ALMA DE MIGRANTE TOMÁS SERRANO AVILÉS YESENIA GARCÍA NÁJERA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO Luis Gil Borja Rector Humberto Augusto Veras Godoy Secretario General Evaristo Luvián Torres Subsecretario General Administrativo Marco Antonio Alfaro Morales Coordinador de la División de Extensión Adolfo Pontigo Loyola Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Tomás Serrano Avilés Coordinador del Área Académica de Sociología y Demografía Dirección de Ediciones y Publicaciones Horacio Romero Pérez Director Abel L. Roque López Subdirector PUBLICACIÓN Tomás Serrano Avilés Yesenia García Nájera Autores TOMÁS SERRANO AVILÉS YESENIA GARCÍA NÁJERA AUTORES ALMA DE MIGRANTE UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO INSTITUTO DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES Pachuca de Soto, Hidalgo, 2009 Primera edición: 2009 Tomás Serrano Avilés Yesenia García Nájera Autores © UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE HIDALGO Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Abasolo 600, Centro, Pachuca, Hidalgo, México. CP 42000 Correo electrónico: [email protected] Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin consentimiento escrito de la UAEH Esta edición es financiada con recursos PROMEP. ISBN: 978-607-401-203-3 Impreso y hecho en México PRÓLOGO El lector encontrará en este libro algunas reflexiones de la migración internacional realizados desde el lugar de origen. Después de leer estas páginas se puede entender el sentimiento de desprecio que los actores de este drama le tienen a los Estados Unidos porque representa el lugar que a muchos les ha quitado a familiares y amigos, dejándoles un hueco que parece llenarse sólo hasta cuando los seres queridos regresan a casa, ya sean vivos o muertos. Las aseveraciones presentadas no son inventadas, son ideas que nacen directamente de la observación y de las entrevistas del fenómeno estudiado desde México. Sin duda alguna, al final, los lectores —en especial los que tienen migrantes— se sentirán menos desafortunados que antes, porque en estas páginas encontrarán muchas respuestas a sus preguntas de todo lo que han perdido con la salida de sus seres queridos. En este documento se muestra que el tráfico de latinoamericanos es igual al tráfico de esclavos africanos del siglo XVI. En ambos procesos, las personas han sido secuestradas y vendidas en Norteamérica. Como el agua, que invariablemente descubre su camino, los brazos mexicanos se derraman en el mercado laboral estadounidense. Los mexicanos encuentran un sitio de remanso en la “tierra prometida”. Lugar a donde han llegado otros con anterioridad, espacio donde se adoptan vínculos de amistad y fraternidad, imaginando y construyendo siempre una hermandad por efecto del paisanaje (27/nov/1999/Tijuana, B.C) La Frontera. La Frontera Norte de México es un mundo de ilusiones, pasiones, sueños y añoranzas. La región se desborda de gente que intenta pasar al Otro Lado por todos los medios posibles. Es gente que viene a pie, en autobús, en avión o en barco, es gente con un sólo destino: cruzar a los Estados Unidos. Los que pasan, por las noches, cortan las cercas, y los que las vigilan, durante el día las cosen y se esfuerzan por abarcar todas las rutas posibles de escape. Para eso están organizados en cuadrillas de trabajo. Los primeros, taladran los caminos de la esperanza, y los segundos, por el contrario, bloquean las rutas que han construido los pobres, los invasores. Unos cortan las cercas por la noche, y los otros las cosen durante el día, ése es el trabajo simbiótico entre pobres y ricos en la Frontera Norte de México, la barrera más transitada del planeta. Esta Frontera es también una coladera que deja pasar a los más ricos y detiene a los más pobres. Los primeros, los más afortunados, pasan con documentos falsos por las garitas como si asistieran a la conquista de Troya o cruzan agazapados por las regiones más inhóspitas y alejadas para burlar a la Migra. Triste historia la de los mexicanos que enlutan sus hogares en las temperaturas extremas de frío y calor en el desierto del Sásabe, o mueren ahogados en las aguas del Rio Bravo, o dejan la vida en los caminos al ser perseguidos por la patrulla fronteriza y por los secuestradores. Los segundos, los más desafortunados, viven felices en las ciudades fronterizas. Es cierto, perciben sueldos miserables en las maquiladoras, pero su ingreso lo complementan incrementado el número de familiares con empleo. Además, están como si vivieran en su pueblo que se encuentra un poco más al sur, pues, sus vecinos son precisamente sus familiares y amigos, o cuando menos aquellos que nacieron en su mismo estado. Así es como si nuca hubieran dejado su tierra, sólo que en la Frontera viven en los cerros, habitan casas más endebles y tienen un destartalado vehículo, que más que resolverles los problemas de transporte, les causan una serie de dificultades, porque los lleva con retardo o los ausenta de sus empleos. La Frontera es una línea muy delgada entre la vida y la muerte. A cada paso, a cada respiro, vas dejando la vida en el camino. En los espinos, en la vereda pedregosa que han trazado los vecinos. El recorrido es como un gran bazar: Hay gorras, chamarras, mochilas, playeras, galones, bolsas y latas. Cruzas cerros, valles y barrancas. A tu paso, las rocas se desprenden y te orillan al precipicio. Pero, no pasa nada. Alguien te cuida ¡Seguramente desde el cielo! A la hora del levantón… La esperanza crece. Ya estás en territorio Americano ¡Sientes que es hora de volar! Pero… te cortan las alas… La esperanza ha muerto y te traen de regreso a casa. En las últimas fechas, la política estadounidense que contiene la migración laboral mexicana se ha vuelto más agresiva ocasionando el aumento en las muertes en el desierto. Ahora más que nunca, la gran mayoría de los cruces en la Frontera se hace casi con exclusividad por dos frentes: por El desierto del Sásabe (Sonora), o por la terminal del ferrocarril que viene del sur y llega a Nuevo Laredo (Tamaulipas). Estas dos regiones son la punta de lanza de los desamparados que huyen del hambre. En ambos territorios tienen que burlar a las alimañas que los acosan, es decir, principalmente a todas aquellas personas asentadas en la región fronteriza que viven del tráfico de personas. ¡Fierro!¡fierro! La Frontera Norte de México, con poco más de 3000 kilómetros, desde el aire se observa como una mancha que separa el barrio rico del pobre. En la parte desértica, en 2009, entre Sonora y Arizona es la región donde cruzan la mayoría de los indocumentados. Estar en esa región marca para siempre la vida de los que transitan por ella. Son experiencias traumáticas y a la vez excitantes porque la adrenalina es la que les permite salir con vida. El recorrido es más miserable que el paisaje —¡Aguanta, aguanta! —dijo el Coyote— ¡fierro! ¡fierro muchachos! —replicó—. Van tres días ya padeciendo con temperaturas extremas: en el día un calor insoportable y en la noche un frío que cala hasta los huesos. Los pies se mueven unos atrás de otros siguiendo un rastro tenue por las veredas. Los rostros son de emoción y miedo, reflejan el desconocimiento total por ese agreste terreno. El clima mina las fuerzas de los caminantes. La insolación aparece en las caras de algunos de ellos que empezaron a hablar de dolor de cabeza y a vomitar. Uno cayó al suelo y de inmediato los ojos se le pusieron en blanco —¡yo no supe qué hacer!—. Desesperados no pueden continuar la marcha y son abandonados de manera inmisericorde a su suerte. ¡Déjenlos! —dijo el Coyote— ¡que se mueran!, ¡fierro! ¡fierro! —continúo—. Las filas de desamparados se extienden por varias decenas de metros hasta llegar al lugar donde otro Coyote los levanta. De pronto, los Pika Pika aparecen y todos corren despavoridos en distintas direcciones para no ser atrapados. Ellos bailan y brincan de felicidad por cada Pío Pío que meten a sus jaulas. En los encierros, la Migra insulta a los indocumentados y les hace ver que cometieron el más grande delito al ingresar a su país sin permiso, y por esta razón, les señalan insistentemente que van a pasar muchos años encerrados. Lo más lamentable de esta guerra psicológica es que los tienen incomunicados y con una miserable comida al día. Es una dieta óptima para que no se les mueran de hambre y permanezcan vivos y sin energías hasta el momento de ser deportados ¿Cuánta insensatez hay en el comportamiento de la Migra porque la comida la arrojan al piso como si alimentaran a animales de granja, y todo con tal de agredir a los pobres invasores. Otros, los menos, son golpeados por sentarse sin autorización, producto de la soberbia disciplina militar con que han sido educados los agentes fronterizos ¡Pobrecillos! Hay que adivinar el pensamiento de la Migra y saber si deben permanecer de pie, sentados, mirarlos o contestar. Para eso hay celdas especiales para golpear a los indocumentados. En Éstas no hay cámaras, ni algún otro dispositivo electrónico que pueda servir de prueba de tanta injusticia. Ahí, los Pío Pío son tratados con la misma metodología que la de los prisioneros de guerra, tal como hacen en la cárcel de Guantánamo. Los desnudan, los bañan con agua helada a presión y los golpean con salvajismo. Cuando se les pasa la mano, a algunos los dan por muertos y los arrojan por Nogales con los huesos rotos, víctimas de toda la esquizofrenia y la maldad humana posibles. Ni vale la pena referir el sistema de protección denominado en México de los derechos humanos, pues ¡pobres de los que van a quejarse con ellos! Ellos si no tienen perdón de Dios. De ellos mejor, ni hablar. ¿Quién puede parar tanta impunidad en esta tierra? Los Pochos son los más manchados, porque los agentes Fronterizos de raza anglosajón son muy profesionales. Ellos hacen su trabajo: detienen a los indocumentados, les checan las huellas y les dan otro trato y otro tipo de comida. ¿Quién sabe de dónde sacan fuerzas los que escapan porque llegaron desfalleciendo? Éstos, los Pío Pío con más suerte son felices cuando llegan sanos y salvos a su destino, y la dicha se incrementa aun más cuando llegan todos o la mayoría con los que iniciaron el viaje. Pero, del lado mexicano, la miseria hace que la policía extorsione a los migrantes que llegan a sus manos. Todos estos tipos parecen cortados con la misma tijera ¡son iguales! insultan y golpean a sus propios paisanos, todo por obtener dinero o violan a las mujeres. En esta región se aprende a sobrevivir ¡sea como sea! Se aprende a tomarle amor a la vida, a ser fuerte recordando a tu familia. A vivir el presente, a disfrutar la comida, y a desconfiar hasta de tu propia sombra, puesto que observas que ni la amistad ni el amor existen, sólo es real el valor que tiene el dinero. ¡En el desierto sigues vivo por lo que vales! por lo que pueden cobrar por entregarte vivo, ¡fierro! ¡fierro! Las remesas de sangre En la Frontera también se cruzan el dinero y las personas. Las divisas son para mantener a los que se quedan o para construir un hotel como el Hilton. La gente que se va es explotada en condiciones de semiesclavitud, en un horario e intensidad tal que sólo pueden soportar las bestias. Por eso, las noches parecen muy cortas para ellos, pues se usan para recuperar las energías perdidas, y para calmar un poco los dolores del cuerpo debido al excesivo trabajo. Son las remesas de sangre porque para ganar este dinero hay que hacer trabajos de burros, hay que volverse una bestia para aguantar el extenuante trabajo en el que no hay tiempo para conversar, para descansar, para ir al baño y a veces hasta ni para respirar. Al principio, los trabajadores se sienten como prostitutas porque van a buscar a los patrones a las esquinas, proceso al que se le ha llamado palmear. Ahí hay que poner buena cara, mostrarse agradecido al ser tomado en cuenta, siquiera cuando el patrón se digna a mirarlos. Hay que mostrar obediencia y sumisión de vencidos o tal vez imaginarse como un esclavo que se vende al menor postor. En tal situación ¡lo que sea es bueno, con tal de conseguir algo para comer! Los dólares esclavizan a la gente en una economía llamada posmoderna. En México, a partir de los años ochenta, el país tiene el predominio en el total de inmigrantes en los Estados Unidos. Hasta el 2008 hay más de once millones de mexicanos indocumentados y más de veinte millones de personas de origen mexicano. Son los que se han vuelto fanáticos del dinero verde y deslumbran con lo que pueden a los no migrantes cuando regresan a casa, y este proceso se ha hecho muy intenso en las últimas cuatro décadas. Es la era del libre mercado de las mercancías y las personas. Lo cual es una falacia y de esto pueden dar cuenta los grandes contingentes que no pueden llevar a casa lo que han comprado con el sudor de su frente, y es que para llevar a casa la camioneta, el coche o el equipo electrónico hay que convertirse en malhechores y viajar por las noches para no ser detenidos por la policía o la aduana mexicana, actores que quieren su parte del botín para dejar pasar los artículos, y eso que a ellos no les ha costado nada, pues, sólo tienen una placa con la que roban a los desamparados. Aunque, las menos de las veces, los migrantes trasladan armas y hasta drogas, mismas que se usan para envalentonarse delante de los ojos de aquéllos que se han quedado, de los que no han probado las mieles del triunfo que les confieren esos artículos de consumo. Así las cosas, la violencia estalla y se incrementa en los lugares de origen, tal vez en la misma intensidad con que crece la migración. La economía mundial incrementa hacia puntos específicos en expansión ¡Bienaventurados todos aquellos que habitan las regiones que se suben al carro de la economía! porque en ellos el consumo los perpetúa al igual que lo hace la expansión de la riqueza. Pero ¡pobres de las personas que quedan fuera de la dirección del mercado en crecimiento! porque en estas tierras la gente muere mucho más aprisa que los que comen más y mejor. Son los elegidos por la mano invisible del mercado, que con su toque mágico elige quienes deben morir de hambre y quienes no. Lo primero ocurre en el interior de cada país y en algunos se generaliza como en los países de Asia, África, de Centro y Sudamérica. En México, las cosas parecen cambiar muy poco. La gente gana como lo hace alguien del primer mundo y sigue comiendo y viviendo en las mismas condiciones del tercer mundo. Muchas casas recién construidas se habitan en obra negra porque no se puede creer que sea tanta la suerte para dejar de vivir como los animales, o se siguen comiendo nopales y frijoles, al mismo tiempo que se consumen pizzas, hot dogs y hamburguesas porque se les extraña. Mientras tanto, las remesas son ordeñadas en las casas de cambio, o son arrebatadas en las rutas informales por criminales organizados. Pero, lo común es que sólo engruesen los bolsillos de los dueños de los negocios asentados en los lugares donde se concentra el comercio de bienes y servicios. Esto ocurre precisamente en los lugares más prósperos de México. Las remesas no hacen la diferencia. No sirven para que la gente deje de ser pobre. Pero, al elevar los niveles de consumo de los hogares que las reciben hacen que las familias no receptoras de estos recursos se sientan más pobres. En consecuencia, la evidencia objetiva de la llegada de dinero sólo sirve para perpetuar la migración, provocando que cada vez más personas decidan migrar en la falacia de que con esta estrategia dejarán de ser pobres, y se dejan deslumbrar por los marcos de referencia que tienen de sus vecinos, quienes los ilusionan luciendo sus autos y sus propiedades delante de ellos. Sin embargo, un migrante con imaginación es capaz de invertir su dinero en un negocio que lo multiplique de una forma tal que le permita satisfacer sus necesidades más apremiantes, sean éstas de prestigio, confort, seguridad, salud, educación o consumo. Pero, la gran mayoría, después de poner pequeñas empresas como por ejemplo de carpintería, lavado de autos, herrería, vidriería, tarde o temprano reanudan de nueva cuenta el viaje internacional, con el que se han acostumbrado a vivir, a pesar de la separación de la familia y de los nuevos y mayores peligros a la salida de casa. En la Frontera también se cruzan la droga y las armas. La droga camina siempre del sur al norte y las armas vienen en dirección contraria. Desde el más simple sentido común, es claro que en el paso de la droga la patrulla fronteriza permite su tránsito, y que, en el flujo de las armas la aduana mexicana recibe su paga. Mientras tanto, en México el poder se practica socialmente. Por ejemplo, en una miscelánea o una cantina es común que los que escuchan no sean culpables de su ignorancia. La publicidad de la violencia la ofrecen los migrantes, y a todos, los relatos se les hace agua la boca. El discurso se escucha como algo mágico. El lenguaje dominante es la del Cow Boy que concibe que la vida tiene un escaso valor, y que en forma despiadada puede terminar con la de algún perdedor: — ¿Cuánto puede valer? Lo pago y me regreso “pa´ tras”. Los migrantes de la pobreza La migración internacional de los mexicanos es una tragedia. Para los académicos y de manera especial para aquellos que tienen obediencia inexorable al Estado, en México no emigran los más pobres. Todos ellos se empeñan en ocultar que en este país no hay pobreza y que todos son ricos. Es absurdo dialogar con la mayoría de investigadores que no tienen ni la sensibilidad ni el conocimiento de lo que significa dejar el país por la necesidad social que sea. Mientras tanto, los contingentes mexicanos que salen a los Estados Unidos lo hacen con una intensidad equivalente a casi el medio millón por año. Son los desamparados de la fortuna que resuelven su dolor engrosando la válvula de escape del hambre. Son los más frágiles, son los que la mesa de ajedrez ha marcado con los colores más inciertos y los ha ubicado en los niveles de desigualdad más impresionantes. Ellos caminan detrás de sus hermanos más hábiles, de los mejor formados, los que tienen una mejor situación social en general. Mientras tanto, los más vulnerables se arrojan a sí mismos al abismo con incontables desigualdades de las que ellos son los menos culpables. Por ejemplo, la gran mayoría de mexicanos en los Estados Unidos tiene niveles de escolaridad inferiores a la educación secundaria, y es que ¿quién puede estudiar cuando se tiene hambre? cuándo no se tienen los zapatos que en la escuela secundaria exigen impecablemente boleados, o cuando los reprueban en la última materia del bachillerato sólo porque no tienen el dinero que se necesita para elaborar una tonta maqueta. Que absurdo mundo el de los maestros mexicanos —como ellos si tienen su pago asegurado, suponen que todos tienen que comer— ¡que no se dan cuenta que hay gente que se está muriendo de hambre! La situación es similar a la película denominada La ley de Herodes, donde se ilustra la forma en que el presidente municipal, el cura y la dueña del prostíbulo logran vaciar los bolsillos de un pueblo miserable. Mi hermano mayor —desde niño— trabajó en la Ciudad de México. De ahí al ver que no hacía nada se fue a los Estados Unidos. Hoy, hace diez años que no lo veo. Pero tengo la esperanza de que algún día llegue a casa y pueda darle las gracias por apoyarme económicamente. Claro, cuando tiene dinero me apoya, cuando no, ni modo. Yo lo entiendo, cuando hoy dice que ya no puede apoyarme, porque él nos entregó su vida a mí y a mis hermanos. En la actualidad, a sus treinta y cuatro años nos dice desde allá que se casa. Por lo que le deseo que sea feliz, lo merece, por todo lo que hemos sufrimos juntos ¡Que Dios sepa darle una familia y una vida dichosa, porque es un hombre bueno y trabajador! (Verónica González, 2007) ¡Pobrecillos! como presas de campo atraviesan la línea fronteriza escapando de los depredadores organizados que los acechan en el camino. Mucha suerte tienen si logran burlarlos. De lo contario, hay que aguantar el hambre y la sed por varias semanas en lo que dura el secuestro. Ellos marchan en línea recta con una exactitud impresionante, sólo hay que llegar a la ciudad y buscar una construcción para trabajar de albañil o ayudante de éste. En los Estados Unidos, en el 2008 dos de cada tres trabajadores perciben ingresos en el sector de los servicios. Ahí los mexicanos pobres, los de la clase social más baja recientemente construyen las ciudades. Tiempo atrás sus abuelos indígenas edificaron la ciudad de México. Es hora de pegarle a lo grande, aunque el sueño americano resulte más una pesadilla de la que pocos habrán de despertar. El sueño americano Después de iniciada la migración de los mexicanos a los Estados Unidos, el sueño americano para la mayoría significa la satisfacción de salir y traer ahorros a casa. Para otros menos, quiere decir llevarse a la familia para vivir reunidos y felices en el vecino país del norte. Sin embargo, para los mexicanos en general, el sueño americano es algo irreal. A pesar de que en la televisión estadounidense se difunde la posible Reforma Migratoria ¿De qué sirve si no hay lugar para los mexicanos allá? Pues, para trabajar se tienen que esconder y vivir encerrados. Hoy, son más visibles los chicos de la segunda generación porque están organizando las gangas latinas. Todo se debe a que sus padres tienen que trabajar dos y hasta tres turnos para satisfacer los niveles de consumo familiares; entonces, es cuando los muchachos se quedan solos, y ahora se apoderan de las calles e intimidan a los que pueden. Nuestros hermanos en los Estados Unidos son tan vulnerables que cotidianamente tienen que soportar la violación de sus más elementales derechos humanos. En la realidad actual no tienen los medios ni los espacios legales para quejarse, sólo hay excepciones. Por ejemplo, cuando tienen un accidente laboral. Aquí es cuando los abogados estadounidenses aprovechan la situación y se disputan los casos. Los mexicanos en los Estados Unidos hacen los trabajos que nadie quiere hacer; es decir, sus actividades son las peor pagadas, las más miserables, las invisibles a la economía, por eso, esta población se percibe a sí misma como la que trabaja mientras los gringos sólo se rascan la panza. En aquel país, la distancia social entre estadounidenses y mexicanos es impresionante. Por ejemplo, en la ciudad de Nueva York, en la calle de Brodway contrastan el negocio familiar de elotes asados de un mexicano con la Casa de Bolsa, empresas separadas sólo por una cuadra de distancia y por un impresionante abismo en sus transacciones financieras. Aquí los indocumentados mexicanos construyen los edificios, laboran como dependientes de negocios de comida rápida, anuncian publicidad o se prostituyen en la calle Brodway. Insistimos nuevamente ¿Qué hacen aquí? Si sólo son el puente que conecta la pobreza a la opulencia, pues, a ellos se les culpa de poner negocios informales, mismos que se incrementan en la