JUVENTUD, VIOLENCIA Y POLITÍCAS PÚBLICAS EN AMERICA LATINA INTRODUCCIÓN El objetivo de este documento es evidenciar la situación de los jóvenes en riesgo de América latina y de proponer políticas para enfrentar este problema. La importancia de tratar el problema de la juventud en riesgo deriva del nivel de violencia que registra el continente y que “equivale a destruir gran parte del capital humano que el sistema educativo crea todos los días” (LONDOÑO, GAVIRIA, GUERRERO, 2000). Deriva también del hecho que la región hasta 2020 tendrá el mayor contingente de jóvenes de su historia y que la cohesión social de las sociedades latinoamericanas dependerá de la capacidad de integrar a la juventud como actor social central y no marginal. Este documento describe primero la situación de los jóvenes en riesgo y analiza las condiciones institucionales de la formulación e implementación de programas adecuados. Posteriormente se focaliza en las diversas tipologías de intervenciones. 1. Jóvenes y riesgo Hablar de Juventud en situación de riesgo no es tarea fácil. Primero, porque el concepto de juventud implica asumir un enfoque amplio que por un lado permita focalizar sobre determinados grupos pero que además considere que lo juvenil sobrepasa con creces una definición etarea. En este sentido, cualquier definición de juventud implica reconocer que la etapa juvenil es el período en el cual se produce con mayor intensidad la interacción entre las tendencias individuales, las adquisiciones psicosociales, las metas socialmente disponibles y las fortalezas y desventajas del entorno (KRAUSKOPF, 1999). En este sentido, y sin entrar en la discusión sobre los limites de edad de la juventud que varían según los países y sobre lo que se entiende por jóvenes, se asume aquí que la juventud cubre básicamente dos períodos. El primero, el de la adolescencia, que se extiende desde la edad de la pubertad alrededor de 12 años que marca la ruptura con la infancia, hasta la edad de la entrada en el mundo del joven adulto. La adolescencia es un período de formación física, intelectual, afectiva y ética y es también un período de cambio y ruptura marcado por la búsqueda de identidad. En el período de la adolescencia los factores de socialización principales son la familia pero en forma siempre menor con respecto a la infancia, y por otra parte la escuela y sobre todo los pares. De hecho como lo han demostrado los estudios basados sobre los meta análisis, la influencia de los pares es predominante en el pasaje a actos de violencia o comportamientos en conflicto con la ley o incívicos más que cualquier otra influencia (BLATIER, 2002). El segundo período, el del joven adulto es caracterizado por una doble búsqueda: la de entrada en el mercado de trabajo sea en forma directa sea a través de estudios o capacitación que la facilitan y la búsqueda de construcción de su propia familia. Se extiende hasta más o menos 2529 años (los países adoptan limites diferentes), es decir, la edad aproximativa de formar una familia. En este segundo período la familia de origen si bien continúa a cumplir un papel de apoyo, es sobre todo como red de protección que permite al joven tener vivienda, financiar sus estudios o sostenerse durante fases a veces largas de búsqueda de trabajo. La escuela juega un papel menor en materia de educación, es principalmente una instancia de calificación profesional 1 y menos de socialización. Los pares en la formación, el uso y calidad del tiempo libre y el trabajo juegan un papel más influyente. Pero son sobre todo las perspectivas de acceso al mercado de trabajo y el logro de un equilibrio afectivo en la relación con potenciales parejas que condicionan la vida del joven adulto. En segundo lugar, cualquier definición de jóvenes en situación de riesgo debe considerar la presencia estructural del riesgo en la sociedad moderna. En este sentido, el proceso de modernización y desarrollo tecnológico ha llevado a que los jóvenes actualmente se encuentran mucho más expuestos a la redefinición de patrones de consumo que han agudizado las diferencias en el acceso de oportunidades y en las condiciones de vida entre los grupos en ventaja socioeconómica y aquellos que no lo están. En este sentido, los beneficios del desarrollo tecnológico no favorecen por igual a los jóvenes de todos los estratos sociales, produciéndose una polarización socioeconómica al interior de las sociedades nacionales (BECK, 1998). Asimismo, las sociedades actuales se enfrentan a múltiples riesgos como consecuencia de los procesos de modernización donde los “peligros decididos y producidos socialmente” sobrepasan la seguridad y conllevan “un impacto diferencial que agudiza la brecha social” al acumularse la riqueza “en los estratos más altos, mientras que los riesgos se acumulan en los más bajos” (BECK, 1998). Lo anterior implica considerar que si bien toda la juventud se ve enfrentada a los riesgos de la sociedad moderna, existen grupos de jóvenes que por diferentes factores se encuentran más expuestos que otros a desarrollar conductas de riesgo. En esto la diferenciación que se ha planteado desde el campo de la salud, respecto a la diferencia entre conductas de riesgo y conductas que involucran riesgos es central. Las conductas de riesgo son las que comprometen aspectos del desarrollo psicosocial o la supervivencia de la persona joven. Estas conductas están influenciadas por diversos factores presentes en la sociedad y en el entorno más cercano (familia, escuela, pares y barrio). Por otra parte, las conductas que involucran riesgos son aquellas propias de los y las jóvenes que asumen cuotas de riesgo (no muy diferentes de los adultos) conscientes de ello y como parte del compromiso y la construcción de un desarrollo enriquecido y mas pleno. En este sentido, es necesario destacar, que es peligroso asumir que la juventud en sí misma significa estar en situación de riesgo por cuanto la generalización lleva a que las conductas de riesgo se consideren propias de este periodo de edad y por lo tanto se fundamenten en la caracterización de este. Asimismo ello no diferencia a aquellos jóvenes que realmente tienen un estilo de vida consistente en conductas que se constituyen en verdaderos factores de riesgo para su desarrollo y su entorno. Desde esta perspectiva, la juventud en situación de riesgo, es aquella que se enfrenta a factores que pueden afectar el desarrollo de su ciclo vital y comprometen aspectos del desarrollo psicosocial como es por ejemplo el involucramiento en comportamientos antisociales, violencia y delincuencia derivados de diversos circuitos de riesgo. De hecho, en la adolescencia y la juventud los comportamientos específicos que amenazan a determinados grupos de jóvenes se encuentran interrelacionados. Cuando un joven ingresa a uno de ellos, se le van adicionando vulnerabilidades de distinto origen que confluyen en la explicación de la participación de los jóvenes en hechos de violencia y delincuencia (KRAUSKOPF, 2003). 2 2. Caracterización de la violencia en América latine Tasa de violencia alta. América Latina es reconocida como una de las regiones más violentas del mundo y junto con ello, la utilización de la violencia como forma de resolver conflictos se ha convertido en algo cotidiano en la región. En este sentido, a partir de la década de los 80s la violencia y en especial la violencia delictual, se ha convertido en un problema central llegando a ser considerada uno de los principales obstáculos para el desarrollo económico (FAJNZYLBER; LEDERMAN Y LOAYZA, 2001). Asimismo, es posible evidenciar que la violencia y la criminalidad afectan la vida diaria de las personas mediante “el debilitamiento de la noción misma de pertenencia a la sociedad y la conciencia de la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de los ciudadanos” (REGUILLO-CRUZ. R. 2003). De esta forma, las ciudades se presentan como espacios donde la violencia es una vivencia cotidiana, generándose una percepción pública (errónea) que identifica la ciudad con la violencia, convirtiendo ambos términos en sinónimos1 . Se sabe además que como en otras regiones casi el 80% de los delitos comunes (excepto aquellos relacionados con la violencia intrafamiliar, o los delitos de cuello blanco o del crimen organizado) son cometidos por jóvenes de 12-25 años. Sin embargo, diversos estudios muestran que los jóvenes son también las principales victimas de la violencia en la región. Al analizar las cifras de muerte juvenil en la región, las denominadas “causas externas” (agrupando accidentes vehiculares, homicidios y suicidios) son ampliamente predominantes en todos los casos, y en la mayor parte de ellos, superan el 50 % y hasta las tres cuartas partes de todas las causas de muerte analizadas (OPS, 2000). El tema de los homicidios, en particular, afecta centralmente a países como Colombia, Brasil y El Salvador, con porcentajes que se ubican en 62.5 %, 42,0 % y 46,1 % respectivamente en relación al conjunto de las causas de muerte en varones jóvenes, y en tasas que llegan a 211.4 por mil en el caso de Colombia, y a niveles de 107,2 por mil en Venezuela, 96.6 por mil en Brasil y 95.0 por mil en El Salvador (OPS, 2000). En el caso de las mujeres jóvenes, se destacan –por su magnitud- las cifras relacionadas con enfermedades trasmisibles en República Dominicana, Panamá y Ecuador, así como las cifras relacionadas con el embarazo y el parto en Nicaragua y Colombia, en un marco donde los indicadores no siempre reflejan con precisión los efectivos alcances de estas complejas dinámicas (OPS,2000). El análisis del contexto en el cual suceden estas situaciones de violencia para las jóvenes, da cuenta de que el ser mujer, adolescente, vivir en un entorno socialmente desfavorable y ser madre, son factores que condicionan la situación de vulnerabilidad de las jóvenes. En este sentido, en la región una gran fracción de la reproducción biológica –60% o más- sucede en la juventud y especialmente en la adolescencia. En esta etapa ocurren los hechos más significativos de la trayectoria reproductiva de las personas, que inician su actividad sexual y se exponen a enfermedades de transmisión sexual, incluyendo al SIDA. Para América Latina, según encuestas de demografía y salud (RODRIGUEZ VIGNOLI, 2005) una gran mayoría de los adolescentes no usa preservativos y más del 75% de 1 Reguillo-Cruz, R., ¿Guerreros o ciudadanos? Violencia(s). Una cartografía de las interacciones urbanas, en Moraña, M. (edit), Espacio Urbano, comunicación y violencia en América Latina, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Pittsburg, 2003. 3 las mujeres han sido madres antes de terminar su juventud. Asimismo, una cantidad importante de adolescentes sexualmente activas, carece de acceso a información, educación y servicios de salud sexual y reproductiva. En este sentido, las agudas diferencias en materia reproductiva entre las adolescentes de la región y de Europa occidental no radican en su iniciación sexual sino en la temprana edad a la que comienzan su reproducción: no menos de un 15% de las muchachas latinoamericanas y caribeñas de 18 y 19 años han sido madres antes de los 18 años versus el 5% de las europeas (RODRIGUEZ VIGNOLI, 2005). La violencia de las instituciones de socialización Por otra parte, al analizar el involucramiento de estos en situaciones de violencia es posible identificar que la familia y las instituciones del Estado son espacios- en un grado importante- en que los niños, niñas y adolescentes latinoamericanos viven situaciones de violencia. (HTTP://WWW.UNICEF.ORG). Según información del UNICEF tanto la violencia doméstica (ejercida por familiares y conocidos de las víctimas) como la violencia institucional (desplegada en los establecimientos educativos, laborales y carcelarios, entre otros) son las principales expresiones del fenómeno en casi todos los países de la región. A esto se suma también el hecho de que la violencia vinculada a los jóvenes también se expresa de manera desigual en términos territoriales, afectando más agudamente a las comunidades pobres que viven en condiciones de gran marginalidad, sobre todo en las principales ciudades de la región. Así, tanto en lo que atañe a las víctimas como a la procedencia de los victimarios, los cinturones de miseria de las diferentes ciudades muestran indicadores al respecto, y alertan respecto a las perversas dinámicas que atraviesan a estos procesos, desde hace décadas, en casi todos los países de la región (RODRIGUEZ, 2005). Por un lado, la violencia doméstica afecta –directa e indirectamente- a adolescentes y jóvenes a través de muy diversas vías. Las y los jóvenes son testigos regulares de las escenas de violencia que se generan entre los adultos con los que conviven (en particular, en el marco de las relaciones de pareja entre sus padres) y por otra parte, son afectados directamente por la violencia que ejercen los adultos sobre ellos mismos, tanto en el plano de los apremios físicos como en lo que se refiere a violencia psicológica. Una arista particularmente destacable, en este marco, es la referida a la violencia sexual. Aunque no existen mediciones comparadas con idénticos patrones (muestras y tipos de preguntas similares, por ejemplo) los estudios disponibles indican que “en promedio, el 22 % de las mujeres y el 15 % de los hombres, relata haber vivido algún episodio de violencia sexual, antes de los 17 