La Gran Subasta. España por Valencia

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La Gran Subasta
España por Valencia
Ateneo Mercantil de Valencia
16 de Octubre de 2.007
LA GRAN SUBASTA. ESPAÑA POR VALENCIA
Texto íntegro de la intervención de
Don ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR en
la Sesión de Clausura de los actos
celebrados en el Ateneo Mercantil de
Valencia,
con
ocasión
del
Cincuentenario de la Riada de Valencia
de 1.957 y del programa radiofónico
de Radio Juventud de Murcia “La Gran
Subasta”,
a
beneficio
de
los
damnificados.
Martes, 16 de Octubre, 2.007
VALENCIA
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El Ateneo Mercantil de Valencia con ciento treinta
años
de
historia
y
servicios
singulares
al
valencianismo, es el depositario de la memoria, los
sentimientos y las inquietudes de todos los
valencianos. Así ha sido siempre; como en aquel día
en que promovió la iniciativa del “Himno a Valencia”
del Maestro Serrano. Esta vez ha asumido la
responsabilidad de organizar un denso y brillante
programa conmemorativo del cincuenta aniversario de
la Riada y que ahora clausuramos en acto presidido
por las primeras autoridades de Valencia y Murcia.
El Presidente y la Junta Directiva del Ateneo han
entendido bien que la memoria es la manera de
detener el tiempo y nos han regalado generosamente
su hospitalidad, para que podamos compartir la
narración de una historia inolvidable.
La Ciudad de Québec, tiene en su escudo de
armas una hoja de arce; y sobre la banderola de su
escudo, se lee esta emocionante divisa: “Yo me
acuerdo”.
Un inmenso escritor y periodista valenciano por el
que siento una muy profunda admiración, Manuel
Vicent, nos dice que la historia universal no es sino lo
que acontece todos los días en doscientos metros a la
redonda de cada uno. En esta idea común de
proximidad y cercanía, tanto en lo espiritual como en
lo geográfico, se fundamenta la comunión y
fraternidad de los valencianos y los murcianos. Así fue
posible el milagro de “La Gran Subasta”, el programa
radiofónico que se hizo desde una pequeña emisora
de radio llamada Radio Juventud de Murcia, cuyos
equipos emisores no alcanzaban un kilovatio de
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potencia y sus estudios estaban ubicados en la
buhardilla de un edificio de la entrada del Paseo del
Malecón.
Releyendo ahora una crónica del periodista Tico
Medina para un periódico de la época, me entero que
“La Gran Subasta” recibía un promedio de seis mil
llamadas telefónicas al día. Las conferencias
telefónicas de entonces se solicitaban con mucha
antelación, tardaban horas, y a veces días hasta el
momento de su celebración. Se recibían en centralitas
manuales que disponían de un clavijero manejado por
una telefonista denominada operadora, a la que se le
llamaba por su nombre y su voz era reconocida como
de la familia. Ahora es un buen momento también
para recordar a todas las telefonistas valencianas de
la época y a su gato “Mateo” por el trabajo perfecto y
la contagiosa ilusión que desplegaron.
La radio de la época era la reina de los medios de
comunicación. Emitía programas de concursos y
discos dedicados, básicamente, incluyendo mensajes
publicitarios redactados con pareados como estos:
“Gallo que no canta, algo tiene en la garganta”,“Para
juventud, belleza y lozanía, Bella Aurora cada día”,
“¿Qué comes Salvadora que estás tan encantadora?”.
Eran breves frases publicitarias que se repetían hasta
la saciedad por las gentes en cantinela callejera.
Un hecho muy destacable y poco citado, fue la
ruptura pacífica de la férrea censura existente en el
régimen anterior, que prohibía la libertad de opinión e
información, reservada sólo para Radio Nacional. Pues
bien, durante “La Gran Subasta”, los micrófonos
permanecieron abiertos día y noche casi veinticuatro
horas; estamos hablando de hechos acaecidos hace
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cincuenta años, en 1.957. Bueno, pues no pasó nada.
Ningún oyente se extralimitó ni se produjo la más
mínima inconveniencia, lo que demuestra la sinrazón
y estulticia de la censura.
