaba ; no necesitaba que le dijesen lo que podía sucederle si volvía a su
tierra.
Como en la promiscuidad del campo todo terminaba por sabersese, no
faltó quien contase la historia del Maño.
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Al principio de la guerra, su pueblo se encontró en zona franquista.
Militantes de una organización de izquierdas, sus hijos y él cruzaron el Ebro
cuando la amenaza de la "depuración" se hizo sentir.
Las bandas de "depuradores" iban, con la lista de "rojos", de casa en casa
y la suya no fue la última en ser visitada. De costumbre, al no encontrar a los
hombres, se llevaban a las mujeres ; la suya fue pelada a rape después de haber
bebido, bajo la amenaza de los fusiles, un gran vaso de aceite de ricino. Pero
uno de los justicieros encontró el castigo leve.
- ¡Vamos a cortarle las tetas!
Le desabrocharon la ropa y de ella sacaron los pechos largos y flácidos
de una mujer envejecida, más por los duros trabajos y las maternidades
sucesivas que por los años. Los verdugos parecían defraudados.
- ¡Dejadla! ¿No veis que es una vieja? - dijo uno.
- ¿Y la hija?
- ¡Ah, con que tienes una hija! Que poco nos lo habías dicho.
Más excitados, se pusieron a buscar a la zagala y uno de ellos volvió
arrastrado de la mano a la pobre Serafina - que debía tener entonces unos diez
años - sucia de haberse escondido en la cuadra, con la cara churretosa
chorreando de mocos y lágrimas.
Los otros contemplaron la mísera presa y se marcharon entre contritos
y furiosos. (Creo que tres años más tarde, la mocosa lo hubiese pasado peor.
En el campo, tal y como la recuerdo, con sus trece abriles precoces, Serafina
prometía ya lo que, seguramente, no tardaría en ser : una linda moza).
Cuando el ejército republicano atravesó el Ebro, el Maño volvió a su
pueblo y al enterarse de lo ocurrido, tomó la justicia por su mano. Todos los
culpables no habían huido.
Por eso, imaginaba muy bien lo que podía esperar de la clemencia
"nacional" y - ni que decir tiene - no pensaba somerse a ella por mal que le fuese
por tierras francesas.
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LOS ENEMIGOS
Si el concepto de ecología hubiera sido conocido en aquella época,
podríamos convenir en que vivíamos de manera totalmente ecológica. Sin gas
ni electricidad, sin petróleo, sin carbón, sin productos industriales, salvo
microscópicas raciones de jabón ...hasta sin escobas.
Lo malo es que había polvo, cada vez más polvo a medida que avanzaba
un verano caluroso y seco ; por más que regábamos el suelo antes de barrerlo
con ramas de brezo, siempre volaba algo que se depositaba enseguida en los
relieves. Apenas conseguir echarlo fuera, un soplo de viento nos lo devolvía
con creces. Las paredes, el techo, el suelo, todo lo que nos rodeaba, tanto en el
cuarto como fuera de él - y hasta, creo yo, nosotros mismos - todo tenía color
de polvo.
En aquellos caserones medio desvencijados, abandonados hasta nuestra
llegada y muy sumariamente "rehabilitados" para albergarnos, medraba,
además, la fauna propia a esa clase de lugares : arañas, lagartijas, escarabajos ...
¡Ratones!
Cuando dormíamos en el suelo, frecuentemente, nos despertaban los
gritos de Vicenta o - menos agudos - de Pilar : las dos sentían pánico ante esos
animalitos que, por derecho de antigüedad, se creían en su casa y se paseaban
por allí como Pedro por la suya. Eran tan atrevidos que hasta anidaban en la
paja, corrían por los jergones y se metían entre las mantas. A mi, no es que me
resultasen muy simpáticos pero en aquellos tiempos no había quien me
despertase en plena noche, de no ser los chillidos de Vicenta, más eficaces que
un toque de diana.
Toda la habitación en pie de guerra, grandes y chicos, sacudía las mantas
y blandía las ramas de brezo que nos servían de escobas, prestos a sacudirlas
sobre el intruso hasta dejarlo tieso. Después de la ejecución (si el reo no había
conseguido escapar), alguien - que no era ni Vicenta, ni Pilar - cogía por el rabo
los restos mortales del supliciado y los tiraba al campo por la puerta
entreabierta. La alerta pasada, cada uno volvía a su montón de paja a esperar a
que volviese el sueño con la esperanza, tantas veces defraudada, de dormir de
un tirón hasta bien entrado el día.
Otro enemigo, también difícil de combatir pero contra el cual ganamos la
batalla, eran los piojos. En realidad, nada estaba ganado definitivamente, la
lucha era incesante. Había que lavar frecuentemente la ropa y el pelo. En
cuanto sentíamos el menor picor, pasábamos el peine espeso por nuestra
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cabellera y todas las semanas, incluso cuando llegaron los fríos,
enjabonábamos concienzudamente nuestras respectivas anatomías, lo cual, a
falta de cabina, hacíamos individualmente en la barraca mientras los demás
ocupantes iban a tomar el sol; o el fresco.
Pero ocurría que, al salir limpios como pimpollos del lavado, las vecinas
de arriba barrían su cuarto y nos caía encima el polvo por entre las numerosas
rendijas del tablado de sencillos listones, que era suelo de ellas y techo nuestro
- ¡Cochinaaaas! ¡guarraaaaaas!- aullaba Vicenta, mirando al cielo. - ¡Que
me acabo de lavar!
- ¡ Anda, pues lávate otra vez ! ¡Nos ha "amolao" esta! ¿Es que no vamos
a poder barrer? .¡Y, encima, nos trata de guarras ... La guarra serás tú! protestaban, airados, los tablones.
Vicenta juraba y soltaba una sarta de palabrotas, de esas que no se
pueden oír ni, mucho menos, pronunciar ; luego, bruscamente, se calmaba.
Tuve ocasión de comprobar que aquella mujerona no era tan fuerte ni tan
temible como parecía ; sus rabietas, como las tormentas de verano, hacían
mucho ruido pero pasaban enseguida.
- ¿Porqué chilla así Vicenta? - pregunté á María cuando empecé a tomar
confianza.
- Porque es más loca que un cesto de gatos. No le hagas caso.
Seguí su consejo y, desde entonces, perdí el miedo a Vicenta. No
tardamos mucho en ser buenas amigas..
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EL ALUMBRADO
Sin luz artificial, teníamos que acostarnos "a la hora de las gallinas", lo
que no convenía a Anita que fue muy decidida a la gendarmería pidiendo que
nos diesen lámparas.
- Des lampes ! Et quoi encoré ... ? Allez, foutez le camp!
Era una mala idea. Estaba claro que teníamos que valemos de nuestros
propios medios que eran, más o menos, los que tendrían los hombres
prehistóricos poco después de descubrir el fuego. Fabricaríamos un candil.
Teníamos una taza de ojalata por persona. Sacrificándonos uno de nosotros, es
decir, bebiendo dos en la misma taza, podíamos disponer de una que,
aplastada en pico en el que se pasaba una mecha de trapos, se convertía en una
lámpara de aceite muy decente. Sólo faltaba el aceite.
La enfermería no estaba muy bien provista en medicamentos pero
había aceite de hígado de bacalao, de ricino y de parafina. El primero podía
sernos útil como medicina pero nuestra alimentación no justificaba el uso de los
dos restantes, entonces ...
El bueno del médico no debía explicarse que tantos pacientes pudiesen
padecer de indigestión o de estreñimiento crónico, pero daba, sin hacerse de
rogar, el fransquito de purgante o de laxante que alimentaba nuestro
alumbrado de fortuna.
¡Despedía un humo ...! Pero terminamos por acostumbrarnos y, cuando
llegó el mal tiempo, pudimos cerrar la puerta sin quedarnos a oscuras y
prolongar un poco la velada para acortar las noches, las interminables noches
de invierno.
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LA CORRESPONDENCIA
Nuestras barracas estaban edificadas sobre una plataforma, casi a nivel
del campo por nuestro lado pero tan alta como yo en el lado opuesto donde
había una escalerilla, utilizada, en particular, para ir al comedor que estaba
cerca. A mi me parecía más rápido y divertido saltar desde arriba, a pesar de
las advertencias maternas.
- Terminarás rompiéndote una pierna y, ese día, no vengas con quejas.
Lo que tenía que ocurrir ocurrió. No me rompí nada - aunque lo temí
un instante - pero el dolor del tobillo me hizo cojear varios días y me tocaba
disimularlo en presencia de mi madre, prefiriendo apretar los dientes cuando
me enviaban a por agua al lavadero que recibir un bofetón, por bien merecido
que me pareciese.
Delante de la plataforma se extendía una esplanada que era, a la vez, el
mentidero y el lugar donde nos reunían. Allí se nos comunicaban, a toque de
campana, los avisos y órdenes de la autoridad. Allí también tenía lugar,
diariamente, la distribución del correo.
Cada mañana, "Limaco" llegaba del pueblo con un zurrón lleno de las tan
anheladas noticias. Tocaba la campana y, cuando le parecía haber reunido
bastante gente, empezaba la distribución.
Limaco era un chico de la colonia, uno de los mayores, a quien los
compañeros daban ostensiblementes de lado. Hablaba perfectamente el francés
y los gendarmes tenían en él cierta confianza lo que le valía las funciones de
intérprete, cartero y recadero. Era servicial, bien educado y formal. Los otros,
juzgando que "se arrastraba" ante los gendarmes, le apodaron "limaco"; no le
conocí otro nombre.
- ¡Benita Fuentes!
- ¡Aquí! - gritaba la interesada agitando el brazo. Entonces, Limaco daba
la carta a la primera mano que se tendía y así, de mano en mano, el sobre iba
circulando hasta su destino final.
Era también Limaco el que se encargaba de llevar nuestras cartas a la
oficina de correos de Aspres sur Buéch, que era el pueblo más cercano.
En la correspondencia del grupo, se me había confiado una misión
delicada : la de escribir la dirección en los sobres cuando los toponímicos
franceses resultaban algo enrevesados a nuestras compañeras. Lo hacía
concienzudamente, esmerándome en la caligrafía (que no había sido mi punto
fuerte en el colegio). Mi aplicación llegó a ser apreciada. Me enteré por María
48
que descifraba, en voz alta, una carta de su cuñado. Las mujeres leían, casi
siempre en voz alta las cartas de los hermanos, de los cuñados o de los primos ;
no las de los maridos. Sólo, a veces, comentaban algo, entre ellas, en voz baja,
riéndose ; entonces mi madre les echaba una mirada severa (como a nosotros
cuando hablábamos mal) y nos mandaba a jugar a fuera.
Ese día, hojeaba yo un "Flechas y Pelayos" que mi tía de Barcelona nos
enviaba de vez en cuando "para que no se nos olvidase el español", cuando
María pronunció : "... di a esa chica tan lista que te escribe los sobres que si .... "
María se echó a reir y continuó leyendo en voz baja unas frases que mi madre
escuchó arrugando el ceño. Sólo pude oír algo como "mis compañeros y yo ..."
- ¿Que ha dicho? - quise saber, legítimamente interesada.
- Nada, tonterías ¿Por que no vas a dar una vuelta, que hace sol?
El tono de mi madre no permitía réplica y me quedé con la gana de
saber lo que aquellos señores decían a propósito de mi letra ; pero continué
humildemente mi tarea sin que ninguna otra alabanza llegase a mis oídos. La
única en no recurrir a mis servicios era Anita, que había cursado bachillerato y
de francés andaba mejor que yo. Además no tenía a nadie en un campo
francés.
María servía de escribiente y de lectora a Vicenta que no sabía leer ni
escribir. Cuando Vicenta recibía carta, se aislaban las dos en un rincón, María
leía en voz baja y Vicenta escuchaba religiosamente. La respuesta obedecía a
un rito parecido, sólo que María trazaba, con aplicación, en un cuaderno
apoyado en las rodillas, las frases que Vicenta le dictaba a media voz.
La correspondencia era el único lazo que nos unía al mundo real. El
nuestro era otro planeta, un planeta con su vida propia y sus propias reglas,
olvidado, perdido en la inmensidad del universo, sin más contacto intersideral
que los queridos trozos de papel, sin más emisario que ese pobre Limaco que
pasaba por haber vendido su alma. El mundo real nos ignoraba ; seguía dando
vueltas, sin nosotros, y no, precisamente, en buen sentido. El infernal torbellino
que nos había arrastrado, lo mismo que a abisinios, chinos, checoeslovacos ....
se ensanchaba. Las amenazas alemanas contra Polonia eran cada vez más netas
y, esta vez, las democracias no podrían retroceder, como lo habían hecho en
otras ocasiones.
Mejor informados que nosotras, los hombres comentataban los
acontecimientos, que se precipitaban, y también las pequeñas y grandes
miserias de universos concentracionarios, tan cerrados y absurdos como lo era
el nuestro : la construcción de chabolas que se llevaba la tramontana, la caza a
los piojos, los conflictos con los senegaleses ...
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Los que se habían incorporado a compañías de trabajo, pensando ganar
algún dinero y reunirse con la familia, no corrían mejor suerte. Los prisioneros
de guerra beneficiaban ya de una convención internacional bajo control de la
Cruz Roja, pero los refugiados españoles, sin estatuto legal, ni organismo de
tutela, estábamos sometidos a la buena (o mala) voluntad de la autoridad
francesa más inmediata. Generalmente, las compañías de trabajo dependían
del mando militar y nuestros compatriotas vivían los inconvenientes de la vida
de soldado sin beneficiar de ninguna ventaja. Las duras faenas (trabajos de pico
y pala casi siempre) eran diarias, el salario simbólico y los permisos inexistentes.
Los buenos o malos tratos dependían del talante de los guardianes.
Todo eso alimentaba las conversaciones en las largas veladas de verano,
cuando los pájaros callaban y cantaban los grillos.
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EL MENÚ DE CADA DÍA
También en aquella sociedad de no-consumo era preferible tener dinero.
Con dinero podíamos adquirir algo de lo que nos faltaba en el campo, que era
casi todo, incluso los artículos de primerísima necesidad y también los
medicamentos que no existían en la enfermería dotada de un arsenal
farmacéutico de lo más reducido.
Una vez por semana, un vendedor ambulante de comestibles era
autorizado a penetrar en el recinto del campo. Los que tenían medios podían
acquirir algunos víveres como chocolate, mantequilla, fruta,... con que mejorar
el régimen alimenticio y proveerle en vitaminas de las que carecía totalmente.
Los que no los tenían, se conformaban con el menú diario, poco
apetitoso y menos variado. Estaba compuesto de una taza de café con leche y
un trozo de pan para desayunar, un plato de legumbres o patatas para comer y
cenar; a mediodía, nos daban además un trozo de carne (guisada siempre con
una salsa picante que disimulaba lo dudoso de su frescura) y postre : una
cucharadita de mermelada. ¡Ah! y una taza de vino tinto que dejaba en el fondo
unos feos posos negruzcos. El pan, por suerte, no estaba racionado.
Las patatas, no muy bien preparadas, se podían comer pero las
legumbres .... Las lentejas ... (¡quien hubiese tenido las de Barcelona, limpias y
bien cocidas!) eran "naturales", es decir con chinas y gorgojos, suplemento de
proteínas del que hubiésemos preferido prescindir. Lo añejo de las judías y - en
particular - de los garbanzos se notaba en su admirable resistencia a la cocción ;
recuerdo que un día, cuando nuestras reclamaciones fueron ya escuchadas aunque no siempre seguidas de efectos - un grupo de mujeres con Pilar a la
cabeza llevaron a los gendarmes un plato de garbazos que, al lanzarlos sobre la
mesa, en vez espachurrarse, rebotaban como si fuesen de madera.
- Parecen balines ¿verdad? - dijo Pilar - De haberlos tenido en España no
hubiese ganado Franco.
Que quisiéramos o no, todo aquello se consideraba comestible ; y lo era.
La prueba es que los bidones de "sobras" alimentaban a los cerdos de las
granjas cercanas y nunca se oyó hablar de muertes sospechosas entre la
población porcina de los alrededores.
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FOLKLORE.
Entrado el verano, la temperatura llegó a ser canicular pero las noches
eran frescas. En cuanto el sol caía daba gusto reunirse en la esplanada. Las
madres charlaban en corros, los niños jugaban y las chicas mayores flirteaban
con los mayores de la colonia... A veces, se formaba una coral,
improvisadamente. Bastaba que uno lanzase al aire una frase cualquiera de un
cantar conocido para que siguiesen los demás.
- Desde Santurce a Bilbao - empezaba un solista.
- Vengo por toda la orilla - continuaba el coro.
El repertorio era poco variado; o bien cantos bélicos :
- El ejército del Ebro ....
Una noche elríopasó ¡Ay Carmela, ay Carmela!
(
)
- Con el quinto, quinto, quinto
con el Quinto Regimiento
o nostálgicas canciones que evocaban la patria chica :
- ¡Adiós Asturias !
Cuando te volveré a ver
Que quieres que te traiga, que voy a Madrid
No quiero que me traigas, que me lleves sí...
Anita cantaba bien - y no sólo La Internacional (es decir, cantaba todo
menos La Internacional, que era mejor no entonar como no fuese muy bajito
para que no lo oyesen los gendarmes) :
- Al aire van las fuertes escuadrillas ...
- Si hubiesen sido tan fuertes no estaríamos aquí, mascullaba Pilar.
Una maña, que tenía una voz de oro, salía a veces por jotas. Entonces,
dos bailadoras, una vasca y otra aragonesa, se lanzaban al ruedo y giraban, con
paso aereo, con los brazos alzados hacia el cielo rosado donde apuntaban ya las
estrellas.
En los campos de la playa habían celebrado el quatorce de julio, fiesta
nacional francesa. Me parece que hablaban de concursos de castillos de arena,
de representaciones teatrales, o algo así. Nosotros, cuando nos enteramos, era
ya tarde pero los libertarios decidieron hacer una fiesta, días después, en
52
conmemoración del diez y ocho de julio. Hubo quien señaló la incoherencia de
festejar el día en que estalló una guerra que tan funestas consecuencias había
tenido para nosotros, pero los autores del proyecto alegaron que, para ellos,
representaba el principio de la revolución y nadie les llevó la contraria. Como
las distracciones no era lo que más abundaba (¿Que abundaba en el campo?),
no faltaron voluntarios para ayudar a la realización ; y así fue como en la tarde
de aquel tan señalado día, tuvo lugar un espectáculo de "varietés",
verdaderamente variado.
En la planta alta de los barracones, en la que la colonia de los chicos
había sentado los reales, existía una ventana que se abría hasta el suelo, como
si fuese un balcón sin barandilla. Allí decidieron poner el escenario. Desde el
mismo, alféizar, para poder ser vistos de la mayoría - y procurando no dar un
paso demás hacia adelante - los artistas representaban su número ante el
público "instalado" como podía, los de atrás de pie y los de primera fila
sentados en el suelo.
Hubo canciones, recitados, chistes, historietas ... Una señora gordita
cantó sola el coro de las viudas de "Las Leandras". Un hombre, con voz de
barítono, entonó la canción del vagabundo de "Alma de Dios". Uno de los
malagueños, que era tartamudo, recitó, sin tartamudear, varios célebres
poemas ...
Sospecho que mi madre, en España, se sentía algo frustrada cuando sus
amigas exponían con orgullo las primorosas labores de sus hijas. Y es que yo,
para las labores ... En todo caso, se desquitó al ocurrírseme escribir, durante la
guerra, algunos versos patrióticos (que me parecieron pronto detestables). No
había reunión a la que yo asistiese sin que me tocase recitarlos y los elogios de
circunstancia no compesaban el mal rato que me hacían pasar.
Seguro que habló de ellos en la barraca porque Anita se empeñó en que
los recitase el día de la fiesta.
- ¿Yo? ¡Ni hablar! Para que se rían de mi ....
Ya que no pudo convencerme, me los pidió prestados para recitarlos ella.
Como mis obras completas se componían de cuatro o cinco estrofas pongamos seis - me las sabía de memoria y pude transcribirlas fácilmente en
un trozo de papel que le cedí, con la condición "sine qua non" de que
mi..."maternidad" en el asunto no fuese mencionada.
Me dio su palabra pero quiso que subiese con ella al "escenario", para
servir de apuntador, por si le fallaba la memoria. Subí, me escondí en la
sombra y Anita se puso a recitar, con su voz de tribuno, sin necesitar mi
intervención. Después de los aplausos reglamentarios, la muy traidora se
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volvió, como si quisiera saludar a la asistencia y, de repente, congiéndome por
los hombros me presentó en la ventana, gritando : "¡Aquí está la autora!" ....
Todavía no se lo he perdonado.
La atracción principal de la fiesta fue, como siempre, la actuación de la
"jotera".
Para cantar bien la jota
hay que ser aragonés ...
Jacinta era de Teruel y cantaba con toda su alma aquellas coplas tan
sencillas, sin pretensiones literarias, que conmovían profundamente a sus
paisanos :
Es la Virgen del Pilar - la que más altares tiene,
Que no hay pecho aragonés - que en su fondo no la lleve.
He conocido en exilio a muchos aragoneses, anarquistas la mayor parte
pero también comunistas o, sencillamente de izquierdas, sin partido. Todos
anticlericales. Pero, tratándose de la Pilarica ... Cuando una jota la nombraba, se
anudaban las gargantas y a veces un lagrimón resbalaba por la curtida mejilla
de campesino de uno de aquellos trabajadores rudos, recios ... y ateos.
De ahí hasta hacerla una aliada ....
La Virgen del Pilar dice
que no quiere ser fascista
que quiere ser capitana
de las fuerzas anarquistas (o del partido comunista, según la ideología
del cantor).
Los gendarmes asistían a nuestras manifestaciones folklóricas,
probablemente porque, lejos de la familia y de de todo centro urbano, tenían
casi tantos motivos de aburrirse como nosotros. Pero a ellos los relevaban. No
sé con que periodicidad porqué, para mi, nada era tan parecido a un quepis
como otro quepis.
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LA ESPERANZA
Los días se iban sucediendo con una monotonía desesperante pero
vivíamos en espera de que algo se produjese y cambiase nuestra situación
¿Qué? No lo sabíamos. Quizás un prodigio.
Algo así ocurrió. La carta de mi padre no tenía el matasellos de SaintCyprien, sino el de un pueblo desconocido de Pirineos Orientales. ¡Había salido
del campo!
Del campo se salía, generalmente, para volver a España ; los hombres
para al alistarse en compañías de trabajo o en la Legión extranjera. Pero mi
padre no se encontraba en ninguno de esos dos casos. Le habían trasladado a
uno de los refugios del S.E.R.E., un organismo que funcionaba con fondos de la
República española que no conocíamos y del que, al parecer, nadie en el campo
había oído hablar. En aquel lugar perdido, lejos de todo, nos parecía vivir
olvidados del resto del mundo ; "dejados de la mano de Dios", solía decir mi
madre.
Y, sin embargo existían dos organismos de ayuda a refugiados : la
J.A.R.E. (Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles), de tendencia Prieto y el
S.E.R.E. (Servicio de Emigración para Refugiados Españoles), de tendencia
Negrín que funcionaban con fondos de la República española
El S.E.R.E. había alquilado varios hoteles en centros balnearios del
departamento catalán - poco frecuentados por los "curistes" en razón de los
acontecimientos - con el fin de alojar a refugiados ; a un muy pequeño número
de refugiados, desgraciadamente. No recuerdo si mi padre llegó a saber a quien
debió el privilegio de encontrarse entre ellos.
Nos decía en su carta que había emprendido gestiones para nuestro
traslado a ese refugio pero que los trámites podían ser largos por parte de las
autoridadades francesas. En Pirineos Orientales había plétora de refugiados, lo
que podía explicar que el Prefecto pusiese más interés en autorizar salidas que
en admitir entradas. El de Altos Alpes, a su vez, no hacía prueba de mucha
diligencia en dar el visto bueno a las salidas salvo para volver a España ; en ese
caso, no había inconvenientes.
