Reseñas - Fundación FAES

Anuncio
CUADERNOS de pensamiento político
World Order
Reflections on the Character of the
Nations and the Course of History
HENRY KISSINGER
Allen Lane. Septiembre, 2014. Tapa dura. 432 páginas.
Los capítulos de World Order se estructuran
conforme a áreas geopolíticas o culturales: Europa, el Islam, Irán, China, la India, EE.UU.... Lógicamente, en todos esos capítulos hay amplia
cabida para la exposición histórica, pues incluso
en el mundo de la era digital los factores geográficos e históricos siguen pesando. De hecho,
Kissinger valora positivamente en un analista
político internacional, entre otras cosas, el conocimiento de la historia y la experiencia, marcada por las conversaciones personales junto
con las lecturas. Con todo, su experiencia nos
advierte de algunos riesgos del momento presente: Internet puede contribuir a minusvalorar
la memoria histórica, y tampoco cabe esperar
de las redes sociales, presentes en la Primavera
Árabe y en otros escenarios, que construyan un
nuevo formato de política exterior. No cabe
duda de que estas redes han socavado regímenes autoritarios, aunque no serán determinantes a la hora de construir el liderazgo que
cada país necesita. Las cautelas y la falta de
entusiasmo de Kissinger ante la pantalla plana
de un ordenador solo pueden explicarse por la
distinción en un capítulo de su libro entre información, conocimiento y sabiduría. Una distinción que no todos saben apreciar en esta era de
masas y nuevas tecnologías.
World Order mira a menudo a la historia para
construir opiniones sobre el presente. Del mismo
modo que aquel gran realista llamado George F.
Kennan, Kissinger parece tener una cierta nostalgia de la diplomacia europea del siglo XVIII,
con sus alianzas flexibles. Lo malo es que desde
finales de ese mismo siglo irrumpieron en la escena internacional ideologías combativas, las de
las revoluciones y nacionalismos, que no tuvie-
ENERO / MARZO 2015
217
RESEÑAS
A los noventa y un años, en su último libro World
Order. Reflections on the Character of the Nations and the Course of History (Allen Lane,
2014), Henry Kissinger vuelve sobre uno de los
temas favoritos en los años de su actividad académica en Harvard, cuando publicó una tesis
doctoral sobre Metternich, Castlereagh y el sistema de equilibrio. Era mucho más que una
obra de historia o de relaciones internacionales, pues contenía interesantes reflexiones sobre
la paz, la seguridad y la legitimidad. Las mismas cuestiones que Kissinger se planteaba en
1952, cuando el escenario de la Guerra Fría parecía haber dejado muy atrás la diplomacia del
concierto europeo de naciones, no han pasado
de actualidad. De hecho, las retoma en su libro
para llegar a una conclusión propia del realismo
político: el sistema de equilibrio de las potencias, iniciado en la Paz de Westfalia, no debería
ser demonizado, tal y como ha hecho la Europa
posterior a 1945, que aborreció, como consecuencia de las atrocidades bélicas, no solo
aquel sistema sino la propia geopolítica.
RESEÑAS
CUADERNOS de pensamiento político
ron en cuenta las realidades históricas y culturales, tal y como afirmaba Edmund Burke, uno
de los autores frecuentemente citados por el exsecretario de Estado. El pensador irlandés arremetía contra las abstracciones, contra la
pretensión descabellada de conocer los mecanismos de la historia y el vano intento de identificarse con la voluntad del pueblo. Surgió así un
mesianismo en Francia que predicaba la revolución permanente y que consideraba que obligar
a los hombres a ser libres era uno de los rasgos
definitorios de la fraternidad. No pocos autores,
más anglosajones que latinos o germánicos, han
visto en estos postulados una prefiguración de
los totalitarismos del siglo XX. En contraste, la
política de equilibrio de Metternich, tan alabada
por Kissinger, conllevaba una defensa de la legitimidad destruida por la Francia napoleónica. De
ahí una de las principales tesis de este libro: sin
legitimidad solo existe una política pura de
poder, aunque los gobernantes sigan hablando
de equilibrios y contrapesos. El contraste entre el
universalismo de Metternich y los endebles y coyunturales sistemas de alianzas de Bismarck es
evidente.
No nos equivocamos al creer que Kissinger no
parece muy satisfecho con la UE como alternativa al sistema de equilibrio imperante durante
tres siglos en Europa. De hecho, considera que
el equilibrio de la propia Unión quedó alterado
por la reunificación de Alemania y las consecuencias económicas y políticas estarían a la
vista. En cualquier caso, muestra su escepticismo de realista político al percibir a la UE
como una especie de híbrido entre Estado y
confederación y concluir que un conjunto de
normas y procedimientos administrativos difícilmente puede alumbrar una unidad geopolítica. Sin embargo, acierta de pleno en que
Europa quiere superar a toda costa su pasado
y no consigue definir su futuro.