Mis palabras emocionadas en el inicio de esta
intervención son para ofrendar un mínimo homenaje a
los que lo dieron todo por salvar y ayudar a los
demás, a los héroes de la lucha contra el agua y el
barro. Para Oscar Cebrián que en la calle de
Peñarrocha salvó a varias personas de una muerte
cierta. Manuel Pastor Alba, “El Barbas”, que salvó a
unas catorce personas y gracias a sus dotes de buen
nadador pudo salvar, primero a su madre, abuela y a
un hermano en la calle de Gracilaso e inmediatamente
después, en la misma calle, salvó a una familia de
siete personas, y finalmente, en otra casa, rescató a
otras cuatro. Al Brigada de la Guardia Civil Enrique
Miguel Martí, muerto durante las inundaciones en el
Barrio de Nazaret cumpliendo con su deber
humanitario. Nuestro recuerdo emocionado también
para otros tantos que, pese a intentarlo, no pudieron
salvar a las personas que vieron cómo se las llevaban
las aguas; a los numerosos héroes anónimos de
después de la riada, aportando su sufrimiento y
esfuerzo cuando se retiraban las aguas y sólo
quedaba la desolación, el barro, la destrucción y la
pobreza. Me refiero a los que retiraron más de tres
millones de toneladas de barro y fango en la labor
más penosa. A los soldados del ejército que a golpe
de pala y a los labradores voluntarios llegados con sus
carros desde todos los puntos de la geografía
valenciana, no desfallecieron hasta que se puso en
marcha la poderosa maquinaria que culminó el
esfuerzo común.
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Murcia y Valencia, Valencia y Murcia han sufrido
riadas e inundaciones a través de la historia desde
tiempo inmemorial hasta que se produjo el cambio
climático y la explosión demográfica. Riadas que
destruían y fertilizaban por igual, cada año, en otoño
y primavera. A todas ellas se las recuerda
tradicionalmente por el santo del día. Las de San
Miguel, San José o San Carlos en Valencia, o las de
Santa Teresa, San Calixto o Santa Brígida en Murcia.
Con estos antecedentes, no es de extrañar que
los murcianos nos asustásemos, y exaltados,
comprendiésemos de inmediato el alcance y gravedad
de cuanto estaba ocurriendo según las primeras
noticias, escuetas pero inquietantes, que nos llegaban
por la radio; de la del día 14 de Octubre de ahora
hace cincuenta años y de la segunda, gigantesca y
definitiva del día 16. Sabíamos que esa riada la
estábamos sufriendo nosotros, esta vez desde tierra
firme y al abrigo, por lo que comprendimos cual era
nuestra responsabilidad y el trabajo que estábamos
obligados a desarrollar de forma inmediata. Debíamos
promover y canalizar todo tipo de ayudas, en especie
o económicas, sumándole también la máxima
solidaridad y adhesión para el pueblo valenciano.
Primero de los murcianos y posteriormente de todos
los españoles, desde una pequeñísima emisora
llamada Radio Juventud de Murcia. Y ocurrió el
milagro. En pocas horas y días, toda la prensa
española se sumó a este fenómeno de comunicación
tan participativo y extraño en su tiempo, destacando
en sus páginas las pujas de la noche anterior en “La
Gran Subasta”. Al cumplirse la primera semana de
emisión, ya se habían sumado las emisoras de radio
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que dotaron al programa de cobertura radiofónica en
toda España.
Cuando Valencia sólo era dolor, agua estancada,
fango, barro y tristeza, los valencianos se convirtieron
al mismo tiempo en protagonistas, por su heroísmo
común y solidario. Y esto, a mi juicio, por encima de
las ayudas conseguidas, es el hecho extraordinario
más memorable de “La Gran Subasta”.
Lo que consiguió este programa radiofónico fue
escribir una verdadera y real historia de solidaridad;
que España entera se sintiera valenciana; que las
voces, los sentimientos y la generosidad de los
españoles aliviaran el dolor que afligía a Valencia.