misma medida que las personas de color los imitan y se adueñan de las calles. Carlos Marx dijo alguna vez que en la anatomía del hombre está la clave para el estudio de la anatomía del mono. Esta analogía es un buen marco para suponer que el desarrollo de la economía estadounidense es el destino de los países del tercer mundo como México. De ser verdad esto ¡Extraño mundo donde las personas sólo les importa el dinero! y muchos no tienen hijos porque no tiene caso llorar cuando se los matan en las continuas guerras de los estadounidenses contra los enemigos del Imperio. Por eso es mejor llorar eternamente por los chicos que nunca nacieron. Ahora, ellos se divierten viendo jugar a los perros y a los gatos en vez de alegrarse la vida con los niños ¡extraño mundo donde los ancianos de Manhatan son felices viendo jugar y reír a sus mascotas! ¡Que aquí vivió Yaqui Onasis! ¡Qué en ese edificio John Lenon dejó a su esposa siete departamentos! ¡Qué las banderas rosas son el límite de la opulencia de antaño de los Roquefeller! ¡Qué esa calle marca la frontera de los antiguos y los nuevos ricos de la ciudad! Qué feo mundo donde importa tanto el interés por el dinero, lugar donde todo tiene un precio y la vida misma cobra las facturas a las deudas y favores entre las personas, familias y la comunidad en general. Ese mundo es basura y los Latinoamericanos no debemos transitar hacia él porque con ello estaremos perdidos para siempre. En este lugar interesa primordialmente vaciar los bolsillos de la gente tan rápido como sea posible. Por ejemplo, un diseñador de ropa dicta las recomendaciones de temporada, y a ese consumo absurdo habrá que ceñirse. La migración pendular Los migrantes no pueden detener su viaje. En México parece ya no haber lugar para ellos. Al principio, llaman la atención de todos porque llegan con dinero. Pero, a medida que se van acabando los dólares, las personas les van volteando la espalda. Así, irremediablemente llega el día que hay que regresar al trabajo al Norte. Casi siempre es mejor no despedirse de los familiares y amigos. Es preferible que no vean el dolor que sienten por no poder quedarse con ellos. Presurosos y estoicos, se van llorando por el camino. El alma se les desgarra a medida que recuerdan todo lo que aman, por eso es mejor olvidarse de todo, y entender falsamente que no hay nada que los detenga. Los migrantes de retorno no encuentran lugar en la tierra que los vio nacer. Ya sea se trate de personas con capital o sin recursos para invertir. Algunos se desesperan porque los negocios que establecen no multiplican el dinero de una forma que les permita disfrutar de los niveles de consumo acostumbrados. Que tristeza mirar a la mayoría de migrantes de retorno que sin dinero se sienten acorralados por todos los que si tienen que hacer, porque los que se quedan tienen un lugar en esta bendita tierra. Mientras a ellos, la vida los trata con ignorancia y desprecio, porque el trabajo que saben hacer se ha quedado muy lejos, y aquí, prácticamente se sienten maniatados, sin poder hacer nada. Quizá deba haber alguna forma profesional de atender los problemas de adaptación de los migrantes de retorno ¡Qué bonito sienten de estar en su tierra, de disfrutar la calidez de su gente! Pero, a su vez, en su rostro es evidente el malestar que sienten cuando no encuentran lo que buscan, pues, este lugar ya se olvidó de ellos. Por ese motivo desprecian todas las actividades económicas de su familia y sus vecinos. La migración también se lee en los rostros de desesperación de los que están a punto de salir al Norte siempre y cuando tengan experiencia migratoria. Ellos, en su expresión, reflejan la ansiedad que tienen porque saben que pueden dejar la vida en la pequeña franja fronteriza. Ahora los mexicanos, sobre todo los más necesitados, los de clase baja ya no tienen ni para donde correr. Los salarios por el alquiler de su fuerza de trabajo son los más miserables desde Chetumal a Tijuana, y el Otro lado, ni pensarlo. El camino se torna cada vez más difícil. En México sólo falta pagar impuesto por el aire que se respira, y donde además escasean las oportunidades, sobre todo para los que avanzan a la zaga, para los menos educados, y estos son los indígenas y los del barrio. Los anhelos y la esperanza sucumben ante el mortal capitalismo. Es mejor sentir que estamos del lado de nuestros hermanos para buscar un mundo mejor, y que todo depende de nuestra tenacidad, entusiasmo y valor, aunque por el camino sentimos que asistimos por un brumoso trayecto. El injusto retorno Los mexicanos que regresan tienen mucha suerte de haber regresado vivos, a pesar de retornar con alguna enfermedad por haber trabajado en condiciones extremas de frío y calor, o por haber estado en contacto con plaguicidas en los campos agrícolas, o hasta amputados en alguna parte de su cuerpo por haber trabajado en la maquila. Otros con menos suerte llegan en féretros sellados con meses de retraso y sus familiares ni siquiera los pueden mirar porque están en descomposición y así los tienen que sepultar. Pero, hay los más desafortunados, cuyos restos se pierden en las pesquisas estadounidenses, quienes, fieles a los desquiciantes métodos de Conad Doyle se pasan el tiempo buscando indicios de la causa de la defunción, y con tantos registros hasta suelen perder los cadáveres, objetos de su penoso trabajo. Al respecto, hay casos que rayan entre el ridículo y la estupidez de los estadounidenses como el de aquella hidalguense asesinada por su marido que hasta después de tres meses se les ocurrió buscar en el closet de su casa. Al final de la lista están aquéllos que son sepultados en fosas comunes como perfectos desconocidos, y cuyos familiares en México nunca llegan a saber de ellos. Los pueblos se van quedando vacíos, ya sea porque las familias completas salen al exterior o porque la gente se va a vivir a mejores lugares del interior del país. Por este motivo las escuelas de nivel básico del estado de Zacatecas están cerrando porque ya no hay alumnos, o los municipios de Eloxochitlán y Pacula (Hidalgo) quedarán completamente despoblados a principios de los años veinte del presente siglo, y todo por la salida de la población joven. Hoy, hay muchos jóvenes retornados en el campo y en la ciudad que trabajan como jornaleros por un salario mínimo, y todo debido al recrudecimiento de la crisis en la economía estadounidense. No hay de otra, las noticias indican que se debe a la falta de oportunidades en el Norte. Al respecto, sus vecinos los increpan: —¿A qué regresan, no qué se fueron para ganar más? Ahora hasta las remesas van de regreso en apoyo a los cada vez más prolongados periodos de desempleo. A pesar de todo, aun sigue siendo mejor salir al trabajo a los Estados Unidos, incluso sigue superando el trabajo de albañil en la ciudad de México, con todo y que con esta opción se pueda ver a la familia los fines de semana. Esto se explica porque los migrantes están acostumbrados a estar lejos y a ganar más. Las salidas de los proveedores del hogar continúan aunque los envíos de dinero no se traduzcan en la mejora del bienestar. Las condiciones materiales de vida son cada vez peores. Los recursos son muy escasos y nunca son suficientes para cubrir las necesidades de consumo, pero al menos satisfacen las más apremiantes, por lo menos se tiene para comer. Los años no pasan en vano en México. Algún día los migrantes regresan vivos o muertos. El tiempo les cobra factura a los primeros. Muchos, ya no tienen a que regresar, pobres y desamparados se observan buscando el cobijo de sus vecinos, ya sea porque sus ancestros están muertos o porque su familia vendió su casa y los ha abandonado. Otros, los menos, llegan como jubilados a disfrutar el dinero del retiro, gracias a que dejaron media vida en el trabajo en los Estados Unidos. El retorno es muy injusto, pues muchos migrantes llegan acabados física y financieramente. Ellos no duran mucho tiempo vivos en el lugar de origen. Al paso de dos o tres años mueren, tal vez por soledad, porque no tienen ni a quién recurrir para que los asista, y como a nadie conocen, entonces se dejan morir ¿quién les puede dar de comer o dar esperanza a unos vagos solitarios? Si bien, salieron jóvenes al trabajo internacional, a causa de que no ahorraron, a que no aprovecharon esa oportunidad; ahora que están viejos y acabados, la vida sólo les depara el olvido, el hambre, la soledad y finalmente la muerte. Los niños abandonados Con la salida, los padres son felices ganando dólares, pero a cambio pierden a sus hijos ¡Cuánta tristeza llega al pequeño corazón de tantos niños! Por ejemplo, y aunque no vale la pena señalar el nombre del estado de origen, que, en grandes números ocupa el nada honroso primer lugar en el orden de importancia de la procedencia de los niños que llegan solos a la Frontera y que van en busca de sus padres. En este proceso de búsqueda siempre hay alguien dispuesto a ayudarlos en el camino. Hay quienes les dan dinero, comida, hospedaje o los trasladan ¿Quién no se conmueve con el llanto de un niño? Al final, en la Frontera, recientemente, la policía mexicana captura a los niños y los retorna a su lugar de origen ¡Cuánto dolor y frustración hay en sus miradas a causa de no poder alcanzar la meta definitiva ¡Qué injusta es la vida, que les niega a estos niños la oportunidad de reunirse con sus seres queridos! y tal vez aprovechar la última o quizá la única oportunidad de cumplir su más anhelado sueño. Pero es mejor, hasta lo que se ve que es malo es lo más correcto, porque los niños solos no van a poder cruzar esa tierra que no es de nadie. Son muy vulnerables en ese mundo donde el más fuerte se come al más débil, lugar donde el gobierno mexicano no ha podido intervenir para poner orden en esa tierra sin ley ¿Qué caso tiene seguir en el camino para que los niños sean más agredidos y los lastimen más de lo que lo han hecho sus padres desde el día que los abandonaron? Migrar es dejar solos a la esposa y los hijos. Es no tener papá por muchos años. También significa tener con que comer, Pero, a costa de la infelicidad. Es ver llorar a mamá por las noches. Es enviar fotos, dibujos a alguien que no conoces, Pero, que extrañamente, adoras como a un Dios. Es sentir lejos a papá en tus cumpleaños. Es no tener quién te acompañe en tus graduaciones escolares. Es también recibir felicitaciones, y llorar mientras las recibes, porque no tienes viva la imagen del que las envía. En algunos inviernos, cuando papá suele llegar, la vida parecen vacaciones. El trata de recuperar el tiempo perdido. Luego, en enero ¡otra vez lo mismo: la despedida! Así las cosas, los hijos hubieran preferido comer frijoles y nopales, pero a cambio de tener a sus padres con ellos. En la mayoría de los casos aparecen la vagancia, el ocio y los vicios debido a la falta de una figura que les imponga límites a su comportamiento en general. Los niños por si mismos reclaman a sus padres que se queden con ellos. Esto siempre ocurre cuando se sienten capaces de enfrentar a sus progenitores, y, generalmente es hasta la adolescencia o posterior a esta etapa cuando los hijos reclaman la presencia de sus padres y los obligan a detener la migración. Algunos chicos son más incisivos y no dejan que sus padres salgan de nueva cuenta al siguiente viaje internacional: —No ¡No vale la pena quedarse sin papá a cambio de mil pesos mensuales! —dice Manuel Ramírez de 12 años a su papá en el 2008— Yo te doy los mil pesos — reitera a su padre— ¡pero quédate! Ya veré cómo le hago. Te pago mil pesos para que te quedes, y además, doy mil pesos más ¡pero, por mi abuelo! A ver cómo le haces. Soy capaz de trabajar en una gasolinera por las noches y traer a casa dos mil pesos al mes, pero te quiero aquí, y también quiero a mi abuelo ¡A ver cómo le haces! El resentimiento es muy intenso. Los hijos ahora son dueños de una casa nueva, o tal vez de un auto, pero no de papá, y a veces ni de mamá. Estos personajes se definen como los del teléfono, se han cosificado e insensibilizan todo lo que tiene que ver con relacionarse con los demás. Los padres se han vuelto seres completamente desconocidos, a los que se les ama y también se les odia. Los niños abandonados que asisten a las escuelas son muy solitarios. En cuanto pueden agreden a los demás. Toman por asalto los juegos porque no quieren ver reír a sus compañeros, más bien desean verlos llorar como ellos lo hacen permanentemente en su interior. Les quitan la comida a los otros. Son más fuertes o se hicieron insensibles al dolor y no les importa ser golpeados porque las lágrimas se acabaron de tanto llorar a papá y a mamá. Los Estados Unidos les han quitado a sus padres a un sinnúmero de niños y jóvenes. Cuando éstos crecen ha llegado el momento de detener su absurda migración, porque el abandono que sienten no es un asunto fácil. Es muy complicado quedarse sin padres, porque Estados Unidos se los llevó en un viaje que parece no tener retorno. La casa y los niños están en completo abandono ¿Para qué vivir cuando sienten que a nadie le importan? Hasta parece absurda la terquedad de los maestros de obligarlos a asistir a clases cuando se está solo, tan solo que es mejor no hablar con nadie, pues nadie está tan solo como ellos mismos. La demolición de la familia La migración internacional está asestando un duro golpe a la familia tradicional mexicana. Los divorcios se concentran en algunas épocas del año. Éstos casi siempre se justifican en la infidelidad de la pareja, ya sea porque no se acostumbran a la separación tan prolongada o a la desconfianza de que el (la) compañero (a) se porta mal en el país vecino. Al respecto, muchos forman una nueva familia en el lugar de destino pero no dejan de enviar dinero para la manutención de los hijos. Otros, los menos, se han olvidado por completo del hogar que los espera y que sobrevive gracias a la ayuda de la población local ¡Qué fácil es acostumbrarse a la nueva vida en un país del primer mundo donde las mujeres jóvenes por la soledad están dispuestas a formar una nueva familia en el menor tiempo posible! Los jóvenes migrantes no aguantan más no tener pareja en El Otro lado. Alegres y potentados regresan a México con bienes materiales y con facilidad convencen a las inexpertas muchachas para que se vaya a vivir con ellos. Pero, en el corto tiempo las abandonan, dejándolas embarazadas y a su suerte. Ojalá que también en el corto plazo el corazón se les ablande para que regresen a casa y no dejen crecer solos a sus hijos tal como hacen algunos padres que no regresan ni cuando los chicos terminan una carrera universitaria, pues los jóvenes —a diferencia de sus padres— le otorgan mucha importancia a este suceso porque representa el final de la meta, motivo de que su padre esté lejos: trabajar para que ellos estudien. ¡Los progenitores ni siquiera pueden darse el lujo de disfrutar este momento por el que ha trabajado tanto toda la familia! Esto tal vez se deba a dos razones fundamentales: a la dificultad por pasar de nueva cuenta la Frontera y al miedo que les causa el reclamo de sus vástagos de que detengan su absurda migración. A su vez, la familia se desdobla a la amplitud que marca las necesidades de la migración. Por ejemplo, en México cotidianamente se reclama el derecho de conocer a los nietos. A los pequeños sólo es posible verlos en cortos periodos: ya sea cuando se les organiza la fiesta de los tres años, o a las mujeres en los quince, y en general, a veces hasta cuando se unen en matrimonio. Qué penoso resulta observar a los abuelos y familiares que disfrutan a sus congéneres en cortas esporas del tiempo ¡Con qué alegría los esperan ansiosos y con qué ansiedad los despiden! Habrá que acostumbrarse y tener mucha suerte de volver a verlos en lapsos mayores a una década. A su vez, la familia dividida provoca dependencia y ocio. Las esposas viven con el Jesús en la boca esperando ansiosas el dinero y las noticias que vienen del Norte. Para esto, los hijos han dejado de hacer las actividades remunerativas con que ayudaban a la manutención del hogar ¿qué caso tiene ahora cuidar el ganado, ir por el agua o la leña, cuando hay dinero con que se pueden adquirir los bienes y los servicios que satisfacen las necesidades de la familia? La familia dividida Desde México, las familias están separadas y mantienen vínculos muy estrechos desde dos países distintos. En este caso no hablamos de aquellas familias enteras de mexicanos que habitan juntos en los Estados Unidos. En la localidad de origen, la vida en general depende de las remesas, y por todos lados se notan los ausentes sin estar presentes, pues, todo el día se habla de los Estados Unidos: en los juegos, en la comida, en la iglesia, en la radio, en la televisión, en todo. Es imprescindible estar al pendiente de lo que ocurre en ese extraño y mítico país. En las familias destacan los niños y ancianos, la jefatura a cargo de las mujeres. ¡No hay más! Las madres de familia tienen que hacerla de carpinteros, jardineros, electricistas, y también deben lidiar con los hijos y cargar con ellos a todas partes. Las madres no saben responder a las preguntas sobre la ausencia de su pareja: ¿dónde está? ¿por qué se fue a trabajar tan lejos? y la más difícil de todas: ¿cuándo va a regresar papá? Los interrogatorios no convencen, porque es muy contradictorio saber que papá está lejos porque los ama, o que arriesga su vida trabajando en otro país para que ellos coman. El tiempo avanza su marcha inexorable y la promesa del retorno parece no llegar nunca. La imagen del padre se mantiene viva con las fotografías y con las cartas. Pero, siempre queda la esperanza de que algún día regrese, y que esta vez sea para siempre. La comunicación siempre deja fuera las dificultades ¿Para qué preocuparse? Todo bien, aunque ya no hay trabajo. Hay que aprender a vivir con diabetes, con la presión alta o a estar lejos sin participar de la extinción de los más viejos, al cabo ellos ya no importan, ellos ya vivieron. A cambio de su ausencia, la pena es menor si pagan los gastos del funeral. Con eso los migrantes acallan su conciencia, incluso si se trata de la muerte de alguno de sus padres. Es como si fueran más importante los dólares que las raíces. Algunos se volvieron completamente desconocidos. Pero hay quienes regresan a dar el último adiós a sus padres, y es hasta entonces cuando lamentan haber permanecido más tiempo del debido lejos de casa. En México, el sentimiento de abandono es permanente. Algunos hijos hubieran preferido no haber conocido de pequeños a su padre porque ahora se le extraña en su larga y penosa ausencia ¡Ya no está más frente a ellos! ¿a quién presumirle de los logros, sueños y empeños? ¿quién va a orientarlos en sus travesuras? ¿quién va a enseñarles a andar en bicicleta o a jugar fútbol? ¿quién debe acompañarlos en el evento más importante de su vida? o ¿con quién compartir los momentos de felicidad y de tristeza? Las cortas visitas son cada vez menos frecuentes y las despedidas muy dolorosas. Estas cosas sólo aumentan el amor por el padre ausente. Con la distancia, los lazos filiales se fortalecen. Aunque, para algunos menos, las despedidas se vuelven una rutina y no tienen la menor importancia. Estas últimas familias están perdiendo todo, y la insensibilidad las conduce por caminos paralelos al abandono, al deterioro, la desunión, el atraso y todo lo que puede ser definido como un comportamiento humano negativo. La vida no perdona nada. Hay mucho dolor en la separación de las familias y todo por la búsqueda de la mejora en el bienestar. Hay que salir a trabajar en lo que sea, a procurar no enfermarse, ni a gastar demasiado. Todo para que la estancia en ese extraño país sea más corta. Los fines de semana se esperan con ansia para poder comunicarse con la familia, con los hijos, con los padres, amigos y con la esposa; para enterarse de los chismes del pueblo, de saber cómo van creciendo los chicos, de sus logros, de todo. Es difícil, muy difícil vivir así. Los días, los meses y los años pasan, y las familias siguen viviendo en dos casas. La celebración de nochebuena es sin papá y sin hermanos. Es el tiempo que lloran los ojos porque mamá no aguanta la distancia. Un dolor en el pecho no me deja respirar, y es que no se hay nada que celebrar cuando se tiene una cena sólo para dos. Es cuando al espíritu navideño fue arrastrado por el sueño americano. El Norte ofrece una cosa y te da otra. Ofrece buena paga y te da duras jornadas de trabajo, te discrimina y te deja solo. En una familia dividida la navidad significa tristeza. Los hombres en Oklahoma, y las mujeres en México. Migración y Sexualidad La sexualidad es una de las actividades más importantes y vitales del ser humano, tan importante como alimentarse. Debido a que su expresión adquiere tintes en todas las dimensiones posibles, sea ésta individual, en pareja, en familia y en la sociedad en general; es que la conducta sexual ha estado sujeta a restricciones morales y legales. En la sociedad mexicana se sigue viendo a la sexualidad humana como un tabú. En México, los significados culturales de la sexualidad ocurren en la demostración de la masculinidad y la feminidad. Para esto, los hombres deben expresar a los demás su “hombría” haciendo alarde de las numerosas experiencias sexuales con varias mujeres. Mientras, el género femenino aprende el modelo de subordinación y dependencia, situación que les impide negociar relaciones sexuales más seguras. Los jóvenes que deciden migrar salen en edades reproductivas, es decir de 18 a 45 años de edad. Éstos, en los lugares de origen, en el mercado del matrimonio son considerados como los mejores prospectos, es decir, superan en esta cualidad a los no migrantes. Tal fantasía se debe a que popularmente se considera que la migración es la clave para resolver los problemas económicos, aunque en la gran mayoría de los casos sólo alcanza para comer. Con esto, localmente es aceptado que los hombres sean los que emigren y que las mujeres se queden en casa. Por ese motivo, mientras los hombres están ausentes, la población local se encarga vigilar la conducta sexual de sus parejas. Los hombres en cambio, lejos de casa, por el motivo que sea tienen incidentes sexuales con quien pueden con absoluta libertad. Así pues, con la migración, la vulnerabilidad hacia las enfermedades de transmisión sexual se incrementa porque en los Estados Unidos no se tienen acceso a los servicios de salud ni a los medios de información, y porque se tienen relaciones sexuales de alto riesgo al tener varias parejas al mismo tiempo. Por ejemplo, en los domicilios o en los lugares de trabajo, los días de pago llegan las prostitutas a vaciar los bolsillos de los hombres solos. A su vez, vale la pena señalar que los estereotipos de masculinidad alientan el comportamiento sexual de alto riesgo. Por ejemplo, el tener muchas parejas o tener relaciones sexuales sin condón es una cualidad masculina importante. Por el contrario, los estereotipos femeninos inducen al