13 14 intermezzo 13 14 intermezzo TEATRO REAL / TEMPORADA 2013 - 2014 / número 26 13 14 1963 - 2013 Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid C/ Mayor, 6 - 4º Dcha. 28013 Madrid T. 91 521 57 59 - [email protected] www.amigosoperamadrid.es TEATRO REAL / TEMPORADA 2013 - 2014 1 INTERMEZZO es una publicación de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid Editor: Alfredo Flórez Coordinación editorial: Julio Cano Redacción: Fernando Fraga, Enrique Martínez Miura, José Luis Téllez, Luis Suñén, Blas Matamoro, Laia Falcón, Santiago Salaverri, Miguel Ángel González Barrio, Gabriel Menéndez Torrellas, Rafael Banús y Andrés Ruiz Tarazona. Diseño, maquetación e imágenes: Equipo Kapta La Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid, no necesariamente comparte el contenido de los artículos publicados en esta revista, ya que son responsabilidad exclusiva de sus autores. Información: [email protected] Secretaria: [email protected] Editor: [email protected] Sugerencias: [email protected] Noticias: [email protected] Depósito Legal: M-26359-2005 © de los artículos: los autores 2 Presentación Siguiendo la pauta que ya hace años establecimos, nuevamente comparece Intermezzo con el carácter extraordinario que a su número de verano damos. Así, una vez más, ofrecemos un conjunto de artículos dedicados a las obras programadas por el TEATRO REAL para la siguiente temporada, en ese caso la 2013-2014. En nombre de la Junta Directiva de la AAOM quiero agradecer el esfuerzo de los autores de esos artículos, de los editores de nuestra Revista y de la Oficina de la Asociación para que la publicación sea un hecho y su puesta a disposición de sus lectores tenga lugar con antelación suficiente al comienzo de la nueva temporada. refiero (recientemente se ha mencionado en la última circular distribuida a nuestros asociados), el papel que ha desempeñado la AAOM para que volviese a programarse de manera habitual ópera en Madrid tras el cierre del Real (producido el 5 de abril de 1925, con Miguel Fleta en la Bohème); bueno será, sin embargo, recordar que, breves incursiones asistemáticas excluidas –destaquemos entre ellas las del Maestro Mendoza Lassalle-, no volvió a existir una “temporada” operística en nuestra ciudad hasta 1964, iniciada el 10 de mayo de dicho año en el Teatro de la Zarzuela con Tosca (habríamos de aguardar todavía hasta el 12 de octubre de 1997 para que el Teatro Real abriese sus puertas para aquello a lo que estaba destinado, la ópera). Cumpliendo el deseo de los editores, generoso como siempre, escribo estas líneas introductorias. Mi intención esta vez es referirme a nuestra ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA ÓPERA DE MADRID atendiendo a las fechas en que nos encontramos. Porque son unas fechas singulares, dotadas de un simbolismo que va mucho más allá de la mera cantidad de años a las que se refieren. En efecto, nuestra Asociación cumple cincuenta años; eso, cuantitativamente, ya es notable, pero esta connotación es, desde mi punto de vista, insuficiente para percibir su significado. No voy a insistir en algo a lo que con frecuencia me Por cierto, mencionar al Teatro de la Zarzuela es tanto como referirnos al recinto gracias 3 esto último es fundamental (si no, no habríamos creado y mantenido la Asociación), pero no nos agotamos en eso. al cual pudieron nuestros deseos plasmarse en realidades concretas; los aficionados a la lírica no deberíamos nunca olvidar su contribución tanto a la ópera como a nuestra zarzuela, contribución que tanto ha hecho y sigue haciendo para el Arte, con mayúsculas. Muchos somos los que recordamos los tiempos en los que Verdi, Puccini, Donizetti, Wagner, Mozart y tantos otros volvieron a estar presentes en Madrid; y no menos los que disfrutamos en el pasado y seguimos haciéndolo en el presente de la tradicional zarzuela, mantenida con entusiasmo por el Teatro de la calle de Jovellanos. Y reitero que sin la AAOM es más que dudoso que el “lapso” 1925-1964 no se hubiese prolongado y que el intervalo 1964-1997 no se hubiese cerrado. Esos son los hechos y a ellos me remito. Gracias a nuestros asociados contribuimos al desarrollo de programas pedagógicos, a la formación –mediante la concesión de ayudas, las becas “Ángel Vegas”- de jóvenes cantantes, a la difusión de la ópera en diversos ambientes (colegios, Universidades, medios de comunicación, grandes públicos…), a la organización de conferencias sobre las obras programadas (durante algún tiempo impartidas en el propio Real), a la publicación de Intermezzo y, sin duda modestamente, al mantenimiento del Teatro, cooperando (desinteresada- Pero no es cuestión ahora de hablar del pasado (que, en determinada medida, es aún presente). Quiero llamar la atención sobre nuestra AAOM en su función actual. Sin duda ya no es fundamental su existencia para disponer de “abonos” (aunque, también sin duda, es muy útil para resolver problemas que afectan a los asociados que, a la vez, son abonados al Real, sin causar a éste perjuicios de naturaleza alguna). ¿Por qué, entonces, seguimos disponiendo de una Asociación de Amigos de la Ópera?. Sencillamente, porque siempre (ahora también) hemos entendido que podemos prestar un servicio a la lírica –es decir, al Arte, a la Cultura- que va más lejos de la asistencia a unas representaciones determinadas (asistencia que lo que pretende es proporcionarnos satisfacción a cada uno de nosotros). Claro que 4 mente en los aspectos materiales) al desarrollo de las visitas guiadas, a través del esfuerzo y dedicación de un buen número de nuestros miembros (permítaseme subrayar la alegría que nos produce el conocimiento de los resultados que al Teatro reportan esas visitas). emblemático momento de manera acorde con las circunstancias por las que nuestra sociedad atraviesa, pero con la ilusión que continúa suscitándonos este fascinante aspecto del Arte. Nos gustaría llevar al ánimo de cada uno de nuestros socios, de cada uno de quienes leen Intermezzo, que son ellos, Vds., quienes son los autores, los impulsores, de esta partitura, aún “inacabada”, destinada a seguir apoyando a la ópera. Todo ello me lleva a expresar a nuestros socios mi convicción de que debemos ser conscientes de la tarea que, gracias a ellos, a su pertenencia a la Asociación, a su atención a lo que ésta realiza, a su apoyo a lo que representa, viene llevándose a cabo. ¿Es mejorable esta tarea? Desde luego, si la Asociación dispone de los medios adecuados; y no me refiero sólo a los materiales –fundamentales, ciertamente- sino también a los “intangibles”, plasmados en la cooperación de nuestros socios para lograr los objetivos que en cada momento se señalen (por ejemplo, en la reunión anual de nuestra Asamblea General). Nuestra vocación permanente es la de la “amistad” (de ahí nuestra denominación), que ejercemos día a día, desde hace cincuenta años, con la ópera, y hacia el Teatro Real, desde mucho antes que éste recuperase su noble función; y tal relación de afecto alcanza también a quienes, allí donde se encuentren, compartan con nosotros la afición que nos une. Amistad, por otra parte, plenamente compatible con las legítimas opiniones que cada uno posea sobre cada obra y sus intérpretes, coadyuvantes, etc., y que claramente se manifiesta en que la AAOM –no podría ser de otra manera- siempre ha respetado la concepción y criterios artísticos de quienes deciden, ejecutan, representan, programan, etc., las obras que presenciamos. Manuel López Cachero Presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid Confiamos en poder ofrecer un digno testimonio de nuestra vida cuando cumplimos cincuenta años. Trataremos de conmemorar tan 5 intermezzo 3 presentación / Manuel López Cachero 19 il barbiere di siviglia 21 Argumento / Fernando Fraga 27 El arte de la alegría. Construcción musical y literaria de los personajes de “El barbero de Sevilla”, de Gioacchino Rossini y Cesare Sterbini / Laia Falcón 37 die eroberung von mexico 39 La conquista de Méjico / Elaboración propia (diversas fuentes) 45 the indian queen 47 Argumento / Fernando Fraga 49 La Fama y la envidia, Música y teatro en The Indian Queen / Enrique Martínez Miura 59 l’elisir d’amore 61 Argumento / Fernando Fraga 65 Tristán e Isolda en la aldea / Luis Suñén 75 tristan und isolde 77 Argumento / Rafael Banús 79 Isolda y Tristán en busca de la diosa / Blas Matamoro 87 brokeback mountain 89 Brokeback Mountaino / Elaboración propia (diversas fuentes) 6 verano 2013 número 26 97 alceste 99 Argumento / Fernando Fraga 101 107 Noble sencillez y serena grandeza / José Luis Téllez lohengrin 109 Argumento / Fernando Fraga 113 Lohengrin o la segunda crisis / Miguel Ángel González Barrio 123 les contes d’hoffmann 125 Argumento / Fernando Fraga 129 Les contes d’Hoffmann. Un torso musical sobre el arte y el deseo / Gabriel Menéndez Torrellas 135 orphée et eurydice 137 Argumento / Fernando Fraga 139 Gluck el reformista Orfeo y Eurídice / Andrés Ruiz Tarazona 149 151 153 dido and aeneas Dido y Eneas / Elaboración propia (diversas fuentes) i vespri siciliani 155 Argumento / Fernando Fraga 159 Las vísperas sicilianas / Santiago Salaverri 7 8 CUMPLIMOS 50 AÑOS Somos más de 4.000 personas que amamos y disfrutamos con la ópera en Madrid Si te gusta la ópera, ven con nosotros 9 10 La revista digital de opera internacional www.operaworld.es www.facebook.com/operaworld @operaworld_esp 11 12 La confianza se gana con la calidad Una empresa sólo es verdaderamente competitiva cuando ha conseguido la confianza de sus clientes. Las certificaciones de son las más reconocidas, porque apoyan el esfuerzo de las organizaciones que trabajan para ser cada vez mejores, abordando con calidad su compromiso en ámbitos como el medio ambiente, la seguridad o la oferta de productos y servicios fiables. estarás viendo a una empresa o institución Cada vez que veas una etiqueta de que responde cien por cien a tu confianza. : 902 102 201 - [email protected] - www.aenor.es 13 Brasil - Bulgaria - Chile - Ecuador - El Salvador - Italia - Marruecos México - Perú - Polonia - Portugal - República Dominicana 14 15 16 17 18 Il barbiere di Siviglia Gioachino Rossini (1792-1868) 19 Il barbiere di siviglia Gioachino Rossini (1792-1868) PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL, EN COPRODUCCIÓN CON EL TEATRO SÁO CARLOS DE LISBOA. Director musical: Tomas Hanus Director de escena: Emilio Sagi Escenógrafo: Llorenç Corbella Figurinista: Renata Schussheim Iluminador: Eduardo Bravo Coreógrafa: Nuria Castejón Director del coro: Andrés Máspero El conde de Almaviva: Dmitry Korchak (14, 17, 19, 21, 23, 25) Edgardo Rocha (15, 18, 22, 26) Bartolo: Bruno de Simone (14, 17, 19, 21, 23, 25) José Fardilha (15, 18, 22, 26) Rosina: Serena Malfi (14, 17, 19, 21, 23, 25) Ana Durlovski (15, 18, 22, 26) Figaro: Mario Cassi (14, 17, 19 21, 23, 25) Franco Vassalo (15, 18, 22, 26) Don Basilio: Dmitry Ulyanov (14, 17, 19, 21, 23) Carlo Lepore (15, 18, 22, 25, 26) Fiorello: Isaac Galán Berta: Susana Cordón Ambrogio: Eduardo Carranza Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo y Orquesta Sinfónica de Madrid) 14, 15, 17, 18, 19, 21, 22, 23, 25, 26 de septiembre de 2013 20:00 horas; domingos, 18:00 horas 20 Argumento El barbero de Sevilla (Ossia L’inutile precauzione) La acción tiene lugar en Sevilla en algún momento del siglo XVIII. Fernando Fraga nó su señor el conde Almaviva. Este se ha enamorado de Rosina cuando casualmente se la encontró paseando por Madrid y, acuciado por tanta pasión, la ha seguido a la capital andaluza con la intención de conquistar a la que cree hija de aquel gruñón y poco amistoso médico. El acceso a la muchacha se demuestra problemático por el férreo control que sobre ella mantiene el doctor. Almaviva entona una Acto I Tras la popular obertura, se levanta el telón en una recoleta calle donde se alza la casa del doctor Bartolo, tutor de la joven y bella Rosina. Fiorello ha reunido a un grupo de músicos tal como le orde- 21 Figaro, que tiene libre acceso a la casa de Bartolo, animado por una importante recompensa a cambio, se compromete a facilitar los amores de la pareja. Propone su primera avanzadilla: Almaviva se presentará en casa de don Bartolo como un soldado pidiendo alojamiento tal como las ordenanzas permiten al ejército de paso por la ciudad. Aún más, se fingirá borracho para dar mayor verosimilitud al disfraz (N. º 4. Dúo de Almaviva y Figaro All’idea di quel metallo). serenata para llamar la atención de la muchacha, pero del interior de la casa no aparece ninguna señal favorecedora (N.º 1. Introducción con cavatina del conde Ecco ridente in cielo). La decepción de Almaviva se desvanece cuando casualmente pasa por el lugar el barbero Figaro, antaño su servidor de confianza, quien aparece jovial y desenvuelto cantando (y contando) sus excelencias como el mejor “factótum de la ciudad” (N.º 2. Cavatina de Figaro Largo al factótum). En el interior de la casa de don Bartolo, Rosina escribe una carta al admirador Lindoro. Debe de estar bien alerta porque su tutor conoce la llegada a la ciudad del pretendiente madrileño, un tal conde Almaviva, y está dispuesto a impedir cualquier posible acercamiento. Pero Rosina, dócil y obediente hasta que la saquen de sus casillas, sabrá sacar sus armas femeninas que son bien eficaces (N. º 5. Cavatina de Rosina Una voce poco fa). Almaviva y Figaro se reconocen y de inmediato el primero es informado por el segundo de la verdadera situación de Rosina: la joven es la pupila de Bartolo quien pretende desposarla para hacerse con su fortuna. Figaro se pone rápidamente al servicio del antiguo amo para ayudarle a conseguir sus propósitos. De momento ha de identificarse ante Rosina y exponerle sus intenciones. Almaviva sigue su consejo con una canción donde, diciéndose llamar Lindoro sin mucho oficio ni beneficio, para que la joven le quiera de verdad sin dejarse deslumbrar por su auténtica e ilustre condición social (N.º 3. Canción del conde Se il mio nome). Al escuchar la voz del conde, Rosina consigue acercarse a la ventana y arrojar un papelito en el que expresa su situación al mismo tiempo que su dicha por sentirse admirada. Don Basilio, el maestro de música de Rosina, aconseja a don Bartolo que la mejor forma de desprestigiar al conde Almaviva, obligándolo a dejar definitivamente la ciudad, es inventarse una calumnia que le desprestigie completamente (N.º 6. Aria de don Basilio La calunnia). Aunque Bartolo prefiere seguir un sistema propio, el consejo del hipócrita amigo no cae en saco roto. Figaro se encuentra con Rosina. Hablan del admirador callejero: la muchacha debe de abrirse a sus pretensiones y escribirle unas notitas que reflejen tal apertura sentimental. El barbero se asombra de la sagacidad de la joven; esa nota ya está escrita y dispuesta a ser depositada en manos Sale de casa don Bartolo decidido a arreglar su boda con la pupila y dejando a esta bien custodiada por Berta, la gobernanta, y el resto de los criados. 22 23 de su destinatario (N.º 7. Dúo de Rosina y Figaro Dunque io son…). Acto II De nuevo en el interior de la casa de don Bartolo, este se muestra muy preocupado por los acontecimientos anteriores hasta el punto de estar convencido que, detrás de ellos, puede hallarse el conde Almaviva. De pronto entra el mismo Almaviva, melífluo hasta la náusea, disfrazado ahora de profesor de música, alegando que viene a darle la clase a Rosina en sustitución de don Basilio que está enfermo (N.º 10. Duetto Almaviva y don Bartolo Pace e gioia sia con voi). Rosina, feliz, vuelve a reconocer de inmediato a Lindoro. Don Bartolo que vigila con lupa los movimientos de su pupila descubre los dedos de esta manchados de tinta. La joven se las ve y desea para dar una explicación convincente a un Bartolo que se considera demasiado astuto para ser engañado (N.º 8. Aria de don Bartolo A un dottor della mia sorte). Berta hace entrar a un soldado que viene un tanto borracho proclamando el derecho de hospitalidad que los civiles han de guardar al regimiento de paso por la ciudad. Rosina reconoce al instante a Lindoro, pero este le hace callar mientras pone en sus manos una notita escrita. Maniobra que al instante descubre el irritadísimo Bartolo. Pero Rosina acierta a sustituirla por la lista de la colada. Se inicia la lección de música (N.º 11. Aria de Rosina Contro un cor), con alguna interrupción por parte de Bartolo que desdeña las composiciones más modernas porque no están tan inspiradas como las que se cantaban en su época juvenil (N.º 12 Arietta de don Bartolo Quando mi sei vicina). Pero don Bartolo está exento de acoger a cualquier soldado y exhibe tal documento que rápidamente es roto por el cada vez más borracho y molesto visitante. Reaparece oportunamente Figaro convocado por el escándalo que ha traspasado las mismas paredes de la casa, llegada que no hace más que redoblar la confusión. Hasta tal punto que llama la atención de la fuerza pública la cual, al mando de un oficial, se dispone a apresar al soldado acusado de allanamiento por un cada vez más alterado Bartolo. Pero Almaviva da a conocer, sin que los demás presentes se adviertan de ello, su verdadera identidad a quien intenta prenderle. El oficial se cuadra ante él, ante el asombro de todos, en especial de don Bartolo (N.º 9. Final primero Ehi di casa… buona gente…). Figaro llega dispuesto a ejercitar su oficio con don Bartolo. Con su proverbial astucia logra hacerse con la llave que cierra la celosía del balcón y, en un momento que se ausenta don Bartolo, Rosina y Lindoro se ponen de acuerdo para fugarse esa misma noche. En el momento menos esperado hace su entrada don Basilio poniendo en peligro la presencia del disfrazado Almaviva. El conde actúa rápidamente, poniendo en manos del auténtico maestro de música una bolsa con dinero, mientras Figaro por su parte también colabora en solucionar tan complicada situación. Finalmente don Basilio se va convencido, igual que don Bartolo, 24 25 que tiene fiebre escarlatina (n.º 13. Quinteto de Rosina, Almaviva, Figaro, don Basilio y don Bartolo Don Basilio!.. Cosa veggo!). ante la insistencia de Figaro de que el tiempo apremia y deben salir de allí cuanto antes (N.º 16. Terceto de Rosina, Almaviva y Figaro Ah!, qual colpo inaspettato!). Se reanuda la lección y Figaro le rasura la barba a su cliente. Cuando intentan huir por el balcón comprueban que la escalera ha sido retirada. Están perdidos. En esto aparece don Basilio y el notario. El conde toma al instante una iniciativa: con recompensa mediante, convence a los recién llegados de que le casen con Rosina, contrato que se firma sin problemas. Don Bartolo se encuentra con esta irreversible situación, cuando acude con la guardia encargada de detener a los intrusos. Almaviva descubre su noble identidad (N.º 17. Recitativo acompañado Il conte, che mai sento!) y tras una buena bronca a la mezquina conducta de don Bartolo (N.º 18. Aria de Almaviva Cessa di più resistere), el viejo tutor acaba por unirse a la alegría de todos al renunciar aquél en su favor a la dote de Rosina. El entusiasmo de la pareja despierta las sospechas de don Bartolo. En una distracción de Figaro, el tutor descubre el tinglado obligando a Almaviva a poner pies en polvorosa. Ha llegado el momento en que don Bartolo ha de tomar una decisión rápida. Encarga a un criado que vaya a casa de don Basilio con el ruego de que acuda de inmediato con un notario para que redacte el contrato matrimonial que selle su unión con Rosina. Además, con extrema malicia, calumnia a Lindoro como si fuera un cómplice de Almaviva para burlarse de sus sentimientos, por lo consiguiendo que, desilusionada Rosina, acceda a casarse con él. Berta comenta la conducta de su amo y los últimos acontecimientos vividos en la mansión. Ella misma, como don Bartolo, también se siente capaz de sentir ese escozor, ese tormento, ese estímulo que procura el amor (N.º 14. Aria de Berta Il vecchiotto cerca moglie). Como reflejo de lo que está sucediendo, estalla una tormenta que rápidamente se calma (N.º 15. Temporal). Provistos de una escalera Almaviva y Figaro entran por el balcón, pero Rosina llena de ira echa en cara a Lindoro su conducta. Cuando el joven le dice que Lindoro y Almaviva son la misma persona, la muchacha, feliz, se tranquiliza. La pareja se intercambia palabras de amor 26 El arte de la alegría Construcción musical y literaria de los personajes de “El barbero de Sevilla”, de Gioacchino Rossini y Cesare Sterbini Laia Falcón Justo cuando el ruido y la angustia parecerían estar ganándonos la partida, aparece un barbero y dice que no. Que él tiene un plan y que, aún en el último segundo, sabrá cómo arreglarlo todo. Sonríe, canta y baila en perfecta complicidad con la orquesta y son tantas su seguridad y su frescura que hasta el más sombrío quedará convencido: el noble arte del salirse con la suya tiene un nuevo héroe por las calles de Sevilla. reunir tal colección de tormentas, ensoñaciones e himnos, que cien años contados se hicieron pocos y sus tabiques reales tuvieron que extenderse más allá de los estrictos lindes del almanaque notarial: empezó un poco antes de 1800, ya con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y el colosal clamor de la Revolución Francesa; y terminó un poco después de 1900, probablemente con el estallido de esa atroz pesadilla llamada Primera Guerra Mundial, donde el planeta comprobó con estupor que ya no se reconocía en ningún espejo. Entre estas fronteras, el XIX tejió un monumental telar de días terribles y días gloriosos, asombrado ante la implacable determinación con que la Historia reinventaba palabras y exigía derechos, crujiendo hasta su último cimiento por los huracanes imperialistas, las selvas industriales, los prodigios de la ciencia y la reivindicación de naciones ancestrales que, por vez primera, podían estrenar nombre y bandera. En medio de tales tempestades también el arte cambió de rango: dejó las humildes estancias donde había vivido en siglos anteriores como siervo palaciego y pasó a instalarse en los más venerados altares, aplaudi- Secreto número 1: el siglo XIX también quiere reír El valor del prodigioso despliegue de agilidades, carcajadas cantarinas y juerguistas pasos de baile que tapiza cada rincón de esta ópera –desde la primera nota de su obertura hasta el último redoble de despedida- cobra un sentido completo cuando se compara con ese otro denso universo de gravedad con el que debía compartir foso y camerino. El siglo XIX fue un agitado tiempo de conquistas y barricadas, de lucidez y desesperación, donde –haciendo recuento- apenas pareció quedar un solo domingo tranquilo entre el ciclón y ciclón. Su intenso espíritu quiso 27 que el mundo cambiaba también gracias a ellasla ópera atravesó intensas corrientes de solemnidad y conmoción. Vivió marmóreos retornos a la Roma imperial del último Neoclasicismo, se sumergió después en oleadas románticas, plagadas de poetas suicidas, damas vueltas locas y castillos encantados, y vibró también con vigorosos impulsos patrios, vengadores de orgullos robados y fronteras descosidas… el drama, las lágrimas y la revolución alcanzaron en los escenarios del XIX tales cimas de euforia, que muchas fueron las tardes en que los cronistas hubieron de regresar a casa entre encendidas batallas y abrumados despliegues policiales, anotando en sus cuadernos los pormenores de aquellas apoteósicas funciones operísticas que, con sus tramas y personajes, se convertían en el detonador de históricos alzamientos sociales sin vuelta atrás. do hasta el desmayo con honores antes sólo reservados a los dioses, los reyes y algún héroe de guerra. Fue en este apasionado mundo donde la Ópera se consagró como una de las principales instituciones de encuentro y representación: un arte imprescindible, testigo -y también autor- de los nuevos tiempos, con el estatus suficiente como empezar ya a denunciar tragedias cercanas incluso desde el drama, superando aquel férreo tabú que, en siglos anteriores, sólo permitía a la comedia el tratamiento de aspectos contemporáneos. Con cada nueva década, la Ópera se consagraba así como un espacio donde abordar cuestiones urgentes e importantes, esenciales para un público cada vez más variado, numeroso y atento. Además, la iluminación por gas -llegada ya a todas las grandes ciudades- permitía asombrosos cambios en el mundo escénico: la sala podía jugar ahora con más variadas intensidades de luz, haciendo que la representación lograra envolverse en un asombroso halo de solemnidad y detalle, muy distinto a aquel festivo ajetreo de conversaciones, paseos y refrigerios en que transcurrían las funciones operísticas del siglo XVIII. Las melodías procedentes de la ópera se convirtieron así en prioritario centro de atención y, más que nunca, en patrimonio cotidiano de sus conciudadanos. Tal era su estela, que una multitud de arreglos para voces caseras, bandas militares, organillos o cajitas de música se apresuró a incorporar las oberturas, las arias y los coros a la vida exterior, en millones de hogares, cafés y plazas a lo alto y ancho del mapa. Casi era cuestión de supervivencia que, en semejante capítulo de tornados, se reforzara el arte de la comedia: ese balsámico oficio del paréntesis y la ironía -encargado de abrir ventanas y quitar hierro-, donde un hombre llamado Gioacchino Rossini irrumpió de entre los cortinajes teatrales con la elegancia y la astucia del más experto nigromante. Como su avispado y encantador barbero sevillano, Rossini supo hacerse con un desbordante manejo del pragmatismo, reuniendo lo mejor de la tradición y de la frescura en un humeante taller, repleto de fórmulas de éxito y constante reciclaje de materiales de efecto comprobado. Trabajó en una especie de fábrica bien engrasada, donde su amplio inventario de destrezas cómicas daría vida a una asombrosa lista de brillantes óperas bufas, un burbujeante En consonancia con todas las expresiones artísticas del siglo –militantes convencidas de 28 29 repertorio de bromas, ingenios y juegos vocales donde El barbero de Sevilla ocuparía siempre el trono principal. Obra extraordinariamente amada, esta versión rossiniana de la pieza teatral de Beaumarchais pasaría pronto a instalarse en el corazón del público como un catálogo de cabecera acerca de lo que -para muchas almas del planetauna ópera cómica debía ser y conseguir. Los cantantes seguían perfeccionando el hipnótico arte de sus ancestros, haciendo acopio de nuevos secretos técnicos para conseguir sonidos más aterciopelados, homogéneos y veloces. En buena medida eran los jefes últimos de ceremonia y –como en los más osados tiempos del Barrocovolvían a tener carta blanca para incorporar recursos de cosecha propia con los que añadir fasto vocal a sus actuaciones. Es importante, para entender el espíritu musical de esta obra, recordar hasta qué punto se esperaba de los solistas líricos que ornamentasen sus melodías con guirnaldas y alardes personales. Porque lo que los distinguía como grandes artistas y como reclamo para los teatros era, sin duda, su virtuosismo vocal, en los lujosos equipajes con que los cantantes viajaban por el mundo entero seguía habiendo permiso y espacio para las llamadas “arias de baúl”: todo gran intérprete seleccionaba sus fragmentos de especial lucimiento, llevándolos consigo en sus giras a fin de plantarlos en mitad de cualquier ópera (igual daba la obra que estuviese programada aquella noche) y garantizarse así los aplausos y bravos de rigor. Secreto número dos: nada es tan importante como cantar Es toda una declaración de intenciones que los autores de esta obra decidiesen que su maravilloso barbero nos saludara cantando. Las primeras palabras de Fígaro en este libreto –“laranlarera, laranlará”- no simulan que el nuevo héroe habla: en perfecta consonancia a las preferencias de la profesión lírica del momento, Rossini y Sterbini escogieron presentárnoslo, literalmente, como alguien que, antes de ninguna otra opción, hace música con su voz. En la ópera italiana de principios del XIX, esa necesidad permanente de novedad y abundancia se guió siempre en función de un requisito prioritario –el lucimiento del canto- que el público amaba por encima de cualquier otro ingrediente: las obras programadas debían recrearse en ricos catálogos de líneas suntuosas, agilidades imposibles y un éxtasis rendido a aquellos sonidos considerados como extraordinarios por el modo en que se adentraban en los confines de lo agudo, lo grave, lo fuerte o lo suave. Aquel bel canto iniciado siglos atrás vivía así tiempos de bonanza, ante una cultura lírica que se reconocía enamorada de la voz en su faz más instrumental y arrebatadora. Es en este escenario de arrebato belcantista donde Rossini –sonriente y atento a todo- apareció con la elegancia con que un genio sale de su lámpara. Todos los compases de esta partitura nos demuestran el modo en que este compositor, como un Mozart de nuevo cuño, hizo diana desde una perfecta alianza entre los estudios de la tradición anterior y el cuidado a los nuevos públicos, teniendo bien presente lo importante que el lucimiento de la voz era para la ópera de su tiempo. Hijo de un trompetista y una cantante, 30 Tanto sus vivaces comedias como sus conmovedores “melodramas heroicos” hacían gala de una gran soltura a la hora de disponer las piezas del puzzle operístico, de un brillo encantador para la orquestación y el juego rítmico y, sobre todo, de una capacidad embriagadora para conocer y sacar partido a la voz humana. Antes de estrenar El barbero de Sevilla, no había necesitado muchos intentos para meterse a Italia entera en el bolsillo: en 1810, con dieciocho años, estrenó su primera ópera y en 1813 –y ya con diez estrenos en su estantería-, cautivó a todo el que se puso por delante con Tancredi, un melodrama histórico de asombrosa madurez desde niño fue forjando una invencible intuición musical a partir del estudio de los maestros neoclásicos, con Mozart y Haydn como brújula. Tanto esmero puso en comprender y hacer suyos el oficio y la magia de sus predecesores que, con la minuciosa labor de un coleccionista enamorado, terminó confeccionando un brillante recetario de patrones y caminos certeros –una especie de colección millonaria de caballos ganadores- con los que sentó las bases estructurales de la ópera romántica italiana: así se articula una obertura, aquí se coloca una escena de conjunto, de este modo se desarrolla un aria y de este otro se preparan buenos contrastes… 31 emocional y vertiginosas melodías vocales que lo lanzó internacionalmente como el gran autor de su tiempo. diversiones que, en verdad parecen, provistos por la generosidad de un rey mago que además es padre. En apenas dos décadas de producción escribió cerca de cuarenta óperas, inmerso en un frenético torbellino de encargos y solicitudes (¡Rossini por aquí, Rossini por allá!) que el genio de Pésaro cumplía siempre a punto. De todas ellas El barbero de Sevilla sería la que robaría el corazón del planeta, convirtiéndose en una de las joyas del repertorio compartido, siempre aclamada y aplaudida de generación en generación. Como sucedió y sucederá con muchos de los mejores compositores, parte de esta capacidad para escribir tantos papeles prodigiosos procedía en Rossini de una atenta escucha y respuesta a las posibilidades y sugerencias de mujeres y hombres asombrosos pero reales: cantantes extraordinarios, con voces extraordinarias y actitud extraordinaria, que tenían mucho que aportar al destino de la familia operística y de la escritura vocal. Así sucedió cuando Rossini fue contratado por el teatro San Carlo de Nápoles y, ante una de las mejores compañías líricas que la Historia había escuchado jamás, su asombrosa paleta de hermosura y desafíos se multiplicó aún por mil. Allí conoció a una cantante irrepetible, la madrileña Isabel Colbrán, capaz de amoldar sus mil tesituras de diosa a casi cualquier personaje femenino que el autor pudiese imaginar. Parte de su arrollador éxito descansaba en la brillantez con