Discursos en la confirmación de la proclamación del Partido

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Discursos en la confirmación de
la proclamación del Partido
Revolucionario Cubano
SOTERO FIGUEROA
Sotero Figueroa, Secretario del Cuerpo de Consejo y Presidente del Club
“Borinquen,” dijo:
Antillanos:
Hace ocho dias, en una fecha memorable para el pueblo cubano, se unieron todas las voluntades que tienden aquí, en la emigración, a instaurar la
soberanía popular en la patria libre, y proclamaron constituido definitivamente el gran Partido Revolucionario, para la independencia de las dos
islas dolorosas que baña el mar Caribe. La Constitución de Guáimaro, el
Código de Cuba soberana, fué la bandera en torno de la cual se agruparon
el día 10 de abril de 1892, los que creen que ha lleagado la hora de la reivindicación deseada. No podia solemnizarse de mejor manera el aniversario de
la fecha magna, de la fecha en que se escribió la Carta fundamental que
devuelve a un pueblo su natural soberbia, arrebatada por el despótico e incomprensible derecho de conquista.
Y hoy, en este día augusto para la humanidad, en que se conmemora la
glorificación del Cristo, que asentó sobre sólidas bases el principio de justicia del cual arranca el derecho moderno, venimos a ratificar solemnemente
la proclamación jurada, como si quisiéramos enlazar nuestra obra redentora a la del humilde Nazareno, que tronó contra todas las iniquidades del
mundo antiguo, transformó al siervo en ciudadano, y sembró la esperanza
donde había un infierno de dolores.
¡Y cuánta analogía entre esa epopeya perdurable, que principia en un
miserable portal de Bethlen, y la obra patriótica que hoy proseguimos, que
se inició en el pueblecillo de Yara y va camino de la glorificación, porque ya
ha pasado por su calle de amargura y ha empapado de sangre los riscos de
su Calvario!
Como aquél, este movimiento Redentor que se opera en las conciencias y
en las almas, no arranca de las clases privilegiadas. Parte de abajo arriba,
por eso ha de ser fecundo en resultados satisfactorios. Son los humildes, los
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Sotero Figueroa
mansos de corazón, los que lo difunden con alto espíritu de justicia sin violencias ni odios; por eso lleva en sí mismo el gérmen que lo ha de robustecer
y presentarlo triunfante. En las grandes conmociones por el derecho no surgen los caudillos del elemento holgado, que se encuentran perfectamente
bien con el orden de cosas establecido, sino de la masa que sufre, de los desheredados que llevan la inspiración en la mente, las torturas en el corazón y
la verdad en los labios. No son los infatuados ni los soberbios los que tienen
autoridad para dirigir las masas populares; ni son tampoco los sabios presuntuosos los que pueden erigirse en mentores de la llaneza o de la sencillez,
que si se rinde a la lógica austera y reflexiva, jamás lo hace a la prosopopeya
olímpica o a la insultante notoriedad. Es la virtud, es la pureza, es el saber
modesto, es la rectitud de intenciones lo que el pueblo acoge con amor; y
aquel que encarne estas benéficas cualidades, ése será el guía y el caudillo
a quien siga la multitud en momentos de radicales transformaciones.
Así Jesús, el mártir excelso de la doctrina democrática, escrita con sangre
generosa en los anales de los pueblos dignos. Nace, dice la piadosa leyenda
cristiana, de padres tan infelices que ni aún tienen hogar dónde guarécerle.
Crece, y es un pobre artesano sin significación ni valimiento. Llega a la edad
viril, y ya aleccionado en la escuela de la desgracia, ya fortificado en la verdad redentora, con esa fé que transporta las montañas, ya con bastante abnegación en el alma para saber perdonar las injurias, desdeñar los ataques
de los necios y dar la vida por la redención de su pueblo, se lanza pobre y
oscuro, solo é indefenso, a través de la Judea, a levantar en los corazones el
imperio de la justicia, abolir la ley de casta, predicando al dogma iluminador de las conciencias y dignificador de la humanidad, que se encierra en
estas tres sublimes palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Bien pronto los cedros del Líbano de Jericó arrullaron solícitas las palabras consoladoras del maestro. Las márgenes del Jordán y del Genazareth
dilataron, cariñosas, los ecos de aquella voz inspirada, y Caná y Bethsaida,
y Cafarmaum y Naim, y Bethage y Bethania, todos los confines de la antigua Galilea, se extremecieron de entusiasmo al oir la doctrina de gracia que
levantaba el nivel moral del hombre, le daba personalidad y le reconocía
derechos.