valor de la virginidad, la monogamia sexual, a la ignorancia y al pudor. De este modo, las mujeres que se quedan luchan incansablemente por controlar sus instintos sexuales por tiempos prolongados, digamos por cinco o tal vez diez años. En los cortos retornos de su pareja, las mujeres experimentan relaciones sexuales con temor y angustia, pues, les preocupa ser infectadas o reincidir en alguna enfermedad como el virus del papiloma humano, mismo que ha crecido en México principalmente en las regiones de origen donde la migración internacional es más intensa. Si bien, hay parejas que esperan con fidelidad asombrosa el prolongado retorno de sus compañeros. Otras en cambio son las menos culpables de encontrar a alguien con quien empezar una nueva vida en familia y no esperan a que su esposo regrese. Esta situación se debe a que saben del comportamiento sexual irresponsable que tienen sus maridos en los Estados Unidos, y porque dudan mucho del tiempo en que regresará de forma definitiva. En estos casos, el temor por el retorno es permanente. En ocasiones habrá que enfrentarlo con otra pareja y con otra familia. Es así como en México incrementan los índices de violencia cuando el nido está ocupado o cuando nacen hijos ilegítimos, que en el peor de los casos fueron engendrados por un conocido o algún familiar, a los cuales se les tiene que cobrar la afrenta. A su vez, lo cotidiano es que los jóvenes retornados tienen un matrimonio expres. A su pareja la conocieron cuando mucho en el video de alguna fiesta del pueblo, cuando no, en su corto retorno en la celebración del Santo Patrono. Suele ocurrir que en este evento el baile se ha vuelto la actividad central, pues, una sola reunión basta para concretar el matrimonio y llevarse a la pareja a un romance que dura semanas o unos cuantos meses; para, luego, regresar a los Estados Unidos a cumplir el papel de proveedor. Este incansable comportamiento deja a las indefensas jóvenes a la espera de su primer hijo y a dedicarse de tiempo completo a los cuidados intensos de los pequeños hasta el momento en que entran a la escuela, digamos hasta los cuatro años. Esta es la vida prisionera a la que se adaptan las jóvenes esposas de los migrantes, pues, los hijos pequeños las tienen ocupadas y seguras. Hasta entonces son conscientes del tiempo, de la distancia y del desconocimiento que tienen de su pareja. Sin importar nada más, reclaman su retorno o a veces su derecho a migrar. Los retornos no ocurren porque la familia sabe a la perfección que no se puede regresar a un país donde impera la desolación, donde no hay oportunidades laborales para vivir con dignidad, y sobre todo porque los migrantes están acostumbrados al trabajo, a ganar más y a estar lejos de casa. Cuando la reunión familiar se concreta en los Estados Unidos, hasta ese momento las esposas dimensionan lo limitado que son los salarios en aquel país. Ellas son las que más experimentan la explotación laboral. Por ejemplo, sólo consiguen empleo en la maquila de Los Ángeles con salarios promedio de 60 dólares semanales, o en Nueva York de 80 dólares por anunciar la publicidad en la calle Broadway. Con esto, al final de la jornada, el salario provoca rabia y problemas con la pareja. No alcanza ni para comer en el primer mundo. La exclusión social es brutal, al menos en México tenían casa propia y vivían sin conflictos conyugales. Con la migración pues continuará la separación de las parejas y con ello las personas involucradas en este tipo de movilidad tendrán que aprender a vivir solos por tiempos prolongados. La familia completa pagará las consecuencias y esta organización se desdoblará en función de la migración. Mientras tanto, los chicos y las esposas carecen de la pieza familiar imprescindible para vivir en armonía y con el mayor bienestar posible. Las necesidades sexuales y reproductivas tendrán que esperar y tomarán nuevos rostros de acuerdo a las posibilidades personales. Su intervención será necesaria en el futuro. Los nuevos problemas tocarán fondo, porque el problema no es un asunto exclusivo de las familias con migrantes. Ya vendrá el tiempo de cubrir los costos por los que se conduce la destrucción de la familia. Cambio de religión Por herencia colonial, la religión más importante en México es la católica. Con la migración internacional, en las últimas décadas hay avances importantes en la diversidad religiosa de los mexicanos. Es que si para tener que comer, tener trabajo o encontrar aliados en un país extraño es necesario cambiar de religión, entonces vale la pena adoptar otra adscripción. La afiliación a la iglesia que sea no es exclusiva para los mexicanos. Los cambios son aun más profundos y contundentes. En ellos se incluye el retorno a las prácticas religiosas prehispánicas organizadas por ejemplo en el Calpulli en San Bernardiono (California), en el reconocimiento al Cangando por los hñahñús en Phoenix (Arizona) o a Hun Ab Ku para los mayas en Tampa (Florida). La llegada a los Estados Unidos rompe el límite de la permisibilidad religiosa, porque los mexicanos han puesto distancia del control social que hay en sus comunidades de origen, y porque ahora es necesario pertenecer a la nueva comunidad que lo recibe y los apoya. Los lugares que los mexicanos tienen para socializar son muy reducidos. La iglesia es uno de ellos y la religión los hace sentir más seguros. Por ejemplo, cuando llegan a la Frontera Norte, lo primero es acudir a una iglesia a pedir la ayuda a Dios para cruzar al Otro Lado. Aquí hasta los más rebeldes doblegan su orgullo y se vuelven más sensibles. Así pues, Santo Toribio es el Santo de los Polleros y de los migrantes. Su iglesia se ubica en Jalostotitlan (Jalisco). En Michoacán los migrantes rezan a San Pedro Apóstol y le “pagan” los favores colgándole dólares. En Hidalgo al Señor del Buen Viaje se le hace una misa para que los ayude en el cruce fronterizo y les de trabajo en los Estados Unidos. En el Norte la vida es muy dura. De lunes a sábado hay que salir y regresar a casa a obscuras. Para esto, no importa si hay que hacer horas extras o hasta dos turnos, todo con tal de sacar lo más que se pueda. Otros los menos, con obtener para comer les basta, sin importar que en México la familia muera de hambre, al fin que no los ven padecer. Los fines de semana, mientras los mexicanos realizan las compras también aprovechan para asistir a la iglesia. Ésta les llama la atención porque las reuniones son muy distintas a las de México, y porque algunas celebraciones se hacen en español. Es claro que en muchos casos el cambio de religión ocurre como una muestra de gratitud a las asociaciones que ayudan al migrante indocumentado. Por ejemplo, en San Diego California, Testigos de Jehová, Adventistas del Séptimo Día y Pentecostales proporcionan apoyo de todo tipo, sea en cuestión de salud, seguridad, hospedaje, alimentación y empleo. Al final, cuando los migrantes regresan a casa reproducen su nueva afiliación, y enfrentan nuevos conflictos a nivel local. Sin embargo, hay algunos como los indígenas chinatecos de origen poblano que son fieles a la religión católica, pues ésta les sirve para reforzar sus lazos de identidad. Aquí en Nueva York, el 25 de enero celebran la fiesta del Padre Jesús. El evento más importante es la procesión del Santo Patrono por las calles de la ciudad, tal como ocurre al mismo tiempo en el pueblo de origen; o la Antorcha Guadalupana en la que participan los mexicanos llevando el fuego a paso veloz desde la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México hasta la catedral de San Patricio en Nueva York. Las fiestas desde el Otro Lado Desde los Estados Unidos los mexicanos recuerdan de manera especial la fiesta del Santo Patrono del pueblo. Esta devoción les permite revitalizar los lazos de identidad con sus paisanos, es decir, les permite seguir perteneciendo al lugar de origen. La participación desde lejos ocurre con el envió de dólares para las celebraciones. La más importante de ellas es la fiesta del pueblo, es para seguir manteniendo los nexos entre los no migrantes y los que han partido. Las fiestas al Santo Patrono son seguidas con los videos de la misa, de la procesión, de la primer comunión y de los eventos en general que se preparan para este fín. Con el film improvisado, en una reunión con los amigos y conocidos se observan a las personas que ha dejado de ver por varios años. Las reuniones se acuerdan en la casa de uno de ellos con la esperanza de encontrar a sus familiares, o gente que extrañan y que añoran. Lo mismo pasa cuando se ponen de acuerdo para ver un juego de la selección mexicana. Pero también existen los festejos más cercanos. Por ejemplo los quince años, las bodas o los bautizos de los hijos, hermanos o los sobrinos. Estas fiestas son las que provocan más nostalgia, porque en estos videos se llega a ver a la familia muy cambiada, casi irreconocible. A su vez, se constata que los años no pasan en vano, que los niños que han dejado desde muy pequeños se han convertido en jóvenes o que sus padres ya están viejos. En el Norte la nostalgia se comparte. En las reuniones se conoce a la familia del otro, los sentimientos, lo que somos, de donde viene uno. Se mira desde lejos a la familia, es volver a casa, es estar con los seres queridos un instante, es llanto al ver cómo los hijos, la esposa, los padres, hermanos y sobrinos envían con entereza un mensaje de aliento, es saber que tienen esperanza de que un día regreses y que no los dejes solos nunca más. El tráfico de indocumentados Los traficantes de indocumentados son también conocidos como coyotes. Estas personas son las que llevan y cruzan de forma subrepticia a la gente a los Estados Unidos. En las comunidades de origen se les distingue por esta profesión y localmente se les odia por su ingrato trabajo, y todo por lucrar con la necesidad de los pobres. En los pueblos de origen, los Coyotes son percibidos por sus vecinos como delincuentes. Ellos se tatúan la piel y deslumbran con joyas, autos y propiedades a los que pueden. Tienen la afición de hacerse amigos de los presidentes municipales o del resto de potentados, tal vez para no tener problemas con ellos. Éstos últimos son sus principales invitados en las frecuentes fiestas que organizan en sus opulentas propiedades, a las que casi no agregan como invitados a sus vecinos y prefieren convivir con los desconocidos. En los pueblos, los Coyotes se han constituido como el principal patrocinador de las festividades, de los equipos deportivos y de las mejoras del pueblo en general. Ellos, con su dinero, intentan comprar el prestigio de sus vecinos, comportamiento parecido quizá a los narcotraficantes cuando invierten su dinero en obras de infraestructura. Sin embargo, nada de esto es valorado por la población local, que más bien sólo usa su dinero para satisfacer las necesidades colectivas más apremiantes. A pesar de que el gobierno federal ofrece una recompensa a quien denuncie a los traficantes de personas, éstos se encuentran tal vez en todos los pueblos de México, y algunos rebasan su popularidad a nivel nacional y hasta internacional. El dinero es el medio con el que se hace posible el traslado de las personas a sus familiares o conocidos en los Estados Unidos. Para esto, cada vez son menos seguras las entregas por la proliferación de delincuentes que en el secuestro han encontrado la mejor forma de obtener dinero fácil. Sin embargo, este negocio ilícito no para debido a que las nuevas generaciones reclaman el derecho de salir al trabajo en la Unión Americana. Las organizaciones delictivas tienen redes profesionales que traspasan las fronteras de varios países. Por ejemplo llevar a una persona desde Nicaragua en promedio equivale a 25 mil pesos. Lo difícil es cumplir con el trato debido a los delincuentes con placa y sin placa los interceptan, y cobran por dejar pasar a los indocumentados en cada país de cruce. Los métodos para trasladar a la gente son muy diversos. Algunos más sofisticados que otros. Los más caros usan trasporte oficial y documentos falsos. Estos precios prácticamente los pueden pagar sólo los habitantes del primer mundo. Los más baratos tienen mayores riesgos y usan transporte público y particular, tanto de carga como de pasajeros. En el viaje los indocumentados experimentan condiciones inimaginables. La vida les cobra factura en contenedores atascados de orina, vómito y heces fecales. Igual se les priva de alimentos y agua. Algunos de ellos, cuando mueren en el camino son tirados por la borda o dejados al lado del camino. En México la competencia por los indocumentados es dura y despiadada. A lo largo del territorio y principalmente en la franja fronteriza las organizaciones de delincuentes han desarrollado una infraestructura mínima que les permite tener seguros a sus presas. De forma cruel aniquilan a los que no tienen para pagar por su vida. Para este fin, usan el teléfono e imponen el precio por liberarlos. Las llamadas se hacen al lugar de destino o al de origen. Las casas de seguridad son todo menos eso, en los desiertos mexicanos son cuartos sin ventilación atestados de orines, heces fecales, cucarachas y ratas. Mucha suerte tienen aquéllos que han podido escapar con vida de las alimañas humanas. ¡Pobre país! cada día es más inseguro. Entre los negocio ilícitos se cuentan además las llamadas Mulas. Son migrantes cuyo objetivo principal es el traslado de droga y dinero. Los métodos que usan son variados. Los hay desde los que ingieren la droga en contendores capaces de soportar los jugos gástricos hasta los que tienen la tecnología para trasportarse sin problemas por aire y mar en horarios inusuales. Los traficantes de migrantes y de recursos realizan sus actividades económicas con impunidad y sin la más mínima consideración por las vidas de los desamparados que llegan a sus manos. El periodo con que operan los Coyotes es demasiado corto. Con facilidad son golpeados y despojados del dinero y de los indocumentados que conducen. Al final de esta loca carrera, a nivel local quedan totalmente desprestigiados. Sólo les han quedado los tatuajes como señal de delincuencia y el consumo de droga que es muy difícil de dejar. A ellos, cuando mucho les quedan las propiedades y la fidelidad de los escasos familiares. ¡Que pronto acabaron los sueños de grandeza! pues la mayoría de Coyotes se han quedando en la calle ¡no tienen nada! Sus vecinos no les hablan y el prestigio se convirtió en su contraparte. Los transmigrantes Para nuestros hermanos del Sur y Centroamérica la travesía para llegar a los Estados Unidos es más larga y más penosa. Cruzar México es un viacrucis porque les aplican la mexicana —tal como ellos mismos dicen—, pues, los nuestros los perciben como gente mala, que se droga; pues claro, — ¡con qué otra cosa si no es con cemento u otro estimulante que se puede aguantar más de una semana sin comer! Los de más al sur tampoco la pasan bien en su travesía a Europa. Desde Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, Colombia, Ecuador y Venezuela, la trata de blancas es una actividad cotidiana. A las mujeres se les engaña con facilidad con contratos en euros para trabajar como empleadas domésticas, ya sea en Holanda, Italia o España. Luego, se les envía en barcos y las bajan en los desiertos árabes en horarios nocturnos para que caminen solas hacia la ciudad. Por ese motivo, en Asia también se mueren las jóvenes latinoamericanas cuando pierden el rumbo. Las que logran llegar a su destino les espera una vida dedicada a la prostitución y al abuso de la droga en las ciudades del Este de Europa, pena que deben pagar por dejarse engañar y por ser pobres. Triste vida de la población de América que está prisionera en su país y no puede salir con libertad fuera de casa. Digamos Cuba, Venezuela, Ecuador y Colombia. En estos lugares la pobreza y el encierro han matado más gente quizá que la de las guerras de Nicaragua y de El Salvador juntas del siglo pasado. En estos lugares muchos sueñan con migrar a otro país para vivir mejor, pero los gobiernos locales no lo permiten. Hay familias completas de Colombia que cruzan la selva y mueren en los pantanos tragados por los cocodrilos en el intento de llegar a los Estados Unidos. De tener suerte y cruzar la frontera a Panamá, pueden seguir en el penoso trayecto siempre que consigan el dinero para el pasaje. Para esto, habrá que pasar por Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México. En este recorrido también habrá que burlar a la policía local, que les impone un precio fijo para dejarlos cruzar, digamos en promedio unos mil dólares cuando son capturados en cada país. Los que cruzan México vienen de todas partes, llegan de Honduras, Nicaragua, Guatemala, El Salvador Colombia, Ecuador, Venezuela, etcétera. Los que tienen dinero para pagar el pollero usan las carreteras. Los que no utilizan el trasporte ferroviario de carga por las rutas de Oaxaca, Veracruz, Puebla Tlaxcala, Hidalgo, Estado de México, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas. La vía más rápida es la del ferrocarril del Noreste que llega a Matamoros, Nuevo Laredo y Piedras Negras. De día y noche, con mochilas al hombro, con cobijas para protegerse del frío, y con las fuerzas que les quedan avanzan los contingentes de desamparados. Son como fantasmas que se esconden tras los vagones y aprovechan la obscuridad. Se dejan ver hasta cuando sienten que ya no hay peligro. Algunos son presa de la corrupción del gobierno mexicano y de las bandas delictivas que los estafan sin control. Son asaltados, violados, robados y afectados en su integridad física por su condición de extranjeros, pues en México no tienen derechos. A muchos los secuestran y piden a sus familiares por teléfono que vendan todo para que depositen el dinero a México y los dejen libres; de lo contrario, los desalmados los asesinan sin piedad y todo porque no cubren el precio que les imponen por su vida. Mientras tanto, las mujeres son constantemente acosadas y agredidas sexualmente. Los que pasan todo el año por México son los centroamericanos Ellos arriesgan su vida a diario al tratar de subir y bajar del tren. En este penoso intento se cuentan historias desgarradoras como los asaltos, gente que es arrojada a las vías del tren por no tener algo que robarle, mutilaciones por caer del trasporte debido al cansancio y al sueño ¿Para qué migran?—, si es más seguro que van a regresar a casa peor de cómo salieron. Algunos desisten, o entienden que ya no pueden seguir arriesgando su vida y se han quedado a vivir en los estados de transito en México. En Tlalnepantla y algunos otros lugares viven felices y mejor que en su tierra, y tal vez hasta mejor de cómo estarían en los Estados Unidos. Recientemente en algunos lugares aledaños a las vías se han instalado albergues que ayudan al transmigrante. Ahí pueden alojarse, bañarse, comer y descansar un poco antes de continuar el penoso viaje. Cuando llegan a la Frontera es la hora de pedir ayuda a sus familiares y amigos para pagar el cruce. Otra vez tienen que a arriesgar la vida hasta que llegan al paraíso soñado en el que se gana en dólares. Muy pronto se darán cuenta que no encontraron lo que buscaban, pero, al menos, su trabajo les permite mandar dinero a los suyos, aunque en el Norte apenas sobrevivan. Es aberrante que en México se capture y deporte a los transmigrantes. Todos tenemos derecho a salir y regresar a casa por la necesidad que sea. Los derechos humanos de ellos tardaran muchísimos años en ser respetados, porque en México vivimos en una democracia similar a la de la época de las cavernas, al menos en materia de migración. La Mara Salvatrucha En El Salvador, en los años ochenta marca el periodo brutal del inicio de la salida de la población a los Estados Unidos a causa de la guerra. De manera inmisericorde, hombres y mujeres escaparon del aniquilamiento masivo de parte de los mercenarios, el ejército y la guerrilla. La impunidad por la muerte, el secuestro y el adoctrinamiento dejó secuelas muy graves, una de ellas fue la forma organizativa de sobrevivencia denominada la Mara Salvatrucha. Ésta tiene su origen en las experiencias bélicas de la población de El Salvador. Pero la pandilla nació en un barrio de Los Ángeles con la denominada MS. Por lo tanto, los Mara son una pandilla estadounidense que se ha expandido desde la parte norte de la unión americana hacia el sur. Desde este tiempo y hasta la fecha actual, la población de origen salvadoreño con experiencia en el exterminio de sus hermanos sigue migrando al Norte. Los sobrevivientes —ancianos ya— siguen llegando como refugiados a los Ángeles (California) y no tienen problemas para sobrevivir en la calle, pues, si en su infancia lograron escapar de los horrores de la guerra, por supuesto que están acostumbrados a matar o morir en el terreno que sea. En esta ciudad han tenido que sobrevivir como sea. Allá se tiene que trabajar día y noche. Para esto se han apropiado de las esquinas de las calles, sitio estratégico que en el día venden fruta, churros, flores y dulces, y en la noche droga, se prostituyen, asaltan o asesinan. Pues bien, con este origen bélico, las generaciones de origen salvadoreño han reproducido La Mara como una forma organizativa de pandilla juvenil a semejanza de las gangas de Los Ángeles. Lo malo de todo es que ahora su presencia abarca de California a El Salvador, y todo se debe a que el gobierno estadounidense, fiel a su metodología de vigilar y castigar ha deportado a los criminales más peligrosos a su lugar de origen, ocasionando con esto que la horda se expandiera principalmente a seis países: El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México y los Estados Unidos. La característica peculiar de los jóvenes que pertenecen a esta pandilla es que están tatuados, son poseedores de códigos de señales, y tienen rígidas reglas tal como le rito de iniciación al grupo siempre que asesinen a una persona, o que sólo pueden renunciar a su afiliación a través de la muerte. Por ejemplo, se dice los tatuajes son signo de distinción por haber quitado la vida a alguien. Las pandillas aprovecha el caldo de cultivo que hay en los sectores marginados de El Salvador, lugar donde al igual que en la mayoría de los países latinoamericanos los gobiernos locales no tiene el más mínimo interés en la promoción del empleo y dejan a su población indefensa, es decir, sin una ocupación con ingresos. Ahora los jóvenes no tienen dinero ni siquiera para pagar el transporte urbano. En México, para el gobierno conservador, los Maras son un problema de seguridad nacional. Aquí, el fenómeno ha tomado un tinte mediático en el que los medios promocionan y exageran la violencia extrema con tal de llamar la atención y también para tener qué comer. Con todo, los jóvenes Maras son vistos por la policía local como delincuentes en extremo peligrosos. Lo malo de todo es que algunos de ellos que están cansados de vivir en la calle avanzan en la búsqueda de una mejor vida, es decir, de