Breve historia del ocio Por Enrique Strega y Jorge Busquets El incremento del tiempo libre, la reducción de la jornada laboral, el anticipo de la edad jubilatoria, el aumento de la expectativa de vida, el mejoramiento del nivel educativo de la población y el desarrollo de las actividades culturales y deportivas incrementaron el ejercicio del ocio en los países desarrollados, fenómeno con una gran incidencia económica, política y social. Sin embargo, esa no es la situación que se observa en las sociedades de países emergentes. La explosión informática, dentro del marco de la revolución tecnológica, está produciendo un cambio en la forma de aprender, producir y trabajar. Durante el período de transición transcurrido entre el final de la Revolución Industrial y el nacimiento de la era de la tecnología, convivieron ciudadanos que respondían a distintos modelos. Eso llevó a algunos autores, entre los que se destaca Josep Francese Valls, a clasificar a los ciudadanos en tres grandes grupos: “El modelo productivista, típico de la industrialización, que corresponde a una ética del trabajo que convierte a éste en el referente único; “El modelo repartista, que corresponde al criterio de la era postindustrial, según el cual el trabajo convive con el tiempo libre. En este modelo, el ocio adquiere importancia en contraposición al trabajo, a las obligaciones. “El modelo ocista, que ha irrumpido en la era tecnológica y del ocio; describe un comportamiento vital que no afecta tan sólo al tiempo libre, sino que también condiciona de una manera importante el trabajo y todo el ámbito de lo cotidiano”. El cambio producido por la revolución de la tecnología y las comunicaciones transformó nuestra manera individual y colectiva de vivir y de actuar porque, en esencia, se modificó la perspectiva del tiempo y del espacio. En esta última etapa, el ocio no se considera como el espacio o tiempo libre que deja el trabajo sino como una liberación de éste, y pasa a ser la condición de la felicidad y la libertad. La diversión, la distracción y la distensión se transforman entonces en derechos de los ciudadanos. Un grupo de sociólogos franceses de la década de 1960, entre los que podemos nombrar a Durnazedier, Lefehvre, Touraine y Lanfant, siguieron los criterios de reflexión de sociólogos estadounidenses y consideraron el ocio como una conquista social. Lo vincularon con la sociedad de consumo y entendieron que era un factor claro de la liberación en la era de la producción y el trabajo. Dumazedier es quizá, de todos ellos, el que mejor sistematizó la nueva teoría sobre el ocio. Lo define como “un conjunto de ocupaciones a las que el individuo se puede dedicar de manera completamente voluntaria, bien sea para descansar o divertirse, para informarse o para desarrollar su formación desinteresada o su participación social voluntaria, después de liberarse de las obligaciones profesionales, familiares y sociales”. Identifica al ocio con tres “D” como síntesis de su pensamiento: “Descanso, Diversión y Desarrollo de la personalidad. Así pues, el ocio adopta un carácter liberador, hedonista, desinteresado y personal.” El ocio podría definirse como el tiempo dedicado a algo que produce situaciones y experiencias placenteras y satisfactorias. La palabra “ocio” es sinónimo de ocupación gustosa, querida y, por consiguiente, libremente elegida. Forma parte de nuestra manera de ser y manifestarnos, y es uno de los modos de expresión de nuestra personalidad. Se relaciona con el mundo de la emotividad y, en consecuencia, con la felicidad, ya que se conecta con lo que la persona quiere y desea. En la actualidad, el ocio empieza a considerarse como un derecho, un ámbito de desarrollo y realización humana, a diferencia de lo que tradicionalmente era visto como un aspecto residual de la vida, un lujo, una cuestión secundaria o poco significativa. Frente al criterio de la sociedad industrial que lo considera como una justificación y premio del trabajo, las sociedades tecnológicas y de consumo lo reivindican como una actividad autónoma y diferenciada que excede el criterio de necesidad de descanso en compensación del trabajo. El ocio, como expresión y ejercicio de la libertad, es un derecho de todo ser humano. Forma parte de los derechos democráticos, los estilos de vida y el mundo de valores de la nueva ciudadanía aunque todavía esa no sea la percepción común. Desde el punto de vista social, se le reconoce una creciente importancia como un derecho y atributo de la persona que tiene mucho de cambio y evolución individual. Aristóteles sostiene que el ocio es “el principio de todas las cosas”, en cuanto sirve para lograr el fin supremo del hombre: la felicidad. Según Aristóteles, el ocio está definido por la actividad humana no utilitaria, en la que el alma consigue su más alta y específica nobleza y es el horizonte que permite obtener la felicidad propia del ser humano como ser dotado de inteligencia y libertad. Según el Diccionario de la Real Academia Española el ocio es: 1. Cesación del trabajo, es decir descanso; 2. Diversión y 3. Obras de ingenio que uno realiza en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones y “tiempo libre de una persona”. La experiencia