La Mucama - Obrapropia

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La Mucama
Elizabeth
Blackwood
Un adolescente inexperto
descubre las delicias del sexo
de la mano de su mucama
Luna Blanca
La Mucama
Elizabeth Blackwood
© 2016 Luna Blanca
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Fecha de registro: 08-ene-2016 12:16 UTC
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Todos los derechos reservados
La
Mucama
Elizabeth
Blackwood
La Mucama
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Fue una semana di�cil para Amira, aunque también lo fue para
Claudio. Lo que había ocurrido entre los dos no tenía explicación
para la mujer. Decir “entre los dos” sería injusto porque en realidad
la responsable había sido ella… Y es que Amira, mientras bañaba al
chico, reaccionó como mujer al ver su pene erecto. Esa noche no
pudo dormir. No dejaba de culparse por lo sucedido. Su “chiquito” se
estaba haciendo hombre y era normal que reaccionara a sus manoseos.
Bueno, en realidad no habían sido manoseos pues ella –la mucama de
la casa– lo bañaba desde que había sido un bebé… Y es que su madre
era una médica muy ocupada y nunca pudo dedicarle �empo a su hijo.
Amira, una guapa mujer árabe, era casi una madre para Claudio, cuyos
padres dicho sea de paso vivían en Siria y eran adeptos al Islam. Fue así
que mientras lavaba a su “nene” notó que éste tenía el miembro erecto.
Claudito tenía doce años y ya estaba ingresando a la pubertad. Amira lo
había bañado miles de veces estando él parado en la �na con agua, y
le había refregado la espalda, la cola, las piernas y también su “pi�llo”.
Todo con absoluta ternura pues para ella Claudio era su “bebé”. Pero
resulta que su niño se había hecho grande y cuando sin�ó que ella le
enjabonaba el “pi�llo” no pudo evitar tener una erección.
Al principio Amira le restó importancia, notó el pene empinado de su
pequeño y le siguió refregando el prepucio con absoluta naturalidad…
Pero el pimpollo del chicuelo se endurecía cada vez más a cada
pasadita de esponja y fue allí donde Amira –como presa de un extraño
hechizo– soltó de inmediato la esponja y…. ¡empezó a enjabonarlo con
sus manos!
Sí, lo empezó a masturbar. Con sus dedos largos y finos empezó a
�rarle el cuerito…
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Al ver que su niño se había puesto ingrávido a causa de sus masajes,
le preguntó qué cosa le ocurría, a lo que Claudio apenas si pudo
responder.
– ¿Lo �enes durito Claudio? –le había preguntado la mucama.
– Sí –le contestó el pequeño, que estaba �eso como momia.
El recuerdo de esa imagen la abrumaba, ¿cómo pudo hacerle eso
a su “Claudito”? Si había sido ella quién lo había llevado al kínder, le
había hecho la leche y lo había cuidado en sus días de enfermedad.
Amira conocía el cuerpo del niño pues lo había higienizado y arropado
desde la cuna. Sabía que tenía las bolas pequeñas y que su cola era bien
respingada. Toda la vida le había me�do la mano entre las piernas para
lavarle su “cosita” pero nunca se imaginó encontrarse con un miembro
erecto en plena demostración de su poder… Cuando lo vio sin�ó una
excitación, sus ojos brillaron y entró en un estado de trance. De repente
ya no era su “nanita”, era una mujer común y corriente como las otras.
No sin�ó vergüenza por eso y le siguió enjabonando con esmero su
pi�n. Cuando vio que ya estaba bien duro, con�nuó con la higiene, pero
esta vez sin la esponja…
– ¿Te gusta que te lo acaricie? –le había preguntado ella.
– Sí nanita… –le respondió con voz entrecortada.
– Bueno, vamos a ver qué tan duro se pone…
Y Amira le empezó a manosear el pi�llo con más virulencia ahuecando
su mano morena como si fuera una autén�ca vagina…
– ¿Te gusta así Claudito? ¿Te gusta tenerlo bien duro? –le dijo
esbozando una sonrisa.
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– ¡Sí nanita! ¡Sí! –no paraba de repe�r el niño mientras sus ojos se le
llenaban de sangre.
Amira se sin�ó feliz al contemplar la cara del púber. Su pequeño había
crecido y ahora tenía deseos de hombre. “Ya no puedo tratarlo como
un crío, ahora tengo que tratarlo como lo que es, un guapo y hermoso
jovencito”, se dijo a sí misma convencida. Pero pronto salió del extraño
trance y volvió a ser la mucama de siempre…
– Bueno, ya basta de juegos –le dijo a Claudio haciendo un esfuerzo
para disipar sus lascivos pensamientos– Ahorita mismo te doy una
enjuagada y te vas directo a la cama. Nada de Play Sta�on que tu madre
se va a enojar…
La cara de Claudito estaba roja, su corazón no paraba de la�r. Aunque
Amira ya había vuelto a ser la misma, el pequeño todavía seguía en
trance. Ella terminó de bañarlo, haciendo esfuerzos para que su mano
no volviera a tocar su miembro. Y cuando el chico salió de la �na para
que su “nana” lo secara, la mucama no pudo apartar la mirada de aquel
miembro infan�l que aún seguía erecto, y es que, aunque ya lo había
dejado en paz, todavía no se había repuesto de las delicias recibidas.
¿Cuántos años habían pasado? se preguntaba ella mientras lo miraba.