regenerarse. Pero no van a tener esta oportunidad porque la sociedad les cierra todas las puertas, quizá las siguientes generaciones de ellos tengan alguna esperanza. Las muertas de Juárez La muerte y desaparición de mujeres jóvenes en Juárez (Chihuahua) ha crecido a niveles casi inimaginables. En realidad no se puede saber una cifra exacta de cuántas han muerto desde que empezara la masacre a principios de los años noventa. Sólo sabemos que son mujeres migrantes, jóvenes, bonitas, pobres y lo más importante: son muy vulnerables. Son mujeres que vienen del sur de regiones más deprimidas en busca de una oportunidad de vida y en la Frontera se encuentran con la muerte. Pronto, sus familiares aprenderán a tolerar la indolencia y el olvido de las autoridades. Pero, de ocurrir esto y si se mueven rápido, gracias a la generosa intervención de las organizaciones no gubernamentales como la denominada Ni una muerta más, las desaparecidas serán localizadas vivas o muertas, y entregadas a su familia en el corto plazo; de lo contrario, nunca más volverán a saber de ellas. Las muertas y desaparecidas de Juárez son la punta del iceberg de la institucionalización de la violencia en la Frontera Norte de México, pues, en este lugar el crimen desorganizado u organizado ha consolidado a la muerte como una actividad cotidiana. Sólo basta un descuido para que una joven que va de paso se encuentre sola en el baño para que sus familiares no la vuelvan a ver jamás. Sin embargo, las cifras históricas de las muertes de los varones —su contraparte— tienen un cariz y una dimensión mucho más impresionante, pero que no han llamado la atención pública por su calidad de “machos”. En el Primer Mundo, México es conocido por las aberrantes cifras de las Muertas de Juárez, por la corrupción o por el narcotráfico. Así pues, los ojos del mundo desarrollado están puestos en el histórico devenir de los mexicanos que se conducen hacia el caos y a la extinción, y en este sentido, la sociedad mexicana es identificada en el imaginario colectivo como una sociedad primitiva. Las muertas y desaparecidas son mujeres migrantes que en su gran mayoría llegan a la Frontera al trabajo en la maquila. Otras, las menos, son aquéllas que utilizan esta región de tránsito en el objetivo de cruzar al Otro Lado de manera subrepticia. Todas ellas son presa fácil de la perversión y la sangre fría de múltiples asesinos debido a su condición de vulnerabilidad. En Juárez (Chihuahua) y en otras ciudades de la Frontera Norte de México como Tijuana (Baja California) proliferan el contrabando y la prostitución desde hace ya más de un siglo. Estos lugares y otros más del México olvidado se promocionan sin la menor restricción en el internet como si se tratara de las ciudades bíblicas de Sodoma y Gomorra, pues, ahí imperan los vicios, los excesos y la impunidad. En la Frontera, desde los años sesenta, la industria maquiladora es el motor del empleo, sobre todo para las mujeres jóvenes. De modo que quienes llegan a Ciudad de Juárez desde hace más de cincuenta años y no tienen el dinero para pasar a los Estados Unidos, con facilidad se han quedan a vivir en este valle donde las condiciones geográficas son propicias para que los criminales con toda impunidad secuestren, prostituyan y asesinen a las jóvenes que se trasladan en horarios inusuales de casa al trabajo y viceversa. Es irónico que en Ciudad Juárez las mujeres indígenas sean asesinadas en lugar de que mejoren su nivel de vida, pues, el nombre del lugar alude al simbolismo que representa Benito Juárez como el indígena pobre que llegó a ser presidente de México, y que al menos alguna vez pisó esta tierra. Aunque en la realidad mexicana, sólo se usa este mito para preservar la figura proteica del mestizo mexicano que prospera por encima del indio. Aquí pues, las jóvenes mujeres, pobres e indígenas desaparecen o son asesinadas con facilidad. Sus rostros, historia y su sangre han comenzado a extinguir y ahogar la vida local. Las mujeres migrantes encuentran la muerte precisamente en sus entrañas, y eso sólo causa estremecimiento, dolor y miedo. No cabe duda que asistimos a la más brutal tempestad que hace temblar la Frontera, que en lugar de prodigar bienestar, desarrollo y felicidad a la población, hoy, es la síntesis de los más dolorosos y bestiales dramas humanos: la muerte y la desaparición. Las Marías Las Marías en la Ciudad de México son mujeres indígenas mazahuas originarias de los estados de México y Michoacán. Llaman la atención porque visten su atuendo tradicional, es decir, se ponen el Traje de María —tal como ellas mismas lo denominan—. Se trata de un vestido holgado y blusa de satín con colores brillantes que lastiman la pupila y el alma de todos aquellos que somos sensibles a la injusticia social. Al verlas, de inmediato uno se pregunta sobre quiénes o en qué época les pusieron ese uniforme que las hace ver diferentes y que ahora les sigue dando identidad. En cambio, los hombres, sus parejas, visten a la usanza mestiza y se comunican en español. Estas mujeres trabajan como empleadas domésticas o practican el comercio callejero. En antaño vendían sus propias artesanías, frutas y semillas. Hoy están en las ciudades ofreciendo productos de origen chino y hasta productos de los llamados pitatas. Por ese motivo se les encarcela injustamente como a la indígena hñahñú Jacinta Francisco, quién, de agosto de 2006 a septiembre de 2009 finalmente le llegó la hora de volver a casa. Allá por la frontera mazahua y hñahñú entre Temascalcingo (Estado de México y Amealco (Querétaro) acusada de haber secuestrado a seis supermanes de la Agencia Federal de Investigación. Ésta, es sólo una historia de vida porque muchos indígenas están en prisión acusados de manera injusta. Los datos indican que por traición o ignorancia de robo a particulares, lesiones y violación. Pero, las Marías, su familia y el resto son los menos culpables de que en el medio urbano se hayan instalado la droga, el robo y la prostitución. Es muy elocuente que en esta condición las indígenas sean discriminadas por su condición étnica, de mujer y de pobreza. Por ese motivo, los abusos las reciban ellas y en ocasiones son las que enfrentan de forma violenta la disputa por la acera con otros grupos. En México, los hijos de las Marías son también blanco de insultos y burlas. Las agresiones más predominantes para ellos son: Oaxaco e Hijo de la India María. Por ello, algunas mujeres han cambiado su atuendo, y todo con tal de que sus hijos no reciban más agresiones. Los conflictos más sentidos vienen de los taxistas, empleados de restaurant y oficinas bancarias, pues ellos son los primeros que les niegan los servicios. A su vez, en los centros comerciales, los agentes de seguridad los obligan a salir, que porque desalojan a indios apestosos y limosneros. En cualquier parte del México siguen persistiendo elementos de clasificación colonial para los indígenas. Por ejemplo, en El Bajío, en el Norte y en Yucatán las élites no se asumen como mestizas, sino como criollos, es decir, se reconocen como descendientes directos de los españoles. Las Marías y los indígenas en general no existen sólo para que los mestizos desahoguen sus frustraciones y sus problemas, son un constructo social al que se ataca sólo porque es extraño, porque ser pobres es sinónimo de delincuente. Al final, uno no entiende porque las Marías en México siguen teniendo una actitud de sumisión, de vencidas, es como si se tratara de una categoría eternamente colonial, pues, se les observa hincadas vendiendo en las aceras sobre un pedazo de tela y rodeadas de sus pequeños hijos. ¡Pobrecillos! ellos se acostumbran a la lastimosa vida de los migrantes internos. Los pequeños viven eternamente con el trauma al ser testigos de los desalojos de sus madres de la acera. Las patadas del opresor a los productos que su madre vende les deja marcada el alma para siempre. Los latigazos hubieran dolido menos si se los hubieran propinado físicamente y no se desquitara con los artículos que les dan de comer. Con eso, nunca se olvida la triste condición de ser indio y de ser pobre. Son las cadenas de dolor que siempre amarran a los indígenas al campo y al amor a la tierra. Esos instantes desgarran sus fuerzas. Las Marías y su familia no merecen esta suerte, pues, si el pobre supiera su destino, seguro decidiría que es mejor no nacer. María Eres mujer, eres pobre, eres indígena. ¿Qué injusta es la vida que sigues dependiendo del poderoso? Cada imagen de tu vida es un latigazo de injusticia. Tus ojos se nublan cuando te arrojan tus quelites, la fruta, el agua y las quesadillas con las que les das de comer a tu familia. Lo más lamentable es que tus pequeños hijos son testigos de toda la maldad humana posible. Al igual que tú, ellos lloran en silencio. ¡Imposible enfrentar a esos Demonios que golpean tu vida y todo aquello a lo que amas! Los trabajadores agrícolas temporales En México hay zonas de atracción de trabajadores agrícolas de temporada. En estos lugares, los más pobres vienen a sustituir a los trabajadores del campo que han migrado a los Estados Unidos. Lo mismo pasa en los campos de Morelos, Hidalgo, Veracruz, Guanajuato, Jalisco, Sinaloa, Sonora y Baja California. Del sur de México salen los contingentes. Muchos de ellos son monolingües, analfabetas y vienen con toda la familia. Algunos ni siquiera pueden comprobar su nacionalidad mexicana, y por eso quedan al margen de los absurdos programas de apoyo federal, que dejan fuera a los más necesitados. Los migrantes habitan en miserables albergues y campamentos construidos con material de desecho. Se alimentan de comida chatarra, como gansitos, negritos, sabritas y refrescos. Los niños no van a la escuela, pues deben trabajar para incrementar el ingreso familiar. La relación con la población local es bastante conflictiva. A los migrantes se les ve como gente extraña, pobre, alcohólica, antihigiénica, ladrona y pendenciera. Pero, en realidad los insultos propician las reacciones de ellos porque son gente buena. Pero. — ¿quien puede aguantar que constantemente los provoquen con el mote de “Oaxacos”?. Los contratistas son de su misma localidad. Son los de mejor situación económica. Algunos tienen una camioneta y en ella los trasportan. Son jornaleros igual que los demás. Pero la diferencia la hace la camioneta, el uso del celular, saber leer, saber hacer cuentas y hablar español. En tal situación, ellos acuerdan los precios por la cosecha o por el trabajo a destajo. A sus vecinos sólo les pagan una parte del dinero acordado con el patrón. Los primeros meses del año los contratistas contactan a los productores locales. Después regresan a sus lugares de origen y transportan hasta cinco familias completas por viaje. El trabajo tiene condiciones de semiesclavitud, sobre todo para los niños que reciben los salarios más bajos y los peores tratos. La más lamentable situación de los migrantes jornaleros es que sus propios compatriotas mexicanos no los consideren como iguales, es decir, los migrantes temporales son tratados como extranjeros en su propio país. La identidad La identidad es la forma en que se organizan las diferencias. En la migración mexicana a los Estados Unidos, la identidad se construye de manera brutal a pesar de que la naturaleza humana tiende hacia lo positivo, y en realidad, la vida en común entre mexicanos y la gente de otros pueblos debía ordenarse en una ambiente de hermandad. En la construcción social de las diferencias hay secuelas de impunidad y de violación de los derechos humanos más elementales de los mexicanos debido a su condición de vulnerabilidad. Para ejemplificar esto sólo bastan cuatro casos: En diciembre de 2006, a un mexicano, mientras corre de regreso a su país, un agente de la policía fronteriza le dispara por la espalada a tres metros de distancia usando balas expansivas. Lo mata y el gobierno federal mexicano sólo declara: —hay que dialogar, dialogar y dialogar […] Parece una protesta de una cucaracha contra un elefante. A propósito de este insecto, un fin de semana, en un solitario hospital de Phoenix (Arizona), en 2007, mientras un mexicano acompaña el parto de su esposa, después de que nace su hijo tiene que soportar los insultos del médico que trajo al mundo a su vástago, quien sale eufórico gritando: —¡Ya nació otra cucaracha! A otro mexicano en Los Ángeles (California), en el 2007 le rompen el cráneo de un cobarde batazo por la espalda, ya que, un joven anglosajón lo percibe como un insecto al que hay que aplastar, y, de haberle dado un golpe más, el mexicano no estaría vivo. Fue a dar al hospital y le colocaron una placa metálica. Esta persona, hoy adeuda cerca de trescientos mil pesos al sistema de salud estadounidense, y el reporte policiaco sólo señala que fue intento de asalto. En el 2007, un mexicano originario del estado de Guerrero es inmolado, fallece y es trasportado a su tierra natal desde la ciudad de Nueva York, y todo porque afea la ciudad. Por otro lado, Latinoamérica cada vez más se parece a los Estados Unidos. En años recientes tuvimos la oportunidad de viajar a países de Centro y Sudamérica y se puede observar que la edificación de las ciudades se hace bajo el estricto modelo de construcción estadounidense, es decir, usando materiales baratos como la madera para hacer las estructuras de las casas y las hojas de yeso para cubrir las paredes. No obstante, en estos países hay cemento para hacer edificios más sólidos y seguros. Al recorrer estas calles, el cuerpo se estremecerse de sólo imaginar que se camina por cualquier ciudad estadounidense. Pero en Latinoamérica, las casas parecen una caricatura de la copia original. Uno no entiende quién hace estas casas tan endebles. Por supuesto que esta situación se explica porque en Latinoamérica parecen no respetar las normas de construcción, por eso se utilizan materiales de rehuso. Es decir, se usan desperdicios de casas derribadas que tienen poca resistencia y escasa durabilidad. Tal como dicen los que saben: lo barato sale caro, y, en el corto plazo, si bien los latinoamericanos resuelven sus necesidades de vivienda con materiales baratos, en el largo plazo la avalancha inmisericorde de la moderna economía les cobrará la factura y les obligará a derribar y a construir nuevas viviendas de acuerdo con las normas internacionales de calidad, entonces, sólo hasta entonces, habrá que vender su alma al capital financiero, quien será el que despoje a los actuales propietarios de sus endebles construcciones, y los arroje a la calle sin misericordia para construir un Mac Donals o un Oxxo. A propósito, las tiendas Oxxo, en México son el blanco de ataque del eficaz resentimiento de los mexicanos con experiencia migratoria en los Estados Unidos. Nuestros paisanos retornados saben a la perfección de que estos negocios son gringos y cuando pueden acuden a ellos a hacer pequeños hurtos de la mercancía que ahí se expende en el objetivo de dañar un poco sus finanzas. Esta es la manera más sencilla de desquitarse del injusto trato que los mexicanos han recibido en la migración internacional. En México, a los retornados les gusta dar órdenes a sus familiares en inglés. Con este mismo lenguaje usan malas palabras para sus amigos o piropean a las muchachas que ven pasar. En este país es muy frecuente escuchar brother, parkear, I´m hangry, etcétera. Lo importante es mostrar a todos que se extraña a los Estados Unidos, y para este fin, se recurren a las argucias de distintos tipos que demuestran que ya se ha estado en ese mítico y lejano país. A su vez, a los niños se les corta el cabello a la usanza de los marinos estadounidenses. Los jóvenes, por decisión propia adoptan esta apariencia física imitando los marcos de referencia de sus familiares y amigos, y a veces hasta de los traficantes de personas. Estos últimos son los que retornan con más frecuencia y les causan admiración, porque localmente se han ganado el prestigio como personas adineradas y valientes. La identidad en el Otro Lado En los Estados Unidos el paisaje va cambiando. En el Norte la identidad es muy diversa entre el migrante reciente, el migrante con residencia y el migrante que se hace ciudadano estadounidense, también conocido como “Mexico-Americano”. Pero todos ellos se reúnen en las fiestas del 5 de mayo, de la independencia, del día de muertos, del aniversario de la Revolución Mexicana, de navidad o el año nuevo para compartir el gusto por la misma música y por la comida mexicana El migrante reciente, por su condición de indocumentado alarga su estancia lo más que puede debido a las dificultades para volver a entrar a los Estados Unidos. Con el tiempo, estas personas, por la rutina se van adaptando al medio urbano, es decir, aprenden a hacer nuevas actividades económicas y a moverse de una ciudad a otra. El migrante con residencia tiene dos ventajas sobre los indocumentados: puede vivir y laborar en Unión Americana sin problema alguno. Ellos tienen un fuerte arraigo cultural y social a México, regresan una o más veces por año y envían parte de sus ingresos al lugar de origen. Los Mexico-Americanos, al contrario de los demás migrantes no mantienen la identidad mexicana y buscan integrarse y asimilarse a la sociedad norteamericana. Ellos son un agregado más de la cultura estadounidense. Este comportamiento es más claro porque ocurre en los migrantes de segunda generación, es decir, en los hijos de los migrantes mexicanos quienes se avergüenzan de la cultura de sus padres. Aunque, curiosamente, a partir de la tercera generación, es decir, a partir de los hijos de los primeros México americanos, renace el sentido de pertenencia al país de origen de los abuelos, es decir, se vuelve importante la búsqueda de las raíces, de la incansable necesidad de asirse a algo que los identifique y que les permita seguir siendo lo que son. Por ese motivo, los chicos de la tercera generación se tatúan la virgen de Guadalupe o la bandera de México; los japoneses hacen lo propio con su bandera y los italianos lo mismo; es decir, el nacionalismo no se pierde en los Estados Unidos con la migración, falsa preocupación de los hombres del Estado mexicano, quienes los visitan con frecuencia con el pretexto de no perder contacto con los connacionales. Pero la verdad es que sólo van a pasear, porque su presencia no es necesaria, ni mucho menos bienvenida. La migración de los mexicanos a los Estados Unidos empezó desde la firma de los Tratados de Guadalupe — Hidalgo, cuando fueron despojados de sus tierras los residentes de Nuevo México y Texas. En las últimas tres décadas la migración se ha incrementado a niveles inimaginables debido a la creciente demanda de mano de obra barata en el vecino país del norte, a la incapacidad de de la economía mexicana para absorber el acelerado crecimiento de la fuerza de trabajo, a las profundas brechas salariales entre ambas economías, a la configuración de amplias redes sociales, entre otras cosas más. Los Chicanos, ni de aquí ni de allá Los Chicanos son personas nacidas en Estados Unidos, pero de padres y abuelos mexicanos. Ellos no son ni de aquí ni de allá, puesto que los estadounidenses los ven como mexicanos y los mexicanos como Pochos. Ellos los consideran sus enemigos. Pero, la mayoría de ellos son migrantes de tercera generación y más. En la cultura chicana hay creencias vitales, perspectivas históricas y conceptos trasnacionales. En el periodo de 1967 a 1972 floreció la búsqueda por recuperar todo lo que tiene que ver con la cultura mexicana. El Retorno a Aztlán, Somos Flor y Canto y El Quinto Sol son discursos que buscaron el encuentro con sus raíces. La consolidación de este proceso decantó en el hecho que en la Universidad del Sur de San Diego se usara como elemento de identidad a un indígena azteca, situación que no existe en ninguna otra universidad en el territorio mexicano, es como si a los indígenas se los hubiera tragado la tierra o desaparecieran de la memoria colectiva de las máximas casas encargadas de la generación de cultura en este último país. Bueno, ni modo. El Chicano ha encontrado en la costumbre, el idioma, el canto, mitos, cuentos y leyendas mexicanas la mejor forma de sobrevivir. Pero al mismo tiempo se adapta. Por ejemplo en los cumpleaños se canta el happy birthday y también se rompe una piñata; en las bodas, algunos se casan vestidos de charros, otros de smoking, se decoran los carros de los novios, se escuchan los mariachis, los grupos jarochos, aunque también hay música de salsa, disco o punk. La cultura chicana es cuestionada por los de aquí y por los de allá. Los que pertenecen a ella son rechazados porque no alcanzan a cubrir lo característico del mexicano ni del norteamericano. En México son criticados por no hablar bien español. Ejemplo de esto fue la cantante Selena, asesinada en 1995. Por otro lado, los Chicanos no son aceptados en la sociedad estadounidense por sus facciones latinas, y por el hecho de tener antepasados hispanos, es aquí donde empezó la lucha por asirse a una cultura propia y es cuando se reprodujeron de forma impresionante los murales en California. El debate se centra en la búsqueda de la identidad entre las dos culturas en competencia. Cuando los chicanos se inclinan más por lo norteamericano los mexicanos los rechazan y viceversa. La lucha continúa porque a nadie le gusta ser rechazado, el cambio es interminable. Desde México, los Chicanos son percibidos como traidores o se les considera extraños por aceptar los valores estadounidenses. Al respecto, parece necesario reconocer a los Chicanos como parte de una nueva cultura, con riquezas y defectos como muchas otras, y que a su vez, ellos mismos se identifiquen como portadores de una nueva identidad, porque nunca podrán acoplarse por completo a las dos culturas a las que pertenecen y a las que los rechazan. Los Alien La industria cultural de Holliwood recuerda a los migrantes como los invasores que se quieren apoderar de los Estados Unidos. Con esto, hay gente desquiciada que cree que se trata de un plan fraguado por el gobierno mexicano de invadirlos silenciosamente para recuperar el territorio que le quitaron a México a mediados de mil ochocientos. A su vez, hay muchos académicos estadounidenses que señalan a los migrantes mexicanos como los responsables de quebrar los sistemas de salud y educación. Otros en cambio son más incisivos y los culpan de elevar la criminalidad y de quitarles el trabajo. Así que, según el color de la piel, los mexicanos son vistos como criminales. En los supermercados parecen activar el peligrosímetro que se enciende cuanto más obscura es la piel. Los mecanismos de vigilancia de los empleados se ponen al rojo vivo, y como dicen en Tijuana, a los mexicanos los traen asoleados de principio a fin, y, cuando se acercan a pagar los discriminan pasándolos detrás de la fila y cobran primero a los blancos, al fin que los otros deben aprender a esperar, porque seguro que la tienda no es para ellos. ¿Qué hacen los mexicanos en los Estados Unidos? Al