En aquel momento, sólo detuvo nuestra atención el primer párrafo, el
que expresaba la posibilidad de reunimos con mi padre. Mi madre nos abrazó,
a mi hermano y a mi, y nosotros nos abrazamos a ella. En sus ojos brillaba,
alegre, una lucecita que debía ser la esperanza.
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EL FIN DEL MUNDO
¿Cómo se supo? No lo sé. El caso es que la noticia cundió como humo de
pólvora : el fin del mundo se acercaba. El día 27 de julio, Marte iba a pasar tan
cerca de la Tierra que el choque parecía inevitable. Es lo que resultaba, según
decían, de los cálculos de un sabio americano.
¿Quien los ponía en duda? Quizás las personas mayores pero los niños,
por lo menos los de mi edad tomamos la noticia por palabra de Evangelio y
andábamos seriamente perturbados. Nuestra suerte estaba dictada ; un sabio
no se equivoca nunca, y menos si es americano.
- No quiero morirme aquí, protestaba, obstinadamente Serafina, la hija
del Maño.
- Aquí o en otre sitio, si hay que morirse .... se resignaba Nuria, una
catalana paliducha que contaba siempre cosas tristes.
Los chicos, protectores, nos tranquilizaban.
- No hay que tener miedo. Será como una bomba muy grande. No nos
daremos cuenta de nada; nos dormiremos y no nos despertaremos.
- ¿Y si ocurre de día?
El veintisiete de julio, tan temido, acabó por llegar. Nos lo pasamos
mirando al cielo, azul, nítido, sin sombra alguna que se interpusiese entre
nosotros y el sol, lo que no conseguía tranquilizarnos ; el choque podía
producirse en las antípodas y dejarnos pulverizados antes de que el menor
signo nos avisase del peligro.
Se puso el sol y todo quedó igual. Nosotros vivos, cada cosa en su sitio y
la gendarmería frente a nuestra puerta, con todas las vetanas abiertas porque
hacía calor. Yo no conseguía alcanzar el sueño. ¿Dormirme y no despertarme?
Bueno. Pero entonces no vería más a mi padre que se dormiría lejos de
nosotros, como tantos otros padres tan solos como él. Ante la injusticia del
destino, una pena y una rabia impotentes me agitaban.
Bajo la puerta cerrada, un rayo de luz anunció el alba de un nuevo día. El
plazo fatídico había pasado : no moriríamos aquel 27 de julio. Entonces,
aliviada como debe de estarlo el superviviente de un cataclismo, me quedé
dormida, sin rencor hacia el sabio americano que, finalmente, se había
equivocado en sus cálculos.
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SALUDOS
En el campo no se recibían visitas. No creo que por estarnos prohibidas ;
pienso más bien que nadie se aventuraba por aquellos parajes. Sólo una vez,
una señora pasó a ver a una antigua pensionista del refugio de Guillestre, que
había trabajado en su casa antes de que los refugiados de Altos Alpes fuesen
concentrados en Pont la Dame. Si no recuerdo mal, se vieron por entre las
alambradas, la señora le entregó, apartando los alambres de púas, un paquete
con algunos comestibles y se marchó llorando a moco tendido, lo que nos
demostró que aún quedaban personas sensibles en el mundo "libre".
La prueba es que, además, teníamos un amigo. Era el maquinista del
tren que pasaba diariamente a lo largo de las alambradas. Antes de llegar,
pitaba largamente para anunciarse y al pasar nos saludaba con el puño en alto.
Viniendo del exterior, las muestras de amistad eran poco frecuentes y el
saludo al tren llegó a ser la principal distracción de cada día. Al primer silbido,
todos los crios del campo - y también los mayores - estábamos frente a la vía,
puño levantado, mientras una fila de cabezas curiosas salía por las ventanillas.
Los gendarmes se enfadaron.
- Arrétez ! C'est interdit!
- II est interdit de saluer ? - preguntó Anita.con tono candido.
- D est interdit de lever le poing !!! - contestó furioso el gendarme.
¡Como que íbamos a darnos por vencidos! Anita pasó la consigna ; a la
mañana siguiente, corrimos a las alambradas y al paso del tren agarramos la
fila de alambre que se encontraba por encima de nuestra cabeza. El efecto era el
mismo pero los gendarmes no pudieron decir nada. Como no estaba prohibido
apoyarse en el cercado ...
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BAÑOS DE RIO
El verano llegó a ser tórrido y no disponíamos de nada para
refrescarnos. No había duchas. Para lavarnos teníamos que transportar el agua
en cubos, los que los tenían, y utilizar recipientes de fortuna para un mínimo
de higiene. Pasado mediodía, el calor era sofocante y nadie se atrevía a salir de
su barraca hasta caído el sol. Un olor de hierba seca envolvía el campo que
parecía abandonado por sus habitantes. No se oían ni voces ni trinos de
pájaros ; no se veía bicho viviente.
Una tarde, un grupo de chicos de la colonia, apostando sobre un
relajamiento de la vigilancia a la hora de la siesta, intentó ir a bañarse al Buéch,
que pasaba a proximidad, pero al otro lado de las alambradas. Para
franquearlas, habían elegido un lugar discreto - detrás de los retretes - donde
pensaban no ser vistos desde la gendarmería y, sigilosamente, pasaron entre
dos filas de pinchos, con riesgo de dejar en ellos tiras de camisa - o de piel.
Pero (¡ay!) nuestros gendarmes tenían el sentido del deber y si dormían
con un ojo velaban con el otro. De pronto, unos silbidos estridentes rompieron
el silencio, seguidos de ruidos de carreras por los matorrales.
Los candidatos a bañistas no tardaron en volver ; los más vivos por
donde habían salido ; los otros - la mayoría - por la puerta encuadrados por
gendarmes. Varios de ellos se quejaron de haber recibido golpes.
No íbamos a tardar en ser testigos de un incidente mucho más grave.
58
REBELIÓN
Era una radiante mañana de agosto. El sol emergía de la montaña y, con
sus rayos, oblicuos aún, idealizaba nuestro poco idílico paisaje, engalanándole
de un nimbo dorado. El campo comenzaba ya animarse pero yo me había
despertado mareada y volví a la cama, que me hacía el efecto de una barca
movida por las olas.
La campana había sonado antes de la hora del correo para anunciar que
un reparto de jabón de tocador (don de una organización benéfica) iba a tener
lugar detrás de la gendarmería. ¡ Jabón de tocador... ! La ración de jabón
corriente que nos daban, para la ropa y la higiene personal, era tan sumamente
exigua que todo el campo se mobilizó ; eso contó Pilar que estaba ya de vuelta
con su pastilla en la mano. Poco después se produjo el incidente.
Parece ser que los gendarmes, que controlaban la distribución,
observaron que un chico de la colonia ya servido se había puesto otra vez en la
cola. Un guardia le sacó a bofetones sin tener en cuenta los gritos de
indignación de las mujeres. Maruja, una castiza madrileña de esas que nada
arredra, salió de la fila y se encaró con el agresor.
- ¡Oiga tío bruto, ya podrá con él! ¿No vé que es un crío, que ni siquiera
tiene madre para defenderle ? ¡Bestia, más que bestia !
Que el gendarme entendiese o no en sentido de las imprecaciones, el
tono y la actitud de las que las pronunciaba no dejaban lugar a dudas.
Sujetando al muchacho con una mano, agarró el brazo de Maruja con la otra y
se llevó a los dos por delante hacia la gendarmería.
- ¡Ahora le va a tocar a ella!
La anciana madre de Maruja se desmayó y unas cuantas mujeres la
llevaron a su barraca. Las otras estaban desatadas.
Ante nuestra puerta, Pilar, con la cabeza metida en un barreño,
extrenaba su pastilla de jabón cuando el griterío le hizo enderezarse y a mi
también. Titubeando me acerqué a la puerta.
-¿Porqué gritan?
- No sé ¿Donde andará Alicia?
- Como siempre, en primera fila.
¡ Como no ! Alicia, curiosa y viva, se introducía en todos los corrillos y, a
su manera, estaba al corriente de todo le que ocurría de alambradas para
adentro ; nada escapaba a la perspicaz mirada de sus ojos castaños, chispeantes
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y expresivos. En aquel momento la vimos llegar detrás a un grupo de mujeres
y a la llamada de su madre, vino hacia nosotras de mala gana.
- Alicica, ven aquí ¿ Que pasa ?
- Que la mamá de Maruja se ha "ponido" mala.
El vocerío, clamores lanzados por centenas de gargantas, se acercaba.
Los manifestantes desembocaron en la esplanada, desplegándose frente a la
gendarmería. Mi madre salió de entre ellos y arengó a varias espectadoras que
asistían a los acontecimientos desde sus respectivas puertas.
- ¡ Venid acá ! ¡Hoy son ellos y mañana podéis ser vosotras ; o vuestros
hijos !
Pilar se irguió, echó hacia atrás sus cabellos mojados y se incorporó a
filas.
- ¡Cuida de Alicia! - me gritó.
El sol, ya alto, inundaba la esplanada, calentando los cascos y los ánimos.
Toda la población del campo, solidaria y amanazadora, hacía cara a los
gendarmes que apuntaban con los fusiles. A mi se me había pasado el mareo.
Consciente de mis responsabilidades, agarré fuertemente la falda de Alicia,
sabiendo que la picara chiquilla intentaría escapar a mi vigilancia, y no cedí ni
a protestas, ni a tirones.
- ¡No, que no! Tú te quedas aquí, conmigo.
Me lanzó una mirada furiosa desde lo alto de sus cuatro años, gritando
en tono indignado.
- ¡ Huy que chica ! ¡ Ni que fuera mi mamá !
Los gendarmes parecían indecisos. La vida de un refugiado no tenía
mucho valor pero hacer fuego sobre un grupo de mujeres, niños y ancianos era
poco glorioso y hubiese podido plantearles problemas de llegar el asunto a
otras esferas. Por otra parte ¿Quien sabe lo que hubiese ocurrido si hubieran
hecho ademán de disparar? Eramos muchos, estábamos unidos y dispuestos a
todo.
La situación era tensa, tanto que cualquier gesto podía provocar la
catástrofe..
- ¡Alto ! ¡No os mováis!
El Rubio, un joven catalán, serio y reservado, que ocupaba con su familia
la barraca contigua a la nuestra, se adelantó. Era amigo de Anita pero no
compartía sus ideas. El era anarquista.
- ¡Ven! - le dijo - Vamos a parlamentar.
Avanzaron los dos, hacia los fusiles en posición de tiro. El Rubio levantó
la mano en signo de paz y empezó a hablar. Anita traducía.
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Los gritos habían cesado ; la gente escuchaba atenta, inmóbil, cuando un
silbido anunció el paso del tren. Todos a una, nos volvimos en dirección de la
vía y setecientos puños levantados saludaron al maquinista, ante las miradas
impotentes de los gendarmes y asombradas de los viajeros que se agolpaban
en las ventanillas.
Las negociaciones terminaron en armisticio. Los gendarmes consentían
en soltar a los presos a condición de que cesase el motín. Nos dispersamos,
pues, con la consigna de seguir en alerta, prestos a intervenir do nuevo si lo
tratado no fuese cumplido.
Pero lo fue. Maruja y el muchacho fueron liberados y una salva de
aplausos los acogió a su salida de la gendarmería.
P
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LA LECCIÓN DE ESCRITURA
Residía entre nosotros una familia que, a pesar - o a causa - de su
discreción, no pasaba desapercibida. Estaba compuesta de un señor anciano, de
hidalga figura, blancos cabellos, bigote y perilla y de dos muchachas de aspecto
señoril, hijas o nietas suyas. Era gente reservada, amable y cortés, cualidades
que destacaban con el trato rudo que era más bien la regla en nuestro mísero
entorno.
- Parece una familia castellana de rancio abolengo, observó Anita.
¡Que se le ocurrió decir! Vicenta se levantó como picada por un alacrán.
- Oye, catalanucha de m
¿Que tienes que decir de los castellanos? ¡La
que rancia serás tú ! ¡ y los catalanes!
Para Vicenta - para no pocos catalanes también - eran castellanos todos
los que no hablaban catalán y, sobre ese particular, ella se sentía más castellana
que si hubiera nacido en Burgos. Por otra parte, guardaba muy mal recuerdo
del recibimiento que le habían hecho al llegar refugiada a la provincia de
Lérida; por eso no perdía ocasión de hablar mal de los catalanes en presencia
de Anita, sin tener en cuenta que Catalina, a quien le unía una sólida y larga
amistad, era también catalana.
¡Tú y los catalanes!- repitió encarándose con Anita, un poco escamada al
ver que su insulto no surtía el efecto esperado.
Anita, se encojió de hombros y dijo algo sobre la necesidad de instruir al
pueblo. Y, efectivamente, algo se hizo o, por lo menos, se intentó.
Los más estudiosos de los "confederados" tomaron por su cuenta eso
que, en tiempos, fuese una iniciativa comunista : las "Milicias de la Cultura".
Formaron un grupo "docente", al que se sumó Anita, obtuvieron permiso para
utilizar el comedor como aula de estudios y se repartieron a los futuros
alumnos según los resultados de un pequeño examen para determinar el nivel
de cada uno. A Anita le tocaron los párvulos, entre los que se encontraba Alicia,
pero también ... Vicenta que se había decido a aprender las letras. Mi madre se
echó a reír.
- Perdona, Anita, pero... no quisiera estar en tu lugar.
- ¿Porqué ? Anita estaba segura de si misma y a tozuda no había maño
que la ganase. Ya veríamos de lo que era capaz. Efectivamente, no tardamos en
verlo.
Alicia asistió a clase el primer día y declaró que ya sabía bastante para ir
a jugar y a correr por el campo, ejercicios mucho más divertidos. Anita no se
62
dio por vencida y trató de imponer lecciones a domicilio, fuera de la horas de
curso. Con toda su paciencia, empezaba contando un cuento que la alumna
rebelde escuchaba con interés pero, en cuanto veía aparecer la menor hoja de
papel, se esquivaba con una pirueta. Y Pilar se negaba a emplear métodos
coercitivos alegando que sus hijos ya tenían bastante con vivir encerrados en
un campo de concentración.
Por el contrario, Vicenta, que había recibido recientemente una carta de
su marido, escrita por primera vez de su puño y letra, parecía animada a seguir
su ejemplo; sobre la marcha, fue a encargar un cuaderno al bueno de Limaco.
Nada más recibido el material, pusieron las dos manos a la obra. La
primera lección consistía en aprender a trazar la letra a. Anita escribió la
primera linea y Vicenta agarrando vigorosamente el lápiz, se dispuso a
copiarla, sentada en el borde de la cama con el cuaderno sobre las piernas y la
nariz en el cuaderno.
Cuando volví, después de la clase de aritmética, revisando mentalmente
la regla de compañía, quedé clavada en el umbral, sin saber si debía entrar o
no : Vicenta, sola en el cuarto, seguía sentada en la cama y lloraba como un
becerro. Era impresionante ver llorar a Vicenta ; más aún que oírla gritar
cuando se enrabiaba.
- ¡ Vicenta ! ¿ Pero que le pasa?
Se sonó estrepitosamente.
- ¡ Que quiero que se escache el mundo ! - (¡Anda! ¿ Que le habría hecho
el mundo a Vicenta ?).
- ¿Porqué?
Sin contestarme, me señaló con la punta del pie el cuaderno que yacía
por los suelos. Lo recogí, lo examiné ... En la primera página - la única escrita vi las "as" de Anita y debajo los signos que Vicenta había trazado esforzándose
en imitar al modelo ; con éxito menguante, hasta la tercera linea, donde se
interrumpían.
- Bueno; no está mal para empezar. Tendría que seguir...
-¡¡VETE A...!!
No me lo hice repetir. Otras, con más autoridad que yo, la habían ya
dejado por imposible. Sólo Anita perseveró, empeñada en llevar a cabo su
misión y acabó por renunciar, vituperarando contra la terquedad de los
aragoneses. Vicenta replicó propinando a los catalanes todos los epítetos
malsonantes de su rico y florido repertorio ; para concluir proclamó que podía
seguir viviendo sin saber leer ni escribir, ya que su padre tampoco sabía y
había ganado más dinero que tantos señoritos, de esos que saben mucho de
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letra. Anita, cada vez más furiosa, gritó que hubiese debido emplear parte de él
para enviarla al colegio y salió de estampía sin conseguir cerrar la puerta de un
portazo, porque estaba sujeta con un canto.
Durante varios días no se dirigieron la palabra.
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DESILUSIÓN
Los ahorros que mi madre hizo en Briancon, se hubiesen agotado de no
ser alimentados de vez en cuando por giros postales que mis tíos, residentes en
Argentina, non enviaban. A Pilar le quedaba ya muy poco de los suyos y le
molestaba tener que aceptar, sin poder corresponder, la ayuda de mi madre
que compartía con ella el producto de sus compras. Eso la determinó a escribir
a su familia, dando cuenta de la situación. No sin repugnancia. Temía recibir
por respuesta, algo como : "te está bien empleado ; ya ves como teníamos
razón, que ese hombre no te convenía ; que no no era un buen partido ... etc.".
Los padres, en efecto, no habían aceptado de buen grado a un yerno a quien
reprochaban, entre otros defectos, sus ideas de izquierdas.
Tuvo la agradable sorpresa de leer sólo frases cariñosas que anunciaban
el envío de un paquete.
Impacientemente esperado, el paquete llegó al fin, voluminoso y ligero.
Contenía una muñeca preciosa para Alicia y un juguete para su hermano ; para
Pilar un elegante pañuelo de seda y para los tres una cajita de dulces con la
marca de la mejor confitería de Zaragoza.
Pilar contempló aquellas riquezas con tan poco entusiasmo como el
árabe del cuento cuando perdido en el desierto, medio muerto de hambre, de
sed y de fatiga, descubrió, hundida en la arena una bolsa repleta de oro. Con su
peculiar buen humor se echó a reir.
Abrió la caja y nos convidó a bombones con el gesto ceremonioso que
hubiese convenido en una tertulia de salón. Una vez más admiró el lujoso
embase suspirando.
- ¡ Si se volviesen jamones...!
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LA MULTA
Iba avanzando el verano y la inminencia de la guerra se hacía patente.
No recibíamos prensa, pero los gendarmes si y lo que leían era probablemente
la causa de su creciente mal humor.
Eran el blanco preferido de todas sus iras los chicos de la colonia. Por
primera vez uno de ellos fue detenido y encerrado en el sótano de la
gendarmería.
No sabíamos si le daban o no de comer, y los gendarmes no nos
permitían circular alrededor del edificio que ocupaban. En los corrillos que se
formaron, la mujeres manifestaban su inquietud y la más atrevida, una
asturiana, tan generosa como mal hablada, decidió indagarlo. Cuando llegó la
noche, se acercó sigilosamente al tragaluz y preguntó en voz baja :
- ¿Te han "dao" de cenar esos hijos de p... ?
La linterna de un gendarme barrió la oscuridad.
- Votre nom ?
Soprendida y deslumbrada, la mujer balbuceó sus nombre y apellidos.
- C'est bon, allez vous coucher ! Allez, ouste!
Contó lo ocurrido a sus compañeras de barraca que la tranquilizaron.
Aquello era sólo una advertencia. De haber tomado sanciones, lo hubiesen
hecho en el acto. Pero no fue así..
A la mañana siguiente, dos gendarmes llamaron a la puerta.
- Juana Ruiz Morales ? Venez ! On vous emméne.
Decían que la habían hecho poner de rodillas en un rincón de la
gendarmería. El campo empezó a mobilizarse pero, esta vez, los gendarmes
habían tomado precauciones : no tardó en llegar un camión de guardias
armados de fusiles que se llevó a nuestros compatriotas esposados como
criminales. No pudimos más que asistir a la escena apretando los puños, mudos
de impotente rabia
Pasado algún tiempo, nos avisaron que los dos habían sido juzgados y
condenados a doscientos francos de multa cada uno o - si no tenían medios
para pagarlos - dos meses de cárcel.
¿Cómo iban a tenerlos aquellas criaturas? Doscientos francos era, para
cualquiera de nosotros, una pequeña fortuna. Pero ¿Quien iba a consentir que
dos de nuestros compañeros pasasen dos meses en una cárcel francesa por un
delito que nadie se explicaba claramente?
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Se abrió una suscripción a la que cada cual participó - o no participó según sus posibilidades y se llegaron a recaudar aquellos cuatro cientos francos
que hubieran sido mejor empleados en comprar los artículos de primerísima
necesidad de que tantos carecían.
Entregamos a los gendarmes el importe del rescate y los presos fueron
liberados, es decir, devueltos al campo, discretamente, sin manifestaciones de
ninguna clase ni por parte de las autoridades, ni por la nuestra.
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¡ AQUEL MES DE SEPTIEMBRE ....!
Aquel mes de septiembre, fértil en acontecimientos históricos, empezaba
mal.
Las tropas alemanas invadieron Polonia, haciendo inevitable la entrado
en guerra de Francia. La noticia se extendió por el campo, seguida de la
angustiosa pregunta "¿Que va a ser de nosotros?" Si Italia entraba también en
guerra, lo que, al ser miembro del Eje, parecía lógico, la frontera italiana no
quedaba tan lejos ...
Por otra parte, mi hermano, se había caído jugando, y arrancado la piel
de ambas rodillas ; ese día la carne estaba tan cargada de picante que pocos la
comieron, pero él si. A la mañana siguiente se despertó con fiebre ; las rodillas
hinchadas y purulentas asustaron a mi madre e, incluso, al médico español que
no sabía que diagnosticar ¿ Intoxicación alimenticia ? ¿ Infección intestinal ?
Ante la duda, se conformó con ponerle a dieta.
La dieta, en el campo, se resumía a una taza de leche diaria. Al cabo de
unos días, mi hermano seguía con fiebres altas y sin más alimento que la taza
de leche. No hubo modo de que le aumentasen la ración.
Al otro lado de las alambradas, a pocas decenas de metros - bastaba
cruzar la vía férrea y la carretera - había una casa de labranza. Mi madre pidió
a los gendarmes que la permitiesen ir a comprar leche y se lo negaron. Repitió
la petición al anciano alcalde de Aspres, administrador del campo sin obtener
mejor resultado.
- Si vous sortez du camp, les gendarmes vous mettront en prison.
Mi madre perdía la cabeza. Ella, tan animosa siempre, se encontraba
completamente desarmada ante un problema al que no encontraba solución. Y,
sin embargo, la tuvo, acreditando lo bien fundado del refrán "No hay mal que
por bien no venga".
La solución fue uno de los efectos de la declaración de guerra. Los
gendarmes, que eran jóvenes, salieron para el frente y fueron remplazados por
un destacamento de guardias móbiles de más edad, probablemente
"reservistas", con más juicio y mejor voluntad. El jefe se personó en cada
barraca para presentarse y hacerse cargo por sí mismo de la situación ; mi
madre aprovechó su visita para reiterar la demanda que fue inmediatamente
aceptada y no tardó en traer de la granja leche y también fruta con lo que mi
hermano fue entonando el estómago cuando estuvo en condiciones de comer.
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La convalecencia fue larga . Las llagas duraron lo que duró la guerra. A
penas si se le habían caído las costras cuando fue firmado el Armisticio.
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LA CALEFACCIÓN
Los días acortaban a ojos vistas y las noches refrescaban. Empezamos a
abrigarnos para ir al comedor, a acortar las veladas campestres que
proseguíamos a puerta cerrada, alrededor del candil. Cuando el viento, agrio,
se levantaba, sólo salíamos si era menester y a paso ligero para cubrir en
menos tiempo la distancia.
El campo iba perdiendo bullicio y habitantes. Muchos chicos de la colonia
habían ido a reunirse con su familia. Entre los demás reclusos, el desaliento
crecía a medida que iba entrando el mal tiempo y las filas para volver a España
se alargaban. Quienes pretendían no poder regresar al pueblo porque, en los
primeros días de la guerra ..., recordaban que también habían escondido en su
casa al mosén, cuando Fulano quería ajustarle las cuentas por haberle
denunciado en el treinta y cuatro; sin contar que Mengano....
