El polvo del incienso (All You need is love. I)

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El polvo del incienso (All You need is love. I) - Buquedepapel, Semanario de noticias culturales
Escrito por Por: Juan Sebastián Zamudio, Periodista Buque de Papel, Bogotá
Lunes 10 de Octubre de 2011 11:05
El pequeño hilo de humo que desprendía de la barra de incienso hacía figuras en el techo, se
movía con libertad, como un caos de movimientos perfectos que expandían el aroma por el
salón.
Antes de encenderlo pase por mi nariz la pequeña barra que el profesor me había entregado, el
aroma mentolado que había entrado por mis fosas, me decía que aquel palito recubierto de
esencia era de eucalipto o de yerbabuena, que me recordaba cuando mi madre, masajeando
mi pecho y haciendo círculos con sus manos, me aplicaba Vick Vaporub para que una molesta
tos que poseía a mi cuerpo como un demonio, saliera.
Sin embargo, tras la autorización correspondiente, prendí la barra con mi encendedor, y liberé
aquella esencia, que más que entrar a mi nariz y a mis pulmones, entró a mi cabeza, y
lentamente me llevó al rincón de los recuerdos donde conservo a aquellas que por un momento
robaron mi atención.
Era algún día de septiembre, recuerdo bien que era de esos detestables días del amor y la
amistad, en los que el amor no se acercaba por miedo a ser herido, y la amistad era opción que
quedaba para celebrar.
En la tarde recibí la llamada de Camilo, un personaje que no veía hace muchos años, y que por
motivos de la vida se acordó de mí. "¿Qué va a hacer hoy?" percibí su emoción en cada una de
las letras de esa frase, como si previera que no iba a hacer nada en aquel viernes.
"Nada", contesté con frialdad, mordaz, queriendo evitar que el me restregara en la cara que a
diferencia mía, tenía planes. "Vengase para mi casa, van a venir unos amigos de la
universidad, nos tomamos unos tragos y la pasamos bien".
Solo pude callar, el plan de ir a la casa de un amigo a tomar con amigos de él que ni siquiera
conocía, no me llamaba la atención.
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Escrito por Por: Juan Sebastián Zamudio, Periodista Buque de Papel, Bogotá
Lunes 10 de Octubre de 2011 11:05
"Venga, hace rato no nos vemos, yo lo invito, y se queda en mi casa". No pude resistirme, su
llamado de amigo lejano que aparecía cada 2 o 3 años, me ablandó, así que decidí ir a su
apartamento esa noche.
Llegué, tarde para crear expectativa. En verdad me sentía emocionado de ver a Camilo
después de casi 5 años; él y yo éramos amigos de pequeños, jugábamos juntos, pero nuestra
diferencia de edad nos distanció y mientras yo seguía pensando en dar besos a las niñas, el ya
pensaba en follárselas.
"Usted como está de degenerado", me dijo Camilo, al abrir la puerta de su apartamento y
verme parado ahí. Me hizo pasar, la puerta daba contra la sala comedor, un espacio amplio
donde las paredes estaban pintadas de un rojo vivo que combinaba con los muebles negros y
blancos que se encontraban en la sala.
Camilo, orgulloso de presentar a su "amiguito", y de contar que éramos amigos de niños, me
dio un recorrido para saludar a los 6 muchachos que esa noche estaban allá. Hoy no recuerdo
los nombres de 5, pero de la sexta no me puedo olvidar.
Hablaba con Camilo, estaba igual: alto, flaco, blanco como la leche y su pelo negro y largo que
tanto cuidaba desde que lo conocía. Lo único diferente, era una barba espesa que cubría sus
cachetes, haciendo un perfecto candado alrededor de su boca; y en ese preciso momento,
salió ella.
Me miró con picardía desde que se percató de que Camilo no estaba hablando solo. Pude ver
bien sus grandes ojos, color café claro, que me tenían en la mira como un rifle de francotirador.
Se acercó y sin dejar articular una sola palabra a Camilo se presentó: "Luisa, mucho gusto,
casi que no llegas"; sus palabras contenían una energía que electrizó cada una de mis
vertebras; solo pude asentir y observarla.
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Escrito por Por: Juan Sebastián Zamudio, Periodista Buque de Papel, Bogotá
Lunes 10 de Octubre de 2011 11:05
Luisa, encantaba con solo mirarla, su pelo pintado de un color uva combinaba con su
vestimenta de jean y camiseta blanca. Su cara era perfectamente tallada por los servidores del
diablo, su camiseta blanca pegada al cuerpo, delineaba una perfecta cintura y unos senos que
al verlos hacían que no miraras más.
Volvimos a sentarnos en la sala, allá observe que todos estaban emparejados, excepto Luisa y
yo. Ya entendía la idea y la insistencia de Camilo, por lo que solo pude acercarme a su oído y
decirle "gracias".
Luisa cursaba segundo semestre de fotografía, tenía 19 años, y le encantaba el rock n' roll.
Nuestra noche transcurrió hablando de música y de libros, mientras el resto se besaban y
hablaban entre ellos, ella y yo vivíamos nuestro mundo.
Salí a fumarme un cigarrillo, para variar, ella y yo éramos los únicos que fumábamos,
conversamos un rato, y lentamente en la fría y lluviosa noche septembrina, se me fue
acercando, miraba hacia arriba, buscando mis ojos en la oscuridad, mirando qué intenciones
develaban mis pupilas, seguía hablando y cada vez con una voz más suave.
Respirábamos el mismo aire, nuestras narices estaban tan cerca, mi corazón latía con fuerza,
con nerviosismo y así sin más qué hacer, me tiré al vació, dando el único paso que podía dar.
Nuestras figuras se fundieron en un beso profundo, sentía su nariz rosarse con la mía, la
delgada y fría argolla del piercing que tenía, se pegaba a mi piel, su lengua se movía, con un
deseo latente, con la lujuria saliendo por su boca y manejando sus labios.
Seguimos en el balcón, la oscuridad de la noche nos protegía, me seguía besando con fuerza,
sus manos, cogían las mías y hacían que le rodeara la cintura, y que lentamente metiera las
manos debajo de su camiseta, mientras ella, sin ser detectada, logró llegar a mi entrepierna.
"Vámonos a mi apartamento", me dijo entre jadeos. En medio de su agitada respiración me
rogaba que nos fuéramos a su hogar, "Allá nadie nos va a molestar".
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Escrito por Por: Juan Sebastián Zamudio, Periodista Buque de Papel, Bogotá
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Decidí aceptar, podrán calificarme como una persona inescrupulosa, pero una oportunidad
como esas, no se volvía a presentar, Luisa y yo, despelucados y desarreglados, procedimos a
despedirnos, yo solo podía decir "adiós", mientras ella le decía a Camilo "me llevé a tu
amiguito".
Esperando en el quinto piso del ascensor volvió a besarme, me arrinconó contra la pared, y
diciéndome "no tienes a dónde ir"; guiaba mis manos hacia sus senos, firmes, redondos, en su
lugar, hermosos.
(Continuará)
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