recorrer sus barrios con algunos de ellos uno no deja de estremecerse porque siente que camina por un terreno minado, donde la policía o el resto de grupos sociales no tienen asegurado salir con vida. ¡Es como la canción de La Calandria y están en una jaula de oro! A pesar de que ganan salarios elevados, esos de primer mundo. Sin embargo, este recurso es bastante limitado para enviar dinero a casa. La industria cultural de Holliwood concibe a los mexicanos y al resto de inmigrantes como insectos. Por ese motivo quizá se usan metodologías para atrapar y detener a bichos en la línea fronteriza. Así se justifica que los pollos se rosticen encadenados al sol en el desierto de Arizona, se les mantenga a punto de congelación en los autos cuando apenas traen unas garras, o se les deje morir sin misericordia alguna en el calcinante desierto cuando los agentes de migración los observan avanzar moribundos ¡aun en busca del sueño americano! El derecho no reconoce que todos somos migrantes. No obstante, siempre hay alguien que se conduele de que mueran más personas durante el viaje. Aunque luego tienen que enfrentar a la justicia por salvarle la vida a los extranjeros. Lo mismo pasa en los Estados Unidos que en México. A los activistas que rescatan moribundos en el desierto se les apresa, y a los mexicanos que alimentan a centro y sudamericanos como ocurre en El Ahorcado (Querétaro), igual, se les amedrenta con la cárcel. La migración internacional en el cine El tema de la migración internacional en el cine mexicano aborda la inmensa soledad que experimentan los que se van y los que se quedan. En la película Los que se quedan de Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman los temas centrales son de nostalgia, espera, identidad, dignidad, sueños y sobre todo de amor. Las historias de las familias están llenas de soledad; esperanza; sueños; ausencia; abandono del campo, las casas y las tradiciones y de las fiestas financiadas con remesas; de las relaciones por teléfono; del amor de lejos, y de lo que representa Estados Unidos. Las familias están compuestas por niños y personas de la tercera edad. La jefatura del hogar está a cargo de las mujeres, pues ¡no hay quien más se haga cargo! Se trata de madres de familia que en sus hogares tienen que resolver todos los problemas que se presenten. Los que se quedan siempre llevan consigo la tristeza de tener a un ser querido lejos de casa. Más aun, cuando ven que pasan los años y los que se van siguen sin regresar. En la cinta “Espiral” del director mexicano Jorge Pérez Solano, retrata la migración mexicana hacia los Estados Unidos con escenarios reales de un pequeño pueblo de Morelia. La trama gira en torno a dos amigos que salen al Norte con la idea de mejorar sus condiciones de vida. Uno de ellos quiere reunir el dinero suficiente para pagar la dote que le pidió el padre de su novia. Tiempo después, el primero regresa al pueblo en un ataúd, mientras que el sobreviviente en su retorno encuentra a su novia cargando a un hijo de otro. Con tal decepción se vuelve a regresar al Norte de inmediato. Otra trama reseñada es la situación de las mujeres que se hacen cargo del lugar y de las tareas de sus esposos. Con ironía se ilustra este problema en la representación de la crucifixión de Jesús en Semana Santa, pues, el Cristo y los demás actores son mujeres. Por otra parte, en la cinta La Misma Luna se aborda el drama de los niños abandonados. Carlitos, el personaje central de la historia, con la muerte de su abuela sale de México en busca de su madre que vive en Los Ángeles. Para esto debe llegar antes del día domingo, que es cuando su madre llama a casa, e intenta llegar antes de preocuparla. Sólo con la dirección logra su objetivo. Lo más lamentable es que no se muestran con claridad los abusos y peligros a que los menores se exponen en este viaje. El nombre de la película evoca la nostalgia de la migración, pues las personas de una misma familia tienen que vivir en países distintos. Pero, por lo común, la melancolía estalla cuando se observa la misma luna, el mismo sol, la misma puesta, el mismo amanecer o las mismas estrellas, pero con diferencias de horario. En estos casos, los astros son el blanco a los que se apunta el corazón, y a través de ellos se mandan mensajes a los seres queridos, quienes vieron estos eventos sólo un tiempo antes o después que ellos. "Un día sin mexicanos" es el film que ha cobrado fama del lado mexicano, gracias a la explotación del mercado nostálgico de aquéllos que tienen familiares en los Estados Unidos. En el Norte la película ni siquiera se conoce. Es una historia que explota la fantasía. Con este fin se retrata a los mexicanos haciendo trabajos manuales indignos. De llegar este día no habría quien haga la comida, ni lave la ropa, ni construya, ni vaya por el mandado, ni cuide a los niños, ni corte el césped, ni quién pase la toalla, barra, limpie, ni reciba las palizas y humillaciones de la Migra, ni recoja las cosechas, etcétera. A nuestro parecer, el valor de los mexicanos en los Estados Unidos es proporcionalmente diverso y sobre todo más importante. De eso son mejor ejemplo los que han alcanzado un salario bien remunerado, adquirido una casa o tienen un negocio exitoso. Así pues, la realidad de la migración mexicana internacional ha sido extensamente abordada por la industria del cine nacional e internacional. Los anteriores trabajos son excelentes referencias de la lucha cotidiana de miles de mexicanos, que se han vuelto los héroes en el interior de sus familias. La migración y los corridos Tal como hace doscientos años, durante la etapa de la lucha por la independencia de México, en la actualidad, en los Estados Unidos, los corridos aprovechan el mercado nostálgico de más de una veintena de personas de origen mexicanos. Las historias narradas en tres minutos les ofrecen la opción más segura para reforzar su identidad. Los corridos pues, son historias verdaderas contadas con música; son narraciones vivientes; son temas que la gente acumula en la memoria colectiva para no dejar de ser lo que son; son recuerdos de las aspiraciones más sentidas del más pobre y del más rico. A su vez, son noticias y hechos presentados con doble significado, tal como señala Max Weber, Paul Ricoeur o Karel Kosik. Por eso cobra sentido hablar del sueño americano, pues es la mayor aspiración, es la búsqueda para vivir mejor sin dejar de seguir siendo mexicanos, y todo gracias a los corridos, a las telenovelas y al futbol. El éxito de los grupos musicales inicia en la Unión Americana. Primero se triunfa en los Estados Unidos. Luego, la siguiente parada es México, y finalmente, el objetivo es saltar el Gran Charco: cruzar a Europa y Asia, tal como lo ha hecho la Banda El Recodo. En México, en la actualidad, el gobierno conservador prohíbe los corridos justificando en que se difunde la violencia. Sin embargo, después de tal restricción ha quedado claro que a la gente le gusta lo prohibido, quizá porque es una expresión de la vida del pueblo, y quizá también es parte del resentimiento hacia el gobierno. En los Estados Unidos y tal vez en el resto del mundo, de manera especial los narcocorridos han desplazado a la música del marichi, y ahora son lo más representativo que tiene la música mexicana. La música la pueden prohibir en México, pero no en los Estados Unidos, ni mucho menos en Europa. Allá, las ganancias son mayores a las que pueden tener en nuestro país, es una relación matemática 14 a 1 o más. La diferencia es equivalente al cambio de la moneda con el peso. Los grupos musicales saben perfectamente el camino: si es por California o por Florida, por donde hay que iniciar. En 1999 mataron a Chalino Sánchez, en 2008 a Valentín Elizalde sólo por contar historias de narcotráfico. Hoy, Michoacán, Sinaloa y Durango son el centro de los narcorrridos y del narcotráfico. En la actualidad asistimos al auge de este género musical que se popularizó precisamente en los años ochenta, cuando la migración internacional de los mexicanos se situó en su máximo histórico Los corridos no los van a poder parar por más que los prohíban porque son parte de la cultura popular y no van a poder acabar con ellos porque para hacerlo tendrían que acabar con el pueblo. Por ejemplo, la pobreza mexicana de hace doscientos años se sigue perpetuando en la actualidad, es decir, no han podido acabar con ella, es parte de la historia y nunca va a terminar como tampoco van a poder parar las narraciones de las historias vivientes, que sirven para liberar un poco el resentimiento que les causa a los mexicanos trabajar lejos de casa. Con el equipo de mis amores El futbol en los Estados Unidos consolida el nacionalismo y los regionalismos. Este es el deporte más popular en países latinoamericanos como México, Brasil, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, etcétera. En los Estados Unidos su práctica se intensifica porque se le extraña. La actividad representa un vínculo muy fuerte con la identidad, pues, con este deporte se puede desafiar a los estadounidenses, porque se les puede dejar ver que son diferentes, ya que a ellos les fascina el beisbol y el futbol americano, o en otros casos, se pueden enfrentar a equipos de otras nacionalidades, y así revivir batallas épicas entre las selecciones nacionales de origen, en la intención de desahogar un poco esas añejas revanchas que se perciben allá lejos, en el pasado. En el instante en que los mexicanos que viven solos en los Estados Unidos conocen a un paisano, de inmediato dejan de sentirse perdidos en ese extraño mundo. Cuando ocurre que además comparten el futbol, entonces, ocurre otro milagro más importante: se extraña menos al país de origen. Aun queda el recuerdo del juego en los jardines públicos de cualquier ciudad brasileña, colombiana o ecuatoriana durante todo el día y a altas horas de la noche, y a veces hasta sin comer; o de los encuentros en las ligas deportivas en horarios diversos en una intensidad de hasta doce partidos por semana en México. En El Norte, en un principio, lo costos restringen un poco esta afición, pues, es complicado reunir a los jugadores, dinero para pagar las canchas, uniformes y arbitrajes. En los Estados Unidos se hacen jugar hasta los menos hábiles. A ellos por su torpeza se les pone de porteros y son la comidilla al término de los juegos, cuyas victorias, derrotas y golpes se curan con las bromas, cerveza, cebiche y con la carne asada. Para tener un equipo competitivo habrá que financiar el viaje desde el lugar de origen a los mejores prospectos, y habrá que formar una alianza organizativa para pagarle el cruce. Luego, compartirles el trabajo y ayudarlos con un lugar donde puedan vivir. No sólo se debe dedicar a jugar futbol, también tiene que trabajar para comer y para recuperar el dinero del viaje. En las ligas deportivas es común que los equipos se denominen con el nombre del club de sus amores. Éste se mantiene siempre ligado al de la tierra que los vio nacer. Por eso es muy fácil escuchar el nombre de Cruz Azul Zacuala o Pumas Xochiatipan, etcétera, sean éstos participantes en torneos varonil, femenil, infantil, amateur o de veteranos. En el futbol los migrantes han encontrado la mejor forma de orientar su amor por la región de origen. Los oriundos de Michoacán se identifican con el equipo Morelia, los del estado de México con El Deportivo Toluca y los hidalguenses con El Pachuca. Hasta los que no les gustaba el futbol en su país de origen ahora viven al pendiente de los resultados semanales de sus equipos. Las alianzas nacionales y étnicas se organizan por el sentido de pertenencia al lugar de origen. Los encuentros deportivos se realizan generalmente los días de descanso, es decir, los sábados en la noche o en el horario matutino los domingos; todo con tal de estar frescos y listos para la nueva semana de trabajo. Así pues, el futbol representa la afiliación al deporte y al pueblo de origen; es también el escenario simbólico de pertenencia a un grupo de guerreros que lucha en el terreno de juego por alcanzar el triunfo y por realizar hazañas que luego contarán cuando sea la hora de regresar a casa. En el 2009, en el momento en que la selección de futbol de México goleaba a la de los Estados Unidos, muchos mexicanos no daban crédito a lo que ocurría. La alegría se desbordó a tal grado desde el bastión del estadio de los Gigantes, que muchos llamaron de inmediato a casa para preguntar si estaban viendo el juego con el que desahogaban un poco el resentimiento por todas las injusticias que han experimentado en ese país. El futbol representa el disfrute intenso de las hazañas deportivas. Es llegar a la cima de la necesidad más innata para no estar solo, para hacer individuales los triunfos colectivos, para mejorar cada día, es ir siempre para adelante, es retornar a casa un instante, y alejarse un poco del primer mundo. Juventud y migración La migración es un cabezal1 que hace que los jóvenes no exploren otros caminos para dejar atrás la pobreza, porque saben que tienen las pruebas de éxito en sus manos, en los marcos de referencia que construyen sus familiares o en todos aquéllos que llegan con dólares, vehículos, modas y prestigio. Por eso, este fenómeno hace que los jóvenes no vean que hay otras opciones como la educación, opción que les puede ayudar a vivir mejor. Por eso aparecen brotes de violencia entre migrantes y profesionistas debido a que la desigualdad social entre ambos grupos parece emparejarse. En México, los maestros, día a día lucha con el sueño de los estudiantes para ir al Norte. Los profesores tienen un margen de maniobra muy corto con ellos, y falsamente les prometen que si estudian les va a ir mejor, pero los alumnos casi nunca les creen. La migración internacional es también una carrera contra el tiempo en la que todos los jóvenes están inscritos. Para ellos, el que sale más rápido gana y el que se queda en el lugar de origen pierde. Aquí, los 1 El cabezal se amarra a la cabeza de los animales de tiro para que sólo miren un surco en la siembra o en la escarda y caminen por él sin pasarse a otro. jóvenes piensan falsamente que entre más rápido se vayan es mejor. Aunque, en los Estados Unidos, por su estatura y peso no puedan trabajar porque no aparentan ser mayores de edad. Por un lado, las adolescentes esperan con paciencia a los retornados a fin de año. Para esto ha transcurrido el tiempo preciso para que su cuerpo se trasforme dejando de ser niñas. Cuando esto pasa, se apostan en la parte más visible del pueblo por donde esperan el paso de los jóvenes migrantes, quienes sin pensarlo mucho adulan a su paso a las jovencitas que se les ofrecen. Luego de un rápido arreglo hasta en una semana se concreta la boda, escenario donde nuevas jovencitas aprovechan para contactar a nuevos retornados y engancharse a las redes de un nuevo matrimonio express. En el mercado del matrimonio, los migrantes de retorno parecen desbancar a los demás, porque se perciben como adinerados y que pueden resolver el problema financiero de sus parejas de inmediato. El final del camino La infección por la migración internacional se concentra en regiones y entidades específicas. Pero, poco a poco se ha infiltrado en el resto del país. La mejor evidencia de esto es la participación de entidades deprimidas como Chiapas o Hidalgo, de la incorporación de la población urbana y de los distintos grupos étnicos. La caravana mexicana ha alcanzado su máximo y empieza a declinar debido a un ciclo más de la mortal crisis del sistema capitalista abanderado por el país de las barras y las estrellas. Las cosas se complican porque en México y en los Estados Unidos, a los actores económicos se les ha nublado el pensamiento, es decir, están vueltos locos por la obediencia inexorable a las reglas de la globalización. Por ejemplo, en los Estados Unidos, en abril del 2008 Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York mandó a la calle a más de quince mil trabajadores del sector público. En México, en octubre de 2009, Felipe Calderón, presidente del desempleo, dejó sin trabajo a más de cuarenta y cuatro mil personas al cortar de tajo las cabezas en la Compañía Luz y Fuerza del Centro, y eso, la verdad no se hace. Ninguna causa por grave que sea justifica el despido de los trabajadores y con ello matar de hambre de forma despiadada a la población. Si a este marco se agrega la quiebra cotidiana de los negocios más exitosos, es claro que la población está pagando los platos rotos y todo por la torpeza del Estado. En consecuencia, lo más grave de todo es que la mano invisible o visible del mercado se empeña en asesinar a los más vulnerables. En México han quedado atrás los años de prosperidad gracias al dinero ganado en los Estados Unidos. El desencanto por aquel mítico país como la mejor opción para resolver los problemas de sobrevivencia no ha acabado aun. Los propios migrantes mexicanos serán los últimos en darse cuenta que el sueño americano ha llegado a su fin. Ahora, el cuerpo y el entendimiento de las nuevas generaciones es alimentado con los marcos de referencia de sus vecinos. Los jóvenes siguen empeñados en hacer el viaje laboral internacional para regresar a casa con dinero. Hombres y mujeres jóvenes viven engañados por una fantasía que les ha envenenado la sangre. La familia y los maestros poco pueden hacer para persuadirlos. Van en pos de sí mismos buscando saber qué hacer con su vida porque en México el hambre es más brutal que la que impera en un país del primer mundo. Por ese motivo la percepción de los retornados indica que es mejor soportar el desempleo y la pobreza en el vecino país del norte, que ver los rostros y los destrozos de la miseria en el lugar de origen. En México, la tierra árida se ha quedado sin sembrar, los corrales están vacíos y totalmente deteriorados, las fábricas abandonadas, miles y miles de personas hasta con postgrado se aglomeran cuando hay ofertas de empleo. La barredora inmisericorde de la economía empieza a dejar los pueblos limpios y los expulsa a las grandes ciudades. En el mismo lugar donde antes había esperanza todos huyen despavoridos a donde sea incrementando los números de la migración interna. Ahora, las milpas están pobladas de cardones y los pueblos ofrecen un panorama desastroso y hostil, que seguro, muy pronto a alguien se le ocurrirá vender al turista. La desolación sigue su camino. No hay nada que la detenga, es dura e impetuosa, es como el río Tula, que con sus pestilentes aguas se dirige a nutrir los sembradíos del Estado de México e Hidalgo, para luego regresar a casa como alimento del gran monstruo en que se ha convertido esta ciudad. La migración pues, es un río caudaloso, que tras su dinámico devenir deja ver los beneficios, pero oculta las vidas que arrastra tras su torrente. Si bien, hace tiempo ya, algunos resolvieron a través de ella su porvenir; hoy, el incierto devenir y la ruidosa corriente sigue haciendo un llamado seductor a la inocente y famélica población que se arroja a su eterna esclavitud, porque después de esta experiencia, la vida ya no es la misma. Con la migración internacional, los jóvenes ya no sabrán qué hacer ni a donde ir. La vida no es cosa fácil, todo tiene un precio, y en este mundo se tiene que pagar por haber errado el camino ¡Pobrecillos, ahora caminan a ciegas, ya nada se puede hacer! Finalmente, hoy día nos queda claro que el tráfico de latinoamericanos es bastante similar al tráfico de esclavos africanos que inició en el siglo XVI. Antes, al igual que en la actualidad, las personas han sido secuestradas, negociadas y vendidas por un precio en Norteamérica. La disputa por los desamparados es feroz y atroz, y los contenedores actuales donde los resguardan tienen condiciones similares a las bodegas de los barcos que en antaño trasportaban a las personas que fueron arrancadas de sus pequeñas aldeas. CUATRO SEMBLANZAS Estas breves reseñas biográficas de cuatro mexicanos que hemos conocido por al menos dos años —Pancho, Emiliano, Adelita y Valentina—permitirán al lector darse una idea de cómo puede ser la vida para las personas que han experimentado la migración laboral a los Estados Unidos. Los patrones de comportamiento a lo largo de su historia han sido muy distintos; sin embargo, cada uno de ellos tiene sus propias particularidades, según sea la propia dinámica familiar. Las reseñas no se presentan con la idea de que los individuos sean representativos del total de mexicanos. Pero, tenemos la esperanza de que estas semblanzas permitan al lector ver cómo la migración internacional impacta en la vida familiar. Las personas que aquí se reseñan supieron de la investigación desde un principio. Así pues, sabían que en algún momento se escribiría una semblanza de ellos y nos dieron permiso para hacerlo. trabajo En este se han usado nombres ficticios porque así lo solicitaron los informantes. 