años” en la región. (RODRIGUEZ, 2005). Estos estudios muestran que la prevalencia es similar en diferentes tipos de grupos humanos, no encontrándose diferencias significativas en cuanto a grupos étnicos, nivel educativo, nivel socioeconómico, religión, etc. Por otra parte, la violencia se expresa –también- en espacios institucionales- como son las escuelas. En este caso por ejemplo, existen estudios e investigaciones que muestran que en países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, República Dominicana y Uruguay la violencia tiene también sus reflejos en la escuela, la cual también sufre los efectos de la pérdida de legitimidad de las instituciones. En la escuela, la violencia simbólica se manifiesta por medio de la indisciplina, de las agresiones verbales y de la precariedad de los diálogos entre alumnos y profesores, entre otras formas. En la misma línea, se destacan las prácticas institucionales que tienden a reproducir desigualdades, reforzar discriminaciones y mecanismos de exclusión que perjudican a la sociedad. Son, por tanto, prácticas de violencia institucional y 4 simbólica que también se verifican en el ambiente escolar y que se caracterizan, por ejemplo, por la manera como el currículum y la escuela se organizan. Asimismo, la evidencia teórica y empírica muestra que el entorno criminogénico en sectores marginales traspasa las fronteras de las escuelas y en el ambiente escolar se replica la violencia del entorno. Asimismo, muchas veces las deficientes condiciones de la educación pública no permiten contener las problemáticas de adolescentes y de los jóvenes en riesgo. Así, la violencia en la escuela da cuenta del clima interno de ellas y de la crisis del rol de socialización que ellas presentan. Junto a ello también se debe considerar que si bien la educación es considerada como el principal instrumento que una sociedad tiene para promover el bienestar y la integración de los adolescentes y jóvenes, en la región presenta desniveles de calidad y pertinencia significativos que se dan entre estratos sociales. Así, las opciones de movilidad social dependen en alto grado de la calidad de la educación recibida y si esta es deficiente para los jóvenes que se encuentran en desventaja por la posición social de sus hogares de origen, se puede sostener que para un segmento importante de los jóvenes opera un síndrome de factores de vulnerabilidad que debilita su capacidad de adaptación frente a las exigencias del mundo contemporáneo (LUNECKE-EISSMANN, 2005). Asimismo, en la región cobra especial relevancia el hecho de que no solamente la calidad de la educación es factor de desigualdad, sino que en muchos países todavía perduran problemas en materia de cobertura- especialmente en educación media y educación superior (Técnicaprofesional y universitaria). En este sentido, en muchos casos el problema no radica solamente en una oferta cuantitativa sino también en una demanda que enfrenta restricciones: especialmente para jóvenes entre quienes la deserción escolar no es infrecuente. Para América Latina se calcula que el 30% de los niños no completa la educación primaria al cumplir los 14 años y a esa edad, muchos de ellos se ven obligados a trabajar. (RODRIGUEZ VIGNOLI, 2005). Lo anterior en el largo plazo, implica que los ingresos futuros serán mucho menores para los jóvenes desertores, lo que a su vez puede implicar que ellos opten por caminos que les otorguen ingresos más rápidos y seguros (como el camino delincuencial). Así la deserción escolar, aparece como una consecuencia de las estructuras de desigualdad presente en las sociedades latinoamericanas como así también como un posible factor de riesgo. Junto a este tipo de violencia escolar, los jóvenes participan de relaciones de violencia que se dan específicamente en el espacio escolar y que están determinadas por las lógicas y códigos presentes en el ambiente. Juegos violentos, el buylling o matonaje asociado a grupos son expresiones propias de la violencia escolar. Entre otros espacios de carácter institucional en los cuales los jóvenes viven situaciones de violencia, es posible identificar establecimientos de cuidado de “menores” y en las prisiones, que si bien han sido consignadas evidencias a través de diversos estudios, es un fenómeno sobre el cual la documentación es muy escasa. (CISALVA 2005a). En la misma línea, se han acumulado amplias y reiteradas denuncias contra la policía, en el marco de evidentes procesos de abuso de autoridad, que van desde el maltrato de adolescentes y jóvenes que son ubicados en la calle “en actitudes sospechosas” (agrupados en esquinas, escuchando música o bebiendo alcohol, con “señas” típicas como aretes y tatuajes, etc.) hasta el asesinato de quienes se resisten a los requerimientos de la policía o simplemente no pueden demostrar su inocencia (invirtiendo el principio jurídico de que toda persona es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad) (RODRIGUEZ, 2005). 5 Entornos generadores de violencia En la misma línea, importa consignar que la violencia también se expresa con mucha fuerza en el ámbito comunitario, sobre todo en los afectados por agudos cuadros de pobreza y marginalidad. Así, las comunidades pobres se ven enfrentadas cotidianamente a diversas situaciones de aguda violencia, a la cual se recurre para “resolver” cualquier diferendo o conflicto generado, en contextos precarios donde la resolución pacífica de conflictos no forma parte de las costumbres más arraigadas. Esto se agrava cuando involucra a grupos juveniles, del estilo de las pandillas que con diversas denominaciones (maras, gangues, etc.) proliferan en diversas ciudades de la región. Las pandillas en general van desde la simple asociación entre jóvenes que comparten su tiempo libre en actividades colectivas no necesariamente homogéneas ni delictuales hasta las maras centroamericanas cuya principal actividad parece estar relacionada al crimen organizado. Contrariamente a la creencia difundida la pandilla no esta relacionada necesariamente al tráfico de drogas. El tráfico de drogas puede ser un elemento que fomenta la violencia de las pandillas pero la mayoría de ellas no están involucradas en este tráfico. Hay que subrayar que para muchos jóvenes la noción de pandillas no es vista negativamente si no que constituye una expresión normal y colectiva de la búsqueda de identidad por parte de jóvenes.(VANDERSCHUEREN, 2004). Los expertos en el tema, coinciden en que no existen factores específicos que determinen la formación de estos grupos, sin embargo existen condiciones que influyen sobre la probabilidad de que esto ocurra (GILLER, HAGGEL; RUTTER, 2000) como por ejemplo, el fracaso parcial o total de la socialización familiar, escolar o barrial. El carácter más o menos violento traduce el grado de marginación social y urbana del entorno. “Las condiciones de deprivación socioeconómica que rodea a los jóvenes que se integran a las pandillas se refleja mejor en las condiciones medioambientales de la comunidad en donde viven. La exclusión social y económica que sufren los jóvenes no sólo se expresa en las dificultades que tienen sus propias familias para darles una educación de calidad y para crear oportunidades laborales para su futuro, sino también de forma más evidente se expresa en las condiciones de abandono social en las cuales muchas veces se encuentran las comunidades o barrios en donde viven los jóvenes que se integran a las pandillas (…)las maras florecen en colonias y vecindades en donde la pobreza se expresa en servicios sociales inexistentes o de mala calidad…Se trata de comunidades marginales y marginadas, esas que anidan en los límites vulnerables de la ciudad y que existen apartadas de los beneficios que produce el desarrollo económico urbano” (CRUZ, 2005). De esta forma, cuando los jóvenes enfrentan a un sistema que les niega oportunidades y el acceso a recursos, ellos pueden construir sus propios grupos de referencia “anti sistema” como medio de obtención de ello. Cuando aparecen con fuerza ciertos factores de riesgo, las pandillas reemplazan a las familias, a las escuelas y al mismo mercado laboral, que se les aparece como disfuncional. Si bien es cierto, que muchos grupos juveniles se pueden generar a partir de las mismas condiciones, la pandilla tiene una organización más jerarquizada que se caracteriza por una actividad de confrontación, de consecución de recursos económicos y el dominio de cierto territorio, con ciertas cuotas de poder dentro del barrio donde se ubican. En general, las pandillas juveniles están parcialmente ligadas al consumo de droga y micro tráfico de drogas y se financian por lo general a través de actividades ilícitas e ilegales, como el robo o el atraco. El fenómeno de las pandillas ha cobrado especial relevancia, especialmente en los países 6 centroamericanos (Honduras, Nicaragua, Guatemala, el Salvador), Brasil, Colombia y Ecuador pero se extienden a todos los países asumiendo características diversas. Es también en el ámbito comunitario- en el cual es posible identificar situaciones de violencia juvenil ligada al consumo y trafico de drogas, ello especialmente en barrios empobrecidos y excluidos del desarrollo. Es en estos casos donde la droga y la violencia representan problemáticas asociadas y relacionadas con la instalación de la violencia como parte de la cultura, la validación de los ilícitos y la estigmatización. La máxima expresión de este fenómeno es la presencia de un narcotráfico local a veces descrito como “crimen desorganizado” (LUNECKE; EISSMANN, 2005). En el contexto latinoamericano estudios en base al análisis de la realidad brasileña, vinculan la violencia juvenil al alto índice de muertes en la que están involucrados los jóvenes -ya como víctimas o victimarios- y al crecimiento de las redes de narcotráfico asociadas al aumento del consumo de drogas. Asimismo, estudios de la realidad colombiana muestran que la violencia es vinculada más directamente con el problema del narcotráfico. En ellos se observa que - en Colombia – a partir de 1985 y bajo el contexto de la deuda externa, las políticas sociales generaron un déficit de servicios y coberturas a gran parte de la población. Desde ella surgen movimientos sociales- ya no políticos- cuyas acciones de reivindicación social están en gran medida asociadas a la violencia y el delito (narcotráfico) (ABAD, 2003). En este sentido, cabe señalar que no es la pobreza la que genera la problemática social en lo referente a droga y violencia. Las causas profundas de este fenómeno deben ser explicadas a partir de la noción de procesos multidimensionales y multicausales. Es decir, nace a partir de su coincidencia con un contexto que se encuentra deprimido por los procesos de exclusión social que han afectado a amplios sectores de la población, principalmente jóvenes, donde se evidencian hechos de violencia asociados al consumo y tráfico de drogas. En estos casos el tráfico de droga (estrechamente ligado en los jóvenes a su consumo) ofrece alternativas de sobrevivencia y a veces de enriquecimiento relativo para jóvenes que tienen poca probabilidad de inserción satisfactoria en el mercado laboral. Para ellos, los procesos de exclusión social han hecho que en sus condiciones de vida carezcan de capacidad efectiva de reacción frente a las dinámicas del entorno. Es en este escenario en el cual emergen con fuerza, tanto la violencia como también la droga. La primera como producto de la exclusión social o de otros procesos, tanto individuales como colectivos, y asumiendo una fuerte vinculación con la comisión de delitos. En tanto que la droga, surge de forma independiente de los procesos de exclusión social, y se asocia principalmente al consumo y comercio ilegal de ella, no necesariamente, en un comienzo, con una red organizada para esta actividad. La forma como se relacionan estas manifestaciones, reproduce la dualidad violencia –droga, y genera su transmisión a través de la socialización callejera, fundamentalmente por el grupo de pares, presas fáciles de narcotraficantes locales que delegan, a través de pago regular y de la provisión de armas a jóvenes, el encargo del control de los barrios funcional a su propio negocio. Se aprovechan del hecho que “muchos de estos jóvenes, que controlan las esquinas de estos barrios, no estudian ni trabajan y por tanto pasan la mayor parte del tiempo juntos en la calle, conversando, peleando con otros, tomando alcohol y algunas drogas, y en ocasiones involucrándose en pequeñas actividades delictivas” (SARAVI, 2004).Las principales manifestaciones de los efectos de esta dualidad vienen dadas, en primer lugar, por la acción del narcotráfico local, donde se encuentra la máxima expresión de la instalación cultural del ilícito, y de la práctica de la violencia. Así mismo, constituyen un referente importante de las características que dan origen a la estigmatización. El alto consumo de droga, por su parte, refleja el alto abastecimiento existente, y la normalidad que prevalece en su comercio y consumo en el espacio público, ambas actividades ilegales. Finalmente, la instalación de la violencia como 7 “mecanismo de resolución de conflictos”, evidencia que la violencia articula las distintas alternativas de superar situaciones de pobreza y exclusión social, así como también de relaciones cotidianas. De este modo, se configuran como prácticas cotidianas y que gozan de