Muchos, pues ahora Claudio tenía doce años y ya se estaba haciendo
hombrecito. ¡Qué lejos había quedado aquel recién nacido que recibió
bajo su cuidado cuando entró a trabajar en esa casa! Con su piel toda
rosadita y su boca llena de baba. Amira sen�a remordimientos, no podía
perdonarse su accionar…
La mucama era de piel morena como muchas mujeres de su país. Era
muy agraciada �sicamente pero tenía poca instrucción. Huyó de Siria a
causa de la guerra civil que asolaba su país y se radicó defini�vamente
en España cuando tenía 16 años. Ahora ya con 28 años, tenía su
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documentación en regla ya que Yolanda, la señora de la casa, se había
encargado de conseguirle la residencia. Como la madre trabajaba todo
el día ella se hizo cargo del recién nacido, convir�éndose casi en la
madre del chiquillo, un hermoso niño hispano a quien aprendió a querer
y a cuidar. La “turca” (como le decían todos) era muy entrada en carnes
y no era, si mirábamos su cuerpo, lo que podríamos llamar la mucama
ideal… pero como su patrona estaba separada y no había ningún
hombre en casa (salvo Claudio, que aún era un chiquillo) las beldades de
la joven asiá�ca no resultaban un problema para la casa. Al menos hasta
ese momento… Por lo demás Yolanda no podía quejarse de nada, su
mucama –que trabajaba a �empo completo– había sido la mejor madre
para su hijo. Aunque los fines de semana no estaba en casa (vivía sola
en una pensión), el �empo que pasaba en ella lo dedicaba de pleno al
niño. Sin embargo el niño ya no fue el mismo después de lo sucedido
en el baño. Los cambios ocurridos en Claudio alteraron la relación entre
los dos. Y es que Amira venía de un país con mucha represión sexual. En
Sira el sexo es tabú y a la mujer no se le permite la libertad. Desde niña
se le enseñó a ser sumisa y a que debía cuidar a sus hermanos. Y esa
educación de mujer tradicional le facilitó el cuidado de Claudio. Sus años
vividos en España le depararon no pocos candidatos… Muchos hombres
se le habían acercado con las más diversas promesas. Desde llevarla a
vivir a las Canarias hasta conseguirle un empleo seguro. Pero Amira los
había rechazado pues temía perder su libertad. Le asustaba pasar sus
días en un país extraño como ama de casa. Se había acostumbrado a
manejar sus �empos, a tener su dinero y a no rendirle cuentas a nadie.
Le gustaba el ambiente europeo tan diferente a su país natal. Pero esa
libertad tenía su precio; todavía no había encontrado el amor, todos los
hombres con los que había salido habían sido experiencias pasajeras.
Sin haber superado sus culpas y tratando de olvidar lo sucedido,
la mucama trató en los meses siguientes de aumentar su conducta
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maternal. Cuando tocaba el momento del baño ella intentaba actuar
con naturalidad, aún a sabiendas de que Claudio se estaba haciendo
grande y que quizás sin�era vergüenza de que su “nana” todavía lo
siguiera bañando. Pero Claudio, para su sorpresa, no se opuso a que
ella lo bañara. Lejos de mostrarse molesto parecía disfrutar de esos
ín�mos encuentros. La mucama aún recordaba que cuando Claudio era
más pequeño se bañaba en la �na junto ella, ambos completamente
desnudos. Para Amira había sido algo normal pues no había malicia en
ello. En una ocasión en que ella se refregaba el cuerpo con la esponja
bajo la regadera descubrió que Claudio, sentado en la �na, seguía
con atención cada uno de sus movimientos. El niño le había estado
mirando con asombro las tetas bamboleantes, bamboleantes y muy
carnosas porque ¡vaya si Amira tenía tetas! “¿Qué te pasa Claudio?
–le había preguntado– ¿Te llama la atención mis tetas?”. Pero el niño
no le respondió, sólo esbozó una pícara sonrisa. Seguro –pensó en ese
momento– que le había espiado mil veces las nalgas cuando ella se
quitaba el calzón o se enjabonaba el enorme trasero. Incluso su peluda
pepa con esos ojos llenos de curiosidad. Ahora lo recordaba bien, había
algo extraño en la mirada de Claudio, pero ella no hizo mayor caso
atribuyendo eso a la casualidad.
Como Amira se había hecho como de la familia, era normal que
Yolanda la invitara a cenar. Su mucama hacía las veces de dama
de compañía, lo que la llevaba a compar�r con ella innumerables
momentos. Cuando eso ocurría se quedaba a dormir en la casa, lo que
le ahorraba tener que viajar al día siguiente hasta allí. En esas tardes su
patrona le contaba de sus experiencias con sus pacientes, de lo mal que
estaba la salud en España y los congresos que estaba preparando. Amira
no tenía mucha cultura pero escuchaba pacientemente a su señora. Y no
es que haya provenido de una familia ignorante sino que en los países
árabes a la mujer no le está permi�do aprender. Una noche, cuando
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estaba durmiendo en el cuarto que Yolanda le reservaba cuando se
quedaba, Claudio había ido hasta su cama para pedirle que le dejara
dormir con ella. Amira, soñolienta, aceptó sabiendo que su madre no
tenía problemas con eso, y el chico, aprovechando su estado y sin darle
�empo a reaccionar, se acurrucó bajo las cobijas junto a ella poniendo
su carita entre sus voluminosos pechos…
– ¿Qué te pasa bebé? –le dijo adormecida sin ser consciente de que
ya no era un “bebito”– ¿Acaso estás asustado por algo?
– No nanita, es que quiero sen�r tu calorcito. Quiero que te quedes
abrazándome porque para mí eres como mi mamá.