Son interesantes los capítulos dedicados al
Islam y el orden mundial. Resalta que el islamismo político no es muy favorable a ciertos
218
ENERO / MARZO 2015
acuerdos internacionales, pues sus afanes universalistas de expansión religiosa chocan con la
idea de un sistema de Estados legítimos y en
pie de igualdad. El panislamismo nunca será
westfaliano, como lo fue en su día el panarabismo de Nasser o del partido Baas, pues considera ilegítimos por definición a los Estados
seculares. Kissinger atribuye al islamismo político la caótica situación de Oriente Medio y otras
zonas adyacentes. No es casual que otros analistas suelan hacer una comparación histórica
con la Europa de la Guerra de los Treinta Años,
aunque en esta ocasión las luchas sectarias son
las de suníes y chiíes. Como contraste, Kissinger
presenta a un Estado compacto en la región,
que no es otro que Irán. En este caso no elude
abordar las similitudes que se pretenden ver
entre el acercamiento de la Administración
Obama a Irán y el histórico viaje de Nixon a
China en 1972. El autor de este libro no termina
de ver las semejanzas, pues el Irán islamista
está menos aislado internacionalmente que la
China de Mao. Pese a todo, Kissinger preconiza
la cooperación entre Washington y Teherán hasta
donde sea posible, porque, a su modo de ver, en
Irán se dirime una lucha entre el expansionismo
ideológico y la tradición de un Estado asentado
por el peso de los siglos. La primera tendencia
hace imposible un orden westfaliano, que solo
podría llevarse a cabo si prevaleciera el pragmatismo de la segunda.
En el Asia caracterizada por la multiplicidad, el
autor ve espacio para un sistema de equilibrio,
que tendría que configurarse progresivamente.
El filósofo Kautilya (siglo III a. de C.) es considerado el Maquiavelo de la India, pero también
tiene ciertos rasgos que recuerdan a Clausewitz
o al propio Napoleón, con un estilo de estrategia
mucho más directo que el chino Sun Tzu, ampliamente conocido en Occidente. La India
puede ser el más westfaliano de los Estados de
Asia, pues Nehru, difusor de los principios de coexistencia pacífica y no alineación, marcó las
bases de la política exterior india contemporánea. En dicha política Delhi no ha mostrado de-
CUADERNOS de pensamiento político
De obligada reflexión son los dos capítulos dedicados por Kissinger a EE.UU., cuya principal originalidad en política exterior es la consideración
de que sus principios de orden doméstico son
universales y deben difundirse más allá de sus
fronteras. El resultado es una diplomacia muy diferente a las europeas: la de un imperio de la libertad, lo que hace de EE.UU. una superpotencia
ambivalente. Comprobamos que la cuestión
planteada entre los norteamericanos hace dos
siglos sigue vigente: ¿los principios de la libertad deben ser impuestos por la fuerza o solo
deben de servir de modelo a imitar por otros
pueblos? Es el mismo debate planteado entre
las políticas exteriores de George W. Bush y
Obama, aunque Kissinger desaprobaría los re-
sultados de ambas, ya fuera en Irak, Afganistán,
Libia o Egipto. Pero no es el exsecretario de Estado un realista carente de principios, aunque
tampoco se identifica con el idealismo político
inaugurado por Woodrow Wilson, padre de la Sociedad de Naciones. A Kissinger le agrada más,
aunque esto escandalizaría a muchos políticos e
intelectuales europeos, la figura del republicano
Theodore Roosevelt (1901-1909), galardonado
con el Nobel de la Paz por su mediación en la
guerra ruso-japonesa, pero también un defensor
del sistema de equilibrio en las relaciones internacionales. Es muy probable que si Roosevelt
hubiera sido presidente durante la I Guerra Mundial, habría suscrito algún tipo de armisticio con
la Alemania del Kaiser, no consintiendo en su derrota total por las consecuencias del vacío político subsiguiente. Una tesis coincidente, por
cierto, con la expresada por un gran realista, George F. Kennan, en su libro American Diplomacy
(1950). En cambio, triunfó el idealismo wilsoniano, plasmado en el sistema de seguridad colectivo de la Sociedad de Naciones. Teddy
Roosevelt, como el propio Kissinger, desconfiaba
de la eficacia de las organizaciones internacionales y creía, por el contrario, en las alianzas tradicionales. Pocas semanas antes de su muerte,
a comienzos de 1919, el expresidente republicano manifestaba públicamente su escepticismo
ante una Sociedad, aún no constituida, en la que
las ovejas quedarían a merced de los lobos.
Seguramente estas referencias históricas, asimiladas en plena Guerra Fría, llevaron a Kissinger,
el académico de Harvard, a defender las virtudes del equilibrio internacional. El conflicto de
Corea, con todos sus riesgos de conflagración
nuclear, le había hecho reflexionar sobre el objeto de la guerra: ¿basta con detener la agresión
o hay que aspirar a una completa victoria militar
como en otros tiempos? Cuando el concepto de
victoria se eclipsa, y esto sucede más aún en
nuestros días, triunfan las ideas de equilibrio.
Con todo, Kissinger matiza en diversas ocasiones que él nunca ha sido partidario de la política
ENERO / MARZO 2015
219
RESEÑAS
masiado interés en promover en el extranjero, y
menos aún entre sus vecinos, la democracia y
los derechos humanos, rasgos fundamentales
de su sistema político. Recordemos que el Reino
Unido también desvinculó su modelo político liberal de sus intereses nacionales fuera de sus
fronteras. En cualquier caso, la India podría formar parte de una futura balanza de poder asiática. Por el contrario, China lo tiene más difícil
porque su tradición diplomática es la de un Estado que se consideraba el centro del mundo y
vivía rodeado de países vasallos. Ha oteado el
horizonte desde una posición de jerarquía y no
le resultará fácil adaptarse a un orden asiático
regional en el que exista equilibrio de Estados y
soberanías compartidas. Pese a todo, Kissinger
reconoce que las cosas han cambiado mucho
desde que Mao fomentara la revolución mundial
permanente, pues el pragmatismo de Deng
Xiaoping abrió el camino hacia ciertas perspectivas westfalianas. Quizás la voluntad hegemónica de China puede ser atemperada con un
mayor diálogo y cooperación entre Washington
y Pekín, indispensable también a nivel mundial.