legitimidad del entorno. (LUNECKE; EISSMAN, 2005). Junto a lo anterior, también es posible evidenciar cuadros de violencia existente en el ámbito laboral (en relación, por ejemplo, a las peores formas de trabajo infantil (como la esclavitud y la explotación sexual infantil) sobre las que viene trabajando intensamente la OIT, o las dinámicas que siguen involucrando a amplios conjuntos de niños y adolescentes en las filas de los grupos armados en conflicto (los “niños soldados” en países como Colombia). Esto además debe contextualizarse en una región en la cual se registran importantes cifras de desempleo juvenil y en el cual- inclusive- los jóvenes ocupados enfrentan condiciones laborales y salariales inferiores a los de los adultos (BID, 2003). Así, para la mayoría de los jóvenes el mercado del trabajo y la inserción laboral- tanto en su expresión de desocupación como de trabajos precarios o mal remunerados- son fuente de aguda vulnerabilidad en términos sociales y criminales. Al respecto, estudios del Banco Interamericano de Desarrollo dan cuenta que en algunos países de la región, la tasa de desempleo de los jóvenes triplica a la de los adultos. Esta tendencia alcanza actualmente niveles muy altos en términos absolutos, lo que limita las oportunidades económicas de este grupo y es posible que tenga consecuencias significativas en términos de marginalidad, violencia y delincuencia juvenil (BID, 2003). Diferencias subregionales Esta mirada resumida y general a los principales problemas relacionados a la violencia juvenil en la región se enmarca en contextos sub regionales que- caracterizados por procesos sociales y políticos comunes (aún cuando con diferencias nacionales)- permiten comprender con mas profundidad la interrelación entre violencia y juventud en la región. En este sentido, es esclarecedora la tipología que elabora Ernesto Rodríguez para describir el fenómeno en la región. Según este analista, “es posible distinguir –al menos- tres conjuntos de situaciones particulares, que aunque tienen rasgos comunes entre sí, se diferencian nítidamente en sus rasgos centrales, y caracterizan –genéricamente- realidades propias de las diversas subregiones del continente” (RODRÍGUEZ, 2005). En primer lugar es posible identificar la realidad de los países del CONO SUR, en los cuales la violencia y delincuencia estaría asociada a las consecuencias de los procesos de desindustrialización ocurridos durante las últimas décadas del siglo XX que produjo un creciente proceso de exclusión de amplios grupos de la población. En este contexto, los jóvenesespecialmente de los estratos populares urbanos y rurales- de países como Uruguay, Argentina y Chile sufren un alto riesgo de exclusión social, derivado de una confluencia de determinaciones que- desde el mercado, el Estado y la sociedad- tienden a concentrar la pobreza y a potenciar el sucesivo aislamiento de los jóvenes respecto del curso central del sistema social, esto es, de las personas e instituciones que ajustan su funcionamiento a los patrones modales de la sociedad. Este aislamiento, sumado al deterioro de las instituciones básicas de socialización, favorece la exposición y susceptibilidad a los grupos de pares del entorno social inmediato. Por otro lado, la región centroamericana presenta- aun cuando con importantes características nacionales- una determinante incidencia de los procesos de guerra y paz en las dinámicas más 8 específicamente vinculadas con la violencia relacionada con jóvenes (VELA, 2001). En este caso, la violencia relacionada con jóvenes guarda estrecha relación –sobre todo- con las dinámicas perversas del post-conflicto. En algunos países esta situación produjo que muchas armas que estaban en manos de la guerrilla y de grupos subversivos pasaron a usuarios privados y a la delincuencia común. (ENCUESTA ACTIVA, 1998). Con la desmovilización de los ejércitos regulares e irregulares en cada contexto nacional en particular, se generan grandes contingentes de jóvenes que saben manejar un arma letal, y al no lograrse su incorporación al sistema educativo y al mercado de trabajo (dadas las limitaciones del propio modelo de desarrollo y la ausencia de seguros sociales) éstos pasan a formar parte de otros mecanismos para viabilizar la generación de ingreso propios, ligados a diversas formas de delito y violencia, entre las que se destacan la formación de pandillas juveniles (maras) que brindan espacios de contención y de mutuo apoyo a sus miembros, en el marco de la aguda exclusión social que sufren a todos los niveles. En este contexto, la problemática adquiere especial significado en países centroamericanos como El Salvador y Guatemala. Así por ejemplo en El Salvador y Nicaragua, se tiende a asociar a las pandillas con los altos niveles de lesiones y asesinatos.2 Asimismo en Guatemala, se considera que el surgimiento de las bandas criminales organizadas en los últimos 10 años está ligado a la actividad de distribución, en el mercado local, de la droga que queda en el país y la relación de estos grupos con mercados de armas, surgidos de la situación de post conflicto ( CHINCHILLA , RICO 2002). Por último, un tercer conjunto de situaciones actualmente en desarrollo en los países más grandes de la región (Brasil, México y sobre todo Colombia) se sustentan en el desarrollo de poderes paralelos a los legalmente establecidos, en el marco de arraigados conflictos con grandes componentes étnicos y raciales, con dinámicas diversas en cada contexto particular, que impiden –en buena medida- hablar de rasgos comunes generalizables a las diversas situaciones específicas, pero que cuentan con ciertas características similares (RODRiGUEZ, 2005). En el caso colombiano, preocupante es la presencia de niños y adolescentes en el conflicto armado en Colombia. Informes de Naciones Unidas destacan que se trata de entre 11.000 y 14.000 niños y adolescentes, en el marco de una situación que atenta contra los derechos humanos muy claramente (GONZÁLEZ URIBE 2002). El Informe observa que los miembros de los diferentes grupos armados ilegales han matado y lisiado a niños, niñas y adolescentes, y han cometido violaciones y otros delitos de índole sexual contra ellos. En Brasil, preocupante es la participación de niños, adolescentes y jóvenes en la violencia urbana. Un estudio realizado por UNESCO muestra que los homicidios de jóvenes de entre 15 y 24 años tuvieron un dramático incremento de 88.6 % en los últimos diez años, al pasar de 10.173 en 1993 a 19.188 en 2002. Entre los jóvenes asesinados, 93 % eran varones y la tasa de homicidios de negros y mulatos fue de 74 % (WAISELFITSZ 2005). El aumento de la violencia homicida se explica exclusivamente por el incremento de los asesinatos de jóvenes (las tasas saltaron de 30 a 54.5 casos sobre 100.000 habitantes en este caso, mientras que para la población en general pasaron de 21.3 a 21.7 casos sobre 100.000). México por otra parte, muestra elevados niveles de violencia y allí, aparece una relación cada vez más estrecha entre la delincuencia, individual y organizada; la problemática de la droga y el 2 Rodgers, Dennis. “Youth Gangs and Violence in Latin América and the Caribbean: a literature survey”. Documento de Trabajo Nº 4. Serie Programa Paz Urbana. Banco Mundial, 1999. 9 narcotráfico y el desarrollo de mercados consolidados de ilícitos como el tráfico de armas, drogas, contrabando de mercancías y animales, robo de automóviles; secuestros de personas y lavado de dinero (CHINCHILLA; RICO, 2002). De esta manera, un análisis más profundo respecto al contexto en que se manifiesta la violencia juvenil en la región da cuenta de que se trata –en definitiva- de situaciones diferenciadas, que permiten caracterizar los respectivos procesos, superando los lugares comunes que originalmente establecían nexos exageradamente simplistas entre pobreza y violencia. Como se puede apreciar, la exclusión (más que la pobreza) es una condición necesaria pero no suficiente para explicar la existencia de agudos cuadros de violencia, pero a la misma hay que sumarle procesos relacionados con la presencia de grupos irregulares de poder interactuando con los poderes públicos legalmente establecidos, y complejos cuadros de desarrollo económico y social atravesados por la existencia o inexistencia de oportunidades de integración social, junto con situaciones críticas en términos de control de los recursos básicos (tierra, procesos productivos, etc.) (RODRIGUEZ, 2005). 3. La importancia del enfoque urbano La violencia y la victimización juvenil son sobre todo problemas urbanos tanto por el grado de urbanización de la región (> 70%) como por el hecho que gran parte de la exclusión social regional se ha desplazado hacia las ciudades y plasmado en ellas. Se sabe que las tasas de delincuencia son netamente superiores en las ciudades que en las zonas rurales no tanto porque las áreas urbanas constituyen entornos criminógenos ni tampoco por el tamaño de las aglomeraciones urbanas sino por las carencias en la gestión urbana que ha caracterizado a muchas ciudades. Es de hecho la carencia de ciudad como elemento de integración y cohesión social, la “no ciudad”, que genera condiciones favorables a la delincuencia. En efecto la comparación a nivel mundial o regional entre tamaño de ciudades y tasa de delincuencia muestra que la dimensión de las aglomeraciones no constituye un factor explicativo de la delincuencia.3 Un enfoque urbano es decir que focaliza y territorializa los problemas de la juventud relacionando los comportamientos con el contexto social de la ciudad, permite abordar integralmente la situación de los jóvenes en riesgo y relacionar este abordaje con el conjunto de políticas dirigidas a los jóvenes. Un enfoque urbano, al territorializar el problema de los jóvenes en riesgo, incorpora los tres paradigmas urbanos de la región ya mencionados. El primero corresponde a la problemática de las ciudades de la desindustrialización del Cono Sur donde segmentos de jóvenes arriesgan la exclusión social en barrios deteriorados, marginados o estigmatizados. El segundo es caracterizado por la situación de los grandes países con contrastes violentos entre sectores dominantes en permanente tensión con los habitantes de zonas urbanas de pobreza o miseria 3 Tokio la mayor aglomeración urbana mundial (28 millones de habitantes) es una de las ciudades más seguras del mundo mientras Port Moresby (<300.000 hab.) es según los estudios de NU, la más criminalizada en el mundo. Bogotá que tiene tres veces más habitantes que Cali es mucho menos criminalizada que esta. Algunas ciudades del Norte de Chile tienen una tasa de robos per capita superior a la de Santiago que alcanza 10 a 20 veces su tamaño. 10 desprovistos del apoyo del estado demasiado débil e ineficaz para protegerlos. Finalmente el tercero es la situación de los países de Centro América marcados por las consecuencias del post-guerra civil, a lo que se añade el impacto de los efectos de la migración hacia EEUU y de la introducción de un tipo de industrialización basado sobre la maquila. En los tres casos, la introducción del narcotráfico, la evolución del desempleo, los conflictos de género e intergeneracionales tienen efectos diferenciados sobre las ciudades y sus barrios y sobre los jóvenes que allí viven. La territorialización de las modalidades de la violencia urbana relacionadas con la juventud evidencia el tipo de riesgo y los grupos en situación de vulnerabilidad. Por ejemplo permite entender la situación de los jóvenes “faveleros” de Río inmersos en territorio controlados por el narcotraficantes para los cuales la violencia se ha naturalizado. Explica también la situación de las mujeres jóvenes en Ciudad Juárez (México) donde el fenómeno de la maquila, las formas de contratación con bajos salarios de las mujeres, los conflictos de género y los tipos de barrios conducen a un contexto de violencia dura y cotidiana. Ayuda a comprender lo que algunos observadores (KESSLER, 2004) llaman el “delito amateur” de los jóvenes de las ciudades del Cono Sur provenientes de sectores desestructurados por la desindustrialización en las últimas décadas, cuyas familias han conocido mayor integración en el mundo del trabajo en el pasado. Han perdido los valores que acompañaban al trabajo y las substituyen por aquellas del consumo que constituye la fuente de legitimidad. En efecto para estos jóvenes, trabajo, robo u otra actividad tienden a ser solo medios legitimados para alcanzar a satisfacer necesidades de consumo. El enfoque urbano permite decodificar la ciudad y discernir los contextos en los cuales están inmersos los diversos grupos de juventud. Aquella de sectores acomodados para los cuales el riesgo esta ligado al consumo de droga licitas o no, al peligro de los accidentes vehiculares, a la influencia de un ambiente de discriminación o de posible corrupción que introduce valores y actitudes ajenos a la solidaridad que requiere un proyecto de ciudad inclusiva. Por otra parte juventud de sectores de extrema pobreza para los cuales la lucha por la sobrevivencia es cotidiana y la familia o la escuela a menudo de ayuda limitada. Juventud de sectores empobrecidos o desestructurados donde el riesgo para los hombres es el del delito amateur o de la inserción progresiva en las actividades ilegales en particular el narcotráfico. Para las mujeres el riesgo del embarazo precoz que restringe las posibilidades de desarrollo personal o la explotación sexual que reviste a menudo el carácter de tráfico de seres humanos. El enfoque urbano permite sobre todo llegar a los barrios y a la comprensión de su significado para los habitantes y para los jóvenes. Facilita la comprensión de los conflictos internos que sean de género, intergeneracionales, de integración social, de inserción al mercado de trabajo, de acceso al consumo o a los servicios, de estatus, de valores, de control territorial real (narcotráfico, liderazgo local, policía, acceso a servicios) o simbólico (pandilla, graffiti). “El barrio constituye una caja negra cuya exploración puede iluminar nuevos aspectos asociados con proceso de vulnerabilidad social” (RODRÍGUEZ, 2005). Solo la comprensión de las relaciones sociales y la dinámica interna de los barrios permite explicar porque barrios que tienen un mismo nivel socioeconómico generan en un caso un territorio de predominio de la ilegalidad mientras en otros aparecen esfuerzos colectivos e individuales hacia la movilidad social y la integración. 