Recuerdos del Hospital Militar - Actividad Cultural del Banco de la

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RECUERDOS
2
DEL
HOBP1T AL
POR PEDRO
M1L1T ARt
PABLO
CERVANTES.
CUADRO HISTORICO NUMERO XXV_
UN
RECLUTA.
1878.
BOGOTA.
IMPRENTA
DE ECHEVERRÍA
HERMANOS.
Este libro fue Digitalizado Por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
Sefior doctor José María Samper.
SEÑOR:
Entre los pocos escritos que he publicado y
los que conservo inéditos, mi corazon le da la pre- .
ferencia á los Recuerdos del Hosp~'tal mÜ#ar, trazados en varios Ouadrosque
empiezan desde la
época de mi infancia; la misma en que la casualidad me llevó un dia á las puertas del cementerio
para que usted despertara en mi espiritu un poderoso sentimiento de saludable ambicion, estimulando mi fantasia hasta el delirio de codiciar para
mi los entusiastas aplausos con que los concurrentes al entierro del doctor Vicente Azuero le abrieron las puertas del templo de la gloria al orador
americano que se estrenó al pié de una tumba,
anuncia~do sus futuros triunfos con infantitgallardia.o
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Imposible seria olvidar aquel importante episodio de mi vida, que tánto influyó en mi suerte
señalándome cierto camino. Y como un deber sagrado de antigua gratitud, dedico á usted el pre~
sente Ol,tadro, que trata de la triste suerte de los
infelices qonscritos que dan su sangre en favor de
ambiciones que no comprenden y de ambiciosos
que no conocen.
Usted, como hombre de buen corazon, como
verdadero patriota que jamas lidia en busca de
los bienes agenos, y que sabe rechazar con ener, gía tanto la bajeza como la injusticia, podrá a1gtID
dia con su elocuente voz y su brillante pluma,
mejorar, aliviar siquiera la suerte desgraciada de
los reclutas.
El presente Ouadro, como todos los otros, fué
escrito hace diez y siete años. Es una narracion
sencilla de los hechos observados, que careco,
como es natural, del lenguaje prestigioso que corresponde á la novela.
Su antiguo admirador,
Bogotá, octubre de 1878.
P. P.
c.
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1
Corrian los últimos meses del año de 1859,
cuando la ciudad de Bogotá' empez6 á sentir las
abrasadoras olas de fuego que venian de los confines de la República, porque la guerra ardia en
algunos Estados, y e~Gobierno general tuvo que
lanzar sobre los pueblos esa terrible maldícion que
se llama el reclutamiento, y que recae sobre los
que ménos piensan en fomentar la discordia; infelices que ni aun conocen el sistema de gobierno
que se les impone, ni leen jamas la burlesca disposicion constitucional que garantiza la igualdad
ante la ley.
II
En uno de los dias del mes de noviembre del
año que hemos citado, se veía en las puertas del
cuartel llamado de San Agustín, 'un enjambre de
séres, que si debemos confesado, pertenecian á la
especie humana; pero que, por su aspecto repugnante y deforme, podríase á primera vista dudar
de esa triste verda.d. Era un grupo de doscientas
y tantas mujeres de diferentes edades, desde la
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pueril hasta .:m protoota, cuyas mcciones ilTeguIares lleva~n el sello del intimo dolor que devoraba sus almas.
Algunas de estas mujeres tenian pendientes de
su seno pequeños niños descarnados y sin abrigo,
que buscandó ansiosos el alimento, absorbian un
hilo de lágrimas que bajaba\sin obstáculo del rostro de las madres; y era talla desnudez de estas
infelices, que apénas se cubrian con algunos girones de mugrosos harapos.
Este tumulto ocasionaba una gran vocería, porque todas hablaban simultáneamente, levantando
los brazos para mostrar á los que se hallaban en
el interior del cuartel, un pedazo de panela, un
pan, uo.calabazo con aguardiente, &c, &c.
En este momento se presentó el jefe de la plaza, y abriéndose paso por entre la multitud entró
al cuerpo de guardia, despues de haber arrojado
una mirada de tristeza y de benevolencia sobre
éste cuadro de miseria y lágrimas.
--Teniente Várgas, dijo el jefe, dirigiéndose al
oficial de guardia ¿ qué significa este montan de
mujeres, cuyo aspecto revela que estarian mejor
en el hospicio que en las puertas de un cuartel?
-Mi coronel, son las familias de los reclutas
que trajeron ayer tarde del. Estado de Boyacá.
-i Ayer tarde! Y dónde han pasado la noche
estas infelices?
-Afuera, en la orilla del rio.
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--"-.
-En la calle! exclamó el jefe, y con.una,.noche
como la que hemos tenido, que ha llovido ácán ..
taros. Qué miseria!
-Sí, señor, respondió el oficial: para estas mujeres ya empezó la campaña; anoche vivaquearQIl
al raso y tuvieron ocho individuos de b!1ja, tres
niños muertos de hambre ó de frio y cinco muchachas desertoras. Pero ya irán acostumbrándose, mi coronel"hasta que se hagan á las; armas.
-A mi me parece todo esto demasiado cruel,
dijo el jefe; hay desgracias con las cuales no se
puede transigir. Vea usted ese cuadro, observe
esas fisonomías, salvages si se quiere, y repugnantes, pero que el dolor les da ahora cierto grado
de perfeccion humana que inspira respeto.
El jefe entró al interior del cuartel con el objeto de presenciar el reconocimiento de los reclutas,
y entre ellos halló un jóven de regular estatura y
de dulce y simpática fisonomía; mas como no
pudo ver sus hermosos ojos, porque tenia la cabeza inclinada, esperando su turno para ser reconocido por el médico, le dirigió la palabra en ,estos
términos:
-Usted, jóven, tiene alguna causa de inutilidad
para el servicio?
-Yo, señor, contestó el imberbe recluta, me
hallo sano; pero ojalá no se me condenara á seguir la carrera de las armas, porque mis -inclinaciones y mi carácter •••••• no están en armonía
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con estll profesion,y espero, •••. ~•• Si p1.l,edohacer valer otros motivos, acaso pesarán favorablemente en el ánimo de las personas á cuya discre~
don se halla hoy mi suerte.
-y cuáles son esas causl;tSque pueden eximir~
le del servicio?
-No es, señor, la inutilidad fisica, que me habria ~mposibilitadopara sostener á mi familia, de
la que soy el único apoyo. La angustia y desoladon de mi madre y la miseria en que será sumergida mi casa, es lo que yo espero se tenga en
cuenta.para que se me devuelva la libertad.
El coronel se retiró muy impresionado con la
triste suerte de tan simpático jóven; pero parece
que nada hizo en su favor, porque el recluta continuó preso y sentenciado á seguir la carrera militar.
III
Algunos días habian trascurrido y Gustavo
Rubí, que así se llamaba el j6ven recluta, no se
habia conformado aÚn con la pérdida de su libertad. Agobiado por la.' tristeza, su existencia la
amenazaba ya ese monstruo horrendo que nace en
los antros de los cuarteles, y que, como el Minotauro de Creta, devora sin piedad millares de víctimas. Este azote de los reclutas es la nostálgia,
y Gustavo habia caidobajo sus implacables gaEste libro fue Digitalizado Por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
nas. Sentado se hallaba el! un rincon de 'la cuadra, con la cara apoyada en ámbas manos y con
la imaginacion delirante, cuando entró un jóven
sargento ,y dirigiéndose á un soldado que estaba
medio dormido en el tablon, le gritó:
-Por qué está aM ese recluta? Que .salga inmediatamente al ejercicio: ya querrá simular alguna enfermedad para que lo lleven al hospital.
Ooja la vara, cuartelero, y hágalo poner de pié
con una docena de palos!