del ocio también puede tener su aspecto negativo, en el que se incluiría el aburrimiento, el vicio y la destrucción. Tradicionalmente se ha vinculado al ocio con la pereza, concepto según el cual se confunde al “ocio” con la “ociosidad”, causante de todo vicio y opuesta al trabajo y, por ende, reprobable por la sociedad. Este concepto sigue arraigado actualmente en los países emergentes, donde el ocio continúa siendo sinónimo de vagancia y de carencia de deseo de trabajar. A esta visión se oponen dos declaraciones mundiales de la WLRA (World Leisure and Recreation Association): la Carta sobre la Educación del Ocio de 1993 y la Declaración de San Pablo de 1998, que definen al ocio como un “derecho del ser humano, área específica de la experiencia, ámbito de libertad con Lina SCEIC de beneficios propios, recurso de desarrollo personal y social, fuente de salud y bienestar” y ubican al ocio humanista dentro de las concepciones propias de fines del siglo XX. “El ocio, visto en toda su amplitud y desde un punto de vista general, es un área de experiencia humana y desarrollo, una fuente de salud y prevención de enfermedades físicas y psíquicas, un derecho humano que parte de tener cubiertas las condiciones básicas de vida, un signo de calidad de vida y un posible potencial económico. Desde el punto de vista personal, vivir el ocio es ser consciente de la «no obligatoriedad» y de la finalidad no utilitaria de una acción externa o interna, habiendo elegido realizarla en función de la satisfacción íntima que proporciona. Tener ocio es un modo de estar vivo, es, corno dice la declaración (le la WLRA, «tina experiencia humana» «básica» y «vital». No es, en absoluto, la ausencia de todo, la huida, el no estar en ninguna parte, es vivencia y conciencia, acción y contemplación. “La Carta de la WLRA sintetiza las principales concepciones del ocio en la actualidad y muestra el camino a recorrer en un próximo futuro. La Asociación pretende informar a los gobiernos, organizaciones no gubernamentales e instituciones educativas sobre la trascendencia educativa, política y social que debiera tener la nueva concepción del ocio. Teóricamente se hace eco de las principales tendencias que se recogen tanto en planteamientos políticos como en líneas de investigación.” (Cita de Manuel Cuenca Cabeza). También se ha encontrado cierta resistencia al desarrollo de la temática del ocio, en especial en niveles académicos, por su estrecha vinculación con la satisfacción de necesidades personales. Cuenca Cabeza sostiene: “Por una parte, se ha considerado una esfera personal en la que todos nos sentirnos expertos: nadie sabe mejor que nosotros mismos lo que nos divierte o cómo divertirnos. Por otro lado, está la contaminación de ocio con ociosidad, la confusión entre ocio y tiempo libre o la temida amenaza de introducirnos en una esfera de control potencial, de manipulación, de personas cansadas de tanta planificación de la vida actual. Que el ocio es un objeto de estudio suficientemente serio corno para ser tratado en las universidades quedó patente tras el famoso discurso rectoral de J. Huizinga, que dio como resultado su posterior Homo Iudens. La ratificación científica vino después a través (le multitud de investigaciones llevadas a cabo a partir de la década de 1960 y, muy especialmente, por los nuevos conocimientos que se generan en las dos últimas décadas. “J. Huizinga tomó posesión del rectorado de la Universidad de Leiden en 1933 con un discurso en el que plantea que la cultura humana tiene su origen en el juego y se desarrolla a partir de él. El desarrollo de estas ideas dio como resultado la aparición del famoso Homo Ludens, terminado en 1938.” El siglo XX dio a luz nuevas costumbres influidas por las actividades del ocio, cuya significación todavía no ha sido establecida, costumbres que están directamente vinculadas con el proceso cultural de cada sociedad y, en consecuencia, tienen incidencia directa en el desarrollo de la persona. El ocio y su auge, por lo tanto, nos llevan a prestar atención al modo en que influye en el mundo de valores y en los aspectos social y económico, en particular en los países desarrollados. Cabe entonces preguntarse si es posible usar los mismos criterios de análisis para los países emergentes, en los que no se le otorga la misma trascendencia e incluso hay un desconocimiento generalizado sobre el tema. Se puede afirmar que, a pesar del crecimiento de este tipo de actividades en detrimento de las industriales, aún sigue privando el criterio del ocio negativo. En la actualidad, la tecnología, las comunicaciones y el transporte afectan en forma considerable los hábitos de las sociedades desarrolladas, por lo que resulta impensable que un ciudadano pueda vivir hoy sin televisión, viajes, música, cultura, deportes, etc. Sin duda, estos avances y beneficios también influyeron de alguna forma en las sociedades de países emergentes pero, más allá de lo que puedan mostrar las estadísticas, el alcance y la dimensión son notoriamente diferentes en ambas sociedades. Pierre Lame señaló que “la verdadera vivencia del ocio, como elemento de mutación social, aparece en las naciones que han logrado un cierto nivel de prosperidad, hasta