Amira se sin�ó conmovida por las palabras �ernas de su niño y le
cruzó la espalda con su brazo sa�sfaciendo de esa forma su reclamo.
Pero resulta que en medio de la noche Amira se despertó agitada, y
descubrió, para su sorpresa, la mano del niño me�da en su bombacha
bien pegadita a su monte de Venus. Asustada prendió el velador y vio
que su niño estaba dormido. O al menos eso parecía. Su rostro, con los
ojos cerrados, aún seguía apoyado en sus pechos.
No había dudas de que Claudio no era el mismo, ya estaba empezando
a sen�r otro �po de emociones. Y parte de ese cambio se debía a lo que
había sucedido en la bañera… Sin querer la mucama había despertado
sus deseos y ya no la miraba como su “nana”. Para el chico su “nana” era
una mujer, y una mujer muy accesible para él ya que trabajaba en la casa
a �empo completo. Al llegar a esta conclusión, Amira tuvo que tomar
una decisión, pues si elegía quedarse en esa casa iba a tener que lidiar
con los deseos del chico. Como no quería dejar su trabajo y además
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apreciaba mucho a su patrona, eligió hacerse responsable de sus actos y
cambiar su conducta frente al pequeño. “Ahora tengo que ser diferente
con él, tengo que acompañarlo en su desarrollo de hombre”, se dijo
convencida.
Sabía que era un juego peligroso pero no se podía negar. Y mientras
fueron pasando los días la mucama fue cediendo a su propia calentura.
Y a la de su niñito, desde luego, pues éste se desesperaba más conforme
iban pasando los días… Cuando llegó la hora del baño, Amira trató de
disimular sus sen�mientos. Presen�a que mientras lo bañara volvería
a presenciar la erección… Y así se dieron las cosas, ya que dentro de la
�na, mientras enjabonaba la espalda del chico, éste, a minutos de estar
con ella, ya mostraba orgulloso su potente virilidad...
Amira trató de no mirar o no hacer caso pero le fue imposible.
Entonces le dijo con firmeza:
– Mira Claudio, si te sigues poniendo así vas a tener que bañarte
solo…
– ¿Por qué? ¿Qué cosa mala he hecho?
– No te hagas el tonto… ¡Mira cómo �enes el pájaro!
– No lo puedo evitar… Siempre se me pone así.
– Siempre no. Antes no se te ponía…
– ¡Antes! Pero ahora sí... Cada vez que me pasas la esponja se me
empieza a levantar.
– Entonces es que ya eres un HOMBRE. Y si eres un hombre, entonces
ya puedes bañarte solito…
– Oye Amira, ¿A � también se te pone duro?
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– ¡Cómo duro! ¡Yo soy una MUJER! Las mujeres no tenemos esa
“cosa”.
– ¡Cómo que no! Ustedes también �enen un “pi�to”. Un compañero
de clase me dijo que sí…
– Ya deja de hablar tonterías y levanta la pierna así te lavo el pié…
¿Cuándo viste que las mujeres tenemos pi�to como los hombres? ¿Ya te
olvidaste de los días en que te bañabas junto conmigo?
– Es un pi�to chiquito que las mujeres �enen escondido en la rayita.
– ¡Ay niño! ¡Ya deja de hablar! Eres muy chico para saber esas cosas…
–le dijo la mucama agitada sin�endo que el alma se le iba del cuerpo.
– Anda nanita… muéstrame tu pi�llo. Quiero saber porqué tú y yo
somos diferentes.
– Ya deja de hablar tonterías y date la vuelta que tengo que enjuagarte
la espalda.
Claudio obedeció a la mucama. Se dio media vuelta y dejó que el
agua le corriera.
– Bueno, ya que sientes tanta curiosidad por saber cómo somos las
mujeres, te digo que pronto serás mayor y en la escuela conocerás a
muchas chicas. Luego te pondrás de novio y hasta puede que te cases
con una de ellas.
– A mí me gustas tú, nanita.
– ¡Ay Claudio! ¡No sabes ni lo que dices! Yo soy casi tu mamá, a mí me
quieres porque yo te quiero mucho también...
– No nana, tú me gustas mucho de verdad. Me gusta mucho cuando
me bañas o nos bañamos juntos como ahora. Me gusta ver tu cuerpo,
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tus tetas, tus nalgotas, tu cosa peludita, todo eso me gusta… –la mucama
se había puesto roja.
– Ya te dije que no sabes lo que dices, chiquito, y no está bien que
me veas como mujer. Si sigues insis�endo con eso dejaré que te bañes
solo.
Amira terminó de enjuagarle y lo sacó de la �na para secarlo.
Mientras le secaba el cuerpo con el toallón notó que el palo del chico
aún seguía duro.
– Quiero que me enseñes tu cosa, nanita –le rogó el chicuelo.
– ¡¿Qué?!
– Quiero ver tu pequeño pitulín.
– ¡Ay Claudio! ¿Qué me estás diciendo? ¿Acaso te olvidas de que aún
soy tu nana? Además, para qué quieres verme “eso” si ya vas a tener
�empo de mirárselo a tus novias... Cuando llegue el día en que te hagas
mayor te vas a cansar de mirar “botones”.
– ¿Botones? ¿Así se llaman? Qué nombre más gracioso �ene…
– Sí, “botones”. Porque es como un “botoncito”, no un “pi�to de
nene” como te han hecho creer esos críos…
– ¿Pero por qué esperar tanto nana? ¿Qué hay de malo en que
lo “descubra” ahora? Anda nanita, sé buena, muéstrame cómo es tu
botoncito…
– Eso no está bien ¿en�endes?, eso no está bien… ¿Cómo me pides
que haga esas cosas?
