Número 17 - El Diario del Juicio

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EL DIARIO DEL JUICIO VIDELA EN CÓRDOBA
PUBLICACIÓN INSTITUCIONAL DE PRODUCCIÓN INDEPENDIENTE · DISTRIBUCIÓN GRATUITA · AÑO II · NÚMERO 17 · CÓRDOBA · ARGENTINA · 15 DE NOVIEMBRE DE 2010
LAS AUDIENCIAS SALIERON FUERA DE TRIBUNALES PARA RECORRER EL EDIFICIO DE LA UP1
Inspección y confesiones
Al tiempo que finalizó la ronda de declaraciones testimoniales, los trágicos asesinatos de Bauducco y Moukarzel
fueron reconstruidos en sendas inspecciones oculares a la
cárcel de barrio San Martín. Las pruebas reunidas fueron
contundentes, y luego de estos recorridos, el cabo Pérez finalmente confesó haber ultimado a “Paco” Bauducco.
17
EN ESTE NÚMERO
ANÁLISIS:
La confesión del cabo Pérez y
sus consecuencias.
Página 3
Testigos: Doris Caffieri.
Página 3
Los juicios en el país: La Pampa.
Página 7
ENTREVISTA:
María Elba Martínez y Hugo Vaca
Narvaja, abogados querellantes.
Página 7
ESPECIAL
EN LA CÁRCEL.
El represor Alsina, imputado en el juicio Videla,
indica algo a los jueces en la segunda inspección
ocular a la penitenciaría de barrio San Martín.
Los últimos pasos del juicio transitaron
lugares diferentes a los de Tribunales Federales. Se movieron por los pasillos, patios y celdas del viejo penal de barrio San
Martín y por el edificio en donde funcionó
el Departamento de Informaciones de la
Policía de Córdoba (ex D2, actual Archivo
Provincial de la Memoria). La legión de funcionarios y policías, comandada por los
jueces, estuvo acompañada por abogados, fiscales, dos ex presos políticos, periodistas y familiares de los fusilados. Una
multitud que recorrió los lugares que una
centena de testigos rememoraron a lo largo de las audiencias. Pasado y presente se
fundieron con las vivencias de una cárcel
centenaria, entre las “ranchadas” de los
presos que aún viven hacinados y los muros cargados de historias crudas.
Se reavivaron allí los recuerdos de los
días en los pabellones; justo antes de que
comiencen los alegatos, dispuestos para
la semana próxima. Así, las dos causas acu-
muladas en este juicio –“UP1” y “Gontero”– suman gran cantidad de pruebas documentales y testimoniales, y van llegando a su tramo final.
«La visita al penal fue clave para constatar la veracidad de los testimonios en estas 50 audiencias», afirmó Carlos Gonella
luego de la inspección. «El tribunal vio con
sus propios ojos los pasillos de los pabellones donde se golpeaba a los presos, los
patios donde asesinaron a René Moukarzel y a Raúl Bauducco», agregó el fiscal.
Pero esta inspección no fue lo único que
sucedió en las últimas audiencias. También ampliaron su declaración muchos imputados. Se destacaron afirmaciones inesperadas, como la del cabo Miguel Ángel Pérez, que culpó al Ejército de “arruinarle la
vida”. Por su parte, y como ya es habitual
en el juicio, las intervenciones de los policías buscaron atribuir toda la responsabilidad a la Justicia Federal.
También declaró Vicente Meli, quien
La importancia de
los tiempos
EDITORIAL
Estamos llegando al final del tercer juicio en Córdoba y, aunque sabíamos que iba a suceder, la justicia nos sigue deparando sorpresas. Entrar a la Unidad Penitenciaria después de tantos años, en situaciones tan distintas, fue para los sobrevivientes de aquella época parte de la militancia que familiares y víctimas venimos sosteniendo. Hacerlo de la mano de un juez
que no sólo pregunta sino que también escucha y comprueba
es otro de los frutos de la lucha y la movilización.
Claro que hay quienes se resisten a estos procesos democráticos; mullidos entre nubes de impunidad y de miedo ame-
ejerció un importante cargo en el Tercer
Cuerpo de Ejército, directamente por debajo de Menéndez y Sasiaiñ. Manifestó no
estar al tanto de los fusilamientos ocurridos mientras ocupaba ese puesto.
POSTALES TUMBERAS
Dos fueron las visitas al penal de San
Martín: una el martes 3 de noviembre y la
otra el miércoles 9, por pedido de las defensas. En la primera, los ex presos y testigos Gerardo Otto y Norma San Nicolás remarcaron las diferencias entre la cárcel de
1976 y la actual. La segunda fue solicitada
por los imputados Gustavo Adolfo Alsina
y Enrique Pedro Mones Ruiz. El edificio ha
sufrido importantes modificaciones que
obedecen a la necesidad de sostener la vieja construcción que aún se usa como establecimiento carcelario. Por ello, fue clave
contar con la presencia de las víctimas
para que testimoniaran acerca de las dimensiones que tenía el lugar cuando ocurrieron los hechos.
nazan a nuestro abogado Claudio Orosz o, mejor dicho, más cobardemente, a su padre. Sin dudas, esa amenaza de marcado
contenido antisemita, pone en evidencia a sus autores. El terrorismo de Estado instaló esa idea para diferenciar quiénes
eran los patriotas y quiénes los enemigos. Hoy, están sentados
acusados de los más aberrantes delitos de Lesa Humanidad,
fundamentalmente con el antisemitismo como bandera. Sus
víctimas acuerdan con que gocen de un justo proceso.
Entre ellos se va resquebrajando el espíritu de cuerpo, obviamente enfermo y seccionado, al punto de no fijarse a quiénes apuntan. Las jerarquías debilitadas seguirán negando lo
pasado en actitud francamente perversa y amenazante, mientras sus subordinados, como el cabo Pérez, en un intento desesperado de cobrar humanidad, se quiere desprender de semejante culpa aduciendo que sólo obedecía órdenes, que el
La cárcel de barrio San
Martín (UP1) por dentro
Páginas 4 y 5
CONTRATAPA • OPINIÓN:
La muerte no
borra nada
El dictador Emilio Massera: su
sinuosa trayectoria, entre la
oscuridad de la Esma y las
desaforadas pretensiones de
alcanzar visibilidad política.
POR GRACIELA DALEO
tiro se le escapó. Lo cierto de esta declaración, fundamental
en esta semana, deja traslucir que quienes amenazaron a
Orosz tienen mucho miedo de que los Pérez sigan hablando.
Sin embargo, también en esta semana, vimos la otra cara de
la justicia. Su lentitud permitió que el siniestro Massera se lleve a la tumba todos los datos que podrían devolver la identidad a muchos jóvenes y restituir tantas identidades arrojadas
al río de La Plata. Si bien estaba imputado por el robo de bebés
y saqueo de bienes de sus víctimas –hay que aclarar que murió
condenado a partir del fallo de la Corte Suprema que declaró
la nulidad del indulto– el proceso se suspendió porque le dio
un derrame cerebral en 2002.
A partir de ese momento permaneció en su casa sin que nadie lo molestara y murió de viejo, a diferencia de las madres de
sus víctimas que luchan hasta último momento.
Lunes 15 de noviembre de 2010
El recorrido fue apreciado por los presos actuales, y los “nuevos” visitantes descubrieron en su andar las duras condiciones en las que sigue sumida la población
carcelaria.
Asesinato de Bauducco. En el patio del
pabellón 6, Gerardo Otto relató cómo fue
la requisa en la que Peréz mató a Raúl "Paco" Bauducco. Además, describió el clima
que generó el entonces teniente a cargo,
Enrique Mones Ruiz, arengando a sus soldados con frases como: «Estos son delincuentes que roban niños y violan mujeres». El testigo repitió la arenga delante
del ex teniente durante la segunda visita,
mientras éste intentaba argumentar que
esa fría mañana había transcurrido de
modo pacífico, hasta el “accidente” que
terminó con la vida de Bauducco.
Un centenar de presos políticos alojados en el pabellón 6 sufrió la requisa de
aquel 5 de julio de 1976. Nadie olvidó ese
día y todos los que declararon ante el tribunal fueron claros acerca de cómo sucedieron los hechos: el cabo Miguel Ángel Pérez le disparó a Paco y quien comandaba
el operativo era Mones Ruiz.
Estacas heladas. El patio de la mosaiquería primero y luego el patio del pabellón de mujeres fueron los lugares elegidos por el ex teniente Alsina para terminar
–a la vista de muchos presos– con la vida
de René Moukarzel. Las visitas demostraron cómo fue visto el hecho desde las celdas de mujeres y cómo se escuchó desde
la enfermería, ubicada a pocos metros.
A lo largo del aquel 14 de julio de 1976,
Moukarzel fue estaqueado en dichos patios del penal. Para acelerar su deterioro,
otros presos fueron obligados a arrojarle
EL DIARIO DEL JUICIO VIDELA EN CÓRDOBA
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Familiares de Desaparecidos y Detenidos
por Razones Políticas de Córdoba.
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Sebastián Puechagut
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(Personería Jurídica 234-A-1992)
Tirada de la edición: 20.000 ejemplares
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agua fría sobre el cuerpo. El grifo con el
que cargaron esos baldes sigue amurado a
la misma pared, pero según afirmó Norma
San Nicolás, fue corrido unos metros.
Casi al fondo del tremendo edificio, junto al pabellón de mujeres, corre el llamado
“callejón de la muerte”, por donde retiraron a varias de las presas para fusilarlas.
El largo recorrido que llevó a la comitiva a
este punto debió atravesar varios pabellones. El equipo de acompañamiento de testigos estuvo alerta ante la posibilidad de
que los ex presos se cruzaran en la misma
celda con los represores.