el punto de que los gastos en ocio de los ciudadanos llegan a igualar, e incluso superar, a los gastos en bienes primarios” y afirma que “cuanto más elevado sea el tiempo libre del hombre y su poder de adquisición, más se desarrollarán las probabilidades de aumentar su cultura, y cuanto más se extiendan las bases de su cultura, más rápido e importante será su enriquecimiento cultural. Pero ocurre también a la inversa, que cuando el tiempo libre y el consumo son débiles, la búsqueda de adquisición y producción de bienes primarios «atrofian» el gusto por el ocio y la cultura”. Existe una íntima vinculación entre ocio y cultura. Esa vinculación plantea una demanda de nuevas necesidades que en los países desarrollados se traduce en un aumento del consumo, hecho que tiene un notable efecto en la economía. Manuel Cuenca Cabeza sostiene que “La llegada de las nuevas tecnologías está cambiando los hechos en pocos años. Frente a las estadísticas del sector productivo, los datos que se manejan oficialmente indican que, en la mayor parte de los países desarrollados, el sector servicios mantiene ocupada a la mayor parte de la población activa (entre el 70% y el 80% según los casos). Esto indica que el enfoque ha cambiado. En una economía de servicios el valor de las cosas no guarda relación directa con sus costes de producción, sino con su rendimiento en el tiempo”. Alvin Toffler, al analizar el crecimiento de los puestos de trabajo en los servicios, sostiene: “Tendremos que empezar a conceder a los puestos de trabajo del sector servicios humanos la misma importancia y respeto que antes gozaron los de fabricación, en lugar de denigrar con sarcasmo a todo el sector servicios, tildándolo de «despachador de hamburguesas». Mc Donald`s no puede ser el símbolo de una gama de actividades tan amplia que abarca desde la preparación para trabajar en un servicio de organización de grupos de amistad, hasta la preparación para trabajar en un centro radiológico hospitalario”. Será necesario capacitar a la gente, desde la escuela hasta la preparación profesional o la formación en el puesto de trabajo, como lo plantea Toffler en campos tales como el cuidado de ancianos — cada día mayor en edad y número—, guardería infantil, atención sanitaria, seguridad personal, formación, ocio, esparcimiento, turismo y otros similares. En los países desarrollados, las horas de ocio son un bien cada día más preciado. El tiempo se cotiza en alza en esos mercados y prueba de ello es la necesidad cada vez mayor de crear “centros de ocio y tiempo libre”, como ha sucedido en los últimos años en Francia, España, Alemania, Italia, Suiza o Gran Bretaña. Este fenómeno generó un aumento de profesionales “animadores”, “monitores”, “conductores” y “directores” que son los encargados de diseñar e instrumentar programas que van desde talleres y excursiones hasta campamentos, cuyo objetivo final es mejorar La calidad de vida de las personas. En las empresas hay una demanda creciente por esta clase de servicios. Los directivos buscan fomentar la interacción del personal mediante este tipo de programas con el fin de mejorar el funcionamiento de la empresa. El entretenimiento y las actividades con contenido de cultura general dejaron (le ser algo privativo de las clases sociales de buena posición económica para pasar a ser una necesidad de la población en general. El Premio Nobel 1993 Robert Fogel en su libro “El cuarto gran despertar y el futuro del igualitarismo” dice que “hoy la gente tiene el mismo problema que sólo tenían los ricos y es ¿qué hacen de su vida?”. Las sociedades desarrolladas están tratando de dar respuesta a este interrogante. El estudio realizado por Paul Kagan Associates señala que el público de Estados Unidos consume cada VCZ más entretenimiento mediático, lo que significa que los ingresos en materia de entretenimiento y comunicaciones se duplicarán en la próxima década: de los 365.000 millones de dólares que se gastaba en el año 1997 se pasará a 793.000 millones en el 2007. Por lo tanto, cada hogar estadounidense gastará ese año 4.211 dólares en televisión, películas, parques temáticos, libros, etc. El mayor crecimiento lo registrará Internet, aunque las telecomunicaciones inalámbricas, la televisión y las publicaciones no quedarán atrás. Un trabajo realizado por la consultora de Nueva York Furt Salmon Associates constató que los estadounidenses están usando más dinero para comprar más y mejor tiempo libre. La creciente búsqueda del equilibrio entre “riqueza material” y “pobreza de tiempo” alterará los hábitos de consumo en los próximos años. Otras dos encuestas real izadas por America v Research Groui, en conjunto con la National Retail Federation y Deloitte & Touche sostienen que los estadounidenses destinarán una creciente proporción de su ingreso ya no en bienes sino “en sentirse bien” mediante la utilización de servicios de recreación y ocio que mejoren la calidad de vida. Los economistas de la Universidad de California en Los Ángeles y la publicación económica Anderson Forecast vaticinan un poderoso crecimiento del empleo, la producción y el consumo para las industrias del espectáculo, las comunicaciones y el tiempo libre durante el siglo XXI.