1) Pancho Nací en 1946. Mis padres no tenían economía. No había dinero para mandarme a la escuela ¿Qué podía hacer sin un lápiz ni un cuaderno? Por eso, los maestros me castigaban, decían que me portaba mal y mi papá me pegaba. A los 14 años papá me encargó con un compadre de Puebla. Este señor prometió enviarme a la escuela a cambio de que le ayudara a atender una abarrotera. Para esto, me levantaba a las seis de la mañana y pesaba azúcar, sal y fríjol en cuartos, medios, tres cuartos y kilos. Eso fue en 1960 y trabajaba sin sueldo ¡ni un peso me daba! Así estuve tres años sin un centavo ¡y nunca me robé nada! Aunque, ahí es donde aprendí a hacer las cuentas. Nunca tuve descanso. Por ejemplo, los fines de semana acompañaba a mi patrón a distribuir la mercancía a los pueblos vecinos. En ese tiempo, la hija del presidente municipal de Texmelucan (Puebla) se hizo mi amiga. ¡Cómo sería yo tan bruto que nunca la maliciaba, a pesar de que ella me decía que me amaba! Ella me pidió que dejara esa casa porque me estaban explotando. A mí me dio miedo quedarme sin un lugar para vivir y sólo acepté la ayuda que me daba. Ella me ayudó para que le escribiera una carta a mi padre, y cuando se enteró de mi situación, de inmediato vino por mí a Puebla y me llevó de regreso a casa. Esto ocurrió cuando tenía 17 años y todavía me querían mandar a la escuela. Pero me negué porque ya estaba muy grande para esas cosas. Entonces, hablé con un albañil y me dio trabajo de chalán. En la primera semana de la chamba me dio unos cuantos pesos. Pero, como yo no sabía lo que era el dinero me lo gasté todo en dulces. Así fue como en la primera semana recibí el regaño de mi madre por llegar a casa con las bolsas llenas de dulces. En mi tierra me hice albañil fácilmente como en dos años. Pero, en el momento en que tuve problemas con una hermana decidí ir a probar suerte a Tijuana. En ese entonces unos albañiles de México me hablaron de la abundancia de trabajo en la construcción en ese lugar. A los 19 años tomé un autobús de la Ciudad de México a Guadalajara. De ahí pagué mi pasaje en el tren carguero a Mazatlán. Hasta ese lugar me alcanzó el dinero que llevaba. Al llegar a ese puerto anduve vagando por el mercado y comí de los desperdicios que levanté de un bote de basura, hasta recuerdo que me comí un pedazo de sandía echada a perder. Luego, ya recuperado del ajetreo del viaje descargué un trailer de maíz y con ese dinero pagué el pasaje del tren de Mazatlán a Mexicali. Recuerdo que en el recorrido de San Blas (Sinaloa) a Navojoa (Sonora) se subieron unos asaltantes. A mi me levantaron de mi asiento porque les dije que no traía ni un peso. Entonces, me empujaron hasta la puerta y me decían que me bajara. Yo les contestaba que no porque el tren iba muy fuerte. Entonces ocurrió que a un viejito le encontraron una maleta llena de dólares y todos se le fueron encima y le quitaron todo. Con esto me dejaron en paz y después, lo más rápido que pudieron despojaron de dinero, relojes, aretes y medallas a los demás pasajeros. Finalmente, en una curva que hace el tren los asaltantes se bajaron. Yo miré hacia atrás y vi como se cayeron y golpearon. Uno de ellos se rompió un pie porque después se arrastró como pudo hacia la maleza. No se de que forma dieron aviso a las autoridades porque cuando llegamos a Navojoa (Sonora) la policía nos interrogó. Yo les dije que uno se rompió una pata y que ví cómo se iba arrastrando. Entonces, me llevaron en un auto al lugar y seguimos las huellas de los asaltantes hasta una cueva. Ahí la policía les cayó por sorpresa porque estaban celebrando el asalto. Los ladrones tenían lo que nos habían robado y otras cosas más que habían acumulado en robos anteriores. La policía los golpeó y al jefe lo torturó metiéndolo en un tinaco con agua hasta que casi se ahogaba. Se detuvieron hasta cuando confesó que ellos fueron los asaltantes que habían matado a una señorita en el tren unos meses atrás. Cuando regresamos a Navojoa ya habían hecho una lista de las cosas que habían robado. A mi me preguntaron cuánto me habían quitado. Mentí diciendo que 200 pesos porque era lo necesario para llegar finalmente a Tijuana, lugar a donde había dicho a mis familiares que me dirigía. Al llegar ahí sólo encontré trabajo como cargador de trojes de arena. La paga era de 50 centavos de dólar por troje llena. Al día salía ganando un dólar. Este fue mi primer trabajo en Tijuana y me dormía en el albergue de migrantes de la unidad deportiva de la zona Río. En ese lugar, una noche, un amigo me invitó a pasarnos a los Estados Unidos. Pero la Migra nos agarro en San Diego (California). Nos llevaron en un avión de 4 hélices hasta Tucson (Arizona). En el recorrido, un “vato” originario de Sinaloa provocaba a los de la Migra diciéndoles: — ¡a mí aviéntenme hasta mi tierra! porque allá en Sinaloa en puro avión viajo, y los de la Migra no decían nada. Al llegar a Tucson nos encadenaron en el rayo del sol, mientras todos los de la Migra se emborrachaban en un cuarto en su base. Eso lo sabía porque se escuchaban risas y música. Después de tenernos como cuatro horas en el sol llegaron ante nosotros y preguntaban por el que le gustaba viajar en avión. Luego que lo soltaron lo subieron a un avión para dos pasajeros que piloteó uno de la Migra. El avión subía y lo dejaba caer en picada hasta casi tocar tierra, luego se elevaba, pasaba entre las casas, cruzaba cerca de nosotros hasta nos agachábamos, también lo hacían volar de cabeza o pasaba a toda velocidad dando de vueltas. Cuando el avión aterrizo y trajeron al “vato” ante nosotros, nuestro paisano venía todo amarrillo de miedo, se había vomitado, orinado y cagado. Entonces un Migra nos dijo en español: —cuando regresen a su tierra les dicen a todos que aquí los tratamos bien y que hasta les cumplimos sus caprichos. Ya después que nos repatriaron por Ciudad Juárez (Chihuahua) me puse a trabajar en el algodón. Aquí recolectaba y cargaba los camiones. Aunque, por las tardes nos poníamos a jugar baraja. Un día que gano más de 400 dólares y los “vatos” con los que jugaba me los querían quitar, hasta estuvieron a punto de “picarme” y les tuve que dejar el dinero. Desde ese momento me asusté tanto que decidí irme nuevamente a Tijuana. Pero en el recorrido hice escala en Pitiquitos (Sonora). En este lugar trabajé un mes en el algodón y junté como 600 pesos. Con este dinero me fui a la parada del autobús para salir a Tijuana. En ese entonces, Pitiquitos (Sonora) era un lugar desolado ¡no había nada! Yo estaba sentado en el suelo cuando un “vato” me invitó a cruzar al Otro Lado. Me decía que me conseguía trabajo en un rancho ganadero en Arizona. Me convenció y nos fuimos por Altar (Sonora). Ahí pasamos la noche en un hotel llamado “El Sasabe”. Al otro día empezamos a caminar rumbo a la Frontera y nos levantó el del correo, a pesar de que le prohíben dar “raite”. Él nos dijo que lo hace por humanidad, y a todos los que encuentra los levanta. Al llegar a las Ladrilleras (Sonora) nos rentaron un cuarto. Mi compañero no me dejaba dormir porque tocía mucho debido al frío. En el transcurso de la noche, poco antes de que amaneciera yo sentí algo muy suavecito en el brazo y pensé que mi compañero era “maricón” y lo empujaba diciéndole: — ¡hazte pa’lla! Pero, que se me ocurre prender un cerrillo y vi que era una víbora, y que mi amigo roncaba por la otra esquina. Por mi parte, di un salto hasta la puerta y grite: — ¡Una víbora! Al salir el sol le reclamamos al dueño de los cuartos y nos dijo simplemente que ese animal se mete ahí, pero que no hace nada. En fin, comimos y fue como a las tres de las tarde cuando cruzamos la frontera mexicana. Mi compañero llevaba dos maletas. Yo no conocía la mariguana hasta que lo vi que la fumaba entre unos matorrales; entonces, se ponía bien loco y luego se vestía con traje y corbata. Eso me convenía porque así, él solito se cargaba sus dos maletas. Tiempo después, como a las ocho de la noche que seguíamos caminando por las veredas del desierto a obscuras, de pronto empecé a sentir que me brincaba algo y pensé que eran sapos, pero no, mi compañero me dijo que eran tarántulas. Cuando llevábamos tres días y dos noches de caminar por el desierto el agua y la comida se nos acabó. Esa noche nos perdimos por seguir el ladrido de un perro, que creíamos estaba en un rancho cercano, y cuando lo alcanzamos resultó que era un coyote. Al amanecer, mi amigo me animaba diciéndome que ya miraba un tanque con agua, que de ahí sólo faltaba un día para llegar a Marrano (Arizona), lugar donde ya estaríamos salvados. Sin embargo, al avanzar el día empezamos a ver como a veinte zopilotes revoloteando y nos desviamos pensando en que podíamos encontrar a una vaca muerta, y que ahora si íbamos a comer ¿Cuál va siendo nuestra sorpresa? que al llegar al lugar miramos a tres esqueletos completamente descarnados brillando de blancos al sol. Ahí me arrodillé y empecé a llorar porque sentí que yo también iba a morir así. Mi compañero era más valiente que yo, sólo se agachó y se aprovechó de los muertitos sacándoles de las ropas las carteras con dinero, identificaciones y unas medallitas. Después de esa sorpresa seguimos caminando sintiendo que las fuerzas nos faltaban. Lo que nos vino a salvar fue que empezaban a ver arbustos. En algunas ramitas vimos que había panales, y cada uno comió hasta que se acabaron. Por mi parte, parece que la miel me cayó muy pesada y me desmaye. Cuando desperté veía que todo me daba vueltas y estaba bien picado de las abejas, apenas y podía abrirlos ojos de la hinchazón. Luego que nos repusimos continuamos caminando todo el día y al caer la noche llegamos exhaustos al tanque de agua. El depósito tenía como ocho metros de redondo. Yo subí por la escalera unos doce metros y con un galón de plástico y una cuerda bajé agua para los dos, y otra vez que me vuelvo a desmayar. En la madrugada del día siguiente caminamos como doce horas. Por la tarde llegamos a una vereda y encontramos a un tractorista de origen mexicano que nos dijo que camináramos hasta un voladero y que ahí lo esperáramos, que nos llevaría agua y tacos. Como a la hora que lo esperamos llegó con lo que prometido. Pero, cuando comíamos a placer apareció un Migra que nos dijo que el que nos ayudó nos entregó, señalando que no nos queremos ni entre mexicanos. Yo le aventé los tacos en la cara al paisano y luego nos llevaron a una cárcel de Tucson (Arizona). En este lugar nos preguntaron las veces que habíamos pasado la Frontera. Lo malo vino cuando mi compañero le hallaron las identificaciones de los muertos que encontramos, y ahí se hizo el “desmadre”. A mi me volvieron a preguntar de los muertos y tuve que decir todo. Luego, me subieron a un helicóptero donde iba un fiscal y otras seis personas más. Los llevé hasta el lugar. Me ubiqué por los arbustos por donde encontramos los panales y luego miramos a los zopilotes. Cuando empezaron a revisar a los muertos, uno de la Migra nos dijo en español: —este es un problema bien fuerte, porque dejaron morir a sus compañeros. También me decía malas palabras en inglés y me querían golpear. Lo bueno fue que la conclusión del fiscal concluyó que murieron ocho días antes, y que era cierta mi versión, pues nosotros ya los encontramos descarnados. Al regresar, a mi me deportaron y a mi compañero lo retuvieron en la cárcel. Después de todo ese sufrimiento regresé nuevamente a Tijuana. Por unos tres meses trabajé como albañil en la construcción de los puentes y me pasé nuevamente por las playas de Tijuana en 1980 a San Diego. En esa ocasión había un clima muy nublado, cruzamos como veinte personas, de los cuales, la Migra “agarró” como a doce, pues, debido a que no se veía nada sólo “agarraban” a los que pasaban junto a ellos. De San Diego llegué hasta los Ángeles (California). Ahí trabajé la mayor parte del tiempo en la construcción. Pero, en las tardes y noches encontré chamba en un bar como intendente. Luego que aprehendí a tratar a los clientes me hice mesero, y después me hice cantinero. Al paso de dos años fui el consentido del dueño. Yo lo acompañaba a todos lados. El me enseñó el negocio de la “droga” y me dejó participar con una comisión. Al paso de los años, como en 1983 ya me había casado, tenía una casa y buenos ahorros gracias a la venta de “droga”. Por eso cuando en 1984 mi patrón me propuso venderme el bar porque ya se quería retirar lo acepte y le pagué al “cash”. Este periodo en los Ángeles fue de mucho éxito, tenía los autos que quería, casa, bar, empleados, esposa y dos hijas. Sin embargo en 1998 mi esposa me llamó muy alarmada por teléfono, avisándome que el FBI me andaba buscando, que le pidieron que tenía que dejar la casa porque la iban a confiscar y que ni se me ocurriera ir al bar porque ya me andaban buscando ahí. Entonces como pude, con lo que traía encima agarre mi carro rumbo al sur hasta cruzar por Tijuana. Por teléfono llamé a un amigo y me constató que ya habían confiscado mi bar y mi casa, y que mi familia se fue a vivir con mis suegros. Desde entonces estoy aquí en Tijuana, después de casi diez años en los que tuve tanto dinero, poder y familia. Ahora ya no tengo nada. Ahora ya estoy viejo y casi no me quieren dar trabajo en la construcción. De vez en cuando les hablo a mis hijas y no voy a verlas porque no tengo un peso para pasar y si me “agarran” nadie me saca del “bote”. Allá no es como aquí. Allá en los Estados Unidos no hay corrupción y si te meten a la cárcel nadie te saca a menos de que seas inocente. Ya ni regresar quiero a mi pueblo, mis padres están muertos y ya nadie me conoce. Además, aquí en Tijuana vivo mejor, al menos tengo que comer. 2) Emiliano Nací en 1976 en el municipio de Villa de Tezontepec (Hidalgo). Tengo seis hermanos y una hermana. Desde siempre mi padre tuvo varias mujeres por eso de mis cinco hermanos mayores dos son de matrimonios distintos, pues una hermana y yo nacimos del tercer matrimonio de mi padre. Mi papá era bien borracho y mujeriego. Mi niñez fue muy difícil. En el tiempo en que viví con mis papás siempre había puros problemas. Mis jefes del diario se peleaban por cualquier cosa. Mi papá llegaba a la casa bien tarde y borracho y mi mamá era la única que trabajaba. No conforme con eso, mi papá le pegaba y la engañaba. Así crecí con tantos maltratos porque mis padres se desquitaban conmigo. Por todo me pegaban. Por lo que fuera o me aventaban lo que tenían en a mano. Mamá soportaba todo, pero como era lógico, con tantas humillaciones y golpes, un buen día se hartó de él y lo abandonó. Yo me quedé con papá, con la esperanza de que cambiara, pero al sentirse sin mujer al poco tiempo se volvió a casar. Mi mamá se llevó a mi hermana y después de unos meses me dio la sorpresa de que también se casó. Ya que los dos hicieron su vida lejos, pronto se olvidaron de mí y me dejaron a mi suerte, es decir, me abandonaron. Pero, gracias a mis abuelos paternos no me sentía tan solo, porque me fui a vivir con ellos. Si bien, en un principio me quedé con mi papá porque tenía la esperanza de que cambiara. Pero que iba a cambiar, se volvió peor y él también se cansó de mí y me fue a aventar con mis abuelos. Cuando me fui a vivir con mis viejitos todo cambio, porque ellos me trataban bien. Lo malo es que eran bien pobres, porque mi abuelo era albañil y como ya estaba grande ganaba muy poco. Aunque yo lo ayudaba trabajando de “chalan”, el dinero no nos alcanzaba para nada. Por eso, con mucho esfuerzo terminé la secundaria, pues, yo sabía que vivía de las sobras de los demás. Para esto, mis primos me mandaban la ropa y zapatos que ya no les quedaban. Toda mi niñez la viví así con muchas necesidades y con lástima. En todos esos años me puse a pensar cómo salir de la pobreza, porque como es bien sabido por todos que el dinero siempre es necesario ¡y vaya que en mi casa sí que nos hacía falta! Es por eso que yo decidí irme a los Estados Unidos, porque allá yo tenía familia en los Ángeles (California). Me gustaba la idea de irme como lo hacían mis tíos, primos y varios conocidos para regresar con una buena “troca” y traer mucho dinero para gastar y vivir como rey. Además como yo siempre viví de las limosnas de mis familiares, ya estaba cansado de eso, quería algo mejor para mis viejitos y para mí. Aunque todavía tengo a mis padres —le repito— ellos nunca se hicieron cargo de mi, nunca se preocuparon si comía, si me enfermaba, si ya no tenía que vestir, ¡ni un peso he recibido de ellos! Los tíos que trabajan en el Otro Lado mandaban dinero para ayudar a mis abuelos. Yo me daba cuenta de cuánto era porque yo siempre los acompañaba a cobrar el envío; por eso también me anime a quererme ir. Yo pensaba que allá ganabas un montón de “lana”, no como aquí que trabajas de sol a sol y el sueldo es bien miserable. También era testigo de que cuando mis tíos solían llegar, gastaban muchísimo dinero en el pueblo, y a sus hijos les compraban de todo y de lo mejor. Desde un principio yo le pedí ayuda a uno de ellos para pasar. Siempre se negaba que porque no quería que yo me fuera para allá, que era muy joven y luego porque yo nunca había salido del pueblo. Para convencerlo le pedí a mi abuela que hablara con él para que me ayudara. Gracias a las súplicas de mi abuela por fin aceptó. En ese entonces yo tenía 18 años cuando me fui por primera y única vez a los Estado Unidos. Eso fue en 1994. Yo estaba de lo más emocionado por irme a trabajar al Norte y más porque iba a ganar en dólares. Cuando llegó la hora de la despedida les prometí a mis abuelos que me iba por un par de años y que regresaría muy pronto. Yo iba a llegar con mis tíos a los Ángeles (California). Ellos me pagaron la pasada y mandaron el dinero para pagarle al Borrego, el coyote más famoso de mi pueblo. Cuando llegué a la Frontera ya me habían advertido que tenía uno que caminar mucho, lo que no me preocupó en lo más mínimo, porque desde el principio yo siempre me he dedicado al deporte y no se me hacía difícil. Pase rápido porque me fui un viernes y el lunes ya estaba en Estados Unidos. Sólo caminé dos días por el desierto, y después fue mi tío a recogerme. Lo que sea de cada quien, yo no sufrí tanto en la Frontera porque sólo caminé dos días. Aparte, en ese entonces no era tan estricta la vigilancia y ni siquiera me tope con la Migra. Llegué a vivir con tres de mis tíos, hermanos de mi papá. Ellos vivían en un apartamento con otros “vatos” del pueblo. Allá en los Ángeles (California) empecé a trabajar en un taller de costura de “overlista”. Ya tenía experiencia en ese trabajo, lo aprendí en México. El taller era de unos coreanos. Uno de mis tíos me recomendó con sus patrones. Desde entonces, mi vida cambió cuando salí de mi país porque en los Estados Unidos se gana más dinero y te alcanza para comprarte muchas cosas, hasta para mandarle dinero a los viejitos y para conocer otros lugares. Con decirte que fue hasta en los Ángeles donde ví el mar por primera vez. Me divertí en Hollywood y los antros de esa ciudad, algo que nunca hubiera podido conocer estando en el pueblo. Tiempo después, como nada es perfecto en esta vida, empecé a tener “broncas” con la familia porque yo salía todos los fines de semana con los amigos del trabajo. Comencé a tomar mucho y me la pasaba de fiesta en fiesta, lo que me creó muchos problemas con mis tíos. Al paso del tiempo, yo empiezo a ganar mi dinero, a tener más amigos, bueno entre comillas porque esos no son amigos, de esos que te aconsejan que te gastes el dinero en pura diversión. Salía con mis vecinos, eran pandilleros. A mí me empezó a gustar esa “onda”. Me compré mis pantalones grandes, los tenis de marca, los tatuajes en la espalda o en los brazos. Por ejemplo, me pinté la virgen de Guadalupe. En ese tiempo, todo lo que ganaba era para irme de “parranda” con la banda, todo era ir a tomar alcohol y a fumar mariguana. Si en la semana ganaba bien todo lo gastaba en el vicio. Todo eso no les gustó a mis tíos y me cansé de que estuvieran “chingando” y me fui a vivir solo. Una vez solo, sin la vigilancia y sermones de nadie anduve con toda libertad en las fiestas. En una de ellas conocí a Gloria, una chava a todo dar. Al principio fuimos muy buenos amigos, hasta convertirnos en novios, entonces yo me enamoro de ella y ella de mí, es por eso que decimos vivir juntos; es más, en cuanto se lo propuse Gloria no lo pensó ni dos veces y se fue a mi departamento a escondidas de sus padres. Es ahí donde comienzan mis problemas porque ella tenía 14 años, lo que a nadie le pareció, porque todos decían que yo me había aprovechado de su inocencia para llevármela conmigo. Pero lo que la gente no sabía o no quería entender era yo no la obligué a irse conmigo. Ella y yo nos queríamos, pero como era menor de edad se puso más difícil la cosa, y sus papás me echaron a la policía que porque era un “pandillero”. No voy a negar que lo era y que me gustaba. Pero, a diferencia de mis vecinos yo si trabajaba. Lo que si era cierto es que yo no era tan malo como me decían los papás de Gloria. Para mi desgracia, en Estados Unidos no es como en México, cuando te llevas a tu chava aquí ni quien te dice nada; bueno, los familiares se enojan, pero no te echan a la policía como si fueras un delincuente. Ella era igual que yo, una migrante ilegal más y también sus padres lo eran. Pero allá no importa si estas legal o no. Allá los delitos los persiguen por igual. Como era de esperarse me “cayó” la policía donde trabajaba. Me arrestaron frente a mis tíos y mis amigos. Todos ellos no lo podían creer y unos a otros le preguntaban a los policías por qué me detenían, los policías sólo les contestaban en inglés. Al momento yo me resistí al arresto. Pero me agarraron entre tres, me esposaron y me subieron a la patrulla. Después que soy detenido, en la cárcel del Condado de los Ángeles me asignan a un abogado de oficio. Unas horas después entraron unos policías para interrogarme. Pero como me hacían preguntas en inglés yo no entendía nada. Para esto mi abogado sabía hablar español, bueno más o menos y él también la hizo de mi intérprete. En tal situación, no me sentía tranquilo, al contrario estaba más nervioso porque es bien feo que todos hablen de ti y tú no sepas que están diciendo, pues, aunque mi abogado hablaba español y me informaba de todo yo desconfiaba de él porque yo pensaba que no me decía todo lo que hablaban. A los dos días de reunir pruebas en mi contra me llevan a juicio y ya ante el juez, y los miembros de la corte me declaré “inocente”, porque yo no hice nada. Cuando interrogaron a mi novia me defendió. Dijo que me quería y que yo no la obligué a nada. Allá no contaba su testimonio sino el de sus padres, y como era menor de edad pensaron los del jurado que yo la había amenazado y le creyeron más a sus papás. Como era de esperarse, los del jurado me declararon culpable y me echaron 10 años de prisión. Pero mi abogado apeló la sentencia. Después él me aconsejo que me declarara culpable para que mi condena fuera menor. Yo le hice caso porque no quería estar preso y más por un delito que yo no cometí. Pero de qué me sirvió, de nada, porque aún así me echaron 8 años de prisión. Aunque en realidad sólo estuve preso 4 años, porque allá te cuentan el día por dos, o sea te cuenta el día y la noche. En la cárcel del Condado de los Ángeles (California) los oficiales te hacen quitar la ropa de civil y te dan tu uniforme; luego me dijeron cual iba a ser mi celda, y pues, entré con un buen de miedo porque allá yo no sabía hablar inglés y tenía también mucho temor de estar rodeado de puro delincuente. Yo sabía perfectamente que yo no era uno de ellos. Ya en la celda yo tenía un compañero con quién compartía el baño. Ahí te ocupas en alguna actividad dentro de la prisión. Por ejemplo, yo estaba en la lavandería, otros en la cocina, o en otras cosas. Al inicio de mi proceso legal no tuve ninguna visita, sólo pude tener visitas hasta después de un mes. Para esto, uno de mis tíos iba a verme, porque él era el único que contaba con AD (dvn), la identificación que es como la credencial de elector aquí en México. Aunque sólo me pudo visitar como seis veces, en que nos podíamos ver a través de un cristal y hablábamos por un teléfono, yo le agradezco infinitamente su atención. Ya estando en la prisión, el ambiente es muy feo. Hay mucho “racismo” a los mexicanos. La mayoría de nuestros paisanos como yo están presos injustamente. Para empezar sólo compartes la celda con otra persona. Cuando te vas a bañar en las regaderas apenas si te da tiempo de bañarte, pues tienes que esperar a que los “pinches” gringos pasen primero que uno. Eso pasa así, y no puedes hacer nada, porque si haces algo te metes en problemas y puedes ser golpeado por cualquiera de esos desgraciados. En las prisiones de Estados Unidos, yo me imagino que son como aquí. Bueno, primero está el área de los dormitorios, donde tienes a otro compañero, tienes un baño, un mueble donde poner tus cosas, después está una cocina, los comedores, un gimnasio, la enfermería, los talleres y la lavandería. Para cumplir mi condena yo estuve en tres condados más, porque allá te van cambiando conforme tu condena va