En realidad, entre todas nuestras compañeras de reclusión, las que
arriesgaban pena de muerte yendo al país no eran muchas. Pero una vez en él
se les iba a plantear otro problema y no menor : el de ganarse la vida. Que el
marido se quedase en Francia o que volviese a España, donde, sería juzgado y,
en el mejor de los casos, encarcelado, las perspectivas para la familia eran
desastrosas. La mayor parte de aquellas mujeres no habían trabajado nunca,
fuera de las faenas caseras, no tenían oficio ni beneficio ; las que habían dejado
algunos bienes, sabían que fueron confiscados. En el campo de concentración, a
falta de otros alimentos, de pan no carecíamos. Tampoco de incordios ni de
vejaciones, pero en tierra extraña resultaban menos humillantes, herían menos
que en el suelo natal, en un pueblo, o un barrio, donde todo el mundo se
conoce y hay una reputación familiar que defender. Por eso algunas
aguantaron, hasta no poder más.
Pero llegó el frío y penetró en las barracas, aun cerrándole la puerta.
Al empezar la guerra, nos suprimieron el postre y el vino, cuyo importe
debía de servir a la compra de estufas para el invierno. El invierno llegó, pero
no las estufas ... Ni siquiera se podía encender fuego ; en el campo no existía
más combustible que la leña para la cocina sobre la cual velaban los cocineros,
una pareja de compatriotas, no refugiados, probablemente reclutados por
hablar (mal) francés y español. A ella, por su corpulencia y su mal genio y
también porque, frecuentemente iba de negro, los chicos de la colonia la
apodaron "La Pava"; como él no era mucho más simpático - y además era su
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marido - terminó por ser conocido por "El Pavo", era más sencillo que recordar
su nombre de pila.
La mujeres pidieron permiso para ir al monte. Creo que las de nuestra
barraca fueron de las primeras y yo me sumé a la primerísima expedición,
tanto por hacerme útil como por cambiar de horizontes. Mi madre no tuvo
inconveniente, pensando, sin duda que ya tenía edad de no entorpecer el
trabajo de los adultos y que respirar el aire "libre" durante unas horas no me
podía venir mal.
Aunque fresco, el tiempo era agradable. Afortunadamente ; había que
atravesar a vado el Buéch, poco profundo pero de corriente rápida y aguas
glaciales. Seguí sin casarme - y a veces precedí - a mis compañeras por
aquellos vericuetos. La colecta tampoco resultó difícil, las ramas secas
abundaban. Pero el camino de vuelta ...
Me maravillaba la facultad de adaptación de mi madre. Era asombroso
que alguien como ella, tan poco acostumbrada a las duras faenas, fuese capaz
de manejar y cargar con fuerza y destreza aquellos montones de leña, como si
en su vida no hubiese hecho otra cosa
- ¡Vasca! le gritaba Pilar entre burlona y admirativa (mi madre había
nacido cerca de Bilbao).
Catalina nos había enseñado a atar los haces bien prietos para que no se
desmoronasen. Cada una preparaba la carga que pensaba poder llevar. La suya
era enorme pero la izó prestamente sobre la cabeza que protegía un trapo
retorcido y enroscado, como un moño. Mi madre redujo de mitad la mía.
- El que mucho abarca poco aprieta. Confórmate con esto y no estará
mal si todo llega al campo.
Levanté el fajo con dos dedos para demostrar a mi madre que era capaz
de llevar eso y mucho más. Un rato de marcha por aquellos senderos
escarpados y empecé a notar en el costado los arañazos de la ramilla. Cambié
de lado y apoyé el haz en mi escurrida cadera como veía hacer a las mayores.
Como el hato deslizaba y se me iba, lo sujeté crispando el brazo ; sentí
calambres ; me eché la carga al hombro, cambié de hombro...
¿Como conseguía la endeble Catalina andar tan garbosa con semejante
carga en la cabeza? ¿Y mi madre, y María con aquellos brazados tan
tremendos? Vicenta y Pilar, con otros más modestos, charlaban y bromeaban a
la zaga. Anita peleaba con su carga, cuyas ramas pugnaban por descampar. Yo,
no sabiendo ya de que modo llevar la mía, llegué con ella sobre los arañados
ante-brazos, tendidos como si quisiera hacer una ofrenda a los genios (malos,
sin duda) del campo.
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En el basurero de la cocina, hallamos un agujereado barreño de cinc que
haría oficio de brasero. Las ramas llameaban y humeaban ante la barraca hasta
convertirise en brasas ; trasladamos el recipiente a nuestro aposento y, desde
entonces, como los hombres primitivos, organizamos la vida de la comunidad
alrededor del fuego.
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UN FESTÍN
Acababa de tener lugar un reparto de ropa usada. No faltaba en el
campo quien se colocase las prendas tal y como se las daban, cayesen bien o
mal, pero en nuestra barraca se hacían las cosas "como es debido". Se descosía,
se lavaba, se planchaba (desde que teníamos fuego para calentar la placha de
hierro que mi madre compró en Briancon), se recortaba a la medida, se
probaba .... La mayoría de nuestras compañeras preferían la ropa de punto
que se podía destejer y tejer de nuevo. Muchas no sabían coser pero casi todas
hacían media.
Estábamos sentadas alrededor del brasero, en los banquillos hechos con
trozos de tablas, recuperados entre los residuos de la obra que no habían sido
evacuados. Unas hacían media, otras cosían - o descosían - mi madre recortaba
piezas y preparaba pruebas, otras hilvanaban ... Anita permanecía al margen
porque detestaba la aguja. A mi me ocurría lo mismo ; sin embargo, de mejor
o peor gana, me sentía obligada a ayudar a las mayores.
Catalina era una artista. Ella se encargaba de los pespuntes y costuras
delicadas, que realizaba con la regularidad de una máquina de coser. Y casi tan
deprisa.
Yo sobrehilaba.
- Vicenta, por favor ¿ Quiere darme una hebra de hilo de hilvanar ?
- ¡ Que favor ni que hostias, toma el carrete y coge lo que quieras !
Mientras me lo tendía, contempló las brasas todavía humeantes.
- Mira que rescoldo más majico para asar castañas...
¡ Castañas ! ¿donde había castañas en el campo?
- ¡ O patatas ! - exclamó María y todas las cabezas se irguieron y las
manos se inmobilizaron.
¡ Patatas asadas ! ¡ Como no se nos habría ocurrido antes !
Las mujeres del campo hacían, por turno, tareas de pinche en la cocina,
por ejemplo, pelar patatas. A la mañana siguiente, sin estar de servicio nos
propusimos como voluntarias, incluso yo, todavía exenta de faena.
Las patatas no iban todas al perol. Algunas se perdían, del saco al bolsillo
y del bolsillo a manos de les "peques" que también tomaron cartas en el asunto.
De ese modo, aquella noche cenamos patatas asadas, calentitas,
mantecosas... a voluntad. Con tan grato motivo, se tomó, unánimamente, la
decisión de constituir una pequeña reserva para los días difíciles. Nos
dedicaríamos a pelar patatas aunque no fuese nuestro turno, pero no con
73
frecuencia excesiva : más valía no despertar sospechas, en los señores Pavo que
no eran más tontos que otros cualquiera.
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EL "BAUTIZO" DE VICENTA
Cuando llegaron las lluvias otoñales, las familias aposentadas en plantas
altas fueron a quejarse a la gendarmería. Las chapas, mal ajustadas, dejaban
entre chapa y pared una rendija bastante ancha para que las camas de aquella
pobre gente se mojasen ; como había niños pequeños, los gendarmes tomaron
en serio la reclamación. Decidieron que las familias de la planta alta se
mudarían a la planta baja ocupada por chicos de la colonia, y que éstos,
teóricamente más resistentes a las intemperies, ocuparían los alojamientos
evacuados en el piso alto. Es decir, encima de los nuestros.
No ganamos en el cambio. Los nuevos vecinos eran revoltosos,
alborotadores y terriblemente ruidosos. Como el tiempo no se prestaba a los
ejercicios al aire libre, los practicaban en el interior. Corrían, se perseguían, se
peleaban, gritaban... Cuando el techo retumbaba y crujía, Vicenta clavaba en
los tablones su mirada de fiera.
-¡
la madre que os parió ! ¡Chicoooooos! ¡Que nos vais a caer encima !
Se oían risas y, por unos momentos, el ruido se calmaba.
Entre los que ocupaban el espacio exactamente encima de nuestro
alojamiento, se hallaba el malagueño tartamudo que solía hacer ejercicios
vocales para corregir su defecto. Consistían en declamar, con voz estentórea,
los poemas que recitó en otra ocasión, siempre los mismos ; probablemente, no
conocía otros.
Y entre torrentes de lava - gritará desde su escaño
¡Yo soy aquel que ganaba - un duro al año!
Con dos cañones por banda - Viento en popa, a toda vela
Oigo Patria tu aflicción - Y escucho el tiste concierto
Los versos de Espronceda, como los de Bernardo López García, habían
sido convenientemente expurgados de toda expresión no conforme al lenguaje
libertario que el muy libertario aparato fónico del recitante se negaba, sin duda,
a pronunciar.
Es mi barco mi tesoro - Es mi dios la libertad
se convertían en :
Es mi barco mi tesoro - "Mi ambición " la libertad
En cuanto a
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¡Guerra! gritó ante et altar - el sacerdote con ira
quedaba transformado en :
¡Guerra! gritó ante "su hogar "- "el proletario" con ira
Como ni los autores, ni sus representantes estaban allí para quejarse,
nadie reclamaba, salvo los vecinos que no podían escapar a la audición cuando
el tiempo no invitaba a paseos.
- ¡ Maño que monserga ! refunfuñaba María tirando de la aguja.
A Vicenta le tenía a mal traer un asunto de lata que hacía oficio de
orinal y se llenaba de alarmante manera cada noche.
Ocurría que para subir a la planta alta no había más que una escalera y
estaba situada al extremo opuesto de nuestra habitación. El tartamudo y sus
compañeros de cuarto tenían que atraversar todos los otros cuartos de la
planta para llegar a la escalera. Por eso, para poder satisfacer necesidades
naturales a domicilio, se hicieron con un recipiente metálico que colocaron
contra la pared, al pie de la cual dormían Vicenta, María y Catalina. Lo
sabíamos como si lo viésemos, porque de arriba a abajo todo se oía.
En el silencio de la noche, nos despertaba a veces el característico ruido
del chorro al chocar con la lata; cuando no, los gritos de Vicenta se encargaban
de hacerlo.
- ¡Chiquilloooooos! ¡A ver si apuntáis bien, que nos va a caer en los
morros!
El tono del chapoteo le permitía medir el nivel del bote..
¡ Eeeeeeeh ! ¡¡ Que se va a salir!!
Y lo inevitable terminó por producirse. Me pareció oír, entre sueños los
pasos de alguien que arrastraba los pies, un choque, el ruido del líquido que se
esparrama y de repente algo como un trueno :
- ¡¡¡ME CAGO EN EL COPÓN!!!
Vicenta había saltado de la cama y hundía la cabeza en uno de los cubos
de agua. Encendieron una cerilla.
- ¡Gorrina! - gritó María - ¡Que es la de beber!
- ¿Y qué? - rugió Vicenta que no parecía tener sed.
El líquido, con su olor peculiar, chorreaba a lo largo de la pared y - como
hecho a drede - iba a caer en la cama de Vicenta. María y Catalina apartaron el
mueble del muro, volvieron el jergón y cambiaron de sentido las mantas sin
conseguir calmarla. Seguía haciendo ascos, frotándose furiosamente la cabeza
con un trapo y declarando a voces que nunca metería su cuerpo en una cama
meada.
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Cansada de discutir, María le cedió la suya. Vicenta la aceptó con gesto
altivo, sin una palabra.
Los de arriba callaban.
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IR POR LENA...
El campo tenía un nuevo administrador. Era un hombre entrado en años
pero más joven y dinámico que su predecesor. Calzaba casi siempre unas botas
muy raras por lo que, a falta de conocer su nombre, los chicos, siempre
dispuestos a colocar motes, le apodaron "El Botas".
Decían que era un profesional de la construcción, lo que explicaba sus
frecuentes rabietas al descubrir las chapuzas que resultaban ser la regla en los
trabajos de "rehabilitación"que precedieron nuestra llegada a Pont-la-Dame.
Precisamente, el día de su toma de funciones se vino abajo una pared
"nueva" en el caserón de varios pisos, afortunadamente vacío a la hora del
suceso. De rabia, derribó a puntapiés lo que quedaba de muro y, de malos
modos, ordenó que se alojase a aquella gente en otra parte..
Siempre armado de buenas intenciones, nos complicó la existencia
suprimiendo las salidas al monte. Según contó Pilar que asistió a la escena,
llamó al orden a los hombres del campo que consentían que débiles mujeres
fueran por leña al bosque mientras ellos estaban con las manos en los bolsillos.
Decretó que, de aquel momento en adelante, las que necesitasen leña no tenían
más que tomarla en el montón de la cocina y que los hombres fuesen al bosque
cuando fuera necesario.
Una cosa es predicar ... Las primeras que intentaron aprovisionarse,
fueron recibidas con cajas destempladas ; los "Pavos" defendían con uñas y
dientes su reserva, arguyendo - no sin razón - que podía faltarles leña para
guisar.
En vista de eso, se organizaron expediciones nocturnas a las que la
población participó con una admirable unanimidad. Pero algunos llegaron
tarde. Los de la barraca del Rubio no encontraron más que el grueso tronco
que servía de tajo ... y cargaron con él.
¡ La que se armó a la hora del desayuno ! La desaparición del tajo fue
algo así como el atraco del tren postal inglés. Dijeron que iban a registrar cada
barraca lo que puso sobre ascuas a los culpables que, además, no sabían que
hacer con el objeto del hurto ; tal y como estaba era impropio al consumo, y
como no sabían como convertirlo en astillas ...
El dios Mercurio, compadecido, les envío un signo, es decir, un sonido :
el producido por quien sierra madera. Era la mujer del guarda-barreras que, a
unos metros de las alambradas... Por señas, le pidieron prestado el
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instrumento, se encerraron con él en la barraca y, mientras unos serraban,
otros cantaban a voz en cuello para cubrir el ruido.
Desde aquel día, volvieron a dar permiso a las mujeres para ir al monte
a buscar leña.
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AVITAMINOSIS
Con las primeras fuertes heladas se manifestaron los primeros casos de
la avitaminosis que pronto tomó proporciones de epidemia.
Todos, más o menos, habíamos sentido los primeros síntomas que
nadie tomó muy en serio. Era la persistencia de toda lesión de la piel. Cualquier
corte o arañazo se infectaba y no llegaba a cicatrizar.
Más tarde, se dieron casos de fuertes picores anunciadores de una
erupción de feos granos purulentos que se extendían y formaban placas, de
preferencia en los pliegues naturales del cuerpo. Los enfermos andaban
esparrancados, con los brazos ahuecados para evitar el roce.
El médico español se declaró incompetente por falta de medios,
limitándose a distribuir frasquitos de alcohol para desinfectar las llagas,
tratamieto tan doloroso como ineficaz. Cuando los efectos llegaban a ser
verdaderamente insoportables, al no poder salir del campo ni cuidarse
convenientemente en el interior, los enfermos y los familiares de los enfermos
se apuntaban para ir a España sin reparar en otras consideraciones. De más de
setecientas almas en el verano, la población no pasaba de la mitad a finales de
aquel fatídico año 1.939.
Por aquel entonces, recibimos una carta de mi padre en la que poco
menos que ordenaba nuestra rápida vuelta a España. Iba unida a otra carta que
le escribió su hermana desde Barcelona cuyos términos eran, poco más o
menos : "O mandas aquí a tu mujer y a tus hijos o te quedas sin ellos". Seguían
algunas precisiones sobre nuestras condiciones de vida que mi padre ignoraba,
bastante alarmantes para justificar su repentina decisión.
El hecho es que mi tía había recicibido la visita de dos compañeras
nuestras, de las más reacias a volver a su tierra, de las primeras en hacerlo
cuando la enfermedad aquejó a los hijos de una de ellas. No iban tranquilas,
porque los respectivos maridos habían militado - y ejercido, según decían,
responsabilidades - en organizaciones anarquistas. Como pensaban ir a
Barcelona, mi madre les dio unas letras para su cuñada, que siendo de derechas,
podía tener alguna influencia en los medios "nacionales" y hacer algo por ellas.
Mi tía era, en efecto, de lo más franquista ; nos quería mucho (tenía adoración
por mi hermano), pero había celebrado con júbilo la "liberación" de Barcelona y
no reparó en hacérnoslo saber (mi madre no se le perdonaba porque, mientras
nosotros andábamos por esas carreteras, ella, en cambio...). En sus frecuentes
cartas no perdía ocasión de manifestar su satisfacción por "la vuelta al orden".
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Era una idealista, convencida y desinteresada. El nuevo régimen le había
suprimido la pensión que le correspondía como viuda de un funcionario de la
Generalidad y ni siquiera le había devuelto su empleo en los almacenes "El
Siglo" que abandonó durante la guerra para no tener que sindicarse. Su
situación, de holgada, pasó a ser crítica con el franquismo. Sin embargo seguía
bendiciendo la "era de paz" e insistía en ofrecernos su casa y lo poco que
ganaba cosiendo por su cuenta. Pensaba que entre mi madre y ella nos sacarían
adelante a mi hermano y a mi ; yo aprendería el oficio de modista y mi
hermano podría ir al colegio ; ya le imaginaba, mi buena tía, desfilando vestido
de "flecha" (¡ flecha mi hermano !) porque, hijo de militar, había sido muy
aficionado al uniforme ....
Mi madre, que tenía dos hermanos en las cárceles de Franco, encontró la
decisión de mi padre, por lo menos, prematura y así se lo hizo saber, a él y a la
buena de mi tía. Sin contar que le tranquilizaba algo el haber conseguido
mejorar nuestro régimen de comidas. En el curso de sus visitas a la granja,
había visto una máquina de coser arrinconada, visiblemente sin empleo (la
gente de campo no suele ser muy ducha en materia de costura). Tuvo la feliz
inspiración de ofrecer sus servicios de modista a la granjera que vio el cielo
abierto y más cuando supo que mi madre aceptaba ser pagada en mercancía y
a escondidas del marido ; como buen campesino, el amo de la casa no aflojaba
fácilmente los cordones de la bolsa.
Ante los gendarmes, justificó la prolongación de su ausencia diaria
pretextando la oportunidad que le brindaba la granjera de utilizar su máquina
de coser para confeccionarnos prendas de abrigo. Nuestros nuevos guardianes
menos rigorosos que sus predecesores, no pusieron trabas. De ese modo,
cosiendo en la barraca lo que podía hacer a mano y en la granja lo demás, mi
madre confeccionaba o repasaba en permanencia la ropa de aquella familia. La
hija mayor preparaba su ajuar y necesitaba prendas de lencería ; la pequeña,
Germaine, que tenía mi edad y mi estatura, por lo que yo servía de modelo
para las pruebas, tuvo su ropero renovado con varios delantales para la escuela
y un vestido para los domingos... Y el padre se encontró con camisas y
pantalones remendados ; como comprobé una vez más, mi madre sabía hacer
de todo.
A cambio, recibía productos de la granja : huevos, leche, manzanas
dulces y jugosas, que abundaban en aquella región. Los manzanos que
bordeaban la carretera doblaban sus ramas del peso de los frutos que iban
cayendo y pudriéndose en el suelo. Nadie los recogía.
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Aquel día, unos automobilistas pararon el coche enfrente del campo,
recogieron manzanas y las lanzaron con fuerza por encima de la vía férrea al
otro lado de las alambradas. Muchos niños - y también algunos adultos - se
abalanzaron a recogerlas. Eramos los monos de un zoo a quienes los visitantes
lanzan cacahuetes a través de la reja. Sentí rabia y vergüenza ; no me hubiese
inclinado a recogerlas por muy buena que fuese la intención de los que nos las
proporcionaban. Pero ¿ como criticar a los que lo hacían ? después de todo, a
mi no me faltaban ocasiones de comer manzanas...
¡Que hubiese sido de nosotros sin el trabajo de mi madre! Cuando
regresaba con la bolsa vacía a causa de la presencia del granjero, la mujer,
aprovechando la primera ocasión, nos enviaba a Germaine con lo que le venía
a mano : fruta, huevos o platos cocinados que podíamos calentar sobre las
brasas. Germaine se acercaba a las alambradas, me llamaba o me mandaba
llamar y me pasaba el cesto por entre las púas. Terminamos por hacernos
amigas y contarnos nuestras vidas respectivas una dentro y otra fuera de
aquella barrera erizada de pinchos que marcaba los límites entre la reclusión y
la libertad.
También nos traía, cada vez que su madre encendía el horno de pan, un
cubo grande lleno de brasas ; no las brasas finas de ramilla que hacían humo y
se consumían pronto, sino gruesas brasas de troncos que duraban mucho y
calentaban más.
Así pudimos resistir mejor que otros. Comparada con la de aquellos que
no tenían nada, nuestra suerte era casi envidiable.
82
LA VISITA DEL PREFECTO
Decían los autóctonos que aquel invierno era excepcionalemente crudo y
la zona en que nos encontrábamos tiene el privilegio poco envidiable de ser
una de las más frías de Francia. Allí se registran, frecuentemente, las
temperaturas más bajas del país.
Soplaba un viento fuerte y glacial que hacía vanos nuestros intentos de
calentar el interior de la barraca. El calor que despedían las brasas se escapaba
rápidamente por la puerta abierta ¿Como vivir, noche y día, en la oscuridad?
Por fin, el viento cesó y ese día tuvimos menos frío. El siguiente
amaneció blanco. El campo estaba desconocido, transfigurado, como si un
mago hubiese querido desconcertarnos borrando los caminos y escondiendo
las señales.
Los chiquillos corrieron impacientes a jugar con la nieve, encabezados
por Anita. Yo, al ver aquella hermosa naturaleza muerta, helada, sentí
escalofríos.
Anita volvió, golpeándose los brazos y los hombros, con la cara
enrojecida, revueltas sus melenas que lucían toda la gama de rubios. ("Pareces
una cabra montesa", le repetía amablemente Vicenta). Como se decoloraba la
raíz del pelo, a medida que le iba creciendo, con una mezcla de agua oxigenada
y amoniaco, cuyas proporciones variaban según las posibilidades del momento,
los resultados obtenidos eran raramente los esperados ; era extraordinario que
consiguiese dos veces seguidas el mismo tono.
- Pero bueno ¿qué haces ahí como un pollo mojado? - exclamó al verme
tan encogida - ¡Ven a correr para entrar en calor!
Sí, sí ¡ buena estaba yo para separarme del brasero ! Tenía frío ; frío en
los músculos, frío en los huesos, frío hasta en las entrañas ...
- Su hija no tiene sangre en las venas - concluyó dirigendose a mi madre.
Reconocí que tenía razón. Me encontraba sin reacción, sin energías. Si
me quedaba algo de sangre estaría helada, cuajada, como la leche del puchero,
la tinta del tintero, el agua del cubo ...
¿Cuanto iba a durar nuestro calvario? ¿Cuanto tiempo íbamos a poder
soportar aquel frío siberiano, mal alimentados y nada equipados para
resistirlo?
El aprovisionamiento en leña llegó a ser dramático. Las mujeres de la
barraca, tenían que andar por la nieve sin calzado adecuado, hurgar, con las
manos entumecidas por el frío par extraer de la nieve las ramas secas, trepar
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por los senderos empinados del monte, duros de hielo y resbaladizos. A veces,
después de haber escalado penosamente una pendiente, un resbalón las llevaba
de nuevo al punto de partida ....
Ya no llegaban a la barraca risueñas y dicharacheras. Con la piel
amoratada por el frío, la cara surcada de lágrimas arrancadas por el dolor que
el aterimiento de los dedos les producía soltaban el haz y se dejaban caer,
agotadas, en la cama. Llegaban cada una cuando podía ; generalemente,
Catalina en cabeza y Anita en cola . Pero un día Anita no llegó.