Un punto de vista perfectamente explicable en
alguien que hace cuatro décadas abrió con su
viaje a China la puerta hacia un escenario mundial de grandes potencias, en el que EE.UU. seguiría estando en primera fila.
RESEÑAS
CUADERNOS de pensamiento político
pura de poder. La legitimidad no puede disociarse del poder, y mucho más en nuestros días
en la que la opinión pública se expresa con
fuerza por la influencia de las nuevas tecnologías. El exsecretario de Estado propone, aunque
sin concretar demasiado, una modernización del
sistema de equilibrio no ya con alcance europeo
sino mundial. El orden mundial ideal para el
autor sería el de unos Estados que observaran
reglas y procedimientos comunes, tuvieran sistemas económicos liberales, respetaran las soberanías de los Estados y fomentaran modelos
democráticos de gobierno. Lo cierto es que este
orden ideal está lejos de ser real en un escenario marcado por una anarquía derivada de la
proliferación de armas de destrucción masiva,
la emergencia de Estados fallidos, los genocidios o la degradación medioambiental. Las recetas para estas situaciones no vendrán para el
autor de políticas idealistas, de corte kantiano o
wilsoniano, lo que equivale a proclamar algo
bien conocido: Kissinger es escéptico respecto a
las organizaciones internacionales y al conside-
rar que el universalismo tiene sus límites, prefiere los acuerdos políticos puntuales. Dichos
acuerdos surgirán de la cooperación entre Estados, pese a sus sistemas políticos divergentes,
que habrán de concertarse para mitigar amenazas de alcance global. Esto se ajusta a la percepción histórica que Kissinger tiene de la Paz de
Westfalia o del Congreso de Viena: los acuerdos
internacionales resultantes fueron una acomodación a la realidad que tenía en cuenta los intereses de las otras potencias para alcanzar así
un equilibrio general de poder. Sin embargo,
nuestro mundo, salpicado de realidades contradictorias, está lejos de haber alcanzado la
multipolaridad de otros tiempos. El sistema internacional evolucionará a lo largo del siglo XXI,
aunque no sabemos si guardará relación con los
modelos históricos del pasado. En cualquier
caso, cabe apuntar que difícilmente se construirá un orden mundial si antes no se consolidan los respectivos órdenes regionales.
ANTONIO R. RUBIO PLO
La Monarquía según
Jon Juaristi
JON JUARISTI
A cuerpo de Rey. Monarquía accidental y melancolía republicana
Planeta (Colección Ariel). Noviembre, 2014. 192 páginas.
Al introducir su A Cuerpo de Rey, Jon Juaristi
da cuenta de una audiencia con Don Juan Carlos que fue terrible o patética según se mire o
las dos cosas a la vez. Fue, él mismo lo dice, un
“chorreo” cuya consecuencia fue su abandono
de la dirección del Instituto Cervantes. Esto era
lo que exigían los partidos nacionalistas. Eran
los tiempos de las movilizaciones de ¡Basta Ya!
220
ENERO / MARZO 2015
y en la azarosa historia del apaciguamiento
ante el soberanismo periférico, la separación
de Juaristi de la iniciativa pública que pone en
valor el español merecerá al menos una nota a
pie de página.
Lo que abrió la caja de truenos fue que a Juaristi le dio por decir en vísperas de una de estas
CUADERNOS de pensamiento político
manifestaciones antiabertzales que se iba a
celebrar en San Sebastián que había que romper el tabú que impedía la presencia de la bandera nacional en las protestas cívicas contra
los atentados de ETA. Dijo que por sí sola, sin
una bandera nacional al lado, la ikurriña era la
bandera del nacionalismo vasco, del PNV y de
ETA. Está claro que no se puede decir lo obvio.
Los partidos nacionalistas, vascos, catalanes y
gallegos, montaron en cólera en el cielo y exigieron su destitución del Cervantes.
— “¿Qué vamos a hacer con nuestro País
Vasco, Jon?” –preguntó [Don Juan Carlos] de
pronto–.
— “¡Un país tan bonito! ¡Figúrate: San Sebastián…!”.
—“Mal empezamos, Señor” –repuse–. “Soy de
Bilbao”.
Me parece un diálogo desesperante. Es increíble
que la corona constitucional de una sociedad
avanzada tenga que mantener conversaciones
que son tan incómodas como banales. De la sublime función de representar la Nación y velar
por el correcto funcionamiento de sus instituciones se pasa a la ridiculez de tener que intervenir
en el encontronazo de un patio de vecinos avinagrados porque el sentido común y la sociedad
civil y civilizada brillan por su ausencia. Nadie en
su sano juicio duda de que el oficio de ser Rey
de España sea inmensamente difícil. Lo que
cuenta Juaristi lo plasma a la perfección.
Por esa extraordinaria cordialidad, manifestada
a lo largo de muchos viajes oficiales y sobre
todo por la Reina Sofía y por el entonces Príncipe de Asturias, el “chorreo” real fue tan terrible y patético. Cuando se escriba con serenidad
la particular historia de lo difícil que es reinar
en la España, la estúpida manera en la cual
Don Juan Carlos se vio obligado a humillar al
Director del Instituto Cervantes merecerá algo
más que una nota a pie de página. ¿Para apagar tales fuegos menores, se ha de tener una
monarquía constitucional?