.El soldado habia sentido cierta simpatia por el
jóven Gustavo, simpatia mezclada de ese respeto
que las almas superiores inspiran siempre, por
muy misera que sea la condicion á que se hallen
reducidas; pero en su calidad de autómata tu va
que obedecer al superior, y descargó sobre Gustavo dos golpes, mal de su grado.
El recluta se levantó sorprendido por tan brusco llamamiento, y fijando su vista en el sargento,
exclamó con los brazos abiertos:
-Alonso!
-Gustavo!
dijo el sargento, abrazando á su
amIgo..•
Estos dos jóvenes, que eran paisanos y amigos
desde la infancia, permanecieron un rato mudos;
por fin Alonso rompió el silencio.
-Ouánto me sorprende tu presencia aqui t Y
Laura todavia tan amante y decidida? Y tlÍ, ..la
amas aún?
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-QUé si bl·ªlPo?,Ay 1 contod~la .ternura.· de
mi cotazon; pero mi .amor .eraduloe y tranquilo,
era el bienestar del alma, y yo creia eterna mi
dicha. Ahora mi pasion es violenta y. amarga
como la de Otelo y Macías, y no sé . quién podrá sacarme de tan horrible situacion: TÚ sabes
que Sanabria pretende á Laura,y
como es rico,
todo la espera de su dinero. Estoy colocado entre
dos abismos: la ausencia que aumenta mi pasian,
y los celos que emponzoñan toda mi sangre. Ayer
recibí una carta de mi pobre madre, en ella me
, dice que Sanabria ordenó mi prision. Este· infame
le dijo al Gobernador que yo debia ser agregado
al contingente de reclutas que el Gobierno 'general pidió al Estado; el Gobernador convino, y mi
suerte quedó decidida. Cuando estaba en el cuartel, logré huir por encima de unas paredes y corrí
al campo para esconderme en algun bosque; pero
cuatro soldados me persiguieron como á una fiera,
me hicieron fuego. y tuve que rendirme herido y
espantado de tanta barbarie. La herida fué demasiado leve, por desgracia, y al dia siguiente me
hicieron marchar á pié Y atado al brazo de un pillo que habian conscrito por vago y que vino expresándose por todo el camino de la manera más
odiosa y soez y bebiendo aguardiente en todas las
ventas para atosigarme con su repugnante aliento.
Ahora, .ya me ves sumido en esta prision y sin
esperanza de salir de ella, sino para ir á la guerra
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-
Il. -
á matar ó á morîr sin saber por qué urpor quién.
Yo no tengo la que llaman partido politico; mis
facultades las he consagrado al estudio y al trabajo, mi corazon á Dios, á mi madre y á Laura; mi
afecto al prójimo. Esta es la historia de mi pasado, en cuatro palabras. Mi porvenir ha caido de
improviso en manos del Gobierno y éste- no me
señala otro camino que el de la guerra. Qué precaria es la condicion del pobre IY a sabrás la trágica muerte del recIuta Peñalosa, que tanto impresionó á los habitantes de Tunja, á pesar' de su
condicion humilde; si, muy humilde: era~ un pobre labriego.
-Túve noticia del suicidio, pero no conozco los
pormenores, ojalá me los refieras.
-Pues bien, desde que fué recIutado no se le
oyó pronunciar una palabra, ni exhalar una queja;
el dia la pasaba en la formacion aprendiendo el
manejo del arma, y por la noche velaba, meditando tal vez en el suicidio. Quince dias habian trascurrido, cuando una tarde supo, lleno de alborozo,
que su novia habia llegado á la ciudad y deseaba
verlo. Corrió en busca del oficial de guardia y
obtuvo permiso para hablar con ella por llna ventana que cae á la calle; por la noche su velada
fué más completa y apénas rayó el dia, cargó su
fusil, tomó con la boca la trompetilla y disparó
con el pié.El cadáver quedó horribleinentedesfigurado. ¿ Será ésta la suerte que se :r:neespera?
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-Es préciso, dijo ..Alonso,no darle á la desgra·
cia tanta importancia.: la carrera militair no es un
presidio; yo estoy muy satisfecho de mi suerte.
Sali de Tuqja, porque Sanabria creia que yo tambien pretendia á La~lra; snpe que habia pagado
asesinos que me asechaban, y conociendo la influencia que este hombre tiene en todo el Estado,
resolví venirme á Bogotá á sentar plaza de soldado, y estoy muy contento porque los jefes son inmejorables: ántes de ocho dias me verás de subteniente.
-Qué diferente es nuestra situacion, dijo Gustavo suspirando, yo no quiero nada que no sea
volver á mi Casa, vivir cerca de Laura y consagrarle mi existencia toda. Léjos de mí, acaso se
entibiará el afecto que logré inspirarle, y en su
ineXperienciapuede tal vez tropezar con el escollo
que la amenaza; ella es pobre y Sanabria la asedia tenazmente. l\1:ucho conozco á ese hombre; es
astuto y vengativo como la serpiente, celoso como
un déspota, apasionado como un africano y tiene
dinero como un Nabab para satisfacer sus caprichos. Muy infeliz soy, Alonso; no obstante, á tu
lado se mitigarán mis angustias y será un gran
consuelo para mí vivir cèll1el amigo que sabe mis
penas, que conoce á mi Laura, á mi adorada madre, á mis hermanas, y que me hablará de todos
esos séres que hacian tan dulce mi vida, como
ahora la hacen amarga, insoportable.
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La suerte de Gustavo cambió en efecto cori la
compañía de su amigo; la cruel enfermedad que
amenazaba su existencia fué perdiendo gradualmente su carácter mortal; la situacion le parecia
ménos dura y hallaba soportable sn cautiverio.
La amistad produjo en su espíritu 'el más repentino y favorable cambio. La amistad alivia las
penas del hombre, es bálsamo que cura las heridas del corazon, agradable perfume qt;le aspiran
con placer las almas nobles. Doloroso es que este
divino sentimiento llegUe tan rara vez al apogeo
del desintereso
IV
Han pasado seis meses despues de los acontecimientos qu~ dejamos referidos y nos trasladaremos á la ciudad de Tunja para continuar la narraClOn.
Eran las seis de la tarde y la luz crepuscular
alumbraba confusamente un pequeño aposento de
uno de esos antiguos caserones en cuya fachada se
ostentan todavía los restos de algunos blasones
heráldicos, que los habitantes de aquella ciudad
conservan con orgullo, como un timbre de su nobleza tradicional. El aposento estaba adornado
con dos pequeños canapés, dos mesitas con sus
correspondientes espejos y maca88are8, una silleta,
un costurero y un bastidor de bordar. Las paredes
de esta habitacion femenina f$eveian enteramente
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una linda muchacha; "J aunquè al .principio fué
tratado con desprecio" él.ha sabido con su fingida
humildad alcanzar el triunfo, y á la fecha es un
amante muy feliz; la jóven es hermosísima; ví
su retrato en poder de él y algunas cartàs escritas
por ella que revelan el amor más ardiente. Ah!
continuó en voz baja y con tono triste y abatido;
él se halla en los brazos de una mujer hermosa y
que le adora y aquí le espera otra deidad no ménos hechicera y apasionada. Todos los hombres
son felices, solo yo nací para llorar y amar sin
esperanza. Afortunadamente el clarin que da la
señal del combate no tardará en oirse y entónces
volaré al campo de batalla á echarme en brazos
de la muerte, que ella será más dulce y compasiva conmIgo.
Laura no oyó esta última queja de Alonso, porque estaba dominada por ese sentimiento de dolor
y, de raqia que experimentan las mujeres cuando,
creyéndose superiores, saben que el hombre á
quien favorecen con su afecto ha cometido alguna
infidencia; pero no queriendo que Alonso conociera que habia logrado herirla, se expresó de esta
manera :
-Siempre me ha parecido muy vulgar y ridículo que un hombre cometa la bajeza de denigrar
á su rival para grangearse un lugar en el corazon
de la mujer que pretende.