11 La perspectiva urbana facilita también la incorporación de los diversos enfoques que caracterizan los programas dirigidos a los jóvenes en situación de riesgo en la región. En efecto las políticas públicas han sido dominadas tradicionalmente por un enfoque de riesgo que han conducido a menudo a políticas “adulto centristas” (el riesgo es percibido como peligro para el mundo adulto más que como puesta en tela de juicio del propio desarrollo de los jóvenes a través de sus conductas). Por otra parte, este enfoque ha generado respuestas que insisten sobre la incorporación de un enfoque que sitúa a los procesos de exclusión social como causas de la violencia en contextos vulnerados y deteriorados económica, social y culturalmente, los cuales afectarían a adolescentes y jóvenes. Cada una de estas dimensiones puede solamente ser captada en el contexto urbano y en su relación con los barrios donde se socializan los jóvenes. En este sentido, el barrio puede compensar las deficiencias socializadoras de inclusión que no cumplen la familia y la escuela. Sin embargo, el barrio también puede actuar como un factor de exclusión, dependiendo la forma en que esté organizado. Esta organización esta dada por un lado, por el cómo se presentan las relaciones sociales en el barrio, y por otro lado, por sus características físicas y sociales y su ubicación geográfica. Los ejemplos del abordaje de los grupos de “chavos bandas “ en el Estado de León en México que trata de des-estigmatizar a estos jóvenes símbolos de fuente de desorden para los sectores tradicionales y por otra parte del programa de la “escuela abierta” en Brasil- que relaciona escuela y comunidad barrial en zonas urbanas de exclusión social-, muestran que solo es posible abordar estas situaciones en su contexto de exclusión que supone un análisis de la realidad urbana concreta. En ambos casos el enfoque de exclusión facilitó una estrategia de trabajo que busca el respeto y la promoción de nuevas identidades juveniles como la creación de espacios urbanos donde pueden expresarse estas identidades, generar vínculos e integrarse al espacio urbano. Otro enfoque complementario al de riesgo, se ha construido sobre la necesidad de desarrollar el capital social de los jóvenes en base a los derechos de la juventud y en particular a su derecho a participar en la toma de las decisiones sobre asuntos que conciernen a los jóvenes. Esta perspectiva insiste sobre los siguientes puntos: el comprender las inquietudes de los jóvenes, especialmente si se sienten excluidos; el derecho de los jóvenes a usar el espacio público como otros miembros de la comunidad; la participación de los jóvenes que garantiza que los programas e intervenciones respondan a sus intereses; la capacidad de compromiso de los jóvenes y su percepción sobre la manera en que funcionan los servicios. La noción de capital social remite a las relaciones sociales teniendo en cuenta que las organizaciones sociales evolucionan y son flexibles y sensibles a las condiciones del entorno, y por esto pueden crear, fomentar o incrementar el capital social (ARRIAGADA, MIRANDA, 2003). El capital social alude a las redes sociales, a las relaciones de confianza y a las instituciones que conforman un determinado tejido social, en ultimo termino refiere a las formas cómo individuos y/o comunidades se insertan y participan en dichas estructuras y cómo este tipo de inserción redunda en la obtención de oportunidades para la acción individual o colectiva. En este marco el concepto de capital social refiere a las ventajas y oportunidades que la gente posee; en los beneficios basados en la habilidad de crear y sostener asociaciones voluntarias y redes de cooperación. Las personas al relacionarse entre sí, ponen en juego valores y normas, reglas morales y culturales que son fruto de la formación de su personalidad en contextos determinados y es justamente en dichas relaciones donde se sitúa el capital. Asimismo, los 12 recursos que se obtienen mediante los vínculos son valores, saberes y habilidades que contribuyen a la convivencia, al fortalecimiento de la solidaridad y a la integración social. El enfoque de capital social obliga a considerar el ciclo de vida juvenil poniendo énfasis en los procesos de integración juvenil como por ejemplo el empleo, la educación, y la ciudadanía. Así se enfoca al joven en sus capacidades y habilidades sociales e individuales y en vinculación con otros sujetos sociales sean ellos pares o adultos en su contexto urbano. Se integra así la dimensión individual que incluye varios aspectos del desarrollo personal (manejo del riesgo, percepción de auto eficacia, conducta pro social, empoderamiento, manejo de vínculos y apoyo social, creatividad), y la dimensión colectiva que incluye los soportes sociales con los que cuentan las y los jóvenes para concretar sus proyectos de vida a través de la institucionalidad local y/o comunitaria, vínculos sociales y comunitarios, entorno familiar, servicios públicos etc. El enfoque urbano, al incorporar la perspectiva de capital social, sitúa a la juventud en el centro de prioridad a partir de una defensa y desarrollo de los derechos y de la participación, lo que debería fortalecer a las comunidades locales. Finalmente un enfoque urbano permite identificar, consolidar y potenciar a los actores locales que deberían intervenir en un proceso de coproducción de seguridad a través de prácticas intersectoriales que involucran a servicios públicos, privados, sociedad civil y comunidades. 4. Carta de Navegación 4.1. Marco de trabajo para políticas públicas a nivel local Abordar la violencia juvenil en América Latina a partir de un enfoque urbano implica por un lado, asumir un enfoque de coproducción de la seguridad y por otro, la descentralización de las políticas a partir del reconocimiento del rol que juega la comunidad y el gobierno local en la prevención de la violencia y delincuencia de los y las adolescentes y jóvenes. Coproducción de la seguridad La coproducción en materia de seguridad ciudadana se refiere al proceso que permite que todas las agencias del Estado central y local como las instituciones de la sociedad civil, del sector privado y los habitantes involucrados participen en forma responsable en la construcción de una ciudad más segura y enfrenten eficazmente y coordinadamente los problemas de inseguridad como las pandillas, la violencia en las escuelas, los barrios estigmatizados o vulnerables, los jóvenes en situación de riesgo etc. La coproducción se basa sobre el hecho que la seguridad es responsabilidad de todos y no solo del sistema de justicia criminal. Este postulado deriva de la multicausalidad de la criminalidad y de los comportamientos antisociales como de la necesidad de una respuesta multisectorial coordinada e integrada. La coproducción puede estar institucionalizada o bien puede ser acordada alrededor de un liderazgo local. También puede ser espontánea como en aquellos países donde la sociedad civil y la experiencia de descentralización constituyen tradiciones enraizadas como por ejemplo en Brasil. 13 La principal implicancia de asumir la coproducción como marco de intervención, es la necesaria adopción de enfoques integrales que exigen romper la compartimentalización en la implementación de las prácticas de prevención. La coproducción implica que los agentes del Estado que intervienen estén preparados a un trabajo de equipo. Esto supone una capacitación específica que enseña a quebrar la actitud limitada a la sola afirmación de las identidades institucionales. En este sentido, la coordinación de las actividades significa que el personal involucrado en esta tarea ha sido familiarizado y formado al trabajo en conjunto. La defensa de la identidad de cada institución en este caso es subordinada al objetivo central que es el trabajo concertado de prevención. Esto implica una polivalencia de los agentes y su capacidad de trabajar en estrecha relación con las autoridades y las instancias locales. Por otra parte la coproducción requiere que todas las instituciones involucradas se consideren corresponsables no solo de las soluciones a los problemas sino también como elementos constitutivos de los problemas mismos. Lo que implica la abertura a modificaciones organizativas y sobre todo a cambios de mentalidades al interior de las instituciones para enfrentar los problemas Rol del Gobierno local y la descentralización de las políticas de seguridad La práctica de construcción de seguridad en las ciudades requiere un énfasis en la comunidad. “La colectividad está al centro de toda acción eficaz de prevención de la criminalidad. Son las personas que viven, trabajan y juegan en la colectividad quienes comprenden mejor los recursos, los problemas, las necesidades específicas y las capacidades de su región… Las colectividades deben estar listas a invertir tiempo y experiencia, y los dirigentes locales deben contribuir a movilizar un abanico completo de socios locales para enfrentar los problemas de criminalidad y de victimización. El éxito de los proyectos de prevención del crimen mediante el desarrollo social se apoya sobre la participación activa de todos los socios en su concepción, ejecución y evaluación” (MARCUS, 2004). Asimismo, la intervención y gestión de las políticas de seguridad ciudadana por parte de las autoridades locales se fundamenta en el principio de proximidad. La noción de proximidad se refiere no solo a la cercanía física dentro de un territorio sino también a la accesibilidad social de un servicio a escala humana. Esto implica el mejor conocimiento de la realidad, la más efectiva posibilidad de gestión y monitoreo cotidianos y la posibilidad de conexión local con las políticas sociales. En efecto, las autoridades locales pueden relacionar la prevención con un proyecto político de un gobierno local legítimo. Un consejo comunal elegido puede articular su política de seguridad a las diversas políticas sociales que impulsa. Puede también coordinarse con las fuerzas locales de policía y fiscalizarlas legítimamente o aun instaurar policías municipales. El principio de proximidad reconoce también la capacidad de mediar en conflictos locales y de responder a la demanda cambiante de seguridad formulada por los habitantes. Esta demanda corresponde a la búsqueda de respuestas rápidas y visibles a hechos de pequeña y mediana delincuencia o de vandalismo y degradación del espacio público que favorecen al temor. Desde la conferencia de las autoridades locales en Barcelona en 1987, esta realidad ha sido reconocida en diversas regiones y las practicas exitosas de ciudades de la región como Bogotá, Diadema, Rosario o Monterrey han confirmada la validez de este enfoque. Esta acción de las autoridades locales en materia de seguridad ciudadana tiene dos objetivos principales. El 14 primero es acordar e implementar una estrategia local de prevención con la comunidad local y la policía. El segundo, que es un objetivo de largo plazo, es construir una cultura de la prevención es decir la adquisición por parte de la comunidad de un reflejo que hace que frente a un aumento o un cambio de la criminalidad se busca sus causas y las respuestas colectivas en lugar de dejarse llevar por el miedo o de delegar la responsabilidad exclusiva a la policía. Este objetivo apunta a una actitud ciudadana que pasa del miedo a la responsabilización. 