Juaristi ha escrito un libro muy personal sobre
la Corona porque recorre muchos de sus demonios particulares. Su abuelo paterno fue
“el primer nacionalista vasco de la familia y
uno de los primeros de la historia” y no tenía,
por lo tanto, ninguna lealtad a la dinastía alfonsina, ni a la carlista ni al ideal republicano
porque estas constituían distintas formas de
ser español. Juaristi advierte que hay que
tener muy presente que “el nacionalismo
vasco no es republicano ni monárquico, sino
todo lo contrario”. Este es el laberinto y bucle
ancestral que recorre su obra y se hace presente también en este libro. Las circunstancias del autor aseguran, como mínimo,
originalidad a la hora de abordar el asunto de
la monarquía.
ENERO / MARZO 2015
221
RESEÑAS
Juaristi, menudo es él, se mantuvo en sus trece
y se negó a dimitir. Es más: metió más sal en
la herida que había abierto en la sensibilidad
soberanista reafirmando sus declaraciones,
negro sobre blanco, en una Tercera de ABC.
José María Aznar, otro que tal y que le había
nombrado, se negó a cesarle. La bronca subió
de tono e intervino el Rey. Juaristi fue citado de
un día para otro por La Zarzuela. La audiencia
estuvo intercalada por largos silencios y comenzó de manera tensa.
Entre 2002 y 2004, primero como director de
la Biblioteca Nacional y luego al frente de la
Cervantes, Juaristi tuvo un frecuente e intenso
trato con el Rey y su familia. Dice que el trato
dispensado fue “extraordinariamente cordial”.
La amabilidad debió ser sorprendente para alguien nacido en una familia en la cual nadie
simpatizaba con la monarquía con la excepción de dos tías abuela que “a punto ambas
de cumplir un siglo, se fueron a la tumba vírgenes (en la opinión general) pero enamoradas de Alfonso XII”. Es así como se recorta el
toro al comienzo de una faena para que entre
con suavidad a la muleta, que Juaristi comienza A Cuerpo de Rey.
CUADERNOS de pensamiento político
RESEÑAS
A Cuerpo de Rey es un largo ensayo muy erudito,
como cabe esperar, y el libro –a esto Juaristi también nos tiene acostumbrados– está lleno de
flashes frikis que dan fe del iconoclasta e irónico
sentido del humor que acompaña su enciclopédica sabiduría. Lo que ocurre cuando uno comienza a leer a Juaristi sobre un tema que cree
conocer bastante bien, es que viene el bueno de
Jon subiéndose por ramas que uno desconocía
y viendo por ello más lejos. Uno agradece mucho
que imparta sus conocimientos con una maravillosa gracia, yo diría que con ternura.
Prueba de sus malabarismos es lo bien que se
lo pasa Juaristi, y por supuesto el lector, con
los visigodos y su corona competitiva que
rodeó de asesinatos a las sucesiones reales.
En una clásica imagen made in Juaristi, el autor
dice que la monarquía electiva de los godos
era lo más parecido en la vida real a la serie
Juego de Tronos. Ensaya una hermenéutica
para el “mártir” Hermenegildo, que intentó
usurpar a su padre Leovigildo y que “inspiraría” la conversión al catolicismo de su hermano
Recaredo y, aprovechando que el Pisuerga
pasa por el III Concilio de Toledo, le da un hilarante repaso al pobre cardenal Cañizares que
se adentró en estos brumosos y espinosos relatos en su discurso de ingreso en la Academia
de la Historia. El nacionalcatolicismo a lo Cañizares, que busca sus fuentes en los hijos de
Leovigildo es una particular bête noir del autor.
El tema central de A Cuerpo de Rey es la deconstrucción de la “normalidad” de la Corona,
palabra que emplea Mariano Rajoy al anunciar
el cambio en la jefatura del Estado, y de su “estabilidad”, palabra que utiliza Don Juan Carlos
al anunciar su abdicación para definir la “seña
de identidad de la institución monárquica”.
Juaristi, cuyo libro lleva como subtítulo Monarquía accidental y melancolía republicana, discute ambos conceptos.
Afirma que ninguna sucesión real “se ajusta a
las previsiones oportunistas que parten de un
222
ENERO / MARZO 2015
funcionamiento ‘normal’ del sistema” y en
cuanto a la estabilidad, se pregunta “¿desde
cuándo?”. La seña de identidad de la institución
monárquica es la continuidad, no la estabilidad.
La prolongación de la Corona –el rex quondam,
rexque futurus que la leyenda inscribe sobre la
tumba del rey Arturo– surge de la sacralidad
que se atribuye a quien encarna la institución
y de ahí la consagración del monarca en Inglaterra. “Ni toda el agua del áspero mar/
puede quitar el óleo a un rey ungido” dice el
Ricardo II de Shakespeare a punto de ser depuesto. Ya con la Reforma, la Corona inglesa
pasa a ser cabeza de la Iglesia Anglicana y
aunque muere en el patíbulo, Carlos I Estuardo
será rey una vez, y rey para siempre.
En España, Recaredo introdujo el principio hereditario junto con la unción –“desde que se le
empezó a ungir”, apunta Juaristi, “el cuerpo del
rey dejó de ir a la tumba cosido a puñaladas”–,
pero la consagración de la monarquía hispánica ni tuvo ni tiene la misma solemnidad. Y
desde hace doscientos años la Corona española no goza de estabilidad. No han sucedido
con “normalidad” quienes la encarnan. ¿Hasta
ahora? –esta es la cuestión.