PARECIDAS Y DIFERENTES
En estas semanas, diez imputados ampliaron su declaración. Cinco policías y
cinco militares. Hubo matices en las intervenciones, pero en general mantuvieron
su rutina de divagar y deslindar responsabilidades. En las primeras audiencias del
juicio, algunos policías habían prometido
continuar sus embates contra sectores de
la Justicia Federal. Sin embargo, los imputados Jabour, Antón, Rocha, Salgado y Yanicelli sólo reiteraron versiones ya conocidas de su estrategia, basadas en indicar
que seguían instrucciones judiciales. No
hubo fotos ni acusaciones cruzadas que hicieran temblar el edificio de tribunales.
Los militares no niegan los hechos, pero
se desentienden porque ellos no dieron
las órdenes. Un único miembro de la fuerza se quebró y pidió disculpas a la familia
Bauducco por haber matado a Paco.
ÚLTIMOS TESTIGOS
Federico Bazán y Doris Caffieri fueron
los últimos testigos del juicio, completando un total de 110 testimonios receptados
en cuatro meses de audiencias.
Bazán y Caffieri, ex presos políticos, recordaron vivencias de sus pabellones. Doris narró el momento en que le dijeron, a
través de señas, que habían matado a su
compañero Raúl Bauducco. Un mes después confirmó la noticia, cuando las autoridades de la Justicia Federal le informaron la versión oficial del Ejército. Afirmaban que Bauducco había intentado quitarle el arma a un soldado y que este lo mató
en defensa propia. La justicia nunca dudó
de esa versión.
Bazán contó que en junio de 1976 lo retiraron del penal junto a Hugo Vaca Narvaja
y a Cristian Funes para llevarlos al centro
de detención “La Ribera”. Luego de dos
días, les comunicaron que no los mataban
porque «el cupo ya estaba cubierto». Los
regresaron al penal con la advertencia de
que encabezaban la lista. Tiempo después, asesinaron a Funes y luego a Vaca
Narvaja, por lo que Bazán dio crédito a la
amenaza.
ALEGATOS Y SENTENCIA
Terminó una etapa fundamental del juicio. Sólo quedan los alegatos de las partes
y la sentencia del tribunal. A poco tiempo
de una nueva condena para el dictador Jorge Rafael Videla, otro dueño de la vida y la
muerte, Emilio Eduardo Massera, murió
sin las condenas merecidas. El Juicio a la
Juntas condenó a ambos, y ambos fueron
indultados por decreto del ex presidente
Carlos Menem en 1990, pero hace pocos
días, la Corte Suprema sancionó la nulidad de esos indultos.
Según los tiempos que maneja el tribunal, la sentencia se conocerá unos días antes de Navidad. Todo indica que habrá
fuertes condenas y que los festejos de fin
de año estarán acompañados de un brindis por la esperada justicia.
EL JUICIO EN LA CALLE • CHARLA DEBATE EN LUZ Y FUERZA
«Un punto de partida»
La Liga Argentina por los Derechos del
Hombre (LADH) filial Córdoba convocó el jueves 4 de noviembre a una charla-debate bajo
el nombre "Juicio UP1, los Derechos Humanos como política de Estado". La actividad,
en la que participaron unas 60 personas, se
llevó a cabo en la sede del Sindicato de Luz y
Fuerza de esta ciudad.
Algunos de los panelistas tienen también
su participación en el juicio Videla. Miguel
Ceballos y Hugo Vaca Narvaja, abogados querellantes y familiares, y Luis Miguel 'Vitín' Baronetto, familiar querellante y director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba, hicieron énfasis en el valor político y social que tiene este proceso: «Estos juicios
son un punto de partida. Los Derechos Humanos deben ser parte de una institucionalización y eso se logra cuando se los incluye dentro de un proyecto político, como ocurre ahora», dijo Baronetto.
Dos puntos álgidos en las ponencias de los
querellantes, que marcaron el rumbo de la
discusión posterior, fueron la continuidad en
las fuerzas policiales de Córdoba –en plena
democracia– de algunos imputados en esta
causa y la actitud corporativa que mantienen funcionarios judiciales. A lo largo del juicio, gracias a las declaraciones de algunos
testigos, salió otra vez a la luz el mal desempeño de la justicia federal, dejando al descu-
DISERTANTES.
De izquierda a derecha: Vaca Narvaja,
Ceballos, Martínez, Vicente y Baronetto.
bierto a jueces, secretarios y fiscales que actuaron en flagrante complicidad con el terrorismo de Estado. Miguel Ceballos señaló con
nombre y apellido a quienes deberían rendir
cuentas ante la justicia por la omisión de denuncias y otros casos de negligencia.
Pucho Martínez, abogado de LADH, y Carlos Vicente, viceintendente de Córdoba, también participaron como disertantes aportando una perspectiva legal y gubernamental sobre la investigación de causas por delitos de
Lesa Humanidad. Además, desde LADH se
brindó expreso reconocimiento a la labor del
fallecido Néstor Kirchner en cuanto a la anulación de las leyes de impunidad y al reconocimiento de la lucha de los organismos de Derechos Humanos.
Al finalizar, se invitó al público a asistir a las
audiencias y a seguir reflexionando sobre la
importancia de la memoria ahora que la justicia llega y la militancia renace.
IMPUTADOS • EL REPRESOR CONTÓ SU VERSIÓN DE LA MUERTE DE MOUKARZEL
Por Waldo Cebrero
El mundo según Alsina
Caricaturesco y cínico, tal como lo recuerdan los presos políticos que lo sufrieron, así se
vio al ex teniente Alsina durante su larga prédica en la última audiencia del juicio, contando una película guionada y rodada en su propio imaginario marcial. «Tengo que pelear contra 40 testigos que me quieren pisotear», se
quejó, al borde de la ira, y agregó, irónico:
«Ahora parece que eran todos unas 'carmelitas descalzas'». En su película, el imputado sostiene que más de 50 testigos, entre ex presos,
médicos, enfermeros y personal del Ejército
que lo vieron y lo oyeron estaquear a Moukarzel, mienten descaradamente.
Su versión del hecho es rebuscada. Afirma
que vio hablar a Moukarzel con un preso común mientras él hacia un recorrido de rutina.
Los detuvo e informó a sus superiores. El preso común quedó a disposición de la penitenciaría. «Me ordenaron aislar a Moukarzel»,
aclaró. Entonces solicitó a su suboficial al mando que lo esposara a un pilar cercano a las oficinas del penal. «Comí, me saqué mi casco, mi
fusil, mi pistola y luego descansé unas horas»,
¿VICTORIA?
Alsina se comporta con desenfado ante
las cámaras. No parece que estuviera
acusado por delitos de lesa Humanidad.
explicó. Al despertar, continuó la recorrida por
el penal, y retornó a descansar. «A la tarde me
informaron que ese preso se sentía mal y ordené que lo llevaran a la enfermería», dijo. Poco
después, le comunican que el detenido había
fallecido. «Nunca lo toqué, nunca fui a la enfermería, y ahora hablan de 12 horas de tortura y estaqueo», gritó alterado.
Su nivel de exaltación iba aumentando a me-
dida que hablaba, y la prolija pila de papeles foliados que tenía sobre las piernas pasó del orden minucioso al caos total. De allí extrajo una
hoja suelta. Era un informe meteorológico con
los datos extendidos del 14 de julio de 1976.
«Se habló del día más frío del año, de heladas
y de nieve. No puede ser una confusión, señor
presidente; ese día hizo 6 grados de mínima y
15 de máxima», dijo para refutar la palabra de
los testigos, quienes afirmaron que expuso a
Moukarzel desnudo y mojado a temperaturas
mínimas. El portal climático español www.tutiempo.net, publica registros oficiales de la estación meteorológica del aeropuerto: la temperatura mínima fue de 2 grados bajo cero.
Mientras Alsina hablaba, un cronista resignado resumió la escena con un chiste para la
sala de prensa: «Parece el cuento del tipo que
manejaba a contramano y escucha por la radio: ”Se comunica a los automovilistas que
transitan por la avenida principal que tengan
cuidado porque un loco va a contramano”».
−¿Uno solo? Son cientos de locos, dijo el
contrariado conductor».
Lunes 15 de noviembre de 2010
AUDIENCIAS • EL CABO PÉREZ CONFESÓ EL ASESINATO DE BAUDUCCO EN UN HECHO INÉDITO PARA LA JUSTICIA CORDOBESA
Por Martín Notarfrancesco
«El ejército me arruinó la vida»
En la sala el termómetro llegaba casi a 30 grados. Sin
embargo, la pelada de Miguel Ángel Pérez exhala una
temperatura superior. Pero no por la mirada desencajada de Videla y Mones Ruiz clavada en su nuca. Lo que
desequilibraba al cabo era su propio recuerdo, el de
haber pertenecido al Ejército Argentino y arruinado
varias vidas. Hace 34 años, en el invierno de 1976, fusiló a Raúl Augusto Bauducco, el “Paco”. Dijo, con la frente transpirada, que pocas veces habló del tema, que
prefería leer su declaración. Se trata de la primera vez
que un militar asume un asesinato de esta naturaleza.
Reconoce que se le escapó un tiro, culpa al Ejército y
rompe el pacto de silencio. También pide perdón.
Pérez se hizo cabo sin pasar por la escuela de suboficiales. A comienzos de 1976 terminaba la colimba y faltaba personal. El Ejército le ofreció alistarse como “cabo
en comisión”. Poco después, el 5 de julio de 1976, se realizó una de las requisas más duras y recordadas por los
presos políticos de la UP1. El entonces teniente Enrique
Pedro Mones Ruiz comandó el operativo. Sacaron a
todos los presos del pabellón 6 al patio. Los pusieron de
pie, apoyados contra la pared, con los brazos en alto y
las piernas abiertas. Según dijo el propio Mones Ruiz, tenían la orden de desnudarlos y revisar sus prendas. En
paralelo, desmantelaban las celdas. Sólo quedaron los
colchones y una muda de ropa.