4.2. Diseño e implementación de Estrategias locales integrales: principales elementos Liderazgo local efectivo El liderazgo político supone que las autoridades locales se apropien de la política de seguridad ciudadana cualquiera sea el iniciador de esta política. Liderazgo implica mucho más que una capacidad de gestión administrativa, requiere la capacidad de proyectar una visión estratégica definiendo las principales orientaciones y generando confianza alrededor de ellas (PAULSEN, 2005). Las autoridades locales, en particular el alcalde, tienen un mandato democrático que permite unificar la política social y urbana con la política de seguridad en un proyecto para su ciudad o comuna. Esta síntesis se caracteriza por la vigilancia del respeto de los derechos democráticos de cada ciudadano, la inserción necesaria de una política de seguridad en la planificación urbana, la capacidad de organizar coaliciones entre sectores que no están acostumbrados a trabajar juntos –y en particular en materia de seguridad - y finalmente la búsqueda de la seguridad como un bien común. Las autoridades locales son garantes del reconocimiento de las competencias específicas de los socios de la coalición, del proceso de concertación y de su aspecto inclusivo. El papel decisivo de las autoridades locales no implica una sustitución del rol del estado central. Como lo muestran varias experiencias (como el caso del Programa Comuna Segura en Chile), el rol del estado central sigue siendo fundamental como co-financiador a través de los contratos como evaluador y como monitor y finalmente como promotor de intercambio de prácticas y de información. Por otra parte existen campos de intervención en los cuales el estado juega un rol preponderante como por ejemplo en las intervenciones policiales complementarias a cualquier acción de prevención en particular en el caso del narcotráfico, en el caso de justicia y en la coordinación con políticas sociales y de planificación urbana. Este liderazgo es también un liderazgo ético, porque es obvio que sería contradictorio el luchar contra la delincuencia y permitir prácticas de corrupción o de malversación de dinero. El liderazgo implica privilegiar la calidad de vida adecuada al contexto de cada comuna o barrio.. Constitución de un Equipo técnico La exigencia de un equipo técnico competente de apoyo a la autoridad local para dinamizar esta estrategia y coordinar sus acciones es evidente y se da en la gran mayoría de las ciudades en el mundo que adoptan una política de seguridad ciudadana. Estos nuevos responsables de la seguridad que actúan bajo la autoridad del municipio, desarrollan políticas transversales a los diversos departamentos y funciones municipales pero tienen un perfil poco claro, lo que dificulta su tarea. De hecho los primeros esbozos de formación se visualizan en América Latina. Este equipo además enfrenta un peligro habitual que es el de 15 transformase en administradores de proyectos y no en guía de una estrategia. Rápidamente son copados de trabajo administrativo y no alcanzan a dedicarse a monitorear las acciones locales. Diagnósticos locales y diseño de la estrategia El método de trabajo contempla dos pasos indispensables: la necesidad de un diagnóstico de la inseguridad local, de sus causas y del impacto de las respuestas vigentes y la formulación de una estrategia local de seguridad consensuada. El diagnóstico es una etapa necesaria para el éxito de cualquier estrategia municipal. Permite no solo conocer las manifestaciones de delincuencia y sus lugares privilegiados pero también identificar los factores de riesgo y discernir las posibles orientaciones de intervención. Constituye un instrumento que sirve tanto para unir y movilizar a los actores de la comunidad como para iniciar algunos debates y grupos de trabajo temáticos que dan a conocer y analizan las manifestaciones de delitos y comportamientos antisociales y sus causas. El diagnóstico facilita el logro de consensos tanto sobre las manifestaciones y causas de la delincuencia como sobre los caminos a seguir y las prioridades. Obtiene consenso también sobre la evaluación de las intervenciones vigentes y las respuestas a la delincuencia por parte del sistema de justicia criminal como de la sociedad civil. El diagnóstico es particularmente importante en el caso de los jóvenes porque en la mayoría de los casos se ignora las manifestaciones y sobre todo las causas locales de los comportamientos considerados como antisociales. Y se desconoce los resultados de las prácticas que apuntan a la rehabilitación (drogadictos por ejemplo) o la (re)inserción (jóvenes en conflicto con la ley, desertores escolares o pandilleros violentos). También se desconocen las percepciones a menudo erróneas de la población adulta sobre los jóvenes y el nivel de conflicto intergeneracional que puede ser una de las causas de la violencia juvenil barrial. Por otra parte la prevención se dirige sobre todo a la juventud, porque constituyen la mayoría de las víctimas y victimarios, y son además el segmento de población que esta por definición en fase de (re)educación. La estrategia define los objetivos y las prioridades y se expresa en un plan de acción concordado. Su formulación se apoya sobre los resultados del diagnóstico. El plan de acción detalla las intervenciones, sus objetivos específicos, los resultados esperados, el calendario de acción y los responsables (socios) de cada intervención y las instituciones involucradas. Para cada intervención se fija una entidad responsable que asume el liderazgo de la intervención. El monitoreo de cada intervención corresponde normalmente a la coalición que la sustenta, ayudada por el equipo técnico del municipio. Las evaluaciones dependerán de la claridad de los indicadores y de los resultados esperados de cada intervención. La implementación de la estrategia se basa sobre coaliciones que desarrollan el plan de acción y una coalición central, generalmente un Consejo Municipal de Seguridad, que monitorea y orienta el proceso. Se evalúa regularmente las diversas prácticas, conforme a los indicadores construidos en cada ciudad. Las estrategias han llevado a cada ciudad a desarrollar planes muy variados. Las prácticas abarcan un conjunto de intervenciones a geometría variable. En el caso de jóvenes por ejemplo hay prácticas relacionadas con la inserción de jóvenes en situación de riesgo (pandilleros, drogadictos, desertores escolares) con los jóvenes víctimas de violencia intrafamiliar, con autores y víctimas de violencia escolar, con la reinserción y (re)educación de jóvenes en 16 conflicto con la ley, con el aprendizaje de la mediación, con la educación a través de actividades lúdicas monitoreadas, con programas de diversión para delincuentes juveniles, con el desarrollo de servicio comunitario como sentencia alternativa etc. No hay límites a las prácticas salvo aquellas que la ley o la falta de consenso de los habitantes imponen. Participación y coaliciones4. La participación de los habitantes debe ser la base de todos los programas comunitarios y de desarrollo social de los barrios afirmaba la primera conferencia mundial de alcaldes sobre seguridad en 1987 (Barcelona). En efecto el supuesto básico del enfoque participativo radica en la importancia de la colectividad en la acción preventiva. Sin embargo la implementación de la participación de la comunidad requiere entender las características de la intervención de esta en la elaboración e implementación de una estrategia local de seguridad. De hecho el enfoque participativo puede entenderse como referencia a la comunidad como portadora de un conjunto de valores culturales que impondrían automáticamente alguna forma de control social sobre el conjunto de los habitantes. Esta visión se enfrenta a la heterogeneidad de valores, comportamientos, conflicto intergeneracional y actitudes que impiden un control social efectivo. Hoy día ser un “buen ladrón” o un eficaz micro traficante es valorizado en algunos barrios. De hecho el control social requiere más que la simple referencia a los valores comunes, necesita plasmar el patrimonio común en organización capaz de imponer algunas normas. En efecto la presencia de un “capital social perverso” en algunos casos, y eso es particularmente evidente en el caso de los barrios afectados por el narcotráfico, conduce a comportamientos colectivos que dañan considerablemente la comunidad. La participación de la comunidad pasa necesariamente por involucrar coaliciones de organizaciones o instituciones con experiencias complementarias y que pueden eficientemente intervenir en la prevención de una o varias formas de delincuencia. Es una de la mayor lección de las experiencias exitosas en este momento en materia de seguridad ciudadana. La constitución de las coaliciones se realiza alrededor de objetivos comunes y se inicia con el diagnóstico inicial y la formulación de una estrategia con planes de acción específicos y se consolida en la implementación de proyectos focalizados. Según el objetivo, las coaliciones serán permanentes como por ejemplo aquellas constituidas por los Consejos Municipales de Seguridad. O bien, las coaliciones pueden ser esporádicas y específicas en función de un problema a enfrentar como por ejemplo la violencia escolar o el problema del abuso de drogas. Normalmente las coaliciones agrupan organizaciones del sector público involucradas en la actividad de prevención como la policía, la justicia, los servicios sociales o bien servicios especializados como aquellos encargados de la prevención de la drogadicción con organizaciones de la comunidad y de la sociedad civil. Las coaliciones pueden situarse a nivel ínter comunal, municipal o aun de barrios. El aspecto esencial es el involucramiento de sectores dinámicos, con una competencia específica y complementaria a aquella de los demás socios. Las coaliciones son la condición y el punto de partida de la participación comunitaria. 4 No existe en castellano una palabra que traduzca exactamente el concepto de “partnership”. Se adopta como equivalente el término “coalición”. 17 Una de las mayores dificultades encontradas en varías ciudades es la carencia de participación de los jóvenes mismos cuando de hecho se sabe que su involucramiento es condición de éxito. La principal razón de esta carencia radica en el adulto centrismo de muchos programas que sitúan el joven como receptor de los programas y no como sujeto activo de su desarrollo. No se hace una lectura de las contribuciones que los jóvenes pueden dar a la solución de sus problemas y al conjunto de la sociedad5. Cambiar esta actitud por una empatía con la juventud supone entender las percepciones que los jóvenes tienen de su propia situación, a menudo de exclusión y de conflicto generacional, porque las percepciones de los problemas difieren según los distintos grupos de edades y de género. En varios casos, la exclusión de los jóvenes en los barrios, deteriora la creación de vínculos y redes dentro de las comunidades, salvo los que se desarrollaron en las instituciones perversas (MOSER Y MCILWAINE; 2000). 4.3. Diseño e implementación de estrategias locales focalizadas El análisis de la región en materia de violencia y delincuencia juvenil evidencia que para abordar el fenómeno, se debe en primer lugar considerar que los jóvenes son victimas y victimarios de la violencia, y que junto a la significativa violencia armada que presentan los jóvenes involucrados en pandillas violentas, espacios como la familia y las instituciones del estado muestran claramente niveles preocupantes de situaciones de violencia en los cuales se ven involucrados los jóvenes. Junto a ello, aparece evidente que las condiciones del entorno son determinantes de la violencia, por lo cual, resulta imperioso actuar sobre dicho entorno. Asimismo, el trabajo con jóvenes en situación de riesgo debe considerar ante todo respuestas integrales, y deben apoyarse fuertemente en el denominado “capital social”, combinando cuatro tipos de enfoque: la perspectiva comunitaria, la perspectiva de redes, el enfoque institucional (coproducción); el enfoque de derechos y el enfoque de riesgo para explicar los fenómenos. En este sentido, las instituciones básicas de la sociedad son claves para diseñar estrategias alternativas. Un ejemplo concreto es la escuela, espacio donde se están desplegando experiencias exitosas en la región. Otro espacio institucional clave para el desarrollo de estrategias orientadas a jóvenes es el municipio. La experiencia en América latina da cuenta de un sinnúmero de programas desarrollados por municipios en la región que muestran hoy diferentes lecciones. Por otra parte, el análisis de las diversas experiencias nacionales de políticas orientadas a la juventud (vease el caso de Costa Rica, Colombia, El Salvador, Chile, Brasil, México, etc) muestra que es imprescindible evitar el aislamiento social de las y los jóvenes, incorporándolos a dinámicas más amplias sobre todo en términos de participación y ejercicio de derechos, desde una perspectiva ciudadana. Por tanto, no basta con trabajar en el “empoderamiento” de las y los jóvenes, si ello no se realiza desde una perspectiva integral pensada en términos de construcción de ciudadanía. Desde este ángulo, es más relevante el involucramiento dinámico y efectivo de las y los jóvenes en iniciativas más amplias (presupuesto participativo, control social de políticas públicas, organización comunitaria, etc.) junto con la estructuración de programas que acompañen el “ciclo de vida” de las personas en todas las políticas públicas relevantes, evitando los “vacíos” e “inconsistencias” actualmente existentes (por ejemplo, los programas de 5 El movimiento de los estudiantes secundarios ocurrido en Mayo –Junio de este año en Chile (movimiento llamado de los pingüinos que movilizó hasta 800.000 estudiantes en un movimiento ciudadano transversal) evidenció la capacidad de los jóvenes de dar una contundente contribución en termino de propuestas y de organización al conjunto de la sociedad despertando a esta de su letargo. 