– ¡Entonces hazme la PAJA! Hazme la paja como AQUELLA VEZ…
– ¿¿La PAJA?? ¿De qué cosa estás hablando Claudito? ¿Qué es eso de
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que te haga la PAJA? ¿Quién te ha hablado de ESO?
– Mis compañeros del cole, ellos se la hacen… Cuando yo le conté
lo que me hiciste aquel día cuando me estabas bañando aquí en la �na
ellos se rieron y me dijeron que eso era una PAJA.
La mucama volvió a enrojecerse, no halló forma de ocultar su
vergüenza. Aún así intentó mantener la calma y explicarle a su niño lo
que había hecho…
– No fue una “paja” Claudito, fue curar tu prepucio… Mira, voy
a explicarte: cuando los niños llegan a la adolescencia suelen tener
infecciones en el pi�to… Es por eso que los judíos les prac�can la
circuncisión a los varones cuando son pequeños, para que cuando sean
grandes no tengan peligrosas infecciones allí… Pero como eso es un
método muy doloroso, en mi país tenemos un método mejor, y es por
eso que yo te agité el pi�to, para que tu prepucio se dilatara sin dolor…
Algunas mamás les hacen eso a sus hijitos, ES UN ACTO DE AMOR, no
una “paja” como te han hecho creer.
El niño no estaba muy convencido con la explicación que le había dado
su “nana” y es por eso que seguía insis�éndole... Se había empecinado
en que ella accediera a mostrarle su “botoncito”. Ya cansada de tanta
insistencia la mucama cedió a su pedido.
– Está bien mi vida, te lo mostraré. Pero va a ser por única vez
¿en�endes? ¡Por única y exclusiva vez! Y después de que veas esto
no quiero que pienses más en estas cosas ¿OK?– y así, luego de esa
aclaración, la mujer se bajó las calzas, luego su bombacha de algodón
y se abrió completamente de piernas para mostrarle a su niño, como
nunca lo había hecho antes, su peluda y carnosa conejera… Claudito,
totalmente extasiado, tenía sus ojos abiertos como platos; la espesa
mata de pelos que formaban un peludo triángulo cubría bajo su
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espesura una gorda y oscura pepa.
El niñato no pudo aguantar y empezó a frotarse el tronco con su
mano, situación que llevó a la mucama a reprenderlo con severidad.
– ¿¿Qué estás haciendo Claudito?? ¡Suelta eso ya! Deja de hacer esas
cosas cuando estás en frente de tu nana.
– Es que no puedo nanita ¡Me gusta ver tu coneja! Deja que siga
tocándome que me hace sen�r muy feliz.
Amira estaba confundida, no sabía qué hacer frente a eso. Comprendía
la reacción del chicuelo pero no podía abandonar su rol de “madre”.
Poseída por un extraño sen�miento (ese mismo que sin�ó aquella vez),
apoyó uno de sus pies en la orilla de la �na para poder abrirse más de
piernas. Y, al hacerlo, vio como su niño se esforzaba en aguzar más su
mirada para escudriñarle mejor su pelambrera, que ahora mostraba una
carnosa pepa que se abría paso entre esos pelos hirsutos. Las manos de
Amira bajaron hasta su entrepierna para separar sus gruesos labios sin
poder despegar su mirada de lo que hacía el niño con su verga. La pupa
de la mucama estaba caliente y húmeda, su carne se había hinchado
y su clítoris estaba creciendo. Cuando el clítoris estuvo listo para ser
expuesto a su novato observador, �ró su prepucio hacia atrás y se lo
mostró en su total esplendor…
– Aquí está lo que querías ver... ¿Te das cuenta que no es un “pi�to”?
Es parecido, pero no igual, ¿ves? –le dijo sonriente.
Se mantuvo así, ofreciéndole a su niño el más ín�mo y calenturiento
espectáculo, con sus ojos fijos y anhelantes sobre la mano masturbadora
del chiquillo que, preso de una enajenación extrema, estaba a un paso
de conver�rse en hombre.
“¡Anda ya mi tesoro, termina!” pensó Amira para sus adentros,
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como queriendo ponerle fin al delicioso suplicio del niño. Pero Claudito
no terminaba ya que en su mente afloraban otras fantasías… Había
aprendido ciertas cosas de sus compañeros y sabía que su “nana” era
la indicada para realizarlas. Entonces, mientras ella se frotaba el clítoris
esperando a que el niño acabara, le oyó decir con voz temblorosa “¿Por
dónde nanita?, dime por dónde entra el pájaro del hombre cuando se
siente terriblemente agitado… Dime nanita, ¿por dónde se mete?”. La
mucama abrió los ojos sorprendida y pensó “Sí que estás avanzado
mocoso… ¿Quién te enseñó a decir eso? ¿Quieres jugar, verdad? ¡Aquí
vamos!”
– ¡Por aquí mi chiquito! –le contestó, celebrando feliz la astucia
del polluelo– Por esta cuevita caliente ¿la ves? –abrió con sus dedos la
vagina– Aquí hay un hoyito, una entradita, por aquí entra el pajarito…
Entra todito y se empieza a mover, entra y sale, entra y sale, y el hombre
y la mujer se van al cieeeloo…
– ¿Al cielito nanita? ¿Al cielito? –su mano no paraba de moverse.
– ¡Sí mi tesoro!, al cielito… Allí donde viven las cigüeñas.
El niñato enloquecía de emoción, su “nana” le estaba abriendo las
puertas del paraíso…. Por lo tanto quiso aprender más cosas sobre la
anatomía femenina.