A su paso, las multitudes se agrupaban para vitorearles primero y para
seguirle después. Los escribas y los fariseos, los que medraban con las benevolencias del César, se reían desdeñosamente de aquel hombre errabundo,
de aquel loco extraño que tales absurdos predicaba. Ya tendrían tiempo de
hacerlo callar cuando les molestase un poco. Pero muy en breve se contaban
por centenares de miles los próselitos. Jesús tuvo que instruir a los doce
apóstoles para que predicaran la nueva doctrina; y fueron oscuros pescadores, hombres sencillos é indoctos, pero con mucho amor a la humanidad en
el alma, los que eligió para que hicieran fructificar su obra. La ola de la abnegación tenía que chocar con la roca resistente del egoísmo, y no bien penetra el Maestro en la altiva Jerusalem, entre vítores y palmas, y truena contra
la corrupción, y desdeña a los poderosos, y arroja a latigazos a los mercaderes
del templo, cuando todo el poder de la dominación metropolítica se le vino
encima, con la necia resolución de suprimir al propagandista, sin comprender que la semilla redentora habia prendido en los corazones, y la muerte del
Justo no haría otra cosa que circundar de gloria perdurable a la redención
triunfante. Las grandes ideas no se consolidan sino por el martirio de sus
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más decididos sustentadores, y así no pudo llegar Jesús a la tranfiguración
victoriosa en el Thabor, sin haber pasado antes por el horrible suplicio del
Calvario.
El ejemplo es elocuente y consolador para los partidarios de la redención
de las Antillas. ¡Arriba los pequeños, en este hermoso despertamiento de
las almas, a enseñarles a los infatuados o soberbios de la colonia el camino
del decoro político, que lleva a la constitución definitiva de la patria libre!
La idea revolucionaria le ha paseado triunfante por las patrióticas emigraciones de Tampa y Cayo Hueso el vocero inspirado que ha tenido en sí
fuerza bastante para no retroceder un solo paso, cuando todo cedía a la
vacilación del momento, o a la confianza en mentidas promesas de liberalidad; el hombre bueno, que educa a la clase obrera para que marche conscientemente a la conquista de sus derechos; el hombre modesto, que se
prodiga sin ostentación, y que, como el mejor de los modelos que he presentado a vuestra consideración esta noche, auna voluntades, no odia ni maldice y tiende a que impere la justicia donde las palmas son más bellas, el sol
más refulgente y las flores y los frutos más variados, dulces y jugosos. El ha
tenido su Pedro que lo niegue, pero como el de la leyenda bíblica ha vuelto,
cordial y prudente a reconocer lo que es de justicia y de razón. Puede que
surja también el Iscariote que lo venda, pero si así resultase, atracción que
desarma respiran las palabras del propagandista generoso.
Cuando en la noche pascual Jesús decía a sus apóstoles: “Hay entre vosotros uno que me venderá,” y los discípulos indignados preguntaban su nombre para castigarlo, Jesús replicaba:
¿Para que necesitaís saberlo? Castigado va él en su conciencia.
Sigamos, pues, adelante; y que no nos íntimiden los obstáculos que pueden
salirnos al paso, ni nos desaliente el pesimismo de los que no creen en la resurrección, porque es una manera muy fácil de ser patriotas, sin coperación.
¡Adelante! y ojala que muy pronto, en otro aniversario de la redención del
Cristo, podamos saludar la redención política de Cuba y Puerto Rico.
Cubanos y puertorriqueños
Si el sentimiento por la patria independencia no estuvieran tan firmemente
arraigado en nuestros corazones, yo no escalaría esta noche solemne, de imponente majestad, la tribuna excelsa levantada en el extranjero para glorificar
a nuestros héroes prestigiosos, a nuestros legendarios combatientes de la década inolvidable, que cayeron de cara al enemigo, abrazados a la bandera de
la estrella radiosa en triángulo rojo, y al grito mágico de ¡Viva Cuba libre!