18 alimentación escolar vigentes en la enseñanza básica que se eliminan de plano en la enseñanza media). De esta forma, actualmente es posible de constatar un amplio y complejo conjunto de desafíos que obligan a trabajar intensamente en el fortalecimiento y la modernización de la gestión de las principales instituciones implicadas, en particular, con la policía, la justicia y las instituciones de protección a la infancia y adolescencia y ello a través de un modelo de trabajo de coalición local que considere a los principales agentes locales y cuyos protagonistas sean los mismos jóvenes. Asimismo, el éxito de toda estrategia local deberá orientarse a focalizar los principales problemas en materia de violencia juvenil en la región circunscribiéndose a determinados grupos de jóvenes en situación de riesgo. Pandillas Juveniles y Porte de armas Una pandilla de jóvenes es una asociación voluntaria de pares, unidos por intereses, comunes, liderazgo y organización interna, que actúa colectivamente para lograr algunos objetivos inclusive actividades ilegales y el control de un territorio, equipamiento o negocio” (MILLER W.B.,1992). Las pandillas en la región tiene diversas expresiones que van desde la simple asociación entre jóvenes que comparten su tiempo libre en actividades colectivas muy flexibles y no necesariamente homogéneas o delictuales hasta las maras centroamericanas cuya principal actividad es de carácter delictual y violento, pasando por las barras bravas que reivindican, a través de los símbolos del deporte, el control de territorio y actúan violentamente contra otras pandillas o contra quienes no comparten sus preferencias. Los estudios (CONCHA-EASTMAN Y SANTA CRUZ, 2001; CERBINO, 2002) de las pandillas de cualquier tipo, han mostrado que los principales factores que la explican se encuentran en la familia, la escuela y el entorno comunitario. Las pandillas violentas tienden a desarrollarse entre los jóvenes socialmente marginados para los cuales la escuela y la familia no funcionan. Los pares asumen una función de comunidad afectiva que sirve de referencia a los miembros de la pandilla. En el caso específico de Centroamérica, la influencia de la migración6 (MOSER Y MC ILLWAINE, 2004) en un contexto de post conflicto y el impacto de las formas de controlar las pandillas explican su grado de violencia (RODGERS, 2003). Los grupos de los jóvenes, que se constituyen en bandas estructuradas o en pandillas de menores son percibidos por los adultos como asociaciones que amplifican el riesgo de delincuencia. Por una parte tienen un efecto multiplicador sobre la gama de los comportamientos antisociales de los jóvenes. Por otra parte, su impacto sobre la percepción - fundada o subjetiva de la inseguridad urbana modifica también el entorno social haciendo de este entorno un barrio “estigmatizado” o “vulnerable. Al contrario los adolescentes no perciben las pandillas negativamente sino como una expresión normal de búsqueda de identidad. En efecto la organización de jóvenes en grupos más o menos estructurados o flexibles corresponde a una etapa del crecimiento de los adolescentes y estas 6 La expulsión por parte de EEUU de jóvenes hijos de emigrantes centroamericanos que estaban incorporados en gangs en Los Ángeles y que transfieren sus prácticas en El Salvador o Honduras 19 organizaciones no son necesariamente violentas. Los miembros de una pandilla comparten las actividades de muchos otros jóvenes como atender la escuela, tomar algunos empleos ocasionales, pasearse y dedican solo un aparte de su tiempo a la pandilla. “Lo que se constituye como un severo problema social no es el hecho per se de ser parte de una pandilla, es el modo de ser pandilla, los valores que supone el ser miembro activo y sobre todo , las actitudes , los hábitos y las acciones poco saludables de sus miembros” (SANTA CRUZ y CONCHAEASTMAN, 2001). Lo importante en el enfrentar el problema de la pandilla violenta es en primer lugar la capacidad de diagnosticar la “ruta de la violencia” (SANTA CRUZ y CONCHA EASTMAN, 2001). Se trata de identificar las vías a través de las cuales lo que es inicialmente el impacto de la conflictividad familiar pasa a ser en el contexto de la escuela o de la deserción escolar o del tiempo libre o de la búsqueda de ingreso, agresiones físicas a otras personas y en algunos casos a crímenes más graves como homicidios, asaltos, violaciones y lesiones. Se trata de entender cuales son los factores que facilitan el paso de una etapa a otra. En segundo lugar una intervención apropiada supone comprender el marco político, institucional y jurídico en el cual las pandillas pueden evolucionar y transformarse. En otras palabras las políticas públicas en un país o en una ciudad pueden facilitar o frenar el desarrollo de pandillas y de las condiciones que permiten su nacimiento y su desarrollo. Las políticas del post conflicto en algunos países centroamericanos lo muestra. En tercer lugar el enfrentar este problema supone entender el contexto socioeconómico en el cual se da. Salvo en los casos de total inserción en el mundo de la delincuencia dura que implica generalmente la presencia de un liderazgo adulto, la pandilla coexiste en forma ambigua pero pacifica con el entorno compuesto tanto por las familias de donde provienen como por los servicios públicos o privados que trabajan en estas zonas de presencia de pandillas. A menudo las características de las pandillas son el reflejo del entorno. Más violento y más excluido es el entorno más violento y en conflicto con los valores de la sociedad estarán las pandillas. Por lo tanto una intervención que no incluya el entorno –como objetivo y como actor- disminuye la probabilidad de éxito. “Las condiciones de deprivación socioeconómica que rodea a los jóvenes que se integran a las pandillas se refleja mejor en las condiciones medioambientales de la comunidad en donde viven. La exclusión social y económica que sufren los jóvenes no sólo se expresa en las dificultades que tienen sus propias familias para darles una educación de calidad y para crear oportunidades laborales para su futuro, sino también de forma más evidente se expresa en las condiciones de abandono social en las cuales muchas veces se encuentran las comunidades o barrios en donde viven los jóvenes que se integran a las pandillas”. (CRUZ, 2005). Las formas de intervenciones dirigidas a las pandillas deben tener en cuenta los niveles de desarrollo de la pandilla y del pandillero. Esquemáticamente cuatro niveles de intervención pueden ser identificados. En primer lugar la acción dirigida a la periferia de la pandilla. Existen ejemplos no sistematizados de estas intervenciones en particular entre policía comunitaria de Ecuador y Colombia siendo el modelo de intervención el de la policía canadiense que focaliza sus intervenciones comunitarias sobre estos jóvenes en coordinación con las organizaciones locales. Se trata de formas de prevención primaria. 20 El segundo tipo de intervenciones (prevención secundaria) apunta a la pandilla entre los cuales algunos miembros realizan actos en conflicto con la ley (microtráfico, pequeños robos) o se dedican al consumo de drogas o operan esporádicamente como “barras bravas”. En estos casos dos tipos de intervenciones se han verificado: la que apunta a separar a los líderes del resto de los pandilleros siendo la neutralización de los líderes una estrategia que permite trabajar a la reinserción de los otros miembros. En algunos casos se da a través de monitores que sirven de intermediarios en un programa de intervención y los pandilleros. Una variante de este tipo de intervención consiste en no buscar el quiebre de la pandilla sino en transformar ésta en una actividad social positiva. Este modelo ha sido aplicado con éxito en la ciudad de Monterrey desde el año 2000 que ha trabajado con bastantes pandillas para transformarlas en grupos de trabajo pro social, ocupados por ejemplo en el reciclaje de basura, en actividad lúdica durante las fiestas o en actividad comunitaria. Este último caso supone un involucramiento de las autoridades locales, recursos, monitores especializados y una participación comunitaria que sostiene este proceso. El modelo de Monterrey tiene por objetivos: educar e integrar al mercado de trabajo donde es posible a toda la pandilla. Se desarrolla en varias etapas: 1era etapa: registro de pandillas con las entidades públicas y privadas e inicio de diálogo con cada una de ellas 2a etapa: diagnóstico de los barrios de origen 3a etapa: abordaje de un programa a partir de las áreas de intereses del grupo (un año) 4a etapa: plan de trabajo a partir de un programa acordado con las entidades públicas y privadas involucradas 5a etapa: ejecución de programas con actividades culturales y de ayuda a comunidades con intercambio con pandilleros Finalmente se realiza una evaluación. Las lecciones aprendidas de este modelo es que la condición de éxito principal es el trabajo simultáneo con las familias de origen y que los resultados son muy positivos con la mayoría de las pandillas salvo con el núcleo duro demasiado involucrado en la delincuencia criminal. Por otra parte existe un tipo de intervención que consiste en limitar el daño ligado a los conflictos entre pandillas, que son los que más generan lesiones y muertes. Se da a través de mediaciones realizadas por la policía o por otros miembros de la comunidad. Este modelo ha sido aplicado en algunas ciudades colombianas. 7 Mientras las otras formas de pandillas requieren prevención primaria o secundaria, la intervención que concierne las maras pertenece al ámbito de la prevención terciaria y debe ser abordado en forma integral. Requiere una coordinación estrecha con la policía, la justicia y los servicios de rehabilitación. Al mismo tiempo un trabajo con las comunidades locales es necesario en la medida que las maras surgen donde el capital social comunitario es carente (GABORIT, 2005). Este trabajo debe apuntar al empoderamiento de estas comunidades necesario para que la comunidad sea un ente de transformación que permita, con la ayuda del Estado y de la sociedad civil, contrarrestar la influencia de las maras en el entorno. 7 Los conflictos por el “control de un territorio” son aquellos hechos que más accidentes mortales han generado. 21 Implica también un marco institucional que regule el porte de armas y la capacidad de negociar con EEUU las condiciones de expulsión de hijos de migrantes que han estado en conflicto con la ley. Jóvenes en situación de riesgo y marcos legales El análisis de los diferentes marcos legales existentes para abordar a los jóvenes en situación de riesgo, evidencia que en América Latina en general no existen normas específicas relacionadas con la prevención de la violencia y las existentes están concentradas en materias de violencia intrafamiliar y abuso sexual. De esta forma, quedan fuera de las legislaciones vigentes el tratamiento de los casos vinculados al tratamiento de pandillas o a los problemas de violencia y abuso que sufren los jóvenes por parte de las instituciones del Estado (un ejemplo es la violencia policial). Esto da cuenta de que a pesar de que la mayoría de los países de la región han suscrito los tratados internacionales que reconocen los derechos inalienables de niños, niñas y adolescentes, las normas vigentes no aseguran la existencia de mecanismos institucionales y legales que faciliten el pleno goce y ejercicio de los Derechos en materias específicas. De esta forma, gobiernos a nivel central y local debiesen abogar por la promulgación y adopción de leyes específicas en materias como salud sexual y reproductiva, educación, VIH, violencia sexual, empleo, etc., vinculándolas a las normativas generales en materia de salud, educación, trabajo, etc. que permitan hacer efectivo el ejercicio de los derechos que aseguren que niños, niñas y adolescentes que se encuentran excluidos de diversas oportunidades puedan realizar sus proyectos de vida. Estos marcos legales debiesen ser vinculantes a definiciones presupuestarias dirigidas a la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales que prevén los tratados de derechos humanos y las constituciones legales de cada país. (RODRÍGUEZ, MORLACHETTI Y ALESSANDRO 2005). También debiesen ser vinculantes con leyes penales que abordan a los jóvenes en conflicto con la Ley, las que muchas veces no tienen relación o inclusive son contradictorias. Al respecto un ejemplo es la legislación relacionada con “maras” y pandillas juveniles vigente en Honduras. Por un lado, a fines de 2001 se aprobó la “Ley para la Prevención, Rehabilitación y Reinserción Social de Personas Integrantes de Maras o Pandillas” que cuenta con un enfoque integral y permitiría orientar el trabajo en estos dominios desde un enfoque respetuoso de los Derechos Humanos, pero en paralelo, a comienzos de 2002 se aprobó una reforma al Código Penal (el artículo 332, conocido como “ley anti maras”) que tiene el enfoque exactamente opuesto. La Ley se aprobó a fines de la gestión de un gobierno constitucional, y la reforma se procesó a comienzos del siguiente, y en realidad, lo que se aplica (en el marco del gobierno actual) es la reforma del Código Penal, que permite detener, juzgar y encarcelar a jóvenes integrantes de maras o pandillas, por el solo hecho de serlo, independientemente de que éstos cometan o no delitos tipificados claramente en la legislación vigente. La Ley, por su parte, no se ha aplicado, y apenas este año se comenzó a estructurar un Programa de Prevención, Rehabilitación y Reinserción Social de Personas Vinculadas a Maras, con muy escasos recursos y sin respaldos políticos efectivos (RODRIGUEZ, 2005). Una experiencia