La “Monarquía accidental” –que se manifiesta en
la sucesión de Fernando VII (que ordenó decorar
la Plaza de Oriente de reyes godos), la de Isabel
II y la de Alfonso XIII– tiene una narrativa muy
obvia. Miguel Maura aconsejaba a los monarcas
tener muy lejos a los palaciegos y muy a mano
el equipaje para salir con prisas. Igual de entendible es la persistencia de la “melancolía republicana”. Es la añoranza por lo que pudo ser y
no fue: la democracia liberal de la Agrupación al
Servicio de la República, el triunfo de los sóviets
de la izquierda largocaballerista o las ambiciones de la confederación de repúblicas ibéricas
que propugnaba la periferia. Sobreviene ahora, y
el zapaterismo tuvo mucho que ver con ello, una
nueva “melancolía republicana” que es la de los
“nietos” y es tan sectaria como ignorante.
CUADERNOS de pensamiento político
Frente a ello tenemos a un Príncipe de Asturias, nacido en España y con un largo aprendizaje para ser Rey constitucional, que hereda
con “normalidad” y en clave de “estabilidad”, a
su padre que hasta antes de ayer fue unánimemente popular. Juaristi, acabamos de ver,
contradice esto mismo y Felipe VI haría bien en
no fiarse de la continuidad. Ni España es el
Reino Unido, ni él es el Príncipe de Gales.
Al comienzo de un nuevo reinado se manifiestan, por regla general, los descontentos que se
acumularon en el anterior. Lo normal es que se
aproveche el vacío de poder como desahogo y
como advertencia al heredero. Este es el caso
aquí y ahora. El campo para la bronca estaba
bien abonado cuando Don Juan Carlos anunció su abdicación.
El reto de Felipe VI es mucho más complejo
que el que tuvo su padre en 1975. Promover
las libertades y el pluralismo político es un
asunto lineal cuando se tienen las palancas
Por si esto no fuera poco, Juaristi disfruta presentando al lector la idea de la “burguersería”
que tiene la referencia directa a la hamburguesa o el burger. Se acabaron los tiempos de
una burguesía que amontonaba patrimonio,
lanzaba a su prole hacia lo alto de la pirámide
social y acudía a la Corona para ennoblecerse.
Hoy estamos ante una nueva clase, la del burger, el T-shirt y los ripped jeans, titulada por la
universidad masificada y subretribuida. Su actividad remunerada en caso de haberla será
discontinua, temporal y precaria. La Corona
que tuvo su mejor aliado en las ansias aspiracionales de las gentes con oficio y sentido del
negocio, ¿qué hace ahora?, ¿se convierte en
un Burger King?
Esta es la traca final de un A Cuerpo de Rey
lleno de fuegos artificiales y de hogueras reales. Bilbaíno de los pies a la cabeza, a Juaristi
le tiene que seguir doliendo el “chorreo” real
de hace diez años. Sus agridulces reflexiones
sobre la monarquía no tienen desperdicio.
TOM BURNS MARAÑÓN
ENERO / MARZO 2015
223
RESEÑAS
Al morir Franco, Don Juan Carlos salió campechanamente a la calle, y aquí Juaristi cita al
profesor Santos Juliá, “en busca de lo único
que podía darle en cuanto a Rey larga vida: la
aceptación y el calor popular”. A juicio de cualquiera (Don Juan Carlos “motor del cambio”,
“parapeto frente a golpistas”, etc.) lo consiguió.
Los socialdemócratas del PSOE, por no hablar
de los comunistas de Santiago Carrillo, se convirtieron en juancarlistas, es decir, en monárquicos accidentales. La Corona instaurada por
la Dictadura sorprendió a la izquierda cuando
actuó de puente hacia la Democracia. Lo que
demostró fue su “utilidad”.
para hacerlo y Don Juan Carlos las tuvo con los
jóvenes reformistas del franquismo. Sin embargo no hay una varita mágica para detener
la devaluación interna, reducir drásticamente
el paro, frenar la corrupción y convencer a millones de catalanes de que España no les roba.
Inaugurar la democracia en un país próspero
que lo demanda es relativamente fácil cuando
se cuenta con amplios poderes para hacerlo.
Renovarla a golpe de ejemplaridad (el único recurso que tiene una corona constitucional) es
una tarea muy ardua.
CUADERNOS de pensamiento político
España y Cataluña.
Historia de una pasión
HENRY KAMEN
Traducción de José C. Vales.
La Esfera de los Libros. Madrid, 2014. 312 páginas
RESEÑAS
No se trata de un libro de historia, sino de una
serie de reflexiones, una “meditación a vuelapluma”, un análisis sin pretensiones académicas, por más que Henry Kamen acuda a la
documentación fáctica y a ensayos de historia
de colegas para apuntalar su pensamiento
sobre el presente de las relaciones entre Cataluña y el resto de España.
A pesar de que España y Cataluña. Historia de
una pasión presenta como tema nuclear los sucesos acaecidos en los años que van de 1701
a 1714, esto es, la Guerra de Sucesión Española, ese conflicto internacional que concluyó
con la firma del Tratado de Utrecht y la instauración de la Casa de Borbón en el trono de España, en su intento de comprender la mitología
generada en torno a los hechos de 1714, Henry
Kamen se enrama en distintos temas colaterales.