que la partitura daba alas al arte del canto a partir de una asombrosa paleta de registros expresivos, acrobacias pirotécnicas, contrastes de colores y, en fin, oportunidades de lucir las más portentosas cualidades de sensibilidad vocal. Si barítonos del mundo entero agradecen emocionados a Rossini el haberles escrito el personaje de Fígaro –tan ágil e hipnótico como soñar uno pueda-, también otras voces encontraron en el compositor de Pésaro a un aliado de valor irremplazable. Sin duda, las tesituras de mezzosoprano y tenor ligero de agilidad hallaron en su producción –y en esta obra en particular- uno de los mejores repertorios imaginables: siguiendo los retratos vocales de Rosina y Lindoro –la joven pareja de enamorados que protagoniza esta historia junto al encantador Fígaro-, encontramos en Rossini a uno de los compositores que mejor ha entendido y amado estos dos tipos de voz, con un cofre inagotable de retos, bellezas, matices y Y también allí se encontró frente a frente con el arte de uno de los más brillantes intérpretes y maestros vocales de todos los tiempos, el tenor sevillano Manuel García, primero en dar voz al personaje del conde Almaviva en su Barbero de Sevilla. Cantante ya consagrado en París, compositor, director y empresario, García fundaría junto a la soprano Joaquina Briones –su esposa- la más radiante estirpe de intérpretes y pedagogos del canto europeo romántico, una dinastía abrumadora que se prolongó en las décadas siguientes a través de la voz de sus tres hijos: el barítono Manuel Vicente García 32 –inventor del laringoscopio y autor de uno de quedó artista de raigambre que no se hubiese enamorado de alguna de ellas. los tratados de bel canto más seguidos del XIX-, y las espectaculares María Malibrán y Pauline Secreto número tres: no hay encargo que no pueda atenderse Viardot-García, que en aquellos años napolitanos eran casi unas niñas pero que con el tiempo se convertirían en artistas cautivadoras y de bri- Resulta magistral el modo en que esta ópera retrata también otro rasgo esencial de la lírica italiana de comienzos del XIX: el frenético ajetreo de producción en que el oficio parecía vivir en permanente insomnio, en un constante llante inteligencia, dueñas de una técnica interpretativa que haría temblar a Europa hasta tales extremos que, releyendo en los diarios de la intelectualidad, hubo un tiempo en que no 33 península vecina de una fiebre de cambios de gobierno que, entre otras cosas, traían consigo urgentes renovaciones urbanas, imperiosas inauguraciones de edificios emblemáticos y apremiantes aperturas de instituciones que dejasen bien claro –una vez más- el inicio de los tiempos modernos. Con el pasar de las décadas, fue floreciendo una jungla de lugares donde producir y escuchar ópera, atravesando el mapa de Norte a Sur con sus relucientes carteleras y sus imprescindibles estrenos. Incluso algunas de las grandes ciudades que ya habían recibido al cambio de siglo sabiéndose dueñas de una o dos salas importantes heredadas de la época anterior, asistieron en pocos años a una prodigiosa multiplicación de estos lugares, llegando a contar entre sus calles con cinco, diez, quince o –como en el caso de Milán- hasta veinte teatros con actividad lírica. Como no existía todavía un sentimiento longevo del repertorio (en la elección hecha por empresarios y público, la mayor parte de las obras se mantenían con vida en el capítulo generacional que va de padres a hijos, pero no mucho más), tamaña proliferación de teatros vino de la mano de un encendido impulso a la producción de obras nuevas: una fértil variedad de piezas frescas con que llenar todas esas salas y tardes ahora disponibles. torbellino de encargos, prisas y repiqueteos que puede escucharse desde el primerísimo compás de El barbero de Sevilla y en cada uno de sus finales de acto. Durante veinte años Rossini logró la extraña proeza de vivir instalado en la cresta de la ola (de nuevo: ¡Rossini por aquí, Rossini por allá!), con una escritura rápida y práctica que parecía manar de una fuente agradecida. “Dadme la lista de la compra”, bromeaba entre encargos y montañas de papel pautado, “y la convertiré en música”. Fue un proceso de continuo desarrollo y reciclaje de materiales ya usados, que llenó el mundo de complicidad y humor sabio, serpentinas de ornamento maduro y un célebre y contagioso arte de la stretta, esa progresiva aceleración musical reservada para los finales gloriosos que consistía en conducir los conjuntos de cierre hacia apoteósicos fuegos artificiales desde el irresistible encanto del poco a poco: cantantes y orquesta iban primero de puntillas y bien despacio –como para no despertar a nadie- pero ganando gramos de potencia y rapidez en cada compás, hasta terminar estallando con el desenfreno escandaloso con que una banda de niños contentos podría brincar a sus anchas en un campo de colchonetas sin ley y tambores sin dueño. La lírica italiana cantó a su siglo XIX azuzada por los temblores y martillazos de un agitado zafarrancho de teatros nuevos, que parecían salir de la tierra –con sus nuevas compañías, sus nuevas temporadas y sus nuevos públicosbajo el influjo de una extraña buena cosecha. La influencia francesa había contagiado a esta Como en consonancia con este incansable laboratorio de encargos y estrenos, mil caminos en esta ópera parecen confluir en un común canto al noble arte del pragmatismo: de plantarle cara a la dificultad, la prisa y la angustia con soluciones rápidas, eficaces y diver34 tidas. La propia obertura, tan amada hoy como incuestionable emblema de tan famosa ópera, terminó recogiéndose de otra obra que Rossini ya había estrenado y todo en la célebre aria de presentación del barbero Fígaro “Largo al factotum de la citá!” (“¡Abran paso al factótum de la ciudad!”) parece retratar esa vitalidad imparable con que el propio compositor se comía entonces el mundo, gracias a una habilidad que dominó a la perfección: atender al público pasase lo que pasase, desde la firme convicción de que, por mucho que la clientela y los encargos parecieran desbordar la tienda, el barbero –y Rossini- encontrarían el modo de dejarlos a todos contentos. escupitajo de insulto advenedizo y acudieron al estreno con todos los chiflidos y abucheos de boicot que pudieron llevar de casa. Pusieron de verdad todo su empeño para que el estreno fuese un fracaso y de hecho aquella noche pudieron volver satisfechos a sus hogares, con la cálida sensación del deber cumplido: la función fue un desastre y ellos lograron respirar tranquilos, quitarse la armadura y devolver todos los sapos y culebras a las peceras de origen, brindando por la victoria de su compositor verdadero. Sin embargo, basta escuchar los primeros compases del aria con que Rossini presenta a Fígaro –ese burbujeante entusiasmo de risa, energía y amor por la vida, traído por las cuerdas y las trompas antes aún de que el barítono más encantador y ágil venga a saludarnospara adivinar que, con pocos días, su versión terminó siendo una fiesta sin fin: a una plaza de la Sevilla del siglo XVIII, llega el barbero y, cantando su contagiosa cadena de “laranlalera” y “laranlalá”, celebra la enorme dicha de quien ama su trabajo por encima de todas las cosas y tiene la suerte de saberse el más requerido (¡Fígaro por aquí, Fígaro por allá!) para ocuparse de todo lo que haga falta. En este tesoro del siglo XIX –una de las arias más cantadas, tarareadas, silbadas, bailadas y, en fin, celebradas, de la Historia de la Ópera- el compositor rescató al ya longevo personaje teatral de Fígaro que Beaumarchais estrenara en la Francia prerrevolucionaria y se atrevió a dar su propia versión de El barbero de Sevilla (1816). El gesto no sólo encerraba un devoto homenaje a Mozart –que había adaptado a Beaumarchais y a su encantador barbero en el capítulo de Las bodas de Fígaro- sino que también fue visto como una osadía estremecedora: la elección remitía además al gran Paisiello que, años antes, había adaptado la misma obra en 1782, alcanzando una de las cimas más abrumadoras de la lírica europea. El problema no era que el clamoroso éxito de tal precedente operístico pudiese suponer un difícil examen para el joven Rossini, sino que los seguidores de Paisiello interpretaron la intromisión como un Demostrado el éxito del nuevo genio, la partitura se convirtió en la bandera de la ópera bufa moderna y muchas tardes respondió Rossini cuando la gente, al verlo entrar en un café o una trattoria, rompía a aplaudir rogándole hasta la victoria que por favor, por favor, les cantase el aria del factótum. Definitivamente, la fórmula funcionaba. 35 36 Die Eroberung von Mexico Wolfgang Rihm (1952) 37 die eroberung von mexico Wolfgang Rihm (1952) NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL. Director musical: Alejo Pérez Director de escena: Pierre Audi Escenógrafo: Alexander Polzin Figurinista: Wojciech Dziedzic Iluminador: Urs Schönebaum Vídeo: Claudia Rohrmoser Dramaturgo: Klaus Bertisch Director del coro: Andrés Máspero Nadja Michael Ausrine Stundyte* Cortez: Georg Nigl Holger Falk* Soprano: Carole Stein Mezzosoprano: Katarina Bradic Primer actor: Stephan Rehm Segundo actor: Peter Pruchniewitz Montezuma: Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 9, 11, 12*, 13, 15, 17, 18*, 19 de octubre de 2013 20.00 horas; domingos, 18.00 horas 38 Die Eroberung von Mexico La conquista de Méjico “Die Eroberung von Mexico” es una pieza del compositor alemán Wolfgang Rihm (Karlsruhe, 1952) escrita entre 1987 y 1992 y considerada como particularmente evocadora y accesible. Ha sido definida por el propio compositor como un drama musical que conecta con los trabajos pioneros de Wagner. Estas fuentes se mezclan en una experiencia escénica musical que muestra una continuidad teatral y atmosférica sin recurrir a una narrativa estándar, lineal. Se trata de una experiencia poética, organizada de tal manera que ofrece una representación evocadora del, a veces trágico, proceso colonial. Sin embargo, los horrores que pudieron cometerse en dicho proceso no son el punto central de la obra. Más bien se trata de una visión múltiple sobre la condición humana, sobre la base de las diversas energías que hacen a los seres vivos “ser”. La obra está fundamentalmente basada en el texto homónimo de Antonin Artaud, y en algunos de sus escritos teoréticos sobre el teatro. Además, Rihm seleccionó un poema de Octavio Paz incluido en su ciclo “La Raíz del Hombre”, y tres poemas titulados “Cantares Mexicanos”, muy probablemente escritos por un autor indígena anónimo en la segunda mitad del siglo XVI, en lo que hoy es México. Fiel a los escritos de Artaud, lo que confiere a este drama musical su poder emotivo, no son las ramificaciones morales y/o políticas que rodean la conquista de una nación por otra, sino más bien el profundizar 39 en las propiedades más elementales de la vida y de la psique del ser humano. Como dos mundos que simplemente colisionan de forma desgraciadamente inevitable. En el segundo acto, “Declaración”, Cortés y Moctezuma se encuentran, y su potencial de buena voluntad mutua inicial, se diluye en su incapacidad para entenderse entre sí. El texto de Artaud ofrece un enfoque poético, mientras que la obra del Rihm es un drama. Los dos personajes principales, Moctezuma y Cortés, no son personajes entendidos en el sentido tradicional operístico, sino como figuras representadas por semi-anónimos cantantes masculinos y femeninos, que son reflejos elementales de culturas fundamentalmente diferentes. “Trastornos” caracteriza las luchas encarnizadas (que no son puestas literalmente en escena) y cómo Moctezuma y sus tierras son destruidos, así como el propio mundo interior de Cortés se ve completamente arrasado por sus propios actos. Malinche, traductora que aparece en esta segunda mitad del drama, ofrece sus traducciones a través de la danza y pareciera acelerar la ruptura de la comunicación entre las dos partes encontradas. El libreto, del propio Rihm, se mueve en un terreno que trasciende la narración anecdótica de hechos para ofrecer una visión poética y filosófica que se aparta radicalmente de las anquilosadas convenciones del texto operístico tradicional. Se trata de un libreto fundamentalmente político en el que Rihm ha incluido una serie de fascinantes y complejas consideraciones de género que, por una parte se resumen en un leitmotiv textual que cuestiona la identidad de lo masculino, lo femenino y lo neutro; y por la otra tienen su extensión escénica en el hecho de que Moctezuma es caracterizado como un personaje femenino, lo que confiere a la ópera una nueva e inquietante dimensión conceptual. “Abdicación” es una reinterpretación de la historia, en la que los soldados españoles mueren en la batalla, dejando solos a Cortés y Moctezuma, hombre y mujer, reuniendo los conflictos en curso durante la obra en una suerte de reducción a los comienzos, de vuelta a los principios de la diferencia, la colisión, y las barreras de entendimiento. Este programa fuerte, grande y ambicioso se demuestra principalmente a través de la manipulación musical de las fuerzas poéticas. Al igual que los personajes son composiciones simbólicas, la música se transfiere de una circunstancia a otra de una manera que se aleja del leitmotiv wagneriano. El acto de apertura, “Presagios”, propone un aspecto fantasmal de Cortés en medio de la música asociada a los pueblos indígenas de México. No es el tipo de premonición siniestra que implica mal inminente, sino indicativo de una fuerza que viene, una fuerza desnuda. Rihm prescribe una disposición inusual de la orquesta. Los violines, los oboes y tres de los cinco percusionistas deberían colocarse fuera del foso y rodear al público en el auditorio (así se ha hecho en pasadas producciones). Es en esta am40 41 plia sección de percusiones donde el compositor sustenta una buena parte de su discurso sonoro. amigo austriaco Kurt Kocherscheidt, a quien ha dedicado algunas de sus obras. Incorpora asimismo un coro, de vital importancia en casi toda la obra, que está físicamente ausente en la concepción de Rihm, pero que es difundido por los altavoces a partir de una grabación selectivamente amplificada. El compositor abandona la idea de un acompañamiento orquestal, y hace del sonido un personaje que también actúa y al cual describe como “una escultura en la que el evento sonoro coincide con el evento escénico [...] todo es canto”. Rihm es compositor, profesor de composición en la Academia de Música de Karlsruhe (entre cuyos alumnos pueden contarse a Vykintas Baltakas y a Jörg Widmann) y escritor notable sobre temática musical con varios libros en su haber, incluyendo colecciones de sus artículos y entrevistas. También es miembro de varios comités influyentes de Alemania y ha tenido un peso notable en decisiones que afectan a las condiciones de trabajo de sus compañeros músicos. En conclusión, comentar esta pieza de una forma concisa resulta necesariamente engañoso, pues ha de reducirse a unas notas puramente informativas, cuando lo cierto es que escondidas tras esta partitura se vislumbran una enorme cantidad de consideraciones y preguntas. Una vez finalizada su formación y los estudios de teoría musical y composición en 1972, su prometedora carrera dio un salto hasta convertirle en figura prominente de la nueva escena musical europea gracias al éxito de su primer trabajo “Morphonie”, estrenado en el Festival de Donaueschingen de 1974. “Die Eroberung von Mexico” fue llevada al disco en 1995 por Ingo Metzmacher y la Hamburg State Philharmonic Orchestra, con las voces de Georg Becker, Renate Behle, Hans Joachim Frey, Carmen Fugiss, Peter Kollek, Susanne Otto y Richard Salter. Antiguo alumno de Stockhausen, Rihm pronto emprendió la tarea de forjarse un estilo personal con una actitud vitalista y desenfadada, lejana de cualquier afán de sistematización. Se mueve a sus anchas por vastos parajes sinfónicos, pero no desatiende la música de cámara, a la cual ha contribuido con valiosas aportaciones Wolfgang Rihm Wolfgang Rihm nació el 13 de marzo 1952 en Karlsruhe (Alemania), una ciudad próxima a la frontera con Francia y Suiza, a tiro de piedra de Estrasburgo y Basilea. En la actualidad continúa residiendo en su ciudad natal, en un amplio apartamento rodeado, como no puede ser de otra manera, de libros y partituras. También cuenta con una notable colección de pinturas de artistas contemporáneos, principalmente de su buen Sin lugar a dudas: Wolfgang Rihm es un fenómeno poco frecuente. Su conocimiento de la música (el arte y oficio de la composición, así como de la historia de la música desde la antigüedad hasta nuestros días) es enorme. Pero también parece saber todo lo que necesita saber sobre literatura, pintura, arquitectura, filosofía… y navega libremente por 42 (como escribió un articulista británico) apto para cualquier estación. La mayor parte de su obra aún no ha sido grabada comercialmente. ellos usándolos como fuentes de inspiración. Echar un vistazo a sus textos relacionados con la música es una buena indicación de la amplitud de su cultura: de Homero a través de Hölderlin y Goethe a Rilke, Botho Strauss y Durs Grünbein. Rihm ha escrito una “música nueva”, como suele decirse, y algunos de sus títulos se han convertido en claros referentes de la historia de la música de la postguerra. Sus obras son interpretadas de forma habitual por solistas, grupos de cámara y orquestas y se han convertido en una par- El mundo que ha creado con sus composiciones, que a día de hoy superan las 400 obras, es un verdadero universo en sí mismo. Este universo, rico y diverso, hace de Rihm un compositor 43 Rihm es un compositor que pone un gran signo de interrogación sobre todas sus obras y nunca considera una obra ya terminada como la última palabra de una línea de trabajo musical. Cada nuevo trabajo es una respuesta a la cuestión planteada por la pieza anterior y cada nuevo trabajo plantea preguntas para las que buscará una respuesta en la composición posterior: A modo de ejemplo, su obra orquestal “Ins Offene...” (1990) fue reescrita completamente en 1992 y posteriormente usada como base para su concierto para piano “Sphere” (1994), antes de que la parte de piano de “Sphere” fuese retomada a su vez para la obra para piano solo “Nachstudie” (también de 1994). te integral del repertorio (“Jagden und Formen”, el ciclo “Chiffre”, “Pol - Kolchis – Nucleus”) Son igualmente importantes sus composiciones que se inspiran de alguna manera en de la música de los siglos pasados: oratorios con un punto de referencia en Johann Sebastian Bach (“Deus Passus”), piezas orquestales con sonido y texturas que recuerdan a Brahms (“Ernster Gesang”, “Das Lesen der Schrift”), música de cámara en la estela de Robert Schumann (“Fremde Szenen”). En los últimos años de la década de los setenta y primeros años ochenta su nombre estuvo asociado con el movimiento denominado Nueva Simplicidad. En la actualidad, sus trabajos continúan explorando el terreno expresionista, si bien la influencia de Luigi Nono, Helmut Lachenmann y Morton Feldman, entre otros, ha afectado significativamente su estilo. Suelen presentarse en forma de ciclos, de familias de trabajos, que entretejen una red con otros ciclos y piezas individuales (una red sólo para ser captada por iniciados). Wolfgang Rihm cuenta con una considerable experiencia operística. Ya a la edad de 25 años, compuso una ópera de cámara (“Jakob Lenz”) que se ha convertido probablemente en la pieza de teatro musical contemporáneo alemán más frecuentemente representada. “Jakob Lenz” ha sido seguida por una serie de óperas de gran formato (“Hamletmaschine Die”, “Die Eroberung von Mexico”, “Das Gehege”), así como un trabajo de teatro musical experimental (“Séraphin”). Todo está en permanente crecimiento, el trabajo nunca se detiene, se producen nuevas composiciones, entran en relaciones interesantes con otros trabajos, revisándolos y complementándolos. Si se tiene en cuenta que también es un notable dibujante y si se lee el poema que ha escrito sobre el concierto para trompeta Marsyas, es necesario admitir que Wolfgang Rihm es, de hecho, un artista de gran complejidad inspirativa y de una erudición poliédrica propia de los sabios de épocas pasadas. Es asimismo es uno de los compositores de canciones más importantes de nuestro tiempo y sus cuartetos de cuerda (de los que hay muchos más que los doce numerados) son interpretados a menudo en ciclos e interpretados por una amplia gama de formaciones. En la actualidad, Rihm ostenta el cargo de Director del Instituto de Música Moderna en el Conservatorio de Karlsruhe y ha sido compositor residente de los festivales de Lucerna y Salzburgo. 44 The Indian Queen Henry Purcell (1658-1695) 45 the indian queen Henry Purcell (1658-1695) PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL EN COPRODUCCIÓN CON LA ÓPERA DE PERM. Director musical: Teodor Currentzis Director de escena: Peter Sellars Escenógrafo: Gronk Figurinista: Dunya Ramicova Iluminador: James F. Ingalls Coreógrafo: Christopher Williams Doña Luisa: Julia Bullock Doña Isabel: Nadine Koutcher Dioses Mayas: Christophe Dumaux Vince Yi Markus Brutscher Noah Stewart Luthando Qave Mattia Olivieri MúsicAeterna (Coro y Orquesta de la Ópera de Perm) 5, 7, 9, 10, 13, 15, 17, 19 de noviembre de 2013 20.00 horas; domingos, 18.00 horas 46 Argumento The Indian Queen (La reina india) Fernando Fraga Como obra que pertenece a un género típi- en el cuadro del encantamiento (acto III) y en camente inglés como es la masque (máscara), esta el momento del sacrificio (acto V). A más de la póstuma partitura de Henry Purcell aúna influen- obertura y varias canciones. Daniel Purcell, her- cias francesas e italianas en la suma de una mú- mano del compositor, terminó la partitura a la sica intercalada con textos literarios y danzas, en muerte de éste añadiendo, según algunos estu- una forma teatral que ha sido considerada como diosos, el número final. semi-ópera. La obra se inicia en plena guerra entre los La composición de Purcell aparece refleja- mexicanos aztecas y los invasores peruanos. Sin da en cuatro escenas, en el prólogo, en el enfren- duda, Dryden y Howard (autores del texto) y en tamiento entre la Fama y La Envidia (acto II), su efecto los Purcell, ignoraban el distanciamiento 47 geográfico (y temporal) entre los contendientes. Montezuma, un valeroso caudillo a sueldo de las fuerzas peruanas, en una de las batallas captura a Acacis, un príncipe mexicano. convoca a los espíritus del aire con la función de aliviar las penas de la desconsolada reina. Complicando aún más estos acontecimientos, el hijo de Zempoalla, Acacis, se prenda de los encantos de Orazia, pasión que es alentada por la madre como una manera sutil de vengarse del desdén de Montezuma. Como recompensa a este rico botín humano, Montezuma pide al rey inca la mano de su única hija, Orazia. El rey, pese a agradecer el valor y la astucia militar de su caudillo, se niega a ello ya que lo considera inapropiado marido para su hija, dados sus oscuros orígenes. Más todo resulta vano. Montezuma sigue en sus trece sin prestarle la más mínima atención a Zempoalla. Esta, en un arranque de incontrolada ira, para vengarse ordena una triple muerte: la de Montezuma, Orazia y el rey peruano. Montezuma monta en cólera y para vengarse de tamaño desprecio se pasa al enemigo. Al frente de las tropas mexicanas no tiene el más mínimo problema en derrotar a los peruanos, menos preparados y mal organizados para la lucha. El botín de la victoria pone en manos de Montezuma y de los mexicanos al rey del Perú y a su hija Orazia. A punto de consumarse el sacrificio, se descubre que Montezuma es el legítimo heredero al trono mexicano, como hijo de la reina que anteriormente había destronado Zempoalla. Esta y su hijo Acacis, comprendiendo que es imposible la realización de sus deseos amorosos, toman el camino más directo y fácil: se suicidan. El rey peruano, al comprobar la categoría social de Montezuma, no hace ahora remilgos para que el futuro emperador azteca se case con su hija Orazia. En tierras mexicanas, por otro lado, la situación también participa de algún matiz de confusión, ya que la reina legítima ha sido destronada por la ambiciosa Zempoalla. Esta, nada más conocer a Montezuma, cae perdidamente enamorada de él, aunque capta de inmediato que su pasión no es correspondida: Montezuma sigue ardientemente atraído por Orazia. Además de todos estos personajes que son los que en realidad sostienen la acción principal, aparecen en la trama dos jóvenes, un indio anónimo y una india, Quivera, a quienes se destinan algunos bellos momentos canoros. Zempoalla no se conforma con este rechazo y para conseguir el amor del imponente caudillo acude al mago Ismeron para que si no se lo soluciona, al menos, le descubra cuál es su porvenir sentimental. Las fuerzas sobrenaturales convocadas por el mago, empero, son incapaces de revelárselo y, en su lugar, el frustrado adivino 48 La fama y la envidia. Música y teatro en The Indian Queen Enrique Martínez Miura común a todos los dramas o comedias barrocos europeos. Sin embargo, lo verdaderamente distintivo de la situación inglesa fue que impulsó un producto a medio camino de la música incidental y la ópera en sentido estricto. A dicho género los historiadores modernos han dado en llamarlo semiópera. Pese a su lugar no fundamental, la música era el elemento que más atraía al público de la época, según el testimonio del historiador Charles Burney. El mismo Purcell, responsable de gran cantidad de partituras incidentales, caso por ejemplo de Timón de Atenas o Diocleciano, forjó algunos de los mejores frutos de este híbrido con The Fairy Queen o King Arthur. Oscurecidas por los bicentenarios de Wagner y Verdi, las celebraciones de la primera centuria de la venida al mundo de Benjamin Britten están transcurriendo muy discretamente entre nosotros –aunque el CNDM anuncia precisamente un interesante ciclo para su temporada venidera-, no así, obviamente, en el ámbito anglosajón. La referencia a Britten, en tanto que máximo operista –sin negar en absoluto las desigualdades de calidad entre títulos- que han producido las Islas Británicas, permite echar una mirada retrospectiva sobre la figura que supuso el antecedente más que obvio para su empeño, Henry Purcell. El compositor moderno, que fue editor e intérprete de su ancestro artístico, buscó deliberadamente enlazar su propio estilo con esa tradición, bien que la hipotética red de conexiones culturales lanzada hacia el pasado se situara de hecho más en un territorio ideal que estrictamente histórico. Para empezar, y en absoluto es una cuestión menor, Purcell no escribió más que una obra, Dido y Eneas (1689), que supere todos los criterios modernos de lo que entendemos por una ópera. No fue ésta una peculiaridad que bañase únicamente las partituras del llamado Orpheus Britannicus, sino algo que distinguió muchos de los primeros pasos del naciente género lírico al otro lado del canal. La cuestión radica en que la ópera inglesa nació como derivación de la presencia de la música en el teatro hablado, algo en principio 49 Ahora bien, con idiosincrasia inequívocamente británica, los autores del momento no entendían que las obras autóctonas fueran en definitiva distintas de las del continente y que por tanto su forma característica de teatro con música era tan ópera como la de italianos o franceses. Representativa de esta opinión es la de George Granville, barón de Lansdowne, quien en el prefacio de la edición de su The British Enchanters –inevitablemente considerada hoy una “pseudoópera”- ,posterior en una década a la muerte de Purcell, aclara que en la ópera inglesa, por oposición a la italiana o la francesa, los diálogos serán hablados, dado que “si los números son armoniosos por sí mismos, no habrá necesidad de ponerlos en música; un buen verso, bien pronunciado, es musical por sí mismo y hablar es ciertamente más natural para el discurso que cantar”. La paradoja suprema se da en esta demanda de “naturalidad” en el marco de la práctica de un arte teatral como el barroco, cuya aspiración máxima era maravillar al espectador con sus maquinarias prodigiosas, argumentos excesivos y lujo escénico de todo orden. Una aglomeración de elementos, puede que un punto caótica, pero con la que se perseguía un efecto artístico de orden superior. extraño mestizaje escénico que se viera sobre las tablas londinenses, una tragédie-lyrique con una fortísima impronta del estilo de Lully con letra en inglés. No es superfluo tener en cuenta que Dryden consideró el proyecto de combinar Albion and Albanius y King Arthur, algo que finalmente no prosperó, pero que acaso hubiera supuesto la cima de su aportación al drama heroico, el género teatral al que se entregó con más ahínco, muchos de cuyos temas y planteamientos coinciden con las líneas generales de la ópera seria barroca. El drama heroico aspiraba a esa elevada categoría por la índole misma del principal personaje protagonista, fuera éste Moctezuma, Almanzor, Cortés o César, que no por las peripecias a que el mismo se viera sujeto. En el caso de Dryden, una de las fuentes más evidentes para su teatro se encuentra en los dramas de Corneille, que estaba todavía activo en Francia cuando el británico entregó a la escena sus primeras producciones; no obstante, Corneille había emprendido ya la rampa de la decadencia, en gran parte por la pujanza del nuevo astro del drama en francés del siglo clásico, Racine. Ciertamente, Dryden no desconocía la creación dramática de Racine, pero no sintonizaba en absoluto con sus claves para llevar al nudo trágico. Incluso critica al escritor francés en All is for Love (1678): “Así, su Hipólito es tan escrupuloso en punto a decencia que preferirá exponerse a la muerte que acusar a su madrastra ante su padre”. Lo cierto es que Dryden se mostró puntilloso en exceso con la Fedra (1677) raciniana, dado que el conflicto entre pudor y lealtad que afirma no comprender no es sino el que proviene de la tragedia original El que fuera el dramaturgo más influyente de la época, John Dryden, creía que la ópera no debería ser sino “un cuento poético, una ficción representada con música vocal e instrumental y adornada con decorados, maquinaria y danza”. Estas palabras provienen del prefacio de su Albion and Albanius (1680), que puesta en música por el catalán activo en Inglaterra Luis Grabu (posiblemente nacido en Salou) cuajó como el más 50 51 ver con España, porque su ambientación parece desarrollarse más en una Tierra Media de fantasía que en el genuino Nuevo Mundo, puesto que los imperios azteca e inca se encuentran geográficamente tan cerca como para entablar un conflicto armado entre ellos. La obra de teatro original se estrenó con un éxito razonable en 1664, reponiéndose de hecho algunas veces, la última el 27 de junio de 1668, desapareciendo después bastantes años, hasta que en 1694 se puso en marcha su conversión en ópera. Tanto el drama primitivo como la llamémosle semiópera con música de Purcell plantean algunos interrogantes no faltos de interés. La obra teatral, grandilocuente y anacrónica para el gusto actual, se atribuye tradicionalmente a Dryden en colaboración con su cuñado, sir Robert Howard. Muchos estudiosos de la historia del teatro inglés consideran que es prácticamente imposible distinguir lo que se debe a la pluma de Dryden de la de Howard. Con todo, por tono y plan constructivo, todo respira el estilo de Dryden. Es significativo que The Indian Queen tuviese una secuela, ésta de Dryden en solitario, The Indian Emperor, or the Conquest of Mexico by the Spaniards, fechada en 1665, que se valora como un acabado ejemplo de tragedia heroica rimada y eso que su autor reconocía que tuvo que partir de unos materiales dramáticos algo pobres. Mas en la propia Indian Queen el modelo heroico tampoco deja de cumplirse, aunque esa figura arquetípica sea más bien la de Montezuma, general de las fuerzas incas que acaban de