Este fuerte reproche puso punto á la conversaEste libro fue Digitalizado Por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
cion y el militar, tomando su cachucha, hizo un
profundo saludo y salió de la casa con la firme re·
solucion, eso sí, de volver á la carga como buen
soldado, hasta obtener el triunfo; porque á pesar
de tanto desden, sabia que Laura era vanidosa Iy
éste flaco le parecia muy explotable.
v
Como los narradores no necesitamos de ningu.n
género de vehículo para salvar las distancias,
volveremos á Bogotá.
Alonso, como hemos visto, se habia separado
de Rubí, porque pidió que se 'le destinara á la
guarnicion que en aquella época habia en Tunja,
luego que recibió el apetecido ascenso.
'
Ya encontramos al recluta de sargento aspirante, y aunque fiel á sus juramentos de amor, su
espíritu se habia tranquilizado bastante, porque
habia adquirido la ventaja de saber esperar. La
compañía de su amigo le fué muy provechosa;
amaba á Alonso como se ama á nn hermano, y
aunque su separacion le causó algun pesar, se
consoló con la oferta que élIe habia hecho de velar por la fidelidad de Laura y contade los proyectos que tenia formados para su futura felicidad.
-Oyeme, Gustavo, le habia dicho Alonso; si
vuelves á sentir aversion par la carrera, natural2
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-'us •......
mente te daràntu
liooncia, aunque los jefes te
quieren mucho. Entónces volverás á Tunja'; pero
harás un papel muy desairado: la familia de Laura continuará mostrándose hostil á causa de tu
pobreza y Sanabria no dejará de perseguirte. A
mí me parece m~jor que aceptes la suerte que te
ha tocado; los jefes son inmejorables, las obligaciones ya las conoces y con la consagracion que
tienes puedes ascender á oficial en pocos meses.
Oh! entónces qué diferencia! irás á Tunja con posicion y con recursos, los obstáculos para tu matrimonio desaparecerán y Laura misma se llenará
de orgullo al ver tu buena suerte. Acaso te han
hecho un bien con reclutarte; no desprecies la
ocasion y acepta con entusiasmo la fortuna que
te espera en la carrera militar.
Esto habia dicho Alonso á sn amigo ántes de
marchar para Tunja, y tales consejos, aunque 'dictados por el interes y la perfidia, fueron de suma
utilidad para Gustavo. Asi es que hoy le tenemos
contento y tranquilo, porque abriga esperanzas
muy halagüeñas .para el porvenir. Desde luego ha
recobrado su natural expedicion para todas las cosas que se propone ejecutar y cQnsu dulce carácter y simpáticas maneras se hace distinguir y
apreciar de las personas que se ponen en contacto
con él.
A la sazon, recibió Gustavo de su madre la siguiente carta:
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-
il~ -
Mi querido hijo:
"Por tus últimas càrtas sé que tu suerte ha
variado y que has concebido algunas esperanzas
para el porvenir. La tranquilidad de tuespiritu
mitiga en gran parte los pesares que sufro y la
pena de no verte; pero de ninguna manera podré
conformarrne con que sigas la profesion de las armas. Tu padre sacrificó en ella su juventud y
prodigó su sangre en los campos de batalla en la
guerra magna, para morir olvidado del gobierno
y abrumado por la miseria. Hubiera faltado con
qué alimentarle en sus últimos dias y dar sepultura á su cadáver, si un sujeto, que en esa época
gobernaba esta provincia, no me hubiera extendido su mano benéfica y protectora.
"Ese sujeto tiene una alma excelente y un 00razon lleno de bondad yde dulzura; á él me dirigi cuando la miseria amenazaba mi J:lasacon todos
sus horrores. Rodeada de tres hijos, todos en la
infancia, y de un esposo postrado en el lecho de la
muerte, no tenia otro. amparo que el del cielo,
que mandó uno de sus ángeles para enjugar mi
llanto, el de tres niños y el de un andana moribundo.
"Ese sujeto es el señor M*** que se halla ahora en esa ciudad y que tiene la suficiente influencia para rescatar á mi hijo y devolverle alIado de
su angustiada madre. A él le envio la adjunta,
que tÚ harás llegar á sus manos; en ella le suplif'
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co socona á la madre desolada .,cpmo SOCdrrÍÓ en
otro .tiempQá la imeliz esposa.
"Por,éste medio creo que pronto tendremos la
dicha de vertB y miéntras llega tan venturoso dia,
recibe el tierno .recuerdo de tus hermanas y la
bendicion de tu madre &c. &c."
La lectura de esta carta indujo á Gustavo á
olvidar todos sus halagüeños proyectos y volver á
Tunja para consolar á su madre y ver á Laura.
Tomada esta resolucion, mandó la carta al señor M*** inmediatamente.
El señor M*** se presentó al dia siguiente en
el cuartel y luego que habló con el oficial de
guardia, éste le condujo á una sala para que esperara allí á su recomendado.
A poco rato entró Gustavo.
-Buenos dias, señor M***, dijo quitándose la
cachucha y haciendo una inclinacion en señal de
respeto.
-Buenos dias, mi amigo, dijo el señor M***,
es usted el jóven Gustavo ~ubí ?
-Sí, señor, un humilde servidor de usted, que
tiene el honor de hallarse ahora delante del que
fué en otro tiempo el generoso protector de su
pobre familia.
-No hagamos ahora, dijo el señor M***, tan
triste recuerdo~ y, continuó con dulce tono: me ha
dirigido una carta la señora madre de usted, con
el objeto de que solicite su licencia. absoluta; y
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-21-
hablando sobre ·esto anoche con el comandante
general, supe que habia de usted excelentes informes y que los jefes la recomiendan como un jóven de gran mérito. Estas buenas disposicionesen
favor suyo, me·han parecido muy ventajosas para
el pais y p~ra usted; por eso he venidoántes de
obtener la licencia para que consultemos y aconsejarle que no deje la carrera militar. ,Su madre
se tranquilizará cuando sepa que usted tiene otra
posicion, porque hoy mismo le vendrá el despacho
de subteniente. Así, pues, resuelva usted la que
más le convenga.
El jóven se decidió á continuar en el servício
militar; la idea de ser subteniente y de ascender
tal vez mucho más, le sedujo por completo. Tam- .
bien veia que este era el único medio que podia
servirle para alcanzar la mano de Laurá; que podria proteger á su familia y que complacería á sus
jefes y al señor M*** por quien habia sentido
siempre la más viva gratitud.
-Estoy decidido, dijo Rubí: acepto la oferta
que usted me hace y agradezco co~ todo mi cara
zan el afecto que me prodiga, como una prueba
más de su generoso carácter.
-Adios, mi querido Rubí,; cuente usted siempre con mi apoyo y mi cariño.
La nobleza de alma de estos dos hombres les
hizo olvidar la diferencia de edades que las separaba; se dieron un nuevo y cordial abrazo y se
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despidieron·como dos.arnigo$ de la infancia que
se encuentran despues de una larga ,ausencia.
VI
El tiempo corria con velocidad; algunos meses
habian trascurrido y Rubi, oficial valiente y entendido, llegó al empleo de capitan, despues de
haber hecho la campaña ¿¡el Sur, hasta el combate de Segovia, y ahora le vemos de nuevo en
Bogotá, ocultando con su corbatin la cicatriz de
una herida de bala que habia recibi.do en la parte
inferior del ~mello.
Ansioso por saber noticias de Tunja, donde te~ia prendas muy sagradas para su corazon, corrió
en busca de su amigo M*** á quien habia recomendado para que tomara del correo y conservara,
su correspondencia.