Alarmadas, Catalina y María volvieron sobre sus pasos y la encontraron,
casi sin conocimiento. Había perdido un zapato que rodó por la pendiente,
demasiado lejos para recuperarlo. Nadie se explicó como pudo seguir andando
por la nieve con el pie descalzo. Cuando se le hizo insoportable la marcha, se
dejó caer, resignada a todo, pero sin soltar el tronco de un árbol muerto que
arrastraba desde el bosque.
Cuando llegó al campo, sostenida por las compañeras, no podía ni
moverse ni hablar. La acostaron, le friccionaron los miembros ; amontonaron
sobre ella todas las mantas de que disponíamos y, en cuanto pudo mover los
labios, rígidos, acorchados, como todos los músculos de su cara, la obligaron a
beber algo caliente. Poco a poco fue recobrando movimiento y al fin se pudo
levantar, incluso apoyarse en el pie desnudo que, por milagro, no había llegado
a congelación.
Apenas repuestas del susto, nos enteramos de la llegada al campo de una
importante personalidad. El prefecto de Altos-Alpes, nada menos, nos hacía el
honor de visitarnos. El recibimiento fue, naturalemente ... glacial
Era uno de los días más fríos de aquel invierno polar. El viento soplaba
por ráfagas, barriendo la nieve, quitándola de un lado y depositándola en otro.
El agua se había helado en las cañerías y los lavaderos quedaron inutilizables.
Las mujeres lavaban la ropa en el riachuelo, cubierto de una lámina de hielo,
que atravesaba el campo. Apenas salir del agua, las prendas se ponían rígidas,
como si fueran de cartón.
Con pelliza y botas forradas de pieles, gruesos guantes y pasa-montañas,
el señor prefecto iba de barraca en barraca, soportando sin flaquear el
espectáculo de aquellas mujeres desesperadas, de aquellos niños famélicos y
ateridos de frío. Hasta se dignó a escuchar algunos dolencias.
- ¡Hace/rwfl ! ¡Los petis tienen jrua y fem !
- Eh bien, revenez chez vous, en Espagne, ma brave femme. La vous
serez bien!
- ¿ En España ? ¡No! ¡ Franco wesríu ; Franco luer moa !
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- Mais non ! Franco est tres gentil, vous verrez ...
Y pasaba a la siguiente barraca con la misma exasperante sonrisa.
Consecuencia de su visita o, más bien, obra del frío, de aquel intenso
frío, los retornos a España se intensificaron.
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LA BUHARDILLA
La Navidades habían pasado sin fiestas ni alegría. En Francia eran las
primeras de la guerra. Para nosotros, aquella guerra era algo aún muy lejano.
Otra, más inmediata nos preocupaba ; era una lucha contra los elementos para
la que no estábamos armados. La ofensiva del general invierno, aunque
esperada - y temida - nos había sorprendido por la intensidad del ataque.
Nadie, entre nosotros había conocido nada semejante. Habiendo, de
antemano, perdido la batalla, nos encastillamos a puerta cerrada entre las
cuatro paredes de nuestras barracas que rezumaban humedad, reduciendo las
salidas a lo indispensable. Por milagro, hubo - de inmediato - pocas bajas ; sólo
recuerdo dos muertos : un anciano y un bebé : la niña que nació en Brian^on.
Los ánimos se agriaron. Anita, cada vez más irritable, riñó con Catalina,
la buena, la abnegada de Catalina que, al verla tan sola y con tan pocos años,
hacía lo posible por ayudarla. Se permitió darle consejos, con cariño, como a
una hija. ¡Consejos a ella...! Independiente y rebelde, Anita declaró no necesitar
tutores y se mudó de barraca. En la nuestra, el hueco que dejó aumentaba la
sensación de frío.
Una mañana, mi madre volvió del desayuno muy excitada. Había visto
entrar en la gendarmería a una de las ocupantes de la buhardilla del mismo
edificio ¿Iría a inscribirse para España? Corrió a informarse, obtuvo
confirmación y, a su vez, se llegó a la gendarmería para solicitar el alojamiento,
antes de que otros lo pidieran.
- D'accord, combien étes-vous?
- Nueve - respondió mi madre mostrando las dos manos con un dedo
doblado.
- Neuf ? La dedans ? Non, mais, vous l'avez vue, la piéce? C'est tout
petit...!
Mi madre aseguró que había visto el cuarto y que nos convenía
perfectamente. Pero cuando se trató de hacer la mudanza, la cosa apareció más
complicada. Vicenta, María y Catalina propusieron quedarse en la barraca ; no
tenían hijos y creían poder seguir resistiendo.
- O todas o ninguna - se obstinó mi madre. Ya nos apañaremos.
¡ Y nos apañamos ! Suprimimos camas. En vez de una por persona,
juntándolas, teníamos cuatro camas para cinco y tres para cuatro. Luego hubo
que colocar en ellas a los ocupantes, equilibrando peso y volumen. Fue así
como me tocó compartir el lecho con ...Vicenta ; no era lo más agradable que
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podía acaecerme, no por llevarnos mal, sino porque a su lado no había quien
se moviese. Cualquier cosa la despertaba y entonces ... Me acostumbré a elegir
una postura cómoda al acostarme, sabiendo que tendría que conservarla, fuese
como fuese, hasta la mañana siguiente.
Las camas eran plegables. Amontonadas durante el día, nos dejaban
algo de espacio para movernos ; por la noche, una vez desplegadas, ocupaban
toda la habitación e impedían abrir la puerta.
- De puertas para adentro, todas son camas, ironizaba Pilar.
No quiero pensar lo que hubiese podido ocurrir en caso de incendio...
Temarnos luz eléctrica, hornillo y hasta nevera. El hornillo nos lo había
propuesto Germaine, de parte de su madre, advirtiendo que era viejo y que a
ellos no les servía. A nosotros sí. Nos lo trajeron de noche con un cubo lleno de
brasas y, enseguida, pudimos calentar agua para lavarnos ; incluso hacer un
poco de cocina. La "nevera" era un cuchitril ubicado en la parte más baja del
techo, sin más protección contra la intemperie que las propias tejas ; allí
almacenamos la leña y los alimentos se conservarían sir probleas ... o casi : los
huevos que trajo mi madre, en una noche se quedaron duros, completamente
sólidos como cocidos.
Entre el calor del hornillo, la posibilidad de cerrar puerta y ventana y la
estrechez del aposento superpoblado, a veces hasta sudábamos. Yo, en aquel
ambiente cálido me sentía renacer. Por eso, insistí en acompañar a mi madre
que había sido autorizada a ir al pueblo para comprar lana.
Andábamos con paso rápido, empujadas por el viento, el terrible viento
del este que nos taladraba los sesos, pese a los pañuelos de lana con que nos
cubríamos la cabeza. La mercera nos regañó amablemente por ir, a juicio suyo,
mal abrigadas.
- C'est de la folie ! Mon thermométre marque trente trois degrés au
dessous de zéro!.
¡Trenta y tres grados bajo cero! A la vuelta, con el viento de cara, convine
en que no estaba equivocada. Era una locura salir por aquel tiempo siberiano y
más sin equipo apropiado. El viento me calaba la ropa, me helaba los pulmones
y me congelaba la cara ; quise hablar y mis labios no obedecían. Me acordé de
Anita .... Andar, andar ... Tres kilómetros nos separaban del hornillo ; creí que
no conseguiría llegar hasta él.
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LA DESPEDIDA
- Allá va la despedida, cantaba, en tiempos, Jacinta para terminar su recital
de jotas. ¡La despedida ! ¿ Cuando podremos cantar la despedida a estas
alambradas ? - suspiraba Pilar
Ya ni siquiera pensábamos en eso. Nadie hablaba de proyectos, ni de
porvenir. Se trataba de vivir en el presente. De resistir. Cada día pasado era un
día ganado. Un día menos que pasar en aquellas condiciones. Cuando avisaron
a mi madre para que fuese a la gendarmería, la primera impresión fue la duda.
Aún cuando le entregaron los papeles no llegaba a creerlo : tenía en manos
nada menos que la autorización de salida definitiva del campo, un salvoconducto para entrar en el departamento de Pirineos Orientales y una especie
de hoja de ruta que nos permitiría viajar en tren hasta Perpiñán, exactamente y
sin falta el día dos de febrero.
¡Seis meses! ¡Seis meses de plazo para que las autoridades francesas se
decidiesen a dar el visto bueno ! Me vino a la memoria el llamamiento a nuestra
buena voluntad lanzado por el nuevo administrador del campo el día de su
toma de funciones. Nos recordó los sacrificios de Francia en guerra, la carga
que representábamos para la economía del país y exhortó a los que pudiesen
volver a España sin peligro por su vida que lo hiciesen por bien de todos. Y era
cierto que la carga era enorme ; costábamos una fortuna al contribuyente
francés. Que lo que llegaba hasta nosotros fuese muy inferior a lo que salía de
las cajas del Estado era otra cuestión : la de la administración de los fondos
públicos. De haber recibido directamente, cada uno de nosotros, los 15 francos
diarios (60 para los enfermos) que el presupuesto votado por la Asamblea
había previsto, hubiésemos podido vivir modesta pero decentemente, en la
Francia de 1.939.
Sin entrar en estas consideraciones, lo que mi corta edad y los pocos
informes que nos llegaban no me permitían, yo pensaba que durante seis
meses habíamos gravado las finanzas francesas bien inútilmente ; fuera del
campo no hubiésemos costado un céntimo al gobierno francés puesto que el
S.E.R.E. funcionaba con fondos españoles. Con un poco más de diligencia,
Francia se hubiera ahorrado algunos francos y nosotros todos los malos ratos
de aquel horrible invierno.
Los preparativos del viaje fueron rápidos y el día de la despedida llegó.
Era un día gris, nuboso y húmedo ; una repentina subida de la temperatura
fundía la nieve en los senderos, convertidos en sucio barri/.al.
88
Habíamos vestido nuestra ropa nueva, abandonando las feas vestiduras
del campo que no podían servir fuera de allí. Pilar y los niños, autorizados a
acompañarnos a la estación, también se habían endomingado. La primera
compuesta fue Alicia que por lucir sus galas ante sus amiguitas, deslizó, y fue a
parar a un charco; volvió a la habitación "embarrizada" de los pies a la punta
de su diminuta nariz, llorisqueando, menos de dolor que por tener que ponerse
otra vez el abrigo viejo.
Me dio una pena tremenda despedirme de nuestras compañeras. María
y Vicenta lloraban. Catalina, que había agotado, hacía tiempo, sus reservas de
llanto, nos abrazaba y nos miraba moviendo la cabeza con aquella mirada suya,
tan sumamente triste...
Tuve más pena aún al separarme de Pilar y de los niños, de Alicia, sobre
todo, cuya risa nerviosa anunciaba las lágrimas.
¡Buen viaje! - nos gritó Pilar, esforzándose por sonreír a través de las
suyas.
Ya no eran más que tres siluetas oscuras, diminutas, en el andén desierto,
que pronto se esfumó. El campo quedó atrás. Ante nosotros, las montañas que,
durante tantos meses nos encerrasen, se apartaban para abrirnos paso.
89
VACACIONES!
Fue un viaje largo y fastidioso, con uno o dos incómodos trasbordos, en
trenes abarrotados de tropa. Finalmente, desembarcamos en la estación de
Perpiñán en plena noche.
Estaba convenido que mi padre vendría a recibirnos y, a ese efecto,
había llegado a Perpiñán la víspera ; pero, fuese una confusión de horarios o
que el horario de los trenes en tiempo de guerra pudiese ser modificado por la
autoridad militar, tuvimos que esperarle varias horas en la estación. Sentado
en un banco, mi hermano pasaba el tiempo dibujando (era muy aficionado al
dibujo para el que manifestaba ya serios dones). Su tema preferido eran los
aviones ; negras "pavas" que lanzaban bombas y simpáticos "chatos" que las
ametrallaban. Un grupo de soldados senegaleses - que, por una vez, no tenían
misión de vigilarnos - contemplaban admirativos.
Le reconocí de lejos aunque más delgado, envejecido, con boina y un
traje de paisano de confección barata.
- ¡Papá!
Mi hermano soltó todo lo que tenía en manos y corrió hacia él. Nos
levantó en vilo, nos estrechó muy fuerte contra él ; luego se puso a
contemplarnos admirado de vernos tan crecidos, tan cambiados. Mi madre,
rezagada, esperaba sonriente que le llegase el turno.
Un tren ómnibus, bastante pintoresco, nos condujo al pueblo más
próximo de nuestra nueva residencia, serpenteando entre montañas, como
quien se pasea, sin prisa. Los Pirineos ya no me resultaban hostiles. Aquellas
montañas catalanas tenían alegres colores bajo el sol, la luz era suave, la brisa
una caricia. La naturaleza estaba a tono con mi estado de ánimo : de fiesta.
El refugio era digno de un cuento de hadas. Aquel hotel termal no era el
Ritz pero a mi me pareció mucho mejor. Teníamos una habitación con dos
camas grandes (¡con sábanas y almohadones !), cuarto de aseo, agua caliente y
calefacción, gracias a las aguas que brotaban casi hirviendo de los múltiples
manantiales del balneario.
Había un restaurante de verdad donde los cocineros y los camareros
eran los propios ocupantes del hotel, que se encargaban por turno de todas las
tareas. Mi madre y me hermano, cansados del viaje, se habían acostado ; a mi
se me había despertado el apetito.
90
- Poca suerte tienes - me dijo un señor que era el habitual compañero de
mesa de mi padre. - Hoy nos toca puré.
Supe que era costumbre hacer puré con los restos de legumbres de la
comida anterior. Los de la mesa vecina hicieron una mueca de asco.
La sopera humeante despedía un olor apetitoso y dejé que me llenasen
el plato. Mi padre me echó una mirada extrañada y crítica.
- Pero ¿Te vas a comer todo eso?
"Eso" era verdaderamente suculento. Después de terminar el contenido
del plato, lo llené por segunda vez y volví a vaciarlo. Mi padre me
contemplaba atónito.
- ¡Anda! - exclamó divertido el vecino de mesa - ¿No decías que tu hija
era algo "melindres"?
Las semanas que pasé allí fueron realmente felices. Bien alimentada,
experimentaba, a medida que crecían mis fuerzas, unas tremendas ganas de
vivir. Disfrutaba de cada instante ; mejor aún, lo saboreaba. Me sentía en mi
elemento, en comunión con los matorrales del monte, con los guijarros del
riachuelo, con los pájaros, con las flores silvestres, ... con el universo ; con
aquella primavera anticipada por el calor de las aguas sulfurosas que manaban
a borbotones de las entrañas de la tierra; con el tierno brote henchido de sabia,
a punto de abrirse y echar ojas.... Me parecía renacer a la vida ; una vida que
sentía dilatarse en mi interior y rebosar por todos mis poros - la expresión
popular "no caber en el pellejo" me parecía convenir a mi estado de ánimo y
no precisamente por que tuviese tendencia a ser obesa ; las blusas y los jerseys
se me iban quedando estrechos pero mi madre había tenido que alargar todas
mis faldas.
Gozaba de una libertad sin trabas, sin límites. De haber tenido unos años
más, me hubiese dado cuenta de que la libertad era ilusoria, de que los límites
existían a nuestras idas y venidas ; el perímetro del término municipal era
como unas alambradas invisibles que no podían ser franqueadas sin permiso
de la autoridad francesa. Pero a mi me bastaba el espacio de que disponía ; de
la mañana a la noche, el tiempo era mío. Disfrutaba con mi familia reunida
unas largas, unas magníficas vacaciones y no deseaba nada más ... Nunca más
viviría algo semejante.
La única obligación que nos era impuesta a mi hermano y a mi era el
presentarnos en el comedor a la hora de las comidas. Los dos nos habíamos
adaptado a nuesta nueva vida con la misma facilidad. No habíamos tardado en
hacernos amigos y con ellos corríamos y retozábamos por aquella alegre
campiña ; el sol primaveral invitaba a los juegos campestres y al paseo.
91
La imagen del campo de concentración se fue borrando, o escondiendo
en un rincón de la memoria. Durante algunos meses, recibimos cartas de las
antiguas compañeras, sobre todo de Pilar. A ella también la liberaron para ir a
reunirise con su marido, empleado en una explotación forestal. El campo de
Pont-la-Dame fue clausurado (mejor dicho, abierto) poco después. Dieron
facilidadades para que las mujeres que lo deseasen fueran a reunirse con sus
maridos ; otras optaron por la vuelta a España ; otras aún, fueron autorizadas a
quedarse en la región mediante presentación de un contrato de trabajo (desde
que la mobilización general acaparase a los varones válidos, escaseaba la mano
de obra)... Después del Armisticio, cuando nuestra precaria establididad se vino
abajo, perdimos todo contacto con todas ellas.
En aquel refugio de lujo se vivía en república. Un director, nombrado
entre los ocupantes del hotel, se encargaba de la gestión asistido de varios
secretarios también miembros del grupo. Los trabajos de cocina, servicio de
comedor, limpieza de lugares comunes ... iban a cargo - por turnos - de todos
los ciudadanos, hombres y mujeres, de más de quince años (excepto ancianos y
enfermos). Naturalmente, cada familia limpiaba su habitación y lavaba su ropa.
Los equipos se turnaban todas las semanas. Terminado el servicio, las
señoras podían reunirse y hablar de mundanidades y los maridos discutir de
política. Pero ¡cuidado! No de cualquier política.
Aquel paraíso, oí decir que había tenido sus ángeles malditos. Se
hablaba aún de ellos en voz baja, evitando nombrarlos. Su nombre podía ser
considerado como un insulto.
Algún tiempo antes de nuestra llegada, los gendarmes se habían
presentado en el refugio con una lista y se llevaron sin más formalidades a
todos los que figuraban en ella al temible castillo de Collioure. Base de la
acusación : pertenencia al partido comunista. Se murmuraba que se trataba de
una denuncia ¿Cómo explicar, si no, que las autoridades francesas conociesen la
existencia de aquellos presuntos comunistas que no tenían ninguna actividad
política ni dentro, ni, menos aún, fuera del refugio? No se podía salir del
término municipal sin un salvo-conducto que expedía la autoridad local para un
sólo viaje de ida y vuelta.
Mi padre fue uno de los pocos en indignarse (algunos de los detenidos
eran amigos suyos) y en mantener amistad con las familias, puestas al margen
92
de la sociedad, como apestadas. Todo lo que tocaba, de lejos o de cerca, a los
comunistas tenía entonces como un olor de azufre.
Y quien quería deshacerse de un importuno, no tenía más que señalarlo
como comunista a los servicios prefectorales.
Circulaban anécdotas sobre el tema y recuerdo una de ellas. Había dos
señoras, madre e hija, que siempre, incluso cuando les tocaba de faena,
parecían estar en representación ; a cualquier hora se las veía esmeradamente
vestidas, peinadas y maquilladas. Las dos manifestaban poca simpatía por un
vecino de mesa, charlatán inveterado, sin duda poco fino a gusto de ellas.
Contaban que un día, con intención de provocarle - a no ser que fuese por
sacar de una mentira una verdad - la madre lanzó con voz suave e insinuante :
- ¡Que mala es la gente! ¿Sabe lo que me han dicho? ¡Que es usted
comunista!
El otro se atragantó y, pese a su facilidad de palabra, no supo que decir.
Poco satisfecha, la señora no perdió otra ocasión de reincidir. No le
quedaba a él otro recurso que hacer cara, si quería conservar su buena fama.
- Mire señora, no haga caso a la gente. A mi también me tienen llena la
cabeza de que si usted y su hija son un par de cursis y ya ve, no digo nada a
nadie.
Esta vez fue a ella a quien se le atravesó el bocado pero no volvió a
insistir. Tal vez por eso de la fama ...
***
Parece ser que los internados pudieron librarse de una larga y penosa
reclusión gracias al S.E.R.E. que organizaba el traslado a América latina de los
refugiados que lo deseaban (en el límite de las posibilidades, siempre inferiores
a la demanda). Según pude comprender, beneficiaban de prioridad los que,
como los comunistas, estaban perseguidos. El caso es que los detenidos y la
mayor parte de sus familias, habían embarcado ya cuando nosotros llegamos
al refugio.
93
TRABAJADORES LIBRES
Habíamos formado el proyecto de irnos a Argentina, donde residía
parte de la familia de mi madre. Ese país no acogía refugiados pero autorizaba
la entrada a los que tenían quien se hiciese responsable de ellos. El S.E.R.E.
organizaba viajes para Méjico y Chile ; mi padre había solicitado pasaje para
este último país, ya que los barcos con rumbo a Santiago o a cualquier otro
puerto chileno hacían escala en Buenos Aires, donde la familia se haría cargo
de nosotros. Uno de mis tíos había hipotecado ya su casa para depositar la
fianza exigida por las autoridades argentinas.
Cuando fue a tomar posesión de su pasaje para Chile, un compañero de
mi padre nos dio buenas noticias. Había tenido ocasión de consultar la lista de
pasajeros para el próximo barco y en ella figuraban nuestros nombres. Pero el
tiempo pasó, el barco probablemente se fue y nosotros seguimos sin recibir el
menor informe sobre el asunto. Supimos, casual y oficiosamente, mucho más
tarde, que otra familia había viajado en lugar nuestro, usurpando, sin duda,
nuestra identidad. Mis padres se consolaron pensando que debía tratarse de
gente más significada políticamente que nosotros y, por lo tanto, más
perseguida.
En el refugio los hombres habían empezado a buscar trabajo, ya que el
carácter provisional de nuestra situación en él era patente. Por otra parte, la
prensa publicaba extensamente anuncios proponiendo empleos, sobre todo en
la industria de guerra. Mi padre había escrito a varias empresas. Como antiguo
artillero, ofreció primero sus servicios a una fábrica de cañones situada en el
norte de Francia pero la convocación le vino de Toulouse, exactamente de los
talleres de aviación Breguet. Tras una serie de pruebas fue admitido con la
calificación de "ouvrier spécialisé", lo que no dejó de sorprenderle ya que nunca
habíase especializado en el manejo de la lima.
De nuevo nos encontrábamos separados, pero sabíamos que era por
poco tiempo. En cuanto logramos reunir el importe del viaje - y mediante
previa autorización y certificado de buena conducta expedidos por la autoridad
local - tomamos a nuestra vez el tren para Toulouse.
Con el contrato de trabajo, mi padre obtuvo el "récépissé" verde que
servía de documento de identidad a los extranjeros asalariados y mi madre,
hasta que se puso a trabajar, el mismo documento pero blanco, como
correspondía a la población foránea, no asalariada pero disponiendo de medios
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de existencia legales. Para las mujeres casadas era suficiente un justificante del
salario del marido.
La villa, sin saber porqué, había resultado simpática a mi madre, incluso
antes de conocerla. Yo era menos entusiasta. Capital de departamento y sede
de industrias aeronáuticas importantes, Toulouse, en aquellos tiempos, era una
ciudad triste, provinciana y bastante sucia. Sin alumbrado callejero - proscrito a
consecuencia del estado de guerra - poco animada, pese a la superpoblación, sin
alcantarillado (hasta bastantes años después). Las calles, incluso las principales
arterias del centro, tenían, al borde de cada acera, un badén por donde
circulaban las aguas usadas, arrastrando todo lo que pasaba por el tubo de las
fregaderas : espuma de colada, fideos y otros restos de comida que,
inevitablemente, atraían a los roedores... No era raro toparse con una rata
comiendo tranquilamente en un orificio de desagüe.
Como varios productos alimenticios escaseaban ya, empezaban a verse
colas en los puntos de distribución.
Habíamos alquilado un piso casi lujoso en la rué de Metz, en pleno
centro urbano. No es que mi padre hubiese hecho fortuna ; el importe del
alquiler era muy superior a lo que razonablemente nos podíamos permitir
pero fue imposible encontrar algo más modesto. La ciudad albergaba ya a un
número importante - y creciente - de refugiados, no sólo españoles, que
éramos muchos, sino también belgas y franceses del norte, expulsados de su
casa por las hostilidades.