derrotar a los aztecas, y no la reina titular. Su heroísmo consiste en que es capaz, aunque sea orgulloso e impulsivo, de dominar sus pasiones, al contrario de Zempoalla. La tesis de la obra es la misma de Eurípides. Ahora bien, lo que latía bajo estas críticas, no del todo bienintencionadas, era reflejo de la situación del teatro inglés de la segunda mitad del siglo XVII. Los públicos británicos necesitaban todavía los grandes héroes al estilo de Corneille y esa demanda coincidía en lo fundamental con lo que Dryden perseguía en tanto que autor. En éste, como en Corneille, lo crucial es la intriga, una auténtica avalancha de sucesos que lleva al espectador de clímax en clímax sin dejarle un momento para el respiro. Ni que decir tiene que la absoluta despreocupación por la fidelidad histórica que se aprecia en Corneille se trasmitió igualmente a su admirador inglés. En una de sus piezas de las que gozaron de mayor éxito en la época, The Conquest of Granada (1671), los despropósitos son continuos: a un tal Boabdelin, supuesto rey de la ciudad andaluza, le ayuda el heroico Almanzor en su lucha tan desesperada como noble con los españoles, cuyo rey al menos se llama Ferdinad. Pero lo espectadores no buscaban sobre las tablas lecciones de historia, sino personajes de poderosa caracterización sometidos a la prueba de situaciones trágicas y cargadas de emoción. Y esto se lo daba Dryden con creces. Otra obra de tema español, The Spanish Fryar (1680), le causó al escritor no pocos quebraderos de cabeza, pues estuvo prohibida durante todo lo que quedaba del reinado de Jacobo II, muerto el primer año del siglo XVIII. Ello se debió al personaje que daba nombre a la obra, al monje español Dominick y por razones de intransigencia de índole religiosa. El drama The Indian Queen no recrea obviamente un argumento que tenga mucho que 52 de tantísimo teatro barroco, el camino del honor sólo lo traza la razón, como prueba que Montezuma lo preserve pese a que infortunios sin tasa pongan a prueba su autocontrol. Las dos ediciones de la tragedia publicadas en el siglo XVII asignan la obra únicamente a Howard y el mismísimo Dryden, en el catálogo de obras propias que elaboró en 1691, no recoge The Indian Queen. Es plausible que Dryden pergeñase la estructura general de la pieza y fuese Howard el que la desarrollase. Cuando se retomó la pieza para reconvertirla en ópera, los autores –probablemente sólo Howard- procedieron a varios cambios y cortes. La implicación de Purcell suponía su proyecto escénico más ambicioso del año 1695, pero una serie de imprevistos complicaron enormemente su despliegue, hasta el punto de que finalmente su aportación musical apenas llega a la hora de duración. Desde luego, no fue ajeno el hecho de la ruptura de la compañía de actores con la que había trabajado, la United Company, a finales de 1694. Thomas Betterton, que había producido Diocleciano, King Arthur y The Fairy Queen, se marchó con la mayor parte de actores y cantantes para fundar una compañía rival. Como tampoco lo fue la inesperada muerte de la reina María II, en diciembre de 1694, para la que el músico tuvo que redactar la acostumbrada oda fúnebre. Así que el compositor no se puso manos a la obra hasta 1695. La fecha exacta del estreno, que se sabe aconteció en Dorset Garden, continúa siendo todo un enigma, hasta el punto de que se ha propuesto toda una franja que va de la Pascua al otoño de ese año. También se conoce 53 obra teatral, aunque sí que lo fundamental son las cuatro escenas principales, entre las que se intercalan sinfonías, danzas y piezas con protagonismo de la trompeta que se distribuirían de forma básicamente predeterminada. Sólo hay un manuscrito preservado que contenga toda la música, pero es probable que en varios casos coloque en un lugar equivocado de la tragedia la música de Purcell. Sólo en dos ocasiones la composición de Purcell ha sido editada: en 1912, la edición original, la llevada a cabo por Dent, y mucho tiempo después, en 1994, en el cuadro de la publicación de las obras completas de Purcell, que recoge incluso los números de la música incidental anónima que acompañó el estreno de la tragedia en 1664. Editores e intérpretes continúan discrepando en cuanto al orden de varias de las páginas purcellianas. otra escenificación segura, la del 29 de abril de 1696, ante los embajadores venecianos, pero se tiene la certeza de que esta ocasión no era la del estreno. La reutilización de algunas músicas propias hace pensar que Purcell estuvo apurado de tiempo y el añadido de la masque de su hermano Daniel como final –que no se oyó en el estrenoseñala que fatalmente le alcanzó la muerte antes de acabar. Posiblemente hubiera sumado más música a la que en cualquier caso es una partitura muy variada, con una eficaz escritura para la cuerda y números de entidad para los cantantes, en especial la parte de soprano, que iba a ser asumida por Annabella Howard, esposa de uno de los coautores del texto. Por lo que se sabe, la música de Purcell ha llegado hasta nosotros prácticamente completa, pero así y todo suscita muchas dudas. No está en absoluto clara su relación detallada con la Antes incluso de la obertura, Purcell dispuso dos piezas iniciales, cuya función evidente era la de ir animando al público asistente a tomar asiento. Varias fuentes manuscritas omiten esta música, pero hay certeza de su existencia antes del prólogo. Son una First Music, constituida por Air a tiempo Moderato y una Hornpipe en Allegro. La Second Music presenta una distribución muy semejante: Air (Allegretto) y Hornpipe (Allegretto). Estos números algunos intérpretes –de forma algo incoherente- los sitúan antes del acto quinto. La concisa obertura propiamente dicha presenta una forma a la francesa, con una majestuosa introducción lenta seguida de una parte rápida en escritura imita54 tando en un estilo típicamente purcelliano. La canción del muchacho Their looks are such es en realidad un inciso para encadenar con un nuevo y brillante dúo en Allegro de los personajes If so, your goodness, también en imitación. tiva. A la cuerda se añade la trompeta solista, duplicada por los violines primeros, en la inmediata y brevísima Trumpet Tune; brillante y marcial, no pasa de ser una fanfarria que avisa que entra el Prólogo. Se inicia éste con la canción Wake, Quivera, wake, que entona un muchacho indio (contratenor), con sencillo acompañamiento de bajo continuo. El personaje de Quivera (soprano) canta la canción Why should men quarrel, un Allegretto con dos flautas de pico obligadas donde se expresa la ansiedad del personaje por los conflictos humanos. El recitativo del muchacho By ancient prophecies adquiere en su tramo final un carácter de arioso, enlazando con el esperanzado dúo If these be they en que las voces se van imi- La First Act Tune, una nueva Trumpet Tune, separa el primer del segundo actos. Se inicia la segunda jornada con una sinfonía bipartita de rica y colorista instrumentación a base de trompeta, oboes, cuerda y continuo. El material está tomado de la oda Come, ye sons of art, página de aniversario para la reina María, añadiéndose un movimiento final nuevo a ritmo triple. Su desarrollo responde a la secuencia Moderato-Canzona-Adagio-Allegro. Asistimos a una divertida masque (en 55 By the croaking and the toad, de estrafalario texto, en cuyo significado penetra el compositor con agudeza. Toda esta sección, con su recorrido por multitud de estados de ánimo, se hizo muy célebre en tiempo del compositor. A su éxito contribuyó seguramente su primer intérprete, un joven bajo llamado Richard Leveridge. Ha de reconocerse que se trata de un instante que dramática y musicalmente resulta crucial, el verdadero centro de la abigarrada amalgama que constituye The Indian Queen, donde Purcell además se mueve por zonas armónicas muy contrastantes. absoluto traducible como “mascarada”) centrada en los arquetipos de La Fama y La Envidia. La masque era un inciso dentro del curso de la obra principal, donde los espectadores esperaban que los asombrasen y abrumasen por medio del lujo del vestuario, las sorpresas de los decorados, la música y la danza. Aquí Purcell se sirvió de una estructura antigua, adaptándola a gran escala. La Fama (contratenor) entona su canción I come to sing great Zempoalla’s story. A la entrada del coro, la parte orquestal se enriquece con la instrumentación de la sinfonía. El trío What flatt’ring noise is this tiene un tratamiento puntilloso e irónico, al estar protagonizado por La Envidia (bajo) y dos seguidores. Los sonidos seseantes comunican la idea de la falsedad de los personajes. Como ocurre tantas veces en la producción de Purcell, el personaje malvado está mucho mejor caracterizado musicalmente que el positivo. La Fama, en Scorn’d Envy, refuta sus ataques; replica La Envidia con I fly from the place, que reexpone el tema del trío envidioso. Begone, Begone de La Fama concluye retomando I come to sing. Al acabar Ismeron, se invoca ya la presencia del Dios del Sueño, porque se deja oír una sinfonía, que ha sido definida con cierto humor como somnolienta, en Allegretto, con la participación junto a la cuerda de la pareja de oboes; sirve de introducción a la aérea canción Seek not to know, que protagoniza el propio Dios del Sueño (soprano), invocado por Ismeron. En su parte central, se encuentra un recitativo que sirve de intermedio de cara a la segunda parte de la canción, más animada. La siguiente música aportada por Purcell es una Trumpet Overture de cierta entidad, dividida en secciones contrastantes, introducción, fuga, canzona y un llamativo cierre a tempo lento. El dúo Ah how happy (Andante), a cargo de contratenor y tenor, ofrece un sereno despliegue de vocalizaciones que expresan la alegría de los dos espíritus. Éstos se presentan en el liviano dúo de sopranos We the spirits of the air. La encantadora canción de la soprano I attempt from Love’s sickness, una de las creaciones vocales cortas más famosas de Purcell, da paso a que se recupere variadamente We the spirits of the air. La Second Act Tune es una ceremoniosa Trumpet Tune. Tras dos breves danzas, tiene lugar el recitativo Ye twice ten hundred deities del personaje de Ismeron (bajo), de enorme capacidad de sugerencia aun en su sencillez, una música que posiblemente sea la más lograda de encantamiento de las escritas por Purcell. Al historiador Charles Burney le parecía el mejor recitativo corto en lengua inglesa que conocía. Alcanza una angustiada conclusión cromática sobre las palabras “what strange fate…”. Da paso a un aria con una primera parte muy ritmada y la segunda de sinuoso perfil, 56 Tras el Third Act Tune, un elegante Rondeau para cuerda, la única música de Purcell que se conoce para el acto cuarto es la canción para soprano They tell us your mighty powers above, suavemente teñida de melancolía. La seguramente existente Four Act Tune debió de perderse y desde luego la edición más reciente de la partitura no la incluye, bien que para la ocasión del estreno pudo emplearse alguna pieza purcelliana preexistente. de su estilo, en especial en la escritura instrumental. Se suceden el contemplativo coro While thus we bow, el recitativo del Sumo Sacerdote (bajo) You who at the altar stand, con respuestas del coro, y el coro All dismal sounds, que finaliza con una atmósfera muy lejos de la brillantez pero donde la paleta armónica de Purcell se muestra en toda su originalidad. El efecto final estaba reservado para la masque de cierre, pero esa parte la tuvo que escribir Daniel Purcell por la muerte de su hermano. La masque de Daniel Purcell es una glorificación del matrimonio. Se distribuye según un esquema formal muy conocido: sinfonía introductoria, canciones, dúos y piezas para trompeta, pero toda la composición apenas es un pretexto para el gran coro final que estaba ausente en la obra principal. En el acto quinto, Purcell ilustró en sonidos la parte titulada The sacrifice, para algunos críticos una última participación más bien decepcionante, un anticlímax por su escasa entidad y sus convencionalismos. Un juicio posiblemente en exceso duro, porque en estos tres números Purcell recapitula varios de los elementos constitutivos 57 58 L’elisir d’amore Gaetano Donizetti (1811-1880) 59 l’elisir d’amore Gaetano Donizetti (1811-1880) NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL EN COPRODUCCIÓN CON EL PALAU DE LES ARTS DE VALENCIA. Director musical: Marc Piollet Director de escena: Damiano Michieletto Escenógrafo: Paolo Fantin Figurinista: Silvia Aymonino Iluminador: Alessandro Carletti Director del coro: Andrés Máspero Adina: Nino Machaidze (2, 4, 6, 15, 17, 20) Camila Tilling (3, 7, 9, 11, 14) Eleonora Buratto (8, 13, 18) Nemorino: Celso Albelo (2, 4, 6, 15, 17, 20) Ismaell Jordi (3, 7, 9, 11, 14, 18) Antonio Poli (8, 13) Belcore: Fabio Capitanucci (2, 4, 6, 8, 13, 15, 17, 20) Gabriele Viviani (3, 7, 9, 11, 14, 18) Dulcamara: Erwin Schrott (2, 4, 6, 8, 13, 15, 17) Paolo Bordogna (3, 7, 9, 11, 14, 18, 20) Giannetta: Auxiliadora Toledano (2, 4, 6, 8, 13, 15, 17, 20) Mariangela Sicilia (3, 7, 9, 11, 14, 18) Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 2, 3, 4, 6, 7, 8, 9, 11, 13, 14, 15, 17, 18, 20 de diciembre de 2013 20.00 horas; domingos, 18.00 horas 60 Argumento L’elisir d’amore Fernando Fraga pronto, Adina, aparta sus ojos de la lectura y se pone a reír estrepitosamente. Interrogada por el motivo de sus carcajadas, la muchacha les narra la historia que ha estado leyendo, la de Tristán e Isolda, y la de un brebaje misterioso que ha puesto al descubierto su común pasión amorosa. Acto I La acción transcurre en una aldea del país vasco. En los alrededores de una granja, Gianetta y otros aldeanos descansan aliviándose de su jornada laboral, coro “Bel conforto al mietitore”. Nemorino, un lugareño bueno y simple, enamorado de la rica y caprichosa dueña de la granja, Adina, contempla ensimismado como ésta lee atentamente un libro ajena al bullicio que la rodea, cavatina “Quanto è bella, quanto è cara”. De Un hecho que a ella le resulta, por lo menos, hilarante, cavatina “Della crudele Isotta”. El relato, sin embargo, deja intrigado y perplejo a Nemorino. Se escucha una marcha militar 61 menos ha de tardar un día en manifestarse. Este es el plazo para que Dulcamara pueda irse del pueblo sin tener que atender a reclamaciones, escena y dúo “Voglio dire … lo stupendo”. anunciando la llegada del presuntuoso sargento Belcore, que galantea a todas las chicas casaderas, en particular a Adina a quien ofrece, cual si fuera un galante Paris ante una nueva Elena, un ramo de flores, cavatina “Come Paride vezzoso”. Adina no toma demasiado en serio al presumido militar, pero le invita junto a su tropa a tomar un refrigerio, mientras los aldeanos reanudan su labor. Nemorino, tímidamente, retiene a Adina. La muchacha está algo harta de las miradas lánguidas y de los suspiros apasionados de su admirador, haciéndoselo saber puesto que ella es una mujer inconstante y libre. Al mismo tiempo aprovecha para reprocharle el que debería ocuparse de su tío rico que está a punto de fallecer en la ciudad, dúo “Chiedi all´aura lusinghiera”. Nemorino está entusiasmado y comienza a beber. Pronto los efectos del vino se hacen evidentes, recitativo “Caro elisir, sei mio,sì tutto mio”. Cuando Adina sale de la casa se sorprende al ver tan animado a su admirador que, para colmo, apenas le hace caso, duetto “Esulti pur la barbara”. La indiferencia de Nemorino saca un poco de quicio a la muchacha; reaparece Belcore con sus renovados requerimientos matrimoniales y son repentinamente aceptados por ella. Nemorino, confiado en los efectos del elixir, se toma a risa tal proyecto matrimonial, terceto ”In guerra ed in amore”. Pero la llegada inesperada de Gianetta, con la noticia de que el sargento y su tropa han de partir de inmediato, obliga a los contrayentes a adelantar para ese mismo día la celebración de la ceremonia. Esto llena de desesperación al infeliz Nemorino, que ruega patéticamente a Adina que retrase un día la ceremonia para así dar tiempo a que el elixir realice sus efectos, larguetto “Adina, credimi” y la stretta final “Fra lieti concenti”. Una vez finalizado este desencuentro entre la pareja, hace su entrada anunciado por una pomposa música que llama la atención de todo el pueblo, coro “Che vuol dire codesta suonata”. Dulcamara, un médico ambulante que ofrece con un lenguaje florido y estentóreo un producto milagroso, capaz de curar cualquier dolencia o fragilidad corporal, cavatina “Udite, udite, o rustici attenti”. La venta es copiosa, y una vez despejada la plaza, Nemorino tiene una repentina idea. Se acerca al medicucho, preguntándole si, por casulidad, no tiene entre sus mercancías ese elixir de amorque sirvió para que Tristán e Islda se enamorasen. La sorpresa de Dulcamara es mayúscula, pero reacciona a tiempo y contesta afirmativamente. Le vende una botella de burdeos, dando al muchacho una serie de observaciones para que el licor produzca el esperado efecto que, por lo Acto II En la casa de Adina se prepara la celebración de la boda, coro “Cantiamo, facciam brindisi”. Dulcamara, que ha sido invitado a la ceremonia y al banquete, para animar a la concurrencia canta una barcarola en compañía de la novia “Io son rico é tu sei bella” 62 63 que prefiere morir como soldado si ella no corresponde a su amor. Ante esta fogosa declaración, Adina se rinde finalmente y los dos jóvenes se confiesan su mutuo amor. Todos los asistentes se trasladan al lugar donde va a firmarse el contrato nupcial, salvo Dulcamara que sigue disfrutando del banquete. En ésta situación le halla Nemorino que desesperado viene a comprarle otra vez el elixir amoroso, pero uno que haga un efecto más rápido y contundente. Abrazados los encuentra Belcore que no se desespera por haber perdido a Adina, pues el mundo está lleno de mujeres que podrán enamorarse de él. Pero Nemorino no tiene dinero para pagarlo, se encuentra con Belcore, un tanto perplejo con Adina que no ha firmado todavía los papeles matrimoniales. Belcore propone a Nemorino una manera rápida de conseguir dinero: alistarse en el ejército. Nemorino firma los papeles de su alistamiento y rápidamente va en busca del doctor, dúo “Venti scudi”. Gianetta comenta los últimos acontecimientos ocurridos en la ciudad: el tío de Nemorino ha fallecido y le ha dejado heredero de una gran fortuna, coro ”Saria possibile¡”. Aparece Nemorino algo achispado y todas las muchachas le rodean coqueteando con él, efecto que el muchacho atribuye al elixir amoroso, cuarteto y coro “Dell elisir mirabile”. Sorprendida Adina intenta acercarse al muchacho sin conseguirlo. Entonces comprende sus verdaderos sentimientos hacia Nemorino. Dulcamara intenta venderla el elixir, pero ella lo rechaza. Se valdrá de sus encantos que si son infalibles, dúo “Quanto amore”. Dulcamara hace propaganda de su elixir que despierta no sólo el amor sino que también da riquezas, final “Ei corregge ogni difetto”. Nemorino ha conseguido alejarse de sus admiradoras y sigue suspirando por el amor de Adina, en cuyo rostro ha visto deslizarse una lágrima inesperada, aria “Una furtiva lagrima”. Pero Adina, que ha rescatado de Belcore el alistamiento firmado por Nemorino, es incapaz todavía de demostrar sus sentimientos, aria “Prendi, per me sei libero”. Nemorino, ya desesperado, le confiesa 64 Tristán e isolda en la aldea Luis Suñén muelle al análisis riguroso de lo que el arte tiene de complejísima actividad intelectual, gustan de la voz como pretexto y casi como texto. Mientras, sus detractores olvidan que en la consideración de la voz como vehículo que circula por un canon, tan inflexible como el de la danza, se sostienen unos cuantos capítulos de la historia de la música. Capítulos en los que se especializan gentes que llegan a alcanzar unos extremos de erudición sobre su tema que acaban por seducirnos como la mirada de la cobra o como le sucede a aquel que, sin saber nada del noble arte del ajedrez, lee esas partidas resumidas en cifras, letras y signos sin entender nada pero seducido, hipnotizado por algo que lleva siempre hacia un final que se presume implacable. Leer los estudios de Philip Gossett y Alberto Zedda sobre Rossini o de William Ashbrook sobre Donizetti es entrar en un mar vastísimo y seductor, lleno de detalles, de guiños, de sucedidos, de dramas y de comedias que, sumados, nos ofrecen un cuadro animadísimo de las relaciones entre música y sociedad sin renunciar ni a las armas de la una ni a las circunstancias de la otra. Vaya este exordio por delante no para prevenir al amable lector de lo que sigue sino más bien para hacerle un poco cómplice, animarlo si aún no le seduce suficientemente este elixir que sólo tiene de mágico lo que la música le presta. Durante una época de la vida de bastantes aficionados –de la mía, desde luego, sobre todo al inicio del aprendizaje en el que todavía me hallohay nombres que sólo se pueden pronunciar en voz baja no sea que la cátedra nos riña por mentarlos. Uno fue, desde siempre, Chaikovski, músico al que se llega solamente tras un largo aprendizaje a través de una ascética que nos hace ver que sus delicias terrenales bien merecen la transgresión de las normas del rigor intelectual. Quiero decir que se empieza confesando el gusto por sus ballets y se termina diciendo que la sinfonías son una maravilla y Onegin una obra maestra. Cuesta pero se queda uno tan a gusto que el esfuerzo merece la pena. El otro ejemplo de dureza en la gestión es el belcanto, la lírica que parece nacer y morir en sí misma, que busca por encima de todo la consecución de una belleza a veces simple de pretexto pero que sin la perfección técnica que pide, al alcance de muy pocos, no sería ni pertinente ni, directamente, posible. Y si Chaikovski al final se salva y nos salva, todos juntos, porque la así llamada alta cultura musical lo asimila a su manera, la cuestión del belcanto marcha por derroteros muy distintos. Confesarse, fuera de los círculos de conspicuos aficionados al género, admirador de Bellini o Donizetti es militar en el campo de quienes, no exactamente enemigos de aquella misma alta cultura, se conforman con poca cosa, prefieren la vida Esa oposición –y a veces hasta complementariedad- entre reserva y seducción que acompaña, como de oficio, al belcanto incide de una forma muy especial en el oyente de hoy, en aquel a quien 65 el tiempo ha distanciado del momento en que se creaba la obra y, más aún, y sobre todo, del asunto de la misma. El asunto es algo que a veces poco tiene que ver con la calidad musical de la pieza y en esos territorios canoros nos encontramos, en el caso del Donizetti que nos ocupa en este artículo, desde libretos de interés más bien escaso hasta curiosidades como la en cierta manera brillante paráfrasis cervantina de Il furioso alla isola de San Domingo. Y precisamente el asunto es algo que, como sabemos, requiere muchas veces por parte del oyente que no posee las claves que sí conocía el de la época del estreno, de un cierto distanciamiento, incluso cuando se trata de algo tan bien trabado como lo que sucede en L’elisir d’amore. Tan bien trabado por la buena pluma del impagable Felice Romani como la farsa suavemente humana que es como magníficamente puesto en música por un Donizetti que había fracasado en La Scala con Ugo, Conte di Parigi, que necesitaba componer otra ópera enseguida –no puede estar sin escribir ni sin estrenar, y no sólo porque coma de eso sino porque realmente eso le da la vida-, que le pide al empresario de La Cannobina –que no se deja impresionar por el fiasco anterior- que sea precisamente Romani su libretista y que se compromete a tenerla lista en quince días. el único que al fin marcaba el presente y el futuro inmediato del melodrama. Pero el caso es que hoy L’elisir, como la más moderna Don Pasquale –por ceñirnos al Donizetti cómico pues el serio es harina de muy otro costal- aguantan el paso del tiempo y siguen tan campantes. Por empezar por el principio, el primer guiño de L’elisir es que tiene un preludio y no una obertura, digámoslo como diferencia entre una pieza de menor o mayor enjundia, aunque ya sabemos que no siempre funciona la denominación de uno u otra como diferenciación ni en duración ni en intensidad. Pero nos entendemos. Un preludio, este, conciso, en el que falta, aunque hubiera cabido, el uso de la melodía más eficaz y bella de la partitura –como ocurre con el Com’e gentil anunciado por el violonchelo en la obertura de Don Pasquale- aquí sustituida por una bella figura de las maderas a modo de episodio intermedio. Es en eso, digamos, un preludio a la antigua, que no tiene en cuenta las aportaciones de la ópera romántica alemana a la hora de utilizar los motivos que luego aparecerán a lo largo de la partitura aunque alguno esboce. Da la sensación de que se trata de entrar inmediatamente en faena –ojo, como en las buenas operas bufas cada personaje se presentará por su orden y con arreglo a su ser- y de hecho el preludio es seguido sin transición por el coro de campesinos- que años después tomará Donizetti para el dúo entre Cardenio y Kaidamà en Il furioso-, que nos sitúa en el contexto, y la primera aria de Nemorino –“Quanto è bella, quanto è cara”- que nos mete en el texto, es decir, en el enamoramiento de un rústico de carácter más bien simplón de una chica de ciertos posibles que le da sopas con hon- En efecto, el 12 de mayo de 1832, dos meses menos un día después del pequeño desastre de Ugo, se estrenará, con un éxito que aún disfruta, L’elisir d’amore. Donizetti era un verdadero profesional, alguien que sabía que no estaba innovando el panorama de la ópera de su tiempo pero también alguien que reconocía la importancia del público en aquel tiempo en el que su veredicto era 66 67 das en las cosas de la vida, empezando porque lee, y nada menos que la historia de Tristán e Isolda y su correspondiente filtro amoroso. Es este un magnífico guiño literario, una suerte de contraste curioso entre la alta tradición del amor imposible y esta otra historia mucho más pegada a la tierra que el habilidoso Felice Romani sabe sacar de unas fuentes bien directas y próximas en el tiempo, el libreto que Eugene Scribe pergeñara para Le philtre de Auber –recordemos que un año antes ya Romani se había servido igualmente de Scribe para el libreto de La sonnambula de Bellini. En esa referencia a Tristán e Isolda –que resulta de lo más curioso a la vista de lo que habrá de venir unos cuantos años después y mucho más en serio- está el resumen de la acción. Lo que cuenta Adina es lo que va a suceder pero con variantes que corresponden a lo que llamaríamos el elemento real respecto al legendario, que no actuará como modelo de la acción para sus protagonistas sino como ilustración subida de tono dramático, pero que Romani ya nos ha puesto como curioso cebo serio para una comedia. que en algunas de las grandes tragedias del autor de Bergamo. Y hasta si se me permite diría que probablemente sus obras maestra serias –María Stuarda, Lucia di Lammermoor o Anna Bolenaquizá no consigan una relación tan natural en ese aspecto como L’elisir o Don Pasquale –recordemos que Donizetti intentó también la llamada opera semiseria en títulos como Emilia di Liverpool o la interesantísima y citada anteriormente Il furioso all’isola di San Domingo. La ausencia de verdad que pueda faltar a unos u otros personajes puede paliarla el teatro y en el caso de lo trágico las voces. En L’elisir es el estilo, la entrada en una música que vence a las convenciones de lo bufo mientras, curiosamente, esa clase de ópera –melodrama giocoso, dice la partitura- firma su certificado de defunción como esquema tras haber tomado el testigo de un Rossini aquí presente –como lo estuvo ya en L’ajo nell’imbarazzo, en Le convenienze ed inconvenienze teatrali o en Alina, regina di Golconda- alguna que otra vez. Por ejemplo en la escena IX del Primer Acto, a partir de la frase de Belcore “Che cosa trova a ridere…”; o en la penúltima escena de la ópera, a partir sobre todo del “Mi sei caro e’tamo”. Hay un guiño tan breve como genial en el preludio del segundo acto que precede al coro: el uso a su inicio, y la repetición después, de una figura que evoca sin ambages a la ópera seria y que es inmediatamente transformada en un tema ligero. Pero el mérito de colocarnos tan sustancioso cebo, de que la farsa funcione con semejante excelencia, de modo tan exacto en su despliegue, se lo reparten libretista y compositor. La vivacidad y la ternura son la clave, tanto que cuesta pensar en una lectura escénica demasiado distanciada de ambas premisas simplemente porque si el texto se plegara a los caprichos de un director de escena dispuesto a torcerle el cuello al cisne –pato más bien, aunque lustroso, en este caso- la música no lo permitiría. Y es que hay aquí muchas veces una mayor adecuación entre lo que el estilo donizettiano plantea y el modo en que lo resuelve Claro es que no son de desdeñar tampoco determinados efectos orquestales de excelente factura a lo largo de la partitura toda. Y es que no debiéramos olvidar que, además de la influencia del estilo rossiniano, hay una no menos impor68 tante: Donizetti fue discípulo de Mayr entre 1806 y 1821, y Mayr señala como pocos la transición entre el viejo estilo y el nuevo. Del mismo modo, el uso del recitativo es objeto en L’elisir de una consideración bien libre de lo que ya no tiene demasiado sentido –recordemos que una de las últimas obras del autor es Don Pasquale y que el primer Verdi fracasa en su intento inicial de continuar con el género- y es, por eso, susceptible de utilizarse con una funcionalidad más propia del 69 efecto oportuno que del mandato de los cánones. Así, escucharemos parlato, recitativo secco y recitativo accompagnato o, incluso, la alternancia de los mismos en el mismo fragmento. La palabra es algo más que libreto, es expresividad y definición de unos personajes cuyo ser pareciera mandar sobre su estar en una implicación bien sincera de quien los crea con sus creaturas, lo que ya tiene su mérito sabiendo como sabemos que Donizetti escribía a destajo. Y no digamos en esos dos palabreros por antonomasia que son Belcore y Dulcamara, dos charlatanes cada uno a su modo pero dos amantes de la felicidad a los que la partitura les hace también justicia cuando corresponde. A quien haga de Dulcamara le tocará hacer creíble un personaje que es un bombón –quizá no tan exquisito como Don Pasquale- pero hacerlo también desde la habilidad técnica consistente en saber decir muy bien lo que dice. Sobre todo, claro está, en su presentación, en la que Romani y Donizetti le reservan unos cuantos versos en los que la prosodia, la acentuación gramatical se traslada a la partitura sin posibilidad de error ni musical ni expresivo, incluso teniendo en cuenta que a veces las palabras dichas no tienen sentido, no quieren decir nada frente al objeto que definen como simpático o prolífico. En definitiva: cada personaje habla aquí un lenguaje que lo identifica al igual que la música que le corresponde. Es L’elisir una ópera en la que incluso las medias tintas están bien resueltas, así la intención poco escrupulosa de Dulcamara –quien se retrata a sí mismo estupendamente en su presentación, tan propia de la opera bufa, con el coro, por cierto tomado por el autor de su anterior Il castello di Kenilworth- o el cambio de intenciones de Adina respecto a Nemorino que algún malicioso podría achacar a que supiera ya que el rústico había heredado, lo que eliminaría la posibilidad de que la herencia se convirtiera en un premio a un amor que, queramos o no, se tiñe de eso tan malo para la felicidad conyugal que es la piedad transformada en lástima. Y todo eso, naturalmente –y viene el adverbio a cuento en todo su sentido-, debe ser servido por las voces. L’elisir las necesita –como a los buenos actores que deben ser sus cantantes- para que nos creamos la historia entre pícara y cándida. Y aquí donde se canta y casi se