«¡Son asesinos de niños y violadores de mujeres!», gritaba el teniente en medio del patio para que los soldados
se enojaran y golpearan con más fuerza.
El asesinato de Bauducco es el hecho más probado de
TESTIGOS • NORMA SAN NICOLÁS Y
GERARDO OTTO DECLARARON EN LA UP1
Volver los hizo libres
Durante las dos inspecciones que el tribunal realizó a la cárcel de San Martín, Gerardo Otto y Norma San Nicolás guiaron
a los jueces por los pasillos donde sucedieron los hechos. 35
años después, los dos ex presos entraron nuevamente al penal y pudieron contar lo vivido, incluso frente a sus propios
verdugos que pidieron participar de la visita. La justicia, esta
vez, se disponía a escucharlos.
UN ACTO DE MILITANCIA
Gerardo Otto compartió pabellón con “Paco” Bauducco y
pudo reivindicarlo desmintiendo en la cara de Mones Ruiz la
versión falaz sobre el fusilamiento de su compañero preso.
«Yo estuve ahí, estaba cerca de él y lo escuché agitar a sus
hombres con mentiras burdas», dijo el testigo. «Estoy tranquilo, sentía que debía volver. Yo vine a esta cárcel por ser un
militante social y político. Pasé preso seis años, salí y me reintegré a la militancia. Volver es otro acto militante».
VOLVÍ POR LAS COMPAÑERAS
«Necesitaba entrar a la celda de las compañeras», dijo Norma. Se armó de coraje y caminó junto a su represor por todo
el penal: «Sólo pensé que tenían la oportunidad que no tuvimos nosotros, de llegar a un juicio y de caminar sin esposas».
Ese pensamiento la fortaleció, dijo, y la ayudó a «valorar esta
democracia que tanto costó». Norma acompañó también a
la hermana de Moukarzel, quien le preguntó sobre el lugar
donde estaquearon a René. «Eso me afectó –dijo–, pero después de contarle como fue, la vi reconfortada. Entró llorosa y
al final se fue más íntegra».
MEMORIA • DANIEL ALFREDO TELLO
En el camino
Este diario es posible gracias a la fuerza de quienes luchan
por los Derechos Humanos. Es un trabajo gratificante, que a
veces se tiñe de tristeza. Daniel Alfredo Tello era compañero
de Diana Fidelman –fusilada en 1976– y falleció el 4 de noviembre, sin escuchar la sentencia. Vaya nuestro apoyo a su
hermana Olga, y nuestro recuerdo para Alfredo.
ENEMIGOS ÍNTIMOS.
Pérez y Mones Ruiz se culpan mutuamente
por la muerte de Bauducco.
la causa. Fue en presencia de unos 100 detenidos. Todos
quedaron helados con el estruendo que retumbó entre
las paredes de ese patio triangular, rodeado de tres pabellones. Desde las ventanas de la planta alta, muchos presos siguieron la secuencia por las hendijas. De pronto el
cielo se oscureció. “Las miles de palomas que anidan en
esta vieja cárcel volaron espantadas”, contó Carlos Ríos.
Desde entonces, el cabo Pérez vivió en el recuerdo de
todos. Él mismo asumió su autoría, pero modificó las versiones de acuerdo a la ocasión: primero, dijo que Bauducco quiso arrebatarle el arma; luego, que se le escapó
el tiro; incluso que el oficial a cargo le dijo que martillara
en vacío para que Bauducco “se cague en las patas”. Aho-
ra confiesa que eran sus superiores los que armaban la
coartada. Él repetía.
Se sabe condenado y buscó conmover. Quizá imagina
algún atenuante por confesar. Sincero o no, esperó la mejor oportunidad para tomar el micrófono. Espontáneo o
ensayado, se mostró devastado, quebrado y resentido.
«Responsabilizo al Ejército por haberme arruinado la
vida a los 20 años... Escuchando las declaraciones del señor Mones Ruiz, le digo que la responsabilidad no se delega, ni se comparte: se asume. 'El cabo' no es culpable de
todo», dijo.
También marcó la diferencia de trato y visitas que sufre en la cárcel. Hay algunos que no están en su misma situación, la pasan mejor, «a pesar de haber sido los responsables de lo que pasó en el país».
Durante todo el juicio Mones Ruiz buscó desligarse. En
una defensa clasista, cargó toda la culpa a la inexperiencia del cabo. Agregó que él, si bien era responsable del
operativo, no estuvo en el patio en el momento del disparo. En su versión, para la que no ofreció testigos, sostiene que había salido con uno de los presos que fue requerido por un oficial de la Fuerza Aérea. A contrapelo de
este relato, está el de las decenas de testigos que afirman
que Mones Ruiz asintió con la cabeza el disparo mortal.
El pacto de silencio se resquebraja. La actitud corporativa queda de lado si el que está en desgracia es un cabo.
La oficialidad se diferencia con arrogancia y desprecio.
Acorralado en su devenir, Miguel Ángel Pérez terminó
su confesión pidiendo perdón a la familia Bauducco: «A
Diego, que creció sin su padre; y a su mujer, a la que le
arruiné la vida. Sólo a ellos les debo explicación».
TESTIGOS • DORIS CAFFIERI, VIUDA DE PACO BAUDUCCO | Por W. C.
«Vine confiando en la justicia»
Doris fue la última testigo del juicio y declaró dos
días después de que el cabo Pérez le pidió perdón
por matar a su marido. «Si lo hizo de corazón, va a poder dormir en paz», dijo al respecto la testigo cuando
salió de la sala de audiencia, luego de declarar.
Un día después de aquel fatídico 5 de julio, Doris Caffieri aún
no se había enterado de la noticia. Encerrada en la celda 20 del
pabellón de mujeres, no escuchó el disparo con el que el cabo
Pérez ultimó a su marido, Raúl “Paco” Bauducco, durante una
requisa en el patio 2 de la UP1. La noticia, como todo en la cárcel, le llegó a través de un preso común. «Ayer mataron a uno
en el patio. Un tal 'Gustavo' Bauducco», le dijo en lenguaje de
señas desde una ventana. «Tuve la esperanza de que fuera un
error. Mi marido no se llamaba Gustavo», dijo conmovida. «Pero a los dos días las celadoras me hacían preguntas que me indicaron que era verdad. “¿Tu marido lo conoce al nene?”, me preguntaban». El “nene” era Diego, el hijo que Paco y Doris esperaban cuando fueron secuestrados en diciembre de 1975 y
que nació el 6 de marzo, con sus padres en prisión. En poco
tiempo, la joven familia Bauducco quedaría herida para siempre por la muerte de Paco y el encierro de su mujer y su hijo.
Las esperanzas de Doris fueron enterradas en el Juzgado Federal N° 1 el 12 de agosto de 1976. Ese día, el juez Zamboni Ledesma le comunicó el sobreseimiento de la causa por la que estaba detenida (por asociación ilícita), aunque quedaba a disposición del PEN. «Pregunté si mi marido también estaba sobreseído y me dijeron que él le había querido sacar el arma a
un militar y que éste lo había matado en defensa propia», dijo
indignada la testigo. En ese instante la rabia la invadió: «Ustedes son la Justicia, la única esperanza que tenemos. Me quieren convencer de que mi marido, con quien yo vivía, era tan imbécil que sin saber manejar un arma, en la situación de terror
que estábamos viviendo, hizo eso. ¿¡No les da vergüenza ser
justicia!?», les gritó en la cara a las autoridades y luego le pidió
a la celadora que la sacara de ahí. «Me daba asco estar frente a
ellos», le dijo al tribunal que juzga el asesinato de su marido.
MI PRIMO EL ALMIRANTE
Paco Bauducco era un estudiante movilizado de comunicación. Doris, embarazada y con 24 años, terminaba su tesis de
ANTE LA PRENSA.
Doris Caffieri habló
con los medios
luego de declarar
en el juicio.
Arquitectura cuando una patrulla de 10 hombres de civil
irrumpió en su casa. «Éramos personas concientes, queríamos
justicia social, eso nunca lo negamos. Pero querían que nos hiciéramos cargo de cosas que no hacíamos», explicó la testigo.
En un camión fueron trasladados hasta el D2, bajo amenazas
del tipo: «Te vamos a reventar el hijo que tenés ahí». «El primo
de mi marido es Massera, yo les dije eso: “Llamen a Massera y
se van a dar cuenta de que hay una equivocación”», suplicaba
Doris; pero a cambio sólo recibió más patadas.
Ya en la UP1, Caffieri grabó en su memoria las salidas de sus
compañeras de pabellón que fueron fusiladas. «Yo siempre
canté –explicó–, tengo el oído desarrollado. Lo auditivo era un
modo de saber quién estaba siendo sometido (…). Tati Barberis gritaba y decía: “¡Qué me van engañar a mí, asesinos!”. Tenía la voz de una niña de 19 años. Mirta Abdón de Maggi tenía
la voz ronca. Estaba a dos celdas de la mía y preguntó la hora
antes de irse. Era la madrugada». También vio salir a Marta Rossetti de Arquiola. «Hablaba poco –dijo–. Al otro día vinieron
por sus cosas. Ya no había más nada dentro de su celda».
Antes de terminar, el fiscal Gonella le preguntó, recordando
aquella vieja justicia que tanto la decepcionó:
–¿Qué espera de esta justicia?
–Si no hubiese confiado en ustedes, no venía –respondió–.
Espero que sean personas correctas consigo mismas. Si hay
algo que admiro es la coherencia–, agregó.