Dadas las circunstancias, mi padre se alegró doblemente al toparse con
un conocido que fue vecino nuestro en el refugio de S.E.R.E.; buscaba piso
para él y su familia y convino en compartir el nuestro, lo mismo que las cargas
correspondientes. Ellos cinco y nosotros cuatro acampábamos como podíamos
en las hermosas habitaciones de techo artesonado, sin más muebles que unas
camas viejas compradas en Saint-Sernin, el "rastro" local. Poco a poco fuimos
completando el mobiliario con lo más indispensable : unas cuantas sillas, una
mesa (donde comíamos, por turno, las dos familias), un hornillo de gas, donde
guisábamos también por turno ...
A penas instalados, mi madre buscó empleo y lo encontró rápidamente.
Muchos talleres de la ciudad trabajaban para el ejército y necesitaban obreras
para la confección de uniformes. Yo la había acompañado.
- Avez-vous travaillé dans la confection ?
Me extrañó mucho oír una respuesta afirmativa.
- Alors, je suppose que vous savez piquer sur une machine électrique,
comme celle-lá ?
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Sin dudar un momento, mi madre asintió. Pensé que no había entendido
bien.
- Dice que si sabes coser en una máquina eléctrica de esas grandes.
- Ya lo sé.
- ¡Pero has dicho que sí y no es verdad!
- ¡Tú te callas!
Mi madre tenía razón. No sé como hizo, pero sabía. La prueba es que
poco tiempo después nos anunció que había batido el "record" de rendimiento
del taller.
Doña Delfina, nuestra nueva vecina, era más prudente. Ella no quería
mentir en lo de la máquina industrial y, por otra parte, no se sentía capaz de
asumir las cadencias impuestas. Su marido opinaba lo mismo. Además, él
pensaba que el puesto de su mujer estaba en el hogar. No es que allí tuviese
mucho que hacer, pues su suegra se ocupaba de las faenas caseras. Era, más
bien, creo yo, por principio.
A mi esa decisión me convenía. Cada mañana, mi principal cometido era
ir a la compra. Y ¿ que sabía yo de compras ? En cambio, Doña Delfina era una
especialista. Sabía elegir las lechugas - bien prietas, las patatas - bien lisas, los
huevos - bien gordos ... y eso en los puestos donde los vendían más baratos.
No había verdulera que la engañase. No tuve ocasión de juzgar sus
competencias en materia de carne y de pescado que eran artículos de lujo y nos
conformábamos con verlos de lejos.
Frecuentemente, nos acompañaba su hija, una niña algo más joven que
yo, gordita y plácida; con sus largas trenzas rubias y sus sonrosados mofletes,
parecía una holandesa. Tenía también un chico, de cuatro o cinco años, que se
quedaba en casa jugando con mi hermano, bajo la guarda de la abuela.
La situación se complicaba de día en día. La ofensiva lanzada por los
alemanes iba siendo tomada en serio y la candida confianza que el francés
medio tenía en la victoria empezaba a vacilar seriamente.
Los refugiados afluían, cada vez más, y las colas se alargaban. Como
ocurre en esos casos, buscaron y hallaron sin dificultad a los culpables de la
escasez de mercancías : eran los refugiados (lo que no estaba desprovisto de
fundamento). Pase tratándose de los del norte : eran franceses. Toleraban
también a los belgas : eran aliados. Los intrusos, los indeseables, éramos los
españoles.
Algunos de nuestros compatriotas se quejaban de ser mal acogidos hasta
en los comercios donde, ni que decir tiene, pagaban sin regatear con dinero
contante y sonante. Sin embargo, ni Doña Delfina, ni su hija, ni yo, sufrimos el
96
menor desplante. Por el contrario, éramos siempre bien recibidas ¿Porqué? Un
día tuvimos la revelación de aquel misterio.
Habíamos entrado a comprar hilo y la mercera que encontraba gracioso
mi francés nos preguntó :
- Alors, vous étes des Flamandes ?
- ¿Qué dice? - quiso saber Doña Del fina.
- Que si somos flamencas.
- ¿Flamencas? ¡Ya lo creo! dile que sí.
Como me vio dudar, se volvió rápidamente hacia la vendedora con una
sonrisa inocente.
-Oui.
La buena mujer, encantada de su perspicacia, se deshizo en atenciones.
- II est au front votre mari ?
- Oui - contestaba, siempre sonriente Doña Delfina.
La tendera volvió de la trastienda con unas cuantas madejas de lana
kaki, explicando que no le quedaban muchas pero que, tratándose de un militar
que peleaba por Francia ... Yo traducía, cada vez más molesta.
- Pues dale las gracias y dile que sí, que ya volveremos.
Desde muy pequeña, me habían enseñado a no mentir y los embustes
me quemaban la lengua. Pero tuve que rendirme a la evidencia : el uso de la
verdad podía presentar inconvenientes.
Ese día salí sola y me puse a hacer cola ante una tienda de comestibles.
Una señora mayor, de aspecto aristocrático, quiso saber de que se trataba y
escuchó mi respuesta con una sonrisa indulgente.
- Vous étes flamande, n'est-ce pas ?
- Non, madame; espagnole.
Su sonrisa se transformó en una mueca muy fea. Me miró, de arriba a
abajo, con un desprecio insultante y me volvió la espalda.
- No te preocupes - me consoló mi padre cuando se lo conté. Ya se les
pasará . No se equivocaba por lo que se refería a los belgas. Cuando el rey
Leopoldo III capituló, sus subditos, ya fueran flamencos, ya valones, perdieron
mucha popularidad. Por suerte para ellos, Francia no iba a tardar en entregar
las armas y pronto podrían, volver a su tierra.
Inquietos y estupefactos, los hombres de la casa, habían seguido por la
prensa el curso, desastroso para Francia, de las operaciones militares y, como
profesionales, comentaban severemante los increíbles errores tácticos del
general Gamelin. Mi padre recordaba una conversación que tuvo, en el campo
de Saint-Cyprien, con un oficial francés que preguntaba por la clase de
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funciones que había ejercido, durante nuestra guerra, el general Rojo. Mi padre
le explicó que era el jefe de todos los ejércitos y, para hacerse comprender
mejor - ya que no hablaba corrientemente el francés y su interlocutor no
entendía mejor el español - añadió :
- Como, en Francia, el general Gamelin.
El otro le soltó una sonora carcajada y, en castellano :
- ¡Un poco menos!
- ¡Un poco menos! - repetía, irónico, mi padre - ¡ Que más quisiera !
Después del desastre de Dunkerque, de la derrota, del éxodo hacia el sur
de las poblaciones, de la caída de París ¿que pensar del prestigioso - y bien
equipado - ejército francés? ¿Se habría convertido en una (des)bandada de
milicianos? "¡Que más quisiera!", creo que hubiese contestado, airadamente, mi
padre que tanto había fulminado contra la indisciplina de los milicianos en los
primeros meses de la guerra.
Nadie en torno nuestro se enteró, del llamamiento que hizo de Gaulle,
desde Londres, el 18 de junio. En cambio, el célebre discurso del mariscal Petain
"C'est le coeur brisé que je vous dis qu'il faut cesser le combat ..." había sido
ampliamente difundido por la prensa y la radio. La firma del Armisticio fue un
trago amargo para muchos pero, al fin y al cabo, la mayor parte de los
franceses se resignaron y aclamaron al anciano mariscal que, según sus propias
palabras "había hecho don de su persona a Francia". Para nosotros fue el
derrumbamiento de las pocas esperanzas que nos quedaba ¿Qué iba a ser de
nosotros?
***
El ejércitio francés no necesitaba ya nuevos aviones, pero los talleres
Breguet seguían fabricando ; mi padre y sus compañeros no habían notado
ninguna diferencia en el funcionamiento de la emprensa, hasta que un día, al
volver al trabajo después de la pausa de mediodía, se encontraron con la
puerta cerrada, echada la reja que daba entrada al establecimiento y defendida
por ametralladoras con un sirviente en cada pieza. Pegado a un portillo, que
permanecía abierto, un cartel daba orden a todos los obreros españoles de
entregar las herramientas al jefe de equipo y de presentarse a la mañana
siguiente en la estación de Matabiau, con las familias y los equipajes respectivos,
porque iban a ser trasladaos a África del norte donde la producción continuaba.
Cuando remitieron los útiles, les pagaron las jornadas pendientes pero
no la indemnización legal de despido. Lo que hizo pensar a más de uno que la
cosa era seria.
98
Mi padre no pensaba igual y decidió "perder" el tren. No podíamos
liquidar lo poco que teníamos en unas horas, ni mi madre podía despedirse del
taller tan de repente. Además, por la manera poco ... cortés de anunciar el
traslado, el asunto resultaba sospechoso. Algunos, sin embargo, pecaron de
incautos. En la estación, no había nadie para acojerlos, ni a la hora señalada, ni
después. Como habían dejado el alojamiento y no tenían donde ir, esperaron
en el andén, un día, dos ... Al tercero vinieron a buscarlos ... los gendarmes
para conducirlos al campo de concentración de Rivesaltes.
Los que, como mi padre, no habían acudido a la cita, consiguieron
reunirse y una delegación volvió a las oficinas de la empresa para tratar de
negociar el pago de la indemnización de despido prevista por la legislación
laboral. La dirección parecía acoger, de buen grado, la demanda ; incluso fijó
lugar y hora a los interesados. Mi padre seguía desconfiado y no se presentó.
Los que lo hicieron, se encontraron con los gendarmes.
Aquello fue preludio a una larga serie de persecuciones. Nuestros
documentos de identidad, tenían un plazo de validez de tres meses y, para
obtenerlos - como para renovarlos - era necesario justificar medios de
existencia legales. Dado que ninguno de nosotros vivía de las rentas, teníamos
que presentar (por lo menos el cabeza de familia), un certificado de trabajo
reciente. Y encontrar trabajo cuando todas las empresas que habían funcionado
para la guerra despedían personal, era punto menos que imposible. Además, si
algún refugiado, por milagro, lo conseguía, el Servicio de la Mano de Obra
extranjera negaba el visto bueno, indispensable para llevar a bien el expediente.
Era un problema insoluble.
Al cabo de varias semanas de paro forzoso, raro era el que no tenía la
documentación caducada. Entonces, la policía fue encargada en dar caza a los
extranjeros que se encontrasen en situación irregular y en ese caso se hallaba,
casi en su totalidad, la colonia española de Toulouse.
99
EN SITUACIÓN IRREGULAR
La policía de Toulouse cumplía con su misión haciendo prueba de un
celo digno de mención y de una gran conciencia profesional. Las redadas se
sucedían en los barrios populares y en los cafés frecuentados por los refugiados
españoles que eran el único lugar de reunión posible (sobre todo para los
hombres solos que no tenían siempre domicilio fijo), donde se podían cambiar
impresiones y noticias - noticias cada vez más alarmantes. No pasaba día sin
que se supiese que uno u otro de los conocidos había sido detenido, en su casa,
o en plena calle. No era prudente hablar español en los lugares públicos.
Nos contaron que, en la terraza de un café del boulevard de Strasbourg,
tres españoles fueron abordados por un policía :
- Papiers!
Era la palabra fatídica, la que le hacía uno sentirse en falta como si
hubiese cometido un delito. El policía, recogió los documentos sin mirarlos :
- fls sont périmés. Allez, suivez-moi.
- Pero, dijo uno de los refugiados, mi documentación está aún en regla.
- Elle ne l'est plus ! - gritó enfurecido el digno representante del orden,
haciendo añicos el papel.
Mi madre seguía trabajando en el taller, confeccionando ya ropa civil; y
también en casa para compensar el salario que mi padre había dejado de
cobrar. El pago de unos atrasos por parte de la Caja de subsidios familiares
había permitido la compra de una máquina de coser de ocasión ; pedaleando
en ella, mi madre iba a ganar, durante largos años, la subsistencia de la familia.
Privados de la paga del marido y sin más recursos, nuestros vecinos
decidieron volver a España. Tenían pensado ir a casa de la familia de la esposa,
que estaba en buena posición. El marido no se hacía muchas ilusiones con
respecto a su suerte, conociendo, más o menos, las sanciones aplicadas a los
oficiales "rojos", pero estaba dispuesto a sacrificarse por el bien de los suyos.
Más tarde, llegamos a saber que había sido apresado poco después de su
llegada ; nunca tuvimos de ellos noticias directas.
La vacante no tardó en ser ocupada por otros compatriotas. Esta vez
eran dos matrimonios sin hijos, uno de edad ya madura otro joven, que
veíamos poco ; ganaban su pan fregando vasos en un bar y terminaban la
100
jornada muy avanzada la noche. Los unos y los otros se encontraban en
situación tan irregular como la de mis padres.
Mi madre mantuvo algún tiempo su documentación en regla. Cuando la
fecha de validez llegó a término, solicitó próroga con, al apoyo, un contrato de
trabajo recientemente expedido. El Servicio de la Mano de Obra Extranjera,
juzgando que la situación laboral no justificaba ya el empleo de trabajadores
foráneos, emitió un "avis défavorable" y una nota que obligaba al dueño de la
empresa a licenciar inmediatamente a la interesada. Lo hizo oficialmente ; mi
madre fue borrada de las listas del personal y dejó de trabajar en el taller ; lo
hacía a domicilio, sin que ese trabajo figurase en ningún registro ni fuese
declarado a los organismos de seguro social y de subsidios familiares. Desde
aquel momento, nos encontramos sin protección social, sin contar que tanto
ella como la empresa arriesgaban sanciones si la situación llegaba a
conocimiento de la Inspección del Trabajo. Era una mala solución pero no había
alternativa.
Mi tía de Barcelona volvió a la carga ¿Qué hacíamos pasando miseria en
un país de perdición como Francia? Ella estaba dispuesta a hacerse cargo de mi
madre y de nosotros dos. En cuanto a mi padre, las cosas no eran ya como al
principio de la "paz"; él, después de todo, no había sido más que un militar que
obedecía a las órdenes de sus superiores y pensaba que podría obtener su
perdón si ...
- ¿Perdón? - exclamó furioso mi padre dejando caer la carta - ¿Perdón
por haber sido leal a la República, como lo fui a la Monarquía, por ser el
régimen legal de mi país? ¿Pedir perdón como si fuese yo el faccioso y el
parjuro? ¡ Antes morir de asco en un campo francés !
Mi pobre tía casi se enfadó. Dejó de escribirnos durante algún tiempo y,
cuando lo volvió, a hacer no se trató más del asunto.
Hasta final del otoño escapamos a las persecuciones, quizás nuestro
barrio residencial quedase fuera de la zona de control que se había fijado la
policía. Pero hubo rumores de visitas sistemáticas, en todos los distritos, con
motivo de un censo de población. El pretexto no parecía dudoso ; se
encargaban de hacerlas los gendarmes.
Nuestra "burguesa" residencia perdió la inmunidad de la que, hasta
entonces, habíamos beneficiado.
La llegada del gendarme no hubiese debido sorprendernos ; estábamos
preparados. Cuando sonaba el timbre iba yo a abrir y nadie más que yo, a no
ser que se oyesen las llamadas repetidas según un ritmo convenido. Diría al
101
visitante que mis padres habían salido y que éramos los únicos habitantes del
piso.
Pero las cosas no salen nunca como se imaginan. Era un jueves y ese día
mi hermano no tenía clase. Como me vio ocupada, fue el mismo a abrir, no
entendió una palabra de lo que preguntaban y el gendarme levantó la voz
pensando hacerse comprender mejor. Al ruido de las voces salió mi padre...
- Vospapiers ...
Mi madre había ido a entregar trabajo y pudimos decir sinceramente
que no estaba en casa. Se llevó a mi padre, prometiendo volver más tarde por
el resto de la familia.
Cuando volvió a llamar, mi madre todavía no había regresado. Ya se
iba, prometiendo volver otra vez, cuando prestó oído a un murmullo que salía
de la sala común : los señores González - el matrimonio de edad - habían
cometido la imprudencia de cuchichear algo y nuestro hombre tenía oído fino.
En dos zancadas recorrió el pasillo, entró en la habitación ...
- ¡Papiers...!
Marido y mujer salieron contritos y encogidos de detrás de la puerta. Los
empujó hacia la salida y, cambiando de táctica, ordenó que los siguiésemos
también mi hermano yo. Nos llevaba, rué de Metz arriba - bastante concurrida
a principios de la tarde - hacia la comisaría central, que estaba en la rué de
Rémusat; pero apenas recorridos unos metros, el señor González desapareció
en un portal y, dos números más allá, su esposa se deslizó en otro. Al ir a
cruzar la rué des Arts, el gendarme se volvió y los buscó, con la mirada, entre
los transeúntes.
- Oú sont passés les González? - me preguntó.
Me encogí de hombros tomando la expresión más estúpida que pude.
- Mais, qu'est ce que je vais faire, moi, hein ? Et eux qu'est ce qu'ils vont
faire. C'est moi qui ai leurs papiers !
Asentí con la cabeza pensando que la pérdida de sus papeles caducados,
que sólo disgustos acarreaban, debía afligir poco a los señores González.
Mi madre, al enterarse por ellos de lo ocurrido, se fue en pos nuestro y
nos alcanzó antes de llegar a la comisaría.
Allí estaba mi padre, enchiquerado con otros detenidos. Al verle así
apresado como un maleante, rompí a llorar, y mi hermano también. H
comisario nos miraba compasivo.
- Vous, je suis obligé de vous garder - le dijo a mi padre - mais je vais
donner des ordres pour qu'on laisse partir votre femme et les enfants.
Mi padre le dio las gracias efusivamente.
102
- II faudra faire renouveler votre carte de séjour, Madame - dijo a mi
madre, devolviéndole el documento. Mi madre asintió, sabiendo, como lo sabía
el comisario que aquello era imposible.
Apenas llegamos a nuestro domicilio, sonó el timbre. El gendarme no
pareció muy sorprendido al vernos allí habiéndonos dejado poco antes en
manos de la policía. El, después de todo, había cumplido con su misión, que
consistía en conducir a los refugiados a la comisaría. Y, por lo que se refería a
los González, el trabajo había quedado a medio hacer.
- Si vous les voyez, dites-leur bien qu'il doivent m'attendre. J'ai leurs
papiers !
Ni que decir tiene que se lo prometimos.
Ya muy tarde, extenuados y ateridos de frío, los señores González
volvieron al redil. Informados de la insistencia del gendarme y de la
recomendación que nos había hecho, decidieron levantarse al amanecer y no
volver hasta bien entrada la noche. Pusimos al matrimonio joven al corriente
de la situación en cuanto volvieron del trabajo, sugeriéndoles que hiciesen lo
propio si querían evitar un mal encuentro. Ellos, de costumbre, se levantaban
más bien tarde pero quedaron en seguir nuestro consejo.
Muy de mañana, una llamada seca anunció la primera visita del día.
- lis sont rentrés les González ?
- Non, voyez-vous méme.
Pasó revista a la habitación, bien ordenada, con el pijama amarillo
canario del señor González colgando del mismo clavo que la víspera (lo que,
había pensado, no sin razón, su dueño, no escaparía a la mirada perspicaz del
gendarme).
- C'est pas possible ! Mais qu'est ce qu'ils foutent sans papiers ?
Para descargo de su conciencia, fue hasta la sala común y, al pasar, se dio
cuenta de que había una puerta, cerrada, que, probablemente, le había pasado
desapercibida en sus visitas anteriores.
- Et la, il y a quelqu'un?
- Non, non - le dije segura de mi misma. Segura también de que los
ocupantes se habían ido como había quedado convenido. Pero nuestros dos
tórtolos, que no tenían costumbre de madrugar, no se despertaron hasta oír la
voz del gendarme.
- Hep, vous deux, reveillez-vous! Montrez-moi vos papiers.
Yo estaba furiosa contra ellos y, al mismo tiempo, avergonzada de haber
sido cogida en flagrante delito de mentira. Pero no se enfadó conmigo. De buen
103
humor, salió discretamente al pasillo mientras se vestían y, una vez vestidos,
se los llevó hacia la rué de Rémusat.
- Je reviendrai pour les González prometió al irse.
- Y cumplió. Con una puntualidad de reloj suizo, llamaba a la puerta cada
dos horas.
- Alors, ils sont rentrés?
Como la víspera, volvieron muy de noche, si cabe, aún más cansados y
encogidos. Nos contaron que se habían refugiado en la catedral hasta la
apertura de los cafés. Después de un rápido desayuno, se habían puesto a
andar por la ciudad, parando, sólo para comer un bocadillo y sin retrasarse
mucho ya que los lugares públicos estaban siempre muy vigilados. Cuando no
podían más, entraban en una iglesia. Los edificios religiosos ofrecían un
excelente refugio, el único seguro, pero no tenían calefacción y el tiempo era ya
frío.
El día siguiente comenzó como el anterior.
- lis sont venus dormir?
- Non, regardez.
La alcoba seguía ordenada, con cada cosa en su sitio y el célebre pijama
en el mismo clavo.
- Je n'y comprends ríen. Mais oü est-ce qu'ils ont pu aller sans papiers?
Convine en que circular sin papeles era contrario a todas las reglas de
prudencia y prometí decírselo a ellos si los veía, lo que no iba a tardar.
Estaban tomando un café en un establecimiento de la plaza Esquirol
cuando yo volvía del mercado, me hicieron señas y entré para comunicarles las
últimas recomendaciones de su perseguidor. Y, mientras bebía a sorbitos el
"petit créme" al que me habían convidado, vi, a través de la vidriera un
uniforme y, bajo el quepis ....
- ¡Es él!
Los tres nos inclinamos apresuradamente hacía nuestras respectivas
tazas y vimos, con alivio que pasaba de largo.
- No nos ha visto ¡que suerte!. Pepe, hijo, paga al camarero y vamonos
de aquí.
Don Pepe se apresuró hacia el mostrador, su esposa y yo hacia la puerta
que franqueamos después de mirar, prudentemente, a derecha y a izquierda
como si fuésemos a atravesar una calle. No viendo nada sospechoso , nos
aventuramos plaza abajo.
- Pero ¿que hace Pepe?¿Le ves venir?
104
Claro que le veía. Estaba junto a la puerta del café y el gendarme le asía
por un brazo mientras, con la mano libre, nos hacía signo de volver. No nos
habíamos dado cuenta de que el bar tenía una puerta lateral.
- Vous étes bien González ? - Era mera fórmula.
- No - contestó el interesado (por si acaso ...)
- COMMENT ?? C'est bien vous qui étes sur la photo, non ? Lá, sur vos
papiers !!!. - Y el gendarme golpeaba el malhadado documento con el dorso de
la mano.
Esta vez, pudo entregar papeles y detenidos a la comisaría central.
105|
CLAIRFONT
La comisaría de la rué Rémusat era la antecámara del campo de
concentración de Clairfont, situado a pocos kilómetros de Toulouse por la
carretera de España. Después de la guerra, fue convertido en terreno militar y,
en él, mi hermano - ironía del destino - pasaría sus primeros meses de "mili".
En aquellos tiempos era el lugar donde agrupaban a los detenidos en el curso
de las redadas que debían purgar la ciudad de todo extranjero "indeseable".
Los "pensionistas" podían hacer salidas, de corta duración, mediante un
permiso unido al documento de identidad caducado, este último marcado con
la estampilla roja del campo - estampilla, que señalaba a cualquier control la
proveniencia del portador.
En aquel otoño el efectivo, pletórico, iba en constante aumento a medida
que se intensificaban las razzias. Más tarde, por el contrario, fue disminuyendo,
sea que los "huéspedes" volviesen a España, sea que se alistasen en compañías
de trabajadores o fuesen contratados como obreros agrícolas ; en este último
caso las autoridades laborales no negaban el visto bueno, teniendo en cuenta la
falta de brazos para los trabajos del campo (entre los numerosos prisioneros
que habían hecho los alemanes en el curso de la breve campaña de Francia, la
proporción de campesinos era considerable). Era una forma de librarse
rápidamente del internamiento no exenta de inconvenientes : el trabajo era
duro, y más para los que no lo habían practicado antes ; y mal pagado ; por
otra parte, si un trabajador extranjero podía pasar sin dificultad del sector
industrial al agrícola, el trayecto inverso era prácticamente imposible.
Meses después, sólo quedaban en Clairfont los elementos "peligrosos" :
comunistas, anarquistas, personalidades políticas de diversa importancia,
oficiales superiores del ejército republicano ... que fueron concentrados, lo
mismo que los judíos, en el campo de Vernet d'Ariége, donde, más tarde, la
Gestapo formaría contingentes para los campos de exterminación alemanes.