habla, donde hay recitativos y arias, dúos y conjuntos en los que se dicen cosas que atañen directamente a lo que ocurre, la dicción tiene un papel fundamental. Podemos escuchar a alguna estupenda soprano hacernos una Stuarda ininteligible pero eso sería un pecado imperdonable en nuestra Adina. Dulcamara y Belcore son los secundarios de estos Tristán e Isolda de tres al cuarto pero también con su pincelada de commedia dell’arte y una punta de humanidad no menor, y habrá quien piense que al contrario, que la de sus protagonistas. Dulcamara, como estafador de poca monta pero al fin y al cabo deus ex machina –y él lo sabe perfectamente- de esta historia, al que al fin las cosas le salen bien y puede abandonar el pueblo con la misma majestad con la que llegó. Belcore –con un aria doble en el primer acto, “Come pride vezzoso”, que requiere virtuosismo de buena ley y cuya marcha procede de Alahor in Granada- como soldado machote y pagado de sí mismo que ante el rechazo de Adina responde con la seguridad de que ya caerá otra en sus redes de 70 71 seductor. Magníficos personajes, pues, los cuatro de esta ópera a los que siempre cabe pedirles, a sus traductores, para que la cosa funcione un punto de libertad, de vena casi improvisatoria aquí y allá. Esta ópera lo permite, como suele suceder siempre con lo bufo frente a lo trágico. Pero aquí, y la música de Donizetti es en eso ejemplar, se trata de lo bufo hecho con frescura y elegancia. opera grande- y otro con Dulcamara, –ese soberbio contrapunto vocal y textual –“obbligato” dice uno, “gonzo” responde el otro- que se organiza con el pretexto de la compra del elixir y que debe resolver con una suerte de cavatina chispeante y razonablemente cómica. En tal contexto, Adina no debe ser una soubrette, pues en ese caso se perderán por el camino algunas de sus señas más claras, las que tienen que ver sólo en parte con el capricho, un rasgo muy de ese tipo de cantantes, es cierto, pero la voz y el estilo van a llevarle a ella y a nosotros al cambio de sentimientos, al respeto hacia Nemorino por la vía casi de la conversión espiritual, de una mezcla de lástima y ternura que, como decíamos antes, no siempre acaba bien aunque en la ópera sí lo parezca y aquí paz y después gloria. La frescura le viene de la propia evocación de una sociedad como la campesina con sus bondades y sus engaños leves, asumidos por todos como la fortuna de Nemorino que no causa envidia sino ganas de casarse con él –no hay un malo que trate de hundirle, por ejemplo, y su rival es un militar jocundo y positivo que presume de enamorarlas a todas. La elegancia llega de la música, elegancia aprendida del mejor Rossini y de ese Mayr siempre por descubrir pero hechura personal al fin de un Donizetti que sabe ser espléndido con su público. Es L’elisir una ópera en la que no hay rastro alguno de vulgaridad pero que a la vez exige la morbidez necesaria para que asunto y voz corran paralelas. Naturalmente, Una furtiva lagrima es el ejemplo prístino de lo dicho. Es la reflexión de un enamorado todo lo simple que queramos pero enamorado al fin, que atisba una posibilidad de ser correspondido y debe contárnoslo con una morbidez capaz de convencernos no sólo de que es un buen cantante sino de que su personaje es de carne y hueso, es decir, hacerlo como Schippa, Valetti o Gigli, por citar sólo tres clásicos cuya nominación exime de dejarse fuera a ningún moderno. Por seguir con Nemorino, ya antes deberá haber pasado por su aria de salida, algún dúo con Adina –enorme el de la escena II del primer acto, con algo de Lo de Nemorino es una suerte de premio a la constancia tras el cual no habrá de saber nunca –o quizá sí, si las cosas vienen mal dadas para la pareja- si Adina conocía que iba a casarse con un heredero. Esta es, por su parte, la reina de su mundo, y por ello necesita de ese canto aristocrático tan donizettiano pero con el filtro de una naturalidad que le llega del campo, las flores y los pájaros. Nemorino, Adina, Belcore y Dulcamara –es decir: amante joven, chica lista, intrigante y amante rival- no acaban de ser el precedente exacto de los protagonistas de Don Pasquale –amante joven, chica lista, intrigante y amante mayor- pero lo parecen aunque aquí no haya una referencia tan explícita a los caracteres típicos de las comedias napolitana o veneciana. En resumen, L’elisir d’amore concentra lo mejor de su autor en una vía que seguramente él era el primero en intuir de no largo recorrido 72 73 y en la jactancia- de sus complementarios. Todo ello servido por una música que se adecúa a la perfección a lo que se nos narra, diáfana en la progresión de la historia y excelentemente adecuada a cada uno de los personajes. Con ella Donizetti quiso seguir trabajando y hacer feliz a su público, es decir, hacer de la necesidad virtud. Y parece que lo consiguió con creces a través de estos Tristán e Isolda de aldea y su engañoso filtro de amor. pero para la que procura unos cuantos de sus mejores florones. Una obra en la que la delicadeza y la comicidad –nunca patética porque, si lo fuera, Nemorino caería en el ridículo, y Nemorino no es el Kaidamà de Il furioso aunque tenga algo de la Gilda de L’ajo nell’imbarazzo- pasan por la perplejidad y la simpleza –rayando en lo simplón- de su personaje masculino, la picardía de su contraparte femenina y la espontaneidad –en el engaño 74 Tristan und Isolde Richard Wagner (1813-1883) 75 tristan und isolde Richard Wagner (1813-1883) NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL. Director musical: Teodor Currentzis Director de escena: Peter Sellars Instalación vídeo: Bill Viola Figurinista: Martin Pakledinaz (†) Iluminador: James F. Ingalls Director del coro: Andrés Máspero Tristan: Robert Dean Smith El Rey Marke: Franz-Josef Selig Isolde: Violeta Urmana Kurwenal: Jukka Rasilainen Melot: Nabil Suliman Brangäne: Ekaterina Gubanova Un pastor/Voz de un Joven Marinero: Alfredo Nigro Un timonel: César San Martín Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 12, 16, 19, 23, 27, 31 de enero de 2014 4, 8 de febrero de 2014 18.00 horas 76 Argumento Tristán e Isolda Rafael Banús sencia de Tristán “Wie lachend sie mir Lieder singen”. Éste rechaza la invitación “Welcher Wahn ¡ Welch eitles Zürnen”. La acción tiene lugar en la Alta Edad Media Acto I La ópera comienza en la cubierta del barco de Tristán. Tristán conduce a Isolda al castillo del rey Marke de Cornualles, con el que va a desposarse. La princesa y Tristán se habían conocido cuando éste derrotó a su prometido Bragania de su propósito Morold, el héroe irlandés. Tristán mortalmente herido por el arma envenenada de su adversario, zarpó para Irlanda, con la esperanza de encontrar a Isolda, princesa famosa por sus poderes curativos. Se presentó ante ella bajo el Un joven timonel canta una canción sobre la doncella irlandesa “Westwärts schweift der Blick”. Isolda se siente ultrajada y reclama la pre- 77 llegada del rey Marke “Eisam wachend in der Nacht”. Las advertencias de ambos “Rette dich Tristan¡” no pueden impedir que los amantes sean descubiertos por el rey “Tatest du´s wirklich?”. Tras un doloroso diálogo con el rey, Tristán pide a Isolda le acompañe al reino de la muerte “O König, das kann ich dir nicht sagen”. La princesa accede, pero Tristán se precipita sobre la espada de Marke. nombre de Tantris, pero Isolda conocía que era responsable de la muerte de Morold. A pesar de todo, lo cuidó y curó pues se había enamorado de él. Tristán también sucumbe al amor, pero ambos son ignorantes del sentimiento del otro y se separan. En el barco que les conduce a Cornualles, Isolda decide morir junto a Tristán e informa a Bragania, su doncella, de su propósito, para lo cual Bragania le recuerda los poderes de los filtros preparados por la madre de Isolda “Kennst du der Mutter Künste nicht?”. Pero la doncella cambia el veneno, arma mortal, con la que Isolda desea poner fin a su vida y la de Tristán por un filtro de amor. Acto III Jardines del castillo de Kareol en Bretaña. Herido de muerte y acompañado de su fiel escudero Kurwenal, Tristán espera la llegada de Isolda, mientras un pastor le evoca las melodías de su infancia “Die alte Weise Was weckt sie mich”. En su lenta agonía, Tristán sufre pesadillas y terribles delirios. Por momentos, recupera la conciencia reclamando con desesperación la llegada de Isolda “Dünkt dich das?”. Esperando la muerte y en un estado de total alucinación, los enamorados se revelan sus sentimientos amorosos “Tristan¡-Isolde¡”. En ese momento el barco llega a puerto “Heil¡ König Marke¡ Heil¡”. Acto II Kurwenal anuncia la llegada de la princesa “O Wonne¡ Freude¡!”. Tristán muere dulcemente en brazos de su amada “O diese Sonne¡”. El rey Marke llega poco después acompañado de Melot, quien al llegar al castillo libra un combate con Kurwenal, en el que ambos mueren. El rey en presencia de Bragania, expresa su terrible amargura “Tot denn alles¡ Alles tot”. Ella confiesa a Marke el cambio de las pócimas para evitar la muerte de la pareja. El rey perdona a los amantes pero Isolda, completamente ajena a la realidad, entra en un dulce éxtasis y muere de amor sobre el cuerpo de su amado “Mild und leise, wie er lächelt”. Jardines en el castillo del rey Marke en Cornualles. Aprovechando una cacería real, Tristán e Isolda se encuentran en los jardines “Isolde¡-Tristan¡”. Completamente enajenados por el sentimiento amoroso, los amantes entran en un trance místico que les lleva a rechazar la mentira que representa el día, un falso reino de ilusiones frente a la verdadera vida que representa la noche, reino de la unión eterna “O sink hernieder, Nacht der Liebe”. Brangania y el fiel Kurwenal, escudero de Tristán, advierten a sus señores de la inminente 78 Isolda y tristán en busca de la diosa Blas Matamoro En Munich y en 1865 estrenó Wagner Tristán e Isolda. Aún no había concluido su tetralogía, ni su comedia, ni su festival sagrado. La obra tiene un valor fronterizo por ser la primera –y con Parsifal- las únicas estrictamente considerables como dramas cantados, sin huella de ópera, sin números cerrados (salvo que se considere tal la cancioncilla del marinero que abre la acción). Aporta, además, el célebre acorde tristanesco, de tonalidad indefinible y que puede resolverse en cuatro acordes tonales distintos, acaso característicos de los cuatro principales personajes –Tristán, Isolda, Brangania y Marke- y que difuminan la definición tonal del preludio, ideal y nunca expresa, como la estudió en su día Arnold Schönberg. Toda la obra, según cabe especular, es una prolongada y compleja modulación desde el la ideal (mayor o menor, según se mire) hasta el real si mayor con que concluye la Libestod de la soprano. de ser ilegal y sustraerse a controles morales y jurídicos, abriéndose a un mundo-otro donde todo es posible a la vez que ignoto. Una mística sin religión, erótica si por tal entendemos la disolución de los sujetos en el magma de la entrega apasionada. Una deriva por la superficie del mundo en busca del lugar inhallable y trasmundano, que hace del amor algo del orden de lo ideal y que vuelve extraño lo real cotidiano, cuyo emblema es la falacia del día frente a la oscura verdad de la noche. Un romántico y wagneriano ejercicio de ilusión y desengaño que convierte la vida en un anhelo de trascendencia que apunta en dos direcciones: la divinidad y la música, ambas destinatarias de la calidad inefable de la vida misma. Más decisivo que todo lo anterior es, quizás, el predominio de lo femenino como agente del fenómeno amoroso, lo cual envuelve, según la clásica fórmula de Denis de Rougemont en El amor y Occidente, toda la literatura amorosa occidental con una diversidad retórica que insiste en una difusa religión heterodoxa y acaso también herética: el Dios único, patriarcal y masculino de los monoteísmos semíticos es sustituido por una diosa. Cabe asociar estas notas, que aparecen en la poesía del amor cortés a la cual se enlaza el mito medieval tristanesco, con la religión de los cátaros, según la estudia Michel Roquebert (La religion cathare. Le bien, le mal et le salut dans Estas vacilaciones sabiamente reconducidas tienen un valor expresivo porque siembran la partitura de tensiones y cromatismos sucesivos que diseñan las contradicciones y ansiedades de los personajes entre sus dos deseos fundamentales: morir y eternizarse. Entretejidos, los temas que insisten en la literatura amorosa de Occidente: el amor como un fenómeno asocial que aísla del mundo a los amantes, y que recibe el estímulo 79 l´hérésie médiévale). Efectivamente, ella concibe la unión amorosa como un matrimonio místico mediante el cual el espíritu devuelve el alma a su morada originaria y celestial, sustrayéndola a las miserias infernales de este mundo. Los cátaros o albigenses creían que somos almas expulsadas del Cielo a esta Tierra que es el Infierno para seguir una serie de reencarnaciones que obran como camino de perfección. Son siete o nueve y acaban en un cuerpo de mujer, que es su grado más alto. es una reencarnada –¿el eterno femenino?-, hay brujos eficaces como Ortruda y Klingsor, fetiches como la lanza milagrosa que cura la venérea llaga de Amfortas, birlibirloques como un cisne que conduce al redentor Lohengrin a su reino mágico o el pase de manos de Parsifal, que transforma un tierno jardín en un ceniciento desierto. Al revés del tópico heroico, que pone siempre al varón en el lugar pugnaz y activo del paladín, aquí es Isolda el personaje que actúa, señorea y decide, frente a un Tristán pasivo, arrobado y servil. De temible, y no es para menos, adjetivan la asistenta y el escudero Kurwenal, a la altiva señora. Esto es amor y quien lo probó, lo sabe, diría Lope de Vega. Ella es quien recibe al malherido y agónico Tristán, lo cura de sus males y evita dejarlo morir, según correspondería a un acto de venganza porque fue Tristán quien mató a su amante Morold. Es, tal vez, el único momento de erotismo físico del cuento, que ocurre antes de la acción. Cabe imaginar a la reina manipulando el cuerpo dolorido, coagulado y sudoroso del hombre, ante el cual una repentina compasión lo mantiene vivo para que, luego, al fin del primer acto, por una intriga de Brangania, el filtro de la muerte se convierte en el filtro del amor, es decir un afrodisíaco tóxico con fecha de caducidad, ya que despertará en los enamorados un anhelo de muerte. Todo porque la mirada del moribundo implora, desde su debilidad, el señorío de la mujer, mujer al fin: madre de la vida. Ya lo dije: una tremenda tensión entre dos extremos que se tocan, mucho más de lo que habrán de tocarse los amantes. Matizo: es la música quien los toca, los entrevera, los mezcla y los disuelve porque, a No resulta descaminado atribuir esta deriva a un Wagner que, por vía de Schopenhauer, se asomó a las religiones orientales, el induísmo y el budismo de los Tantras, teñido de erotismo sexual. Aquí los amantes invocan a la Señora Minne, versión germánica de la Sakti hindú, Madre de las madres, la Divina Abuela. No olvidemos que el trovador germánico es un Minnesänger, un cantor de Minne. Tampoco, que minnen es amar y minnig, amoroso. En efecto, el drama se puede caracterizar como un movimiento propuesto y conducido por las dos mujeres: la reina Isolda y su asistenta Brangania. Ambas invocan, a su vez, las hechicerías de la madre regia, cuyas pócimas llevan en oportunos cofres durante el viaje marino que conduce a Isolda hacia la corte del rey Marke con la compañía, odiosa y fascinante, del caballero Tristán. En este orden, la obra pertenece al mundo wagneriano de la religiosidad pagana, nunca ausente de sus poemas, ya que en Lohengrin, Tannhäuser y Parsifal los elementos cristianos soportan un raro mestizaje con esoterismos de la paganía y así el Papa de Roma convive con la diosa Venus, los caballeros del Grial celebran unas misas sectarias, Kundry 80 como una madre a su vástago. Un psicoanalista –no necesariamente argentino, cabe aclarar- diría que esta es la clave de la intriga, la que lleva a los amantes a disolverse en la diosa Minne, a feminizarse y divinizarse, todo por junto. En alemán, al revés que en castellano, en un giro de virguería babélica, el amor es femenino: die Liebe. pesar de los pesares, la música carece de manos y respeta lo intocable y sagrado que está en juego. Isolda dice, antes que nada, que odia a Tristán pero, a la vez, lo ve como un héroe elegido y perdido, enorme, santo, valiente, astuto, con el corazón y la cabeza consagrados a la muerte, servidor del rey Marke ante el cual la conduce como si fuera un cuerpo exánime, muerto. Al pedir a Brangania que le alcance el veneno, le está sugiriendo que, en verdad, le alcance el antiveneno, el antídoto, la sustancia que concilia sus insoportables tensiones. Sühnen, conciliar, lleva a la Versöhnung, la conciliación, que envuelve la raíz Sohn, hijo. Al perdonarle la vida, Isolda se la da, “Oh, dicha mentirosa, alegría consagrada al engaño” canta Brangania como quien no quiere la cosa. Se sabe que Wagner está impregnado de schopenhauerismo cuando compone Tristán. Ve el mundo de lo sensible como un tejido de apariencias que atrae y decepciona al querer que se dirige al absoluto y definitivo Objeto de los ob- 81 jetos. El hindú velo de Maya, si se prefiere. Pero si Schopenhauer desagua en el pesimismo, en la torva tristeza del desengaño, en Wagner llevará a una suerte de orgasmo mortal y a la vez cósmico, la disolución el hálito del mundo, donde somos más de lo que fuimos, la muerte de amor, una celebración. ¿De qué? La respuesta de la música es la gozosa resolución del si mayor final, más allá del cual está el gran efecto omnímodo de la música: el silencio. nidad de la diosa, tal vez un renacimiento, una transmigración inconcebible entre la vida y la muerte, que sólo la música puede tocar. La música se toca, según sabemos. Por eso, toda indecible palabra solamente puede cantarse. El suplemento o señorío musical es su única verdad. Los amantes detestan el día: luminoso pero embaucador, frívolo, pasajero. Ensalzan la noche: tenebrosa, certera, grave, permanente. Morir se les torna dulce. Ambos cantan. “Húndete en lo profundo, noche del amor, hazme olvidar que vivo, acógeme en tu seno, libérame del mundo”. Y Tristán implora: “Déjame morir”. En el sueño eterno de la eterna noche está la verdadera consciencia. Al morir, Isolda reconocerá, al fin, “el inconsciente y supremo placer”. Es la paradoja que se canta: la inconsciencia de la verdadera consciencia, la que se adquiere disolviéndose en el aliento del mundo. El amor wagneriano es cósmico. Es la unidad eterna, sin despertar, anónima (namenlos, lo que no tiene nombre y sólo puede nombrar la música). Los amantes se intercambian los nombres, en el agudo momento sexual simbólico de la obra, el Uno andrógino, como en los ancestrales ritos matrimoniales agrarios levantinos, donde el hombre, en la noche nupcial, se vestía de mujer para consumar el coito. Minne, de nuevo, diosa materna y telúrica, deidad de la tierra que reside en el otro mundo. “Beber la respiración del mundo” que es divino. A la primera excitación del brebaje, la exaltación del encuentro y el reconocimiento, sigue un aplacamiento mortal cuando lo único que puede decir cada uno es el nombre del otro. Adviene la placidez del querer morir, el dulce acabamiento de la muerte por amor. Los enamorados ya no quieren sino que son queridos y requeridos por la diosa. Isolda lo dice a Brangania durante la anhelosa espera de la llegada de Tristán: “¿No conoces a la Señora Minne? ¿No, su mágico poder? ¿A la reina del más audaz coraje? ¿La regenta del devenir mundano? Vida y muerte son sus siervos, ella teje sus placeres y sus dolores, trasmutando la envidia en amor”: Minne, la luz negra, la única que brilla en la noche. La reina Mab que aproxima a los amantes shakespearianos, Romeo y Julieta. Poseídos, tras beber el hechizado filtro, los de Wagner hablan en tercera persona, son ese tercer elemento en que se han transfigurado. Invocan a dúo a “la anhelosa Minne” que ondea y florece, amor doliente, beato ardor por el cual desaparece el mundo y el Tú es la única consciencia del desvanecido Yo, una suerte de inopinada consciencia de nadie. Nuestro amor, si acaso, no ya el tuyo ni el mío, en ese morir de amor, ese acceso a la eter- Se ve que el encuentro tiene ese sesgo sexual simbólico ya que no parece llevar a la unión de los cuerpos sino al suicidio de Tristán y a la muerte de amor de Isolda, cuando ella alucina que el amante difunto revive para acceder a la 82 83 místico, en Verdi es existencial. No hay doctrinas ni divinizaciones, hay palabras simplemente humanas, nada menos que humanas. Los amantes verdianos se dicen lo que nunca los amantes wagnerianos: Io t´amo. Y alcanzan a cantarlo en do mayor, la más elemental y luminosa de las tonalidades. Las dos vertientes románticas del amor se encuentran para diferenciarse. Gustavo muere como Tristán, acuchillado por la venganza, y Amelia se desvanece, como Isolda. Pero todo ocurre en este mundo. verdadera vida, donde sólo hay música y silencio. Pero todo ocurre, como adelanté, en un contexto de ilegalidad. Los amantes se aíslan del mundo, se vuelven asociales, están diseñando un adulterio, con marido ofendido e incluido, el incólume y dolido Marke, secundado por las arterías de Melot y Brangania. El amor en las letras occidentales es así: un mundo separado del Mundo y estimulado por la prohibición del tabú. En efecto, si se quiere rizar el rizo, la dilución de los amantes en una divinidad materna puede señalar un fondo de transgresión: el acceso a la madre que se consigue disolviéndose en una suerte de magma prenatal. Es lo que Sandor Ferenci denomina sentimiento oceánico, la perdida unión madre-hijo. Durante el día social estamos separados por el dualismo de la identidad personal: Tristán es Tristán e Isolda es Isolda. En la noche erótica, por simbólica que sea, se asiste a un adualismo primigenio, a una anulación de las identidades sexuales a favor de la Unidad, sacra e inviolable. Vocalmente, Tristán e Isolda es la culminación de las tesituras wagnerianas pero con un revés que reúne lo exigente de unas potencias heroicas con un constante lirismo amoroso. Pauline Viardot-García, la gran cantante romántica, examinando esta partitura la hallaba impregnada de belcantismo. Los grandes wagneristas italianos –Toscanini, Guarnieri, De Sabata, a quienes nunca oí en vivo pero a los que añado una vivencia personal, la de Fernando Previtaliasí lo entendieron, extrayendo con sus triunfales planos de claridad lumínica y meridional, todo lo que de acción operática tiene esta suerte de dramática cantata sinfónica a la que la tradición germánica podía dotar de hipnótica calidad visionaria en Furtwängler o de grandeza catedralicia en Klemperer. En cuanto a voces, el elenco es innumerable. Opto, personalmente, por el dúo cimero de Kirsten Flagstad y Lauritz Melchior, la síntesis de la insolencia heroica y la íntima flexibilidad lírica, jamás exenta de tensión patética. Las conservan sus grabaciones, afortunado privilegio de nuestros años técnicos. Nunca tanta transgresión poética, tanto desasosiego armó- Es una constante romántica ésta de que amor condusse noi ad una morte, como dicen Paolo y Francesca según Dante. En otro gran romántico de la ópera, Verdi, la situación se da en el mismo esquema, el dúo de amor de Un ballo in maschera, más breve y conciso que en Wagner, más latino pero igualmente triádico. Gustavo y Amelia se declaran su amor a orillas de la muerte, en un lugar de patíbulo y a medianoche. Por no faltar, no falta la hierba mágica del olvido. Gustavo es el mejor amigo del marido de Amelia, Renato, que llega oportunamente para enterarse del asunto. Pero lo que en Wagner es 84 maestro de armas y preceptor de Tristán, aquí es su escudero y, por ello, menos añejo que el héroe. Baste un solo ejemplo: Dietrich Fischer-Dieskau. nico y tanta noche perfumada de éxtasis mortal, se han transmutado en tanta alquimia sonora. En las demás figuras, las exigencias de textura y extensión resultan más canónicas. Brangania es una mezzo aguda, que conviene tenga una timbración lo más parecida posible con Isolda. Así ocurre, por ejemplo, entre Birgit Nilsson y Grace Hofmann. En el papel traigo a colación dos nombres de eminente brillo; Kerstin Torborg en los años 1930 y Christa Ludwig en los 1960. Marke es un bajo noble y cantante que mereció ser personificado por Gottlob Frick y Josef Greindl y hoy tiene un ejecutor modélico en René Pape. Para Kurwenal elegiría a un barítono claro y juvenil porque si bien en la leyenda originaria es el Llegados a este punto, huelgan las palabras que, como quiere Heine: “fallecen y dejan paso a la música”. 85 86 Brokeback Mountain Charles Wuorinen (1938) 87 brokeback mountain Charles Wuorinen (1938) ESTRENO MUNDIAL. ENCARGO Y NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL. Director musical: Titus Engel Director de escena: Ivo van Hove Escenógrafo e Iluminador: Jan Versweyveld Figurinista: Wojciech Dziedzic Video: Tal Yarden Dramaturgo: Jan Vandenhouwe Director del coro: Andrés Máspero Jack: Tom Randle Ennis: Daniel Okulitch Alma: Heather Buck Lureen: Hannah Esther Minutillo Aguirre/Hog-Boy: Ethan Herschenfeld Camarera: Hilary Summers La madre de Jack: Jane Henschel El padre de Jack: Ryan MacPherson Una vendedora: Letitia Singleton Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 28,30 de enero 1, 3, 5, 7,9, 11 de febrero de 2014 20.00 horas; domingos, 18.00 horas 88 Brokeback mountain Jack suele pasar la noche en el campamento, encargado de las “labores domésticas”, mientras Ennis vigila el rebaño en las laderas para prevenir los posibles ataques de alimañas. El Teatro Real nos propone el estreno mundial de la ópera Brokeback Mountain, compuesta por Charles Wuorinen. Poco podemos comentar de la obra en sí, pues al tratarse de un estreno mundial, no disponemos de referencias que nos permitan comentarla. Todo cambiará una fría noche, tras la cena y una considerable cantidad de alcohol, Ennis decide permanecer en el campamento. Las bajas temperaturas y la humedad hacen aconsejable compartir la pequeña tienda de campaña que sirve de refugio. Por ellos, nos centraremos más en el relato homónimo que le sirve de punto de partida y es uno de los once relatos cortos, agrupados en un libro, escrito por la ganadora del premio Pulitzer Annie Proulx y fue publicado por primera vez en 1997 en la revista “The New Yorker”. (Prouxl es asimismo autora del libreto), y en el compositor Charles Wuorinen. En un determinado momento, una insinuación afectiva de Jack provoca el inicial rechazo de Ennis. No obstante, por razones que ellos mismos no terminan de comprender, pues nunca han sentido tendencia homosexual alguna antes, la noche termina en un apasionado encuentro entre ambos. Argumento Ennis del Mar y Jack Twist, dos jóvenes vaqueros (ovejeros, por más señas) con pocas ambiciones, son contratados para pastorear un rebaño de ovejas durante el verano de 1963 en la montaña Brokeback, un lugar ficticio ubicado en el estado de Wyoming. Consecuencia de ello, han de vivir varios meses aislados en los pastos de las cumbres sin más contacto con el exterior que la recogida semanal de provisiones y alguna esporádica visita del ganadero. Abrumados por lo sucedido, y perplejos ante una realidad abierta sin saber cómo, a la mañana siguiente se esfuerzan en una imposible normalidad que deje lo sucedido dentro de un extraño paréntesis al que mirar de reojo con el reparo de lo aún desconocido e incomprensible. Ambos aceptan sólo tratar el asunto para dejar muy claro que es algo que nunca les ha sucedido antes. De hecho, Ennis está prometido con Alma. La convivencia es tranquila, sin demasiada conversación dado el carácter reservado de Ennis y su poca afición a las palabras. Pese a intentar obviar lo sucedido y volver a la rutina, una cada día mayor atracción entre ellos 89 hace que los encuentros empiecen a sucederse frecuentemente y ya no sólo durante la noche. de relación social y favorecer la educación de las niñas. Jack regresa al mundo de los rodeos en su Texas natal. Una mañana en que el ganadero sube a la montaña para llevar noticias a Jack, los sorprende en la distancia mientras retozan aunque, aún estupefacto por lo que ha visto, opta por no decir nada y regresar al valle tras comunicar el mensaje. El verano siguiente, con la esperanza de un reencuentro con Ennis, Jack acude a pedir trabajo al mismo rancho, donde descubre que el ganadero estaba al tanto de sus andanzas en Brokeback y por ello se niega a contratarle. A la decepción por la ausencia de Ennis, se une el impacto de saberse sorprendidos y su secreto desvelado. El verano transcurre en un ambiente de aparente felicidad y una cada vez mayor complicidad entre ambos que termina convertida en un vínculo vital que habrá de mantenerse como un referente el resto de sus vidas. Tal es así, que la tensión latente derivada de la próxima separación al finalizar el trabajo, termina exteriorizándose en una violenta pelea entre ambos, consecuencia de la cual quedan dolidos y magullados. De vuelta en Texas conoce y termina contrayendo matrimonio con Lureen, hija de un acaudalado comerciante, del que habrá de nacer un hijo. Tras cuatro años, la vida de rodeo lleva a Jack cerca de la ciudad en la que reside Ennis. Esta será la excusa perfecta para un reencuentro que ambos anhelan. Alma pretende ejercer de anfitriona invitando a Jack, pero Ennis busca excusas para pasar solos la noche, supuestamente bebiendo y charlando. Terminado el trabajo para el que fueron contratados y estabulado el ganado en el rancho, ambos reciben su paga y se enfrentan a la temida separación. Saben que es probable que sus caminos no vuelvan a coincidir, lo que provoca fuertes luchas internas en ambos. Un fuerte deseo de permanecer juntos convive con una cierta necesidad de volver a la conocida y confortable cotidianeidad de sus vidas. Han pasado los meses y siguen sin saber dónde encajar lo sucedido. Todo son preguntas sin respuesta. Tras unos momentos iniciales de duda, el reencuentro entre ambos deja escapar un torrente de pasión contenida durante estos años y se funden en un apasionado beso junto a la casa de Ennis. Alma, les sorprende desde la ventana, lo que le provoca un auténtico shock y torna inútiles las excusas inventadas por Ennis. Alma no puede comprender lo que ha visto. De vuelta a sus ciudades de origen, Ennis contrae matrimonio con Alma; unión de la que nacerán dos hijas. Trabaja en un rancho mal pagado y su vida parece carecer de expectativas, resistiéndose incluso a la pretensión de Alma de vivir en la ciudad para poder mantener algún tipo Tras pasar la noche juntos, confirman algo que en el fondo ambos han sabido desde su separación en Brokeback: Quieren estar juntos. 