Lunes 15 de noviembre de 2010
EL JUICIO, DÍA X DÍA
DÍA 46 - MARTES 02/11
Al enemigo, ni agua
Es día de ampliación declaratoria. Los imputados hacen fila para hablar y en la sala
no vuela una mosca porque el calor la
aplastaría. El “Turco” Jabour, con la garganta reseca, lee su perorata y suda copiosamente. Tiene sed. Mira de reojo a la
Cuca y recuerda que hace una semana un
testigo dijo que cuando le pidió agua ella
le pegó con una varilla. Pero la sed puede
más que el miedo y la desconfianza para
el Turco, y se anima a decirle en un susurro: «¿después me das agua?».
DÍA 47 - MIÉRCOLES 03/11
Un pirata suelto
Audiencia atípica la de hoy. El tribunal camina los pasillos de la cárcel de barrio
San Martín, y su pulcritud contrasta con
las “ranchadas” de los presos. Un grabador chillón impone el cuarteto como música de fondo y hace que uno de los jueces
se salga de la vaina al ver colgada una camiseta de Belgrano en una celda:
«Aguante el Pirata. Es buena gente la que
vive acá», dice el más díscolo de los tres.
Dos demonios y medio
Amontonados en el fondo del pabellón 6,
los miembros del tribunal dirimen un requerimiento de la defensa. «Si los imputados no pueden participar de la inspección, que tampoco lo hagan los testigos»,
se queja la defensora Rojas. El rincón es
estrecho y algunos abogados tratan de
acomodar su ego para entrar en la discusión. Por sobre el hombro de los jueces,
Carlos Casas Nóblega, embebido de la teoría de los dos demonios, vocifera una
frase que lo enorgullece: «En este juicio
no hay igualdad de armas».
DÍA 48 - JUEVES 04/11
La salud de los enfermos
La imagen del banquillo de acusados sin
Menéndez comenzaba a ser habitual y ya
nadie preguntaba por la salud del longevo
dictador, que reposaba en su casa. Pero
las peras de varios rostros golpean el
suelo cuando lo ven entrar a la sala, ágil y
erguido. Rápidamente se sienta, cruza
una pierna y se arregla la línea del pantalón. Saber que tiene larga vida para más
condenas es algo que seguramente reconforta a los familiares de las víctimas.
DÍA 49 - MARTES 09/11
El que espera desespera
Son las nueve en punto de la mañana y
en la entrada de la cárcel están los jueces,
la prensa, los abogados y hasta Mones
Ruiz y Alsina. Están todos, menos Jaime
Díaz Gavier, el presidente del tribunal. En
la espera, el sol comienza a derretir la gomina de algunos abogados y resplandece
el pelo cano de Pérez Villalobo, que resopla enojado por la demora de su colega.
Pasa la hora y Díaz Gavier por fin llega,
para ver cómo Villalobo abandona la inspección en repudio al plantón.
DÍA 50 - JUEVES 11/11
Los monos, de huelga
«La verdad, señor juez, yo prefiero dormir
en una jaula de zoológico y no en esta cárcel», dice Alsina, asombrado por el estado del penal en el que reinó alguna vez. El
teniente que aplicó un régimen inhumano, sin permitir baños ni visitas, que supo
decir que en esa cárcel los presos políticos “vivían como animales”, goza de otras
comodidades en su encierro en Bouwer.
CRÓNICAS · LA INSPECCIÓN OCULAR EN LA CÁRCEL DE BARRIO SAN MARTÍN | Por Alexis Oliva
Una visita al túnel del tiempo
La inspección ocular a la penitenciaría de barrio San Mar- de este recorrido, complementada con la voz de víctitín, ordenada por el tribunal, fue una experiencia que mas y familiares que volvieron a la cárcel luego de décamarcó el transcurso del juicio. Presentamos una crónica das y un detalle de la distribución espacial del edificio
El calor sofoca la inspección en la cárcel
de barrio San Martín. Son las 10.25 de la
mañana del martes 9 de noviembre, cuando el presidente del tribunal, Jaime Díaz
Gavier, declara abierta la audiencia en una
sala contigua a la dirección.
Además del fiscal, querellas y defensas;
participan dos imputados: Gustavo Alsina
y Enrique Mones Ruiz, con trajes azules y
corbatas al tono, tan uniformados como
cuando en 1976 comandaban las guardias
militares. Su presencia se justifica por estar involucrados en los dos crímenes ocurridos dentro de la prisión: el de René Moukarzel y el de Raúl “Paco” Bauducco.
También están presentes Norma San Nicolás y Gerardo Otto, ex presos políticos
de la UP1 y testigos del juicio.
A los imputados los escolta el cuerpo de
elite del Servicio Penitenciario; a los testigos, policías del grupo de protección y
profesionales del equipo de acompañamiento psicológico.
Se abre la primera reja y la comitiva empieza a caminar los oscuros, húmedos y
poco perfumados pasillos de la cárcel
construida a fines de 1.800. Esa reja marca
el ingreso a un mundo anacrónico, de dispositivos y rituales repetidos durante más
de un siglo, donde parece regir un tiempo
propio, dislocado del externo.
EL MAYOR TRAS LAS REJAS
La primera parada es en el pabellón 6,
planta baja, donde se alojaba a los “presos
especiales”, al igual que en el 8, de la planta alta. Allí, ingresamos a la segunda celda
de la izquierda, desde la que el 15 de julio
del 76 vieron al teniente Alsina tratando
de estaquear a Moukarzel en el patio de la
“mosaiquería” hasta que la dureza del
piso lo obligó a llevarlo al patio del pabellón de mujeres. De repente, Alsina propone treparse a la alta ventana enrejada… «Y
usted, señor presidente, podría bajar para
comprobar si se ve». «¿Que yo baje? Está
bien…», acepta Díaz Gavier y se encamina
al patio con el vocal Carlos Lascano, el defensor de Alsina, Osvaldo Viola, abogados
querellantes y periodistas. «Salgamos y
que Alsina se quede adentro y con la puerta cerrada», propone Claudio Orosz, con
un brillo de picardía en la mirada.
Desde abajo, la postal es insólita y de un
simbolismo grotesco: el mayor Alsina se
sube a la reja y pregunta:
−¿Me ven?
−¡Sí!… lo vemos.
−Habría que ver, doctor, cuál es el lugar
donde dicen que ese hombre fue estaqueado –alega Viola−, porque una cosa es
ver aquí y otra es más allá.
De vuelta en el pabellón 8, Viola intenta
una revancha y extrae un “periscopio”,
una lapicera con espejitos similar a la que
Luis Baronetto dijo que servía para ver
desde las celdas el pasillo del pabellón.
Las querellas se oponen y Díaz Gavier expone las dificultades. Ante la insistencia
del asesor letrado Carlos Casas Nóblega,
el juez concede: «Yo no voy a avistar. Si usted quiere avistar, aviste, y dejamos constancia». Acto seguido, Casas Nóblega se
acomoda en la puerta de la celda, mira por
el “periscopio” y afirma con solemnidad:
«Advierto sólo presencia humana, pero es
imposible reconocer alguna singularidad». «Que pruebe el secretario [Pablo
Urretz Zabalía], que es de familia de oftalmólogos», murmura alguien.
UN CAREO BAJO EL SOL
El itinerario continúa en el patio 6. Ahora el protagonista es Mones Ruiz, el teniente a cargo de la requisa y golpiza masiva a los presos de los pabellones 6 y 8,
cuando el cabo Miguel Ángel Pérez mató a
“Paco” Bauducco de un disparo en el pómulo, el 5 de julio del 76.
El imputado insiste con la versión de su
ausencia en el momento del homicidio,
contraria al testimonio de numerosos ex
presos políticos:
−Me retiro con un detenido, aproximadamente entre 20 y 25 minutos. Vuelvo, ingreso y lamentablemente veo una persona
tirada en el piso…
Bajo un sol implacable y la mirada curiosa de los presos asomados a las ventanas
del pabellón 12 −antes 9−, Mones Ruiz
abunda en explicaciones y la tensión crece, hasta que el fiscal, Maximiliano Haira-
MIRADAS • LA VOZ DE LOS HIJOS DE PRESOS POLÍTICOS AL RECORRER LA UP1
Por Waldo Cebrero
La niñez, un recuerdo cautivo
Mañana sofocante y seca en barrio San Martín. El polvo se levanta
como empujado desde el centro de la tierra y se siente el peso caliente de noviembre en la bruma que rodea a la cárcel. Pablo, el hijo del
“Flaco” Balustra, aprieta los ojos tratando de distinguir lo que recuerda como “la casa grande de papá”; ese edificio viejo y descascarado
que frecuentaba con el “tío Hormiga” cuando tenía cuatro años y su
padre era un preso político. Ahí está la vieja UP1, 35 años después.
“Se la ve más chica”, piensa Pablo. A un lado y a otro, el barrio en pleno crecimiento le fue cambiando el contorno, pero sigue ahí la llanura
polvorienta de la entrada, donde esperó su “turno de visita.”
Martín, el hijo del “Chicato” Mozé, deshace el camino por esa llanura de arena, apretándose el saco con las manos hundidas en los bolsillos. La última vez que entró, el 25 de diciembre de 1975, usaba pañales y en ellos se llevó escondida una tarjeta de cartón que su padre le
hizo para esa navidad. Camina hacia la puerta de la cárcel repitiendo
mentalmente un sonido que todavía guarda de esos días; el taca, taca, taca de un palito juguetón golpeando en los barrotes de la entrada, mientras esperaba. Ahora, los que esperan para entrar son los jueces del tribunal, algunos abogados y la prensa; no hay requisas ni hay
que ocultar el apellido en la mesa de entrada. “Puedo decir que soy el
hijo del Chicato Mozé”, piensa Martín. «Hoy no entro con el ‘tío Hormiga', sino con la justicia», bromea Pablo.
