LECTURA 2: FINALIDAD DE LA CIENCIA POLÍTICA. La delimitación del objeto de una ciencia no comprende solamente la tarea de determinar el campo de los fenómenos que estudia, sino también la de precisar con qué finalidad lo hace. La mera observación de los fenómenos sociales a los que calificamos como políticos es algo que cualquiera puede hacer, pero si se pretende conocerlos, aparece como exigencia la necesidad de sistematizarlos, clasificarlos, explicarlos y, a la postre, la de juzgarlos. Según nuestro criterio sigue siendo válido el punto de vista de Herman Heller, cuando dice que "la Ciencia Política sólo puede tener la función de ciencia si se admite que es capaz de ofrecemos una descripción, interpretación y crítica de los fenómenos políticos que sean verdaderas y obligatorias". Así, la Ciencia Política tiene como función específica, en primer término, describir los fenómenos de que se ocupa. Esta descripción permite definir el contorno de dichos fenómenos, estimar sus peculiaridades, clasificarlos según ellas, compararlos para determinar sus similitudes y diferencias, dar cuenta de la frecuencia con que se presentan y señalar las relaciones que puedan existir entre ellos. En un segundo nivel, nuestra ciencia trata de interpretar, o sea, dar una explicación de los fenómenos descritos. Esta función tiende a buscar los por qué de los hechos que se estudian. Así, el resultado descriptivo nos permite establecer que en algunos países operan varios partidos, mientras que en otros sólo lo hacen dos y en otros más, solamente uno, y tal conclusión nos lleva a preguntamos: ¿por qué ocurre esto?, ¿cuáles son las razones que explican dichas diferencias? La explicación de estas cuestiones requiere la elaboración de teorías, esto es, un procesamiento intelectual que proponga, racionalmente, un esclarecimiento de las relaciones entre los fenómenos. Fisichella sostiene que por Ciencia Política se entiende el estudio de los fenómenos políticos con el método de la ciencia empírica y el criterio constitutivo del conocimiento científico sobre una base empírica es el de la concordancia con los hechos. Las explicaciones teóricas deben corroborarse, por tanto, en la realidad práctica. En principio, una teoría universal se verifica empíricamente: "si, y sólo si, todos los hechos en el tiempo y en el espacio al cual se refiere dicha teoría han sido observados y han confirmado el discurso teórico". Karl Popper hace notar que resulta imposible confirmar la validez de una teoría absolutamente en todos los casos y por ello no se puede exigir de un sistema científico que sea capaz de corroborarse en sentido positivo de manera absoluta, pero sí que su forma lógica permita ponerlo en evidencia por medio de controles empíricos en sentido negativo. Esto quiere decir que debe poderse confutar a través de la experiencia; de este modo, la distinción entre la ciencia y lo que no lo es radica en la posibilidad de demostrar la falsedad de un sistema teórico más que en su verificabilidad. Por esa razón es posible comprender el carácter progresivo del pensamiento científico. "Desde la óptica popperiana el aumento del conocimiento científico se realiza en virtud del repetido derribamiento de las teorías y su sustitución por otras teorías más satisfactorias". En consecuencia, pueden existir distintos grados de universalidad, entendida ésta no con un carácter absoluto y cerrado, sino expansivo y dinámico. Una teoría puede dar cuenta de cierto número de fenómenos y corroborarse satisfactoriamente, de modo que su aplicación se considera universal hasta que se descubren fenómenos que no se adaptan al criterio teórico original y requieren otra explicación. Así, por ejemplo, la teoría geocéntrica permitía explicar la aparición regular del Sol, de la Luna y otros astros y hacer previsiones razonables que se corroboraban en los hechos, pero su refutación permite acumular un nuevo conocimiento y un grado mayor de universalidad; por ello, los enunciados científicos al elaborar teorías explicativas deben formularse de manera condicional con expresiones como: si... entonces... Es decir, si se presentan las condiciones A y B, entonces es probable que ocurra el evento C. Finalmente, en un tercer plano se encuentra la función de enjuiciar o criticar los fenómenos. Esta tarea ha sido muy discutida, pues se considera que tratándose de un procedimiento valorativo, no corresponde, en rigor, a la Ciencia Política que debe limitarse a dar cuenta de los hechos sin someterlos a un juicio de valor. Esto constituye uno de los problemas más complejos en cuanto a la determinación del objeto científico de nuestro estudio. La corriente que excluye la función crítica de la Ciencia Política parte de la base de que para que el conocimiento sea objetivo debe despojarse de toda pretensión que implique una toma de posición frente a las cuestiones estudiadas, pues el científico correría el riesgo de anteponer sus juicios sobre la realidad política, y los resultados de su trabajo, aunque podrían servir para la actividad práctica, no tendrían validez científica. En consecuencia, se afirma, la Ciencia Política debe ocuparse de lo que es sin preocuparse de si debe ser así o no, dejando esta actividad para los filósofos de la política. Por otro lado, los partidarios de que la ciencia que estudiamos aporte puntos de vista críticos respecto a la realidad, parte de la base de que el investigador es también un miembro de la sociedad, sujeto a sus influjos; de que forma parte del mismo objeto que estudia y, como todo ser humano, dispone de una escala valorativa de la que no puede sustraerse, que necesariamente influirá en su labor, restándole, así sea inconscientemente, la objetividad deseada. Por lo tanto, señala esta corriente, es preferible que queden claras las posiciones valorativas del científico (para poder ubicar su criterio, que condiciona los resultados intelectuales que nos presenta) a que sus tendencias permanezcan ocultas, aunque de cualquier manera la influencia de ellas está presente en su trabajo científico. Por otro lado, se arguye que la ciencia debe tener una aplicación práctica y no ser un ejercicio intelectual estéril y que, en tal virtud, es deber del científico proponer las aplicaciones