A los tres días de la segunda riada, cuando se
retiraban las aguas cuyo nivel medio alcanzó más de
dos metros y hasta cinco metros en otros, las calles y
plazas valencianas tenían tal cantidad de barro que
eliminaban cualquier referencia urbana. El Camino de
Alboraya desaparecido, el Barrio del Carmen donde se
vivieron los mayores desastres, Nazaret, El Grao, la
Alameda, la Glorieta y el Jardín del Parterre. Todos los
jardines
desaparecidos.
Entonces
hicimos
un
llamamiento a través del micrófono a los oyentes
para que llevasen flores a la puerta de la Emisora. En
tres horas se llenó un camión que, desbordante,
partió de inmediato hacia Valencia, para ofrecerlas a
la Virgen de los Desamparados y como homenaje a
las personas desaparecidas. Fue el anuncio inequívoco
de que “La Gran Subasta” era un fenómeno de
movilización popular de alcance desmesurado.
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Las grandes estrellas del cine español de la
época, también se volcaron en “La Gran Subasta” y
entre todas ellas destacó la participación, brillantez y
entrega de Carmen Sevilla, tanto en los programas de
radio en directo, como en los festivales de teatro. Los
zapatos de Carmen fueron subastados y adjudicados
en una importante suma. Una frase suya bastó para
definir el sentimiento y la emoción que nos conmovía
a todos: “Merece la pena haber nacido sólo para ver
esto”.
La lista de artistas, cantantes y actores es
interminable aunque por su grado de dedicación
merecen un recuerdo especial Paquita Rico, Conchita
Bautista, Estrellita Castro, Vicente Parra, Pepe Nieto,
Toni Leblanc, Paco Rabal, Pepe Isbert, José Luis
Ozores, Manolo Morán y Manolo Caracol con su familia
al completo. Los fandangos que cantó Juanito
Valderrama, -¡asombrense!-, desde Bilbao, o “Los
Angelitos Negros” cantados desde Madrid por el
mismísimo Antonio Machín.
Todos los artistas viajaron hasta Murcia
pagándose sus gastos de estancia y desplazamiento y
no cargaron ni un solo céntimo a la organización.
Lola Flores envió para la subasta el mantón que
lució en la película “Limosna de amores” y anunció
que vendría al Festival de clausura en una llamada
telefónica en la que dijo: “Aquí estoy, acostá en la
cama con mi marío el Sr. González”. Unos días más
tarde, Manolo Caracol, durante su actuación en dicho
Festival en el Teatro Romea, después de ceder para
los damnificados los derechos de su célebre copla “La
Salvaora”, cuya letra decía: “Quien te puso Salvaora
qué poco te conocía,/ el que de ti se enamora se
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pierde pa toa la vía”, anunció delante de su mujer e
hijos que le diría a Lola Flores: “Señora, lo pasado,
pasado está”. Lola Flores no asistió al Festival; pero sí
fue el final del romance de la pareja más famosa del
folklore; el de Lola Flores y Manolo Caracol.
El actor español José Suárez, que por aquel
entonces filmaba películas en los estudios italianos
“Cinecittá” de Roma, también colaboró mandando el
sombrero que Gina Lollobrigida lució en la película
“Trapecio”; el uniforme de Comendattore que Victorio
de Sica vistió en “Pan, amor y fantasía”, un sombrero
de Aldo Fabrizzi y una corbata de Marcelo Mastroianni.
Los toreros y futbolistas también se situaron en
primera línea con su generosidad y entusiasmo en la
realización de “La Gran Subasta”. Toda la familia
Bienvenida con su patriarca D. Manuel Mejía, el Papa
Negro, fundador de la dinastía que entonces
capitaneaba su hijo Antonio Bienvenida. Antonio donó
su Gran Cruz
de Beneficencia de platino, oro y
diamantes que alcanzó una altísima suma en su
adjudicación. Se subastaron también el traje de luces,
verde y oro, con el que murió de una cornada Manolo
Bienvenida. Los de Luis Miguel Dominguín y Chicuelo.
Un estoque de Joselito, abanicos con autógrafos de
Manolete y otros objetos sobrantes que finalmente
fueron donados al Museo Taurino de Murcia donde se
encuentran depositados. También se celebraron en
toda España Corridas de Toros a beneficio de los
damnificados y el memorable Festival Taurino de la
Plaza de Toros de Valencia celebrado el 23 de Febrero
de 1.958, con la actuación de multitud de toreros y
famosos, hoy día figuras míticas e irrepetibles.