Y no escalaría esta tribuna porque vosotros, como yo, pensareis que la mejor apoteosis que podemos hacer a nuestros padres revolucionarios, es darles
tumba prestigiosa en la tierra aún esclavizada, y que es tiempo ya de que sea
redimida por nuestro esfuerzo: tierra bendita que han santificado con sus lágrimas nuestras mujeres; con sus protestas varoniles los que no se resignan al
yugo de la incompetente y desordenada dominación española; con sus arranques generosos la juventud altiva que no se pone a sueldo de engreídos
mandatarios, y con torrente de sangre nobilísima los que nos enseñaron el
camino que, si pudo llevamos al Zanjón, fue como un alto de reposo para ascender, curado de parcialidades, y recelos, y con más brío y más sagaz penetración, á la cumbre donde se asienta el Capitolio de nuestros derechos.
Pero si me atrevo llegar hasta este sitio, escudado por la benevolencia de
vuestro acendrado patriotismo, es porque voz misteriosa, que arranca de lo
íntimo del alma, me dice que este 10 de Octubre, más que una conmemoración de la magna fecha en que se dió a los vientos la bandera de nuestra soberanía nacional, es la ratificación de la protesta revolucionaria de todas las
emigraciones antillanas, que se ponen de pie y se descubren reverentes para
saludar, desde el destierro a los inmortales de la Demajagua, y para decir á
sus hermanos de Cuba y Puerto Rico: “Fe y adelante: los días grandiosos de
épicas hazañas no desaparecieron para jamás volver. Júbilo intenso agita las
almas; algo como visión de gloria relampaguea en los ojos de los bravos que
esperan impacientes la hora de comenzar de nuevo la jornada magnífica de
la redención, y hoy más que nunca la confianza en el éxito inmediato de
nuestra causa agita todos los corazones. ¡Fe y adelante!”
Hay, señores, en el mundo moral como en el mundo fisico ciertas conmociones internas que no son más que avisos anticipados de choques profundos que han de transformar de algún modo la marcha ordinaria de la vida o
de la naturaleza. Los previsores no desatienden éstos avisos; antes al contrario, procuran actuar dentro de ellos. Los irreflexivos, como la cigarra de
la fábula, viven despreocupados y á la postre la catástrofe los hace víctimas
de su imprevisión. Quienes no ven la revolución, justa y reparadora, que
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flota en el espacio, agita todas las conciencias, anuda con lazo fraternal á
las emigraciones, y se manifiesta en el descontento expresivo y amenazador
de las clases laboriosas y productoras de nuestras islas esclavizadas; quienes no ven la revolución en el respeto, cada vez más acentuado, con que
Cuba, y fuera de Cuba, en los Estados Unidos y en toda la América del Sur,
se trata al Partido Revolucionario Cubano, y desconocen la inmensa labor
que ha hecho, las voluntades que ha aunado, los recursos que ha acopiado,
los valiosos elementos que lo secundan, en una palabra, la rectitud y pureza
con que ha procedido en la árdua misión que tiene á su cargo; quienes no
ven la revolución en la valiosa aquiescencia de tantos ojos de fuego que
brillan en este amplio salón, y en tantos brazos viriles y cabezas altivas que
se mueven á impulso de patriótica comunidad de ideas; quienes no ven la
revolución en tan ostensibles señales y en otras que la prudencia ordena
callar, a esos ciegos de obcecación hay que compadecerlos porque, como la
cigarra de la fábula, los sorprenderá el invierno sin haber hecho en el verano provisión de unión y concordia entre las huestes revolucionarias, y la
ventisca helada lo arrebatará en su curso, sin cuidarse de las exclamaciones
de rabia ó de despecho que lancen.
En cuanto a nosotros, nos sentimos poseídos de visión inefable. Parécenos
ver flotar á nuestro alrededor, pero no con el rostro ceñudo de años anteriores, sino resplandecientes de alegría, á los padres de nuestra independencia,
que no han muerto ni morirán en el culto piadoso de nuestros corazones:
rumor de palmas acaricia nuestros oídos; sol de fuego acelera el ritmo de
nuestras venas; brisa, saturada del perfume de nuestras flores embriagadoras, orea nuestra frente; el Mar Caribe, con su ondulante transparencia, nos
recuerda días plácidos de la infancia; un cielo espléndido ostenta su turquí
como nunca diáfano, y luz, perfume y armonía, y libertad, justicia y derecho,
nos presentan la imagen de la patria feliz é independiente.
¿Será que estamos cerca del fin, y un presentimiento alentador se anticipa á nuestros deseos?
No lo sabemos; pero el reformador Mahoma lo consignó en su libro sagrado, y PATRIA lo ha repetido: “A la sombra de las espadas se encuentra el
Paraíso”. He terminado.
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