El coraZOIlde Gust.avo se oprimió de dolor al
observar que entre las cartas que recibia no hallaba una sola de Laura, cuva letra, tan conocida
para él, buscó en vano en los sobres. Esta novedad le pareció de muy mal agÜero y abrió una de
su hermana.Beatriz. Por ella supo que Laura estaba ciegamente enamorada de Alonso y que muy
pronto se casaria con él.
El amor, los celos, la desesperacion y el orgullo ofendido, hicieron de
cabeza una hoguera y
de su corazon un volcan. Aconsejado por el tumulto de tan irritantes pasiones, forjaba mil dioJ
su
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-:;G;),
versos proyectos, unos temerarios hasta el suicidio y otros ridículos hasta pensar en ,la venganza.
Luego escribia para Lap.ra y redactaba sus cartas
mentalmente, llenándola de improperios y desprecio unas veces, y Qtras humillándose hasta suplícarIa que la amara. Abrumado por el dolor, dejó
correr los dias sin tomar ninguna determinacion.
Por fin el tiempo, la reflexion" la disciplina y el
servicio, fueron ablandando paulatinamente la dura
suerte del infeliz amante.
VII
Llegó el dia 25 de abril ,de 1861. Mas,: ántes
de continuar nuestra relacion, debemos advertir
que no hemos pretendido ~eguir el curso de la
campaña, ni mucho ménos averiguar la conducta
de los jefes de los dos ejércitos combatientes. Si
en éstos hubo ineptitud, perfidia, crueldad y otros
vicios compañeros de la guerra, toca á la historia
aclarar estos hechos; nosotros no haremos por
ahora sino recordar la perfidia de Aníbal en Sagunto, la ineptitud de Pompeyo en Farsalia, la
crueldad de Alejandro en Tébas y los millones
que recogió Oésar para sU'tesoro privado.
Si hemos apuntado la fatal fecha en que se Ii- .
bró la batalla de Subachoque, es porque á ellá
asistió .Rubí. Ochocientos muertos y otI'Qstan,tQs
heridos fueron el único resultado del combate ••••
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-24'-
Pasados algunos dias despues de 'esta sangrienta batalla, ]OSI heridos que se recogieron fueron trasladados al hospital.militar de esta ciudad,
en donde recibieron la más esmerada asistencia.
Muchas de las principales familias se consagraron
al alivio de estos infelices.
El coraz~mpalpita de placer en el recinto mismo del dolor, al ver la noble juventud, la más florido del bello sexo, inspirado por la caridad, cuidando al soldado con fraternal cariño y dulce solicitud. Muchas señoritas consagraban el dia entero
y parte de la noche á tan santa mision: unas se
veian mudando de limpio al herido que no podia
valerse por si, otras llevando el alimento á la boca
del enfermo, y otras muchas bañando con su blan~a y delicada mano fétidas y gangrenosas llagas.
Tal es el cuadro que se presentó á los ojos del
oficial de visita que en este momento entraba á la
enfermeria con un médico.
Este oficial no es otro que el capitan Rubi ;
pero la que no sabremos decir es la que pasó en
el alma noble de este jóven al observar en conjunto ese gran cuadro que representaba á un tiempo mismo la que tiene de misera y de sublime la
humanidad, de grande y de pequeño; sólo vimos
que Rubi enjugó sus ojos y salió de la enfermeria
con religioso silencio.
-Oh! qué hermoso espectáculo, dijo, dirigiéndose á su compañero cuando se hallaron en el coEste libro fue Digitalizado Por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
-¡':'iJ-
rredor: mi corazon:atosigado por tanta hiel como·
he apurado en mi vida, ha sentido ahora mismo un
descanso inefable. La caridad es el mas bello de
los sentimientos del alma..
El capitan continuó su visita de hospital, acompañado del médico, y .á pocos pasos entraron á
otra enfermería construida en forma apgular, en
donde, á pesar del mucho aseo que se observaba,
siempre se notaba cierto olor sui generis de los
hospitales, que le repugnó de pronto á Rubi.
-Qué enfermedades hay aquí, señor? preguntó
á su compañero.
-En esta sala hay fiebre, disenteria &c. Siempre se han tenido clasificadas estas enfermedades
en sus locales respectivos; pero ahora hubo necesidad de hacinar varios enfermos en éste salan
para colocar en los otros cerca de trescientos heridos que hasta ahora han traido de Subachoque.
La pieza más hermosa y mejor ventilada la he
destinado para los heridos del ejército enemigo,
porque es un hecho observado que los heridos prisioneros mueren con más facilidad, y es preciso,
por tanto, prodigarles los mayores cuidados. Los
heridos priifionerosque hay en este hospital son
asistidos únicamente por las piadosas señoras de
Bogotá.
La disenteria se está propagando, por desgracia, de una manera epidémica.
-Mucho me aflige, dijo Gustavo; la suerte de
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estos pobres séres que mueren léjos de su familia,
devorados por las fiebres ó la disenteria.
~Hay otra enfermedad desconocida para muchos y que persigue cruelmente- â los infelices reclutas.
-Tenga usted la bondad de hacerme alguna
explicacion.acerca de ella; yo he sido muy inclinado á la medicina; he leido algo y aun estudié la
anatomía, es decir, la osteologia y miología, cuando pensaba consagrarrne al dibujo.
-La dolencia que abruma á estos desgraciados
se presenta en forma epidémica siempre que hay
reclutamiento, diezmando esa multitud de infelices
que traen amarrados de los pueblos.. La enfermedad ~ja su asiento en el ente moral, lo abate, lo
aniquila y persigue al paciente hasta poner término á su desgraciada existencia. Esta es la nostálgia, palabra que viene de nóstos (retorno) y algos
( tedio ó tristeza) á causa de la profunda angustia
que constituye su principal carácter. El malles
ataca en el cuartel y luego pasan al hospital, donde mueren por centenares, figurando como febriscitantes en los cuadros de los que han fallec,ido.
Algunas veces se complica esta enfermèdad con la
fiebre t-ifoidea, la disenteria y el escorbuto, y casos
se han visto de llevar al paciente hasta el suicidio.
El año de 1841 vinieron á esta ciudad: por efecto de la guerra,. algunos soldados ecuatorianos y
todos, sin salvarse uno, murieron de nostálgia.
I
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---¿"¡-
En la autopsia de estos cádáveres, se hallan diversas lesiones del canal digestivo y derrames cerosas en los ventriculos del cerebro.! Ahora se
emplea para curar esta enfermedad un tratamiento
puramente moral, abandonando del todo el tratamiento farmacéutico; este sistema ha dado brillantes resultados: casos se han visto en que un individuo ha recobrado completamente la salud des{mes de hallarse reducido al último estado de marasmo ...•
El método. es muy sencillo: se les
habla frecuentemente de su pais y de su familia,
se les trata con dulzura y se les promete que pronto volverán á su casa á disfrutar de libertad.
-Tenga usted la bondad, interrumpió Rubi, de
hacerme una relacion de los síntomas de esa enfermedad. Yo creo haber sufrido su invasion y
esto aumenta para mi el interes que inspira la
suerte de esos infelices. Ojalá me haga usted
la pintura fiel de un recluta atacado de nostálgia,
desde el momento en qne la enfermedad lo amenaza hasta que la lleva: á la tumba.
-Tengo mucho gusto en complacer á usted, y
mi descripcion tipica será la de tantos infelices de
. la antigua provincia de Tnnja,por ejemplo. A los
pocos dias de hallarse el recluta en el cuartel, se
pone taciturno, inclina la cabeza, camina con lentitud, siente aversion por los alimentos, el brillo
de los ojos se amortigua, se observan algunas lágrimas involuntarias en su rQstro y no habla sino
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por monosilabos. Como esta cruel enfermedades
producida por la ausencia del hogar, á cada instante se le hace más dura é insoportable la separacion de su familia, por,la que empieza á sentir
cierta ternura que tal vez no habia experimentado
hasta entónces : .su choza, su pequeña labranza,
sus perros y todqs los objetos que le rodeaban en
otro tiempo, vienen á estereotiparse en su cerebro,
y esta vision le persigue sin tregua ni descanso.
