Discurso decano Davor Harasic

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La corrupción, el narcotráfico, y el lavado de activos son formas de criminalidad,
que a partir de cierta escala, amenazan no sólo la vida de los seres humanos
que padecen, directamente e indirectamente sus consecuencias, sino también la
autonomía soberana de los Estados.. Y ¿qué se puede decir de la trata de
personas, que no es más que el desconocimiento no sólo de la dignidad
humana, sino de la humanidad misma? Cuando estas formas de
comportamiento gravemente antisocial comienzan a ser practidas por
organizaciones de mayor envergadura, capacidad logística y alcance territorial,
no puede extrañarnos que el cometido de su represión llegue a ser asumido
como un cometido cuyo éxito depende de la cooperación generalizada de los
miembros de la comunidad internacional.
La comunidad internacional no podía permanecer indiferente ante el terror y la
injusticia en que viven millones de personas en el mundo. Y, por esto, celebró la
suscripción, en el año 2000, de la Convención de las Naciones Unidas contra la
delincuencia organizada transnacional, también llamada Convención de Palermo
y de sus protocolos. Esta Convención no es más que una respuesta al
progresivo impacto transnacional asociado a la criminalidad organizada. ante lo
cual, y tal como lo señala su Preámbulo: “Si la delincuencia atraviesa las
fronteras, lo mismo ha de hacer la acción de la ley”.
Y, en este sentido, la Convención persigue promover la cooperación para
prevenir y combatir más eficazmente la delincuencia organizada transnacional,
tipificando distintos delitos transnacionales, tales como la corrupción, tráfico de
drogas; tráfico de seres humanos y lavado de activos, cuya regulación
internacional era fundamental.
Además, y en línea con la Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción
de 2003 (conocida como Convenio de Mérida), la Convención de Palermo
propone las investigaciones conjuntas a través de acuerdos bilaterales o
multilaterales entre los países que lo suscriban o de acuerdos específicos en
casos concretos, lo que se orienta a alcanzaruna mayor eficiencia en la
investigación.
Cabría que nos preguntemos si, partiendo por casa, la legislación chilena
enfrenta de manera eficaz estos temas. Y me parece que nos queda un largo
camino por recorrer.
El desafío de identificar las respuestas punitivas adecuadas a la dinámica propia
de los fenómenos de criminalidad complejamente organizada, acompañadas y
como procesalista esto me parece crucial de técnicas de investigación
congruentes con ella, es uno que debe ser emprendido con rigor y
responsabilidad, y no puede servir de pretexto para abandonar nuestro
compromiso con la forma y la sustancia del Estado de derecho.
La confluencia de juristas de una vasta procedencia en esta actividad es un
manifiesto recordatorio, sin embargo, de que ningún Estado puede acometer
este desafío por sí solo, sin coordinar sus esfuerzos con otros Estados y las
correspondientes organizaciones internacionales. Para lograr esta cooperación,
la herramienta jurídica internacional más importante que está adoptándose en
Europa y América para hacer frente al fenómeno, son los Equipos Conjuntos de
Investigación. Estos Equipos no han estado exentos de críticas, sin embargo,
parecen un buen sistema para agilizar la investigación, sin intercambio formal de
solicitudes de auxilio. No obstante, hay que tener cautela en cómo se dará forma
a estos equipos, de manera que se tenga en cuenta la estructura de nuestro
sistema procesal penal, sin menoscabar la independencia de los fiscales y
jueces. Se debe tener especial consideración acerca de la autoridad que
nombrará a estos equipos, así como la importancia de que se conformen por
distintos países, pues de lo contrario no habría cooperación internacional alguna.
Me parece que es sumamente relevante que exista un trabajo conjunto y
colaborativo entre los países latinoamericanos. Me parece un gran ejemplo la
existencia de la UCIEX (Unidad de Cooperación Internacional y Extradiciones de
la Fiscalía Nacional), que es Coordinadora del Grupo Especializado de
MERCOSUR contra la Delincuencia Organizada Transnacional y la cooperación
internacional que existe actualmente entre las autoridades chilenas y
dominicanas en la lucha contra la trata de personas transfronteriza.
Y estoy convencido de que una de las instancias propicias para lograr estos
acuerdos y comprender mejor nuestras necesidades y objetivos comunes,
comienza, precisamente, en el mundo académico. Es aquí donde podemos
discutir libremente y sin presiones. Por esto, permitanme destacar la iniciativa de
nuestro Departamento de Derecho Internacional, del Ministerio Público de Chile
y de la Unidad de Cooperación Internacional y Extradiciones de la Fiscalía
Nacional, de organizar este Seminario Internacional sobre Delincuencia
Organizada Transnacional en América Latina, que cuenta con panelistas
destacados tanto en el mundo académico como profesional nacional e
internacional.
Este no es un encuentro mas y confío, podamos repetirlo, ya que permite que
diversas autoridades y académicos de diversos países latinoamericanos se
reúnan y compartan sus ideas, lo que sólo puede traer consecuencias positivas.
Estoy convencido de que tanto los temas abordados en este Seminario, como
las discusiones a que darán lugar contribuirán a un mayor desarrollo de la
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cooperación internacional, así como de herramientas para combatir la
delincuencia organizada transnacional.
Muchas gracias
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