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Fueron igualmente numerosísimos los partidos de
fútbol que, con idéntico fin, jugaron los más
destacados clubes de la Primera División española.
Uno de los equipos más generosos fue el Atlético de
Bilbao; hoy, quizás alguna persona, pueda extrañarse
de que los oyentes de Bilbao fuesen de los españoles
más activos en participar. Se subastaron las botas de
Zarra, un balón firmado por todos los jugados del
legendario Atletic de esa época; la camiseta de
Puchades y otros muchos balones como los del
Valencia y el Real Madrid y hasta el balón del Barça
con el que se inaguró el Nou Camp, cuyo
cincuentenario estamos conmemorando también estos
días, que se adjudicaron en más de setenta mil
pesetas de entonces, cada uno; cantidad que para
situarnos, debo decirles que, es más de lo que venía a
costar un coche SEAT 600 nuevo y a la persona que
sólo poseía un millón de pesetas se le consideraba
millonario. Les hablo del valor de adjudicación en
pesetas de hace cincuenta años, porque sería
imposible convertirlas en euros de hoy.
Verdaderamente un borriquillo tan pequeño, tan
dócil y tan suave como el que nos llevaron a la radio,
suponía dotar de acento poético juanramoniano al
programa, porque era
la expresión corpórea y
representativa del Platero de los versos. Platero II, no
andaba, volaba en brazos de las gentes para estar
presente en todos los sitios donde se le reclamaba;
por las calles o en los teatros, en los estudios de la
emisora o en las aulas de los colegios.
Platero era propiedad de un gitano apodado
“Forraje” que iba camino del Matadero para que lo
sacrificasen y con posterioridad vendería su carne.
Interrumpió su camino en la Taberna de Luis que
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estaba al lado de la Iglesia de San Antolín y allí
mismo hicieron el trato dos gitanos, uno de ellos
llamado “El Chino”, por encargo del dueño de la
taberna Don Luis López Alemán, que pagó trescientas
veinticinco pesetas por el borriquillo en colaboración
económica con Emilio Martínez y Conrado Alemán,
embotellador
de
gaseosa
“La
Casera”.
Inmediatamente lo donaron a “La Gran Subasta”. Y
así fue como cambió su destino y su suerte “Platero
II”. En lugar del matadero enfiló su trotecillo hacia la
fama.
Industrias Bernal, un complejo industrial ubicado
en El Palmar de Murcia, se lo adjudicó en trescientas
veinticinco mil pesetas y en vez de pesebre le
construyeron una hermosa barraca valenciana donde
recibía muchas visitas, y allí vivió hasta que le llegó
su hora.
Con Platero llegaron animales de todas las
especies: loros, papagayos, monos y hasta un
dromedario que se alojaron en el patio de la casa, por
lo que aquel lugar se transformó en el Arca de Noé.
La conmoción que causó en todos los oyentes la
voz del Arzobispo de Valencia Don Marcelino Olaechea
cuando salió en antena fue tal, que paralizó a todos
los españoles que seguían “La Gran Subasta”. Y su
ofrecimiento aún más. El arzobispo donaba su anillo
pastoral para que fuese subastado. Este anillo del que
les hablo y el juanramoniano borriquillo “Platero II”,
son los dos grandes símbolos de la campaña de
solidaridad en favor de Valencia.
El anillo del Arzobispo tras numerosas pujas, se lo
adjudicó la Agrupación de Conserveros de Murcia en
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un millón cien mil pesetas. Naturalmente, de forma
inmediata, quisimos regalarle al Arzobispo uno nuevo.
Don Marcelino nos mandó una carta urgente en la
que, finalmente, renunciaba a esa posibilidad.
“Después de la riada – nos decía- Valencia, que es
esta hermosísima tierra santificada por Tomás de
Villanueva y el Beato Juan de Ribera, ha quedado
sumida en la miseria y en la tristeza. Yo no puedo por
tanto, lucir algo que valga. Ya tengo un anillo de
baratija que me regalaron en la bendición de un
Abad”.