90 91 No obstante, en la severa y moralista Norteamérica profunda de los años 60, dos hombres viviendo solos en un rancho como propone Jack sería impensable. Ennis tiene muy vivo el recuerdo de su infancia en que su padre les llevó a ver el cadáver de un homosexual asesinado en su pueblo natal. Por otro lado Ennis tampoco quiere abandonar a su familia, de la que se siente responsable. por la escena presenciada en la infancia y teme las posibles repercusiones que esta decisión podría acarrear. Por otro lado, no está dispuesto a renunciar a sus hijas. En su última visita, Ennis informa a Jack que habrán de cancelar su próximo encuentro. Coincide con el periodo de más trabajo en los ranchos y su presencia se hace necesaria, además de permitirle ganar algo más de dinero. Esto provoca una airada reacción de Jack que termina nuevamente en una pelea. Ennis acusa a Jack de “haberle convertido en lo que es”, y de ser la causa de una vida llena de conflictos emocionales. La única forma que encuentran para dar rienda suelta a su afectividad es organizar dos o tres veces al año unos supuestos viajes de pesca en los que pasar unos días perdidos en la montaña de una forma socialmente aceptada que no levante sospechas. Jack fallece al poco tiempo y Ennis lo descubre al recibir devuelta una postal con la indicación de “fallecido”. Puesto en contacto con Lureen, ésta le explica que falleció al reventar un neumático que estaba manipulando. No obstante, Ennis no puede alejar de su cabeza las imágenes de su infancia y la sospecha de que la muerte de Jack puede haberse debido a algún tipo de represalia similar. Pasan así los años, hasta que Alma decide divorciarse de Ennis. Conoce su secreto, sabe que no puede hacerle cambiar y siente que es incapaz de aguantar la presión a la que está sometida. Cuando decide hablar con Ennis y revelarle que lo sabe todo, que les vio besándose en su reencuentro y que le consta que sus viajes no son de pesca, éste no tiene ni las fuerzas ni argumentos para retenerla. Lureen confiesa a Ennis que Jack deseaba que sus cenizas fuesen esparcidas en la montaña de Brokeback, pero que no lo han hecho así por desconocer el lugar. Ennis decide visitar a los padres de Jack para mostrar su pésame e intentar cumplir su deseo último. Los padres se niegan. Mientras, en Texas el tiempo de los rodeos ha pasado para Jack y Lureen, que se ha convertido en una exitosa mujer de negocios, intenta que Jack participe como vendedor de maquinaria. Sería un gran vendedor, pero la vida de oficina y horarios acotados no está hecha para él. Visitando la habitación de Jack en casa de sus padres, Ennis descubre en un rincón del armario una percha con dos viejas camisas sucias superpuestas. Son las camisas que ambos llevaron en Brokeback, aún con manchas de sangre de la Tras el divorcio de Ennis, Jack acude a Wyoming a proponerle de nuevo crear un rancho juntos. No obstante, Ennis sigue traumatizado 92 pelea. Ennis, que creía haberla perdido, descubre y sincero puede ser base de una relación y de una que Jack la había cogido y guardando con ella el convivencia feliz. recuerdo de aquel verano del 63. Al partir Alma, Ennis contempla con una Pasado el tiempo, Alma hija acude a la ca- resignada melancolía la percha con las dos camisas ravana en la que vive Ennis para comunicarle su que se llevó de casa de los padres de Jack y la vieja y decisión de casarse y pedir su bendición. Ennis raída postal de la montaña Brokeback que tiene su- sólo acierta a preguntar si su prometido le ama, jeta en la puerta y el relato finaliza con Ennis sumer- pues ahora cree saber que sólo el amor profundo gido en sus recuerdos y en un mar de sensaciones. 93 Puestos manos a la obra, el proyecto cristalizó en una ópera en dos actos y una duración aproximada de dos horas. En palabras de Worinen: “Pensé que la historia actualizaba la noción trágica operística de la mujer sola embarazada y este tipo de cosas que ya no tienen interés. El asunto contemporáneo era ahora los dos hombres, aunque las tensiones eran las mismas. Me parecía que estaba lleno de posibilidades dramáticas”. Diversos críticos y estudiosos afirman que los protagonistas de Brokeback Mountain no son en sí homosexuales, sino que “mantienen una relación homosexual exclusivamente entre ellos” por razones de afinidad personal no basadas en la mera atracción física, aunque este debate daría para escribir todo un volumen. Adaptación cinematográfica La obra fue llevada al cine en 2005 por el director también estadounidense Ang Lee, lo que supuso su gran lanzamiento mediático. El papel de Ennis será interpretado por un barítono bajo en Do sostenido y el de Jack por un tenor en Si natural. “En sentido literal y abstracto el Do sostenido está por encima del Si natural. Y aunque Ennis sea homófobo, es sexualmente dominante en la pareja. No se dice abiertamente, pero está claro. Entre ellos dos está el Do natural, y esa es la nota de la montaña y de la muerte”. La banda sonora original de la película, compuesta por el argentino Guillermo Santaolalla, obtuvo el Óscar a la mejor música original. La cinta obtuvo, además, los Óscar al mejor director y mejor guión adaptado. Entre los numerosos premios conseguidos figuran el León de Oro de la Mostra de Venecia y cuatro premios BAFTA. Worinen pretende así jugar con la frecuente representación que de la muerte se ha hecho en la tradición musical a través de la tonalidad de Do menor: “Las dos tumbas, por ejemplo, con las que termina La pasión según San Mateo, son en Do menor. Por eso en el Do natural convergen la muerte de uno y la muerte en vida del otro. No es metafísica, es el suelo sobre el que se construye la música. Es muy sencillo”. Adaptación operística Annie Proulx, que ya se mostró escéptica cuando Ang Lee le propuso hacer un largometraje basado en su relato, no creía posible llevarlo a la ópera cuando recibió la llamada de Charles Worinen. Según declaró al diario “El País” en una visita de ambos al Teatro Real: “Al principio no me pareció posible. No quería volver atrás, ni para una ópera. Nunca pensé que pudiera ser nada más que una historia corta. Investigué cosas sobre Charles, gente que le conocía me animó y empezamos a manosear la historia por si funcionaba. La cortamos en pedazos, escenas... Cambiamos algunos diálogos y rectificamos algunos pasajes” Sabemos también que, en palabras de Proulx: “La película era romántica, la ópera no lo será (…) Si había un libreto, quería hacerlo yo, no que viniera alguien y lo convirtiera en una historia cremosa. Quería que no se borrara la ansiedad y tensión de la trama”. 94 95 obra “Time’s Encomium”, siendo el ganador más joven en obtenerlo hasta entonces. La adaptación operística de Brokeback Mountain fue un proyecto promovido, por Gerard Mortier en su época de director artístico de la New York City Ópera. Tras su fichaje por el Teatro Real, el proyecto acabó por trasladarse a Madrid. Autor de un notable número de piezas de cámara y vocales, Worinen mantiene un estrecho lazo de colaboración con James Levine y el Metropolitan Opera, para la que ha escrito un buen número de partituras. Charles Wuorinen Brokeback Mountain no es la primera incursión operística de Charles Worinen, que ya estrenó en la ópera de Nueva York en 2004 “Haroun and the Sea of Stories”, basado en el relato de Salman Rushdie. Charles Wuorinen (Nueva York, 9 de junio de 1938) es un prolífico compositor estadounidense de origen finés. Graduado en música por la Universidad de Columbia, además de compositor, cuenta con una cierta reputación como pianista, director de orquesta ocasional y conferenciante. Charles Worinen está casado con el que durante mucho tiempo ha sido su socio y representante Howard Stokar. En 1970 Worinen fue, al igual que Annie Proulx, galardonado con el premio Pulitzer por la 96 Alceste Christoph Willibald Gluck (1714-1787) 97 alceste Christoph Willibald Gluck (1714-1787) NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL. Director musical: Ivor Bolton Director de escena: Krzysztof Warlikowski Escenógrafa y Figurinista: Malgorzata Szczesniak Iluminadora: Felice Ross Vídeo: Denis Guéguin Coreógrafo: Claude Bardouil Director del coro: Andrés Máspero Admète: Paul Groves Tom Randle* Alceste: Anna Caterina Antonacci Sofia Soloviy* El sumo sacerdote de Apollon/un dios infernal: Willard White Évandre: Magnus Staveland Un heraldo / El oráculo: Fernando Radó Hercule: Thomas Oliemans Apollon: Isaac Galán Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 27 de febrero 2, 4, 6*, 7, 8*, 9, 11*, 12, 14*, 15 de marzo de 2014 20.00 horas; domingos, 18.00 horas 98 Argumento Alceste Fernando Fraga La acción tiene lugar en la región de Tesalia en la Grecia antigua. Aparece la reina Alceste acompañada de sus dos hijos. La mujer, mientras se encamina al templo a orar por la curación del esposo, recibe Acto I la compasión de su pueblo (coro). Su dolor se Tras la sombría obertura que prepara al oyente para los acontecimientos que vienen a continuación, se inicia el acto que transcurre en una plaza ante el palacio real de Feres vecino al templo destinado al culto de Apolo. Evandro, un fiel oficial, y la multitud allí reunida aguardan noticias sobre el estado de salud del rey Admète (coro). Un heraldo aparece en el balcón de palacio y anuncia la cercana muerte del rey. extiende hacia sus hijos que intentan en vano consolarla. La última palabra será de los dioses, en cuyas manos se halla el destino del esposo y el futuro de sus hijos (aria de Alceste). En el templo de Apolo, el Sumo Sacerdote invoca al dios rogándole la salvación de Admète (pantomima, coro e invocación). El oráculo divino dictamina su voluntad: Admète ha de morir 99 capaz de seguir viviendo sin su presencia, la ha seguido a la oscuridad infernal (coro). salvo que en su lugar otra persona sacrifique por él su vida. Todos demuestran el horror que tal juicio divino les procura. Alceste decide morir para salvar la vida del esposo amado (aria de Alceste). El Sumo Sacerdote acepta tan terrible decisión. Alceste tendrá toda la jornada para preparar su destino. La reina se siente airada ante tan injusta decisión divina (aria de Alceste). El héroe Hercule, recién finalizados sus legendarios trabajos, conoce por boca de Evandro el destino soportado por su amigo Admète y su fiel esposa. Decide de inmediato devolver al pueblo a la amada pareja regia (aria de Hercule). Ante las puertas del infierno Alceste ruega a las fuerzas invisibles que acaben con sus tormentos (coro y aria de Alceste). Llega Admète decidido a compartir la suerte con su esposa. Sus mutuas declaraciones de amor y fidelidad (arias y dúo de Alceste y Admète) son interrumpidas por Tánatos anunciándoles que la hora de morir ha llegado ya (aria del dios infernal). La elección de la víctima está en manos de Alceste que sigue firme en su decisión de ocupar el lugar de Admète. Acto II Clima de satisfacción en el palacio real (coro y ballet), en duro contraste con la situación anímica de Alceste (aria). Admète, milagrosamente curado, recibe a Evandro y a su pueblo (aria de Admète). Mas el rey, intrigado por la imprevista y repentina recuperación de su salud, no recibe de Alceste más que vagas e imprecisas explicaciones (aria de Alceste). Hercule desafía el poder del Hades y combate contra sus fuerzas infernales (coro de las divinidades infernales). Esta osadía llama la atención de Apolo que, admirado del valor de Hercule y conmovido por la generosidad de Alceste, deja que pareja real continúe en el mundo de los vivos como ejemplo de la fuerza de lo que es capaz el amor conyugal (terceto de Alceste, Admète y Hercule, coro y chacona). A través de Evandro se entera de la imposición del oráculo, aunque sin saber quién es la víctima que ha aceptado morir en su lugar. Admète está horrorizado, incapaz de aceptar semejante sacrificio. La reina, finalmente, se ve obligada a confesar que ella es la víctima propiciatoria. Admète se niega a aceptar tal inmolación (aria de Admète). Alceste es confortada por el cariño de sus allegados. Los dioses aceptan la decisión de Alceste de ocupar el puesto de su marido. La mujer abraza al marido, junto a sus hijos, una última vez, antes de encaminarse al averno (aria de Alceste). En la versión original de Alceste (París, 1767) no aparece el personaje de Hercule, un añadido que hace perder un tanto la unidad y el interés de la ópera. Por ende, la salvación final de la pareja, igualmente decidida por el Deus ex machina Apolo, viene motivada por la conmoción que siente el dios ante el amor de Alceste y el coraje de Admète. Acto III En el patio del palacio de Feres, el pueblo llora la muerte de Alceste y Admète quien, in100 Noble sencillez y serena grandeza José Luis Téllez “Cuando empecé a componer Alceste resolví prescindir enteramente de todos esos abusos, introducidos tanto por la engañosa vacuidad de los intérpretes como por la actitud demasiado complaciente de los compositores, que desde hace ya mucho tiempo han desfigurado la ópera italiana y transformado el más bello de los espectáculos en el más ridículo y aburrido […] Así, he devuelto la música a su antigua función de servir a la poesía por medio de la expresión, de modo que favorezca el desarrollo de la historia y de las situaciones dramá- ticas […] sin interrumpir la acción ni dificultarla mediante adornos inútiles y superfluos […] Por éso no quiero detener a un cantante en el instante más bello de un diálogo tan sólo para dar paso a un ritornello instrumental, para que descanse y puede luego improvisar una fermata, ni hacer que se detenga en medio de una palabra para aprovechar una vocal que venga bien a su voz para hacer ostentación de sus agilidades, ni repetir una palabra una vez y otra”. 101 1755 en sus Gedanken über die Nachahmung der griesische Werke in der Malerei und Bildhauerkunst (Ideas acerca de la imitación de la obras griegas en la pintura y la arquitectura), donde se establecen las bases de lo que será el movimiento neoclásico que se impondrá en las últimas décadas del XVIII. Winkelmann describía el clasicismo grecolatino como edle Einfach und stille Größe, expresión que cabe traducir con las palabras que titulan esta nota. El origen del movimiento se cuece en el mundo germánico: Winkelmann es honrado y recibido por la Emperatriz Maria Theresia en 1768, cuatro años después de publicar su Historia del arte de la antiguedad (Geschichte der Kunst des Alterthums), cuya influencia es decisiva en autores como Lessing, Schiller y Goethe (la segunda parte del Faust sería impensable sin el pensamiento de Winckelmann), pero también en pintores como Jacques Louis David (que conoció a Winckelmann en Roma en 1775) o arquitectos como Karl Friedrich Schinkel. Como se sabe, las frases precedentes están tomadas de la dedicatoria de la primera versión de Alceste, editada en Viena en 1769, y puede perfectamente considerarse como el manifiesto de la Opera Reformada, un concepto que afecta no solo a las obras de Gluck y Calzabigi, sino también a las de otros compositores como Traetta o Piccini, su gran rival parisino. Empero, el punto de partida para dicha reforma fue la danza, una versión en forma de ballet-pantomima de Don Juan, estrenada en el Burgteather con coreografía de Gaspero Angiolini en 1761. En Don Juan, Calzabigi y Gluck sentaron las bases para un tipo de ballet argumental en el que danza, gesto y música aspiraban a articular una unidad centrada en la exposición y desarrollo de un argumento ciñéndose a su línea principal, sin fugas de sentido ni virtuosismos decorativos o gratuítos. Franz Anton Hilverding, arúspice del ballet d’action, fue el profesor de Angiolini que, en una célebre polémica, acusó a Jean Georges Noverre de haber plagido a su antiguo maestro en las Lettres sur la dance que el coreógrafo frances editó en 1760, donde se sistematizan las posiciones y pasos que configuran la gramática básica de la danza moderna (que continúan vigentes desde la perspectiva de la enseñanza). Noverre coreografió la versión vienesa de Alceste: la reforma de Gluck y Calzabigi llevaba el sello de lo que hoy denominaríamos modernidad. Mientras tanto, Gluck había desarrollado su nueva concepción operística en Viena y en Paris mediante títulos como Orfeo ed Euridice (1762), Alceste (1767), Paride ed Elena (1770), Iphigénie en Aulide (1774), Armide (1777) e Iphigénie in Tauris (1781). La primera y la segunda, escritas originalmente en italiano, conocerían nuevas versiones para la escena francesa (1774 y 1779, respectivamente): el modelo para estas adaptaciones (y para el resto de las versiones parisinas) está ahora en la tragédie lyrique de Lully y Rameau, pero Gluck lo desarrolla y elabora de un modo nuevo y personal. Maria-François Luis Grand-Leblanc Bouilli du Roulet será el autor de Sea de un modo u otro, lo importante es señalar como este movimiento artístico es contemporáneo con el nacimiento de la arqueología y el estudio científico de las fuentes estéticas griegas y romanas descritas por Johann Winkelmann en 102 103 ra Reformada abrigaba un propósito nítidamente regeneracionista: no es una casualidad que su primer protagonista fuera Orfeo, el mito musical por antonomasia. La revolución neoclásica –esto es: la vertiente estética del pensamiento ilustradoestaba en marcha. Los planteamientos estéticos de Gluck chocaban frontalmente con los hábitos de un público adormecido por las piruetas canoras de los castrati (todavía hoy, son muchos los aficionados que creen que la “verdadera ópera” son los agudos de los tenores y los gorgoritos sopraniles). De hecho, su influencia fue casi nula entre sus contemporáneos: habrá que esperar al Idomeneo mozartiano para encontrar la primera huella significativa en el intento de flexibilizar la rigidez de la ópera seria desde su interior: pero la limpieza del melodismo mozartiano de la madurez sería impensable sin el precedente de Gluck. las versiones francesas, escritas en el noble alejandrino de Corneille y Racine. Por lo demás, la versión definitiva no se alcanzó desde el primer momento: el tercer acto parisino era idéntico al italiano, remodelándose paulatinamente hasta alcanzar su forma definitiva. La idea básica estriba en potenciar la sencillez y claridad expositivas: ceñir la acción al progreso de un asunto lineal sin complicarlo con acciones secundarias y emplear la música como un dispositivo para reforzar esa sencillez y esa linealidad, borrando (o al menos, difuminando) la diferencia entre recitativo y aria para integrar el canto en un melodismo común, tratando la escritura instrumental de un modo equivalente y prescindiendo del recitativo secco en favor del accompagnato. El canto recupera de este modo su función dramatúrgica primigenia, al desarrollarse como una especie de declamación expresiva cuya belleza melódica alcanza un refinado extremo de depuración en aras de facilitar la inteligibilidad del texto: las coloraturas brillan por su ausencia, los agudos son los imprescindibles para esculpir el perfil melódico, las tesituras no alcanzan límites estratosféricos. Al tiempo, Gluck y Calzabigi preconizan incluír la danza en la acción al margen de todo decorativismo y, sobre todo, potenciar el papel del coro para que su función sea la de un personaje más, que comenta la acción, la prepara y la glosa (en la versión francesa su papel se ha acortado drásticamente, y su función está más próxima a la del pueblo que a la del coro trágico). La realidad es que las consecuencias de verdadero alcance en la línea de ese regeneracionismo no se encontrarán hasta Berlioz (responsable de la resurrección de la obra en 1861, ausente desde 1826 de la escena francesa) y, sobre todo, Wagner (que, por cierto, realizó una excelente “puesta al día” de Iphigénie en Aulis en su propia –y muy libre- versión alemana de la obra escrita para Dresde), cuya vocalidad no es otra cosa sino un desarrollo de los planteamientos (eminentemente “vanguardistas”, podríamos decir aplicando con anticipatorio anacronismo un concepto de nuestros días) de su ilustre predecesor. Se trata de ópera francesa, pero hay que tratar de escuchar Alceste como lo que potencialmente es: uno de los precedentes más representativos de una tendencia latente en la cultura alemana hacia lo que La idea-fuerza era, lógicamente, el regreso a la Tragedia primordial, es decir: a los presupuestos de la Cammerata Bardi. En tal sentido, la Ope104 habrá de configurarse como el futuro Musikdrama (término, por cierto, que ni es de Wagner ni mereció su aprobación para describir sus propias obras, pese a que es el que ha hecho fortuna). Wagner prescinde de intervenciones corales para centrarse por lo común en escenas de dos personajes, pero la función enunciativa del coro se ha traspasado a la orquesta, depositaria de la memoria inconsciente del relato. rrespondemcia musical procede directamente de La vocalidad silábica, la búsqueda de un ethos común para el significado literario y su co- Resulta digno de destacar el planteamiento ar- Gluck, que en Alceste se traduce en una preeminencia, verdaderamente inusitada en la época, de las tonalidades menores, sin otra excepción que el divertissement coreográfico del comienzo del segundo acto y, lógicamente, el lieto fine del tercero. Todo ello otorga a la obra un perfume particular, una melancolía difusa y ocasionalmente desgarrada que es uno de sus mayores atractivos. mónico a gran escala, en el que late ya una espe- 105 cie de premonición sinfónica. Alceste comienza en re menor (la tonalidad infernal de Orfeo ed Euridice) y finaliza en re mayor: es significativo que esa idea general coincida con la de Don Giovanni, donde re menor (que es también la tonalidad del Requiem) corresponde al retorno del Comendador como estatua. Pero ya se sabe que cada obra maestra crea sus propios precedentes. tancia sustancial: tal sucede con el personaje de Hercule, artífice del regreso terrenal de la protagonista siguiendo más de cerca el texto seminal de Euripides, origen privilegiado de las Operas Reformadas. Muchos años más tarde Verdi pronunciará una frase que, convenientemente malinterpretada, se haría famosa: torniamo all’antico e sarà un progresso. Wagner regresa a Gluck, que regresa a Monteverdi, que regresa a Ovidio. En realidad, toda forma de verdadera vanguardia implica un retorno a las fuentes: pero ya dijo Gaudí que originalidad es volver al origen. Admète, por su parte, de acuerdo con el pensamiento ilustrado, es un personaje mucho más humano y menos egoísta que su equivalente griego: la ópera es un canto a la armonía conyugal y al amor de la pareja, cada uno de cuyos miembros está dispuesto a morir para rescatar al otro: en el fondo, lo que subyace es la misma idea de la unión libremente asumida que encontraremos más tarde en el Fidelio beethoveniano (pero también en Le nozze di Figaro), la proclama de un compromiso nuevo, un pacto social capaz, incluso, de hacer retroceder a los dioses en sus decisiones: vivez, heureux époux, pour sevir de modèle / aux mortels que l’Hymen enchain sous les lois, declara Apollon en la conclusión justificatoria del precedente deus ex machina. Según Calzabigi, Alceste disfrutó de 60 representaciones en Viena, circulando además por diferentes teatros italianos y transalpinos, aunque no llegó a entrar en repertorio. Versiones, todas ellas, plagadas de recortes y simplificaciones: es llamativo que muchas de esas supresiones concuerden con la futura versión francesa (que, al tiempo, añadía mucha música más). En la versión parisina (que cabe considerar como definitiva), todo ha sido drásticamente simplificado, pero también hay elementos nuevos de impor106 Lohengrin Richard Wagner (1813-1883) 107 Lohengrin Richard Wagner (1813 – 1883) NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL. Director musical: Hartmut Haenchen Walter Althammer (11, 19) Director de escena: Lukas Hemleb Escenógrafo: Alexander Polzin Figurinista: Wojciech Dziedzic Iluminador: Urs Schönebaum Director del coro: Andrés Máspero El rey Heinrich: Franz Hawlata Goran Juric* Lohengrin: Christopher Ventris Michael König* Elsa: Catherine Naglestad Anne Schwanewilms* Friedrich von Telramund: Thomas Johannes Mayer Tomas Tomasson* Ortrud: Deborah Polaski Dolora Zajick* El heraldo: Anders Larsson Cuatro Caballeros: Antonio Lozano, Gerardo López Isaac Galán, Rodrigo Álvarez Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 3, 6*, 7, 10, 11*, 13, 15*, 17, 19*, 20, 22*, 24, 27 de abril de 2014 19.00 horas; domingos, 18.00 horas 108 Argumento Lohengrin Fernando Fraga es necesario que el monarca ponga fin a un conflicto. Es el suscitado por una joven princesa de nombre Elsa, acusada por el conde Friedrich von Telramund de haber dado muerte a su hermano pequeño Gottfried, el heredero legítimo al trono de Brabante. La acción tiene lugar en Amberes. La época: la primera mitad del siglo X. Acto I Un delicado preludio da comienzo a esta partitura definida por el compositor cual “ópera romántica”. Cerca de Amberes y al borde del río Escalda, el rey alemán Heinrich llamado “el Pajarero” reúne a una multitud de guerreros de Brabante con la intención de organizar una cruzada en contra de los enemigos húngaros. Sin embargo, previo paso a esta campaña guerrera Elsa, tras un inquietante mutismo, es incapaz de defenderse. En su lugar hace un misterioso relato en el que evoca una visión que tuvo: “en los momentos de mayor confusión, después de la desaparición de su hermano, un hermoso joven puro y virtuoso la reconfortó”. 109 zar claros y contundentes, Ortrud expone su plan vengativo contra el desconocido y Elsa. Sabe que si aquél descubre su identidad, con ello perderá todo su poder y únicamente Elsa podrá desenmascararlo. La pareja se compromete a poner en práctica ese diabólico plan. En ese joven pone ella ahora todas sus esperanzas de protección. Él la defenderá de las acusaciones de Telramund. El Heraldo Real, tras dos convocatorias con la única respuesta de un ominoso silencio, convoca al caballero que ha de enfrentarse a un juicio de Dios en defensa de Elsa. A la tercera llamada hace su aparición un caballero que llega deslizándose por las ondas del Escalda en una pequeña barca arrastrada por un cisne. De repente, en lo alto del castillo aparece Elsa agradeciendo a Dios la ayuda obtenida. Ortrud, con humildad bien conseguida, logra llamar la atención de la muchacha y que ésta se compadezca de su caída en desgracia. Elsa acaba por perdonarla y la invita a participar en la boda que está a punto de celebrarse. Animada por tanta confianza que le demuestra Elsa, Ortrud le inyecta las primeras dudas sobre su futuro marido, al decirle que quizás algún día la abandone de la misma repentina manera a como se presentó de improviso ante ella. Elsa, de momento, no parece afectada por estas sibilinas insinuaciones. El caballero acepta defender la inocencia de Elsa a condición de convertirse luego en su esposo y con una inquebrantable promesa: que la muchacha jamás le interrogue acerca de su nombre ni saber de dónde procede. Elsa promete que jamás le interrogará sobre sus orígenes. El Heraldo anuncia las reglas del combate y el caballero y Telramund se enfrentan. Es breve la contienda. El desconocido arroja rápidamente al suelo a su contrincante a quien perdona la vida. Acto II Una fanfarria de trompetas anuncia la llegada del día. Es la señal para que se reúna toda la nobleza brabantina a las puertas de la iglesia. El Heraldo vocea las decisiones regias: Telramund y su esposa han de abandonar el lugar, al tiempo que Lohengrin, el defensor de Elsa, nombrado protector de Brabante, llevará a la muchacha al altar. Cuatro pajes convocan al cortejo nupcial. La noche posterior, ante las paredes del castillo de Amberes, Ortrud y Telramund, derrotados y proscritos, están rumiando su derrota en los escalones que conducen a la vecina iglesia. El marido acusa a la esposa de ser la causante de su vergüenza. Con calma y con los proyectos a reali- Ortrud unida al cortejo detiene a Elsa nada más la muchacha iniciar su entrada a la iglesia. Con duras palabras acusa al caballero de impostor, de poseer un poder maléfico a causa del cual no quiere que se descubran sus orígenes. El estupor y la ira de los presentes sólo se calma con Una vez reparada la inocencia de Elsa, el pueblo aclama al triunfador, mientras Ortrud, la esposa de Telramund, se pregunta sobre la identidad del caballero desconocido que parece inmune a sus mágicos poderes. 110 111 bado. Ante ella y toda la corte explicará quién es y de dónde viene. la llegada del rey Heinrich quien pone término al enfrentamiento de Ortrud y Elsa. No acaban aquí los problemas. Es ahora Telramund el que acusa al desconocido de malas artes al no querer revelar su nombre. El aludido, Lohengrin, afirma que sólo Elsa es la que tiene derecho a interrogarle acerca de tal cuestión. En una pradera al borde del Escalda, al amanecer, el rey Heinrich y su pueblo se preparan para la lucha en defensa de la tierra germánica. Son interrumpidos por la aparición de cuatro nobles portando el cadáver de Telramund. Tras ellos aparece Elsa, pálida y apesadumbrada, en compañía de su esposo. Este no se unirá a las tropas porque Elsa ha incumplido su promesa y su partida del lugar es irrevocable. Delante de todos descubre quién es: se llama Lohengriny es hijo de Parsifal, un enviado de la comunidad que custodia en Montsalvat el Santo Grial. Asegura que el rey saldrá victorioso de sus enemigos. Elsa, terriblemente afectada, demostrando la lucha interior que la agita, acaba por declarar que su amor está por encima de toda duda y preocupación. La pareja, aclamada por el pueblo, entra por fin en la iglesia. Acto III Tras un bello, y lleno de climax, intermedio orquestal, varias mujeres acompañan con su canto a Elsa al interior de la alcoba nupcial. Los dos jóvenes reciben la bendición del rey antes de que todos se retiren dejándoles a solas en la más deseada intimidad. En el río se vislumbra la silueta del cisne arrastrando la barquita. Ortrud triunfante revela entonces que Gottfried, el hermano perdido de Esla, es el cisne transformado por sus artes. Lohengrin ora junto al río y una paloma blanca vuela por encima del cisne que, de repente, adquiere la figura de Gottfried. Ortrud no puede ocultar su rabia; Elsa llama a su esposo, pero Lohengrin se aleja a través de las aguas camino de Montsalvat. Al principio la pareja solo tiene palabras de mutuo amor y comprensión, pero poco a poco en la cabeza de Elsa comienza a germinar la fatal duda que en ella sembró la astuta Ortrud. Una idea fija parece haberse apoderado de ella: saber quién es el caballero que la salvó de la ignominia. La tensión se recrudece y, pese a las evasivas iniciales del ahora marido, Elsa acaba dejándose llevar por un febril empecinamiento y finalmente hace la fatal pregunta: “¿Quién eres?”