– Ponte de espaldas, nanita, déjame mirarte la cola… –le ordenó sin
dejar de masturbarse.
– ¡Uy, picarón! Veo que estás avanzando rápido… ¿No me querrás
hacer algo, verdad? Mira que todavía soy tu nana ¿eh? Pero está bien, si
me quieres mirar la colita ¡aquí va!
La mucama se dio media vuelta y se puso de espaldas al niño. Alzó
su respingado trasero como lo hacía cuando estaba frente al espejo.
Se quedó quieta en esa posición para que le contemplara su abultado
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nalgatorio. Claudito, que no podía dejar en paz a su pájaro, se animó
a tocarle las nalgas buscando con su dedito el estrecho orificio… Ella
procedió a agacharse y a abrir con sus manos sus carnosas nalgotas
para que su “chiquito” pudiera llegar sin problemas a su más recóndita
in�midad.
– ¿Te gusta así mi niño lindo? ¿Se siente rico la colita de tu nana? ¿Te
gusta? Mmmm ¿También ves la pepa abierta de tu nanita? Más abajo…
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¿La ves? ¡Ay! ¡Eso no se hace! ¡Qué chico más travieso te has vuelto!
–Claudito seguía enardecido explorando las partes ín�mas de su “nana”
mientras se meneaba el palo como un loco en un estado de lujuria
total– ¡Anda niño malote! Frótese el palo mi vida, termine, váyase al
cielo, termine ya, que su nanita de solo verlo casi se muere del gusto.
La mucama, mientras le hablaba, giraba su cabeza cada tanto para
no perderse el momento en que éste, al final, acabara. Claudito ni se
daba cuenta de que ella lo espiaba por el rabillo del ojo pues estaba
totalmente absorto en sus arduos trabajos manuales. Después de unos
pocos minutos de intensa “manualidad”, la mujer, llena de sa�sfacción,
pudo ver el glorioso espectáculo de una verga virgen eyacular por
primera vez…
Gozosa miró el primer chorro salir con fuerza y mojar una de sus
piernas. Vio cómo el cuerpo del niño pegaba brincos por la fuerte
excitación. Lo miraba gozar y gemir, repi�endo una y otra vez “mi nanita,
mi nanita…”. Excitada por el gozo del retoño, fue hacia él y lo estrechó
contra su pecho. Tomó con la mano derecha su verga que seguía
eyaculando semen y le dijo con amorosa voz “Anda mi vida, así, mi
chiquito, disfrute, �re toda tu leche…”. Y mientras le acariciaba la verga
con su mano, en su mente no cesaba de repe�rse “no me podía negar,
no me podía negar…”. Y era cierto, no podía negarse, pues haberse
negado a su niño hubiese sido equivalente a clavarse una espina en el
corazón.
Amira seguía repi�éndose en sus noches de insomnio “no me podía
negar”. Ya no podría erradicar de su mente lo vivido con el hijo de su
patrona. A veces se reprochaba haber cedido, haber dejado salir a sus
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demonios. Pero tantos años de represión sexual más los escasos amantes
que había tenido en España la obligaron a encontrar en ese niño la
solución a sus irreprimibles deseos... Gozar libremente con un hombre
como lo hacen las mujeres occidentales es, para la mujer árabe, un
privilegio inalcanzable. Ellas deben relacionarse con su cuerpo conforme
a las sagradas leyes del Corán. Tener una aventura eró�ca como la que
había tenido con su “Claudito” era una indecencia imperdonable que en
su país le hubiera costado la vida. La cues�ón es que en los días siguientes
el chico se mostraba dis�nto. Más a menudo le rogaba a su madre que
le pidiera a la mucama que se quedara a pasar la noche en casa. Cuando
esos pedidos tenían éxito, el niño aprovechaba la libertad que le daba
su progenitora para irse al dormitorio de su “nana” y quedarse a dormir
con ella. Amira lo admi�a en su cama y lo abrigaba en sus brazos con
maternal cariño, no ignorando las intenciones del chico pues, cuando
ella se dormía, le acariciaba las nalgas y los pechos por encima de su
ropa interior. Ella dejaba que el niño le tocara, lo tomaba como parte de
su “iniciación”. Pero no tenía un corazón de madera y cada noche que
pasaba disfrutaba más de esos juegos. Una noche, atormentado por sus
deseos, el niño le rogó a la mucama que le dejara meter su pajarito en
su nido, pero ella se negó explicándole que esas cosas “no eran para él”,
que al ser un menor de edad debía conformarse con calmar su pajarito
“él solito”. “Ya aprendiste cómo se hace ¿no Claudito? Yo ya te enseñé”,
le decía y el niño, en medio de quejas, salía de la cama y regresaba a su
dormitorio.
Negarse a su niño le par�a el alma, sabía que el pequeño se frustraba
horrores. Y para apaciguar sus profundos remordimientos, después de
que Claudio se alejaba lloriqueando, se relajaba es�mulándose el clítoris
frotando sus dedos por encima de sus bragas. “Todavía no, mi chiquito…
todavía no” se repe�a a sí misma mientras mojaba sus bragas. En una
de las tantas madrugadas en que la mucama y el niño dormían juntos,
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sin�ó que el chicuelo tenía pegada su virilidad de hombre a su gordo
nalgatorio. La mucama dormía de espaldas al niño y éste, desde atrás, la
abrazaba. Pensó que Claudito estaba dormido y por ello aprovechó para
cambiar de posición. Pero al instante renunció al intento pues sin�ó la
mano suave del niño acariciar sus voluminosos senos sobre la gruesa tela
del sujetador... Amira dejó que le tocara pues ya estaba acostumbrada
a sus manoseos, pero cuando sin�ó los dedos del niño meterse en el
corpiño y tocarle el pezón, sufrió un estremecimiento en su cuerpo que
la dejó tan �esa como una momia. La mucama se mordió los labios y se
quedó quieta simulando estar dormida. Permi�ó que el chico la tocara
aún en contra de su voluntad. Bajo una oscuridad absoluta el infante
re�ró la mano del corpiño y empezó bajarle la calza creyendo que su
“nana” seguía dormida. Amira seguía paralizada, no sabía qué decisión
tomar. El niño le bajó la calza, luego la tanga y se prendió de sus nalgotas.