disminuyendo. Como quien dice vas “escalonando” tu libertad. Cuando tú sales de un condado ya estás en otro y así. Después de estar en los Ángeles (California) me cambiaron al Condado del Chino (California), luego al de Daleno (California) y por último al de la “Vaca” que está por San José (California). En todos, el racismo es igual, y hay que aguantar las mismas humillaciones por las que pasa uno como ilegal en ese país. Bueno, lo mismo pasa estés preso o no, el trato es siempre el mismo, pues por todo tienes que agachar la cabeza con tal de sobrevivir en ese maldito país. Al estar en los demás condados de California ya no pude tener ninguna visita, porque a mis tíos y a mis amigos les daba miedo trasladarse de una ciudad a otra, todo porque son “ilegales”. Por eso yo me comunicaba con ellos por teléfono. Es que en los distintos condados en los que estuve pude hablar como tres veces por semana. Las llamadas son por operadora, son muy cortas y bien caras, solo da tiempo de decir pocas cosas. Yo a provechaba esos minutos para informarle a mis tíos cómo estaba y lo mal que me sentía en un lugar donde no tienes porque estar. En el tiempo que estuve preso, reflexioné sobre muchas cosas. Les pedí perdón a mis tíos por lo mal que me porté con ellos, por no hacerles caso en los consejos que me daban, porque uno cuando esta “chavo” piensa que todo lo puede. Las veces que yo hablaba por teléfono con mis familiares se me cortaba la voz porque me daban ganas de llorar y desahogarme, pero no podía por la pena que tenía con ellos. A mis tíos también les pasaba lo mismo, pero igual, siempre trataban de darme ánimos cada vez que hablábamos. Lo más difícil fue saber que todos en mi pueblo ya sabían que yo estaba preso, y peor aún más: que mis “viejitos” lo sabían, y que pensaba lo peor de mí. Ya cuando estaba a punto de terminar mi condena, meses antes me habían avisado que iba a ser deportado a mi país y que sería llevado a Tijuana. Me pidieron que avisara a algún familiar para que fuera por mí, y me advirtieron además que en diez años no debía pisar ese pinche país, y así lo hice, le avisé a mis tíos para que alguien me alcanzará en Tijuana. Llegó el día de irme y me despedí del Gil, mi mejor amigo de la cárcel, el único compañero de celda con el que pude tener una verdadera amistad, él estaba por robo en el condado de San José, y también ya iba a salir. Al principio no quería avisarle a nadie de mi llegada por pena. Pero tuve que hacerlo porque no tenía dinero. Cuando salí de prisión me trasportaron en avión hasta Tijuana. Cuando llegué ahí, cual va siendo mi sorpresa que ya me estaban esperando mis “padres”. Ahora si, ahí estaban, aunque no me lo crean. De regreso para Hidalgo nadie decía nada, sólo que les daba gusto que ya estuviera en México. En el camino nadie pronunció palabra, yo tampoco, yo creo que les daba pena o no sé… En Hidalgo me esperaban mis abuelos. Ellos me recibieron muy bien. No tardé mucho en darme cuenta de que el pueblo entero me catalogaba como delincuente. Me quedé sin amigos porque todos me veían con temor y con mucha desconfianza. No soporté mucho esta situación y me fui a vivir al Distrito Federal. Me fui lejos, donde nadie me conociera y me juzgara. Allá estudie Mecánica Automotriz y seguí trabajando. Ahora ya tengo mi pequeño taller y regresé con mis viejitos. Esa es mi historia, una más de tantas tragedias que pasamos los mexicanos en los Estados Unidos. Ahora soy de la idea de ya no volverme a ir al “gabacho”. Hace unos años por el coraje me quería regresar. Pero ahora que soy más grande, ya lo pienso mejor porque todo esto me pasó por estar chavo, por no saber nada de la vida, porque no tuve consejos de mis padres, y porque uno piensa que es fuerte y que puede con todo, y la verdad no es así. Los años en la cárcel los viví por ignorante, porque si yo hubiera sabido de las leyes de los Estados Unidos nunca me hubiera echado esa bronca. Ahora prefiero matarme aquí, trabajando en mi país, aunque me cueste el doble. Nunca más vuelvo a pisar ese maldito país donde se te humilla, y sólo le levantas la basura a los gringos, donde aceptas los peores y humillantes trabajos, todo con tal de ganar unos dólares. 3) Adelita Nací en 1976 en un pueblo cercano a la Ciudad de México. Yo tengo tres hermanos y una hermana. De todos ellos yo soy la segunda hija. Allá en mi pueblo vivía con mis papás y mis hermanos. Nosotros éramos muy pobres, por eso desde niños ayudábamos a trabajar para la manutención de la casa. Mi hermano mayor y yo laborábamos en el campo cortando fríjol o cosechando maíz. En el campo, las jornadas de trabajo eran muy duras, porque uno tenía que caminar dos horas para llegar al terreno de cultivo. En ese tiempo nos pagaban a 10 pesos por día. Siempre nos llevábamos la comida y la consumíamos sin calentar. El final de la jornada era a las 5 de la tarde. De regreso a casa, otra vez debíamos caminar 2 horas. Luego ayudábamos a mi mamá a traer la masa para las tortillas y el agua para comer. Como éramos muchos hermanos, mi madre tuvo que trabajar vendiendo pan y ropa. Yo la acompañaba en ocasiones y caminábamos como 5 horas a otro pueblo a donde iba a vender. Con esta actividad nos sacó adelante A mis hermanos y a mí. Por esos años, como no teníamos vecinos ni familia cerca con quien encargarnos, mi madre cargaba con todos cuando iba por la mercancía. Todo era un tormento porque como éramos chicos retardábamos a mamá porque nos cansábamos. Ya que regresábamos a casa le ayudábamos a acomodar todo. En el rancho no había descanso ni los sábados ni los domingos, es decir, todos los días del año trabajábamos. Cuando cumplí 11 años terminé la primaria. Debido a que en mi pueblo no había Secundaria mis padres me mandaron a México a estudiar. Mis papás decidieron que me fuera con una de mis tías. Al principio me trataron bien. Mi tía vivía con su esposo y con sus cuatro hijos. La casa era pequeña. Todos dormíamos en un mismo cuarto. Mis tíos me advirtieron que tenía que trabajar antes de pensar en estudiar. Yo acepté con tal de seguir estudiando. Antes de irme a la escuela yo tenía que ir al molino, hacer tortillas, barrer y trapear. Por eso tenía que levantarme muy temprano para que me diera tiempo de hacer todo. Al paso del tiempo me pidieron que también diera gasto porque no alcanzaba el dinero, y que si no entonces no tenía derecho a comer. Así que entré a trabajar a un taller de costura sin saber hacer nada, pero poco a poco fui aprendiendo. A los pocos meses de haber llegado a México se vino uno de mis hermanos conmigo. Los dos nos acomodamos y trabajábamos para dar el gasto, sólo así nos dejaron estudiar los tíos. Por este motivo nos costaba mucho trabajo sacar adelante la escuela. Pero, debido a que el dinero no alcanzaba decidimos buscar un trabajo donde nos pagaran un poco más. Un buen día dimos con una señora ya mayor. Ella era la única que se preocupaba un poco por ofrecernos un “taco”. Nos invitaba de comer o nos daba un vaso de agua. Yo siempre le agradecía porque había veces que no comíamos, todo con tal de llegar a tiempo a la escuela. Recuerdo que en aquella época no había tiempo para nada. Siempre había hambre. En algunas ocasiones vivíamos de la caridad, porque la gente al darse cuenta de nuestra necesidad nos ayudaba. Mientras tanto, en la casa de mi tía las cosas cada vez se ponían peor, porque en su casa sólo trabajábamos mi tía, mi hermano y yo. Su esposo dejó de laborar, creo yo que para eso contaba con nosotros. Él decía que nunca le pagaban, tal vez debido a que siempre hacía mal su trabajo. Con mucho esfuerzo al terminar la secundaria mi papá dice que tengo que seguir estudiando. Para esto, me manda al Estado de México con unos amigos suyos. Ellos sólo me ofrecieron el hospedaje. Lo que no me gustó es que estaba lejos de mi casa y que vivía con una familia muy grande, eran como de 12 personas en total. Estaba el matrimonio con hijos, nueras y yernos. A mí me tocaba dormir en la sala. Ahí trabajaba más que cuando estaba con mi tía. Además, en esta casa me encargaba de cuidar a una niña como de tres de años. Le lavaba la ropa, le daba de comer y la bañaba. A las pocas semanas de haber llegado con esa familia me metí a estudiar enfermería. Así estuve como 3 meses, pero me puse a pensar ¡qué necesidad tengo yo de estar viviendo con los amigos de mi papá, en estarles lavando y planchando su ropa, para que ni siquiera se preocupen por mí! El día se me iba en estudiar, en cuidar a la niña, hacer las tareas escolares, lavar y planchar la ropa. Por eso no me daba tiempo de nada. Desesperada por esta situación decidí irme de esa casa sin avisar a nadie porque ya había tenido muchos problemas por estar viviendo ahí. En tal disposición, tomé mi mochila con la poca ropa que tenía y me puse a buscar casa. Un señor me rentó un pequeño cuarto. Así me metí a vivir con mi pura mochila de ropa ¡no tenía nada! En un principio con lo que me sobraba de dinero compraba unos cuantos muebles. La mayor parte de mi sueldo lo dedicaba a pagar la renta y mi comida. Después se vino a vivir conmigo mi hermana porque le fue mal en su matrimonio. Entre las dos cooperábamos para la renta juntas. Al paso de unos meses, vino su esposo y se la llevó de regreso a su casa. En ese tiempo de estar sola comienzo a salir con el que ahora es mi esposo. Él siempre me buscaba desde cuando comencé a vivir con mi tía. Después lo veía a escondidas. Al principio no quería salir con él porque yo no lo conocía. Cuando cumplí 17 años, mi novio me propuso que me fuera a vivir con él y su familia al otro extremo de la ciudad, pero yo no quise porque me había acostumbrado a mi casa y a mi trabajo. Entonces yo le propuse que era mejor que él se viniera a vivir conmigo. Quince días después ya vivíamos juntos. Él era albañil, pero yo hablé con mi patrón y le enseñé el oficio de la costura en la maquila de ropa. Duramos con ese patrón como un año, pero ya no nos convenía porque nos pagaba muy barato y nosotros teníamos que pagar renta. Por eso decidimos buscar trabajo en otro lado. Por esos años abren una fábrica de ropa, donde según la gente decía pagaban mejor que en otros talleres. Al entrar a trabajar ahí, ya nos fue un poco mejor. Dos años después de casados me embaracé de mi primer hijo. Esa fue una gran noticia, que luego se trasformó en preocupación porque las carencias económicas se iban a incrementar. Cuando nació tuvimos que pagarle a alguien para que me cuidara a mi hijo de lunes a viernes mientras yo trabajaba. Como los gastos cada vez eran mayores, nos decidimos a comprar un pequeño terreno para construir nuestra propia casa. Para esto tuvimos que vender varios aparatos como la televisión, radio y un pequeño comedor. El terreno era de 10 por 10 metros, pero ya por lo menos teníamos algo, y ya no pagábamos renta, porque como pudimos edificamos poco a poco dos cuartitos. Debido a que nuestra situación económica no era muy buena, uno de mis hermanos invitó a mi esposo a que se fuera a trabajar a los Estados Unidos. Según él, allá la gente gana mucho más que en México. Con muchos sacrificios juntamos el dinero para que llegara a la Frontera. Él se fue enseguida que conseguimos el dinero, pero es hasta después de un mes que tuve noticias suyas. Por teléfono me explicó que perdió el avión de México a la Frontera y tuvo que volver a comprar su boleto. Por ese motivo se quedó sin dinero y no pudo avisar de inmediato cuando ya había pasado a los Estados Unidos. Mi esposo llegó a los Ángeles (California) con mi hermano y algunos conocidos. Yo me quedé viviendo con mi pequeño hijo, y desde acá también trataba de ayudarle con el trabajo en la costura. Él dice que entró a trabajar en la maquila de ropa en los Ángeles. Tres años estuvo allá sin ningún resultado. Siempre que hablábamos, le reprochaba que en esos años lejos de mí no había podido hacer nada, pues no teníamos nada, aparte él solo me mandaba 1000 o 700 pesos por mes. En tal situación, sin consultarlo con él tomé la decisión de irme a Estados Unidos a trabajar para que entre los dos todo fuera más fácil y rápido. En México me mataba cosiendo hasta las doce o la una de la mañana. Aquí sentía que trabajaba mucho y no veía que ganara lo justo. En Casa, dejé a mi mamá que cuidara a mi hijo. Apenas tenía cuatro años. Yo sufría por él. Me puse a pensar que me tendría que ir lejos y quién sabe por cuánto tiempo. En el camino lloraba por mi pequeño. A todas horas yo me acordaba de él. Me ponía a pensar si había hecho lo correcto, me decía: —¿estará bien dejar a mi hijo o estaré loca al haberlo dejado solo? Después de un largo viaje por fin llegué a los Ángeles (California). Mi esposo fue a recogerme en cuanto llegué. Tuvimos que vivir como con 12 paisanos en un pequeño departamento. Todos eran desconocidos para mí. Por ese motivo me parecía que eran muy hostiles conmigo. Desde un principio, la encargada del departamento me trató muy mal. Me dijo que todo se pagaba, que nada era gratis. Yo me puse a “chillar”, y le dije a mi esposo ¡No sé qué “chingados” hago aquí! Allá en México tenía mi casa y mi trabajo y sobre todo a mi hijo. En el Norte me sentía muy decepcionada, por eso el segundo día le dije a mi esposo que me llevara a ver si conseguía trabajo con sus patrones “Los Chinos”. Por supuesto que me dieron trabajo. El horario fue de las 7 de la mañana a las 6 de la tarde por 10 dólares al día. Nunca dimensioné el miserable salario, pues, cuando llega el fin de semana me sorprendí que me entregaron sólo 60 dólares. Entonces, me enojé muchísimo. Le dije a mi esposo que era muy poco lo que pagaban, Ahí conocí la explicación de por qué él no había podido hacer nada. En ese momento pensé en regresarme a México porque allá ganaba 1, 200 pesos a la semana, y sin estar pagando renta. Pero mi esposo me interpeló de inmediato: —si insististe en venir, ahora te “chingas”. En la siguiente semana me puse a buscar trabajo por mi propia cuenta. Recorro la ciudad a pie y a quién encuentro que parece mexicano le pregunté si sabe de un lugar donde me pueden dar empleo. En tal disposición me encontré a un Guatemalteco que me recomendó con sus patrones de origen coreano. Éstos me pusieron a prueba. Al principio me costó un poco adaptarme a las maquinas, pero al final pude hacer todas lo que me recomendaron. En la primera semana de trabajo gané 280 dólares. Aún así no estaba satisfecha, agradecí por el trabajo y me despedí, pues en ese momento estaba segura que me regresaba a México, porque yo estaba decepcionada de los Estados Unidos, según yo ganaba mejor. Ni modo, creo que allá no valoran nuestro trabajo, sino al contrario, uno sólo regala su tiempo. Ese mismo día llamé a un hermano que estaba en Oregon para avisarle que me regresaba a México. Él no estuvo de acuerdo y me invitó a que me fuera con él. A su vez, me anticipó que sólo podía recibirme a mí, porque en el lugar donde vivía no podía meter a más de una persona. Después de pensarlo un poco me decidí a reunirme con él. Para esto, mi esposo me compró el boleto. Todos los paisanos con los que vivíamos y él mismo se cansaron de decirme que no viajara porque me podría agarrar migración. Pero a mí eso no me importaba, lo que yo quería era irme de ese lugar, y hasta era mejor porque ya me quería regresar a mi país. En Oregon empecé a trabajar en la costura. Era una fábrica que hacía ropa para animales. De lunes a viernes cubría el horario de 5 de la mañana a una de la tarde por un salario de 400 dólares. Dos meses después de mi llegada a ese lugar, las personas con las que compartíamos el apartamento se mudaron y sólo nos quedamos mi hermano, su esposa y yo. Con esto dividimos en dos el pago de la renta porque la esposa de mi hermano estaba embarazada y no trabajaba. Así que con toda confianza invité a mi esposo y también le conseguimos trabajo en el mismo lugar. Por mi parte, al ver que salía muy temprano del trabajo, decidí laborar en la limpieza y en la cocina en un Mc Donals, es decir, después del primer trabajo descansaba 2 horas y en el segundo cubría el turno de 4 de la tarde a 11 o en ocasiones hasta las 12 de la noche. En este tiempo yo hubiera aguantado lo que fuera cumpliendo en los dos trabajos. Pero vinieron los sucesos del 11 de septiembre y nos despidieron a todos los migrantes ilegales de la fábrica. Después de esto, mi esposo ahora es el que se quería regresar a México y yo por el contrario me negaba por mi trabajito en el Mc Donals. Así, busqué y busqué hasta que me dieron otro turno en otra sucursal. En una entraba a las 5 de la mañana y salía a la una de la tarde. En la otra cubría el horario de 3 de la tarde a 12 de la noche. También ayudé a mi esposo y entró a trabajar en el Mc Donals, pero igual que, yo consiguió un segundo empleo en un restaurante italiano. Ante esta situación, nuestra relación se deterioró por los conflictos conyugales. Por mi ausencia, mi esposo me reprochaba que sólo pensaba en trabajar y trabajar. Yo siempre le respondía que yo había dejado sólo a mi hijo en México por andar holgazaneando y que para él luchaba, para darle un futuro mejor, y más porque él no pudo con la responsabilidad de mantener a nuestra familia, por eso yo tuve que migrar para ayudarlo. En los dos trabajos duré alrededor de cuatro años. Después decidí dejar uno porque con eso era suficiente para mandar dinero a México. Además, ya estaba muy cansada, pues, regularmente dormía como 4 horas al día. Pero, justo antes de renunciar a un trabajo quedé embarazada de mi primera hija. En ese momento traía ella traía la torta bajo el brazo y que me ascienden a manager. Pero, renuncié al ascenso por mi embarazo. Entonces, los gerentes me dieron la oportunidad de seguir laborando de manera normal: sacaba y preparando la carne, hacía los burritos y despachaba las órdenes de los clientes. En este embarazo siempre me negué a acudir al médico. Pero tuve que ir porque empecé a sentirme mal y a tener sangrados, situación que me asustó y por ese motivo acudía periódicamente al doctor. En el hospital me aconsejaron guardar reposo, pero no hice caso porque mi trabajo no era pesado, por lo que seguí laborando hasta el día que nació mi hija. Pero antes, en una visita al hospital me dijeron que el trabajo de parto me iba a salir en 30, 000 dólares. Al momento estuve a punto de caerme porque era carísimo, pues ¿cuándo íbamos a juntar todo ese dinero? Pero ya después, uno habla con la gente del hospital, le explicas tus ingresos y compruebas lo que estás diciendo. Luego, los del hospital te investigan en tu trabajo, es decir, confirman cuánto ganas, y sobre eso te cobran, pero ya es menos. Cuando tuve a mi hija fue un parto difícil. La verdad entre el dolor y el desmayo sólo me reprochaba que mi hijo estuviera solo en México, sin mí, sin sus papás. Eso me daba mucho coraje en ese instante tan difícil de mi vida. Con las fuerzas que me dio mi hijo ausente por fin nació mi hija. Con el tiempo se me fueron quitando los remordimientos, es decir, me olvidé un poco de que tenía dos hijos separados, y que ambos me necesitaban. Entonces tomé la decisión de enviar más dinero a mi hijo a México. Es ahí cuando uno se pone a pensar que el dinero es lo más importante, porque en la actualidad si no tienes dinero no eres nadie, porque de amor no vas a poder vivir. Los hijos necesitan calzarse, comer y vestirse. Al ratito ellos quieren estudiar y ¿de dónde? Para evitar la depresión posparto a los 40 días regresé a trabajar. Durante mi ausencia mi hija se quedaba al cuidado de su papá o de mi cuñada, quien ya había llegado con nosotros. Tres años más arde me hicieron ganar de nuevo el puesto de manager. Para esto, mis jefes me llevaron a una capacitación donde me enseñan cómo tratar al cliente, cómo debe de ir preparada la comida, qué servicio debes dar, cómo aconsejando al cliente de lo que puede consumir, todo en el objetivo de aumentar el consumo. Esa capacitación duró cuatro días, lo bueno es que aprendí a hablar inglés, y cuando no sabía preguntaba a los que saben hablar mejor o que lo escriben. Para que te den el puesto de manager debes aprobar un examen. Primero te dan un libro muy grande para que te prepares en tres meses. Cuando apruebas el examen te entregan un certificado de manager. Con esto me dejan a mi cargo a 10 personas. Yo era la responsable de manejar el dinero, la computadora, de hacer los depósitos del día, de llevar al corriente la contabilidad. También me encargaba de atender a los clientes, de mover a los carros cuando la gente llevaba su comida. Con el tiempo me hice de varios amigos en el trabajo, es decir, me encontré con buenas personas que me trataron muy bien. Aunque también coincidí con gente mala. Pero como siempre digo, te encuentras de todo. Los años pasaban y crecían más mis deseos de regresar a México, sobre todo para volver a estar con mi hijo. Pero cuando andaba con estos planes, tuve un accidente automovilístico. Durante tres meses estuve con varias lesiones. Pero aun así trabajé medio tiempo. Una vez que me recuperé regresé a mi jornada normal. Por eso mi esposo me dijo que me olvidara de regresar, porque al tener un accidente allá tienes que preocuparte por los gastos de la aseguradora, de la policía, de checar que tus papeles estén bien; entonces, nuevamente me olvidé de volver a casa con mi bebé. Pasó un año más y me decidí a tener otro hijo. Me lo propuse como meta: el último hijo y me regreso a México. Mi esposo —como siempre— estaba en contra de mi voluntad y por supuesto no quería regresar con nosotros. En tal disposición quedé embarazada. Pero, en el trabajo seguí con la misma rutina, pues trabajé hasta el último día de embarazo, en el que llegó a mi vida mi segunda niña. Contra los reproches de mi esposo y el desacuerdo de mis compañeros me regresé a México, principalmente porque necesitaba estar con mi hijo, es decir, era más importante que mis tres hijos estuvieran juntos, pues, mi niño nunca quiso viajar con nosotros a los Estados Unidos, a pesar de que por teléfono se lo pedimos insistentemente, creo que siempre le dio miedo. Yo sabía que al regresar a México me encontraría con mi hijo y con la casa que tanto deseamos mi esposo y yo. Para esto, con la confianza que le teníamos a una entrañable amiga le enviamos dinero para un terreno y para que nos la construyeran. Poco antes de salir confirmábamos con un paisano que nos dijo que ya había visto la “casota” que nos estaban haciendo, y por eso regresé muy confiada. Debido a que ni mi esposo creía en mi regreso a México, yo sola compré los boletos de avión. Por fin llegó el día de la despedida. Con infinita tristeza dejé a mi señor y a todos mis amigos, creía que tal vez nunca más los volvería a ver porque ya estaban muy acostumbrados a vivir en “El Gabacho”. Al llegar a México, la emoción me llevaba a toda prisa para ver a mi hijo y a mis padres. Recuerdo que hasta en la desesperación por llegar rápido con ellos pagué un taxi del aeropuerto a mi casa. Al llegar llamé, pero nadie me abrió; entonces fue que le pedí al señor del taxi que me llevara a casa de mi amiga, porque allá estaban mis papás y mi hijo. Efectivamente, mis papás me esperaban en la esquina de una tienda, y al ver la camioneta del aeropuerto, mi mamá grito desde la esquina: —¡mi hija! Cuanta emoción recuerdo por verlos de nuevo. Ya con las lleves caminamos juntos a mi casa y entramos. El temor de que me hubieran transado el dinero que envié se disipo, con calma me senté en una silla, respiré a fondo y me dije: —valió la pena el esfuerzo, estoy en mi propia casa. Aunque tenía mucho miedo de que mi hijo ya no me quisiera, mi temor siempre fue el no encontrarlo, es decir, que se negara a verme, porque yo pensaba la mejor forma de enseñarle a amarme poco a poco; pensaba muchas cosas. Me preocupaba que me reprochara el haberme ido de su lado. Para esto también ya venía resignada a su rechazo. Si mi niño no quería seguirme y quedarse con su abuelita, con mucha tristeza lo tendría que aceptar y no lo obligaría a estar conmigo. Pero afortunadamente no ha pasado eso, él me recibió bien y está ahora viviendo conmigo. Tres meses después de mi llegada a México, mi esposo también regresó, compramos unas máquinas y ahora aquí trabajamos en la costura. En el tiempo que puedo atiendo nuestro pequeño negocio de verduras y pollo. Personalmente me encargo de administrar nuestro dinero, porque de algo tenemos que vivir. Tal como lo dije antes, afortunadamente mi amiga no nos traicionó, cosa que si han hecho con otros migrantes. Ella en verdad compró el terreno y construyó la casa. Siempre vivía preocupada, y tenía la duda de que la propiedad no estuviera a mi nombre, o que ella se hubiera gastado todo nuestro dinero. Al final de mi experiencia en Estados Unidos, puedo decir que he dejado media vida allá, también creo que sigue persistiendo el sueño americano. Pero, que en ese lugar es muy, muy difícil obtener lo que se deseas, si vas a salir siempre tienes que ir con la mentalidad de trabajar incansablemente para cumplir tus sueños, porque si no es así, lo mejor es quedarse en México. He pensado que no sirve de nada tanto sacrificio, el irse tan lejos a privarte de tantas cosas para que no lo aproveches. No tiene caso apartarse de la familia, por eso siempre hay que pensar en progresar para intentar tener un mejor futuro. Acá, en nuestro país cuesta más trabajo salir adelante, porque los sueldos son muy bajos, y las oportunidades para los que no tenemos dinero ni estudios son muy pocas, por eso gracias a que migré a los Estados Unidos pude ver realizados mis sueños: estar con mi familia, tener una casa y mi propio trabajo. 