. En esto, surgido de la oscuridad, avanza Telramund amenazador, espada en mano. El caballero acaba con él de un solo golpe. Luego se vuelve a Elsa y le dice que entre ellos todo ha aca112 Lohengrin o la segunda crisis Miguel Ángel González Barrio el destituido Kapellmeister de la capital báltica y su familia llegaron por tierra a Pillau (Prusia; hoy Baltiysk, Rusia) rodeando Könisberg, donde había dejado también acreedores, y allí, antes de que amaneciera, se embarcaron rumbo a Londres el 19 de julio en la goleta Tetis, cargada de avena y guisantes. El destino final era París, donde esperaba encontrar el éxito. Según relató nuestro compositor en su autobiografía Mi vida veinticinco años después, quizá exagerando la conexión entre vida y obra, las intensas vivencias de ese “Hay todo un mundo entre «Lohengrin» y mis proyectos actuales1. Lo que es terriblemente embarazoso para nosotros es ver involuntariamente nuestra mudada piel de serpiente extendida como si uno aún estuviera en ella. Si todo fuera como yo deseo, hace tiempo que habría olvidado «Lohengrin» –cuyo poema escribí en 1845- en favor de nuevas obras que demostraran, incluso a mí mismo, que he progresado.” (Carta a Adolf Stahr del 31 de mayo de 1851) El 9 de julio de 1839, Richard Wagner, su esposa Minna y el fiel terranova Robber huyeron precipitadamente de Riga esquivando a los acreedores. Con ayuda de su amigo Abraham Möller, 1 113 Wagner acababa de escribir el esbozo en prosa de Der junge Siegfried (El joven Sigfrido), posteriormente Sigfrido, segunda jornada de El anillo del nibelungo. viaje accidentado, en el que la tormenta les obligó a refugiarse en la aldea noruega de Sandwiken, y los rítmicos gritos de la marinería, le inspiraron el color poético y musical inconfundibles de El holandés errante. Después de dar sus primeros pasos como operista imitando2 la ópera romántica alemana de Weber y Marschner (Las hadas), la ópera francesa e italiana de su tiempo (La prohibición de amar) y la Grand Opéra de Meyerbeer y Halevy (Rienzi), en El holandés errante al fin encontró Wagner una voz auténticamente personal, un estilo propio del que, ocasionalmente, se aprecian atisbos ya en sus primeros trabajos. “Aquí comienza mi carrera como poeta, y mi adiós al mero fabricante de libretos”, escribiría en 1851 en Una comunicación a mis amigos. Si París no valió la misa, pues no le proporcionó el anhelado éxito, el Holandés bien valió aquella penosa estancia3. ensayos fundamentales4 sus principios estéticos y su programa de renovación de la ópera, sembrando la semilla de toda su obra posterior, muy en particular de El anillo del nibelungo, y escribió el libreto (poema, como Wagner prefería) del Anillo. El espíritu revolucionario del joven hegeliano y seguidor de Feuerbach alienta estos escritos con su llamada a revertir el orden social imperante, a reponer el carácter público del arte terminando con su carácter de mercancía, y en su crítica del Cristianismo. Wagner conoció el asunto de Lohengrin el invierno de 1841-42 en París, mientras se documentaba para el Tannhäuser. “Con esto se me había abierto todo un mundo nuevo, y, si al principio no encontré aún la forma en la que yo hubiera podido llevar a cabo también el Lohengrin, esta imagen continuó viviendo en mí indeleblemente”5. Ya en julio de 1845, mientras tomaba las Diez años después, en mayo de 1849, Wagner volvía a salir huyendo, esta vez de Dresde, escapando in extremis de una orden de arresto por su participación en el fallido alzamiento revolucionario. Con la ayuda de Franz Liszt, que lo escondió en Weimar, el 24 de mayo logró escapar hacia Suiza con pasaporte falso, adonde llegó cuatro días más tarde. Dejaba atrás Alemania, que no volvería a pisar hasta 1860, y abandonaba a su suerte Lohengrin, su última ópera, que sería estrenada por Liszt en Weimar el 28 de agosto de 1850 con su autor en el exilio. Con excepción de algún bosquejo suelto para Siegfrieds Tod (La muerte de Sigfrido, posteriormente El ocaso de los dioses) y El joven Sigfrido, no volvería a componer de continuo en los siguientes cinco años y medio, durante los cuales puso por escrito en tres 114 2 “De mis primeros esfuerzos daré tan sólo un breve informe: eran los intentos habituales de una individualidad aún sin desarrollar, para encontrar su rumbo, a medida que avanza la adolescencia, siguiendo las huellas del arte que nos influye en nuestra juventud. La primera voluntad artística no es otra cosa que la satisfacción del impulso instintivo de imitar lo que más nos atrae.” (Richard Wagner, Una comunicación a mis amigos, 1851) 3 “[…] si, quizá inaugure un nuevo género.” (Carta de R. Wagner a su hermana Cäcilie Avenarius, de 5 de enero de 1843. El Holandés se estrenó el 2). 4 Arte y revolución (julio de 1849), La obra de arte del futuro (noviembre de 1849; Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2000) y Ópera y drama (enero de 1851; Ed. Akal, 2013). 5 Richard Wagner: Mi vida. Traducción de Ángel Fernando Mayo Antoñanzas. Ediciones Turner, Madrid 1989. 115 aguas en el balneario de Marienbad, el flamante autor de Tannhäuser leyó los poemas Parzival y Titurel de Wolfram von Eschenbach (1170-1230), en las ediciones de Simrock (1842) y San-Marte (1841), así como la epopeya anónima Lohengrin, en edición de Görres (1813). Esta vez el tema del extranjero atractivo y virtuoso que llega por mar a una tierra extraña y se gana inmediatamente a todos para desaparecer como llegó tan pronto es cuestionado acerca de su naturaleza, tema que Wagner, un estructuralista avant la lettre, había notado era común en leyendas de pueblos marítimos o fluviales, le fascinó. “El Lohengrin, cuya inicial concepción ya se me había ocurrido en la época de París estuvo de repente ante mí plenamente provisto ya con todo detalle de la configuración del entero asunto”6. El 3 de agosto ya tenía un esbozo en prosa. El libreto estuvo terminado en noviembre. Como de costumbre, Wagner realizó una fusión admirable de diversas fuentes medievales, tomando de cada una lo que necesitaba para su propósito, modelando materiales heterogéneos en un libreto dramáticamente eficaz que retiene el sabor legendario e histórico (la acción se sitúa en tiempos de Enrique I de Sajonia, el “pajarero”, que vivió en el siglo X). Leyenda, escenario y personajes, con misterioso caballero de armadura plateada, cisne mágico, conspiradores, una vistosa procesión nupcial, etc., sin duda contribuyeron a su gran popularidad inicial, aunque el tema subterráneo de Lohengrin es la necesidad de amor: ser como era, tal y como se le aparecía. Buscaba a la mujer ante la que no tuviera que explicarse o justificarse, que lo amase incondicionalmente. Tenía que ocultar, por tanto, su naturaleza superior, pues sólo en la no revelación, la no ostentación de su naturaleza superior –o, mejor dicho, elevada- podría tener la total garantía de no ser admirado y contemplado con asombro sólo por eso, o de ser sujeto de humilde adoración como algo incomprensible, cuando lo que él persigue no es admiración o adoración, sino lo único que puede redimirle (erlösen) de su soledad, satisfacer su deseo de amor, de ser amado, de ser entendido a través del amor. En cuerpo y alma él no quería sino ser otra cosa, ser sentido y percibido como un ser humano sensible y completo; un hombre, no Dios –es decir, el artista absoluto-. Por eso anhelaba una mujer, un corazón humano. Y así descendió de su dichosa soledad estéril cuando oyó el grito de socorro de esa mujer, de ese corazón, allí abajo entre la humanidad.”7 Las connotaciones familiares, con Minna, incapaz de comprender la deriva artística de su esposo, pidiéndole con insistencia un nuevo Rienzi, un éxito que les diera seguridad y prosperidad económica, la soledad del artista, y Richard buscando amor y comprensión en otros brazos, son evidentes. A finales de la temporada 1845-46, cuyos hitos fueron el estreno de Tannhäuser (19 de octubre) y la dirección, por primera vez, de su obra “Lohengrin buscaba a la mujer que confiara en él, que no le preguntase quién era y de dónde venía, sino que lo amase como era y por 116 6 Ibid. 7 Eine Mittheilung an meine Freunde (Una comunicación a mis amigos, 1851 ) sueltas, ensamblándolas posteriormente, en Lohengrin elaboró un borrador de toda la ópera con sólo dos líneas de pentagrama, una para la línea vocal y otra para la armonía, a menudo únicamente el bajo. A continuación acometió un segundo borrador, añadiendo el acompañamiento en otras dos líneas de pentagrama. Esta segunda fase la fetiche, la Novena de Beethoven (5 de abril), Wagner se tomó tres meses de vacaciones antes de embarcarse en la composición de su nueva Ópera romántica. El 30 de julio de 1846 había completado un borrador de toda la obra, inaugurando un nuevo procedimiento compositivo: en vez de bosquejar números o escenas a partir de anotaciones 117 comenzó por el final, por el tercer acto, a causa del motivo que aparece en la narración de Lohengrin, y que es “el núcleo del conjunto”8, pero sobre todo a ciertas críticas que había recibido de su amigo el escritor Hermann Franck acerca del “ofensivo castigo” de Elsa, acorde con la leyenda pero dramáticamente endeble, poco creíble. En este estadio, que le llevó del 9 de septiembre de 1846 al 5 de marzo de 1847, Wagner realizó cambios en texto y música hasta “verlo fijado del todo satisfactoriamente para mí”9. La elaboración de los dos primeros actos fue mucho más rápida, del 12 de mayo al 2 de agosto de 1847. El 28 de agosto terminó el borrador del Preludio. El último estadio, la elaboración de la partitura, le llevó del 1 de enero al 28 de abril de 1848. frecuencia rimado, suele dar lugar a períodos que son múltiplo de frases de dos o cuatro compases, lo que, junto con la casi total ausencia de compases ternarios, produce cierta sensación de estatismo o pesadez. Con todo, la parcelación en números es menos evidente que en El holandés errante, donde incluso se consignaban en la partitura, y la división entre recitativo y aria, que terminará por desaparecer completamente en El oro del Rin, se estrecha mediante el empleo de un “cuasi-arioso” continuo, aun sin la fluidez que llegaría a tener. El coro tiene una importante participación, pero siempre motivada por la situación dramática, y está integrado en el tejido de la obra con más habilidad que en sus óperas anteriores. En cierto modo es como una segunda orquesta. Durante el sueño de Elsa, por ejemplo, el coro, el pueblo, comenta las enigmáticas palabras. También el Preludio supone un gran avance sobre la tradicional obertura de “corta y pega” que expone varios temas de la ópera. En sintonía con las ideas de Gluck recogidas en su Prefacio a Alceste, según el cual la obertura debe transmitir la atmósfera del drama subsiguiente, el Preludio de Lohengrin pone música a una visión mística: el descenso del Grial a la tierra traído por un ejército de ángeles, que regresan al cielo tras dejarlo al cuidado de hombres santos (los caballeros del Grial). Cuando Wagner leyó su poema ante un selecto grupo de invitados, en noviembre de 1845, Robert Schumann se mostró perplejo: “no comprendía la forma con que yo quería componerlo, pues no veía el sostén para verdaderos números musicales. Me permití la broma de leer diversos pasajes de mi poema en la forma de arias y cavatinas, con lo cual sonrió y se declaró satisfecho.”10 Pese a los esfuerzos de Wagner por prescindir de los números tradicionales y sustituirlos por secuencias dramáticas, quedan en Lohengrin vestigios de la tradición que intentaba superar. El sueño de Elsa (“Einsam in trüben Tagen”) y la narración de Lohengrin (“In fernem Land”), por ejemplo, se perciben como números cerrados pese que el diálogo intercalado parte el primero en varios episodios, y son de hecho piezas populares interpretadas aisladamente, en concierto. El verso, más regular que el de Tannhäuser y con Franz Liszt apreció en Lohengrin una gran unidad de diseño y de estilo, a la que se refirió con palabras que describen mejor obras posteriores: 8 Mi vida. 9 Ibid. 10 Ibid. 118 119 oyente. La orquestación, en particular el empleo de colores tonales distintivos y contrastantes y de maderas a tres, con el añadido de corno inglés y clarinete bajo a oboes y clarinetes, fue alabada por Liszt y por Richard Strauss (en su edición revisada del Tratado de orquestación de Berlioz), quien afirmó que, desde Berlioz, las obras de Wagner representaban los únicos avances significativos en el arte de la orquestación. “No hay una sola frase melódica, menos aún una pieza del conjunto o un pasaje cualquiera, cuyo verdadero sentido y significado profundo pueda comprenderse separado del resto. Todo está unido, enlazado, graduado.”11 Wagner se aproximaba con paso firme a la deseada unidad estructural, formal, que debía tener la música de una ópera para poder elevarse a la categoría artística de la música absoluta. “Para que la música dramática sea una obra de arte como la música, ha de tener la unidad de un movimiento sinfónico. Y esto lo logra si, en íntima conexión con este último, se extiende por todo el drama, y no sólo en pequeños fragmentos artificialmente destacados”12. La unidad sinfónica que Wagner conseguiría en sus obras de madurez con la técnica de los leitmotive o motivos conductores está presente en Lohengrin en estado embrionario. Hay en Lohengrin únicamente seis temas básicos, diferenciados (reservemos motivo para las células más elaboradas y estructuralmente más relevantes de los dramas musicales posteriores a Ópera y drama), menos que en la primera escena de El oro del Rin, su siguiente obra. Estos temas están claramente asociados con personajes o momentos del drama, y suelen aparecer con una tonalidad y orquestación características: Grial (la mayor, cuerda aguda), Rey (do mayor, trompetas), Elsa (la mayor, oboe), Lohengrin (la mayor, trompetas), Ortrud (fa menor, cuerda grave). No por casualidad fa, la tonalidad de Ortrud, antagonista de Lohengrin, es la relativa menor de la mayor13; y el tema de Elsa modula metafóricamente entre su tonalidad natural de la mayor y la lejana de la mayor (Lohengrin). Este uso asociativo de la tonalidad proporciona un anclaje que sirve de guía, incluso inconsciente, al En Lohengrin los temas no son simplemente citados, como en el Holandés. Su similitud permite engarzarlos mediante afinidades electivas: un tema sigue a otro afín, en carácter o sustancia musical. El ejemplo más conseguido de concatenación de temas lo encontramos en la gran escena de Ortrud y Telramund (primera escena del segundo acto). Sobre una sucesión de temas (aquí sí funcionan prácticamente como leitmotive) que proporciona conexiones y expresión y crea una atmósfera siniestra, se superpone el diálogo en forma libre, declamada. La novedad con respecto a la narración de Roma de Tannhäuser, construida sobre el mismo principio, es que en Lohengrin los temas empleados en la escena de Ortrud y Telramund aparecen por toda la ópera. 11 Lohengrin et Tannhäuser de Richard Wagner (Leipzig, 1851). Hay traducción parcial en la primera edición (1992) del monográfico de L’Avant-scène opéra dedicado a Lohengrin. 12 Über die Anwendung der Musik auf das Drama (Sobre la aplicación de la música al drama, 1879). 13 La nota fa, separada de do (¡el rey!) por un tritono, tiene connotaciones malignas para Wagner. Esta nota juega un importante papel en la maldición de Alberich en El oro del Rin. El tritono do-fa está presente asimismo en el motivo del dragón en Sigfrido o el de Hagen en El ocaso de los dioses. 120 futuro), Elsa hará la fatídica pregunta y Lohengrin regresará al reino del Grial. Esta focalización de imágenes visuales y orquestales, que implica la combinación de impresiones escénicas inmediatas e ideas temáticas “locales” desarrolladas en una escala cuasi-sinfónica es uno de los mayores logros de esta ópera. Wagner no pudo evitar caer en la tentación de rematar esta escena con un impactante dúo de venganza, con la pareja cantando al unísono sobre un fondo de cuerda tremolante y coro de vientos, expediente proscrito muy poco después en Ópera y drama. Hay un tema o motivo que no he mencionado todavía, y que es el más importante de todos, el de la pregunta prohibida. Se origina en la línea vocal, cuando, en la tercera escena del primer acto, Lohengrin hace prometer a Elsa que nunca le preguntará ni intentará averiguar su procedencia, nombre o linaje (“Nie sollst du mich befragen”). Es por tanto un precursor del motivo de reminiscencia que Wagner propugna en Ópera y drama. Sus reapariciones sirven para recordar al oyente la prohibición, y están motivadas por una mención explícita en el texto, o bien actúan como comentario autónomo de los hechos, como sucede en el grandioso final del segundo acto: Elsa, en lo alto de la escalinata de la catedral, se vuelve y mira asustada a Ortrud; sobre la potente fanfarria real en do mayor irrumpe atronador el tema de la pregunta prohibida, coloreado en fa menor. El Mal ha triunfado. En la segunda escena del tercer acto, en plena noche de bodas, después de la celebérrima canción nupcial (gana mucho oída en su contexto, aunque dista de ser la obra de arte del Wagner no escucharía Lohengrin hasta mayo de 1861, en Viena. Menos de tres años después de su composición se adentró decididamente en el futuro tras haber trazado minuciosamente el plan (prima le parole, dopo la musica) en Ópera y drama. Se proponía escribir música en una escala colosal, mucho mayor que la que jamás se había intentado, con un gran número de motivos, muchos de ellos con significados concretos14, enlazados en una red sinfónica que se extendería de principio a fin por toda la obra, y con una manera absolutamente novedosa de manejar la relación entre el ritmo poético y el musical, entre la palabra y la música. El cuerno, la espada y el anillo que el misterioso caballero de armadura plateada entregó a Elsa antes de partir fueron recogidos por Sigfrido. Lohengrin pertenecía ya al pasado. Tenía que demostrar al mundo y, sobre todo, a sí mismo, que había progresado. 14 Antes de que Hans von Wolzogen elaborase su guía temática del Anillo (1876), el propio Wagner dio nombre a algunos de ellos en sus bosquejos. 121 Les contes d’Hoffmann Jacques Offenbach (1819-1880) 123 Les contes d’Hoffmann Jacques Offenbach (1819-1880) NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL. Director musical: Sylvain Cambreling Director de escena: Christoph Marthaler Escenógrafo y Figurinista: Anna Viebrock Director del coro: Andrés Máspero Hoffmann: Eric Cutler Jean-Noël Briend* La Musa / Nicklausse: Anne Sofie vor Otter Hannah Esther Minutillo* Lindorf/Coppélius/Dr.Miracle /Dapertutto: Vito Priante Andrés / Cochenille/ Franzt/Pitichinaccio: Christoph Homberger Olympia: Ana Durlovski Antonia: Measha Brueggergosman Giulietta: Ainhoa Arteta La voz: Lani Poulson Nathanaël: Gerardo López Spalanzani: Graham Valentine Hermann: Tomeu Bibiloni Schlemil: Isaac Galán Maître Luther / Crespel: Jean-Philippe Lafont Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 17, 21, 25, 28, 31* de mayo 3, 6, 9, 12, 15, 18*, 21* de junio de 2014 19.00 horas; domingos, 18.00 horas 124 Argumento Los cuentos de Hoffmann Fernando Fraga Al principio Hoffmann presenta un aire reflexivo, pero respondiendo a las peticiones de los amigos, entona una cómica balada sobre el enano Kleinzach. Sin embargo su inspiración romántica le lleva a cantar los afanes del amor. Hoffmann recibe las burlas de Lindorf y reconoce en él las fuerzas del mal, que siempre le han acosado. Prólogo Si bien la ópera dispone siempre como primer cuento el relativo a Olympia, los dos siguientes, Giulietta y Antonia, suelen variar de una versión a otra. La obra en cualquier caso, empieza con un prólogo que transcurre en Nuremberg, en la cervecería de maese Luther, junto al teatro de ópera donde la famosa Stella, el gran amor del poeta Hoffmann, interpreta el papel de Donna Anna del Don Giovanni mozartiano. Desatendiendo el aviso de Luther de que va a continuar la representación de ópera, los estudiantes se disponen a escuchar el relato de los tres amores de Hoffmann. Acto I Los clientes piden cerveza y vino. Entra Lindorf, un respetable consejero municipal que corteja a Stella y soborna al criado Andrés para que le entregue una carta que Stella ha enviado a su amante, Hoffmann, en la que ha introducido la llave de su habitación. Poe supuesto Lindorf tiene el propósito de reemplazar al artista. En casa del físico e inventor Spalanzani, en París quien da los últimos toques a su maravillosa nueva creación: una muñeca mecánica que parece una muchacha verdadera. Hoffmann, que se ha enamorado locamente de ella, llega a la casa para verla, con el pretexto de tomar lecciones científicas. El inventor da una fiesta para presentar su última creación y va a preparar la llegada de los invitados, Hoffmann descubre a la muchacha oculta en una habitacióny expresa su admiración por ella, a pesar de las indicaciones de Nicklausse. Llega el diabólico doctor Coppelius, que es el que ha proporcionado a Olympia los ojos que le han dado su apariencia definitivamente humana. Viene a cobrar sus honorarios y aprovecha para vender a Hoffmann unos anteojos que le harán ver aún más atractiva a Olympia. Llegan los invitados Entra un grupo de estudiantes que cantan impetuosamente, encabezados por Hermann y Nathanael, que porponen un brindis por Stella. En ese momento llegan Hoffmann y su amigo Nicklausse (encarnado por una mezzosoprano). Parodiando a Leporello con una frase del Don Giovanni, Nicklausse se queja de estar cansado de las permanentes aventuras del artista. 125 regresa el padre de la joven, acompañado del doctor Miracle, un personaje siniestro del que Crepel sospecha fue el causante de la muerte de su esposa. Miracle hace que Antonia cante, tratando con ello de captar su alma. Crespel se indigna y echa de casa al maligno doctor. Vuelve Hoffmann y suplica a la joven que no cante, pues peligra su salud. y el dueño de la casa les presenta a la muñeca, que canta una canción llena de efectos vocales, uno de los momentos más esperados de la obra, un verdadero alarde cómico-vocal de gran dificultad y lucimiento. Mientras los invitados cenan, Hoffmann declara su amor a Olympia, que en una graciosa escena responde sólo con monosílabos. Comienza el vals y Hoffmann baila con Olympia hasta que ésta se desarma en sus brazos, lo cual es un castigo De Coppelius por haberle pagado con un cheque sin fondos. Hoffmann se muestra horrorizado cuando se da cuenta de que se ha enamorado de una muñeca, y todos se burlan de él, menos su fiel Nicklausse, que le consuela y se lo lleva de allí. Pero regresa el doctor Miracle y hace que Antonia escuche la voz de su madre, quien la incita a cantar. El siniestro doctor toca enloquecido el violín y Antonia canta sin cesar hasta caer muerta. Acto III Transcurre en Venecia. Acto II Hoffmann no aprende de sus errores y se ha enamorado de Giulietta, una bella cortesana veneciana, que canta con Nicklausse la famosa barcarola, lánguida y sensual. Hoffmann canta su amor por Giulietta, pero descubre tiene un rival en Schlemil, quien le evita el acceso a la mujer amada. Nicklausse advierte a su amigo que no se deje llevar nuevamente por amores imposibles, cuando aparece otro ser maligno, Dapertuttootro diabólico personaje-se vale de la cortesana para robar las sombras de sus enemigos, y con ello sus almas. Consigue de Giulietta ofreciéndola un gran diamante, que ella robe también la imagen de Hoffmann. Dapertutto y Pitichinaccio, otro admirador de la cortesana, se burlan de Hoffmann, a la vez que Schlemil lo reta a un duelo. Hoffmann lo mata y logra quitarle la llave de la habitación de Giulietta. Transcurre en Munich, en casa del consejero Crespel, padre de Antonia, una mujer sensible y muy hermosa, de la que Hoffmann se ha enamorado. Antonia está cantando, sentada al piano, su padre entra acongojado, pues su hija está enferma y no debe cantar. Antonia ha heredado la voz de su madre, que murió de tisis y está siguiendo los pasos de ella. Antonia había prometido no volver a cantar, pero su necesidad de hacerlo es superior a ella misma. Crespel sale y ordena a su criado Frantz que no deje entrar a nadie. A pesar de las advertencias de Crespel, llega Hoffmann y se encuentra con Antonia, quien al verle se alegra y canta con él un apasionado dúo. Hoffmann se oculta, pues 126 127 Pero ya es tarde Hoffmann ve pasar una góndola donde Giulietta huye con Pitichinaccio. Epílogo En la taberna de Luther, Hoffmann ha terminado su narración y Nicklausse le comenta que en todas estas historias realmente había tres almas de mujer en una sola, que no es otra que Stella. Los estudiantes se van, la representación de ópera ha concluido y la cantante regresa, se acerca a Hoffmann y le encuentra borracho y dormido. Stella se marcha con Lindorf. El poeta ha renunciado al amor y sólo piensa en la Musa de su poesía que se le aparece, anunciándole que su alma volverá a renacer como un ave fénix de las cenizas de su corazón herido. 128 Les contes d’hoffmann. un torso musical sobre el arte y el deseo Gabriel Menéndez Torrellas Contes d’Hoffmann, estrenada en la Ópera comique de París el 10 de febrero de 1881. “Toda la Naturaleza era ahora para él un espejo defectuosamente esmerilado en el cual, él, mil veces deformado, sólo veía su propia máscara mortuoria, y sus obras no son otra cosa que un espantoso grito de angustia en veinte volúmenes”. Con estas palabras describía en 1836 el poeta alemán Heinrich Heine los momentos finales del escritor y compositor E. T. A. Hoffmann, una síntesis de fantasmagoría y desesperación ante la creación artística, que Jacques Offenbach quiso hacer realidad musical en su obra inacabada Les Denominada “Opéra fantastique” en cinco actos, el primero y el último de los actos funcionan como prólogo y epílogo a tres narraciones (actos II, III y IV) del propio E. T. A. Hoffmann: el segundo acto, cuya protagonista es Olympia, sobre Der Sandmann (El hombre de arena) de 1816; el tercer acto, consagrado a Antonia, sobre Rat Krespel (La rata Krespel) de 1818; y el cuarto acto, en torno a Giuletta, sobre Die Abenteuer der 129 Silvester-Nacht (La aventura de la noche de San Silvestre) de 1815, todo ello testimonio de la favorable recepción en Francia de la obra del autor alemán. El asunto que como hilo conductor hilvana los cinco actos gira en torno a la figura del artista, alter ego a la vez del escritor Hoffmann y del compositor Offenbach: la tesis presentada sostiene que al artista no le está permitido disfrutar del placer del amor, tal y como la Musa expone al inicio de la ópera. Según ésta, Hoffmann no debería olvidar su vocación como poeta por causa de su amor a Stella; con este cometido, la Musa asume el papel de Nicklaus, acompañante perpetuo del poeta, una figura inventada por el libretista Jules Paul Barbier. En el último acto se tiende un puente con el principio cuando el poeta renuncia al amor por Stella y es celebrado en una apoteosis final. vanos y la muerte le sobrevino el 5 de octubre de 1880 con gran parte de la partitura sin concluir; la intervención de Ernest Guiraud permitió una instrumentación de la reducción a piano que posibilitase su estreno en febrero de 1881. Durante el ensayo general en la Opéra comique empezó el desafortunado periplo interpretativo de la obra: todo el acto consagrado a Giuletta fue suprimido debido a la longitud de la ópera y el acto dedicado a Antonia desplazado a Venecia con el fin de restituir en él la célebre Barcarola. El éxito del estreno propició su rápida programación en la Ópera de Viena, donde una nueva desgracia iba a sumarse al historial de Les Contes d’Hoffmann: al día siguiente del estreno, el 7 de diciembre de 1881, un incendió asoló la representación, muriendo unas cincuenta personas y rodeando la ópera de Offenbach de un aura maldita. Jules Barbier y Michel Carré habían escrito en 1851 para el Teatro Odeón de París el drama Les Contes d’Hoffmann; esta obra fue presenciada ese mismo año por Offenbach, entonces director de orquesta de la Comédie-Française. La representación de la ópera de Offenbach sobre el libreto del propio Jules Barbier estaba prevista en 1871 en el Théâtre Lyrique pero tuvo que cancelarse debido a la bancarrota del teatro; la Opéra comique de París y el Ringtheater de Viena rechazaron también la partitura. Ante lo que parecía un estreno imposible, el propio compositor organizó en mayo de 1879 un concierto privado ante trescientos invitados con algunas partes de la ópera, consiguiendo convencer a la Opéra comique de que la aceptase en su programación. Los esfuerzos del compositor por terminar la obra fueron El libreto de Barbier se fundamenta en el estilo característico de E. T. A. Hoffmann, la superposición del sueño y la realidad. La disposición simétrica de Prólogo y Epílogo, ambos en el mismo lugar y con los mismos personajes, permite dotar de unidad a los tres actos intermedios, los cuales, a modo de mosaicos escénicos, ofrecen tres tramas con grandes contrastes entre sí. Junto al escritor Hoffmann y a su acompañante y amigo Nicklaus, encarnación de la Musa, aparecen cuatro mujeres, de las cuales tres resultan ser las diversas facetas existentes en Stella, la mujer amada por Hoffmann. Esta tipificación de la naturaleza femenina, siempre según el libretista y el compositor, está representada por una mujer fría y carente de alma, en realidad la muñeca Olympia; por una seductora cortesana de espíritu 130 131 calculador (Giulietta) y por una artista virtuosa y sensible, conocida como Antonia. Parte esencial del juego entre fantasía y realidad de esta ópera es el hecho de que las cuatro mujeres, la real Stella y las ficticias Olympia, Antonia y Giuletta, sean encarnadas por una única soprano coloratura que vaya mutando su aspecto a lo largo de la obra. De igual modo sucede con la figura maligna y mefistofélica de Lindorf, el antagonista de Hoffmann, que ha de asumir en cada acto también los papeles de Coppelius, el creador de los ojos de Olympia, de Miracle, instigador del canto fatídico de Antonia, y de Dapertutto, quien codicia la imagen refleja de Hoffmann. T. A. Hoffmann, como Carl Maria von Weber y Heinrich Marschner. La tarea de reconstrucción de Les Contes d’Hoffmann no ha terminado aún. Existe discrepancia acerca del hecho de utilizar los diálogos hablados originales (de igual modo sucede en la Carmen de Bizet) o de sustituirlos por los recitativos cantados de Guiraud. El acto de Giulietta no fue representado hasta 1882, en Hamburgo; los recitativos se escucharon por primera vez en Berlín en 1884. Paralelamente a las primeras representaciones fueron apareciendo las diversas reducciones a piano de la obra, unas veinte en total, que convertirían la ópera en una extraña bola de nieve de impredecible final. En 1904 se introdujo en Montecarlo, por primera vez, el Aria del espejo de Dapertutto, así como un septeto en el acto de Giulietta, compuesto probablemente por un alumno de Guiraud. Con el tiempo, la ópera francesa más célebre después de Carmen se fue convirtiendo en una fantasma, una figura espectral surgida de uno de los dramas de E. T. A. Hoffmann. La ópera no fue representada en la Opéra Garnier de París hasta el año 1974. Hoy en día se ha aceptado la ópera de Offenbach como un fascinante y hermoso torso, cuyas lagunas y partes espurias conforman también el aura de su partitura. La fijación en una sola voz característica de los cuatro personajes femeninos y masculinos potencia la frustración permanente del artista frente al mundo de los placeres inmediatos y confiere a las mujeres una asociación demoníaca que se transforma de manera paralela a la sucesión caleidoscópica de las escenas. Offenbach buscó mostrar una enorme panoplia de recursos escénico-musicales, desde la Opéra bouffe creada por él en los años cincuenta del siglo XIX y sus secuelas posteriores en la opereta parisina y vienesa, cuyo reflejo es mayor en los movimientos puramente instrumentales y en el acto de Olympia, hasta la fuerza dramática, derivada del drame lyrique de Gounod y Bizet y de la Carmen de este último, en las escenas fantasmagóricas y espectrales ubicadas en los actos dedicados a Giulietta y a Antonia. En esta sentido no ha de olvidarse la procedencia germánica de Offenbach, en el que se ha señalado precisamente la influencia de los compositores alemanes contemporáneos de E. No es casualidad que todo ello impregne aún más de fantasmagoría el componente fantástico de la obra y su imbricación con el plano de la realidad. El poeta Hoffmann real está esperando, tras una representación de Don Giovanni de Mozart, a Stella, de quien está enamorado y quien tiene a su cargo el papel de Donna Anna. Siendo 132 Don Juan uno de los personajes fetiche de E. T. A. Hoffmann, el vínculo con la figura real del poeta se ha establecido desde el principio. Durante la pausa de la ópera mozartiana se suceden los tres relatos surgidos de la mente del poeta, ante la mirada ebria y algo agresiva de estudiantes y admiradores de Stella. La transición fluida entre el marco de la narración y la acción inventada está tan cohesionada que el relato de Hoffmann no parece emerger de su memoria, sino cobrar realidad espacial en el presente escénico del intermedio de Don Giovanni. Y en correspondencia con las tres fantasías concebidas por la mente masculina de Hoffmann se evidencian las tres figuras demoniacas del óptico Coppelius, del doctor Miracle y del capitán Dapertutto como tres proyecciones de Lindorf, el competidor de Hoffmann. Esta concatenación de marco abarcador y tramas internas secundarias sitúan a Offenbach en la línea de compositores-narradores omniscientes, derivada de la estética de Richard Wagner y Héctor Berlioz, con innumerables repercusiones y variantes a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Punto culminante de esta estrategia resulta la interpolada figura de Nicklaus , la Musa del escritor, que al final de la ópera compele a éste a renunciar a la 133 Leitmotiv propiamente hablando de la composición, una nueva referencia a la fantasía que sitúa la música de Les Contes d’Hoffmann en la esfera del inconsciente, de pulsiones reprimidas y de un sensualidad pervertida al gusto del Fin de siècle que transformaría la sensibilidad de la cultura europea. felicidad de la vida y a consagrarse por