LOS PASOS CIEGOS
Por dentro la cárcel se parece mucho a un fuerte medieval; hay recovecos, pasajes y rejas altas por todos lados. Lo primero que se ve al
entrar es un pasillo ancho y frío que llega hasta los pabellones. Son
unos 40 metros caminando sobre un piso cuadriculado como un tablero de ajedrez. Apenas se entra, frente a una imagen de la Virgen
del Valle, se abre una sala que despierta el primer recuerdo de Pablo:
«Acá eran las requisas. Yo no me salvaba nunca».
Las memorias de Martín –hasta ahora– son audibles. Conoce el sonido de una puerta al cerrarse, pero el chasquido de la reja del pabellón lo angustia y lo estremece, como ningún otro sonido. Están en el
pabellón 8. En alguna celda de ese corredor sombrío, Martin trepó al
cuerpo erguido del “Chicato” Mozé, que lo hacía “jugar a volar como
un avión”. Por esas paradojas de la libertad, a Martín le costaba más
entrar que salir de la cárcel. Antes de la Navidad del 75, ingresó unas
cinco veces en brazos de su madre o de su tía, haciéndose pasar por el
hijo de “Beto” Brum, un preso gremial del pabellón 6. Para llegar desde ahí a la celda 1 del pabellón 8, donde estaba su padre, había que
subir una escalera angular hasta la planta alta, amparado por la complicidad de un guardia amigo.
LA VIDA ES BELLA
Desde el interior del pabellón 6, donde golpearon a su padre hasta
dejarlo hemipléjico, Pablo mira el corredor por donde salía desfilando
y gritando “chau papá, chau”, hasta que su voz se perdía más allá de la
reja. Era un juego inocente que improvisaban para que no llorara en
cada despedida. «Lo recuerdo arrodillado justo acá, junto a esta celda, con su cara muy cerca de la mía diciéndome que yo era el hombre
de la casa», dice. «Mi viejo era el preso que más visitas recibía. Lo venía a ver hasta la abuela de mi vieja», recuerda. En un pabellón que ardía de calor en verano y se congelaba en invierno, las visitas –el candor de los afectos de afuera– se compartían. La Navidad de 1975 los
encontró a todos en familia, rodeando dos mesas largas al fondo del
pabellón 8. Esa noche el Chicato escondió la tarjeta navideña en el pañal de Martín para poder burlar la requisa y también el olvido.
Lunes 15 de noviembre de 2010
bedián, le marca la contradicción entre su
primera versión (Baducco intentó arrebatar el arma a Pérez) y la segunda (al cabo
se le escapó un tiro).
−Si ese día ya le habían dado la versión
del accidente, ¿por qué reprodujo la del
arrebato?
−Cuando me trasmiten la versión mendaz del arrebato, no excluye el accidente.
−¿Y cómo se compatibiliza la versión
del disparo accidental con dos maniobras
mecánicas muy concretas: montar el arma
y quitar el seguro?
−Honestamente, no puedo decirle.
Las disquisiciones se prolongan, hasta
que Otto interviene e impone una suerte
de refrescante careo:
−La realidad no tuvo nada que ver con el
operativo manso y tranquilo que describe
el imputado. Fuimos sacados por el túnel
a los golpes por el personal a su cargo y
puestos contra estas paredes. Hasta les
hizo una arenga mentirosa a los soldados.
Dijo que éramos asesinos y violadores de
niños. Incluso, uno de los soldados se violentó. Disculpen, pero no quiero que quede ante el tribunal y la prensa la versión
mendaz del imputado.
OPRESIÓN Y SOLIDARIDAD
El tercer escenario es el pabellón 14,
donde se alojaban las mujeres, algunas
con hijos recién nacidos. Edificado en los
70, la dictadura aprovechó su arquitectura opresiva. Las celdas son nichos, encastrados de modo que si en una celda la
cama está abajo, en la contigua queda arriba. Desde ese lugar, las presas presenciaron el martirio de René Moukarzel.
«Fuerza, Normita…», le susurra alguien
a San Nicolás cuando tiene que reconocer
la cuarta celda del primer piso, desde donde Alsina la obligó a mirar a Moukarzel, estaqueado y mojado en el patio contiguo.
Luego, mientras el imputado se empeña
en negar todo, San Nicolás visita su antigua celda y las de sus compañeras más
queridas, que debieron recorrer el llamado “callejón de la muerte”: Diana Fidelman, Mirta Abdón, Esther Barberis, Marta
Rosetti, Liliana Páez y Marta González.
Han pasado más de tres horas al concluir la inspección. Han pasado más de
treinta años, y tantas capas de violencia y
abandono superpuestas en esta cárcel,
que resulta difícil distinguir las huellas del
pasado. Pero el esfuerzo ha valido la pena.
Homenajes inesperados
y sueños imposibles
Mientras se debate en el patio 6, un preso
se asoma a la ventana del ex pabellón 9. Se
llama Benito Riesco, 29 años, uno de los que
intentó fugarse durante el motín de febrero
de 2005. La ventana quizá sea la misma desde la que Carlos Ríos vio y escuchó a Mones
Ruiz ordenar al cabo Pérezla ejecución de
Bauducco. En 1976, habitaba esa celda José
Manuel de la Sota, el que siendo gobernador
ordenó tirar a matar contra los presos que
huían en un camión bajo una lluvia de balas,
de las que Riesco es sobreviviente.
Hoy se dedica a la literatura. Narvaja Editor publicó el primer tomo de su trilogía: Del
otro lado del espejo. En el tercero, hay un homenaje: «Las celdas de aislamiento, los pabellones más severos, serán siempre los mismos, donde aún perdura el espectro, el dolor
de los prisioneros políticos. Las paredes tienen manchas, escrituras, fechas, recortes,
humedad, deseos… La celda tiene historia».
«No sé si puedo expresar en palabras mi
sensación. Voy cerrando círculos y etapas de
Por A. O.
Marta Moukarzel.
la vida. Estuve en el lugar exacto donde lo mataron, volví a la cárcel, espero justicia», dice
Marta Moukarzel al salir de la ex UP1, a donde no había vuelto desde el 13 de marzo de
1976, cuando visitó por última vez a su hermano René.
Esta vez, Marta tuvo que compartir la recorrida con el victimario, Gustavo Alsina. «En
un momento, le clavé la mirada. Yo tengo un
sueño. No sé si alguna vez lo voy a poder cumplir. Quiero sentarme frente a frente con Alsina y que me diga por qué. Por qué así».
LA UP1 POR DENTRO • CÓMO ERA LA CÁRCEL DE BARRIO SAN MARTÍN EN 1976
Distribución espacial de una cárcel con historia
Pabellón 14
Fue inaugurado en 1976 y lo destinaron a las mujeres. Tiene
tres plantas y celdas individuales de 3x1m. Contaba con una
celda especial de castigo en el piso superior.
Infografía elaborada sobre la base de un plano de la UP1
de 1976, incorporado al cuerpo documental del juicio Videla.
Patio de mujeres
Callejón de la muerte
Arteria que circunda todo el penal. Las detenidas lo bautizaron así porque por allí veían
salir a las compañeras que luego fusilaban.
Patio de la mosaiquería
Aquí fue finalmente estaqueado Moukarzel el 15 de julio del
año 1976. Las presas escucharon su larga agonía.
Aquí comenzó el asesinato de Moukarzel.
Alsina quiso estaquearlo, pero las estacas se
rompían por la dureza del suelo.
Hospital
Pabellones de presos políticos
Numerosos presos políticos fueron internados por las severas
golpizas. Moukarzel murió en una de sus camillas luego de un
día de torturas a la intemperie en pleno invierno.
Los pabellones 6 y 8 alojaron a la mayor cantidad de detenidos “especiales” pertenecientes
a las organizaciones guerrilleras. El 9 albergaba en su mayoría a sindicalistas. En las celdas
los presos vivían hacinados, llegaron a triplicar
la capacidad. El resto de los pabellones era
ocupado por presos “comunes”.
No muy lejos del centro
La ex Unidad Penitenciaria Nº 1 está enclavada en el corazón del populoso barrio San Martín, entre las calles Paso
de Uspallata, Copacabana, Soldado Ruiz y Videla Castillo.
Dista unos 3 kilómetros y medio del que fuera el D2 –hoy
Archivo de la Memoria–, que se ubica frente a la Plaza San
Martín, en el casco céntrico de la ciudad de Córdoba.
Patio
En este patio fue fusilado Raúl Bauducco en la
requisa del 5 de julio de 1976.
Dormitorios
En esta zona descansaban las guardias
militares que controlaban el penal. Este
espacio fue refuncionalizado.
Loreras
Son los centros neurálgicos. Desde aquí la
guardia tiene una visión panorámica de todos
los pabellones.
Vista aérea y actual de la cárcel de barrio San Martín.
El Establecimiento Penitenciario Nº 2 (así se llama hoy la
que fuera UP1). Tiene una superficie de 33.160m² y fue inaugurado en enero de 1895. El 2 de abril de 1976 fue intervenida por el Ejército y la Gendarmería hasta fines de 1978.
Llegó a albergar 1.600 reclusos, pero esa cifra ha disminuido considerablemente y al momento de la inspección ocular
la población era de 758. Cuenta con 17 pabellones, de los cuales normalmente se utilizan sólo 15, dejando los otros dos
como resguardo ante cualquier eventualidad (allí, por ejemplo, fueron alojados los presos mientras se hicieron las ins-
pecciones oculares). Depende del Servicio Penitenciario de
Córdoba y su director actual es Juan Carlos Ramallo.
El pabellón 14, que fue el de máxima seguridad y donde alojaron a las mujeres en 1976, hoy se usa para los internos que
ingresan por primera vez. Desde ahí se los deriva al resto de
los pabellones.
El ala donde funcionan los pabellones 6 y 8 fue achicada,
quitándole un baño grande y una gran celda al final del pasillo que todos los ex presos políticos y sus familiares recuerdan: en ella festejaron la Navidad del 1975.