Cuando mi padre ingresó en Clairfont, la administración,
completamente desbordada por los acontecimientos, se vio obligada a buscar
refuerzos entre los internados que habían adquirido algunos conocimientos de
francés. Como éstos no tenían ningún interés en ejercer una vigilancia
rigurosa sobre las idas y venidas de sus compañeros de detención, era casi tan
fácil salir del campo como entrar en él. Naturalmente, los que salían sin
permiso, lo hacían a sus riesgos y peligros. Riesgo de tropezar con un control
policial y peligro de sanciones como reincidentes. Sin embargo, la probable falta
de comunicación entre servicios y la repugnancia de los funcionarios franceses
106
en salir del marco estricto de su cometido, permitía pasar entre las mallas de la
red.
A las pocas horas de ser detenidos, nuestros jóvenes vecinos estaban de
vuelta a casa, cada uno con una manta bajo el brazo. Nos explicaron que a su
ingreso en el campo hubieron de cumplir diversos requisitos y cada vez hacer
cola a causa de la afluencia : uno era la inscripción en los registros, otro, la toma
de posesión de una manta por persona (probablemente porque los ingresados
llegaban con lo puesto, sin tener tiempo de recoger, ni siquiera, un poco de
ropa)... Nuestra pareja empezó por la manta y, una vez con ella, observaron
que la puerta no estaba vigilada. Entonces intentaron una salida y, paso a paso,
llegaron hasta la ciudad sin que nadie les llamase al orden y eso que se cruzaron
con el furgón que los condujo al campo y que la chica llevaba un abrigo
demasiado vistoso para pasar desapercibido. Pero los del furgón habían
cumplido con su misión que era el transporte de los detenidos hasta el campo ;
lo que los detenidos pudiesen hacer después les tenía, visiblemente, sin
cuidado.
Esa limitada concepción del deber no dejaba de sorprendernos. Mi padre
se encontraba en casa, con permiso, una de las veces en que el gendarme pasó
buscando a los González. La presencia de su ex-detenido le dejó indiferente ; ni
siquiera se preocupó por saber si había o no conseguido regularizar su
situación.
- ¡Con lo que hubiese disfrutado yo poniendo ante las narices de un
gendarme un documento en regla ! - se lamentó mi padre que tenía ya en
mano el documento que le autorizaba una ida y vuelta a la ciudad en plazo
limitado.
Tampoco los González permanecieron mucho tiempo tras las
alambradas. Mi padre había asistido a su llegada y, ya al corriente de las
costumbres del lugar, les aconsejó que tomasen el camino de vuelta antes de
ser, como él, fichados ; lo cumplieron sin hacerse de rogar y volvieron al piso
sin percances.
El Rubio, nuestro antiguo vecino y compañero de reclusión, también
había venido a Toulouse, donde residía con su mujer y la familia de ésta. Es
decir, él residía en Clairfont, donde había sido internado y allí le encontró mi
padre cuando fue detenido a su vez. Como trabajaba en la oficina del campo y
estaba algo al corriente de la situación, dio algunos consejos a mi padre ; para
empezar, el de tomar la puerta.
- Márchese de aquí cuanto antes que esto se va a poner muy mal.
107
Mi padre que no quería comprometer nuestra seguridad - y la de
nuestros vecinos - si las autoridades notaban su desaparición, le hizo observar
que estaba fichado ya en el campo y que su documento de identidad llevaba el
sello ....
- El sello se puede borrar; lo del fichero corre de mi cuenta.
Con un producto "chupa-tintas" y mucha paciencia hizo desaparacer toda
señal de estampilla. Luego, como la cartulina verde había quedado decolorada
en la parte atacada por el líquido, la frotó contra la madera del suelo hasta
hacerle tomar el aspecto de un documento que ha rodado por muchos bolsillos,
no muy limpios.
Toda huella de su paso por el campo borrada, mi padre salió de Clairfont
y no volvió. Sin embargo, permanecía indocumentado y, en esas condiciones,
la vida en Toulouse se hacía imposible. El sur de Francia era todavía "zona
libre" ; los alemanes estaban menos presentes que en zona ocupada pero las
autoridades francesas ejercían un control cada vez más severo sobre la
población, en particular extranjera. No había más solución que buscar asilo en
zona rural e intentar obtener documentación como obrero agrícola. Mi padre
consiguió encontrar quien le firmase el contrato de trabajo correspondiente en
un pueblo de los alrededores y allí trasladamos nuestra residencia.
El Rubio, por su parte, fue trasladado al campo del Vernet, de siniestra
memoria, y no se vio libre hasta la liberación de Toulouse, en agosto de 1.944.
Libre pero enfermo y con pocos años de vida por delante.
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EL PUEBLO
Aquel pueblecito de Haute-Garonne, de cuyo nombre no quiero
acordame, me resultó antipático desde el primer día, como si me hubiesen
dicho que allí iba a enterrar mi juventud. Habíamos alquilado una casa de dos
pisos y buhardilla, ni bonita ni francamente fea... Era, eso si, sombría y
rezumaba tristeza ; no me extrañó que el anterior ocupante - y dueño hubiera muerto loco. Tenía luz eléctrica (en aquellos tiempos, en muchas
granjas de los alrededores se alumbraban con carburo), pero no aseos ni agua a
domicilio, como la gran mayoría de las casas de aquel pueblo con el que tuve
pocas afinidades.
Sin embargo, mis padres no conservaron de él malos recuerdos, prueba
de que no eran rencorosos. El primer contacto con las autoridades locales les
valió un auto de comparecencia ante el tribunal correccional de Toulouse que
los condenó a un franco de multa - que no era mucho - y a los gastos - que
eran mucho más. Pero les renovaron la documentación.
Mi madre trabajaba por su cuenta, de modista, sin estar declarada, es
decir sin autorización - que le hubiese sido negada, de haberla solicitado - y
dado el caso, sin pagar patente. Reconozco que la gente del pueblo lo sabía y a
nadie se le ocurrió denunciarlo, ni siquiera a la modista local a quien mi madre,
que cosía más barato (y con mejor gusto) había quitado mucha clientela. A
pesar de mi poca afición aprendí a coser, a cortar a probar... No era
exactamente a lo que hubiese soñado dedicarme pero admití que otras habían
tenido menos suerte. Algunas familias refugiadas se vieron en la obligación de
poner a servir a las hijas.
Cuando empezó a asistir a clase en Toulouse, mi hermano no hablaba
francés (otro españolito hacía de intérprete) ; al cabo de seis meses, el maestro
nos aseguró que era uno de sus mejores alumnos y desde que ingresó en la
escuela del pueblo siempre nos trajo buenas notas Generalmente, los niños
refugiados obtenían buenos resultados escolares, incluso en lengua y literatura
francesa, asignaturas en que, lógicamente, estaban desaventajados con relación
a los naturales del país.
Habiendo arrendado un huerto "a medias", es decir que la mitad de la
cosecha iba al dueño, mi padre cultivó hortalizas y así conseguimos mejorar - y
variar - nuestros menús. Los productos alimenticios andaban muy escasos por
aquellos tiempos (también otros artículos como la ropa y el calzado). Los
alemanes se llevaban la mayor parte de la producción francesa y además, según
los acuerdos de armisticio, Francia tenía obligación de abastecer en víveres al
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ejército de ocupación. Para la población, quedaban las sobras, severamente
racionadas.
Teníamos tarjeta de racionamiento pero seguíamos sin protección social.
Mi padre siempre encontraba quien le firmase un contrato de trabajo cuando
era necesario, pero sin declararle a la caja de seguros agrícolas - lo que hubiese
obligado al firmante a pagar la cotización empresarial. Como siempre estaba
dispuesto a echar una mano para cualquier faena del campo a quien se lo
pidiese, y cobraba lo que querían darle... Como mi madre cosía lo que la
llevaban - ya fuese nuevo, ya viejo - por poco dinero (o por algo de
mercancía).... adquirimos buena fama. Los tiempos eran duros. Valía más vivir
estrecheces y tener simpatías en el pueblo que lo contrario : estábamos a
merced de una denuncia ...
Nuestro modo de vida era de lo más primitivo : un amueblado sumario,
escasa ropa de cama, muy poca batería de cocina... guisábamos con leña en un
viejo fogón que nos habían dado, nos lavábamos y lavábamos la ropa en un
barreño con el agua acarreada a cubos de la fuente y todos los substitutos del
jabón que podían encontrarse en los parajes...
"A pesar de todo, llegamos a ser felices", suspiraba, a veces, mi madre
evocando los "buenos tiempos" de su lozana treintena. ¿Felices? Yo le
recordaba entonces que ella se mataba a trabajar y que mi padre pasaba
enfermo los inviernos, pagando los esfuerzos del verano. ¿ Felices, cuando el
miedo hacía parte de nuestra existencia ? Miedo de caer enfermos (la
enfermedad era un lujo que no podíamos permitirnos : el médico, vecino
nuestro, no nos cobraba la consulta pero los medicamentos quedaban fuera de
nuestras posibilidades); miedo de cualquier uniforme, alemán o francés; miedo
de no llegar a cubrir los gastos más inmediatos ; miedo de lo que podía
reservar el porvenir a la familia, aumentada con la llegada al hogar de una
hermanita...Y sin embargo sí, tenía razón mi madre, en ciertos momentos
privilegiados, cuando la zozobra se dejaba olvidar, éramos felices.
Aquel pueblo no es, en fin de cuentas, tan triste y feo como me lo
parecía. Es - era ya - limpio y de aspecto próspero, con mercado cubierto,
escuela, oficina de correos ... Con su iglesia de ladrillo rojo, primorosamente
cuidada y florida por las beatas del lugar; en ella bautizamos a mi hermana, mi
hermano fue monaguillo, recibió la primera comunión y fue confirmado por el
anciano cardenal Saliége, protector de judios y de refugiados españoles. Un río,
afluente del Garona, movía el molino, alimentaba el lavadero, centro de
reunión de las comadres del lugar y servía de terreno de maniobras a los
"pescaires" locales, a los que se sumaba mi padre cuando no trabajaba ; la pesca,
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la mayor parte del tiempo, era insuficiente para nutrir al gato pero, de tarde en
tarde, picaba un ejemplar de la fauna fluvial digno de terminar en la sartén. Al
abrigo de una arboleda un pequeño embalse, muy concurrido en verano por la
gente joven, hacía funciones de piscina.
El trato afable y sencillo de la gente reconcilió a mi padre con los
franceses. Recuerdo que, en Toulouse, le oí comentar todo el mal que pensaba
de ellos con un compatriota a quien se le ocurrió decir :
- Ya verás, si tu hija se casa con un francés....
- ¿Con un francés? - saltó mi padre - Antes con un ... papú.
Mi padre no tenía nada que temer sobre ese particular. Me sentía en
completo desfase con los chicos y las chicas del pueblo, por lo que mantuve con
ellos relaciones corteses y distantes. Por otra parte, la idea de establecerme en
Francia para siempre, de no volver a nuestra España ... Porque, la vuelta a
España "cuando terminase la guerra", no nos dejaba entonces lugar a dudas.
111
REFUGIADOS POLÍTICOS Y EMIGRANTES "ECONÓMICOS"
En la región, residían no pocos españoles, algunos refugiados, otros no.
Entre los primeros, se contaba un número importante de hombres solos,
muchos de ellos casados con la familia en España. Alguno que otro mejoraba su
situación en un hogar francés, remplazando al marido prisionero en Alemania,
que a su vez, en ciertos casos, substituía al esposo de una granjera alemana,
combatiente en el frente ruso, quien - quizás -más tarde, prisionero de los
rusos... ¿ Cuantos matrimonios habrán hecho y deshecho las guerras ?
Unos cuantos eran de origen campesino. Otros provenían de distintos
horizontes laborales (obreros, empleados, intelectuales..., entre ellos una
familia de médicos : padre, hijos, parientes y aliados ...) y nunca habían tocado
un instrumento de labranza. Es de señalar que los pertenecientes a esta última
categoría contribuyeron grandemente a mejorar la imagen que el francés
medio tenía de España.
- II y a des cinemas en Espagne ? - me preguntó una vecina.
Aparte algún espectáculo gratuito, improvisado e involuntario por lo
que se refiere a los actores, aquel pueblo carecía de distracciones. Recuerdo la
misa de los domingos, los entierros, a los que participaba todo el pueblo - y a
los que me tocaba ir en nombre de la familia (siempre me cayó en suerte la
cartera de relaciones exteriores) - y la representación teatral que tenía lugar
una vez al año en la que eran intérpretes los jóvenes "indígenas". Y, cada
sábado, un cine ambulante que proyectaba películas no muy recientes en uno
de los cafés de la localidad.
- Des cinemas en Espagne ? Mais oui, bien sur! De vrais cinemas...
- Encarna m'a dit qu'il n'y en a pas ! - atajó mi vecina con el tono severo
de quien pilla un embuste.
Pienso que Encarna tampoco mentía. Seguro que no existían cines en la
remota aldea que sus padres abandonaron años antes, con el hatico al hombro,
y de España no conocían mucho más. Su familia, como tantas otras, había
pasado la frontera en busca de trabajo, huyendo, no de la represión, sino de la
miseria y lo que contaban de su tierra hacía pasar a España por un país
tercermundista o algo menos. La mayor parte de ellos explotaban granjas
como medieros. Sobrios y acostumbrados a las duras faenas, al cabo del
tiempo, el que más y el que menos tenía su "calcetín bien repleto", como decía
mi madre.
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La llegada de nuevos compatriotas, sin un céntimo pero con manos y
modales de señoritos, no dejo de inspirarles cierto recelo y más al observar que
algunos se escondían de los gendarmes. Ellos eran gente honrada y
trabajadora que no tenía tiempo para la política, iba a misa cuando podía, se
casaba y enterraba a sus muertos por la iglesia.... (Debo decir que los
refugiados también, creyentes o no ¡Cualquiera se singularizaba en aquella
época!).
Con el tiempo, habían acquirido idioma propio, "enriqueciendo" el
español que trajeron de la aldea con aportes de francés y de "patois" (dialecto)
local, derivado del occitano, lo que podía dar el siguiente resultado :
He dio al bureo de posta pa mercar timbres. La Chaneto me ha dicho que va a
mandar a su drolo ; ya mercó la caramba ; le costó tres milo cinco cientos francos y
encora el amo de la botica la demandó un cambasú... En castellano : "He ido a la
oficina de correos a comprar sellos. Jeannette (o Juanita) me ha dicho que va a
casar a su hija ; ya le ha comprado la alcoba ; le ha costado tres mil quinientos
francos y encima el dueño de la tienda le pidió un jamón". (En aquellos tiempos
difíciles, no se conseguía comprar nada si no era abonando, en suplemento,
algo comestible. O tabaco que también andaba escaso).
Apenas si pudimos permanecer serios cuando uno de aquellos
compatriotas nos anunció que su salud había mejorado desde que el médico le
administró unos cachetes (del francés "cachet" = sello o pastilla farmacéuticos)...
Lo más sorprendente es que llegaban a hacerse entender tanto por los
españoles recién llegados como por los franceses.
Mi padre observaba con buen humor que en aquel pueblo había tema
para saínetes y que era una pena que alguien como Arruches, Muñoz Seca o los
hermanos Quintero no hubiese tenido ocasión de pasar por allí.
Si la vieja generación manifestaba un neto apoliüsmo, entre la joven,
algunos volvieron a España cuando estalló la guerra y combatieron en las filas
republicanas. (Pocos entre los que yo he conocido). También tomaron parte en
la resistencia y en los maquis.
Nuestra casa se convirtió pronto el lugar de reunión para los españoles
de la comarca, refugiados o no. A todos estaba abierta - y más a los que se
encontraban alejados de la familia. No teníamos de nada pero todo lo
compartíamos ; nadie se iba sin tomar una taza de lo que entonces llamábamos
(por no encontrar otro nombre más adecuado) "café" y, si era hora de comer,
sin un plato de lo que hubiese ; hasta que el huerto empezó a dar fruto y mi
madre se diese a conocer entre la población rural, era, generalmente, una
113
papilla espesa de harina de avena, para uso ... zoológico, lo único que se
encontraba aún con relativa facilidad. Pero, el que da lo que bene...
114
LA OCUPACIÓN ALEMANA
De los maquis se empezó a hablar en 1.942, cuando los alemanes
ocuparon la zona sur. Como enrolaban a los hombres válidos (a partir de diez
y seis años en los últimos tiempos) para el Servicio del Trabajo Obligatorio, a
los que no pugnaban por construir el muro del Atlántico, es decir la inmensa
mayoría, no les quedaba más recurso que esconderse o irse al monte (en
francés "prendre le maquis")- Un oportuno ataque cardiaco libró a mi padre de
ser alistado, como tantos otros, en una de aquellas compañías de trabajo.
En las cercanías, un bosque público bastante extenso daba cobijo a varios
"maquis", uno de ellos, compuesto de españoles, a menos de una hora de
marcha de nuestra casa; bien escondido : los equipos de leñadores (en los que
figuraba mi padre), que trabajaron a proximidad, no se enteraron de su
existencia hasta que sus miembros saliesen de la clandestinidad. Mi madre les
cosía ropa ; incluso, creo recordar que les confeccionamos algo utilizando la tela
de los paracaídas con los que recibían armas y municiones de Inglaterra.
Muy pocos estaban al corriente, sólo el puñado de hombres que tenían
contactos con la Resistencia, entre ellos mi padre y los españoles que, con él, se
ofrecieron a la organización para lo que fuese necesario. Como en las pequeñas
aglomeraciones no es fácil guardar un secreto, nos preguntábamos, no sin
angustia, si el asunto no acabaría por llegar a oídos de los cuatro o cinco
"miliciens"del lugar (la Milicia de Pétain colaboraba abiertamente con los
ocupantes). Yo apostaría que sí, pero, por raro que parezca, entre resistentes y
"milicianos" existía en el pueblo como un convenio tácito, ya que los primeros
no fueron denunciados por los segundos, ni los segundos por los primeros
cuando se volvieron las tornas.
De haber sido descubierto aquel maquis, nuestra suerte, la de todos los
refugiados españoles del sector, hubiese sido poco envidiable. Ante las
autoridades francesas y más aún ante las alemanas, el término "refugiado
español" era sinónimo de "rojo" (y "rojo" se asimilaba frecuentemente a
"terrorista"). Arriesgábamos ser fusilados en el acto, grandes y chicos - la
"justicia" del ocupante era siempre expeditiva - o ser enviados a un campo de
exterminación.
Fue delatado otro maquis, que se albergaba en las tierras de un conde, a
pocas decenas de kilómetros del término municipal del pueblo ; un
destacamento alemán las invadió, ametrallaron al conde y a toda alma viviente
que encontraron, prendieron fuego a la casa... Los mediaros, que eran
115
españoles, lograron escapar tendiéndose en los trigales que, por suerte ya
crecidos, los ocultaron a la vista de los atacantes.
En Toulouse las redadas se intensificaban ; algunos compañeros de mi
padre fueron prendidos y no se supo más de ellos.
Vivíamos en casi perpetuo sobresalto. Un día mi hermano, acompañado
de la chiquitína, había llevado a pacer al campo un "rebaño" de polluelos de
ganso que pensábamos criar y engordar para sacar algo de grasa (lo poco que
distribuían con la cartilla era sebo). Pronto le vimos volver despavorido con la
nena a cuestas y los pollos espantados por delante : había visto acercarse al
pueblo tanques y soldados alemanes. Me asomé y les vi llegar : llevaban
uniforme de las S.S.
La triste fama de esas tropas especiales del Reich era bien conocida y en
el pueblo sopló un viento de pánico. Decían que buscaban armas, que iban a
registrar las casas. Deprisa y corriendo, nos pusimos a destruir todo lo que
hubiese podido ser comprometedor para nosotros o para los demás.
Quemamos en el fogón papeles y más papeles. Recibíamos propaganda antinazi, en particular un boletín informativo, con título prometedor "Reconquista
de España", órgano de la Union Nacional Española que, en la clandestinidad,
reunía a los españoles antifascistas de todas las tendencias (cuando salió a la luz,
resultó ser de obediencia comunista y muchos no-comunistas la combatieron).
Era una falsa alarma. Por lo visto, los S.S. hacían sólo maniobras y,
después de haber ocupado el pueblo, se marcharon por donde habían venido.
Por culpa suya, perdimos el contacto con Anita, establecido pocos días antes agradable sorpresa pues los repetidos cambios de domicilio de unas y de otras
habían interrumpido toda comunicación con nuestras antiguas compañeras de
"internado". Nos contaba sus vicisitudes desde el cierre del campo, cuando no
encontró más solución que la de proponerse para tareas campesinas (¡Pobre
Anita!). Tuvo la oportunidad de ir a Briancon y de visitar a la familia Ardanuy,
que le comunicó la dirección nuestra. Esa carta, aún sin contestar, desapareció y
pensamos haberla quemado como tantos otros papeles. ... Treinta años más
tarde, la encontré escondida entre las páginas de un libro ¿ Que habrá sido de
Anita ?
Seguíamos el curso de la guerra por la B.B.C.- que se oía mal - y Radio
Moscú, -que se entendía mejor. Un compatriota había comprado un aparato de
radio y, como vivía solo y paraba poco en su casa, lo llevó a la nuestra ; allí
teníamos reunión todas la noches - mientras mi madre y yo cosíamos - y ya
tarde escuchábamos las noticias, cuidando que el sonido no saliese al exterior
(ni que decir tiene que el captar tales emisoras estaba severamente castigado).
116
Mi padre había clavado en la pared un mapa de Europa y, con banderitas
pinchadas en alfileres, marcaba el curso de las operaciones. Tuvimos momentos
de angustia, cuando los alemanes avanzaban por todos los frentes y
empezamos a respirar cuando su derrota en Stalingrado hizo tomar otro giro a
la guerra. La prensa francesa, reducida a su más mínima expresión por falta de
papel y sometida a la censura, se hacía eco de la propaganda alemana, pero
cuando ésta anunciaba "un repliegue estratégico de la Wehrmacht", ya
sabíamos lo que tal estrategia significaba.
Después del desembarco aliado en Normadía, el horizonte se aclaró.
Sin embargo, las fuerzas ocupantes se hacían más temibles a medida que
la situación militar empeoraba par ellas. Paulatinamente los "maquis" se
organizaban y se enardecían, hostigando a los convoyes de tropas, volando
puentes y vías férreas. Los españoles, aguerridos y experimentados en esa
clase de operaciones (¿quien inventó la guerrilla?) prestaban una ayuda eficaz,
cuando no tomaban la iniciativa. Pero la represión era terrible : detenciones,
deportaciones, fusilamientos, torturas ... los resistentes - entre ellos muchos
compatriotas - pagaron un terrible tributo a la liberación de Francia.
117
DE LA LIBERACIÓN A LA GUERRA FRÍA
Aquella madrugada de fines de agosto de 1.944, cosíamos mi madre y
yo junto a la ventana cuando vimos pasar a un ciclista con un brazalete tricolor.
Llamó a varias puertas y la gente salió a la calle. Los alemanes habían evacuado
Toulouse. Eramos libres ¡¡¡ LIBRES !!!
La retirada había sido rápida, con sólo algunos combates esporádicos
entre soldados alemanes y grupos de resistentes que, sin embargo hicieron
víctimas ; fueron las últimas de una larga serie que se concluía con la liberación
de la ciudad. En la sede de la Gestapo, abandonada apresuradamente por sus
ocupantes, las F.F.I. (Fuerzas Francesas del Interior) se encontraron con el
horrible espectáculo de una fosa llena de cadáveres y varias salas provistas de
instrumentos de tortura ...