entero a la poesía, no sin una alusión velada al exitoso Lindorf, capaz de costearse un teatro de ópera para sus aficiones. Musicalmente hablando, Offenbach partió de la estructura en números latentes propia de sus “opéras bouffes”, con un sutil y diferenciado tratamiento de la orquesta, y la combinó con el carácter dramático-violento y la tendencia a la transcomposición de Carmen de Bizet. Los personajes principales se expresan casi siempre en formas sencillas: couplets, chansons, romanzas, etcétera. Cuando la muñeca Olympia es anunciada en el acto II con una gran aria, Offenbach subraya el carácter paródico del momento al utilizar una forma simple de couplet enriquecida con diversas agilidades. La aparente simplicidad de los medios musicales es el punto extremo de la “inexistencia” de la ópera de Offenbach, un intento de pasar a la historia del drama musical del gran compositor de opéras bouffes como infructuosa tentativa de efectuar lo imposible. La nostálgica Barcarola del acto de Giuletta es el único 134 Orphée et Eurydice Christoph Willibald Gluck (1714-1787) 135 Orphée et eurydice Christoph Willibald Gluck (1714-1787) DANZA-ÓPERA DE PINA BAUSCH. Ballet de L’Opéra national de Paris Directora de danza: Brigitte Lefèvre Director musical: Thomas Helgelbrock Directora de escena y Coreógrafa: Pina Bausch (†) Escenógrafo, Figurinista e Iluminador: Rolf Borzik (†) Orphée: Maria Riccarda Wesseling Eurydice: Yun Jung Choi Amour: Zoe Nicoalidou Balthasar-Neumann – Chor & Ensemble 12, 13, 14 de julio de 2014 20.00 horas; domingos, 18.00 horas 136 Argumento Orfeo y Eurídice Fernando Fraga entusiasmo y confianza, aria de Orfeo: “L’espoir renaît en mon âme”. Acto I Eurídice huyendo de los avances de Arsiteo, ha sido mordida por una serpiente y a consecuencia de la fatal herida ha muerto. Su esposo Orfeo, hijo de Caliope y Apolo, sublime tañedor de la lira, el más inspirado cantor de la Tracia, llora ante su tumba, en medio de un bosque de laureles y cipreses. Ninfas y pastores le acompañan en la ceremonia fúnebre, coro y pantomima: “Ah dans ce bois tranquille et sombre”. Orfeo consumido por el dolor, no hace otra cosa que repetir el nombre de su amada. Acto II En la entada de los infiernos, entre el humo y las llamas que le rodean, Orfeo hace sonar su lira. Un siniestro grupo de espectros, furias y demonios le cierran el paso, intentando disuadirle de sus propósitos, coro “Qui t´amène en ces lieux”. El emotivo canto de Orfeo logra calmarles y emocionarles y, tras una febril danza (baile de las furias), le dejan el camino libre hacia el reino de los muertos. En la soledad de su dolor solamente El Eco responde a sus desgarradores gemidos, aria de Orfeo: “Objet de mon amour”, que de inmediato se transforman en un irrefrenable furor, hasta el punto de tomar la decisión de ir a reclamar la esposa al implacable Plutón. En los Campos Elíseos, las almas bienaventuradas disfrutan de una serena felicidad (baile de las almas felices). Una de ellas se hace eco de esta dicha a través de su canto placentero y suave, aria de un Alma Féliz: “Cet asile aimable ey tranquile”. Orfeo se queda extasiado por la belleza y plenitud del lugar, aria de Orfeo: “Quel nouveau ciel pare ces lieux?” y es recibido con mimo por los Espíritus Bienaventurados, coro y danza: “Viens dans ce séjour paisible”. Orfeo le ruega le devuelvan a su amada y ésta aparece en medio de las demás almas. Cuando Eurídice quiere demostrar su satisfacción por el reencuentro, una de las almas recuerda a Orfeo la promesa hecha de no mirar el rostro de su esposa hasta abandonar los infiernos. El Amor se le aparece y le anima en tan aventurera decisión, seguro de que si con su canto es capaz de apaciguar todas las fuerzas, lo mismo ocurrirá con las del imperio tenebroso, aria de El Amor: “Si le doux accords de ta lyre”. Pero, en el rescate y según los imperativos de Júpiter, Orfeo habrá de cumplir una condición: no mirar de frente a Eurídice ni explicarle las razones de ésta aptitud, aria de El Amor: “Soumis au silence”. Con todo el coraje que su amor le da, Orfeo se pone en camino, lleno de 137 han sometido los dioses, vuelve su rostro a Eurídice. Ésta cae fulminada, muerta. Destrozado por los remordimientos y el dolor Orfeo llora por segunda vez la muerte de su esposa, aria “J’ai perdu mon Eurydice”. Acto III En el dédalo laberíntico que lleva a la salida de los infiernos, la alegría de Eurídice por volver a la tierra se empaña por la extraña actitud de su esposo que le vuelve el rostro continuamente. Ella comienza a demostrar su inquietud, creyendo el amor perdido, haciendo numerosas preguntas a Orfeo, hasta el punto de amenazarle con no seguir el camino si el cantor no la dedica una simple mirada, dúo “Vien, suis un époux qui t’adore”. Conmovido por tanto sufrimiento, El Amor se presente e impide que Orfeo hunda su espada en el pecho. El Amor viene a premiar la fidelidad y el amor de los esposos devolviendo la vida a Eurídice, terceto: “Tendre amour, que tes chaînes”. En el templo dedicado al Amor, Orfeo y Eurídice, con las ninfas y pastores celebran a ese dios, El Amor, cuyo poder no encuentra límites, coro “L’Amour triomphe”. Vencido por la obstinación de la esposa, aria de Eurídice: “Fortune ennemie¡”, y no pudiendo soportar más esta cruel prueba a la que le 138 Gluck el reformista orfeo y eurídice Andrés Ruiz Tarazona Siempre es complicado enfrentarse a una figura tan importante en la historia de la ópera como es Christoph Willibald Gluck (1714-1787), cuyo tercer centenario de su nacimiento tenemos ya a la vuelta de la esquina. Y esa complicación proviene de su propia época, el siglo XVIII, durante el cual se produce el asentamiento de la ópera como gran espectáculo. Dentro de él, la figura del “Ritter von Gluck” resulta fundamental. música a veces, pero aislados de la acción. Claro es que hubo compositores como Händel que lograron infundir a este artificioso esquema una rara belleza, obteniendo efectos de auténtico dramatismo, insertando, en pleno recitativo, un arioso acompañado de orquesta. Entre la ópera barroca y Mozart, todo el mundo coincide en señalar la presencia de un maestro decisivo, que va a fijar y establecer las reglas del género: el caballero pontificio y compositor de la emperatriz de Austria Maria Teresa, Christoph Willibald Gluck. La ópera dieciochesca mantuvo el modelo italiano, derivado del siglo anterior, pronto extendido por toda Europa. Dos músicos españoles, fuera de España, Domingo Terradellas y Vicente Martín y Soler ejemplificarían bien las dos etapas del género, la barroca y la clásica, como la representarían dentro de España, José de Nebra y Antonio Rodríguez de Hita. Si en Praga y en Viena, Gluck había tomado contacto con la ópera italiana imperante (Vivaldi, Albioni, Pollarolo, Porta, Lolli, etc.), en Milán recibirá mayores enseñanzas gracias a Giovanni Battista Sammartini, aplaudido por su música religiosa y sus piezas instrumentales. Pero el modelo de ópera entonces consistía en una sucesión de recitativos y arias sin verdadera cohesión, no bien adaptados a los textos en que se fundaban, por lo general enredosos, confusos, sobre temas de la mitología grecolatina que ya no eran tan familiares al público como en los siglos XVI y XVII. El dramatismo que pudieran contener las intrincadas peripecias se perdía con frecuencia durante la representación y las arias constituían, una tras otra, fragmentos inconexos, de muy bella En sus primeras obras de juventud se aprecia ya el gusto y la riqueza de invención de Gluck, aunque no sea aún posible hacerse una idea de lo que llegará a alcanzar en el futuro. En general, responden al ideal de aquel tiempo, a un gusto todavía barroco. En 1745, Gluck viajó a Gran Bretaña, invitado por los rectores del King’s Theatre de Ha139 dió un papel masculino, que había aumentado el interés y el encanto de una pieza que solo tenía papeles femeninos. En Le cinesi Gluck evidenció su maestría en los variados estilos dramáticos de la ópera de entonces: seria, pastoral y bufa o cómica. ymarket, en Londres. La caduta dei giganti y Artamene fueron las óperas que estrenó, con poco éxito, en la capital inglesa. Pero allí tuvo ocasión de relacionarse con el sexagenario Händel que llegó a dar un concierto junto a él. Entre 1746 y 1752, Gluck no cesa de viajar por Europa. Hamburgo, Dresde, Praga, Viena, Copenhague conocen su arte y su magisterio como director de conciertos y representaciones de ópera. Ha estrenado La nozze d’Ercole e d’Ebe, Semiramide riconosciuta, La contesa de Numi, Ezio (1.ª versión), Issipile y La Clemenza di Tito, buena parte sobre libretos de Metastasio. El conde Durazzo, director del Teatro Imperial de Viena decidió incorporar a Gluck como compositor de la Corte. Así nacieron La danza, L’innocenza giustificata, Il re pastore, Tetide y una Antigono, sobre Metastasio, que le fue encargada por el Teatro de la Torre Argentina de Roma. Fue entonces cuando, en pleno éxito y prestigio, recibió el título romano de conde palatino de Letrán y caballero de la Espuela de Oro. Por esta época se había separado de la compañía de ópera italiana de Pietro Mingotti y entró en contacto con la compañía de Locatelli. Pero lo más importante fue su boda, el 15 de septiembre de 1750 con Ana Maria Bergin, en San Ulrich de Viena. Una de sus cuñadas, Maria Petronella Bergin, estaba casada con Mario Ignacio Valmagin, inspector real e imperial de edificios de la Corte, protegido por la emperatriz. Eso favoreció la relación de Gluck con Maria Teresa de Austria y un mariscal del imperio, el príncipe Joseph Friedrich de Sajonia-Hildburghausen, quien convirtió a Gluck en su maestro de capilla. A partir del año 1758, Gluck escribió oberturas y arias para La fausse esclave, L’île de Merlin, La Cythère assiégée, Le diable à quatre ou, La double métamorphose, L’arbre enchanté ou Le tuteur dupé, L’ivrogne corrigé y Le cadi dupé. El dúo de la riña entre Fátima y el Cadi en esta última anticipa pasajes como la disputa entre Agamenón y Aquiles en Ifigenia en Aulida. Y sin duda El cadi engañado influyó en el tratamiento de la palabra en el singspiel alemán, especialmente en los primeros intentos de Mozart (Zaide y El rapto en el serrallo). Para una fiesta campestre en el pequeño teatro del Schloss Hof, sobre el Morava, en presencia de la emperatriz Maria Teresa, presentó Gluck su ópera serenata Le cinesi el 24 de septiembre de 1754. Fue un éxito completo, entre otras razones porque Maria Teresa había encarnado el papel de Lisinga en la obra teatral, casi veinte años antes, cuando era joven archiduquesa. Metastasio aña- Orfeo y Eurídice Pero el primer gran éxito en el campo lírico, resumen de las conversaciones sobre el tema, mantenidas seguramente por Gluck y Calzabigi, fue la ópera en tres actos Orfeo ed Euridice, la cual marca un hito en la historia de la ópera. 140 141 llegada de su esposa. El acto finaliza con los esposos marchando de la mano sin mirarse, mientras la corte celestial baila en torno de ellos. El mito clásico –un amor más fuerte que la propia muerte- ha sido contado de modo diferente por Virgilio y por Ovidio, pero además, en pleno renacimiento, por Angelo Poliziano; más tarde por Rinuccini, libretista de las óperas sobre este tema de Peri y Caccini. En España, el sevillano Juan de Jaúregui, pintor e insigne poeta, traductor de la Aminta de Tasso y de la Farsalia de Lucano, publica su Orfeo en 1624. El tercer acto nos presenta a los amantes caminando hacia la salida por un oscuro y laberíntico túnel. Pero Eurídice, al ver que Orfeo no la ha mirado ni una sola vez, aunque pronuncia palabras amorosas, comienza a reprocharle ese desvío e indiferencia. Orfeo no puede explicar la causa y ella se desespera por su comportamiento. Sus reproches llegan al punto en que Orfeo se vuelve para mirarla. Al transgredir la condición impuesta, Eurídice cae sin vida. Orfeo desafía a su cruel destino y entona su desolación en la célebre aria Che faró senza Euridice, intentando el suicidio para volver a reunirse con Eurídice en el reino de los muertos. Pero surge Amor y le arrebata el puñal con el que iba a matarse. Y va más lejos, para premiar la apasionada afección de Orfeo por Eurídice. Le devuelve viva a la bella ninfa y ambos expresan su alegría y felicidad mientras los pastores celebran el triunfo del amor. El acto primero se abre con una breve sinfonía, tras la que se alza el telón mostrando un bosque de cipreses y laureles. En un claro se divisa la tumba de Eurídice, muerta por la picadura de una serpiente. Un grupo de pastores entona un lamento fúnebre, interrumpido por el cantor tracio Orfeo, su esposo, que invoca el nombre de su amada. Los pastores se van y Orfeo, desesperado, acusa a los dioses por su crueldad y expresa su dolor e incansable búsqueda de la esposa que le ha sido arrebatada. Aparece entonces el dios Amor y le descubre la manera de llegar hasta el Averno para liberar a Eurídice. Solo ha de cumplir una condición, no mirar a su esposa hasta que lleguen a la superficie de la Tierra. Orfeo y Eurídice se estrenó en el Burgtheater de Viena el 5 de octubre de 1762. El papel de Orfeo, que luego ha sido interpretado por mezzosoprano o por tenor, fue entonces encarnado por el castrado Gaetano Guadagni, que había renunciado en los ensayos a sus habituales “espectacularidades”. Marianne Bianchi fue Eurídice y Lucie Glebero-Claverau, el Amor. El segundo acto nos lleva a las cavernas infernales, donde furias y horribles espectros amenazan al visitante, tratando de asustarle para que huya. Pero el dulce canto del cantor de Tracia aplaca su ira y los obliga a abrirle las puertas de los Campos Elíseos, residencia de los bienaventurados. La escena siguiente se inicia con el célebre arioso de Orfeo Che puro ciel, che chiaro sol!, arropado por oboes y flauta, todo un trasunto de la serenidad y belleza del mundo celestial. Un cortejo de héroes y heroínas rodea a Orfeo y le anuncia la Estamos de acuerdo con Winton Dean en que la revisión, para teatro, del papel de Orfeo (que debe ser cantado por una mezzosoprano) que procede de la tradición francesa “además de 142 perjudicar la textura y el esquema tonal, huma- ópera reformada, tampoco ha podido evitar hasta hace pocos años, con versiones como la de John Eliot Gardiner, continuas alteraciones sobre la partitura original para acomodarla a los gustos del momento. Incluso un autor tan respetable como Berlioz llevó a cabo cambios sustanciales cuando el director del Théatre Lyrique de París, Leon Carvalho, le pidió una revisión. No era fácil encontrar tenores para la tesitura original de contralto y no había ya castrati en el año 1859. Berlioz había escuchado el Orphée en 1824 con el magnífico Adolphe Nourrit en el papel del semidiós, pero ya no había un cantante como él 35 años después. niza al personaje de una forma equivocada, substituyendo a un amante encendido por un héroe mítico (adscrito al poder de la música y a la fidelidad matrimonial) y, por consiguiente, hace más visibles las limitaciones del argumento”. Orfeo es un claro testimonio del deseo de Gluck de restaurar el dramma per musica de los muchos excesos en que había caído, ya denunciados por algunos autores, pero no atendidos por empresarios y cantantes, instalados en la rutina que favorecía un público inculto y sin el menor sentido crítico. En el caso de Orfeo, modelo de 143 El autor de La condenación de Fausto había alterado pasajes instrumentales a lo largo de varias páginas; entregó a su joven ayudante Camille Saint-Saëns el acompañamiento de L’espoir renaît para que lo “revisara” y puso un coro de Echo et Narcisse (1779) del propio Gluck, pero cinco años posterior a la versión francesa del Orphée, al final de la obra. También revisó el libreto de Pierre-Louis Moline (adaptado del original, en italiano, de Calzabigi), cambiando el orden de alguna música y transportando algunos pasajes para adaptarlos a la voz de la gran mezzosoprano Paulina Viardot, la segunda hija del compositor y tenor sevillano Manuel García. Añadió cadencia y adornos que todavía se han interpretado en nuestra época. Berlioz, como Meyerbeer, Gounod, Saint-Saëns, Chopin o Brahms, sintió una enorme admiración y disfrutó de aquella gran mujer parisiense y española que fue la Viardot, gran amor del novelista ruso Ivan Turgueniev. En 1861, Berlioz “arregló” el papel principal para soprano de la ópera Alceste (bajándolo tres tonos) para la célebre mezzosoprano, que protagonizó la versión francesa de 1776, adaptación del libretista Du Roullet del original de Calzabigi. fue Sophie Arnould, para quien Gluck trazó el aria con coro Cet asile aimable et tranquille. En el Orfeo de París, Legros cerraba el acto primero con el aria Amour viens rendre à mon âme (Amor ven y devuelve a mi alma…) que, pese a su virtuosismo o quizá por ello, se pensó que era una concesión de Gluck al público francés y hasta se habló de plagio de un aria de Ferdinando Bertoni. En el tercer acto se añadió el dúo entre los dos amantes Je goûtais les charmes d’un repos sans alarme, iniciado por Eurídice y el terceto que esta también comienza con las palabras Tendre amour! Que tes chaînes, procedente de Paride ed Elena (Viena, 1770). El éxito fue enorme y causó verdadera emoción el solo de flauta incluido en la Danza de los espíritus bienaventurados y la Danza de las furias, extraída de su ballet Don Juan ou Le festin de pierre, sobre un libreto de Angiolini y Calzabigi a partir de Tirso de Molina. Gluck tuvo que atender a las variantes de la traducción, reorquestó algunos pasajes, sustituyendo instrumentos como el cornetto o el chalumeau por oboes y clarinetes. De la importancia que Gluck concedía a la orquesta, más allá de su función de mera acompañante, o a la danza, consideradas por él, al igual que el coro, parte integrante del drama orgánicamente conectada con la acción, da idea un pasaje como el desarrollado en los Campos Elíseos. En él, como dijo Rousseau, “se goza de una felicidad pura y serena, con tal carácter de uniformidad y equilibrio que no hay un solo rasgo que exceda lo más mínimo de la justa medida…”. A propósito de estas “versiones” de los originales, recordemos que el joven Wagner realizó una versión de Iphigénie en Aulide (1774) para una orquesta de su tiempo, poniéndole música de su autoría, cambiando el final y abusando de las apoyaturas para darle “más expresividad”. El Orphée et Eurydice (1774) de París presenta unas cuantas diferencias sobre el vienés. La principal es la del protagonista, el tenor-contralto Joseph Legros, que alcanzaba muy altas tesituras. Eurídice 144 145 nía los puntos principales y el sentido de su reforma. Esta, en resumen, se ciñe a lo siguiente: afán de verdad y acoplamiento de la música al texto; supresión de los elementos decorativos y de los tópicos de la ópera barroca; ruptura con el academicismo, eliminando la forma precisa y cerrada en sí misma del estilo italiano para buscar una estructura superior, en la cual la orquesta acompañe también en los recitativos; total libertad en el empleo del coro y en el desarrollo de las arias, limpiándolas de repeticiones y conclusiones estereotipadas y efectistas, e insertando ad libitum cuantos recitativos pida la parte literaria. Es decir, Gluck no es solo un teórico; reforma desde el meollo del sistema, convencido de su necesidad para evitar la muerte de un género entonces decadente por artificioso. Con Orfeo, Gluck, a pesar de sus limitaciones técnicas (Haydn dijo: “Gluck sabe menos contrapunto que mi cocinero”), puso en práctica una rara virtud, fundamental de cara al éxito y a la emoción del oyente: la sencillez. Ser escueto, directo, en busca de una naturalidad que dé mayor vigor al dramatismo de cualquier acción. Las óperas de la reforma Junto a las llamadas Reformopern, de las que Orfeo y Eurídice es el primer ejemplo evidente, Gluck siguió trabajando en óperas convencionales y así, con diferentes motivos y ocasiones, produjo Il trionfo di Clelia, La recontre imprevue, Il Parnaso confuso, Telemaco, ossia L’isola de Circe, La corona (acción teatral); e Il prologo, para una fiesta dada al archiduque Leopoldo. Por esta época Gluck se había instalado con su esposa y una sobrina pequeña, Marianne (“la pequeña musa”), en Rennwerg, en el barrio de St. Marx de Viena. Mientras trabajaba en su última ópera con Calzabigi, la tercera de sus Reformopern, titulada Paride ed Elena (Viena, Burg, 3-XI-1770), sufrió una fuerte pérdida económica por evitar la ruina del nuevo director del teatro vienés, Giuseppe d’Affligio, el hombre que había montado Alceste. De Paris y Elena destaca un aria, O mio dolce ardor, ciertamente maravillosa por su expresiva delicadeza. No tuvo demasiado éxito en el estreno, aunque sí gustaron los decorados y los ballets de Noverre. Siguiendo inmediatamente a estas piezas, viene la segunda Reformopern sobre textos de Calzabigi: Alceste (1767), partitura de enorme fuerza y coherencia, aunque Gluck no alcance en ella la concentración y la pureza de Orfeo. Sin embargo, vuelve a utilizar recursos como el recitativo seco (acompañado solo por el clave), que parecía superado en Orfeo. De todas formas, Alceste ofrece muchas cosas de primer orden, sobre todo en el primer acto, de magistral construcción dramática. Su obertura es sintomática de aquello que Gluck deseaba: ambientar de modo adecuado el contenido del drama. Al publicarse en 1769 la primera versión de Alceste, Gluck incluyó, a modo de prólogo, una carta al Gran Duque Leopoldo de Toscana, futuro emperador Leopoldo II, en la cual expo- Con Paris y Elena se clausura una etapa importante en la vida de Gluck, aquella que se inició en 1741 con Artaserse y que hizo de él, a través de tantas obras maestras, el rey de la ópera italiana en Europa. Era el momento de lanzarse 146 de Lully, Campra, Rameau…, y los seguidores de la ópera italiana tradicional, o lo que es lo mismo (pues toda teoría suele encarnarse en personas), los seguidores de Gluck y los de Niccolo Piccini (1728-1800). Los piccinistas reprochaban a Gluck escribir sin melodía, exagerar la expresión en detrimento de la belleza y sobrecargar la parte orquestal, y los gluckistas le admiraban su concepción total del drama, su respeto al texto y a la prosodia de la lengua. a la conquista de Francia. Con ayuda de su antigua alumna Maria Antonieta, entonces delfina de Francia, Gluck se dirigió a París. Ifigenia en Aulis admiró a todos los espíritus cultivados que asistieron a la première en la Académic Royale el 19 de abril de 1774. Era el comienzo de una nueva etapa en la vida artística de Gluck y la reanudación de una importante tradición francesa, en crisis desde la muerte de Rameau diez años antes. Y en medio de tan absurdo y, por qué no decirlo, desigual combate, se estrenó Armida (23-XII1777), según el texto ya clásico de Philippe Quinault extraído de la Gerusalemme liberata de Tasso. Ciertamente, la intelectualidad y el gran mundo de París se había dividido de nuevo, como en tiempos de Rameau, entre los partidarios de la antigua gran tragedia lírica francesa en la línea 147 Armida es una auténtica joya de la ópera al estilo de las tragedias líricas de Rameau, y además sabe conciliar, de modo maestro, tres elementos esenciales en la tradición francesa: el canto, el recitativo y el ballet. París. Los éxitos del joven Mozart le interesaron mucho. Recordemos que Don Giovanni se estrenó el 29 de octubre de 1787 y Gluck falleció el 15 de noviembre. Se sentía mal pero trabajaba junto a su discípulo Salieri en un oratorio, El juicio final. Un día que Salieri dudaba sobre la forma de hacer intervenir a Cristo, le dijo sin perder el sentido del humor: “Pronto iré a enterarme por mí mismo”. Danzas y coros desarrollan un juego de seducciones; después de una importante chacona, se canta una arieta; luego el coro de Plaisirs (extraído de El cadi engañado); la flauta y el clarinete en la orquesta responden, imitando con sus trinos, el canto de los pájaros. El 15 de noviembre de 1787 llegaron unos amigos de París a visitarle en su casa de Alte Wieden, Por prescripción médica todos los días, después de comer, el caballero Gluck daba invariablemente un paseo en coche para respirar un aire menos denso y moverse un poco. Gluck había puesto todas sus esperanzas en su sobrina Marianne como gran cantante. Por eso su muerte le dolió tanto. Regresó a Viena a comienzos de 1778 y allí compuso sus dos últimas óperas para París: Iphigénie en Tauride y Echo et Narcisse. La primera tuvo un éxito extraordinario, pues en ella acertó Gluck en la unidad y belleza que siempre ansiaba. Gluck salió. Un cuarto de hora había transcurrido desde su partida cuando Gluck sufrió un nuevo ataque. Le trajeron precipitadamente, pero toda esperanza estaba perdida. En vano se esforzaron en reanimarle, él expiraba sin haber recobrado el conocimiento y poder dar el último adiós a esta campiña querida y fiel de su vida, a la edad de 73 años, en plena posesión de sí mismo y de sus ricas facultades… (Recogido por Jean d’Udine). Una música de línea tan serena y noble, tan clara y majestuosa, tenía que suscitar el entusiasmo de los espíritus sensibles y no es de extrañar que Schiller escribiese a Goethe tras haber oído la Ifigenia en Tauride: “la música es tan celestial que en el ensayo… he llorado”. Salieri dirigió durante las honras fúnebres un De profundis que Gluck le había enviado con el pretexto de que figurase en la colección imperial de música, pero era en realidad una música escrita para ser ejecutada en sus funerales. El fracaso de la última ópera, Eco y Narciso, y la revisión que, por esa causa, aconteció al año siguiente, acabó con los ánimos de Gluck para seguir componiendo para el teatro. Regresó a Viena, y allí comenzó a revisar algunas obras, completar otras o hacer nuevas versiones. Había sufrido un ataque de apoplejía y era cuidado por su esposa. Se preocupaba por cuanto ocurría en Viena y en Nadie mejor que el sabio Padre Martini de Bolonia para definir al gran músico de Europa que fue Gluck: “Él ha sabido reunir las bellezas del canto italiano a ciertas ventajas peculiares del canto francés, dando como base a esta armónica asociación la ciencia instrumental alemana”. 148 Dido and Aeneas Henry Purcell (1658-1695) 149 Dido and aeneas Henry Purcell (1658-1695) Director musical: Teodor Currentzis Dido: Simone Kermes Belinda: Nuria Rial Aeneas: Dimitris Tiliakos MusicAeterna (Coro y Orquesta dela Ópera de Perm) 18 de noviembre de 2013 20.00 horas 150 Argumento Dido y Eneas recordará a Eneas la orden de Júpiter de viajar a Italia para fundar un nuevo reino. Entre tanto, se desata una tormenta. Dido y Eneas es una ópera en tres actos con música de Henry Purcell (1659?-1695) y con libreto del dramaturgo y poeta Nahum Tate (16521715), basado en su tragedia Brutus of Alba or The Enchanted Lovers y en el canto IV de la Eneida de Virgilio, sobre la legendaria reina de Cartago, Dido, y el refugiado troyano Eneas. Fue compuesta en 1682. Está considerada una de las óperas más importantes del Barroco, y como la primera ópera nacional inglesa. Puede considerarse como la única ópera –en el sentido estricto del génerode Purcell, si se compara con otras obras como El rey Arturo (1691) o La reina de las hadas (1692), que responden al perfil de semióperas. Cuadro 2. Tras la tormenta, un claro en el bosque, en donde Dido, Eneas y su séquito descansan. Las brujas se lanzan sobre ellos y dispersan a los cazadores que se encuentran cercanos. Eneas se queda solo. El falso Mercurio se enfrenta a él y le advierte que siga las órdenes de Júpiter. Eneas finalmente, se rinde, aunque lleno de dudas. Acto III Cuadro 1. La acción se produce en el muelle donde la hechicera y las brujas observan con alegría todos los preparativos de la marcha de Eneas, y traman causar más desgracias: es necesario que Dido muera, que arda Cartago y que los troyanos se hundan en el mar. Acto I Transcurre en el Palacio de Dido. Allí, Eneas, al llegar a la costa de Cartago huyendo de la destrucción de Troya se encuentra con la reina, solicitándola hospitalidad. La reina accede a la petición de Eneas y le proteje. Venus madre de Eneas manda a Cupido para hacer que Dido se enamore del troyano. Dido se enamora de Eneas, pero siente que corre peligro. Cuadro 2. En el Palacio de Dido, la soberana de Cartago se lamenta de su amargo destino, pero aparece Eneas y le explica que decide quedarse en Cartago y no seguir las órdenes de Júpiter, sin embargo, ella, lo rechaza y se suicida. Acto II Cuadro 1. La acción se desarrolla en una cueva en la que una hechicera quiere destruir a Dido, y para ello involucra a sus brujas en el plan. Ella misma (la hechicera), disfrazada de Mercurio, mensajero de los dioses, 151 Come away, fellow sailors (“Vayámonos, compañeros marineros”), que tiene lugar al comienzo del tercer acto, antes de que Eneas se haga a la mar para cumplir su destino. Tres de las arias de la ópera se encuentran construidas por entero sobre un bajo ostinato. La más famosa de ellas es el lamento de Dido: When I am laid in earth (“Cuando yazca bajo la tierra”), una de las arias más conmovedora de toda la ópera, considerada hoy en día como una de las mejores de la historia de la música. Al canto fúnebre le precede un recitativo que tiene mayor importancia que la de ser un mero conductor del texto, que retrata a la moribunda Dido, y sirve de preparación a su lamento, el cual se encuentra en modo menor, y que trasmite profunda tristeza. Música No existe ninguna partitura autógrafa de Purcell, y la única fuente del siglo XVII es un libreto, posiblemente a partir de la interpretación original. La más antigua de las partituras que se conservan, fue copiada no antes del año 1750, más de sesenta años después de que se compusiera la ópera. Ninguna fuente posterior sigue las divisiones en actos del libreto. La música del prólogo, el final del acto I, la escena del “Bosque”, del acto II, y varias danzas, es casi seguro que se perdieron cuando la ópera se dividió en partes para ser representada como interludios entre los actos de las obras habladas en la primera década del siglo XVIII. La música de Dido y Eneas demuestra que Purcell era capaz de incorporar a su propio estilo tanto los logros de la escuela músico-teatral inglesa del siglo XVII, como las influencias que otras fuentes continentales ejercieron sobre la misma. De esta forma, esta obra maestra incluye danzas y coros, elementos propios de la tradición francesa, constituyendo estos últimos una parte importante de la obra. La orquestación consta de cuerdas y continuo y los recitativos no son ni el rápido parloteo del recitativo secco italiano, ni los ritmos estilizados del recitativo operístico francés, sino que se encuentran a caballo entre ambos, caracterizándose por ser libres y melódicos moldeadas en torno al texto, el desarrollo y las emociones del escrito inglés. La obertura del comienzo es de tipo francés, y sus coros con ritmos de danza, recuerdan a los de Lully. El coro final, With drooping wings (“Con alas caídas”), es posible que fuese sugerido a Purcell por el coro último de Venus and Adonis, de Blow. Posee una profundidad absoluta del color elegíaco, sentimiento apoyado y descrito sugestivamente mediante el uso de escalas menores descendentes y por las impresionantes pausas después de las palabras never part (“nunca te vayas”). Después de 1705 desapareció como obra escénica, con sólo esporádicas representaciones de concierto, hasta 1895 cuando la primera representación en escena de los tiempos modernos tuvo lugar por estudiantes del Royal College of Music en el Teatro Lyceum de Londres para celebrar el bicentenario de la muerte de Purcell. Ésta ópera sigue en el repertorio, sobre todo en el Reino Unido, donde según las estadísticas de Operabase en el periodo 2005-2010 fue la que tuvo mayor número de representaciones. Por otra parte, cabe destacar una melodía totalmente inglesa como Pursue thy conquest, Love (“Persigue tu conquista, Amor”), o la del coro 152 I vespri siciliani Giuseppe Verdi (1813-1901) 153 I vespri siciliani Giuseppe Verdi (1813-1901) Director musical: James Conlon Guido di Monforte: Alexey Markov El señor de Bethune: Francisco Tojar Arrigo: Yonghoon Lee Giovanni di Procida: Ferruccio Furlanetto La duquesa Elena: Julianna Di Giacomo Danieli: Antonio Lozano Roberto: Fernando Radó Coro y Orquesta titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid) 11, 14, 17 de junio de 2014 19.00 horas 154 Argumento I vespri siciliani (las vísperas sicilianas) Fernando Fraga Llega de pronto Arrigo, un joven siciliano liberado tras haber sido acusado de traición. Es recibido con entusiasmo por Elena, ante la mirada penetrante de Monforte. Este se dirige a Arrigo cuestionándole sus orígenes desconocidos y ofreciéndole finalmente servir en el ejército francés. El joven rechaza con indignación tal propuesta y más aún el consejo que Monforte añade, el de que se aleje de Elena y sus partidarios. Arrigo le desafía antes de entrar en el vecino palacio de Elena (dúo tenor y barítono). La acción tiene lugar en Palermo, Sicilia, en 1282. Acto I Una vibrante obertura adelanta el clima tenso de la obra y acude a algunos temas relacionados con sus personajes fundamentales de la trama. En la plaza principal de la ciudad, varios soldados franceses entre los que se encuentran Tebaldo y Roberto, bebiendo y bromeando, recuerdan su país nativo. Frente a ellos, un grupo de sicilianos, observándoles, expresan su odio hacia los que ocupan su tierra sojuzgándoles (coro de introducción). Acto II Cerca de Palermo, junto al mar y en un delicioso paraje donde se eleva una capilla dedicada a Santa Rosalía, arriba una barca que conduce al exiliado Procida el jefe de los rebeldes sicilianos. El patriota saluda con emoción a su querida patria (aria de bajo) antes de exhortar a un grupo de partidarios a que se pongan en marcha para arrojar de la isla a los opresores. Se reúnen con él Elena y Arrigo. Procida está esperanzado en la ayuda prometida por Pedro de Aragón, apoyo que se hará efectivo desde el momento en que aquél vea clara la posibilidad de éxito de la sublevación. Procida desea que Arrigo se ponga al frente del movimiento. Cuando se quedan a solas, Arrigo confiesa a Elena el amor que por ella siente y ella promete corresponderle si el joven es capaz de vengar la muerte de su hermano (dúo de soprano y tenor). Entre la multitud surge enlutada la imponente figura de la duquesa Elena quien acompañada de sus fieles Ninetta y Danieli, llora la muerte de su hermano Federico ajusticiado por las tropas ocupantes. Admirado por su belleza, Roberto la detiene y la obliga a cantar. Elena, sin sentirse humillada, entona una canción que en el fondo es una parábola donde incita a la revuelta a sus compatriotas contra los franceses (cavatina de la soprano). Estos comprenden la alusión y están dispuestos a desenvainar sus armas, pero les detiene su gobernador, Monforte, al aparecer en las escaleras del palacio vecino, obligando a los todos presentes a despejar la plaza (cuarteto). 