Una docena de ensayos en total, que empiezan
con el titulado Un solo pueblo, en donde intenta
comprender los orígenes de las complejas relaciones entre Cataluña y el resto de España, a
partir de la unión de las coronas de Castilla y
Aragón con los Reyes Católicos para formar una
‘España’ que “no implicaba unidad política de
ningún tipo”. Y termina con el titulado Las ficciones del separatismo, en donde Henry Kamen
critica la ausencia de debate público en relación a la posible secesión de Cataluña respecto
a España, la desinformación generalizada y sis-
224
ENERO / MARZO 2015
temática que ofrecen la Generalitat y otros organismos oficiales o paraoficiales a través de
sus páginas web, la deliberada intención de
confundir a la población por la publicidad oficiosa que se da a los “referendos ficticios (irregulares, no oficiales y no legales)” que han sido
llevados a cabo en distintos municipios desde
diciembre de 2009, y señala el sucinto comentario que ha hecho Europa en relación a la posible secesión, así como la incertidumbre
económica que generaría. Y entre estos dos, ensayos sobre el descubrimiento de América, el
papel de la Inquisición en Cataluña, el mito de
1714, el papel de la lengua y de la economía
como fuentes de fricción.
Especialmente importantes para comprender
cómo se forjaron los mitos nacionalistas son los
capítulos 6 y 7, titulados “El mito de 1714” y
“¿Una nación dentro de una nación?”. Y junto
al historiador y profesor universitario, que escribió una tesis doctoral en Oxford sobre la Guerra de Sucesión, aunque solo posteriormente se
interesó por los hechos en Cataluña, cabe preguntarse: ¿constituyó el 11 de setiembre de
1714 un hecho realmente importante en la historia de Cataluña?; ¿fue, como pretende la historiografía nacionalista, el inicio de la conciencia
de nación catalana?
Según algunos historiadores, la Constitución de
1812 sustanciaba una “nación [España] que
CUADERNOS de pensamiento político
de España”. El mito se fue articulando con otros
submitos: todos los catalanes habrían actuado
a una en contra del rey Borbón; los rebeldes habrían querido alejar “el peligro del absolutismo
centralista francés” y los catalanes que, supuestamente, los habrían tenido como aliados,
fueron abandonados a su suerte por los ingleses; la burguesía mercantil, que tenía como proyecto construir una nación como Inglaterra u
Holanda, habría visto frustradas sus aspiraciones; y se habría querido convertir a Rafael de
Casanova en héroe nacional.
Pero años después, inmersos en la corriente romántica europea del siglo XIX, los regionalistas
catalanes empezaron a pensar en fundar un
mito propio que adquirió forma en el movimiento conocido como Renaixença que, según
Josep Llobera, citado por Kamen, fue posible
por la confluencia de cinco circunstancias: “Un
fuerte potencial étnico-nacional, el atractivo del
modelo del nacionalismo romántico, una próspera sociedad civil burguesa, un Estado español ineficiente y débil, y una fuerte Iglesia
catalana”. A su vez, y poco después, los intelectuales “modernistas” crearon un proyecto cultural que, a través de la cultura francesa, buscó
inspiración fuera de España. En ese contexto
empezaron a forjarse los mitos de los que se
nutriría el nacionalismo político hasta el día de
hoy. Mitos que, como señala el historiador
Kamen, no siempre se ajustaban a hechos históricos y que, en algunos casos, hasta los tergiversaban y falsificaban. Mitos que, doscientos
años después de los acontecimientos, y a falta
de otro momento histórico crucial, se centraron
en la derrota de 1714 para, desde ahí, reformular el pasado.
Lo cierto es que el mito tenía poca fundamentación histórica, como confirman los ensayos
académicos y documentos consultados por
Henry Kamen. A saber, una parte sustancial de
Cataluña, el cincuenta por ciento o más, apoyó
a Felipe V, por más que el hecho haya sido borrado de los libros de Historia de los escolares;
los rebeldes de 1714 fueron “firmes partidarios
de la unidad de España, que ellos entendían
que representaba el reconocimiento de un rey
(Carlos III) y de una nación con territorios autónomos que preservaban sus constituciones históricas”; el rey Borbón no decidió construir la
ciudadela; por más que los nacionalistas afirmen que los opresores actuaron en contra de la
lengua catalana, “todos los historiadores han
insistido en que semejante prohibición jamás
existió; los británicos, que no ingleses, puesto
que en 1707 ya se había formado el Acta de
asociación y unificación de Inglaterra y Escocia,
nunca abandonaron a los catalanes, puesto
que en el llamado Pacto de Génova, firmado por
el enviado británico Mitford Crowe, un hombre
de negocios que había residido en Barcelona, y
los catalanes Antoni Peguera y Domènec Perera,
Inglaterra no se comprometió con ninguna obligación y, ni mucho menos, prometió “salvar les
llibertats catalanes”, como se afirma en una página web; en cuanto al gran héroe nacional, Rafael de Casanova, se recuerda que “fue el
principal responsable de la muerte de miles de
catalanes durante el asedio porque insistió en
una política de ‘resistir hasta la muerte’, a pesar
Según la versión “regionalista”, la Guerra de Sucesión, un conflicto internacional que se generó
al morir el último representante de la Casa de
Habsburgo y que terminó con la firma del Tratado de Utrecht y la instauración de la Casa de
Borbón en el trono de España, pasó a ser considerada como “guerra de secesión de Cataluña
ENERO / MARZO 2015
225
RESEÑAS
hasta entonces solo había sido una aspiración”,
pero esa especie de fundación mítica no terminó de cuajar. No obstante, elegidos por sus
ciudades natales, los diecisiete diputados catalanes que participaron en las Cortes de Cádiz,
por más que velaran por los intereses de su propia región e incluso consideraran la posibilidad
de restaurar los privilegios perdidos en 1714,
actuaron en nombre de España, igual que sus
ancestros habían hecho cuando los catalanes
lucharon como españoles en las guerras fronterizas con Francia del siglo XVII.