A Don Marcelino, donar su anillo le parecía
insuficiente. También donó el bastón de mando de
marfil labrado que le fue regalado para el acto de la
Coronación
canónica
de
la
Virgen
de
los
Desamparados. Se adjudicó en un millón de pesetas
de las de entonces.
Las pujas al alza se efectuaban sobre objetos o
cosas de diversa naturaleza, que fueron donadas para
ofrecer al público por su marcado interés sentimental,
valor histórico o su simbolismo popular. La relación
era interminable y a veces difícil de manejar, ya que
se subastaban simultáneamente todas las cosas.
La banda de la Fallera Mayor de ese año 1.957,
Srta. Sagrario Fernández de Córdoba, donada por ella
misma. Un puro de Winston Churchill enviado desde
Londres, un texto manuscrito de Blasco Ibáñez, la
coctelera de Perico Chicote, el Premio Ondas de Bobby
Deglané, la batuta de plata del Maestro Ataulfo
Argenta, el gato Mateo salvado de las aguas por las
telefonistas valencianas de las que les hablé al
principio.
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Especial emoción produjo la subasta del tricornio
del Brigada de la Guardia Civil D. Enrique Miguel
Martí, muerto en acto de servicio cuando cumplía con
su deber humanitario en el Barrio de Nazaret, y que
su propia viuda en compañía de su hijo Manuel Miguel
Gago, donaron para que fuese subastado. Toda
España tembló cuando escuchó decir a la viuda del
Guardia Civil: “El tricornio es lo único que tengo, y lo
que más quiero, porque me recuerda a mi marido
cada día”.
Debo recordar también hoy, otra iniciativa que
nació aquí, como tantas otras, en el Ateneo Mercantil.
Me refiero a la partitura original y manuscrita del
“Himno a Valencia” del Maestro Serrano, cuyas notas
nos hacen vibrar hoy por igual a valencianos y
españoles. Pues bien, esta partitura original del
Himno, también fue donada por la familia del maestro
para que fuese subastada y cuyo destino final
desconozco.
Especial complejidad encerró la subasta del
Manto de la Virgen del Pilar. Tuvieron que intervenir
los Gobernadores Civiles de las provincias afectadas.
Zaragoza y Murcia rivalizaban por el Manto. La
subasta fue interminable. Nadie cedía. Al final hubo
que adoptar una solución política. Murcia accedió a
que se lo adjudicara Zaragoza por una peseta más.
Zaragoza le regaló un manto a la Virgen de la
Fuensanta. Y entre Murcia y Zaragoza costearían un
manto para la Virgen de los Desamparados. La verdad
es que fue una magnífica solución a este litigio, muy
aplaudida por los ciudadanos.
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Al final de mi intervención debería dar respuesta
a la pregunta: “¿Cuánto dinero se recaudó?” Cualquier
cifra sería aproximativa. Las cantidades recibidas de
lo subastado se ingresaban diariamente en la
suscripción oficial y la avalancha diaria de los
donativos que se anunciaban, se canalizaban hacia las
suscripciones abiertas por los Gobiernos Civiles de
toda España. Se recibían donativos hasta de América,
porque también se transmitía en diferido lo más
destacado del programa de cada día en países como
Cuba y Colombia.
“La Gran Subasta” provocó también el efecto
dominó en cuanto a las ayudas recibidas por Valencia,
en una relación interminable de iniciativas que se
pusieron en marcha casi simultáneamente. Programas
radiofónicos de otras emisoras, festivales, corridas de
toros, actuaciones en solitario como la de Concha
Piquer en Zaragoza y los conciertos de José Iturbi que
se desplazó desde América, partidos de fútbol
estelares con grandes llenos de público, cuestaciones
y multitud de donativos individuales.
La inmensa solidaridad de toda España con
Valencia es lo que provocó “La Gran Subasta” que
llevaba por subtítulo el de “España por Valencia”. Lo
más memorable es que los valencianos, cercados por
el dolor y la tragedia en días negros, se sintieron
queridos y acompañados, protagonistas de una
reacción de afecto generalizada y excepcional en la
que los españoles olvidaron otras carencias y
privaciones, ya que tenían que ocuparse de Valencia
que era donde se les necesitaba.