En sus largas vigilias cree el infeliz enfermo ver
á sus hijos, y los acaricia con ternura; quiere hablar á su esposa y la voz se ahoga en su garganta, mira en torno de sí y se halla en una de estas
enfermerías á donde ha·.,sidotrasladado durante su
aturdimiento. Es dy noche y la débil luz de una
vela le presenta los objetos con caprichosas y diversas formas: ve el altar que está allá en el fondo
del salon y piensa que se halla en la iglesia de su
parroquia; pero se sobrecoge al encontrarse solo:
sale y ve la plaza con sus pequeñas casas de paja,
mira el campanario de la iglesia y se extasía en
la contemplacion de estos objetos conocidos desde
su infancia. De repente oye un rumor, aplica el
aida y este sentido, que por desgracia ha conservado, le descubre su verdadera posicion; percibe
entónces el quejido triste de los otros enfermos,
el último suspiro del agonizante y confusamente
las palabras del Credo que reza en voz baja alguna persona piadosa, cerca del moribundo: siente
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su garganta. abrasada por la sed, alarg!1 la mano
para buscar la vasija del agua y la encuentra vacía; quiere examinar el otro costado con el mismo
objeto y toca el cadáver fria y rígido de su compañero que ha muerto hace algunas horas sin qne
nadie la haya notado. En tan cruel situacion se
resigna el infeliz, oculta la cabeza debajo de los
cobertores, pone la almohada encima de la frente,
cierra los ojos y conducido por el delirio, vuelve á
su pueblo; se acerca á la choza de sus hijos y los
halla llorando de fria y de hambre, abandonados
de su madre que salió en busca del esposo· querido. El infeliz enfermo se horripila de· angustia,
mete la mano por debajo del colchon, busca el pan
que le dieron eU el dia y la agarra con inaudito
placer para darIo á sus hijos; pero en éste instante siente que las fuerzas le abandonan, un vértigo
mortal se apodera de él, su triste vision se va borrando gradualmente y expira sin dar un ay! sin
exhalar una qu~ja contra nadie, y tal vez sindirigir al cielo una plegaria.
A muchos reclutas he visto morir de nostálgia
en varias épocas de mi vida, sin que se haya levantado hasta ahora alguna voz humanitaria que
denuncie al mundo la cruel tiranía de que son víctimas los infelices labriegos, y de los varios casos
que he presenciado, voy á referide uno: habia en
el hospital de las Aguas una pequeña enfermeria
con el nombre de Sala de Providencia, queapénas
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podia eontenel' catorce camas~ y en el mes .deSetiembre de 1851 se,fueron colocando ahí algunos
reclutas, febricitantes, segun la opiniondel médicO.Pues bien, el mismo dia en que se completó
el número, murió por la noche uno de ellos; sus
compañeros vieron sacar el cadáver; y el terror
que los devoraba llegó á tal punto, que la enfermería amaneció convertida en una inmensa tumba.
El médico dijo que la fiebre tifoz'dea habia recorrido en todos ellos, con maravillosa uniformidad,
los períodos de invasion y de incremento, y que
por esto habian muerto en una misma noche ....
La sabiduría humana no halló otra solucion ante
ese espectáculo que encelTaba un problema.
-Qué triste relacion me ha hecho usted,
dijo Gustavo enternecido. Pero afortunadamente
se habrán descubierto ya algunos recursos para
impedir los progresos de este mal, no es así?
-Ya son muy raros los casos desgraciados, debido únicamente á la bondad con que se trata á
estos infeUces,porque las drogas no curan éste
mal, ni ta~poco la voz del capellan, que se acerca
algunos momentos al leoho del moribundo para
hablarle de las horribles penas del infierno; y
cuando más, friamente, de conformidad y resignacion; de resignaoion al infeliz que agoniza de angustia, preocupado tenazmente por una idea que
casi 10 enajena! Muy saludables son los auxilios
de la religion, porque ella es el único, amparo que
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-0:.1.-
encuentra 'el hombre en 6udesgracia; pero el in•.
feliz que' se halla dominado .por el dolor' y casi
moribundo de.tristeza~ necesita consuelos,.necesita
esperanza y merece un trato dulce, algo qne disipe de su alma el terror que la subyuga. A esta
obra de caridad deben contribuir
sacerdote -y el
médico, abandonando un tanto la mezquina gravedad y la indiferencia cruel ó insulsa, para sentir
como prójimos y obrar como cristianos.
Gustavo se despidió del amigo, practicó su visita escrupulosamente y se marchaba ya; pero
parece que la desgraci~ y el dolor se habtan. cebado en la ternura de tan noble corazon, llevándole como por la mano, adondequiera que habia
algun espectáculóconmovedor, para mostrarle
desnudos los abismos de la miseria humana.
Rubí equivocó la salida, porque en vez de tomar el corredor de la izquierda, desfiló pensativo
por un pasadizo y entró al Hospital de Caridad (*). Cuando conoció su error, quiso enmendarlo; pero á pocos pasos se encontró, sin saber
cómo, en una enfermería de mujeres. Al verse
allí, le dió deseo de pasear la blanca y aseada galería. Sacó su bolsillo y descubriéndose la cabeza,
empezó á dar la vuelta respetuosamente 'por el
salon, depositando una moneda de plata eucada
mano que le extendian.Al llegar á la última
el
(«<)
El Hospital Militar se hallaba en esa época en el-edifidode
San
Juan de Dios.
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.-.~-'
cama se hallPJron :umexpeetroenvez: de una mu·
jer: tal era :1~palidez y flacuN de la infeliz. ·en·
ferma. Mas, cuando Gustavo creia ver un cadáver
en el lecho, la moribunda abrió BUS grandes ojos y
clavó una mirada investigadora en el visitante.
Rubi se sintió impresionado, titubeó un momento
y sin saber por qué, trocó la moneda de plata por
otra de oro para darla á esa infeliz. La enferma
rechazó suavemente la mano que venia á socorrerla y se cubrió el rostro con un extremo de la sábana.
EJ caritativo capitan se fijó en el número de la
cama y salió de la enferm~ria pensando en esta
mujer que rehusaba un socorro capaz de dada
subsistencia para un mes.
Al llegar al corredor vió á una de las señoras
que entónces ejercian el oficio de Hermanas de la
èaridad y se dirigió á ella para preguntarle:
-Mi señora, tendrá usted la fineza de indicar·
me cuál es la salida? Oh! mi señora Rosa, conti·
nuó Gustavo sorprendido, cuánto me alegro de
ver á usted, mi buena amiga! Qué diferente la
encuentro con ese traje! Cuánto tiempo hace
que salió usted de Tunja? La casualidad me
ha traido aquí, para tener la dicha de hallar una
antigua amiga, cuya presencia me recuerda otros
tiempos que no 'Volverán•••• Pero, digame, des·
de cuando .•••
-Hace cuatro meses nada más, interrumpió la
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---:- u·u -
Hermana, que sali de Tunja con el objeto de ve·
nir á este Hospital á servir á los enfermos ;hacia
algun tiempo que tenia formado este proyecto.
Pero usted si que está inconocible, Gustavo~ con
ese elegante uniforme y esas barbas que parecen
postizas, puesto que le han salido de improviso.
-N a tanto, mi señora Rosa; mucho tiempo
hace que sali de Tunja, y desde entónces no nos
veiamos. Para las personas que son felices, cOqlO
usted, el tiempo corre velozmente. No ha sucedido la misrp.oá su pobre amigo.
-y su mamá y las muchachas están buenas?