4) Valentina Nací en 1979 en un pequeño pueblito del norte de Guerrero. En mi familia fuimos siete hermanos. De ellos yo soy la cuarta hija. Mi infancia fue muy tranquila, porque mi papá se dedicaba a la venta de ganado. En fin, no me puedo quejar, nos iba muy bien, pues no faltaba nada en casa. Mis hermanos mayores eran los que ayudaban a mi papá en el rancho, mientras los demás no la pasábamos de juego en juego. Más adelante la vida de nuestra familia cambió drásticamente cuando mi padre nos abandonó a nuestra suerte. Fue un momento de locura, pues decidió dejar a mi madre por irse a vivir con otra mujer. En ese entonces lo vendió todo, hasta nuestra casa. Algunos vecinos dicen que vive en México, y otros de plano, igual que nosotros le perdimos la pista. Así de fácil se olvido de su esposa y de sus hijos —aunque no me lo crean— y nos dejó en la calle sin dinero, sin nada. Ante esta situación todos mis hermanos y yo ya no fuimos a la escuela y todo por ayudar a mamá, todos trabajamos en lo que sea. A los 14 años comencé a trabajar. Según yo ya grande, porque algunas muchachas del pueblo con menos edad ya sabían lo que era ganar un sueldo. Yo no sabía que era eso, pues mi padre nunca nos permitió laborar, porque según él nunca nos faltaría nada. Recuerdo que junto con mi hermana fuimos a buscar trabajo. Pero nadie nos ayudaba porque no sabíamos hacer nada. Entonces, poco a poco fuimos aceptadas para hacer la limpieza de las casas, de eso si había trabajo. Desde un principio a mi me daba mucha pena trabajar de doméstica, pero lo único que podía hacer era aguantarme la vergüenza y ayudar con eso. A mis hermanos les toco hacerla de “chalanes” en la construcción o en la carpintería. Esos fueron los años más difíciles de mi vida. Es ahí donde uno se da cuenta de lo dura que es la realidad, porque en todos lados te apoyan un tiempo, pero después la gente se cansa, y le toca a uno ver como sale adelante por sí mismo. Como a tres años de nuestra tragedia no podíamos ver la “nuestra”; y nada del trabajo que hacíamos valía la pena, por lo que mis hermanos mayores y yo decidimos abandonar el hogar para irnos a trabajar lejos, a un lugar donde nos pagaran más. En este objetivo familiar en mente, dos de mis hermanos se van a probar suerte a los Estados Unidos porque en el pueblo se oían tantas cosas: ¡que si te ibas al Norte uno salía de pobre! que allá de verdad si se gana dinero. Con todos estos chismes —fueran ciertos o no—, dos de mis hermanos decidieron migrar, pero sin mí, aunque yo a diario les rogaba que me llevarán, siempre se negaron. Lo único que me dejaron de consuelo fue que ellos se irían primero y ya que estuvieran bien establecidos mandarían por mí. Desde el momento en que nos despedimos de ellos yo sabía jamás mi familia volvería a estar reunida. Unos meses después decidí irme a Chihuahua con una de mis tías y trabajar en la limpieza de casas, oficinas o atendiendo algún “changarro”, en lo que sea. En este lugar me fue un poco mejor y ganaba más dinero. Pero, lo que no me gustó es que estaba muy lejos de mi madre y de mis hermanos más pequeños. Así que, en menos de un año me regresé al pueblo. Luego, muy rápido me desesperé por la falta de trabajo y ahora me fui a la ciudad de México con una de mis primas. Allá laboramos en una cocina económica y vendiendo lo que podíamos para juntar para renta de un cuarto de vecindad. Esta etapa fue muy difícil porque teníamos que hacer rendir el dinero, entre pagar nuestros gastos, la renta y llevar dinero a mamá. Yo le insistía a mi prima que nos trajéramos a nuestra familia para ahorrar más, pero ella no quería que viviéramos amontonados. Por eso siempre me decía que hablara con mis hermanos, que los convenciera para que nos ayudaran a irnos con ellos. Al principio no me gustaba la idea, porque me puse a pensar que extrañaría mucho a mi familia y que allá no tendría la oportunidad de verlos tan seguido. Ante tanta insistencia y acoso de mi prima, me decidí a pedir ese favor a mis hermanos. Como era de esperarse ellos se negaban, siempre me decían que la vida en el “Gabacho” era muy dura, que no iba aguantar, en fin, me decían de todo. Yo no les hacía caso de lo que me decían, porque lo hacían para persuadirme. Entonces llegó el día en que me dieron la buena noticia de que nos iban ayudar a mi prima y a mí, pero que no nos iríamos solas que nos acompañaría uno de mis primos. A la hora de la despedida con mi madre tuve que mostrarme segura y sin miedo para no preocuparla y para que se quedara más tranquila. Es decir, me hice fuerte aunque el miedo me estaba acabando. Afortunadamente no tuvimos que pasar por el desierto o por el Río Bravo porque mis hermanos nos pasaron por la “Línea”. Así se le llama cuando pasas con visas falsas. Debido a que mis hermanos no nos querían arriesgar pagaron 1,500 dólares por persona. El “Coyote” nos llevó a la Frontera y ahí nos dio las visas con las que abordamos un avión de Tijuana a Arizona. Al bajar, con mucho miedo entregamos los documentos falsos y pasamos sin ningún problema. Recuerdo que, el “Coyote” nos dijo que no nos preocupáramos de nada, que íbamos a pasar fácil y así fue. Nos dejaron pasar y abordamos un taxi que nos llevó a la estación de autobuses y de ahí hasta Carolina del Norte, lugar donde estaban mis hermanos trabajando. Cuando veo a mis hermanos lo primero que hago es llorar de alegría por volverlos a ver, por estar con ellos, igual que yo mis hermanos lloraron y no podíamos contener la emoción, hasta no queríamos dormirnos por estar recordando el rancho, a mi mamá y a mis demás hermanos. Tres días después de mi llegada empiezo a buscar trabajo junto con mi prima. Después de dos días encontramos “chamba” en el área de mantenimiento de un restaurante. Ahí las jornadas eran duras porque habían ocasiones que llegábamos a estar hasta catorce horas sin descanso. Hasta ese momento corroboré la versión de mis hermanos: — la vida en el Norte es muy dura, y más para los que no pertenecen a ese país. En menos de seis meses mi prima decide casarse con un mexicano. Nosotros nunca supimos bien de donde era. Al final ella se fue a vivir con él a Texas. Al irse ella me sentí muy sola. Al principio tenía mucho miedo regresar a trabajar porque mi prima era la única persona a la que yo conocía. Uno de mis hermanos se dio cuenta y habló conmigo. Me pidió que me dedicara hacer mi trabajo, que allá no importa la amistad, ni nada, que en Estados Unidos uno va a trabajar, no hacer amigos. Después de esa charla me convencí que esa era la realidad y me volví más ermitaña, sólo salía a trabajar. Mi vida se hizo aburrida y triste por ese motivo, después de tres años decidí regresar a mi país. Mis hermanos se pusieron muy tristes, pero al final me apoyaron en mi decisión. Con el trabajo de tres años ahorré el suficiente dinero para poder poner una tiendita en mi casa, por eso estaba confiada en que podía valerme por mi misma. Al llegar a mi casa comienzo a invertir en mi negocio; al principio no me iba tan mal, pero después comencé a tener más competencia y ya me las veía negras, pero ya no me preocupaba tanto, porque ya estaba con mi mamá, aparte mis hermanos que estaban en el Norte nos seguían ayudando. Hasta que cumplí 20 años decidí salir a las fiestas con mis primas, porque cuando era más joven a mí me tocó trabajar y nunca hubo tiempo para las fiestas, para los amigos y mucho menos para los novios. En ese entonces yo conocí a Sebastián, el que ahora es mi esposo, era mi vecino. Antes no lo había tratado mucho, porque él desde los 15 años continuamente salía con sus hermanos al trabajo al Norte, es decir, casi no coincidíamos. Pero, en las fiestas de diciembre nos hicimos amigos, novios y tres meses después nos casamos. A pesar del desacuerdo de mamá y de mis hermanos me fui a vivir con Sebastián a la casa de mis suegros. Con el tiempo, mi familia estuvo en paz y comprendió que tenía todo el derecho de hacer mi vida al lado del hombre que yo escogí para ser el padre de mis hijos. Al llegar a mi nuevo hogar, mis suegros, mis cuñadas, toda la familia de mi esposo me trataron muy bien. Pero llega el tiempo en que uno comienza a incomodar porque estábamos de arrimados y no se veía para cuando nos íbamos y más porque me embaracé de Rafael, mi primer hijo. Entonces, el espacio que teníamos era muy pequeño para nuestra familia, por lo que decidimos regresar juntos a Estados Unidos para ahorrar y construir nuestra propia casa. Con esta idea en mente, vimos que era demasiado caro que nos fuéramos como yo lo había hecho, es decir, con papeles falsos. Por eso cruzamos por el desierto, porque por esa vía nos cobraron 2, 500 dólares por la familia completa, porque mi pequeño Rafael también iba con nosotros. Antes, toda mi familia me trataba de convencer de que no fuera a exponer la vida de mi hijo y la mía porque yo en ese entonces tenía tres meses de embarazo de mi hija. Como siempre no le hice caso a nadie y nos arriesgamos. De México nos trasladamos a Sonora. Mi esposo llevaba una mochila grande donde nos llevamos agua, comida y cobijas. Yo sólo me encargaba de cargar a Rafael junto a mi pecho. El primer día que caminamos en el desierto mi hijo se portó muy bien, es decir, no se quejó de nada. Pero al segundo día —como era normal— empezó a llorar por todo. Nosotros tratábamos de tranquilizarlo, porque cada que mi bebé lloraba el “Coyote” nos regañaba y nos advertía que si nos descubría la Migra sería por culpa de mi pequeño; entonces, hasta los demás se enojaron y nos veían con mucho odio. Casi al terminar el segundo día llegamos hasta la camioneta que nos trasportaría hasta Atlanta, y gracias a Dios mi hijo no lloró en todo ese trayecto. Ya en la camioneta sentí que me regresaba el alma al cuerpo, es que ya estábamos en Norteamérica, eso era todo, eso me ponía muy feliz. En todo el camino mi esposo no se cansaba de repetir: —¡lo logramos vieja, por fin llegamos…sanos y salvos! —replicaba— Ves, te dije que no te preocuparas de nada, por fin estamos seguros ¡En ese momento lo único que quería, era llegar a una iglesia y agradecer que estábamos bien, y que también mis hijos lo estaban. Al llegar a Atlanta mis cuñados ya nos estaban esperando. Semanas antes ellos se habían encargado de conseguirnos donde vivir y ya que estábamos con ellos nos llevaron hasta la “traila” que rentaron para nosotros. Estaba equipada con cocina, la cama y un pequeño baño. En cuanto llegamos nos dispusimos a descansar para que al otro día mi esposo fuera a la constructora para pedir trabajo, es decir, teníamos planes de que mi esposo iba a ser el único que trabajaría y que yo me iba a dedicar al hogar. A los tres días mi señor consiguió trabajo de lunes a sábado en el horario de las 5 de la mañana a 6 de la tarde. Por lo que yo me tenía que levantar más temprano para dejarle se “lunch” listo, y me dedicaba a tener la “traila” lo más limpia que se pudiera, para que cuando llegara todo lo encontrara en orden. Lo malo de esta situación es que mi pareja siempre llegaba de mal humor, yo lo entendía porque el capataz era muy duro y exigente con él. Al verlo tan desesperado le propuse que le ayudaba a trabajar en lo que fuera. Con esto me gané que se enojara por varios días y ni siquiera me hablara. Ya no le seguí insistiendo y le obedecía al pie de la letra, hasta incluso no salía de casa porque a él no le gustaba que saliera para nada, es más sólo los domingos salí con mi hijo al parque, a la iglesia y por supuesto hacer las compras de la semana. Así pasaron los meses hasta que llegaron los dolores de parto, lo bueno es que mi marido estaba conmigo. Ese día acababa de llegar de trabajar y le pedía que era mejor que tuviera a mi niña en la “traila”, pues, como estábamos de ilegales en el país nos iban a separar y nos regresarían a México. En todo momento mi esposo trataba de tranquilizarme y me convenció de ir al hospital. Enseguida que llegamos me atendieron sin hacer tantas preguntas. A mi me llevaron al quirófano, mientras mi esposo y mi hijo se quedaban resolviendo los trámites administrativos. A las pocas horas por fin tengo a mi hija. Yo estaba confiada porque a ella la atendían los mejores doctores y yo me quedé una semana más en el hospital, es que, según los médicos yo estaba anémica. Al final de la semana estaba angustiada pues no sabía cuánto nos iban a cobrar. Según mi esposo no le cobraron nada, pues, el parto y mi hospitalización salieron gratis. Hay que reconocer que nos dieron la mejor atención, lo que más me llenaba de orgullo es que ahora mi hija ya era una americana más. En el hospital me recomendaron regresar cada semana para que a mi hija le administraran sus vacunas. En los cuatro años que vivimos en Estados Unidos pude visitar a mis hermanos que se encontraban en Carolina del Norte. De este modo agradezco a Dios que conocí a sus esposas e hijos. A ellos ya los encontré todos unos hombres de familia y ni pensar en regresar a México, es que ya estaban muy acostumbrados a la vida de los “Gringos”. En estos años mi esposo se encargó mandar dinero a mis suegros para que nos compraran un terreno y poder construir nuestra casa. Con muchos sacrificios lo logramos y al momento en que supimos que la casa estaba terminada decidimos regresarnos. Nosotros siempre estuvimos conscientes que Estados Unidos no era nuestro país y decidimos volver. Creo que mi mamá me enseñó bien que debemos de respetar lo que es de los demás y reconocer cuando no se nos ve con buenos ojos. Allá no es nuestro país y eso se nota porque no compartimos las mismas creencias y costumbres. A pesar de la difícil economía de nuestro país, aquí es a donde pertenecemos. Aunque debo reconocer que es un país muy bonito, con una excelente atención médica y con una mejor economía. Ahora que regresamos con nuestras familias, que tenemos casa, que en el pueblo mis hijos ya pueden salir con libertad a la calle y que puedo ver todos los días a mi viejita soy inmensamente feliz. Me duele sí, y hay que reconocerlo que no pueda ver a mis hermanos y a su familia. Pero ni modo, no se puede tener todo. Ahora ya estamos en México desde hace algunos años mi esposo se dedica a la construcción. A mí me toca hacerme cargo de la casa y juntos estamos al pendiente de nuestros hijos. Figura 1: Cruzando la Frontera México-Estados Unidos, 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 2: El final del camino: Altar (Sonora), 2008. FUENTE: Grisel Hernández Cano. Figura 3: Aquí empieza la verdadera Frontera: El desierto del Sásabe (Sonora), 2008. Fuente: Grisel Hernández Cano. Figura 4: Carlos Casas, migrante con documentos sale a la pesca a Alaska en dos periodos anuales de menos de tres meses cada uno. En este periodo, trae a casa alrededor de 300, 000 pesos, producto del trabajo internacional. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 5: Los mexicanos llevan consigo prácticas económicas inusuales a los Estados Unidos, tales como los negocios ambulantes. FUENTE: Karina Pizarro Hernández Figura 6: Inmigrantes mexicanos recientes que duermen fuera de la vivienda de sus familiares y conocidos en Phoenix (Arizona), pues no tienen derecho de dormir dentro hasta que trabajen y paguen la parte de la renta que les corresponde, 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 7: En la calle Broadway (NY), a una cuadra de la casa de bolsa y de la zona cero, una familia mexicana tiene un negocio de elotes asados, 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 8: La Florida (Hidalgo, México) parece ser el único lugar del país donde existe un monumento al dólar, motivo de adoración colectiva en las festividades del mes de diciembre, cuando los trabajadores regresan a casa, 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 9: Publicidad que intenta sensibilizar a la población para que sea más tolerante con los inmigrantes, Costa Rica, 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 10: Pollos trabajando con pollos. Ilustración bajada del internet, que ejemplifica la situación de explotación de los mexicanos en las granjas de pollos en los Estados Unidos. Figura 11: Los migrantes internos se desplazan de entidades deprimidas como Chiapas, Oaxaca y Guerrero a los campos de agricultura intensiva en Morelos, Hidalgo, Guanajuato, Veracruz, Sinaloa, Sonora y Baja California, aprovechando la mano de obra infantil debido a la vergonzosa desigualdad, pues estas personas no hablan español, ni los niños van a la escuela. Ahí está un latigazo de dolor en el corte de ejote, usando para este fin una bolsa de plástico de desecho. Ni siquiera dotan a los niños con el material apropiado para la recolección. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 12: La pobreza es la eterna compañera de los hijos de migrantes en Mixquiahuala (Hidalgo). FUENTE: Yesenia García Nájera. Figura 13: Talismán. La Frontera Sur entre México y Guatemala, 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 14: Agente migratorio mexicano vigila que no haya cruces ilegales de centroamericanos en Ciudad Hidalgo (Chiapas), 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 15: Trabajadores de origen centroamericano que en el 2009 reciben un salario promedio de 100 pesos diarios como choferes de trasporte en motociclo en Ciudad Hidalgo (Chiapas), 2008. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 16: Abuela que le celebró la fiesta de tres años en México a su nieta. Al fin pudo conocerla en una semana de estancia, porque terminado este lapso, la niña regresó con papá y mamá a los Estados Unidos. Los familiares en México tienen que ver a sus descendientes en lapsos mayores a diez años. Con mucha suerte, la abuela verá nuevamente a la pequeña en la fiesta de quince años y tal vez hasta su boda. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 17: Los habitantes del campo cotidianamente acuden a la ciudad a vender sus productos y a adquirir artículos de consumo básico. FUENTE: Tomás Serrano Avilés. Figura 18: En la práctica del futbol los regionalismos son dominantes. En las canchas y en las tiendas de deportes abundan los uniformes de los equipos mexicanos. En otros torneos de futbol en los Estados Unidos como en el Bronx (NY), los equipos están organizados por la nacionalidad de origen, y las batallas se desarrollan con mucha rivalidad. FUENTE: Karina Pizarro Hernández. Figura 19: Desde Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala, hombres y mujeres de distintas edades, sin dinero para viajar, han fincado en el tren de carga mexicano su esperanza de llegar a los Estados Unidos. A su paso por algunos lugares los apedrean o como ellos mismos dicen — les aplican la mexicana—. En otras partes les ayudan lanzándoles botellas de agua. FUENTE: María Félix Quezada Ramírez. Índice Prólogo /5 La frontera /7 ¡Fierro! ¡fierro! /10 Las remesas de la sangre /14 Los migrantes de la pobreza /20 El sueño americano /23 La migración pendular /26 El injusto retorno /29 Los niños abandonados /33 La demolición de la familia /37 La familia dividida /40 Migración y Sexualidad /44 Cambio de religión /49 Las fiestas del Otro Lado /52 El tráfico de indocumentados /54 Los transmigrantes /59 La Mara Salvatrucha /64 Las muertas de Juárez /67 Las Marías /71 Los trabajadores agrícolas temporales /75 La identidad /77 La identidad en el Otro Lado /81 Los Chicanos, ni de aquí ni de allá /83 Los Alien /86 La migración internacional en el cine /88 La migración y los corridos /92 Con el equipo de mis amores /95 Juventud y Migración /99 El final del camino /101 CUATRO SEMBLANZAS /106 1) Don Gilberto /107 2) Don Simón /119 3) Lina /133 4) Valentina /153 El libro está terminado. Hemos cumplido con nuestra encomienda y podemos respirar tranquilos. Aquí se ilustra la realidad de la migración mexicana, vista desde el lugar de origen. La interpretación se basó en la observación, la entrevista, el análisis de las noticias y de la literatura. Ahora creemos que ya no es necesario que los mexicanos continúen migrando a los Estados Unidos. Ellos serán los últimos en darse cuenta que ya no tienen nada que hacer allá. La información recopilada de los migrantes, indirectamente la han legado a todos los interesados en el tema. La esperanza que tenemos ahora es que nuestra interpretación y el sentimiento también emigren y lleguen a las manos de los mexicanos que tienen que ver con este tipo de movilidad, tanto los que se encuentran en el Otro Lado como los que viven en México.