paradigmática en materia legislativa que aborda a los jóvenes en situación de riesgo desde un enfoque de derechos y a aquellos que han entrado en conflicto con la ley, es la que ha desarrollado Costa Rica a partir de 2003. Costa Rica, donde se constituyó una Asamblea Nacional de La persona Joven, aprobó una Política Nacional cuyo sustrato legal se había promulgado en 2001 y que daba amplios derechos de representación a los jóvenes. En 22 dicho marco, a su vez, se establecen acciones específicas en dos planos. En el primero de ellos (divulgación) se especifican dos grandes áreas de acción: (i) “divulgación y promoción de los derechos civiles y políticos en los ámbitos nacional, regional y local; y (ii) información, educación y divulgación relativas al derecho de las personas jóvenes a la vida privada, relevando como público meta a las mismas personas jóvenes, sus familias y funcionarios /as de instancias gubernamentales, privadas y mixtas”. En el segundo de los planos destacados (cumplimiento, restitución de derechos y mecanismos de exigibilidad) se establecen –por su parte- otras cuatro áreas específicas: (i) “articulación de acciones interinstitucionales tendientes a la revisión e implementación de medidas eficaces que garanticen la seguridad personal de las personas jóvenes; (ii) establecimiento de mecanismos intersectoriales para el cumplimiento de los derechos civiles y restitución de los mismos a aquellas personas jóvenes a quienes les han sido sustraídos o negados; (iii) creación y fortalecimiento de mecanismos de exigibilidad de los derechos civiles y políticos en la población de las personas jóvenes; y (iv) ejercicio del derecho a la libre expresión y a la participación real de las personas jóvenes en la toma de decisiones sobre temas relevantes para las juventudes” (RODRIGUEZ, 2005) Jóvenes en Conflicto con la ley El análisis de lo que ha sido la respuesta institucional y gubernamental en materia de juventud en situación en riesgo y en conflicto con la ley ha estado influenciado generalmente por eventos o coyunturas específicas y no por estrategias o políticas de Estado que busquen dar una respuesta efectiva y sostenida al fenómeno. A lo largo de los años, estas medidas coyunturales han sido por lo general políticas de control y represión, orientadas al endurecimiento de las leyes y a privilegiar las medidas de privación de libertad sobre las estrategias de prevención y reinserción social. La criminalización permanente de los jóvenes, ha justificado todos los discursos de ley y orden, el acoso constante y la persecución policial. Sin embargo, es muy importarte subrayar que aunque han sido abundantes y provechosas las discusiones jurídicas de temas como los jóvenes en conflicto con la ley, ha sido notable el vacío de la práctica. Los problemas de coordinación y de comunicación entre las distintas instituciones, los pocos e insuficientes recursos, la nula formación en el tema, y en muchas ocasiones la falta de voluntad política, han hecho que a pesar de que en muchos países existe una nueva institucionalidad que vela por ellos, la juventud no muestra signos de mejora en su situación social o económica. Esto ha llevado a que las instituciones de protección a la infancia, por su parte enfrenten hoy un doble desafío: asumir con más decisión y consecuencia la atención de las y los adolescentes, y por otro, asumir que los enfoques tradicionales, centrados en la ejecución del ciclo completo de los programas privativos de ley en manos de solo el sistema de justicia- ya no tienen fundamento ni viabilidad, abriéndose a la concertación de esfuerzos con una amplia gama de actores gubernamentales y no gubernamentales, operando más descentralizadamente. Rehabilitación Un primer modelo de trabajo en la línea anterior es el de la rehabilitación que trata de disminuir los factores de riesgo individual y familiar que presentan los jóvenes. Estas estrategias se han identificado el nivel de riesgo del infractor que determina el grado y la intensidad de intervención y orienta el trabajo a los factores de incidencia sobre el comportamiento antisocial; han desarrollado metodologías participativas y activas en el trabajo y en ellas existe la prevalencia de enfoques multimodales de trabajo, orientados a influir sobre varios tipos diferentes de 23 problemas y destinados a fortalecer las destrezas sociales del individuo (GILLER, HAGGEL; RUTTER; 2000). La rehabilitación busca prevenir la reincidencia en los actos delictuales. La experiencia indica que mientras más temprana se realice la intervención, mayores son los resultados. Los programas realizan tratamientos sobre múltiples factores de riesgo, individuales, sociales y económicos que inciden sobre el joven infractor. Apuntan a desarrollar diferentes habilidades de los jóvenes por medio de capacitación y métodos pedagógicos. Usan metodologías que se centran en la práctica y se basan en la confianza y vínculos entre los encargados del tratamiento y el joven infractor. Dos elementos de apoyo importantes son las terapias sicológicas que trabajen sobre aquellos factores que inciden directamente en el comportamiento violento, a través de metodologías activas y participativas. Por otra parte el involucramiento de los padres en los tratamientos de los jóvenes infractores (PATTERSON, 1992). Los cuales participan en terapias familiares. Sin embargo, las características psico-sociales de las familias en alto riesgo social impiden a menudo la participación de los padres en el proceso rehabilitador. Dentro de los modelos desde la perspectiva rehabilitadora, se encuentran aquellos de tratamiento institucional que se basan en el uso extensivo de tutorías individuales y entrenamiento en habilidades interpersonales. Varios programas de Centros de Residencia comunitaria son centros de guía y orientación, educación y capacitación vocacionales. Sin embargo, el éxito es relacionado a la presencia de un adulto que supervisa a un grupo pequeño de jóvenes. Modelos de Justicia Alternativa El enfoque punitivo tradicional busca aumentar los costos del acto delictual. Sin embargo falta evidencia empírica que dé cuenta de la efectividad de medidas de castigo/ sentencia y la relación directa con la disuasión que éstas producen para impedir la reincidencia de los jóvenes infractores (FARRINGTON; 1997). Además la inflexibilidad de estas medidas impide tratar el fenómeno en su complejidad. Frente a ello, se han implementado diferentes modelos alternativos de justicia para los adolescentes para evitar el contacto temprano de los jóvenes con el sistema de justicia que produce efectos negativos. El Modelo Comunitario de Justicia Alternativa que ha tenido éxito combina la supervisión del infractor, con la participación en un programa recreativo y de trabajo, y además, apoyo en relación con las tensiones en el hogar, rehabilitación y penas o castigo. La mayor eficacia esta relacionada con el trabajo con los padres de los jóvenes, con programas de readaptación social posterior al tratamiento y con la focalización en los factores particulares de riesgo que presenta el adolescente. Los programas más prometedores se inspiran del modelo de Justicia Restaurativa que permite el encuentro entre el infractor y la víctima y una reparación directa. Estos enfoques se basan principalmente en la idea general que puede ser de utilidad para los jóvenes infractores el tener una mayor conciencia del impacto personal y social de sus delitos. Jóvenes en conflicto con la ley y consumo de drogas 24 En materia de delincuencia juvenil y consumo problemático de drogas, la experiencia muestra logros y éxitos alcanzados por nuevos modelos orientados a abordar el fenómeno. Entre estos, uno que presenta algunas experiencias piloto en la región (Brasil y Chile) es el de Cortes de Drogas. Estas son tribunales especializados en la tramitación de juicios en los que se procesa a infractores de ley y que además presentan un consumo problemático de alcohol y/o drogas. El joven se somete a un proceso de tratamiento y reinserción, como alternativa a la cárcel, ya que se considera que en estos casos, las medidas privativas de libertad no son efectivas herramientas de rehabilitación, porque no logran atacar la raíz del problema, que es en definitiva la adicción. Los tribunales de drogas juntan el proceso de vigilancia del sistema de tribunales con capacidades terapéuticas de los tratamientos antidrogas. En esta asociación de servicios, el acusado o participante es sometido a un intenso régimen de tratamiento antidroga y supervisión, mientras que, al mismo tiempo, debe asistir regularmente a las audiencias programadas con un juez. El programa es supervisado por un equipo de profesionales expertos en tratamientos de temas relacionados con la justicia penal, quienes revisan los casos de cada uno de los participantes antes de asistir a la audiencia regular. En general, los tribunales de drogas exigen al participante abstenerse de perpetrar cualquier delito, y de consumir cualquier tipo de alcohol o drogas. Los participantes también están obligados a buscar oportunidades adicionales de educación y capacitación. La mayoría de los programas de los tribunales de drogas exigen que el participante permanezca bajo la jurisdicción del tribunal por lo menos durante un año. Aparte de un tratamiento antidroga intensivo y del manejo de su caso, el participante aceptado en el programa también recibe un beneficio del sistema de justicia penal. Algunas de las posibilidades son recibir una pena menos severa, que sean retirados los cargos o terminar el período de libertad vigilada con antelación. Existen varias formas diferentes en que las jurisdicciones abordan los elementos legales del caso del participante. Algunas veces los cargos que existen contra el participante del programa se mantienen en pie hasta el término del programa; y, una vez que lo han terminado exitosamente, dichos cargos son retirados. Si un participante no cumple con el programa, el proceso continúa tal como hubiera ocurrido normalmente. Otras jurisdicciones exigen que los participantes se declaren culpables antes de ingresar al programa. Si lo terminan exitosamente, la declaración es retirada y los cargos son reducidos o retirados. Si no terminan el curso, por lo general existe la alternativa de ir a la cárcel por un período bastante más prolongado que el que les hubiera sido ofrecido originalmente en caso de que no hubieran aceptado la opción de tratamiento ofrecida por el tribunal. Otra posibilidad es que la participación en los programas de los tribunales de drogas sea una exigencia para salir en libertad vigilada o bajo palabra. Los tribunales de drogas abordan cargos que van desde posesión de drogas hasta daños a la propiedad. Puesto que muchos drogadictos roban para financiar su adicción, los tribunales de drogas también tratan estos daños a la propiedad ocasionados por el abuso de sustancias. Si un participante del programa de los tribunales de drogas ha cometido un delito que involucre a una 25 víctima, como en el caso de un robo, el programa por lo general exige la restitución de los bienes.8 Jóvenes, tráfico de drogas y barrios vulnerables Toda estrategia orientada a reducir la vulnerabilidad de los jóvenes en barrios estigmatizados involucra la necesidad de considerar estrategias de largo plazo, que se inicien con un diagnóstico adecuado sobre la realidad y que permita comprender el proceso de penetración del narcotráfico y su relación con la comunidad y con los jóvenes. Estudios realizados en Chile en barrios vulnerables permiten apreciar que existe una íntima relación entre droga, desconfianza, temor y porte de armas. Las redes del tráfico permean las relaciones sociales que sustentan a la comunidad, mientras que las solidaridades internas-que en el pasado dotaban de algún grado de estabilidad- se ven destruidas, limitando con ello las respuestas comunitarias que hacían frente a los problemas estructurales característicos de una población vulnerable. (UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO, 2004). Estos estudios permiten señalar que el narcotráfico no se instala en cualquier barrio pobre sino en barrios donde se verifican dos condiciones: el deterioro del tejido humano y urbano y lugares estratégicos (proximidad de calle importante, fácil acceso y preservación del anonimato de la clientela) para la venta de drogas a segmentos acomodados de la sociedad. De esta forma, la búsqueda de respuestas debe involucrar un análisis profundo de las interrelaciones de la delincuencia y de las redes de tráfico de drogas con la trama social y cultural del contexto en el cual se inserta. Ello, significa comprender el tráfico de drogas y lo que él conlleva como una forma de violencia que coexiste muchas veces tanto con una cultura de agresiones instalada en las relaciones cotidianas, como también con un consumo de drogas creciente en la sociedad, cuyas consecuencias son más visibles en estos barrios que en otros. Frente a lo anterior, la estrategia de trabajo debe ser integral de manera de involucrar soluciones económicas, así como sociales y culturales. En esto, el enfoque territorial y la focalización son una prioridad. Es en el ámbito local donde se debe elaborar las respuestas y son sus autoridades las llamadas en primer lugar a liderarlas. La proximidad que tienen respecto a la comunidad y a sus principales problemáticas, les permiten un mejor abordaje de ellas. Sin duda, ello no significa dejar de establecer la necesaria coordinación con las agencias de intervención a nivel nacional y regional para abordar el fenómeno más globalmente. Asimismo, la focalización del trabajo hacia grupos o problemáticas específicas, permite la priorización de las respuestas y el uso adecuado de los recursos. Junto a ello, se debe también involucrar a los diversos actores locales y comunitarios (institucionales, sociales y políticos) en el proceso de análisis de la realidad y en la construcción de respuestas. No basta la sola intervención policial. En este sentido, el problema de fondo es el necesario “desarme físico pero también cultural de la violencia” y no la focalización exclusiva y prioritaria en el tráfico. Es decir, que junto con la indispensable intervención policial en estos casos —coordinada necesariamente con otras intervenciones de prevención social—, es necesario el análisis colectivo respecto de los valores y comportamientos que llevan a la violencia y que generan un terreno “culturalmente” fértil para 8 La implementación de este modelo en los EE.UU. evidenció una tasa de reincidencia de comparación con aquella (43.