Yo las dejé sin otra novedad que la separacion de
usted. Mucho piensan en u.sted,_Gustavo, mucho
la quieren.
-Si, señora, dijo Rubi, supe ayer de mi familia; felizmente no hay otra inquietud en casa que
'mi ausencia: gracias, mi señora. Quisiera satisfacer una curiosidad, y si usted me perdona. ~••
-Hable usted, Gustavo, francamente.
-Salgo ahora mismo de la enfermeria y me ha
llamado mucho la atencion una infeliz mujer que
sin duda se halla gravemente enferma, y la que
me ha sorprendi~o es que á pesar de su estado
cadavérico conserva la hermosura de sus grandes
ojos, cuya penetrante mirada me ha impresionado
bastante. Está en el número 40. Es alguna persona decente?
-A y ! á esa desgraciada la conoce usted desde
niña. Es Laura Rios.
3
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-u"Z-
Qué horrible sorpresa! qué funesto hallazgo!
qUB profundo dolor deElgarróel pecho de Gustavo!
Su-,sangre reHuyó súbitamente al corazon, y esa
bomba comprimente quiso estallar. La razon vacil6 un instante en su cerebro y se apagó con la
misma prontitud y facilidad con que el viento impetuoso arrebata y extingue los fuegos fatuos que
fluctúan por la noche en algunos parajes. Las
fuerzas le faltaron y cayó al suelo como herido
por tma corriente eléctrica.
La Hermana de la Caridad se llenó de angustia, llamó pronto quien alzara al enfermo, y lo
trasladaron á una pieza para prodigarle los cuidados que el caso requeria. Al cabo de un rato se
incorporó en la cama y arrojando una mirada extraviada á su alrededor:
-Laura! infeliz Laura! exclamó como un insensato; y se agarró el pelo de la barba con ambas manos como para arrancárselo.
Este esfuerzo le hizo caer de nuevo en la cama,
lanzando un resoplido, y quedó en un estado soporoso por más de dos horas.
Al cabo de estas dos horas, y como si durante
ellas hubiera bajado un ángel de~ cielo á mitigar
tan acerbo dolor, Gustavo se sentó tranquilo.
Luego salió de la cama y dió algunos pasos por
la pieza manifestando serenidad. Llamó aparte á
la Hermana de la Caridad y la dijo:
-Es preciso que usted me refiera cómo esta
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-ù..,desventurada ha venido al Hospital; no tema usted por mi nada, porque me siento completamente
tranquilo, pero necesito saber todo la relativo á la
suerte de Laura.
-Imposible 1dijo la Hermana; eso seria excitar de nuevo su extremada sensibilidad, porque la
historia es triste, horriblemente triste y desgarradora. No hay duda que seria para usted muy dañoso oir semejante relaciono Vuelva otro dia y
entónces satisfaré su curiosidad sin gran peligro,
pero hoy no la haré de ningun modo.
-Cuándo cree usted que puedo venir? dijo el
capitan.
-Dentro de seis ú ocho dias.
---Oh! no es posible; cuando más aguardaré
un dia; es preciso que usted sepa que esa mujer
fué el ídolo de mi alma por mucho tiempo..; que
viví tres años pendiente de su mirada, para gozar
como el más dichoso de los hombres, cuando se
mostraba dulce y cariñosa, para llorar y sufrir
cuando sus ojos me miraban con desden. Luégo
me separaron de ella, y todos los tormentos que
afligen al corazon del hombre, juntos, no son comparables con lo que yo padecí en esa larga época.
Al fin varió mi suerte, y soportaba la ausencia
con la esperanza de vivir algun dia al lado de
Laura, para no separarnos jamas. Así nos 10 prometiamos recíprocamente en la correspondencia
que mantuvimos hasta que marché para el Sur,
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donde perm~~eci.alguno~ meses. Cuando llegué á
esta ciudad, supe. por una carta de Beatriz que
Laura se habia e~amorado de Alonso. El golpe
era horrible, como todos los que da la perfidia; 'el
dolor fué profundo y sufrí muchos diasdel modo
más cruel. Por fortuna el orgullo ofendido y los
saludables consejos de un amigo suavizaron poco
á poco el rigor de la pena que maltrataba mi
alma. Despues no quise saber de ella absolutamente nada; prohibí á mis hermanas que escribieran el nombre de Laura en sus cartas. Habia cerrado para ella los oidos y los ojos. Pero la memoria, que no se halla sujeta á la voluntad, siempre me la recordaba; unas veces amante y cariñosa, otras desdeñosa é infiel. Estos recuerdos llegaron por último á estrellarse en el pecho, sin
dañar mi corazon, que el olvido habia .hecho indiferente. Hoy me he conmovido mucho, es cierto;
pero mañana ya estaré enteramente fuerte para
oir la que usted debe contarme. Hasta mañana,
mi señora Rosa, gracias por todas sus finezas.
La Hermana conoció, por la serenidad de Rubí,
que podia sin riesgo referirle al dia siguiente la
historia de Laura, y por eso contestó:
-Hasta mañana, Gustavo; cuídese mucho y
procure desechar de su alma tristes recuerdos.
Rubí corrió á reunirse con el señor M>t<**, como
la hacia siempre que tenia algun motivo de pena
ó de placer, seguro de que el carácter dulce y
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-38...:...
traido.Lo qu.e ansío saber hace parte de la triste
historia de mi corazon, y quiero que ella se termine para buscar mi completa tranquilidad.
-Cuál es, dijo la Hermana, el último periodo
de la vida de Laura que usted conoce?
-La última vez que supe de ella fué el16 de
Diciembre del año pasado; en esa fecha lei una
carta de Beatriz, en la cual me participaba la noticia del casamiento de Laura. La carta era atrasada.
-Es cierto : debió casarse, dijo la Hermana;
pero hay mujeres que juegan al azar su porvenir,
y hay hombres tan pérfidos que les arrebatan
todo lo que poseen y luégo las empujan á la carrera del crimen en que sólo hallan lágrimas y
desesperacion, para caer más tarde deshonradas y
moribundas en el lecho de la miseria. Tal ha sido
la suerte de Laura. Alonso, despues que volvió de
la campaña del Norte, vivió en Tunja algunos
dias. Esta fué la época fatal para Laura •.•. Su
amante desertó del ejército y volvió al Estado de
Santander; y ella, viéndose engañada, arrojada
del hogar doméstico y despreciada de sus amigas,
huyó desatentada en busca de Alonso, hasta que
llegó á los confines de la República, en donde
consumó su ruina y fué abandonada de nuevo por
el pérfido seductor. La infeliz volvió á Tunja;
pero ay! llegó en los momentos en que acababa
de pasar el combate de los .siete dias de abril, librado por los generales Manuel Arjona y Sántos
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Gutiérrez. L~ infeliz halló su casa desierta y convertida en ruin~s; su madre
habia muerto de.do·
..
lor y vergüenza, y los cadáveres de sus dos hermanos yacian insepultos en el fango de las calles.
La razon de esta infeliz criatura no pudo resistir
tan violento choque, y con el juicio trastornado
siguió su marcha á pié Y descalza para esta ciudad, buscando por instinto un lecho en que morir~
Oruzaba las calles de la poblacion, sin asilo y sin
pan, cuando fué conducida por la policía á este
establecimiento y encerrada en una loquera. Al
tercer dia, la Hermana que con tanta ternura ~mida de estas desgraciadas, ·observó en ella tanto enflaquecimiento y postracion de fuerzas, que resolvió trasladarla á la enfermería en donde usted la
vió. Desgraciadamente ha recobrado la razon para
tormento de sus últimos dias, porque una incurable tísis del pulmon amenaza su miserable existencia. Yo velo algunas noches en esa enfermería,
y la infeliz, que no puede conciliar el sueño, me ha
referido todas sus desdichas. El médico dijo hoy,
á la hora de la visita, que no podria vivir veinticuatro horas más ....