CUADERNOS de pensamiento político
RESEÑAS
de que él, que fue levemente herido, se refugió
en su casa en donde vivió tranquilamente durante unos cuantos años.
La cuestión fundamental es que las falsedades no solo forman parte de programas de
partido o de organizaciones independentistas,
sino que son proyectadas desde organismos
oficiales, desde los medios de comunicación
y, por desgracia, aunque Henry Kamen no se
adentre en este tema, desde los programas
curriculares de las escuelas. Y si bien, como
señalan los antropólogos, los mitos pueden
ser “los motores más poderosos de la Historia de la Humanidad”, lo cierto es que los
mitos del nacionalismo catalán se erigen no
como una construcción ideológica y política
basada en interpretaciones tergiversadas e interesadas de la realidad, sino como una
forma de articular una ideología y una práctica política destinada a anular a quienes no
se sumen al mito, esto es, España y todos los
catalanes que no comulguen con ese pensamiento único.
Henry Kamen se interesa por la mitologización
que ha hecho la historiografía y la política nacionalista de los acontecimientos históricos.
Aborda los temas sin prejuicios. Anota y señala
la manipulación, al tiempo que expone una visión bastante más próxima a la realidad histórica. Es demasiado respetuoso, en mi opinión,
con los nombres, porque en muchas ocasiones
el lector no sabe a quién pertenece la cita que
cuestiona o critica. Quizás para no entrar en personalismos que, en las circunstancias presentes, podrían ser interpretados como provocación,
quizás porque no tiene intención de poner a
nadie contra la pared. Es implacable, no obstante, a la hora de desmontar manipulaciones y
tergiversaciones, de señalar la falta de ética y la
tergiversación histórica que llevan a cabo los organismos y medios de comunicación.
Libro imprescindible como referente para desenredar el nudo en que el independentismo ha
situado a la sociedad española.
LEAH BONNÍN
Después del muro
Alemania y Europa 25 años
más tarde
J.M. MARTÍ FONT
Galaxia Gutenberg, Colección Ensayo, 2014. 256 páginas.
A lo largo de la historia hay situaciones que
marcan un antes y un después y configuran
nuestra realidad durante décadas. Dentro de
nuestra historia reciente, la caída del Muro de
Berlín el 9 de noviembre de 1989 supuso lo
que el autor austriaco Stefan Zweig llamaría
226
ENERO / MARZO 2015
uno de los “momentos estelares de la humanidad”. Ese día la historia se aceleró y provocó el principio del fin de Imperio soviético.
Han pasado ya 25 años del final de la Guerra
Fría, del regreso de la geografía como factor
determinante y de la vuelta de Alemania al
CUADERNOS de pensamiento político
centro del tablero del continente europeo. En
este periodo, Alemania se ha visto obligada a
vivir un doble proceso: el de su propia reunificación y el de saber qué papel quiere desempeñar en la esfera internacional.
Si bien el proceso de reunificación fue rápido
y ejemplar en lo político, no está siendo tan
brillante en lo económico. Desde 1990 han
sido necesarios dos billones de euros a través
del impuesto de solidaridad y 560.000 millones en ayudas directas a los cinco Länder del
Este de Alemania. Al margen de las desigualdades existentes entre el Este y el Oeste, el
gran mérito de estos 25 años es el que
apunta el politólogo Ernst Hillebrand sobre que
“este país está a gusto consigo mismo y nunca
lo había estado”. Tras los numerosos conflictos
sufridos a lo largo del siglo XX, el país vive
ahora un “patriotismo relajado”, alejado del enfrentamiento de épocas anteriores. Ya no es necesario recurrir a la deutchstum orgullosa que
reivindicaban autores como Martin Walser y
que generaron algunas tristes consecuencias,
dilema que Marcel Reich-Ranicki explicaba
El mejor ejemplo de esta realidad no es otro
que la ciudad de Berlín. La nueva capital de la
Alemania unificada, y que fuera anteriormente
el epicentro de la mayor parte de los conflictos del país, ha sufrido una serie de cambios
para adaptarse a la nueva realidad. A pesar
de ello, Berlín se esfuerza por no olvidar su
pasado y muestra sus heridas a la multitud
de turistas que cada año visitan la ciudad en
busca de vestigios de la época del Muro. Para
ello la Fundación del Muro de Berlín se encarga de proteger y conservar los restos, de
explicar la historia y de recordar a sus víctimas. El director de este centro, el historiador
Axel Klausmeier, reconoce que se están beneficiando del boom turístico que atraviesa
Berlín y que el año pasado más de 850.000
personas visitaron la fundación con la intención de saber más acerca de la ciudad que
ya se conoce como “la Pompeya del siglo XX”.
A pesar de este éxito en lo turístico, Berlín
sigue mostrando deficiencias en lo económico. Con una tasa de paro que dobla la de
otras ciudades de Alemania, la ciudad arrastra un déficit de infraestructuras que lastra su
despegue económico. El mejor ejemplo de
esto es la falta de un aeropuerto acorde con
las necesidades de una gran capital europea.