Las tocaba como si amasara pan, con esa pasión de los jóvenes púberes,
ora apretándolas, ora abriéndolas, ora me�endo sus dedos entre ellas.
Amira hacía esfuerzos sobrehumanos por mantenerse indiferente a
eso, pero su voluntad por frenar lo que deseaba se hacía cada vez más
insostenible… Cuando ella quiso girar su cuerpo para abortar el intento
de Claudio –siempre haciéndose la “dormida”– la mano de su querido
niño ya se había me�do en su pepa…
Fue la gota que rebasó el vaso, la que derribó los muros de la
moralidad. Una electricidad tan deliciosa como el almíbar se le me�ó
por debajo de la piel. Fue tan potente lo que vivió en esos segundos
que hasta el es�nter se le contrajo… Los dedos alargados de Claudio
ya jugueteaban dentro de su canal. El cerebro le funcionaba a mil como
consecuencia de la osadía del niño, por lo que decidió que ya era el
momento de abandonar todos sus escrúpulos. “Sigue así mi chiquito,
sigue así… Sigue explorando que yo me haré la dormida”. Al ra�to la
mucama sin�ó como el mocoso se empezaba a masturbar. Podía sen�r
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su aliento caliente, entrecortado y húmedo recorriendo su espalda. Eso
la excitaba más, saber que su chiquito se calentaba por ella. Ya estaba a
punto de darse media vuelta para par�rse al mocoso al medio cuando su
crío, sin darle �empo, le puso el miembro entremedio de las nalgas. La
mucama sin�ó el duro garrote deslizarse por el valle de su culo, lo sin�ó
moverse, entrar y salir entre los cachetes firmes y carnosos. “Eso es mi
chiquito, córrase todo… mójele las nalgotas a su nana”. Y el chiquito se
movía y se movía haciendo que la mucama se pusiera más caliente. La
pepa de la oriental mujer se escurría en líquidos viscosos. La envidia que
sen�a por su “vecina” era proporcional a su goce. “Anda ya, termina
pronto” se dijo la mujer impaciente. La verga iba y venía hasta que por
casualidad se clavó en medio de la raja…
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Quizás fue la inexperiencia del niño o el accionar del subconsciente
de la mucama lo que llevó a que la verga del niño terminara en el lugar
que terminó, pero el pajarillo del joven Claudio, que minutos antes
jugueteaba entre las nalgas, ahora entraba y salía por el matoso nido
de su nodriza. Las embes�das eran más fuertes ahora, más urgentes,
más desesperadas, la mucama lo sen�a chocar contra su nalgatorio una
y otra vez. “¡Dame así, mi chiquito! ¡Dame así!” decía Amira con la voz
de su mente feliz por ese inesperado desenlace. “Mi pequeño hombre,
mi pequeño hombre…” repe�a en silencio una y otra vez, orgullosa de la
gran exhibición de virilidad del niño. Cuando por fin el crío se puso tenso
y avisaba que estaba por eyacular, la mujer por primera vez en su vida
sin�ó el supremo placer. “Vamos mi chiquito, córrete, mójale la pepa a
tu Amira”. Y el chiquillo al fin se corrió, con la verga atrapada entre los
gruesos labios. Por fin tuvo su primer orgasmo con una mujer de verdad.
Un orgasmo sublime y glorioso que jamás en su vida olvidaría.
Cuando el niño acabó su acto con la complicidad secreta de la
mucama, se quedó quieto unos minutos con su cuerpecito pegado al
de ella. Ya, más relajado, sacó su verga del delicioso refugio. Luego le
subió la calza y se abrazó a la mujer por detrás. Amira apenas se movió,
siempre haciéndose la dormida, pero dejó que su niño la abrazara y así
se durmieron hasta la mañana siguiente.
A esa primera vez siguieron otras relaciones más, sólo que después
de la primera Amira no necesitó fingir. Llegó a un acuerdo con el niñato
de hacerlo sin que su madre se entere, bajo la escusa de que ya estaba
cansada de sus constantes insistencias. Pronto Claudio, con la ayuda de
su mucama, adquirió una inusual experiencia; sus erecciones eran más
duraderas, por lo que Amira podía tener más orgasmos. Como ya se había
hecho un hábito sus nocturnos y apasionados encuentros la mucama lo
esperaba cada noche ya sin pantaletas, para que la ataque sin más. Así,
cuando el muchachito se replegaba lleno de emoción en sus abultadas
La Mucama
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nalgas ella le paraba el trasero facilitándole el delicioso trajín. Conforme
iban pasando los meses la mucama iba ensayando diferentes posturas.