Gustavo permaneció largo rato en silencio como
si estuviera bajo la impresion de un horrible sueño, y un hilo de lágrimas se desprendió de sus
ojos fácilmente.
Al cabo de un rato enjugó su ll.a.ntoysepuso
.de pié manifestando serenidad.
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--)\fi señora Rosa, dijo, quisiera exigir de usted
otro serviciono ménos caro para mi corazon, y en
obsequio del descanso eterno de Laura; pero acaso la importuno demasiado.
-No, Gustavo, mande usted lo que quiera, que
yo tengo mucho gusto en hacer algo por usted y
por ella.
- Si me perdona, yo le suplico que se digne tomar este bolsillo, que contiene una cantidad en oro para disponer el entierro y hacer los
demas gastos, á fin de que el cadáver vaya con
alguna decencia al cementerio.
-Gracias, Gustavo, contestó la Hermana en. ternecida: la infeliz Laura disfrutará de los sufragios del alma, y la generosa voluntad de usted
será satisfecha.
-Adios, mi señora Rosa; roguemos al cielo
que recoja en su seno de paz y de ventura á nuestra pobre amiga, que ha hecho su peregrinacion
en breves dias, cosechando lágrimas y desengaños
en este valle de miserias.
-Adios, Gustavo, que el cielo lo consuele y lo
proteja por su buen corazon.
Rubí salió del Hospital dolorosamente meditabundo: llevaba delante de sus ojos la imágen de
Laura bella y encantadora, trocada· de improviso
casi en cenizas. Iba tan afectado por esta impresion, que resolvió dirigirse á la casa en donde la
asistian para meterse en la cama, porque sentía
una fuerte indisposicion fisica.
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No hay individuo que pueda resistir impunemente tan rudos sacudimientos del espíritu sin
que la materia deje de resentirse de un modo alarmante.
La noche fué para Gustavo un largo y doloroso
insomnio, durante el cual la imâ.gen de' Laura no
se separó de sus ojos un solo instante .. En los primeros momentos del delirio la veia en su mayor
áuge de hermosur~ y brillantez, y como en esos
dias habia leido la vida de Oleopatra, reina de
Egipto, se'imaginaba colocado en las riberas del
Cidno, y que Laura 'seductora y amante camo
aquella reina, atravesaba las aguas' en su lujosa
gavela de dorada popa, con velas de púrpura y
remos de plata, par:;!,venir hasta él, envuelta en
perfumes y vestida de diamantes.
Pronto, por desgracia, desapareció esta vision
espléndida y arrobadora, y el enfermo se trasladó
en su delirio al Hospital de Caridad para visitar
la enfermería de mujeres, que le pareció inmensa
y poblada de espectros. Sobrecogido de espanto
empezó á recorrer una larga fila de camas, buscando el número 40, hasta que halló vado este
lugar. Entónces salió, y perdido por el claustro,
tropezó con la capilla en donde depositan los
muertos; vió un féretro alumbrado por dos luces
y una Hermana de la Caridad orando de rodillas,
inmóvil como una estatua; se aproximó para reconocer el cadáver y encontró los últimos desfigurados restos de la encantadora Laura ..••
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Mil visiones más, invenciones del. delirio,ator·
mentaron el débil cerebro del .enfermo, para hallarse al dia siguiente devorado por una fiebre de
carácter inflamatorio.
La señora de la casa, observando que eran las
nueve de la mañana y que el jóven militar no habia salido de su cuarto, cosa que hacia muy temprano todos los dias, resolvió tocar á la puerta, temiendo que le hubiera ocurrido alguna novedad.
El enfermo rogó á la señora que entrara y la suplicó que hiciera llamar al señor M*** porque se
sentia indispuesto.
La señora estimaba mucho á Gustavo, y corrió
á cumplir la órden que se le daba, bastante inquieta por esta novedad.
A poco rato se hallaba el señor M**%al lado
de Rubi, y observando que la enfermedad de su
amigo era de bastante gravedad; salió en busca de
un médico. Este examinó atentamente al enfermo,
é hizo algunas indicaciones. El señor M*** suplicó á la señora de la casa que no se evitara gasto
ninguno para la buena asistencia del enfenno, y
dejó sobre .una mesa un puñado de oro.
La fiebre tomó despues de seis dias un carácter
grave, por sus signos alarmantes, uno de ellos la
hemorragia obstinada por la nariz.
El médico visitaba al enfermo tres veces al
dia, el señor M*** con más frecuencia, y la señora de la casa con todos sus dependientes le asis,.
tian con la mayor solicitud.
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A los quince dias' el médico declar6 que el enfermo estaba fuera de peligro y que pronto empe..
zaria la convalecencia. Pero €lsta fué muy larga
por desgracia.
Cuando Rubí despertó de ese letargo en que se
vive durante la fiebre, preguntó al instante que si
Laura habia muerto, y el señor ~I*** con esa
bondad y dulzura que eran el rasgo predominante
de su carácter, le contestó que dejara esas averi..
guaciones para más tarde, porque el médico habia
prohibido que se nombrara á Laura, y que era
preciso observar las indicaciones de tan famoso
Esculapio. El dócil enfermo calló por no disgustar
á su noble amigo, y tambien porque hallaba la
contestacion de su pregunta en la .respuesta evasiva y jocosa que se le dió.
La convalecencia, como hemos dicho, fué' demasiado larga y penosa, y Rubí no pudo asistir al
combate que se libró en Usaquen el13 de Junio.
VIII
El 18 de Julio, de inmortal recuerdo, avanzó
su ejército el general Mosquera hasta las puertas
de Bogotá, y el capitan Rubí, á despecho de sus
amigos, salió aún enfermo á combatil·: peleó en
San Diego con admirable denuedo y sin cuidarse
de la sangre que perdia en abundancia por dos be..
ridas, que afortunadamente no eran de gravedad)
corría á defender los puestos más peligrosos, COll
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el vaJor queJ(!),distinguia. .Al fin se halló en ,la
plazuela de San Victorino en donde quedaban los
últimos .defensores del Gobierno; en este instante
perdia su caballo el general Posada y era hecho
prisionero con todos sus compañeros. Rubí huyó
instintivamente por una calle que encontró sola y
despues de haber caminado dos cuadras se ocultó
en la choza de una pobre mujer, la que vendó sus
heridas y le ofreció un poco de agua.
Alli pasó el resto deldia y toda la noche, sin
dormir un solo instante; pensando en sus compañeros, en la suerte del pais y especialmente en su
amigo 01 señor M*** á quien amaba con ternura,
y temia que la ultrajaran y acaso que la desterraran.
Al dia siguiente le dió á sn protectora el dinero
que tenia en el bolsillo, y la rogó que saliera á
informarse de '10 que hubiera ocurrido y que averiguara por el paradero del señor M***
La mujer volvió despues de cuatro horas y le
dijo á Rubí, que el señor M*** estaba preso; que
el dia anteriorhabia sido aprehendido por las Niéves en una casa en donde se habia asilado.
Rubí se inquietó de pronto; pero la esperanza"
de volver á verle tranquilizó su espíritu.
La mujer le llevó un poco de chocolate, que no
pudo tomar, porque la fiebre cónsecutiva de las
heridas le ocasionaba mucha sed y prefirió un poco
de agua.
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Gustavo pasó la mañana un tanto tranquilo, con
la confianza de ver á su amiga. algun dia. Entre
tanto pensaba ir á 'funja para abrazar á su madre
y sus hermanas. Por la tarde se aumentó la fiebre
Ytuvo que acostarse en un poco de paja, donde habia pasado la noche, abrigado con su capa, que
afortunadamente logró conservar el dia anterio
terciándosela en' la espalda. Empezaba á sent'
esa especie de descanso que ocasiona la fiebre ,á
los individuos que han tenido grandes pérdidas de
l,
sangre, cuando de repente oyó, como en sueños,
el bambuco, y en segnida la detonacionde una
descarga de fusiles. Hizo un esfuerzo sobrehumano y se incorporó delirante y atónito.