Las autoridades son conscientes de esta situación desde hace tiempo y ya decidieron en
el 2006 la construcción del nuevo aeropuerto
Berlín-Brandemburgo (BER), también conocido como Willy Brandt. Sin embargo, la solución tarda en llegar, puesto que los retrasos se
suceden y mientras que las obras debían
estar terminadas a finales de 2011, una serie
ENERO / MARZO 2015
227
RESEÑAS
Para tratar de poner luz a estas y otras cuestiones sobre la sociedad alemana, nos llega
ahora esta obra de quien vivió de primera
mano este proceso de cambio como corresponsal en Alemania del diario El País entre los
años 1989 y 1994, J.M. Martí Font, quien ya
publicara anteriormente el libro El día que
acabó el siglo XX (Barcelona: Anagrama,
1999), en el que realizaba una meticulosa
crónica de los acontecimientos que tuvieron
lugar en torno a la caída del Muro. En Después del Muro. Alemania y Europa 25 años
más tarde, Martí Font nos aporta una mayor
perspectiva histórica y aborda los temas que
tienen una mayor relevancia para el presente
de Alemania, tales como el envejecimiento del
país, las diferencias económicas y sociales
entre el Este y el Oeste, el cambio de modelo
energético, o su papel de liderazgo dentro de
la Unión Europea.
como “Wagner era el mayor antisemita de la
cultura alemana pero Tristán e Isolda es la
mejor ópera del mundo”. En la actualidad,
como afirma el propio Hillebrand, “Alemania
ha hecho un buen trabajo modernizándose,
ha digerido la reunificación y lo ha hecho de
una manera bastante decente. Alemania está
en paz consigo misma”.
CUADERNOS de pensamiento político
RESEÑAS
de errores han impedido que la inauguración
haya tenido lugar, y actualmente se desconoce su fecha concreta de apertura, con lo
que esto supone de pérdida de imagen sobre
la capacidad organizativa de la capital del
país más importante de la Unión Europea.
Por otra parte, en el conjunto del país crece la
brecha social y la desigualdad, con más de
7,4 millones de alemanes empleados en lo
que se conoce como minijobs, y la vuelta al
pluriempleo, una situación que parecía olvidada décadas atrás, con 2,6 millones de alemanes que viven en esta necesidad. Esta
precarización de las condiciones laborales iniciada con la Agenda 2010 del canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, pone en
peligro el futuro de varias generaciones y
agrava el principal problema del país, que no
es otro que el demográfico. Desde la puesta
en marcha de la Agenda, Alemania cuenta con
un millón y medio de habitantes menos, con
una perspectiva que indica que para el año
2060, el país podría haber perdido el 19% de
su población, quedando únicamente en 66
millones. El Gobierno de la gran coalición
trata de frenar esta situación de Schrumpfnation Deutschland (la menguante nación
alemana) a través de varias mejoras en las
ayudas a la natalidad y de una transformación del modelo cultural para facilitar la conciliación de las mujeres entre su vida laboral
y familiar. El otro gran pilar en el que se debe
sostener este rejuvenecimiento del país pasa
necesariamente por el de la inmigración. Son
muchos los jóvenes europeos que pueden llegar a Alemania a ocupar trabajos cualificados
actualmente sin cubrir, y para ello las leyes
comunitarias facilitan el movimiento interno
entre las fronteras de la UE.
En cuanto a lo referido a la escena internacional y según palabras del autor, “la crisis
económica y financiera ha empujado a Alemania a ejercer un liderazgo que no deseaba
228
ENERO / MARZO 2015
y que no puede esquivar”. Es conocida la afirmación de que Alemania es demasiado
grande para Europa, pero demasiado pequeña para el mundo globalizado del siglo
XXI. A diferencia de países como Francia o
Reino Unido, carece de una agenda clara para
temas de geopolítica, y centra sus esfuerzos
en su agenda interna. La propia sociedad es
reacia a un mayor militarismo del país, realidad que ha sido criticada recientemente por
la ministra de Defensa, Ursula von der Leyen,
o por el propio presidente federal, el pastor
protestante Joachim Gauck, quien ve esta situación como “un defecto de falta de confianza en nosotros mismos”, llegando a
afirmar que “la sociedad debe liberarse de los
complejos heredados del pasado nazi”. En el
mismo sentido, el que fuera ministro de Exteriores por el partido de Los Verdes, Joschka
Fischer, también lamenta que los alemanes
“nunca hayan tenido una conversación seria
sobre el destino de la Alemania reunificada
en Europa”.
Es una obviedad decir que Alemania mira actualmente al Este de Europa. La recuperación
de “este Hinterland comercial ha sido una
bendición para Alemania”. Atrás quedó la
época de la República de Bonn en la que se
negaba todo lo que llegara de más allá del río
Elba. Actualmente, “Alemania contempla con
satisfacción la transformación de los países
del bloque soviético que entraron en la UE y
mira con preocupación a los que se quedaron fuera”. El centro de poder de Europa se
ha desplazado a Berlín. De cara al futuro, a
Alemania le corresponde decidir si desea
tomar la iniciativa para el modelo de la Unión
Europea o apuesta por la parálisis. Según palabras de Martí Font, el país “ha demostrado
su capacidad para adaptarse a los cambios y
dar voz a opinión pública plural e informada.
A Berlín le falta solo el deseo”.
ROBERTO INCLÁN
Descargar