Lunes 15 de noviembre de 2010
HISTORIAS DE VIDA DE LOS MILITANTES ASESINADOS EL 20 DE AGOSTO DE 1976
En plena noche, a unas cuadras de la cárcel
Esta vez, el comunicado que dio a conocer en los
medios de comunicación el Tercer Cuerpo de Ejército
fue más complejo. Tuvo que reunir dos “enfrentamientos
de las fuerzas de seguridad con elementos subversivos”.
La falsa noticia se publicó el 23 de agosto de 1976.
Utilizando su recurrente ingeniería discursiva para
construir detalladamente una versión de lo acontecido,
el comunicado filtrado a la prensa indicaba que el 20 de
agosto a las ocho de la noche, mientras transitaba por
avenida Caraffa, un camión militar que transportaba a
dos detenidos había sido “sobrepasado por dos
vehículos (un Torino color rojo y un Peugeot 404 claro)
que abrieron fuego con armas automáticas”. Según la
crónica, el transporte se dirigía a la IV Brigada de
Infantería Aerotransportada, donde Ricardo Alberto
Tramontini y Liliana Felisa Páez completarían sus
declaraciones “en base a nuevos elementos de juicio que
habían surgido”.
Frente al supuesto ataque, la reacción del personal de
custodia “fue inmediata, abriendo el fuego sobre los
vehículos de los delincuentes que emprendieron veloz
huída”. El texto explica que uno de los automóviles fue
alcanzado por los disparos, estrellándose contra un
árbol, por lo que “los delincuentes subversivos
continuaron su fuga a pie”. El parte también afirma que
uno de ellos escapó herido al “comprobarse manchas de
sangre en el rodado”. Al abandonar los autos, el personal
realizó una inspección y en su interior encontró “una
pistola ametralladora Pam y una pistola calibre 9mm”.
El relato de este hecho, difundido por el diario La Voz
del Interior, finalizaba tal como el Tercer Cuerpo de
Ejército había querido: “Se continúan las operaciones de
rastrillaje a efectos de detectar a los delincuentes que
intentaron huir”.
Ahora bien, la noticia no dio cuenta de que el mismo
“personal de custodia” había asesinado a los detenidos
que llevaba en su transporte militar: Liliana y Ricardo.
Ese 20 de agosto de 1976, los hechos fueron terriblemente diferentes.
Esa madrugada, Ricardo y Liliana fueron retirados de
los pabellones 8 y 14 de la cárcel de San Martín con una
orden de traslado efectuada por el coronel Vicente Meli,
jefe del Estado Mayor de la IV Brigada de Infantería
Aerotransportada. Requiriéndolos para un “traslado”,
personal militar, los entregó al capitán Juan Carlos
Hernández. Este último supuestamente comandaba el
grupo de miembros de la IV Brigada de Infantería
Aerotransportada, pero su nombre resultó ser ficticio y
aún no se ha podido establecer a quién corresponde.
Antes de retirarse del penal, fueron atados,
amordazados y encapuchados para ser trasladados en
transportes militares. En la avenida Caraffa, sin alejarse
demasiado de las inmediaciones del barrio San Martín,
Liliana y Ricardo fueron asesinados.
Alicia Wieland, compañera de Liliana, rememora lo
ocurrido con mucha tristeza: «Cuando al otro día nos
enteramos, para mí fue una cosa tremenda. Ese
sentimiento que tenías, y más en este caso que me tocó
tan de cerca, de que vos quedabas viva y buscaban a
otra. Y te preguntás, ¿por qué a ella y no a mí?».
Fuentes bibliográficas:
• Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de Córdoba, Por la memoria, por la justicia, por un sueño, Córdoba: 2000.
• El diario del juicio, información digital: eldiariodeljuicio.com.ar
• Dos extremistas intentaron fugar y fueron abatidos (1976, 01 de julio),
La Voz del Interior.
• “Cinco subversivos muertos y dos policías y un soldado heridos en enfrentamientos” (1976, 23 de agosto), La Voz del Interior.
Liliana Felisa Páez
La “Negra”, siendo una pequeña niña, se radicó con su familia por un
tiempo en San Martín de los Andes, provincia de Neuquén. Pero luego sus
padres se separaron, y su madre, “Cuca”, regresó a Córdoba con sus hijos.
Allí había nacido Liliana, un 24 de junio de 1951.
Inició el primario en el colegio Ricardo Palma y, tiempo después, su madre decidió mudarse a la casa de sus padres en barrio Cerro de las Rosas,
una zona que para ese entonces tenía pocas casas con amplios espacios
verdes. En esos jardines arbolados, la Negra y sus hermanos, Zulema y Augusto, continuaron su vida junto a los abuelos. Al terminar el primario, siguió el secundario en el mismo colegio, pero lo finalizó en el Carbó.
A lo largo de aquellos años, Liliana jugaba al hockey en La Tablada, un
tradicional club de deportes del barrio, al que concurrían habitualmente
muchos jóvenes de la zona.
«Liliana era muy tranquila, no era de fiestas, de grandes salidas. Era el
tipo de chica estudiosa, más serena», cuenta su tía abuela Marta Zeballos
de Capelli.
A través de su hermano, conoce a quien luego sería su primer marido.
Durante el verano de enero de 1968, cuando Liliana tenía 18 años, contrae matrimonio y la flamante pareja se muda a Buenos Aires. En febrero de 1970 nacería su primer hijo, Guillermo.
Estuvo casada dos años pero se separa y decide volver a su ciudad natal.
Fue estudiante de matemática en el Instituto de Matemática, Astronomía y Física (Imaf) que
en 1983 pasó a llamarse Famaf. Instalada nuevamente en Córdoba, vuelve a trabajar para solventar los estudios y cuidar de su niño.
Para ese entonces, la Negra comienza a militar en el PRT-ERP. Al principio tuvo algunas dudas, pero sus convicciones se fueron reafirmando a
medida que aumentaba su participación. En esos encuentros conoce a
Héctor Jerónimo “Biqui” López, su compañero de vida.
El Biqui habla tranquilo: «La Negra era muy bella como persona, de mucha transparencia. No pude evitar enamorarme de ella. Nos fuimos 'metiendo' de a poco, nos empezamos a sentir compañeros. Guardo los mejores recuerdos de ella como mujer y como compañera».
En 1975 Liliana fue detenida, quedando a disposición del Juzgado Federal Nº 1 y del PEN. Al igual que ella, el Biqui también estuvo en la cárcel de
San Martín, pero su detención fue por doce años. En 1988, tras cuatro
años de democracia, fue liberado luego de transitar por varios penales
del país.
En noviembre de 1998, él le escribe una carta.
«A pocos más de veintidós años de tu asesinato, con todo el tiempo y la
vida transcurridos desde entonces, me acerco una vez más hacia todo lo
hermoso de tu ser para decirte y decirles a todos lo que quieran y puedan
escuchar, que vos, Liliana, la Negra, eras una más de las tantas compañeras que sumaron sueños, compromiso y lucha militante en busca de una patria para todos.
(…) Por eso hoy, a tantos años de tantas muertes, venimos a decirte, a decirles, queridos compañeros, que todos ustedes tendrán siempre un lugar en el corazón de nuestro pueblo en lucha,
porque los que murieron por una patria libre son el más alto ejemplo de amor y respeto, la esperanza más certera de un mañana mejor para todos».
Ricardo Alberto Tramontini
La gran urbe de Buenos Aires lo vio crecer poco a Ricardo. Tiempo después de su nacimiento, el 27 de mayo de 1955 en Capital Federal, la familia Tramontini se radicó en la provincia de Córdoba.
El lugar elegido fue Cintra, una localidad del sudeste pampeano cordobés que creció al ritmo del trazado de las vías del ferrocarril. Ubicada a
unos 40 kilómetros de la ciudad de Bell Ville, este tranquilo pueblo y su
gente hizo de Ricardo, el “Fiaca”, un gran joven. Junto a Pedro Tramontini
y Espíritu Bonifacia Toledo, sus padres, y Mary y Pedro, sus hermanos, Ricardo hizo de Cintra una casa grande. No lo limitaban ni las siestas largas
de verano cuando el sol quiebra la tierra, ni los secos inviernos de la llanura despueblan las calles. Pasaba largas horas correteando en el campo,
yendo al club y juntándose en la plaza con sus amigos. Durante la semana,
ayudaba a su papá en su taller de chapa y pintura.
El Fiaca amaba la música. Aprendió a cantar y tocar instrumentos. Por
ello, al terminar el secundario, viajó a Córdoba decidido a ingresar a la carrera de Composición Musical en la Escuela de Artes de la Universidad de
Córdoba, donde comenzó a tocar el violoncelo, y al poco tiempo, también
se sumó al coro universitario. Junto a unos compañeros, era parte de Cementera, una banda de música que normalmente actuaba con el grupo Libre Teatro Libre (LTL).
“Larguirucho”, como lo apodaron sus compañeros del PRT–ERP, donde luego comenzó a militar, era persistente, de esos que no bajan los brazos. Para costear los estudios y el alquiler de
una casa que compartía con amigos, trabajó en todo lo que estuvo a su alcance. Fue camionero, repartidor de azúcar, ayudante de chapista y operario en Cor-Matic.
Defensor de los más débiles, Ricardo nunca dejó de pelear contra las injusticias. «Anhelaba una sociedad libre, ética, con igualdad de oportunidades y con justicia».
En 1974, cuando tenía 19 años, se casó con Julia Cristina Cabo. Profundamente enamorados, el lugar que eligieron para vivir fue la localidad serrana de La Falda. Tiempo después, un 20 de agosto de 1975, cuando Julia
Cristina llevaba un bebé de ocho meses en su vientre, Ricardo fue detenido. Estuvo en el D2 y luego lo llevaron a la cárcel de San Martín. Quedó a
disposición del Juzgado Federal Nº 1 y del Poder Ejecutivo Nacional (PEN).