Así fue posible que con esos sentimientos
colectivos y la gran movilización popular alcanzada, se
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produjeran, junto a otras circunstancias de carácter
político, las acciones que facilitaron al Gobierno la
puesta en marcha de una obra tan trascendente como
el Plan Sur, que supuso el nacimiento y arranque de
la Valencia moderna y cosmopolita de hoy.
La subasta empezó a transmitirse el día 15 de
Octubre con el subtítulo de “Murcia por Valencia”,
transformado casi inmediatamente por el de “España
por Valencia”, y dejó de emitirse en la madrugada del
domingo día 10 de Noviembre de 1957, tras la
celebración de un programa extraordinario celebrado
en el Teatro Romea de Murcia con la actuación de los
cantantes y actores más grandes de esa época y la
intervención personal en el escenario del Arzobispo de
Valencia Don Marcelino Olaechea. Baste decir que por
una localidad de butaca para asistir a dicho festival,
cinco días antes de celebrarse, llegaron a pagarse
hasta doscientas mil pesetas.
Un recuerdo muy especial para los artífices de
este milagro radiofónico. Algunos, afortunadamente,
están entre nosotros, como el brillante periodista
Rafael Brines y el fotógrafo de talla internacional
Perez Aparisi que en la revista “Clima” nos han dejado
imágenes imborrables y también para todos los
profesionales de “La Voz de Levante” de Valencia.
Y como el tiempo ha ido pasando, otros muchos
ya no están con nosotros, porque si cualquier vivencia
envejece y muere en unas horas, o a lo largo de un
día, imagínense lo que habrá ocurrido después de
cincuenta años.Yo mismo al describirme como
muchacho de entonces, me veo tan lejano, que
parece que les estoy hablando de otra persona.
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Mi recuerdo emocionado para Luis Álvarez Pastor,
director de la emisora, que hizo fácil lo difícil
allanando los problemas. A todos mis compañeros de
Radio Juventud de Murcia que hicieron un trabajo
modélico lleno de corazón y entusiasmo desde
cualquier puesto. A los cientos de voluntarios que
fueron tan útiles como necesarios aquí en Valencia,
quitando el barro y barriendo la miseria, o en Murcia,
que con su tradicional generosidad, colaboraban en la
búsqueda de ayudas. La gratitud también para
Germán Mirá, el famoso locutor de Radio Nacional que
vino andando, recogiendo donativos por los pueblos,
desde Madrid hasta Murcia, y principalmente nuestro
recuerdo emocionado para todos los que murieron
ahogados durante las inundaciones.
Es evidente que murcianos y valencianos
poseemos una memoria común, y desde luego no es
sólo por el lindero y la cercanía; nos une también esa
vieja canción que entonaba entonces el discurrir del
agua por nuestras acequias caudalosas, o los
pequeños brazales, los añorados bosques de naranjos
y limoneros que eran más que huertos; la Albufera y
el Mar Menor, el “agua vá” de las terribles y temidas
riadas que antes sufríamos cada año por el otoño o la
primavera. Agua, agua, agua. El agua por exceso o
por defecto es lo que conforma nuestra historia
compartida, nuestra vida común de cada día. Por eso
nos gusta tanto vivir juntos a los valencianos y
murcianos, mientras que otros se inventan o
agigantan diferencias, nosotros reafirmamos nuestras
convicciones, porque sabemos que la historia no se
escribe con ideas excluyentes, sino con hechos y
sentimientos positivos y sinceros.
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Se muy bien que el hombre es efímero e hijo del
instante, como dejó dicho el último Rey Zirí de
Granada, pero también confío en que la providencia
haga posible que, ustedes y yo, vivamos otros
cincuenta años, de tal forma que, juntos y en armonía
podamos celebrar el primer centenario de “La Gran
Subasta”, que es tanto como decir que esta historia
tan hermosa, que verdaderamente ocurrió, vivirá en
nuestra alma y nuestra memoria porque permanecen
vivos entre nosotros, valencianos y murcianos,
idénticos sentimientos de cariño y solidaridad.
Muchas gracias.
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