Los clandestinos salían a la luz del día. Los guerrilleros españoles
volvían del "maquis" con aureola de héroes, después de haber participado en la
liberación de muchos puntos de Francia - y de haber liberado por su cuenta
ciudades como Tarbes, Pau, Foix ... Era la época eufórica de la fraternidad. Se
descubría que los españoles habían combatido en todos los teatros de
operaciones, de África a Noruega, que los primeros tanques que entraron en
París llevaban rótulos evocadores : "Guadalajara", "Teruel", "Belchite" o, menos
bélico "España Cañí"... Un diario socialista de nuestra región - "L'Espoir" rotulaba algo así : "HERMANOS ESPAÑOLES LIBERADORES DEL SUELO
FRANCÉS ¡GRACIAS!". En Toulouse, algunos, que vestían su uniforme español
con galones de oficial tenían la pueril satisfacción de verse saludados
militarmente por los - antes tan temidos - gendarmes.
En el pueblo se echaron las campanas al vuelo. Los milicianos se
encerraron en sus repectivas casas y los resistentes salieron de las suyas,
luciendo brazalete tricolor marcado con la cruz de Lorena. Después desfilaron
armados, hasta el monumento a los muertos de la guerra del 14 (al que más
tarde se añadirían los - menos numerosos - nombres de los caídos en la del
39). Los españoles, asociados a la fiesta, seguimos el cortejo que encabezaba un
piloto americano llovido del cielo en tiempos de la ocupación y escondido en un
maquis : un joven, alto y rubio, con planta de galán de cine "made in USA", que
las chicas del pueblo se rifaban, lo que, dicho sea de paso, parecía más bien
ponerle molesto.
Después, la vida recobró su curso "normal" y la guerra continuó en
tierras lejanas. Para los resistentes franceses, la lucha había terminado pero los
118
guerrilleros pretendían reconquistar España y algunos lo intentaron. Mi padre
censuró lo que consideraba un suicidio ¿Cómo un puñado de guerrilleros iba a
derribar a Franco, aunque beneficiase de alguna ayuda popular?. Muchos de
ellos no volvieron, muertos en combate, prisioneros, ejecutados... Un grupo de
jóvenes comunistas fue capturado y sus miembros torturados y fusilados. Entre
los nombres figuraba el de un muchacho que conocimos en el refugio de
Pirineos Orientales, de poca más edad que yo.
Al fin, el gobierno provisional de la República francesa, decretó el
desarme de los guerrilleros.
No obstante, seguíamos pensando que después de la caída de las
dictaduras nazi y fascista, Franco no podría mantenerse en el poder, que las
democracias no podrían tolerar un régimen dictatorial en un país que sólo una
cadena de montañas separa de Francia. Pero las vías de la política internacional
son impenetrables ...
La guerra había terminado. Los prisioneros empezaron a volver al
pueblo y también, escuálidos, con el cráneo pelado, los ojos hundidos en las
órbitas, vestidos de una especie de pijama rayado, los deportados,
supervivientes de los campos de exterminación : judíos, resistentes,
personalidades políticas ... Los españoles con triángulo azul, distintivo de su
nacionalidad. Entonces nos enteramos de la existencia de aquellas fábricas de
muerte, ordenadas, planificadas, como cualquier empresa de producción. Lo
que contaban aquellos esqueletos vivientes, que hablaban bajo, mirando
furtivamente a su alrededor, como si todavía estuvesen vigilados, era
sencillamente alucinante.
También se llegó a saber que los españoles deportados al campo de
Mathausen descubrieron con sorpresa que los primeros habitantes no
germanos de aquel siniestro lugar eran también españoles. Se trataba de
miembros de compañías de trabajo hechos prisioneros por los alemanes
cuando hacían fortificaciones en la linea Maginot. Cuentan que las autoridades
alemanas, no sabiendo que hacer con aquellos cautivos, que no podían ser
considerados como prisioneros de guerra puesto que España y Alemania no
estaban en conflicto armado, intentaron solucionar el caso por intermediairio
de los ministros de asuntos exteriores de los dos países .... Y el de Franco se
desentendió del problema dejando que sus compatriotas fueran clasificados de
"terroristas" e internados como tales en uno de los peores campos de
exterminación, de donde sólo volverían (¡y en que estado!) un muy pequeño
numero.
119
La guerra había terminado y todos los antifascistas refugiados en
Francia, entre ellos muchos italianos que habían logrado escapar a la Gestapo y
a la Milicia, podían volver a sus casas. Todos menos los españoles.
La guerra fría iba a reforzar la precaria posición del régimen franquista.
Estados-Unidos y Gran-Bretaña, que dirigían la política del mundo occidental,
necesitaban bases militares en Europa ; la posición estratégica de España y el
anti-comunismo de sus dirigentes hacían de la península una pieza importante
en el tablero internacional. Nuestra causa estaba perdida de antemano. De buen
o mal grado, íbamos a tener que considerar nuestra instalación en Francia
como definitiva..
La Convención de Ginebra había dotado a los refugiados políticos de un
estatuto legal, lo que no impidió que un ministro del Interior socialista, Jules
Moch, reanudase la caza a los comunistas como en los "buenos" tiempos del
gobierno Daladier (sólo que los detenidos expulsados de Francia, pudieron,
encontrar asilo en las Repúblicas Populares del este de Europa). Esa
Convención, firmada por el gobierno francés, concedía a los refugiados ciertos
derechos, entre ellos el de trabajar en todas las profesiones asalariadas derecho que no era sistemáticamente reconocido.
Por otra parte, los antiguos resistentes y sus familias podían obtener
fácilmente la nacionalidad francesa. Algunos la solicitaron. Mis padres
conservaron su estatuto de refugiados políticos, quedando bajo la protección
de un organismo titulado Office Frangais de Protection des Refugies et
Apatrides que dependía del Ministerio de Asuntos Exteriores francés,
beneficiando de un pasaporte que les permitía viajar por todos los países del
bloque occidental. Excepto España.
Mi hermano terminó, con excelentes notas, la enseñanza básica en el
pueblo y se matriculó en Toulouse, primero en un establecimiento de segunda
enseñanza, luego en una escuela de ingenieros.
120
VEINTE AÑOS DESPUÉS
Habíamos conseguido volver a Toulouse después de diez años pasados
en aquel pueblecito, comiendo (mal), durmiendo (poco) y trabajando (mucho).
Era muy difícil instalarse en la ciudad, no ya por cuestiones jurídicas - nuestro
estatuto de refugiados nos permitía beneficiar, en principio, de ciertas
consideraciones - sino por la escasez de viviendas, verdaderamente dramática
en aquella época ; si las poblaciones desplazadas por la guerra habían podido
volver a sus regiones de origen, el éxodo rural empezaba.
Diez años durante los cuales mi madre, sin descanso, había
transformado en abrigos o tabardos las mantas teñidas de la gente del pueblo y
de los alredededores; en pantalones y chaquetas las gruesas y recias sábanas y
las no menos recias camisas de lienzo que los rústicos conservaban en sus arcas
de generación en generación; en blusas nuevas los vestidos viejos ; en delantal
de niño la bata de la madre ...
Diez años de ilusiones defraudadas ; la esperanza de volver a una
España democrática se había ido esfumando a medida que pasaba el tiempo.
Diez años de espera a que se abriese una puerta en aquel callejón sin salida que
era el pueblo, espera que me ... desesperaba ; la paciencia no suele ser virtud de
gente joven.
La ocasión se presentó cuando una familia española y "amiga" se fue de
la ciudad y nos cedió - mediante un "traspaso" exorbitante para nosotros - su
alojamiento ; dos habitaciones y cocina abuhardilladas, sin aseos ni agua (el
agua se encontraba en la fuente a unos veinte metros de la casa). "Un palomar",
decía mi madre. Aceptamos, sin embargo, y nos empeñamos ; lo esencial era
poner un pie en la ciudad y esa era la única oportunidad que se nos brindaba.
Mi padre encontró empleo con relativa facilidad ; era un trabajo poco
agradable y no muy bien pagado pero, unido al de mi madre, que siguió
cosiendo para la gente del pueblo hasta que se dio a conocer en el barrio, nos
permitía vivir algo más desahogadamente, tanto más que ya no teníamos que
pagar la pensión de mi hermano que seguía estudiando en Toulouse. Y - ¡por
fin! - beneficiamos de protección social.
Me inscribí en una academia para preparar un diploma de contabilidad.
No podía pretender a más dada mi corta escolaridad. (Más tarde, sin embargo,
121
la proseguí y, sin dejar mi empleo, conseguí llegar hasta el segundo ciclo
universitario que terminé bien clasificada).
Me hice con con un título y un oficio cuya acquisición era fruto de
muchos sacrificios. Al pasar de la edad escolar, no se me permitía cursar una
formación normal en un establecimiento público y gratuito. La escuela
particular - y, en consecuencia, de pago - donde seguí una formación acelerada,
aseguraba colocación a las alumnas por orden de clasificación en el examen de
salida y trabajé lo que pude para obtener buenos resultados ; fui una de las
primeras en la clasificación y quizás la última en encontrar trabajo. Era
extranjera ; si mi estatuto de "residente privilegiada" me permitía,
teóricamente, ejercer cualquier profesión asalariada, las industrias tenían
limitado el empleo de extranjeros a un tanto por ciento de su efectivo y la
mayor parte de las empresas de la región se hallaban con el cupo cubierto. En
ese caso podían salir de las normas si no encontraban candidatos autóctonos al
puesto vacante pero, en mi profesión, las demandas de empleo eran muy
superiores a las ofertas.
Al cabo de varios meses de búsqueda, dio la academia con un pequeño
industrial que utilizaba mano de obra exclusivamente indígena y podía, sin
riesgo de conflicto con las autoridades laborales, establecer el contrato que me
permitiese obtener la indispensable "carte de travail".
Creí haber llegado al final de mis peregrinaciones pero me equivocaba.
El Servicio de la Mano de Obra Extranjera, juzgando que había elegido un
gremio en el que había desempleo, emitió un "avis défavorable". Me informé
entonces sobre las profesiones que se me ofrecían : eran, exclusivamente,
servicios domésticos.
Mi jefe tenía relaciones políticas y decidió hacerlas interceder en mi
favor. Le contestaron que lo sentían mucho pero que sería más fácil obtener
para él la "Legión d' Honneur".
Volví a la escuela y hablé con el director. Había cumplido su promesa al
hallarme un empleo, pero no podía ignorar que, siendo extranjera, no se me
permitiría ocuparlo. Lo ignoraba ; le extrañó mucho cuanto le referí y me
aseguró que intervendría. Un mes después me encontraba en posesión del
documento y regularizaba definitivamente mi situación en Francia.
- ¡ Francesa de papeles !, dije tirando sobre la mesa mi flamante "carte
d'identité nationale" y mi no menos flamante pasaporte azul "France" que iba a
permitirme ir a España sin someterme al régimen de Franco.
122
Después de veinte años de exilio, pasé la frontera en sentido inverso, con
la emoción y la impaciencia de quien llevaba tanto tiempo esperando ese
instante. Con la ilusión también de dar a conocer a mi hermana la España de
mis años felices que, en los primeros de su vida, había tomado el prestigio
misterioso del país encantado de los cuentos de hadas.
Mi familia, los amigos de mi familia, mis amigos de infancia y los amigos
de los amigos, nos recibieron con los brazos abiertos y nos festejaron, un poco
extrañados al vernos llegar en un wagón de tercera Ellos también habían
cambiado. Muchos habían sufrido persecuciones en los primeros años del
franquismo pero aquello había pasado y ya parecían amoldados a las
circunstancias. Todos habían pasado privaciones durante los "años del hambre",
que casi nos echaban en cara, achacándolos a Francia (¡ como si Francia no
hubiese tenido bastante con lo suyo ; creo recordar que las tarjetas de
racionamiento estuvieron en vigor hasta finales de 1.949...!). Todos estaban
bastante bien situados y vivían ... mejor que nosotros por aquellos tiempos, lo
que les costaba trabajo creer; quizás por la leyenda que cundía sobre el dinero
fácil en el extranjero, cada emigrado hacía figura de indiano.
El que más y el que menos se iba integrando - si no lo estaba ya - a esa
pequeña burguesía, eminentemente conformista, que salía de la era del biescúter para entrar en la del SEAT seiscientos ; la de las "chachas" uniformadas
que acompañaban a los niños al colegio y paseaban a los más pequeños por los
jardines públicos; en la que los hombres, con bigotito recortado, estilo Franco,
zapatos bicolores, blancos y negros, y locionados con Barón Dandy, ocupaban,
frecuentemente dos empleos ; o "hacían negocios" (los había muy lucrativos,
como la compra y venta de pisos, pero existían otras fuentes de ingresos, por
ejemplo la propina, sin la cual no se conseguía nada, ni un billete de tren, a
veces ni una entrada de teatro, como en cualquier país del tercer mundo)... ; en
la que las mujeres "metidas en carnes" desde la primera maternidad y
dedicadas exclusivamentemente a "sus labores", se ponían bigudíes por la
mañana (igual iban con ellos a la compra), para salir por la tarde
primorosamente peinadas, muy maquilladas y super alhajadas, manifestando
un interés moderado por todo lo que pudiese ocurrir en el mundo, fuera de la
vida y milagros de las grandes figuras de la "Jet" (no recuerdo si el término se
usaba ya en aquellos tiempos)..
La gente de mi generación me resultaba, en su gran mayoría, franquista,
incluso (yo diría, sobre todo) si la familia había si-do tildada de "roja". Ultra
nacionalistas, sin haber, muchos de ellos, pasado una frontera, proclamaban
que España era lo mejor del mundo (gracias, na tu ral emente, al Caudillo que la
1
123
había salvado del caos marxista), puesto que los extranjeros se volcaban en las
playas mediterráneas en cuanto llegaba el verano... No oí nunca una palabra
de censura hacia los que permitieron la construcción de todos los feos
rascacielos que las desfiguran ...
Algunos se habían casado después de un largo noviazgo. Otros
pensaban hacerlo cuando terminasen de "poner el piso", lo que me pareció algo
terriblemente laborioso. Algunas de las chicas, para ganar tiempo, se iban a
servir a París (la criada española llegó a ser un personaje inevitable en todas las
comedias parisienses que los franceses llaman "de boulevard") y los chicos a
trabajar a las industrias alemanas, para ejecutar trabajos que más tarde hicieran
los turcos. Los salarios extranjeros, convertidos en pesetas, representaban un
poder adquisitivo considerable en una España de bajo nivel de vida. Pero la
influencia que aquella nueva emigración tuviese sobre las mentalidades todavía
no se hacía sentir al final de la década de los cincuenta.
Durante varios años, habían vivido tan cortados del resto del mundo
como los peces de un acuario. Hablaban de la guerra que había puesto a sangre
y fuego a la mitad de nuestro planeta - y hecho temblar a la otra mitad - como
si se tratase del último "western" y en él los nazis no eran forzosamente los
"malos" ¿ La represión bárbara, las torturas ? Cosas de la guerra; a saber lo que
habrían hecho los otros. ¿ Los campos de la muerte ? ¡Ah sí ! Una embajada
aliada había puesto películas. Horrible ; pero se decía que todo aquello era
propaganda...
Yo, en aquel pequeño mundo, me encontraba más extraña que un
marciano. Probablemente, me había vuelto más francesa de lo que yo creía...
Veinte años después de nuestra trágica llegada a Francia, mi hermano
había terminado su carrera de ingeniero y ocupaba ya un cargo en acuerdo con
su formación ; un amigo suyo proporcionó a mi padre un empleo de
responsabilidad con sueldo correspondiente ; yo seguía trabajando en mi
oficina ; mi hermana ingresó en la universidad y mi madre conservaba a
algunas de sus clientes, además de ocuparse de las faenas caseras.
A finales de 1.959, pudimos abandonar nuestro "palomar" e instalarnos
en un piso recien construido, amueblado modestamente pero a gusto nuestro,
con todas las comodidades modernas de la época. Un antiguo compañero de mi
padre, invitado a celebrar el acontecimiento, nos felicitó emocionado :
- ¡ Enhorabuena ! ¡ Han dejado ustedes de ser refugiados ...!
124
Mi madre contemplaba, satisfecha y ogullosa, lo que era, en gran parte
obra suya y que, desde luego, no se hubiese realizado sin ella. Habíamos
conseguido reconstruir el hormiguero, con métodos que no nos eran propios,
en una tierra que no era la nuestra ... Pero ¡a que precio!. A costa de veinte años
de sacrificios, veinte años de nuestra vida. ¡ Mi juventud ...!
Durante mucho tiempo, nuestra casa continuó siendo "un trocito de
España" - de la España de "antes", la nuestra. Se seguía hablando castellano, se
guisaba cocina hispana, se escuchaban zarzuelas ... Mi padre se escribía, a veces
en verso, con un amigo suyo médico y poeta "cuyo mejor título era el de
Refugiado". En una de sus cartas, mi padre le decía :
... Y a lo largo y lo ancho de los días
Mari Pepa, Julián, la "seña" Rita,
"Luisa Fernanda", "Doña Francisquita",
o del "Alma de Dios " el buen Matías,
siguen frecuentemente desgranando
sus castizas y bellas melodías
que yo sigo escuchando
con la misma ilusión que el primer día...
No, aquel compatriota se equivocaba, al menos en parte ; éramos aún
refugiados, desarraigados; en realidad, nunca dejaríamos de serlo.
125
EPILOGO
La muerte de Franco - y con ella, la caída del régimen que encarnaba fue celebrada en muchos hogares españoles ; y también franceses.
Los refugiados pudieron volver a España y algunos lo hicieron. Otros,
generalmente los de mi generación, habían echado raíz en el país que los
acogió, al que, según la bíblica fórmula "creced y multiplicaos", han dado una
multitud de franceses que se llaman Alvarez, Domínguez, Díaz, Fernández,
García, Gómez, González, Jiménez, López, Martínez, Navarro, Núñez, Pérez,
Rodríguez, Ruiz, Sánchez,.... Muñoz ... Algunos de ellos ni siquiera hablan ya
español y apenas si recuerdan haber oído contar que sus abuelos pasaron la
frontera un triste día de invierno, huyendo de unos enemigos que eran sus
propios hermanos.
Muchas veces había dicho yo a mi madre : "Un día iré a ver lo que queda
de "nuestro" campo".
- Y ¿que quieres que quede después de los años?
Terminé por reconocer que tenía razón ¿Qué podría quedar allí después
de la guerra, los maquis ... ? Y olvidé el proyecto.
En el verano de 1.993, volvía, con mi hermana, de unas vacaciones por
Saboya. Con el propósito de evitar la autopista del valle del Ródano, bastante
atascada en los fines de semana veraniegos, escogimos carreteras menos
importantes y más tranquilas. Co-piloto, buscaba yo, en los cruces, la dirección
de Sisteron, consultando las señales de tráfico, cuando una serie de nombres,
despertaron en mi ecos de un pasado muy lejano : Briancpn ... Guillestre,
Serres, Veynes, ... Aspres sur Buech ..
- Toma por el paso a nivel.. ¡¡¡Para!!!
El campo estaba ante mis ojos, con la misma estructura, la gendarmería,
la enfermería .. la fila de barracas .... Era el mismo lugar, sin ningún género de
dudas pero remozado, embellecido, como transformado por la varita mágica
de un hada. Las barracas techadas de teja anaranjada, revestidas de piedra, con
ventanas en la planta baja y, en la alta, un balcón corredizo pintado de colores
vivos, con flores y arbustos ante la fachada, se habían convertido en (casi)
elegantes "bungalows". La "enfermería" y la "gendarmería" habían cambiado
menos pero, esta última desaparecía tras los árboles que habían crecido más
que yo. La esplanada había sido parcialmente rellenada pero aún quedaba
126
rastro de la plataforma, al pie de la cual se nos distribuía la correspondencia.
Las montañas circundantes, inmutables, seguían montando la guardia ....
- ¡Fíjate! Aquella era nuestra barraca. La segunda empezando por la
izquierda. La primera era la del Rubio y familia, en la tercera había aragonesas
de la provincia de Teruel y las catalanas que fueron a ver a la tía, en la cuarta el
Maño ...
A la hora de la siesta, con el sofocante calor agosteño que también me
traía recuerdos, el campo parecía dormir. Mas, decididamente, aquel terreno
debe tener vocación claustral. Si en tiempos no se nos permitía salir, unas
alambradas imaginarias existen aún, que no dejan entrar sin autorización a los
que no pertenecen a la comunidad. Apenas habíamos aparcado el coche a la
sombra de un árbol, mientras yo tomaba algunas fotos, un hombre salió de
una de las "barracas" a ver que se nos había perdido por allí. Mi hermana le
explicó. Naturalmente, él no sabía que aquel centro de vacaciones había sido
un campo de concentración.
- ¿Que efecto le hace verse otra vez aquí? - me preguntó.
No supe que decirle ¿Como explicar lo que sentía yo en aquel
momento?
- Entonces, este lugar se llamaba Le Pont la Dame, le dije al observar que
el letrero que lo indicaba no figuraba ya en la fachada de la "gendarmería".
- Y ahora también. Es propiedad de Obras Públicas.
¿Que efecto me hacía el encontrarme allí? Tontamente, lo primero que
se me ocurrió pensar fue : "¡cuando les cuente que estuve en el campo..!". Pero
¿a quien se lo iba a contar? Mi madre, recientemente, había abandonado este
mundo. Pilar pocos años antes. Vicenta fue la primera ¡quien lo hubiera
pensado! Había vuelto a España con su marido a quien dejó tres chicos, tan
chillones como ella. María, al quedarse viuda, también marchó a su tierra con
intención de instalarse allí definitivamente, pero no tardó en volver a la
pequeña ciudad tarnesa en la que había recibido una medalla por servicios
rendidos a la Resistencia y donde terminó sus días. Cuando la visitábamos, mi
madre y yo, siempre recordaba nuestras fatigas comunes.
- ¿Te acuerdas, Paqui? ¡ Que putas las pasamos !
De Catalina y de Anita nunca más tuvimos noticias.
Queda Alicia, casada en España. Pero ¡era tan chiquitína! ¿Como se va
acordar? A mi hermano, las fotos que tomé no le recuerdan nada ...
Alicia, tan rebelde e independiente, se convirtió en una ama de casa
cumplida y primorosa, conforme, en todo punto, al modelo español de la
127
época. Trajo al mundo a otra Alicia, muy parecida a ella, pero, signo de los
tiempos, Alicia II ha cursado estudios superiores y ambiciona hacer carrera ...
¿Que me inspiraban aquellas paredes de aspecto recio, tan parecidas y
tan distintas a lo que fueron ? Los muros, revestidos de piedra por fuera, me
figuro que enjalbegados, pintados o empapelados por dentro, no guardan ya
ningún recuerdo de nuestra estancia.
Di algunos pasos por lo que queda aún de plataforma ; la voz de mi
madre emergía del fondo de los años :
- ¡Baja por la escalera, no seas perico, que te vas a romper la crisma...!
Ante la segunda puerta empezando por la izquierda, habían plantado
flores, allí donde, a la fresca, se instalaban María, Catalina, Vicenta, mi madre,
Pilar, mientras Anita, agitando su guedeja leonina, discutía con los jóvenes y los
chicos jugábamos por el campo.
¡Quien se acuerda de aquello! Los que lo hemos vivido, desde luego,
pero ya vamos siendo pocos. Después ... Los narradores, en las sociedades
primitivas, tenían misión de conservar en memoria y transmitir oralmente la
historia de la tribu. Nuestra "tribu" dispersa - y asimilados sus miembros a los
países de asilo - cuenta con pocos narradores. Nuestra época de
superinformación padece, a veces, de amnesia y es de temer que la tragedia del
exilio de varias centenas de miles de españoles figure entre los "olvidos" de la
Historia.
En las concurridas playas de Argeles, Saint-Cyprien, Barcarés ... ¿cuantos
bañistas, cuantos nietos de refugiados españoles piensan en los que durmieron
allí, sobre la misma arena, en pleno invierno, sin más abrigo, contra la
tramontana, que una manta?
¿Quien sabe hoy que ese centro montañés de vacaciones, de poético
nombre, fue, en tiempos, un campo de concentración donde mujeres, niños y
ancianos vivieron en condiciones verdaderamente infrahumanas?