En la UP1, un día en que las visitas todavía podían ingresar, pudo ver a
su hija. Fue la única vez. Clarisa tenía 6 meses. Le cambió los pañales y le
dio muchos besos. Y comprobó que era linda, «más linda de lo que él habría imaginado y dibujado tantas veces –diría Teresa, que conoció al Fiaca
en esos años–. Por lo que sé, nunca perdió las esperanzas de un mundo
mejor, de ver crecer a su hija, de compartir canciones. Pero no pudo».
Clarisa actualmente vive en Buenos Aires, y según el recuerdo de sus familiares, reconoce
que su papá siempre cantaba la canción “Barco Quieto” de María Elena Walsh. Como diría Ricardo: «Nadie que apuesta a la vida y a la libertad, se somete al silencio».
Lunes 15 de noviembre de 2010
ENTREVISTA • MARÍA ELBA MARTÍNEZ Y HUGO VACA NARVAJA, ABOGADOS QUERELLANTES | Por Pablo Luro
«Esta querella es políticamente incorrecta»
Sus intervenciones apuntaron a la complicidad del poder judicial y a la connivencia de grupos económicos y otros
sectores civiles con la dictadura.
Advierten pasos adelante con este juicio, pero remarcan con igual fuerza las
cuentas pendientes respecto a las investigaciones en el penal de San Martín y
en el Departamento de Informaciones
(D2). Los abogados querellantes hacen
sus cálculos a poco de la sentencia.
Ya en la etapa final de las audiencias, María Elba Martínez y Hugo Vaca Narvaja (h)
se toman una pausa del acelerado ritmo
que tiene el proceso. Son de diferentes generaciones. Ella con una histórica trayectoria como abogada en causas relacionadas con violaciones a los Derechos Humanos. Él, abogado hace varios años, tiene
una relación directa con la causa: su padre
fue asesinado en un supuesto intento de
fuga. Las charlas fueron el mismo día,
pero por separado y en diferentes pisos
de la torre de tribunales. Los querellantes
compartieron con Será Justicia sus perspectivas sobre este histórico juicio. El tribunal ya estableció que serán los primeros en alegar, por lo que están terminando
de delinear sus conclusiones, y en este diálogo adelantan los puntos centrales.
Será Justicia: A poco del cierre, y después de que declararon todos los testigos
de las dos causa, ¿cuáles son las conclusiones que sacan del juicio?
María Elba Martínez: Yo vengo desde
1983 con este juicio, no puedo dejar de hacer una evaluación sistémica. Podríamos
pensarlo procesualmente (SIC), teniendo
en cuenta que pasó por un Juzgado de
Instrucción, por el Consejo Supremo de
las Fuerzas Armadas, la Corte Suprema, foros internacionales, por la Cámara, otra
vez por instrucción y llegamos, finalmente, al juicio oral y público. Si tengo que hacer una evaluación a toda esa cantidad de
EN LA SALA.
Hugo Vaca Narvaja y María Elba Martínez,
en una de las audiencias del juicio Videla.
tiempo y espacio, digo que el juicio a la
UP1 ha llegado sumamente acotado. Quedaron afuera muchas estructuras económicas y políticas. Un simple ejemplo: seguimos esperando, por parte del tribunal,
una respuesta al pedido para que declare
el dirigente radical Oscar Aguad, sin novedades hasta el momento.
Hugo Vaca Narvaja: Creo que estamos
investigando, en buena medida, uno de
los objetivos de la dictadura militar, que
era aniquilar a los “articuladores sociales”, como los define Daniel Feierstein. El
fusilamiento de los cuadros medios, los dirigentes de base, los delegados gremiales
y estudiantiles o los militantes populares.
Resulta histórico que podamos conocer
cómo se dieron todos esos hechos, es una
contribución muy grande. Son diferentes
las complicidades que fueron saliendo a la
luz a medida que pasaron las audiencias.
SJ: Ustedes remarcan esa complicidad.
HVN: Esta querella no va hacer un discurso aceptable para el poder judicial.
Esta querella es políticamente incorrecta.
Nosotros jamás hemos defendido a un magistrado como Otero Álvarez. Nosotros jamás defenderíamos a ninguna persona
que tuviera un desempeño tan lamentable. Han salido a la luz actuaciones monstruosas, como las de Zamboni Ledesma,
Haro y Otero Álvarez, entre otros.
MEM: No somos de esas personas que
pretenden el éxito total o, por el contrario,
la depresión total. Sí creo que tenemos un
sistema que ha enfocado las causas de Derechos Humanos excluyendo a los protagonistas del clero, a los miembros del poder judicial, a los médicos y a los diferentes hombres del poder económico.
SJ: ¿Las complicidades civiles son más
visibles hoy en día?
MEM: Creo que es de los aspectos más
positivos que tiene el juicio. Aunque no estén sentados como acusados, los nombres han salido. Y en este sentido, la gente
a veces tiene una reacción social que no es
inmediata, pero va tomando esos elementos de la complicidad de los sectores civiles. Además, están entrando algunos jui-
cios de tipo económico que demuestran
los objetivos finales que tuvo esta dictadura cívico-militar.
SJ: ¿El lugar de la sociedad civil se va
reconfigurando con estos procesos?
HVN: Se están corriendo muchos velos
que durante todos estos años la gente no
ha querido ver. No se quiso ver bien la colaboración de la Iglesia, de los grupos empresarios, de la Justicia. Como hecho histórico, es significativo que podamos conocer cómo sucedió todo eso. Muchos creyeron las “versiones oficiales” y hoy deben replantearse sus lecturas.
SJ: ¿En qué medida creen que la causa
Gontero pudo comprobarse con las pruebas recabadas?
HVN: Tendría que haber sido acumulada con la causa Albareda el año pasado,
que era del D2. Pero por cuestiones de política judicial, no fue así. Sin embargo, se
acumuló a UP1, y tenemos como correlación que la gran mayoría, casi todos los
que estuvieron en la UP1, pasaron previamente por el D2; porque ha quedado demostrado el D2 como parte de un sistema
absolutamente organizado de terror. Hay
sobradas pruebas gracias a los diferentes
testigos, pero principalmente por el testimonio de Luis Urquiza que hizo guardias
allí, y se complementa con el extenso relato de Carlos Raimundo Moore.
MEM: Demostramos la reacción de la estructura judicial: cuando sucede que algún funcionario de los que consideran
'propio' se 'cruza de vereda', es brutalmente sancionado. Y ocurre también a nivel de clase, como les pasó a los Vaca Narvaja, por ejemplo. El que es policía tiene
que estar en un lugar, el que es cura igual,
incluso con las mujeres.
SJ: ¿Qúe condenas esperan?
HVN: Hay que tener en cuenta que era difícil identificarlos, porque las víctimas en
el D2 estaban tabicadas y vendadas. Pero
hay pruebas para fuertes condenas.
JUICIOS EN EL PAÍS • LA PAMPA, SUBZONA 14 | Por Lautaro Bentivegna
Reprimir donde el horizonte se agiganta
La causa de la Subzona 14 está a punto de culminar.
El accionar terrorista del Estado en la provincia de La
Pampa quedó al descubierto. Los querellantes pidieron penas máximas. No se avizoran cuáles serán las resoluciones del tribunal. Nuevamente la incertidumbre
crece en la tierra en que nada parece suceder.
Hasta hace algunos años, el terrorismo de Estado en La Pampa era −al menos para quienes vivimos en el interior de la provincia− algo tan lejano como el mar o la montaña. No había
mártires de la represión en los años en que Guillermo Suárez
Mason comandaba estas tierras desde el Primer Cuerpo de
Ejército. Ni rastros de una dictadura propia que contar. La tortura era una atrocidad de la que no se hablaba porque “aquí
[escribo desde Santa Rosa] no había pasado nada”.
Sin embargo, a partir del 24 de marzo de 1976 el sistema represivo también afincó en La Pampa, sigiloso y brutal. El escenario no dista del implementado en otras regiones: proliferación de listas negras en el claustro educativo y laboral, centros
clandestinos de detención y persecución política. En los pueblos del interior –siempre aislados y descreídos, cuando no engañados– nacía la delación como herramienta de control. En
varias oportunidades, el Ejército envió agentes de inteligencia
para investigar la situación de las escuelas rurales en el oeste
de la provincia, donde prácticamente no hay población, incluso en localidades que no superaban los 10 habitantes. El ab-
LA PAMPA.
Una de las audiencias realizadas en el
Colegio Público de Abogados de Santa Rosa.
surdo fantasma terrorista creado por el Ejército se volvía aún
más ridículo en esta tierra donde el horizonte se agiganta.
Pero 34 años después hay una nueva versión. No por actual,
sino porque ha sido incorporada por la justicia a los anales de
nuestra historia. Los pampeanos hemos roto el aislamiento.
En el juicio de la Subzona 14, que comenzó el 2 de agosto, declararon más de 130 testigos. Esta historia, desconocida hasta
hace un tiempo, se volvió irrefutable. Sentó un precedente judicial al ser la primera causa por delitos de Lesa Humanidad en
la provincia. Aquí también se demostró que la verdad histórica
es una construcción social infinita, en permanente tensión.
En la causa hay 12 imputados. Es derivada de otra causa más
grande, caratulada: “Suárez Mason, Carlos Guillermo y otros
s/privación ilegal de la libertad agravada, homicidio...”. El ex
militar Néstor Omar Greppi y los ex policías Roberto Esteban
Constantino, Omar Aguilera, Roberto Fiorucci, Athos Reta,
Oscar Dorio, Néstor Bonifacio Cenizo, Carlos Reinhart y Hugo
Marenchino deberán responder por 28 casos de privación ilegal de la libertad agravada y 17 hechos de imposición de tormentos. El coronel Oscar Cobuta y el oficial de la Policía Roberto Escalada esquivaron el juicio por fallecimiento. El mayor
Luis Baraldini, jefe de la Policía durante la dictadura, permanece prófugo desde fines de 2003 y es buscado por Interpol.