Le enseñó a cabalgar sobre su espalda –como si fuera un jinete–
agarrándose de sus tetas. También el tradicional misionero y la célebre
“piculina” pero con la mujer en la silla. El cunnilingus era obligado,
prác�ca infaltable antes de empezar cualquier acto… y después de que
el chiquillo “cumplía” la mucama le abría las puestas al circo. Consciente
de que el placer del chico era, por lógica, superior al suyo y no queriendo
desperdiciar para sí la primera etapa de su crecimiento sexual, Amira
–cuando hacían la piculina en la silla– había puesto un espejo debajo
de la cama para espiar al chico cuando le daba por atrás. Así, cuando el
chiquillo empezaba, ella sacaba el espejo que tenía escondido sin que el
púber se diera cuenta... Y cuando al fin el niño acababa entre estertores
y gemidos agudos, ella disfrutaba como ninguna contemplando por el
espejo cómo sus piernas le temblaban. Desde luego ese placer inicial
se acabó cuando Claudio aprendió a controlarse y ya no le temblaban
más las piernitas como le ocurría las primeras veces. Algo que sí no se
cansaba de pedirle Claudio a su nana en esas noches de pasión era que
ésta le prac�cara el “pastorcito”. El pastorcito fue un juego que una
noche le prac�có ella por ocurrencia y que al chico le gustó tanto que no
paraba de pedírselo. Por suerte para la mujer, un día el chico se cansó de
ese juego y ésta pudo al fin ensayar otro �po de cosas. Dicho juego sólo
puede prac�carse cuando la mujer es más alta que el hombre, cosa que
se da generalmente entre una mujer adulta y un adolescente. Tal acto
se daba cuando él la penetraba por atrás de parado y estando siempre
al límite de eyacular. Llegado al punto, ésta lo alzaba sobre su espalda
teniéndolo tomado por los brazos. Como el chico no era demasiado
alto y no pesaba mucho, su nana lo alzaba por su espalda quedando
éste montado sobre ella igual como si fuera un cabrito. Al tener el niño
las piernas más cortas que ella, éste quedaba con las pa�tas colgando
por atrás cuando Amira, al es�rar las piernas, quedaba con su cadera o
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culo bien levantado. Ya, sin punto de apoyo y al límite de la excitación,
Claudio no podía “hacer pié” en el momento que se estaba corriendo,
dando pedaleadas en el aire como un cabri�llo mientras descargaba
su leche... Amira, cuando lo sen�a patalear y chillar como una niña, lo
sujetaba bien fuerte con sus brazos y no le permi�a apoyarse en el piso
para obligarlo a realizar su descarga sólo con la fuerza de su vientre…
lo que hacía que el niño volara por un río de placeres supremos. Todos
estos juegos de cama fueron transcurriendo hasta que un día, fruto de
un descuido, pasó infelizmente lo que tenía que pasar. Y es que Claudio
alcanzó un desarrollo prematuro de su cuerpo a la edad de trece años.
Su organismo, que había alcanzado la hombría, lo había trasformado en
un hombre fér�l. En una de esas noches desenfrenadas la mucama no
tomó las prevenciones necesarias y el día que le tocaba “la regla” ésta,
inesperadamente, no le llegó…
Fue un duro golpe para Amira pues ella no esperaba quedar
embarazada. Con un embarazo a cuestas no podía con�nuar realizando
su trabajo. Se dirigió desesperada al médico y éste le recomendó que se
pusiera una inyección… “No te sientas culpable –le dijo el médico– son
cosas que pasan, afortunadamente, tu embarazo no �ene más de
20 días”. Amira eligió seguir, no sin remordimientos, los consejos del
médico y procedió a ponerse la inyección abor�va para interrumpir el
inesperado embarazo. “No he come�do pecado –se repe�a una y otra
vez– es tan sólo una célula, no he matado a ningún BEBÉ.” A la mañana
siguiente de haber ido al médico la mucama tuvo que decidir si quería
seguir cogiéndose a Claudio o no. Su decisión final fue que quería seguir
cogiéndose al chico, pero tomando esta vez los recados necesarios para
evitar quedar embarazada. Volvió ir al médico en esa misma semana y
éste le recomendó que tomara unos an�concep�vos. No obstante, la
culpa del aborto –contrario a sus creencias– no la dejaba en paz.
Conforme iban pasando las semanas Amira se iba sin�endo mejor.
La Mucama
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El mal momento causado por el aborto cedía su lugar al relajo. Claudio,
que ahora ya era un adolecente, tomó distancia por un �empo de su
mucama al adver�r que ella no se sen�a con el ánimo o el humor de
siempre. Empezó a frecuentar algunas chicas gracias a su mente “más
despierta”, aunque sin concretar nada al respecto ya que éstas, por lo
general, lo ignoraban. No queriendo inver�r su energía en conquistar
mocosas con ínfulas de mujeres adultas, Claudio intentó reconstruir
su anterior relación con la experimentada mucama, “¿Para qué perder
el �empo con niñatas teniendo en mi casa una mujer de verdad?”,
y convencido de ese pensamiento empezó a asediar a la ape�tosa
mujer. Una tarde, cuando él estaba ocupado haciendo su tarea escolar,
la mucama se le acercó y le dijo “Esta noche te espero en mi cama”.
Claudito pensó con júbilo “¡Bingo! por fin se me dio”. La mucama lo
esperó sin pantaletas planeando para el chico una noche diferente.
Cuando Claudio se me�ó en su cama no lo dejó penetrarla por la vagina.