prácticas de sus conocimientos que permitan mejorar la vida comunitaria. Esta disputa, como tantas otras en nuestra materia, refleja nuevamente su naturaleza polémica, derivada de la esencia misma de la política como actividad humana. Es innegable que el estudioso de la política no está fuera de la sociedad, y que forma parte del mismo objeto que pretende conocer; que ha sido sometido a los procedimientos de cultura y socialización, y que no puede ser ajeno a sus influencias, de las cuales se derivan ideas y juicios formados muchas veces desde la infancia, que condicionan su tarea científica. La sola actitud frente al objeto de estudio ya entraña una posición política. Cuando se dice, por ejemplo, que el científico no debe preocuparse por el deber ser, ya se está asumiendo una función valorativa sobre su papel en la sociedad. De este modo, podemos afirmar que la extensión de la Ciencia Política está determinada por la decisión del estudioso y el grado de involucramiento con las cuestiones prácticas al que desee llegar. A partir de este punto de vista podemos identificar cuáles son los grados de actividad en la Ciencia Política, según la profundización de la propia conducta del científico en los fenómenos que atraen su atención. Uno primero consiste en la observación y constatación de hechos que ocurren en la vida política, de los cuales hace una ordenación y recuento, para después presentar sus resultados. Sería el caso de las encuestas de opinión o el análisis de ciertas conductas y pautas electorales, esto es, en qué sentido votan los individuos pertenecientes a ciertos grupos sociales o los habitantes de determinadas regiones. Este primer nivel se asemeja al de un técnico de laboratorio que a partir de ciertos conocimientos y técnicas observa los hechos y nos da un resultado cuantitativo. La forma de trabajar que hemos descrito caracterizó a la politología estadounidense desde fines de la década de 1920 hasta principios de la de 1950 y es el enfoque que se conoce como behaviorismo (del inglés behavior: proceder, conducta, modo de portarse) o conductismo. En segundo lugar encontramos la teorización, que intenta explicar los fenómenos observados sin realizar ningún juicio valorativo. Busca relacionar los fenómenos mostrándonos sus causas, sus orígenes o sus interacciones recíprocas. Friedrich distingue tres clases de teorías: las morfológicas, las genéticas y las operativas. Las morfológicas nos muestran una estructura y la manera como están relacionados sus elementos; tal es el caso de la teoría acerca de las formas de gobierno. Las genéticas intentan explicar el origen de los fenómenos; de este tipo son, por ejemplo, las que se refieren a la génesis del Estado o de los partidos políticos. Las teorías operativas, que nosotros llamaríamos funcionales, buscan hacernos comprender cómo funciona; de esta naturaleza son las teorías que explican, por ejemplo, la acción de los grupos de presión, o la teoría marxista, que relaciona el modo de producción material de una sociedad con la conformación de la misma. La teorización ha estado presente en toda la historia del pensamiento político, pero en muchas ocasiones se han intercalado recomendaciones dirigidas al intento de alcanzar una mejor existencia comunitaria; de ahí que en muchos casos se haya pretendido desacreditar la teoría, considerándola sólo como un prejuicio del que se partía para proponer un orden distinto del existente o para convalidar éste. La función crítica ha sido también una preocupación permanente de quienes han reflexionado acerca de la realidad política. Ella constituye los grados tercero y cuarto de la acción científica a la que venimos refiriéndonos. En el tercer escalón colocamos la crítica teórica, que consiste en elaborar juicios o formular recomendaciones prácticas a partir de las relaciones entre los hechos. Si bien supone una reflexión valorativa, ésta se hace en función de la eficacia, es decir, se juzga si una acción determinada es eficaz para obtener el resultado buscado a la luz del conocimiento de los fenómenos. De este tipo son las recomendaciones que Maquiavelo hacía a los gobernantes de su tiempo, las cuales se fundaban en sus observaciones acerca de la naturaleza humana tal y como él la veía, sin estimar si tal naturaleza correspondía o no a un ideal moral, y a partir de dichas observaciones señalaba cómo debería comportarse el gobernante para lograr mantener y acrecentar su poder. De manera semejante, Marx, partiendo de sus observaciones de la sociedad, indicaba las acciones que debería seguir el proletariado para consumar la toma del poder al que estaba predestinado por la mecánica misma de la vida social. En cuarto lugar aparece lo que podríamos llamar la crítica ética, que constituye un ejercicio filosófico que se ubica en la valoración de la vida política de acuerdo con el enfoque del bien y el mal. Ella ha sido materia de análisis desde la antigüedad; Platón ya planteaba el problema de la vida buena para la comunidad; Santo Tomás hacía del bien común el fin supremo de la vida colectiva; Tomás Moro en su Utopía planteaba las características de una sociedad perfecta, y el propio Marx veía en la superación de los antagonismos de clase, la consagración del ideal societario. La mayoría de los autores asignan esta tarea crítico-ética a la filosofía política, pero a nuestro juicio sólo es una parte de ella, pues únicamente se refiere a los valores morales colectivos. En realidad, la filosofía política también tiene como función detectar y establecer otras dicotomías valorativas, que se presentan en los demás niveles a los que venimos haciendo alusión: utilidad o inutilidad, etcétera. La labor crítico-ética se ve matizada por una mayor dimensión filosófica; sin embargo, la filosofía referida a la política también tiene que ocuparse en su reflexión, de los otros grados de conocimiento científico de la acción política. Todos los grados de la Ciencia Política presuponen una labor científica y cada vocación orientada hacia estas cuestiones se ve en la necesidad de ubicarse en relación con tales grados, ya sea escogiendo uno solo de ellos o, como lo han hecho muchos autores, abarcando una gama variada de los mismos y a veces comprendiéndolos todos.