Pensando en mis padres, en todos esos "olvidados", escribí estas
"Memorias".1
Toulouse 1.978-1.994
1
Antes sirivieron de base a la redacción de un "mémoire de maftrise" depositado en la sección
de lispañol de la Universidad de T o u l o u s e - Le Mirail, bajo el título "MC-moires de l'Iixil"
CRONOLOGÍA
SUMARIA
1.931 14 de abril
28 de abril
14 de julio
10 de octubre
9 de diciembre
10 de diciembre
Proclamación de la II República Española.
Elecciones a Cortes Constituyentes.
Apertura de las Cortes.
Fundación des las J.O.N.S.
Promulgación de la Constitución.
Alcalá Zamora elegido Presidente de la República.
1.932 2 de marzo
10 de agosto
9 de septiembre
1.933 30 de enero
6 de agosto
29 de octubre
19 de noviembre
Ley sobre el divorcio.
Golpe fracasado del general Sanjurjo.
Ratificación del estatuto de Cataluña.
Hitler nombrado canciller de Alemania.
Aprobación del estatuto del país vasco.
Fundación de la Falange.
Elecciones legislativas. Victoria de las derechas.
1.934 14 de febrero
5 de octubre
Fusión de la F.E. y de las J.O.N.S.
Sublevación de izquierdas avortada en Barcelona y
en Madrid. Revolución en Asturias.
Declaración del estado de guerra.
Desembarco en Gijón de una Bandera de la Legión
y de un batallón de "Regulares".
Represión dirigida por Franco.
Rendición del último reducto revolucionario
(Sama).
Se calculan unas 40 000 detenciones operadas en
toda España.
10 de octubre
18 de octubre
1.935 2 de octubre
20 de octubre
Las tropas italianas invaden Etiopía.
Azaña anuncia la constitución del Frente Popular.
1.936 7 de enero
16 de enero
Disolución de las Cortes.
Manifiesto del Frente Popular.
16 de febrero
16 de marzo
I de abril
10 de mayo
29 de junio
II de julio
12 de julio
13 de julio
16 de julio
17 de julio
18 de julio
19 de julio
20 de julio
23 de julio
4 de agosto
7 de agosto
8 de agosto
21 de agosto
4 de septiembre
7 de septiembre
29 de septiembre
10 de octubre
12 de octubre
20 de octubre
Triunfo electoral del Frente Popular.
La Falange declarada fuera de la ley.
Fusión de las juventudes socialistas y comunistas
en las "Juventudes Socialistas Unificadas".
Manuel Azaña elegido Presidente de la República.
La Falange se une a la conjuración militar.
El "Dragón Rápido" despega de Inglaterra con
rumbo a Canarias, fletado por los conjurados para
transportar a Franco a Tetuán.
Asesinato del teniente Castillo por elementos de
derechas.
Asesinato de Calvo Sotelo.
Varios telegramas cifrados son enviados desde una
oficina de Correos de Bayona a los jefes de la
conjuración.
Sublevación militar en Ceuta y Melilla y en todas
las guarniciones de la zona de protectorado
español en Marruecos.
Alzamiento militar en la metrópoli.
El gobierno Giral decide armar a las organizaciones
obreras.
Muerte, por accidente, del general Sanjurjo.
Llegada a la zona franquista de los primeros
aviones alemanes.
Creación, en zona republicana de colectividades
rurales.
Primer bombardeo de Madrid.
Francia cierra sus fronteras con España.
Declaración franco-británica de "no intervención".
Las tropas franquistas ocupan Irún.
Constitución del gobierno vasco.
Decreto ordenando la militarización de las milicias
populares.
Decreto sobre la creación del Ejército Popular.
Llegada de los primeros voluntarios extranjeros en
zona republicana.
Creación de las Brigadas Internacionales.
25 de octubre
30 de octubre
4 de noviembre
6 de noviembre
7 de noviembre
26 de noviembre
Noviembre
1.937 5 de enero
8 de febrero
20-23 de marzo
31 de marzo
19 de abril
26 de abril
16 de mayo
28 de mayo
31 de mayo
3 de junio
19 de junio
7 de agosto
21 de octubre
28 de octubre
En zona franquista, decreto suprimiendo toda
actividad política y sindical.
Principio de la evacuación de la población civil de
Madrid.
Las fuerzas franquistas llegan a las puertas de la
capital.
Creación de la Junta de Defensa de Madrid.
El gobierno republicano se instala en Valencia.
El abastecimiento es sometido a racionamiento en
Madrid.
Desde principios de mes, Madrid, bombardeado día
y noche por la aviación y la artillería franquistas,
resiste a todos los ataques.
Condena a muerte de José-Antonio Primo de
Rivera.
Racionamiento de los productos alimenticios en
Barcelona.
Ocupación de Málaga por las tropas franquistas.
Éxodo de millares de personas hacia Almería, bajo
el fuego de la flota y la aviación enemiga.
Derrota italiana en Guadalajara.
Bombardeo de Durango por la aviación alemana.
Fusión de la diversas formaciones políticas
"nacionales" en un partido único : "Falange
Española, Tradicionalista y de las Juntas Ofensivas
Nacional-Sindicalistas "(F.E.T. y de las J.O.N.S.).
Destrucción de Guernica.
Primer raid aéreo sobre Valencia.
Primer bombardeo de Barcelona.
Bombardeo de Almería por la flota alemana.
Muerte accidental del general Mola.
Ocupación de Bilbao por las fuerzas franquistas.
La práctica privada de cultos es autorizada en zona
republicana.
Ocupación de Gijón por las tropas franquistas. La
República ha perdido toda la zona Norte.
El gobierno republicano se instala en Barcelona.
Diciembre
1.938 30 de enero
9 de marzo
14 de marzo
15 d marzo
3 de abril
15 de abril
Junio
26 de julio
9 de septiembre
30 de septiembre
8 de octubre
16 de noviembre
23 de diciembre
1.939 15 de enero
26 de enero
28 de enero
En zona "nacional", creación de "Auxilio Social".
Batalla de Teruel.
Franco es jefe del Estado, jefe del gobierno, jefe de
los ejércitos (generalísimo), jefe del partido único.
Promulgación del Fuero del Trabajo.
El "Anschluss" : las tropas alemanas penetran en
Austria.
Francia abre sus fronteras con la España
republicana.
Los "nacionales" ocupan Lérida. Éxodo de las
poblaciones aragonesas y catalanas hacia
Barcelona.
Las tropas franquistas llegan al Mediterráneo por
Vinaroz. La zona republicanan queda cortada en
dos.
El gobierno de Burgos anula las leyes sobre el
divorcio, la autonomía de Cataluña y la reforma
agraria.
Cierre de las fronteras con Francia.
El ejército republicano atraviesa el Ebro.
Negociaciones infructuosas en Londres por la paz
en España.
Acuerdos de Munich.
Partida de las Brigadas Internacionales.
Fin de la batalla del Ebro.
Ofensiva franquista en Cataluña.
Tarragona es ocupada por los franquistas.
Las tropas franquistas entran en Barcelona.
Francia y Gran-Bretaña proponen la creación de
una zona neutra, en territorio español, destinada a
acoger a mujeres niños y ancianos, cuyo
abastecimiento quedaría a cargo de los dos países.
Acuerdo republicano y silencio franquista.
Franco rechaza esta proposición.
2 000 refugiados son autorizados a pasar la frontera
francesa.
30 de enero
1 de febrero
2 de febrero
4 de febrero
6 de febrero
7 de febrero
8 de febrero
9 de febrero
10 de febrero
13 de febrero
27 de febrero
7 de marzo
9 de marzo
12 de marzo
Llegada a la zona pirenaica del 24 regimiento de
"tirailleurs" senegaleses para reforzar la
Guardia Mobil.
Los refugiados afluyen por decenas de millares a
las fronteras pirenaicas.
Los heridos son autorizados a pasar a Francia.
Creación del campo de Argelés-sur-Mer para los
hombres válidos, en espera de repatriación para
una u otra de las dos zonas.
Llegada a Francia de obras de arte provenientes de
museos españoles.
Creación de un nuevo campo de concentración en
Fort-les-Bains (cerca de Amélie-les-Bains).
Toma de Gerona por las fuerzas franquistas.
El ejército republicano de Cataluña es autorizado a
pasar la frontera francesa (el estado mayor a las
doce, las tropas a partir de las cinco de la tarde.
El ejército republicano es internado en Argeles,
Carcassonne y Prades.
Dos trenes sanitarios pasan la frontera. 3 500
heridos graves se encuentran aparcados en un
hangar.
Caída de Figueras.
Algunos barcos son transformados en hospitales.
Creación del campo de Barcarés.
Creación del campo de Bram.
Fin de las operaciones en Cataluña.
El campo de Argeles pasa bajo autoridad militar.
Dimisión del presidente Azaña.
Francia y Gran-Bretaña reconocen el gobierno de
Burgos.
Golpe de Estado del coronel Casado en Madrid.
Eliminación de los comunistas.
Prohibición de residencia en París y los alrededores
a Dolores Ibarruri y a Líster.
Después de los acuerdos Bérat-Jordana, la frontera
española va abrirse en sentido inverso para 6 500
refugiados.
15 de marzo
24 de marzo
29 de marzo
30-31 de marzo
1 de abril
6 de abril
8 de abril
9 de abril
19 de abril
4 de mayo
22 de mayo
23 de mayo
25 de mayo
30 de mayo
2 de junio
4 de junio
8 de junio
14 de junio
24 de junio
Hitler entra en Praga.
Los fondos del Banco de España en París son
puestos bajo secuestro por el gobierno francés.
Capitulación de Madrid.
Las tropas franquistas ocupan la zona levantina.
Fin de las hostilidades en España.
Albert Lebrun es reelegido presidente de la
República francesa.
Invasión de Albania por las tropas italianas.
Adhesión de España al pacto Anti-Komintern.
El Ministro de Méjico en Francia confirma que su
país está dispuesto a acoger a los refugiados
españoles que "tengan una necesidad vital de
asilo".
La flota alemana anclada en Ceuta.
Los nazis provocan incidentes en Dantzig.
Ribbentrop y Ciano firman el pacto de Berlín.
Devolución a España de material de guerra y
ferroviario después de los acuerdos Bérat-Jordana.
Ceremonia de despedida a la Legión Cóndor, en
León, presidida por Franco.
Negociaciones anglo-soviéticas.
400 italianos abandonan Córcega.
En Logroño, ceremonia de despedida a las tropas
italianas, presidida por Serrano Suñer.
Pacto germano-danés de no-agresión.
Reivindicaciones territoriales de Italia contra
Francia.
Se calcula que 90 000 españoles han sido
repatriados.
Varios millares de judíos polacos son expulsados
de Alemania.
En Estados-Unidos : reforma de la ley sobre la
neutralidad.
Alemania envía una misión comercial a la
U.R.S.S.
Conmemoración, en Francia, del 150 aniversario
de la Declaración de los Derechos del Hombre.
30 de junio
13 de julio
22 de julio
25 de julio
23 de
25 de
27 de
28 de
agosto
agosto
agosto
agosto
29 de agosto
30 de agosto
2 de septiembre
4 de septiembre
6 de septiembre
8 de septiembre
10 de septiembre
11 de septiembre
18 de septiembre
29 de septiembre
30 de septiembre
30 de noviembre
Diciembre
Londres ofrece a Berlín su colaboración para "el
bienestar de los pueblos y la paz europea".
9 000 cajones conteniendo tesoros artísticos
provenientes del país vasco son entregadas a
Franco. Protesta del gobierno vasco en exilio.
La natalidad en Francia a acusado su más bajo
porcentaje en 1938.
Hay en Francia 3 250 000 trabajadores extranjeros
(sin contar los refugiados españoles).
Pacto germano-soviético.
Golpe de Estado en Dantzig.
Llamada a filas de todos los reservistas.
Estados- Unidos proyecta suministrar armas a
Francia y Gran-Bretaña.
Las comunicaciones ferroviarias entre Francia y
Alemania son interrumpidas.
Las tropas alemanas se preparan a atacar en la
frontera polaco-eslovaca.
Mobilización general en Francia.
Alemania ataca a Polonia. Bombardeo de Varsovia
y otras ciudades polacas.
Francia e Inglaterra declaran el estado de guerra.
España, Países Bajos, Suiza, los Estados Bálticos,
Bélgica y Japón proclaman su neutralidad.
Yugoeslavia, Rumania, Argentina y Bulgaria
hacen la misma declaración.
Primeros combates en suelo francés.
Combates frente a Varsovia.
Canadá declara la guerra a Alemania.
Agresión soviética contra Polonia.
Caída de Varsovia.
Acuerdos germano-soviéticos fijando las fronteras
comunes en la ex-Polonia.
U.R.S.S. ocupa Estonia.
Guerra ruso-finlandesa.
Se evalúan en unos 300 000 los presos políticos en
España.
1.940 12 de marzo
9 de abril
Avril-Junio
10 de mayo
15 de mayo
28 de mayo
3 de junio
10 de junio
13 de junio
16 de junio
18 de junio
22 de junio
Junio
18 de julio
16 de agosto
20 de octubre
24 de octubre
Fin de la campaña de Finlandia.
Hitler invade Dinamarca y Noruega.
Batalla de Narvik.
Invasión de Paises- Bajos, Bélgica y Luxemburgo
por las tropas alemanas.
Capitulación neerlandesa
Capitulación belga.
Fin de la batalla de Dunkerque.
Entrada en guerra de Italia.
Los alemanes entran en París.
El mariscal Pétain sucede a Paul Reynaud como
jefe del gobierno francés.
Llamamiento a la resistencia de de Gaulle, desde
Londres.
Armisticio franco-germano-italiano.
España abandona la neutralidad y adopta la "no
beligerancia".
El gobierno de Vichy pronuncia la disolución de
S.E.R.E. y de la J.A.R.E.. La Legación de Méjico se
substituye a dichas organizaciones en la ejecución
de algunas operaciones, como el pago de subsidios.
Parece ser que esta intervención tuvo una
duración muy limitada.
Franco reivindica oficialmente Gibraltar.
Después de ocupar Tánger, Franco escribe a
Mussolini para confirmarle su voluntad de
participar en la guerra.
Visita de Himler a Madrid ; colaboración de la
Gestapo con la policía española. Interrogado sobre
los prisioneros españoles capturados por los
alemanes (refugiados enrolados forzosos en
compañías de trabajo para hacer fortificaciones),
Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores,
declaró que debían ser considerados como presos
políticos.
Entrevista Hitler-Pétain ; adopción de la llamada
"política de colaboración".
Conversaciones Hitler-Franco en Hendaya.
28 de octubre
Invasión de Grecia por los italianos.
1.941 6 de abril
16 de junio
27 de junio
Noviembre
Invasión de Yugoeslavia por los alemanes;
Las fuerzas alemanas atacan la U.R.S.S.
Creación de la División Azul.
Ejecución de Companys, Zugazagoitia, Peiró, Cruz
Salido, detenidos en Francia y entregados
por la Gestapo a Franco.
Creación, en Francia, del cuerpo de Guerrilleros
Españoles, que obraban en unión con los F.T.P. y la
M.O.I.
Promulgación del Sercivio del Trabajo Obligatorio
(S.T.O.).
1.942
La Wehrmacht ocupa el sur de Francia (la llamada
"zona libre").
Principio de la batalla de Stalingrado.
Fundación en Francia (probablemente en
Toulouse) de Unión Nacional Española (U.N.E.).
Desembarco aliado en África del Norte francesa.
Roosevelt garantiza a Franco la integridad
española.
Edén y Churchill hacen parte al duque de Alba,
embajador español en Londres, de sus simpatías
hacia España.
Agosto
7 de noviembre
8 de noviembre
10 de noviembre
4 de diciembre
1.943 31 de enero
3 de marzo
27 de mayo
10 de julio
25 de julio
8 de septiembre
Victoria soviética en Stalingrado.
Una representación de Fracia Libre se instala en
Madrid.
Creación del Conseil National de la Résistance,
bajo la presidencia de Jean Moulin.
Desembarco aliado en Sicilia.
Caída de Mussolini. El gobierno Badoglio pide el
armisiticio.
Firma del armisiticio con Italia. Mussolini,
liberado por un comando alemán, proclama la
república de Saló.
1 de octubre
3 de noviembre
Noviembre
20 de diciembre
1.944 2 de mayo
5 de junio
6 de junio
15 de agosto
19 de agosto
24 de agosto
26 de agosto
Septiembre
11 de diciembre
1.945 19 de marzo
20 de marzo
3 de abril
13 de abril
30 de abril
Abril
2 de mayo
Franco abandona la "no beligerancia" y vuelve a la
"neutralidad".
La División Azul es retirada del frente ruso.
Conferencia de Teherán.
Pacto Ibérico entre Franco y Salazar.
Acuerdos económicos entre Francia y los aliados.
Toma de Roma por los aliados.
Desembarco aliado en Normandía.
Desembarco aliado en Provenza.
Liberación de Toulouse.
Liberación de París.
Constitución del gobierno español en exilio
presidido por Giral.
Méjico reconoce el primer gobierno de la III
República española.
Creación de Alianza Nacional de Fuerzas
Democráticas, excluyendo a los comunistas
(opuesta a U.N.E. controlada por el P.C.E.)
Ataques guerrilleros en el Valle de Aran.
Tratado franco-soviético de alianza y asistencia
mutua.
Don Juan de Borbón "exige" que Franco abandone
el poder. Agitación monárquica en España.
Se dice que el periódico americano "News Week"
hizo parte a sus lectores de la intención de España
de declarar la guerra al Japón.
Según "Le Fígaro", España se declara dispuesta a
prestar a los aliados ayuda militar y naval.
España rompe las relaciones dipomáticas con el
Japón.
Muerte de Roosevelt.
Elecciones municipales en Francia. Las mujeres
votan por primera vez.
Ejecución de Mussolini.
Se anuncia la muerte de Hitler.
Laval es detenido en Barcelona.
8 de mayo
13 de julio
6 - 9 de agosto
11 de agosto
4 de septiembre
11 de septiembre
22 de octubre
1.946 12 de febrero
23 de febrero
25 de febrero
26 de febrero
9 de abril
19 de abril
12 de diciembre
19 de diciembre
1.947 1 de mayo
Capitulación alemana.
España y Suecia rompen las relaciones
diplomáticas con Alemania.
Fuero de los Españoles.
Bombas atómicas sobre el Japón.
Capitulación del Japón.
Los "Grandes" exigen de España la evacuación de
Tánger.
Supresión del saludo fascista en España.
Ley sobre el referendum nacional.
La Comisión de asuntos humanitarios y sociales
de la O.N.U. propone que los refugiados españoles
beneficien de los mismos derechos que los
nacionales en los países que los acogieron.
Ejecución, en España, de Cristino García, tenientecoronel F.T.P., y de once guerrilleros más, antiguos
combatientes de la Resistencia.
Francia lanza un llamamiento a la ruptura de
relaciones con la España franquista.
Francia decide cerra todals sus fronteras con
España a partir del 1 de marzo de 1.946.
Muerte de Largo Caballero, en Francia.
Las fuerzas franquistas ocupan Llivia.
El caso de España es sometido al Consejo de
Seguridad de la O.N.U.
Resolución de la O.N.U. recomendando la retirada
de los embajadores en España.
Principio de la guerra franco-indochina.
Estados-Unidos renuncia a las sanciones
económicas contra España.
España se define come un reino. Creación del
Consejo del Reino.
1.948 10 de febrero
25 de agosto
Reapertura de la frontera franco-española.
Entrevista Franco-D. Juan.
Diciembre
1.950 26 de junio
Agosto
4 de noviembre
Los grupos de guerrilleros, diezmados, deciden
abandonar la lucha. Los dirigentes se
repliegan en Francia.
Amnistía (muy parcial) en España.
Principio de la guerra de Corea.
E.E.-U.U. abren un crédito a España de 62 500.000
millones de dólares.
La asamblea general de la O.N.U. anula sus
resoluciones contra España.
1.951 Marzo
1.952 Noviembre
1.953 5 de marzo
26 de septiembre
Vuelta de los embajadores a España.
España es admitida en la U.N.E.S.C.O.
Muerte de Stalin.
Firma de los acuerdos hispano-americanos.
Creación en el país vasco de un movimiento
autonomista (futuro E.T.A.).
1.954
Agosto
1 de noviembre
1.955 18 de enero
14 de diciembre
Fin de la guerra de Indochina.
Independencia de Túnez.
Principio de la guerra de Argelia.
El príncipe Juan-Carlos va a seguir estudios en
España.
España entra en la O.N.U.
1.956 7 de abril
15 de noviembre
Noviembre
Independencia de Marruecos.
Muerte del presidene Negrín.
Rebelión en Hungría.
1.957 26 de febrero
Los tecnócratas del Opus Dei entran en el gobierno
español.
1.958 Enero
Admisión de España en el Fondo Monetario
Internacional.
1.959 1 de enero
Entrada en vigor del Mercado Común.
Triunfo de Fidel Castro en Cuba.
20 de julio
España entra en la O.C.D.E.
21-22 de diciembre Visita de Eisenhower a Madrid.
1.960 29 de marzo
Franco recibe a D. Juan.
1.961 25-26 de marzo
Conferencia de Europa occidental por la amnisitía.
1.962 9 de febrero
España pide abrir negociaciones con el Mercado
Común.
Acuerdos de Evián reconociendo la independencia
de Argelia.
Éxodo de los "Pieds Noirs".
Marzo
1.963 20 de abril
22 de noviembre
Ejecución, en Madrid, de Julián Grimau.
Asesinato de Kennedy.
1.966 17 de enero
Caen bombas atómicas americanas en la playa de
Palomares.
Referendum sobre la Ley Orgánica del Estado
14 de diciembre
1.967 21 de abril
Estado de excepción en Vizcaya.
1.968 5 de enero
Mayo
21 de agosto
El príncipe Juan Carlos alcanza la mayoría
constitucional.
Disturbios en Francia.
Intervención soviética en Checoeslovaquia.
12 de octubre
Atentados en el país vasco. Nueva puesta en vigor
de los Consejos de Guerra.
Independencia de la Guinea Española.
1.969 28 de marzo
22 de julio
El gobierno español declara prescritos "todos los
delitos cometidos anteriormente al 1 de abril de
1.939".
Franco designa a Juan-Carlos como sucesor suyo.
1.970 Junio
20 de junio
7 de agosto
Diciembre
Acuerdos militares franco-españoles.
España firma un acuerdo con el Mercado Común.
Renovación de los acuerdos hispanoestadounidenses.
Proceso de Burgos.
1.973 9 de marzo
9 de junio
20 de diciembre
España reconoce el gobierno de China Popular.
Carrero Blanco nombrado Jefe del gobierno.
Asesinato de Carrero Blanco.
1.974 25 de abril
15 de junio
Revolución portuguesa.
Destitución del general Diez Alegría "el Spinola
español".
El príncipe Juan-Carlos asume la interinidad de
Franco al frente del Estado español.
Muerte de Franco.
19 de julio
20 de noviembre
ÍNDICE
Preámbulo
1
El éxodo
4
¡Sola!
9
¿APerpiñan?
11
Huéspedes privilegiados
14
Elrefugio
Alicia
17
19
El trabajo
Noticias de la familia
22
25
¡ Todos milicianos!
Paquetes para los maridos
28
30
Conmemoración de la Declaración de los Derechos del
Hombre
32
Campo de concentración
Nuestras nuevas vecinas
35
37
Losjóvenes
Los hombres
40
42
Losenemigos
El alumbrado
44
46
La correspondencia
El menú de cada día
47
50
Folklore
La esperanza
El fin del mundo
Saludos
Bañosderío
Rebelión
La lección de escritura
51
54
55
56
57
56
61
Desilusión
64
Lamulta
65
¡Aquel mes de septiembre....!
67
La calefacción
69
Unfestín
72
El "bautizo" de Vicenta
74
Irporleña...
77
Avitaminosis
79
La visita del prefecto
82
Labuhardilla
85
Ladespedida
87
¡Vacaciones!
89
Trabajadores libres
93
En situación irregular
99
Clairfont
105
Elpueblo
108
Refugiados políticos y emigrantes "económicos"...
111
La ocupación alemana
114
De la Liberación a la guerra fría
117
Veinte años después
120
Epüogo
125
Cronología sumaria
128
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