Se puso boca abajo sobre la cama acomodando la almohada debajo
del vientre. Luego sacó un consolador y le lo me�ó bien profundo en el
recto. Mientras la mucama se masturbaba con el aparato el chico hacía
lo mismo con el suyo. Cuando vio que Claudio ya estaba al palo lo invitó
a que le hiciera “la cola”. Claudio no se hizo esperar y arreme�ó sobre
el culo de su nana, ya sabiendo hasta dónde podía llegar después de ver
lo que hacía el consolador. Planchado sobre la espalda de la mujer le
me�ó el carajo hasta el fondo…
– ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaah! –gemía la mujer a cada empuje del chico. El
placer de estar montada por “su niño” compensaba para ella el dolor
recibido.
Claudito se sacudía como un loco al sen�r su pingo hundirse en
suculento culo. Descubrió que la sensación era dis�nta a cuando la me�a
por la carnosa pepa. Se agarró a las tetas de la mujer para mul�plicar
su lujuria infan�l, y así, como si fuera un llanero, empezó a cabalgar
Elizabeth Blackwood
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al grito de ¡Aiooo Silver! Atrás habían quedado las caras vanidosas de
esas niñas estúpidas; la mucama las había borrado con una exhibición
de salvaje feminidad. El dolor del culo de Amira se iba esfumando
mientras aumentaba su calentura, pues el brío de su joven criado ya
la había puesto súper cachonda. Alargó su mano sobre su vientre para
es�mularse el clítoris mientras el niño la carreteaba. Empinó aún más su
trasero para facilitar su acto manual. Claudio sin�ó cómo las nalgotas de
su querida “nana” se elevaban hacia arriba. Y eso parece que lo mo�vó
pues empezó a carretear con más fuerza…
– Así, mi chiquito, así… dame duro, ponte malote... Eso nene malo,
véngase, llene de leche el culo de su nana.
La Mucama
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Claudio cambió de ritmo y empezó a cabalgar con una fuerza
inusitada. Las palabras lascivas de la mucama explotaron en su mente
como una granada de mano. La tranca se clavaba en el culo con un vigor
que enloquecía a la mujer, que a su vez no paraba de frotarse la pepa
caliente con total frenesí. Sin�ó que el chico se había venido cuando un
calor �bio inundó completamente su recto. Claudito había lanzado un
grito mudo, en medio de estertores, temiendo despertar a su madre
que dormía.
Los amantes dejaron de moverse, completamente exhaustos por
el delicioso trajín. El chico se quedó tendido sobre la espalda de su
“nana” con la verga me�da en el recto, verga que aún se mantenía �esa.
Amira se sen�a sa�sfecha, su apuesta a lo nuevo había superado sus
expecta�vas. La muestra de hombría de su “niño” merecía sin dudas una
medalla de honor. Más tarde, los cuerpos se separaron y se acomodaron
convenientemente en la cama. La escena finalizó con Claudio aferrado a
los melones de la mujer mamando y mordisqueando los pezones como
si fuera un pequeño becerro.
Con el paso del �empo el secreto bien guardado entre Claudio y la
mucama salió a la luz. Las sospechas de la madre crecían hasta que un
día no le quedaron dudas. Ella sabía que su niño, muchas noches, se
me�a en la pieza a dormir con “la turca”. Lo había permi�do porque
hasta ese entonces su hijo era un infante y la mucama –de su absoluta
confianza en años– una mujer adulta. Pero los años habían pasado sin
que ella percibiera el crecimiento de Claudio, tan ocupada en vivir para
su trabajo, asis�endo a congresos, en fin, en su éxito profesional. Y era
lógico que su hijo, al hacerse adulto, sucumbiera un día a su floreciente
virilidad. Nunca se preocupó de la belleza de la mucama pues hacía
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años que no vivía con un hombre. Su pareja la había dejado a poco
de embarazarse de Claudio y, desde aquél día, no había establecido
ninguna relación seria con nadie hasta la fecha. Entonces, en base a
eso, la pregunta era ¿sen�r celos por quién?, ¿por su hijo?, si era un
chicuelo… Pero claro, el chicuelo, aunque niño, era un hombre al fin de
cuentas y él, con el avance de los años, sí se iba a fijar en su mucama
que sólo le llevaba dieciséis años por delante... “Esto pasó porque yo lo
descuidé, es mi absoluta culpa” se dijo a sí misma con gran sabiduría.
Por eso un día tuvo una conversación a solas con su mucama para
plantearle la situación.
Los resultados de ese coloquio influyeron más en Claudio que en
Amira, ya que ésta, a pesar de que seguía trabajando como mucama en
la casa de la médica, ya no lo hacía a �empo completo y no se quedaba
a dormir allí. Claudio se enojó mucho con su madre por los cambios que
había hecho, pero ésta no cedió a las demandas de su hijo recordándole
de que ya no era un “niño”. El chico, como todo adolescente, a veces
se las ingeniaba para burlar a su madre. Se pegaba unos faltazos al
colegio para pasar la tarde con Amira, pero ella ya no lo aceptaba como
antes temerosa de perder el empleo. “Tu madre nos puede descubrir y
a mí me ponen de pa�tas en la calle… ¡O me pone una denuncia y voy
presa! En�éndelo mi chiquito…”. Con el �empo, la mucama consiguió
otro trabajo mejor lejos de esa ciudad y se fue a vivir allí, dando así su
adiós defini�vo a esa familia que había servido con tanto amor durante
más de diez años... Fue un duro golpe para Claudio la separación de su
querida “nana”. Por meses anduvo decaído siendo incapaz de disfrutar
de las cosas. Las fotos y sus hermosos recuerdos quedaron para siempre
grabados en su celular. Aunque intentó, con el pasar de los años, ubicar
a la mujer por el Facebook u otra red social, nunca pudo dar con su
“nanita”, a quien parecía habérsela tragada la �erra.
u
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