155 Un oficial francés, Bethune, entrega a Arrigo una invitación para asistir a un baile en palacio. Como Arrigo la rechaza con desprecio, es detenido por unos soldados que se lo llevan a la fuerza, ante la involuntaria pasividad de Elena. Arrigo es conducido por la guardia. Cuando se entera que es el hijo del odiado gobernador francés, se desploma, tanto por los sentimientos que destila contra su revelado padre como por el hecho de que por esa misma horrible circunstancia va a perder el amor de Elena. Monforte le promete todo lo que es capaz de darle como padre y como político; todo es rechazado por un cada vez más alterado Arrigo (dúo tenor-barítono). En medio del baile que se organiza para celebrar unos matrimonios de pescadores (tarantela), Procida astutamente insinúa a Roberto que se aproveche de la belleza de algunas muchachas casaderas. Táctica que utiliza para levantar los ánimos de los aletargados sicilianos. Su plan es coronado por el éxito y los sicilianos se enfrentan valientemente con los agresores franceses defendiendo el honor y la libertad de sus mujeres. El enfrentamiento es interrumpido por la aparición de una hermosa embarcación que lleva a la fiesta de Monforte a nobles damas y elevados oficiales del ejército francés (barcarola). Procida se desliza entre los invitados para poder acceder al palacio y así asesinar al gobernador. Los sicilianos siguen demostrando su odio contra los invasores de su isla (final II). En otra sala del palacio, lujosa y brillantemente iluminada, va a tener lugar la fiesta. Se inicia con un aparatoso ballet o Divertissement (Las cuatro estaciones). Entre los invitados, ocultos tras sus máscaras, se infiltran varios conspiradores sicilianos entre ellos Elena y Procida. Son reconocidos por Arrigo al que comunican su intención de matar a Monforte. Arrigo, de pronto, siente dentro de sí un desconocido sentimiento filial que le impide unirse a las intenciones de sus compañeros. De hecho, cuando los conjurados se precipitan hacia Monforte, es él quien le defiende interponiéndose. Todos quedan impresionados por tal actitud, lo cual aprovecha Monforte para ordenar su detención. Considerado como un traidor por la mujer amada y por sus amigos, Arrigo rechaza el consuelo de Monforte, dejándose llevar por su desesperación (concertante en el final III). Acto III En una de las salas del palacio gubernamental, Monforte lee la carta de cierta mujer a la que antaño ha seducido y luego abandonado. Esta mujer antes de morir le ha revelado que de su relación ha nacido un hijo y que este es, ignorando el muchacho el origen, su mayor enemigo: Arrigo. Monforte lamenta este hecho, deseando que su hijo pueda llegar algún día a perdonarle y quererle (aria del barítono). Acto IV Al patio de la fortaleza donde yacen encarcelados los rebeldes, llega Arrigo con un salvoconducto que le permite visitar a los prisioneros. Se lamenta de su situación aunque espera obtener el perdón de su amada Elena (aria de tenor). 156 157 de irse en busca de su padre (canción de Arrigo). La alegría de Elena se acaba bruscamente cuando Procida le anuncia que, aprovechando los festejos de la boda, los sicilianos ayudados por las tropas enviadas en su socorro, va a levantarse contra los franceses a la señal de las campanas nupciales. Elena lucha entre su amor por Arrigo y su condición patriótica. Así, cuando regresa Arrigo, le comunica al estupefacto joven que ha renunciado a casarse. El dolor del joven es inmenso (terceto de la soprano, tenor y bajo). Elena rechaza enfurecida a Arrigo hasta que éste le revela la verdad de sus orígenes, causantes de su reacción anterior. Como salvando a Monforte ya ha pagado su deuda filial, le confiesa, puede ahora volver a enfrentarse a él junto a ella y los demás compañeros sicilianos (dúo de soprano y tenor). Pero Procida, enterado también de todo ello, no cree en las palabras de Arrigo. Monforte ordena la ejecución de los conjurados. Arrigo implora desgarrado su perdón. El gobernador aceptará indultarlos si Arrigo es capaz de dirigirse a él llamándole padre. Elena le anima a que no pronuncie ese nombre, pero al ver el verdugo que se acerca implacablemente dispuesto a ejecutar la sentencia, el joven grita el nombre paterno (cuarteto de Elena, Arrigo, Monforte y Procida). Pero Monforte no quiere saber nada de esta última decisión de Elena y ordena que las campanas repiquen. A la señal convenida los sicilianos se levanta en armas y se lanzan furibundos contra sus enemigos, comenzando una masacre de la que es testigo, terriblemente victorioso, Procida (final de la ópera). Monforte perdona a los rebeldes y como señal de reconciliación ordena el matrimonio entre Elena y Arrigo. La muchacha se niega, pero Procida la incita a que acepte el enlace por el bien de la patria. Monforte anuncia este enlace que, por fin, hará desaparecer las diferencias entre franceses y sicilianos. En medio de la alegría generalizada, sólo Procida pensando en sus propios proyectos da cuenta de lo funesto de esta unión (final IV). Acto V En los jardines de la residencia de Monforte, unas muchachas que acompañan a Elena celebran la inminente boda (coro). Elena, feliz, agradece estas palabras de ánimo (bolero-siciliana de la soprano). Arrigo se acerca asimismo exultante y amoroso, abrazando a la novia antes 158 I vespri siciliani. las vísperas sicilianas Santiago Salaverri altas que resultaba imposible rebasarlas sobre aquellas bases y por ese camino. Años antes ya había tenido por primera vez clara conciencia de la necesidad de un cambio radical en su dramaturgia cuando, tras la febril agitación creadora que le lleva a encadenar, de Ernani (1844) a Attila (1846), cinco estrenos en las cuatro grandes capitales operísticas de Italia –lo que le provoca una grave crisis de salud-, y para superar la rutinaria temática patrióticoamorosa de sus títulos anteriores, se toma un respiro de un entero año y aborda en Macbeth, su décima ópera, un argumento de tema fantástico para el que tiene que inventarse toda una panoplia de recursos: una nueva manera de declamar –la “parola scenica” elegida en función de su contenido emocional y de su cualidad acústica específica, que en adelante constituirá una auténtica obsesión en su queha- Estrenada en el Teatro Real el 22 de diciembre de 1856, al año y medio de su creación parisina, I Vespri siciliani regresa después de una ausencia de más de 140 años. En efecto, tras 36 representaciones a lo largo de cinco temporadas, el 29 de noviembre de 1873 subía por última vez a las tablas del Real sin que haya vuelto a verse en Madrid desde entonces. Conviene, pues, detenerse en el examen de una ópera que, pese a su importancia en la trayectoria creativa de su autor, resulta una absoluta novedad para nuestro público. En 1853 Verdi, un creador de singular autoexigencia artística, que nunca aceptará haber llegado a un punto de su carrera a partir del cual sólo cabe repetir la fórmula del éxito, se encuentra en una encrucijada: las cotas alcanzadas en la reciente trilogía Rigoletto-Trovatore-Traviata eran tan 159 cer compositivo-, un estilo de canto expresivo, incluso feo, tenebroso, alejado del belcantismo, y una estructura musical que busca superar los números cerrados y dar continuidad al discurso difuminando los límites entre recitativo, arioso y cantabile. La primera experiencia de Verdi en la Ópera de París había tenido lugar en 1847 con motivo de la transformación de I lombardi alla prima Crociata en Jérusalem. El éxito obtenido lleva a la dirección de la Ópera a proponer a Verdi un contrato que finalmente se firmará el 26 de febrero de 1852 y en el que Verdi impone condiciones que le permitan confrontarse en términos de igualdad con Meyerbeer, el rey de las escenas parisinas: el libreto, en cinco actos, será obra del primer libretista francés, Eugène Scribe. El estreno se fija para finales de 1854, ninguna otra ópera podrá estrenarse durante esa temporada y Verdi seleccionará a los intérpretes. La Ópera garantizará 40 representaciones dentro de los diez meses de la première, y se establece una penalización de 30.000 francos por incumplimiento del contrato. Ese nuevo estilo había alcanzado su perfección en Rigoletto y Traviata, pero ya no le será suficiente. Y por ello decide enriquecer sus recursos dramatúrgicos y musicales confrontándose al modelo de la grand opéra francesa, un género que había alcanzado su madurez un cuarto de siglo atrás y que está ya dando señas de agotamiento. Los principales rasgos definitorios del género son: en lo formal, una estructuración en cinco actos y el uso exclusivo del francés; en lo argumental, un marco histórico-político identificable, familiar al espectador medianamente culto, marco que determina los conflictos que atenazan a los protagonistas y condicionan las relaciones entre ellos, y un diseño de personajes que, huyendo del maniqueísmo, busca explicar sus motivaciones y enriquecer con matices sus identidades; y en lo musical, un relevante papel atribuido a la orquesta, copartícipe en la expresión melódica en igual medida que las voces, grandiosas escenas de conjunto en las que el coro se desdobla en grupos que expresan emociones y sentimientos contrastados, el empleo de piezas “de género” (barcarolas, baladas, canciones estróficas, coros y concertantes a cappella) y el preceptivo ballet a mitad de la obra. Todos esos rasgos definitorios, como luego veremos, los encontramos en I Vespri siciliani. Scribe no solo es el más prestigioso libretista francés del momento sino también el más prolífico: el Diccionario Grove de la Ópera enumera 135 obras destinadas a la escena lírica, de vaudevilles a ballets, de óperas cómicas a grand opéras; si su lenguaje resulta convencional y prosaico, y los personajes y sus pasiones rara vez alcanzan auténtica temperatura emotiva, había demostrado una gran habilidad para diseñar tramas que ofrecieran ocasiones de gran espectáculo y dramáticas confrontaciones. Alguien ha afirmado que en su obra había “mucho teatro, pero poco drama”. Sus primeras propuestas fueron rechazadas por Verdi, a la sazón muy atareado con la composición de Trovador y Traviata, pero una vez estrenadas ambas, Verdi se traslada a París para entrevistarse 160 con Scribe, que propone reutilizar el libreto de la ópera en cuatro actos Le duc d’Albe, que Donizetti había dejado inconclusa a su muerte, como base del nuevo proyecto, titulado Les Vêpres siciliennes. joven patriota Henri, enamorado de la hija del El argumento de El duque de Alba, localizado en el Flandes rebelde a Felipe II en los días sucesivos a la ejecución del conde Egmont por Alba, plantea el conflicto de lealtades del lace, Henri da la vida por Alba, interponiéndose Egmont, Helène y a la vez hijo del duque, que años atrás raptó y sedujo a su madre y que ahora anhela ser reconocido como padre por el hijo cuya identidad acaba de descubrir. En el desenentre éste y el puñal blandido por Helène. Pura ficción, pero dotada de todos los elementos esenciales de la grand opéra: una situación his- 161 psicológica de los cuatro personajes principales no resulta homogénea. El personaje más conseguido es Guido di Montforte, que anticipa el tipo de poderoso solitario y triste de los que Simon Boccanegra y Felipe II, incluso Amneris, serán futuros paradigmas; todos ellos ejercen el poder con dureza y hasta con crueldad, pero se hallan poseídos por secretas angustias y anhelan vivir una relación afectiva –paternal, conyugal, amorosa o de amistad- leal y desinteresada. Por el contrario, Procida es presentado como un fanático, un conspirador que no duda en provocar el sufrimiento de sus compatriotas –incitando a los franceses al rapto y violación de sus mujeres- para forzarles a la rebelión, y que rechaza toda idea de reconciliación; esta caracterización molestaba a Verdi, que tenía del personaje un concepto más acorde con la imagen de noble patriota difundida en el Risorgimento. Y las figuras más inconsistentemente delineadas son las de la pareja protagonista: el cambio final de sentimientos y de partido político de Elena no resulta justificado ni coherente, al igual que el de Arrigo, que de tenaz opositor al dominio extranjero pasa a jalear a la bandera francesa en el acto final. tórica conocida que presenta a grupos nacionales enfrentados mortalmente, enmarcando una historia de amor hecha imposible por razones políticas. Para Verdi, Scribe traslada la acción de la Flandes del siglo XVI a la Sicilia de finales del XIII, y convierte a los españoles en franceses y a los flamencos en sicilianos. En ese contexto histórico se desarrolla la acción de Les Vêpres siciliennes: en el marco de la opresión francesa sobre un pueblo siciliano ansioso de venganza, el joven patriota Arrigo, enamorado de la duquesa Elena de Austria, cuyo hermano ha sido ejecutado por el gobernador francés de Sicilia, Guido di Monforte, descubre ser hijo de éste. El tema de las Vísperas sicilianas de 1282 había sido tratado a lo largo del siglo XIX en la novela, la historia, el teatro y la ópera tanto en Italia como en otros países, colocando en el centro de la trama a Giovanni da Procida, un personaje histórico, médico y diplomático que en los años del Risorgimento era considerado como un lejano precursor de la independencia italiana frente a las potencias extranjeras. Scribe introduce en la trama al personaje de Procida como motor de la sublevación y representante del espíritu de independencia y revancha. Las relaciones de Verdi con Scribe (que había incorporado a Charles Duveyrier como colaborador) atravesaron momentos de tensión ante la poca disposición del escritor a asumir las modificaciones del libreto propuestas por el compositor, acostumbrado a la docilidad de sus libretistas italianos; y fueron frecuentes sus quejas a la dirección de la Ópera y las amenazas de abandono del proyecto. Todo ello impu- Dos son las esferas en las que se desarrolla la prolija trama: el mundo de los sentimientos privados, expresado por el triángulo MonforteArrigo-Elena, en el que el amor de los dos jóvenes y la relación paterno-filial se encuentran en feroz oposición, y el de las aspiraciones políticas a la libertad del pueblo siciliano contra la dominación extranjera. La caracterización 162 163 la muerte”, seguida del tema del De profundis que los monjes entonan en el final del acto 4º (en evocación del Miserere de Il trovatore). Este doble tema se repite por tres veces en tonalidades diversas para dar paso al del aria-arenga de Elena en el primer acto, con cuya exposición finaliza la introducción lenta. El Allegro se abre con un redoble de tambor que introduce el cuarto tema, un allegro vivacissimo en forte que anticipa la masacre con la que concluye la ópera. A continuación los violonchelos, con un acompañamiento muy trabajado, evocan el tema de Montforte en su dúo del III acto con Arrigo, tema que se convierte en el principal de la obertura repetido en un crescendo con ecos de tormenta evocada por los destellos de los flautines y el regreso del tema descendente del De profundis en los trombones; al serenarse aparece el sexto tema, el bello “adiós a la patria” que Elena entona en medio del cuarteto del acto 4º, aquí entonado por los violines. La obertura finaliza con la reexposición del tema de Monforte que en adelante se posesionará de la obertura con un nuevo crescendo para desembocar en un prestissimo. so diversos retrasos de la fecha del estreno, que finalmente tuvo lugar el 13 de junio de 1855 en presencia de Napoleón III y la emperatriz Eugenia, coincidiendo con la primera Exposición Universal de París. La prensa francesa decretó a Les Vêpres Siciliennes un triunfo inapelable. Curiosamente, quienes menos satisfechos se mostraron fueron los espectadores y periodistas italianos y los franceses de gustos más belcantistas, partidarios de la simplicidad melódica y el canto fiorito, que encontraban que Verdi había sacrificado la espontaneidad al oficio. En todo caso, Verdi había ganado la batalla de París con las propias armas de los compositores franceses y del mismísimo Meyerbeer. Frente a quienes sostienen que I Vespri siciliani es una obra dotada de abundantes momentos de gran música, pero desperdigados a lo largo de una partitura prolija, Roman Vlad demostró en sus consistentes análisis publicados en los años setenta la sólida unidad estructural de la obra, puesta de relieve desde la obertura –la más extensa y de mayor ambición sinfónica de las compuestas por Verdi-, que en sus primeras notas nos anuncia el clima trágico de la obra; hasta seis de los motivos más recurrentes o significativos de la ópera se engarzan en una estructura que tiene cierta semejanza con una forma sonata, con un esquema “Introducción lenta” seguida de un “Allegro”. Comienza con un motivo rítmico de dos notas breves y una larga, que reaparecerá en los momentos de mayor tensión dramática, y que el musicólogo holandés Frits Noske llama “la figura musical de Los dos primeros actos de I Vespri siciliani pueden ser considerados como un prólogo, una presentación de los elementos de la acción dramática, que no dará comienzo propiamente hasta el tercer acto. En el coro inicial, “A te, ciel natio”, dominadores y dominados cantan sus opuestos sentimientos. En la cavatina “In alto mare e battuto dai venti”, en la que Elena, obligada por soldados franceses borrachos, arenga a la rebelión a los temerosos sicilianos, el rol de 164 165 no admirativo y extático, es un bello cantabile de corte tradicional, mientras la parte central, narrativa de sus periplos diplomáticos, es más innovadora. La escena concluye con la cabaletta “Santo amor, che in me favelli” que en muchas ocasiones suele suprimirse. la soprano se nos muestra en toda su exigencia: enorme extensión de la tesitura, que ascenderá desde el fa sostenido por debajo del pentagrama (aunque Verdi ofreció alternativas menos onerosas) al do sostenido por encima, nada menos que dos octavas y una quinta, necesidad de anchura y color por abajo y seguridad y firmeza por arriba, y agilidad para recorrer escalas completas y adornar la línea vocal. Se trata de un papel que combina las exigencias de una soprano dramática de coloratura y ciertos rasgos de la futura spinto de Ballo, Forza o Aida. Tras el sucesivo dúo de tenor y soprano “Quale, o prode, – Da le tue luce angeliche”, no excepcional pero con momentos sugestivos, y la bien trabada escena del rapto a los ritmos de una brillante tarantela, se llega al momento (“Il rossor mi coprì”) en que los furiosos sicilianos, sobre el fondo de la figura musical que abría la obertura, son progresivamente excitados a la venganza por los mismos Procida y Elena que han tramado el incidente, hasta que la protesta alcanza su clímax, y en ese momento se escucha la lejana barcarola a cargo del coro mixto de oficiales franceses y damas sicilianas “Del piacer s’avanza l’ora”. Esta escena de gran espectáculo típicamente grand opéra, una de las más alabadas por el público parisino, está magistralmente construida. Tras el original cuarteto a cappella “D’ira fremo all’aspetto” que sigue a la aparición de Montforte, y la sucesiva entrada de Arrigo, tiene lugar el dúo “Qual è il tuo nome?” entre el padre irritado y amenazador, pero admirado de la valentía del joven, y éste que, ignorante del vínculo filial que le une al gobernador de Palermo, desdeña sus ofertas de sumarse al bando enemigo y sus advertencias para que se aleje de la duquesa. La línea instrumental de las cuerdas graves subraya eficazmente las admoniciones de Montfort que, rechazadas por Arrigo, hacen prorrumpir a aquél en la cabaletta “Temerario! qual ardire!” que cierra el primer acto. Con el tercer acto entramos en el meollo de la peripecia dramática. Montforte, a quien hasta aquí hemos visto como un tirano de extraño comportamiento hacia Arrigo, lamenta su soledad y la frialdad reinante en su corazón en medio del poder, y anhela regenerarse en el amor de su hijo en su aria “In braccio alle dovizie”, especie de ensayo del aria de Felipe II en Don Carlos que permite desarrollar una extraordinaria gama de dinámicas y colores que acercan y humanizan al personaje. El comienzo del segundo acto nos presenta a Procida desembarcando clandestinamente para sublevar a los sicilianos. La preciosa música introductoria, con sus ecos de olas y el mecer de la barca, evoca la llegada de Tancredi a Siracusa en la bella partitura rossiniana de 40 años atrás. Su archifamosa aria “O tu Palermo”, el único momento solista para el personaje, es una pieza en forma ABA, cuya primera estrofa, de sig166 167 El sucesivo dúo de Montforte y Arrigo, el momento en que la trama bascula y el drama íntimo se abre paso, es uno de los fragmentos musicales más intensos y logrados de la ópera. Organizado en cinco diferentes secciones, comienza con Montforte preguntando a Arrigo (“Quando al mio sen per te parlava”) si su benévolo comportamiento hacia él no le induce a sospechar una secreta razón, lo que, provoca una gran inquietud al confuso joven. Cuando Monforte entrega a su hijo la carta de su madre, aborda el tema cantado por los chelos en la obertura (“Mentre contemplo quel volto amato”), mientras el estupefacto Arrigo prorrumpe en frases inconexas. Sigue un intercambio de réplicas, en las que el padre tienta a su hijo con el brillante futuro que le abre su nuevo rango y Arrigo sólo piensa en el perdido amor de Elena, sección que culmina con un dramático lamento de los frustrados personajes (“Parola fatale!”). Montforte intenta entonces conmover a su hijo apelando a su ternura paterna en una bella frase en adagio en la que la voz apiana hasta convertirse en un filo di voce, pero Arrigo se defiende interponiendo entre ellos la imagen de su madre e inicia la cabaletta conclusiva con el mismo tema antes entonado por Montforte, simbolizando el dominio psicológico que éste empieza a ejercer sobre él, pero con un acompañamiento en allegro sincopado, jadeante, punteado por frases de Montforte, que le reprocha su rechazo. en las versiones concertantes-, la acción recupera su pulso, y nos encontramos en el finale terzo, un baile de máscaras que será el banco de pruebas de la futura escena final del Ballo. Un coro jubiloso (“O splendide feste!”) cede paso a una música reminiscente de la escena del juego en el segundo acto de Traviata, con un doble motivo, el primero confiado a las maderas y el segundo a las cuerdas, sobre el cual se desarrolla un parlando de Procida y Elena con Arrigo, aún conmocionado y alarmado ante la presencia y las intenciones de sus amigos; la sensación es de un inquietante desasosiego, repetida tres veces en alternancia con el coro de arranque; se trata, pues, de un rondó que concluye cuando Arrigo impide la muerte de Montforte a manos de Elena. Montforte ordena la detención y ejecución de los conspiradores, y volvemos a encontrarnos con la figura musical de la muerte como fondo orquestal del coro de consternados patriotas, que tras maldecir a Arrigo se lanzan al concertante “O patria adorata”, durante el cual se enfrentan de nuevo las voces de sicilianos y franceses, repudiando unos y acogiendo los otros a un desesperado Arrigo, que intenta sin éxito hacerse oír de sus excamaradas. El cuarto acto es, de toda la ópera, el que contiene la música de mayor carga emotiva. Comienza con la escena en la que Arrigo, autorizado a visitar a los prisioneros y decidido a salvar su vida o a morir con ellos, canta su aria “Giorno di pianto”, llena de melancolía y de bello y sencillo lirismo. Estructurada muy originalmente en forma AAB, la tercera estrofa haría las funciones de una cabaletta, pero se Tras el extenso ballet de Las cuatro estaciones, el mejor de cuantos compusiera Verdi –frecuentemente suprimido, y con más razón 168 169 para finalmente dar lugar a que la soprano exprese su adiós a su “dulce país” con el tema ya oído en la obertura. aleja de ella en su forma y contenido, pues sirve de enlace con la escena sucesiva reflejando la gran ansiedad de Arrigo ante lo que parece ser el aproximarse de su amada. El de Henri/Arrigo es uno de los roles verdianos más difíciles y exigentes; el propio Plácido Domingo, que lo cantó en sus primeros años de carrera, avisa de su dificultad y del peligro de cantarlo antes de tiempo, aún mayor que el que plantea el de Otello, a su juicio; ninguno de los grandes tenores italianos de la posguerra (Del Monaco, Di Stefano, Corelli o Bergonzi) lo ha incorporado a su repertorio. Es un rol que requiere fuerza, dramatismo y anchura en centro y graves, y ligereza y extensión en la zona alta, pues debe llegar al re sobreagudo. El final del acto cuarto, lleno de dramatismo y contrastes, corresponde a la escena de la ejecución finalmente no consumada. Montforte ofrece a Arrigo el perdón de los condenados si le reconoce públicamente como padre. Y entonces se inicia un momento de suspensión del tiempo con las frases de los dos coros –el de los monjes que entonan el De profundis y el de las mujeres sicilianas que solicitan gracia- y las de Elena, Arrigo y Procida sobre un fondo de violines en sordina, en el agudo, que reproduce el tema de Elena en el cuarteto anterior, pero en tempo aún más lento, tema que pasa a convertirse en sollozos evocativos del preludio del tercer acto de Traviata, de maravilloso efecto. Cuando Arrigo termina finalmente por ceder y Montforte ordena suspender la ejecución y perdona a todos, el acto termina con un concertante que expresa el júbilo general por las bodas decretadas por el gobernador. El dúo sucesivo de explicación y perdón entre Arrigo y Elena, otro de los grandes momentos de la ópera, contiene atípicamente en su interior una pieza solista, la romance de la soprano “Arrigo! Ah, parli a un core”, tras conocer el vínculo que une a Arrigo con Montforte, una pieza en la que expresa a la vez el perdón al amado y el adiós a la vida que está a punto de abandonar. Agudos en pianissimo, flotantes, escalas descendentes del do sobreagudo al Fa sostenido grave, todas las dificultades belcantistas se acumulan en la coda de esta bellísima pieza que cuenta con una preciosa introducción del oboe. El último acto arranca con varias piezas de género que celebran el enlace: un coro festivo con intervenciones separadas de hombres y mujeres, el “Bolero” de Elena y la “Melodía” de Arrigo, que suponen un alto en la progresión dramática de la obra pero ofrecen momentos de gran espectáculo y de lucimiento a los cantantes: El brillantísimo “Bolero” “Mercè, dilette amiche” es una de las piezas más conocidas de la obra, que servirá de modelo a otras muy populares del repertorio francés. Y la bella “Melodía” de corte popular a cargo del novio “La Presentes todos los protagonistas en escena, Procida canta la definitiva pérdida de toda esperanza al conocer el secreto de la relación paterno-filial, iniciando uno de los mejores cuartetos (“Addio, mia patria”) de toda la producción verdiana; tras él entran a dúo barítono y tenor, 170 brezza aleggia intorno”, expresando su felicidad sin nubes, intercalada con frases de su prometida, es uno de los miuras de la partitura, muchas veces suprimida por cuanto obliga al tenor a finalizar con un re sobreagudo indicado a piacere en la partitura, pero que el buen gusto aconseja atacar con voz mixta apenas acariciada. las invectivas de su prometido (“M’ingannasti, o traditrice”), que recurriendo a su padre consigue que se celebre la ceremonia. Con el repicar de campanas comienza una masacre despachada musicalmente en menos de 45 segundos; y posiblemente esta brevedad resulta una virtud. I Vespri siciliani abre la tercera etapa, europea, internacional, de la carrera de Verdi, y sus hallazgos irán fecundando las óperas siguientes (Simon, Ballo, Forza, Don Carlo, Aida) y perfeccionándose en ellas. Por la audacia del tema, que permite su actualización en nuestros días, por el esplendor deslumbrante de sus elementos escénicos y musicales, propios de su origen francés, y por la intensidad con que refleja los más emblemáticos temas verdianos –amor a la patria, afectos paterno-filiales–, está llamada a seguir progresando en la estima del público. Que estas funciones concertantes contribuyan exitosamente a ello. Finalizado el divertimento, el drama, o más bien la tragedia, recupera el control de la escena. Procida desvela a Elena sus intenciones de proceder a la matanza cuando suene las campanas anunciando el enlace. La horrorizada Elena se debate entre la lealtad a sus antiguos ideales y el temor por la vida de Arrigo. El estupendo trío “Sorte fatal!” contrasta la perplejidad del tenor y la angustia de la soprano sometida a la presión psicológica del bajo. Alegando la memoria de su hermano, Elena rechaza el enlace, lo que le vale el furor de Procida y 171 172 13 14 intermezzo 13 14 intermezzo TEATRO REAL / TEMPORADA 2013 - 2014 / número 26 13 14 1963 - 2013 Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid C/ Mayor, 6 - 4º Dcha. 28013 Madrid T. 91 521 57 59 - [email protected] www.amigosoperamadrid.es