Llamô á la mujer que la acompañaba para preguntarla si era efectivq,mente cierto la , que, habia
aida. Pero ésta le ocultó la verdad, diciéndole que
se habia equivocado, que ella estaba en la puerta
de la calle y no habia aida tal descarga.
Rubí volvió á acostarse atribuyendo este ruido
á la ilusion que conserva el aida despues de un
largo tiroteo; pero no pudo sosegar su espíritu en
más de una hora que luchó con esta idea, y creyendo que habia trascurrido mucho tiempo, se levantó de improviso, exaltado por el delirio y ayudado por la fuerza ficcionaria que á veces da la
fiebre. En est~ instante entró la mujer, dueña del
rancho, y hallándolo de pié, con la cachuchapues~
ta, la espada ceñida y abrochándose la' capa, exclamó en tono de súplica:
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-Señor, no vaya usted á cometer la locura de
salir á la calle; los negros landan funosos, y ademas usted está muy enfermo y le hace mal el
sereno!
-Sí, señora, dijo el jóven; voy á la calle, porque la descarga que oí no es una ilusion, no es un
~ elirio. Hay fuego todavía, mis compañeros haÚenresistencia aún, y miéntras ellos están luchando con los soldados de Mosquera, yo estoy
escondido como un cobarde. No es justo que ellos
p1erezcandefendiéndose y que yo muera sin gloria
revolcándome entre esa paja.
-N o salga usted, por Dios! esa descarga fué ..
-Tengo que salir, interrumpió el herido; adios,
buena mujer: si volvemos á vernos, yo sabré recompensar todos sus cuida~os y servicios.
Rubí salió á la calle, y á pocos pasos se halló
en la esquina de la "Huerta de Jaime." La noche
estaba serena; el viento no soplaba; la naturaleza
parecia absorta y meditabunda; la luna lanzaba su
blanca luz, pretendiendo alumbrar tanto como el
sol. Rubí creyó por un momento que s~ hallaba
en la mitad del dia; pero observó los objetos plateados por una luz pálida, sintiendo al propio
tiempo el frio de nuestras noches de verano. Salió
del error, y resuelto á combatir al lado de sus
amigos, su cruel destino lo condujo á la plaza
inmediata.
Allí vió ~n grupo de gente, se" acercó á él, Y
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notando que eran personas inofensivas, se retiraba ya, cuando oyó las siguientes palabras:
-y dèspues de fusilados, decia una mujer, los
estropearon y los dejaron casi desnudos.
-y al señor prefecto le pegaron en la cara
con las culatas, y luégo le echaron los caballos
por encima, dijo un muchacho.
Cuando Rubi oyó estas palabras se alarmó horriblemente y voló al grupo para informarse y
averiguar el significado de la que acababa de air.
Lo primero que vió el infeliz fué el cadáver
desgarrado y sangriento de su amigo M***
Todo se presentó claro á sus ojos en aquel momento supremo. Comprendió que su amigo habia
sido'asesinado y que la descarga que oyó en su
escondite fué la que dió muerte cruel y salvajeá
su mejor compañero.
El trance era horrible y desgarrador para Gustavo, y se necesitaba que el alma fuera de bronce
ó que estuviera custodiada por un coro de ángeles, para no morir en presencia de este espectáculo.
Las gentes del grupo al ver á Rubi acercarse al
cadáver, parece que comprendieron la que pasaba
de solemne y terrible en el alma de este desgraciado, porque retrocedieron algunos pasos, como
para dejar libre el teatro á este hombre, cuya mirada era imponente y aterradora.
Rubi se asemejabaá una apm:icion vengadora
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deJ~ antiguªsIeyendas;mudo
y silencioso desenvainó la~esp~da y la empuñó con una fuerza
convulsiva ; luégo hincó una rodilla y arrimando
la boca al oido del cadáver, murmuró algunas
palabras en voz muy baja. Enseguida besó la
frente de su amigo, se puso de pié, envainó la
espada, se envolvió en la capa y desapareció, perdiéndose en la sombra, porque la luna acababa
de ser velada en este instante por una nube negra
y espesa.
-Este hombre, dijo uno de los del grupo, está
loco ó le falta poco.
-No hay duda, contestó otro, porque sólo estándolo se puede hacer lo que ha hecho é~: desenvainar la espada, mirar al cielo, hablar en se. creta con un muerto, besarle la frente y luégo
marcharse muy fresco, todo es cosa de un maniático.
-Yo tengo miedo, interrumpió una mujer, de
la que este hombre dijo al aida del difunto; la
que se ofrece á los vivos á veces no se cumple,
pero la que se promete á los muertos es muy sagrado, y tengo idea de que ese hombre ha ofrecido algo á este señor, y algo terrible. Dios quiera que no paguen justos por pecadores.
- Usted piensa muy bien, contestó un anciano;
á mi me ha infundido respeto y aun temor la inirada amenaz~nte de ese jóven y su ademan solemne.
Tengo mis fundamentos para creer que algo serio
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y trascendentalsignifièa lo que hemos pre~ênciado. Si ustedes quieren, les referiré un a.cofitedmiento histórico que viene muy al caso.
- Si, si, cuéntelo, cuéntelo! exdatnaton todos
á una voz, y el anciano empezó:
-O h! cómo pasa el tiempo! Mañana sa cumplen cincuenta y un años que iba yo por la calle
real, :cuando de pronto me llarrió la atencion el
ruido de una fuerte disputa, casi una riña ocurrida
en una de las tiendas de comercio, entre el señor
Francisco Mor~les Fernández y el dueño de la
tienda, que era un español llamado Llorente. El
señor Moráles pretendia del èspañol que le dierá
prestados unos floreros para adornar la sala en
donde se iba á dar una fundan en obsequio del
señor Villavicencio. El español,en vez de dar los
floreros insultó al señor Moráles, y aun lo-amenazó
con la vara de medir; en ese momento sepresentó el
hijo del señor Moráles, padre de éste caballéro que
vemos aqui tendido. El jóven que acababa de llegar en·auxilio de su padre castigó debidamente la
insolencia del español y salió á la calle gritando
viva la libertad! abajo el despotismo! viva la independencia! viva la patria! La multitud se
agolpó al air tan extraños vitores, y contagiada
del entusiasmo patriótico de los señores M:oráles,
corrió en auxilio de ellos contestando en. coro
abajo los. españoles! abajo la tirania! vivalalihertad ! Yo tambien sentí discurrir por mis venas
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el ardor civico, y mezclandolIle entre la multitud,
recorrimos todas las calles, lanzando el grito redentor, de Libertad!
El padre y el abuelo de éste señor, continuó el
anciano, fueron de los fundadores de la patria, y por
eso éste asesinato me parece un sacrilegio de los
mas inicuos. Ouando al acercarme aquí, conocí
el cadaver que estamos viendo, creí por un instante que el feroz Morilla habia vuelto a esta tierra, y que no hallando a los próceres y á los padres de la patria, descargaba su saña homicida en
la persona de los hijos fieles de la RepÚblica. Qué
fatal destino ~l de esta plaza! 'en ella exhalaron el
último suspiro, consagrado a la patria, muchos de
los fundadores de la libertad. AqUÍ vi, cuando era
niño, los cadáveres despedazados de Leiva, Ravira, Pamba, Gutiér~ez, Valenzuela, Vélez, &c, &c.
El genio sangriento que habita en éste lugar aún
no se ha saciado. Qué horror! ...•
Bogotá, Diciembre de 1861.
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