En entrevista con Será Justicia, Miguel Palazzani, abogado
querellante en la causa de la Subzona 14, realizó un balance
del juicio que finalizará esta semana. Respecto del Tribunal
Oral Federal N° 1 de La Pampa, el abogado expresó su conformidad con la labor que viene llevando a cabo. En cuanto a los
testimonios que se sucedieron en las audiencias, dijo: «Sobrevivientes, familiares e incluso policías, que no están acusados
pero que revestían un cargo en alguna de las seccionales, confirmaron cada uno de los hechos». La sentencia, estipula, se
dictará este miércoles. Sin embrago, Palazzani prefiere ser cauto y, pese a que pidió penas máximas, no arriesga números sobre las condenas. Se espera que otras causas residuales de la
Subzona 14 lleguen a juicio oral el año próximo, junto a otros
casos emblemáticos del terrorismo de Estado en la provincia.
Lunes 15 de noviembre de 2010
CONTRATAPA • por Graciela Daleo
La autora es una ex detenida desaparecida, sobreviviente de la Esma, militante de organizaciones del peronismo revolucionario en los
años 60 y 70. Es socióloga y periodista, estuvo exiliada en España entre 1979 y 1984. Fue encarcelada nuevamente en 1988 e indultada
por Menem en 1989. Su rechazo del indulto reactivó la persecución penal, por lo que partió a un nuevo exilio en Uruguay, hasta 1995.
Es coordinadora de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA desde 1996 hasta la fecha.
La muerte no borra nada
TE METISTE EN CRUELDADES DE ONCE VARAS*
Contaban sus subordinados que después del golpe participó en los primeros operativos, y que en el sótano de la Esma daba cátedra de picana. No era cuestión de dejar a su
tropa sin herramientas para “luchar hasta la victoria, esté más acá o más allá de la
muerte”, como sentenció alguna vez.
Para el más acá, programaron el secuestro, la tortura, la capucha y los grilletes;
para el más allá, el pentonaval [N del E:
pentotal], los traslados de los miércoles,
el avión al Río de la Plata, la desaparición
que no cesa. Para más acá y más allá, la
“maternidad Sardá por izquierda” donde
las desaparecidas parieron criaturas que
él repartió entre sus socios.
Cuando los guardias, más excitados
que de costumbre, nos obligaban a limpiar hasta que brillara la oscuridad del
campo de concentración, era porque se
avecinaba una visita importante. Así sucedió poco antes de la Nochebuena del
77. Mientras en el subsuelo pretendían
ahogar los gritos de dolor con la música
del Winco, Emilio Massera y la plana mayor del Grupo de Tareas de la Esma, vestidos de blanco y dorado, entraron al tercer piso. A un grupo de secuestrados,
con grilletes en los tobillos, nos juntaron en la entrada de la “Pecera” para escuchar al
almirante que nos deseaba Feliz Navidad. Asistimos, también, al inicio de un camino de
elusión de responsabilidades en el que se mantuvo hasta el lunes pasado. En aquella
mañana de diciembre, miró fijamente al director de la Esma y le dijo: «En esta guerra ha
habido algunos errores en los que usted tiene más responsabilidad que yo». Luego, se
fueron a brindar a la planta baja. En el sótano seguía sonando el Winco. En Capucha, algunas cuchas habían quedado vacías poco antes, tras el ritual del traslado.
Otra vez de gala, uniforme de invierno, en septiembre del 78, condecoró a sus guerreros de picana y cadenas en el patio de armas. Y en el salón Dorado del Casino de Oficiales hubo una nueva exhibición de trofeos de caza: nosotros. Entonces, abundó sobre la
carrera política a la que, tras retirarse de la jefatura de la Marina, se lanzaba de lleno
como “socialdemócrata” convencido. Y pontificó: «El hecho de que estemos en bandos
diferentes es solamente una circunstancia pasajera. Yo espero poder encontrarlos café
de por medio en una mesa, en el futuro».
Su profecía no se cumplió. Cuando volvió a “encontrarnos”, a los pocos que sobrevivimos, no fue con café de por medio, sino en un juicio en el cual nosotros fuimos testigos de cargo ante un tribunal que lo sentenció a cadena perpetua en 1985.
NO ESCAPES A TUS OJOS / MIRATE / ASÍ*
Massera reunió en su trayectoria aspectos centrales del proyecto genocida. Los cadáveres que logró acumular como gestor y partícipe del exterminio y la represión fueron
parte del capital que hizo de él un hombre fuerte en la Armada y en la junta militar. La expoliación de sus víctimas le permitió edificar un poderío económico notable. Su voracidad por el poder lo lanzó a construir un andamiaje político que lo catapultara al gobierno cuando la dictadura se retirara del escenario. En ningún terreno abandonó la norma
de avanzar “sin trepidar en los medios”. Lo secundaron civiles –periodistas, empresarios, políticos, obispos– y marinos que trasladaron la lógica represiva del grupo de tareas al terreno de la práctica partidaria. Reales o potenciales competidores fueron eliminados. La venta de casas, tierras y bienes de los desaparecidos engrosó las arcas con
que financió su carrera política, mientras varios secuestrados en la Esma, usados como
mano de obra esclava, debían imprimir Convicción –el diario que creó para hacerse
campaña–, falsificar documentos para las maniobras fraudulentas y delinear el programa del Partido para la Democracia Social.
Aún con tantos recursos en la mano, su carrera no culminó como él había soñado: llegar a la presidencia por las urnas –pretendiéndose patético remedo de Perón–, porque
los procesos penales se lo impidieron. En la década del 90, ya indultado, reincidió en el
intento de gravitar en la escena política.
En aquellos años de menemismo explícito, hubo también masserismo explícito
en los medios de comunicación que le
abrieron micrófonos y cámaras para que
volviera al ruedo. Más de una vez se fue
de boca: retomando aquella línea argumental de la Navidad del 77, responsabilizó a sus antiguos subordinados por
“errores y excesos”.
Su recorrido carcelario fue tan sinuoso
como su carrera política: indultado, nuevamente procesado por apropiación de
niños en 1998, estuvo en prisión domiciliaria, que burló innumerables veces. Y
murió condenado, aunque no cumpliendo la pena. Ya no lo amparaba el indulto,
declarado inconstitucional. Pero con la
biología a su favor fue declarado inimputable por los forenses locales. Discutible
dictamen: el juicio que se le seguía en
Roma continuó, pues los peritos italianos consideraron que estaba lúcido.
AUNQUE NADIE TE MATE / SOS CADÁVER*
¿Dónde situar la muerte del dictador? ¿En el reducido listado de avisos fúnebres, que
habrá imaginado extenso y nutrido de homenajes? ¿En las emociones y opiniones expresadas en estos días? Tal vez un lugar sea la cartografía de los procesos a los genocidas, que abarca a casi todo el país.
Uno de ellos, la causa Esma, engendrada en la década del 80, obturada por las leyes y
decretos de impunidad, y reabierta en septiembre de 2003.
En estos siete años, el expediente ha atravesado vicisitudes comunes a las existentes
en todas las jurisdicciones. Las propias de una causa penal; las que devienen de las estrategias de los juzgados, que al fragmentarlas multiplican al infinito la producción de
pruebas y la declaración de testigos; las que provocan las defensas y toleran jueces y camaristas; las que resultan de la inadecuación (en el mejor de los casos) o de la falta de
voluntad y compromiso del sistema judicial para llevar adelante procesos por crímenes perpetrados desde el Estado tres décadas atrás, contra víctimas sobre cuyo destino los genocidas siguen guardando silencio.
Un universo que incluye más de 60 represores con prisión preventiva y un nutrido listado de denunciados aún no imputados. Un represor envenenado con cianuro cuatro
días antes de ser condenado. Una decena murió durante el proceso. Más de 900 víctimas individualizadas parceladas por año, o por el tipo de delito del que fueron víctimas. Un tramo en debate oral –86 casos, 18 acusados–, que va a paso lento desde que se
inició el 11 de diciembre del año pasado…
Procesos a los genocidas: un acontecimiento que con sus logros y sus falencias trasciende lo jurídico y constituye un fenómeno político provocado por la exigencia de justicia sostenida por organizaciones populares lideradas por los organismos de Derechos Humanos. Ante los tribunales, se despliega una parte sustancial de lo vivido por
nuestro pueblo en las últimas décadas, en el tiempo del terror, y en los años de silencio,
de impunidad, de negación de las víctimas en su identidad política y social. Se reubican
las piezas. Se condena a los responsables de los crímenes. Se restituye algo de verdad y
justicia. Por eso, volviendo al muerto reciente, aunque ya no cumplirá la pena merecida, aun cadáver, “la muerte no borra nada”.*
* Extraído del poema “Torturador y espejo”, de Mario Benedetti
** Extraído del poema “A la muerte de un canalla”, de Mario Benedetti
Este ejemplar contó con el aporte solidario de:
• Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba (UEPC)
• Sindicato de Trabajadores de la Alimentación (STIA)
• Sindicato de Empleados Públicos (SEP Córdoba)
• Asociación Bancaria - Seccional Córdoba
• COOPI (Cooperativa Integral Carlos Paz)
• Asociación Gremial Empleados del Poder Judicial (AGEPJ)
• Sindicato de Luz y Fuerza - Córdoba
• Fundación Electroingeniería
Santa Fe 11, Bº Alberdi | Córdoba, Argentina | Tel: (0351) 425 6502 | [email protected] | [email protected] | www.eldiariodeljuicio.com.ar
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