%:) de infractores no tratados 16%, en 26 la instalación del narco y su posterior arraigo. Entre aquellos, es necesario abordar los problemas de la violencia intrafamiliar, la violencia en las escuelas, los robos, el alcoholismo, las pequeñas mafias locales omnipresentes, los clientelismos dirigenciales, pero también la violencia institucional frente a estos barrios y su discriminación permanente. Programas en esta línea se han implementado en América Latina y han estado orientados principalmente a disminuir los factores socioeconómicos que inciden sobre el involucramiento juvenil en el tráfico de drogas. En esta materia una de las experiencias destacadas en el campo laboral, es la que se viene implementando en El Salvador, en el marco de diversas iniciativas particulares (no siempre bien articuladas) que incluyen esfuerzos de organismos no gubernamentales (el Polígono Industrial Don Bosco, por ejemplo) y el activo respaldo de algunos organismos internacionales (PNUD y UNICEF, por ejemplo), trabajando en coordinación con organismos del Estado (Consejo Nacional de Seguridad Pública, Secretaría de Gobernación, Secretaría Nacional de la Juventud, Instituto Salvadoreño de la Niñez y la Adolescencia, etc.). El caso de los programas y proyectos del Polígono Industrial Don Bosco (PIDB), es particularmente destacable, en la medida en que combinan formación profesional y formación personal y social, en el marco de procesos promocionales integrales, destinados especialmente a jóvenes en situación de extrema vulnerabilidad, incluyendo adolescentes en conflicto con la ley. Los impactos logrados han sido muy significativos, con tasas de reincidencia en la comisión de delitos –por ejemplo- muy bajas entre los jóvenes participantes. Las sistematizaciones disponibles muestran que, entre otras ofertas del PIDB, “los programas Miguel Lagone y Laura Vicuña se convierten en una alternativa real y casi única en el país para reinsertar a los jóvenes en conflicto con la ley a la sociedad salvadoreña, uniendo el trabajo, el estudio y la formación profesional, además de la asistencia psicológica y clínica, creando así condiciones reales para que exista un equilibrio psíquico y corporal de los jóvenes y para que éstos puedan incorporarse a la vida productiva del país” (GTZ 2004). Las “claves” de éxito, parecen ser, entre otras, las siguientes: (i) la formación laboral debe centrarse en oficios y destrezas de directa e inmediata utilidad práctica en el marco de la vida cotidiana de las y los jóvenes participantes; (ii) junto con la capacitación laboral, hay que brindar formación social en términos de valores y habilidades para la vida; (iii) se debe trabajar intensamente en el acompañamiento de los procesos de inserción laboral de las y los jóvenes, sabiendo que son caminos de ida y vuelta, plagados de obstáculos a enfrentar y superar; (iv) la capacitación debe ir acompañada de una práctica laboral real, que genere ingresos para las y los jóvenes; (v) hay que fomentar empatías fuertes entre instructores (no docentes) y jóvenes, donde los primeros puedan ser “referentes” en muchos planos simultáneamente y no simples transmisores de saberes y destrezas; y (vi) hay que fomentar al máximo las actividades “de joven a joven”, apoyando el desarrollo de liderazgos, capacitando multiplicadores jóvenes, respaldando los procesos grupales, más que los procesos individuales (ver, por ejemplo, UNICEF 2004a). Violencia en las escuelas El análisis de experiencias que han resultado prometedoras en la región en materia de prevención de la violencia escolar muestran que los resultados positivos se logran en la medida que: jóvenes y comunidades se “apropian” de las instalaciones educativas (las sienten como propias) en lugar de atacarlas las defienden; las escuelas se vuelven “amigables”, se generan 27 sinergias que fomentan el retorno de los “desertores”; se brindan herramientas de “educación para la vida” ( no solo se trasmiten “saberes” ajenos y de dudosa utilidad práctica en contextos de exclusión) y se generan mayores “empatías” entre y con los actores implicados en el proceso educativo. Junto a lo anterior, la experiencia indica que un primer paso necesario para disminuir la violencia al interior de los establecimientos educacionales es revalorizar su rol socializador y como agente prioritario de inclusión de los jóvenes en situación de riesgo. “Dada su capacidad de regular las interacciones entre pares, la escuela otorga el mejor contexto para la prevención de la delincuencia en la adolescencia” (CUSSON, 2002). En esta línea se han mostrado exitosos los modelos de escuela eficaz, los cuales se caracterizan principalmente por la cohesión y solidaridad de un equipo de educadores sostenido por un liderazgo fuerte y motivador. Tal equipo dispone de “la competencia y dinamismo necesario para solucionar los problemas a medida que surgen, para identificarlos, analizarlos, descubrir soluciones apropiadas y movilizar las energías. Junto a ello, también la inserción en la formación de mecanismos de resolución pacifica de conflictos a través de métodos innovadores como la mediación, educa mostrando que hay otra forma de resolver un conflicto que la violencia. Junto a lo anterior, y orientada a disminuir la violencia en los colegios, toda estrategia local debe identificar y focalizar los esfuerzos en escuelas afectadas por manifestaciones de violencia. Como se ha señalado antes, este tipo de violencia constituye una manifestación más de la desigualdad que afecta algunas zonas urbanas y las familias que en ellas viven. Entre las causas de la violencia en la escuela hay que distinguir aquellas que provienen de las características psico- sociales del alumnado, aquellas que derivan de la organización misma de la escuela y las que son consecuencias del entorno social. Para abordar el fenómeno y sus causas, una estrategia orientada en esta línea debe considerarse al menos tres enfoques: el primero considera sobretodo la organización interna de la escuela, el segundo pone énfasis en los factores de riesgo de los alumnos, mientras que el tercero evidencia la acción sobre el entorno y por ende sobre formas de co-producción de seguridad. Hoy día la mayoría de las intervenciones más prometedoras constituyen una combinación de estos enfoques. El énfasis en la escuela Este modelo de intervención está orientado a mejorar la organización interna de la escuela a través del diseño e implementación de normas compartidas, aplicadas en forma homogénea y elaborada con toda la comunidad escolar. La disciplina, la presencia de un reglamento claro, conocido y compartido aparece como elemento determinante, constitutivo de protección contra la violencia interna de la escuela. La necesidad de legitimación de la norma obliga a menudo a pasar por una fase de creación en común de esta norma a realizar en el seno de la escuela misma con los padres y alumnos. Para ello también es necesaria la capacitación de los profesores para enfrentar la violencia, puesto que no basta tener profesores competentes en sus respectivas materias de enseñanza, sino además deberían gozar de un entrenamiento en materias de reacción frente a problemas de violencia recurrentes o graves. Otra línea de acción al interior de los establecimientos educacionales es la prevención situacional en las escuelas, dado que muchas condiciones físico -espaciales de estas contribuyen a la ocurrencia de hechos de violencia en su interior. Entre estos, la estructura física de una escuela, las características de su construcción, las modalidades de funcionamiento de los horarios y de la vigilancia, el tamaño de la escuela, el número de alumnos por clase, la protección de los alumnos a la salida de la 28 escuela, el control del entorno colindante con la escuela, la accesibilidad a infraestructuras de protección de los objetos y vestuario de los alumnos, profesores y staff, el equilibrio en la composición del alumnado por clase, son factores que influyen en el clima de paz y por ende de apoyo a la enseñanza en una escuela. El factor principal sigue siendo el número de alumnos por clase. El énfasis en los alumnos en situación de riesgo Una segunda línea de trabajo es aquella que focaliza sobre los alumnos en situación de riesgo, a través de un seguimiento y análisis de condiciones sociales y sicológicas. En este ámbito es posible identificar programas orientados a la educación de los padres, con intervención a domicilio, la formación de los padres en la gestión de las situaciones, el desarrollo de las aptitudes de los niños y los programas de enriquecimiento intelectual precoz. Existen también programas que focalizan sobre estos alumnos pero las intervenciones se realizan de manera grupal ofreciendo un programa académico sólido. Emplear métodos pedagógicos apropiados con una gestión estratégica de las clases y con un personal asistente de apoyo puede dar buenos resultados. El énfasis en la co-producción con el entorno Por ultimo, y como ha sido señalado antes, programas deben orientarse hacia el entorno de la escuela. Estos enfoques ponen el acento sobre varios aspectos: - La percepción de la escuela como parte de la comunidad y la invitación a los residentes a participar en las actividades de la escuela. Creación de relaciones con el sector privado y los profesionales locales. La importancia del clima interno a la escuela sin limitar este aspecto a la seguridad física. La adopción de un modelo de coalición (partnership) dirigida a la solución de los problemas. La adopción de estrategias multisectoriales asumiendo que una intervención es más efectiva si trata el conjunto de factores de riesgos.(Shaw, M. 2001). Las escuelas “alternativas” constituyen una medida de acompañamiento en caso de barrios “vulnerables” o estigmatizados. Además de las clases especiales dentro de las escuelas, existen escuelas o centros de formación alternativos que constituyen para los alumnos en situación de riesgo y sus familias, lugares de acceso a multiservicios que hacen de la escuela el elemento coordinador de todas las coaliciones locales creadas. Asimismo, en materia de control de armas al interior de las escuelas existen estrategias de intervención de co-producción de seguridad, al contrario de una intervención solo policial. Estas involucran a la comunidad (y también a la policía local) en todo el barrio, puede modificar los comportamientos. El porte de armas no es un problema escolar, es ante todo un problema del entorno y debe ser tratado como tal. 5. Agentes de Intervención El desarrollo de un enfoque urbano que oriente y guíe estrategias de prevención de la violencia y delincuencia juvenil a través de un trabajo territorializado y focalizado supone la intervención de diversas instituciones que operan en diferentes niveles. A esta tarea están llamados diferentes agentes de carácter local, nacional, internacional y de la sociedad civil. Por otra parte, la experiencia en la región, muestra que ya existen múltiples experiencias que evidencian diferentes resultados y de los cuales es posible extraer lecciones. Entre estas se puede constatar la superposición de esfuerzos emprendidos entre diferentes actores por lo que es necesario la definición de roles y funciones de los múltiples actores y agentes que intervienen en este campo. 29 Agencias de cooperación Internacional Los enormes esfuerzos realizados en materia de prevención por parte de las instituciones internacionales financieras y políticas han producido incontestables éxitos (Bogotá por ejemplo). Pero hoy se requiere un esfuerzo mayor porque los fondos son insuficientes, la incoherencia y la descoordinación frecuente, la falta de evaluación evidente. En particular los apoyos a la descentralización en esta materia son insuficientes, la clarificación de las implicancias de enfoques adoptados como por ejemplo el de seguridad ciudadana queda vago y los intercambios entre ciudades de la región escasos. Mientras otras regiones9 favorecen estos intercambios, América latina parece frenar ese aspecto substituyendo a menudo el intercambio de experiencias por el debate entre “expertos”. La carencia de asistencia técnica seguida a los equipos técnicos es real y la formación de los expertos locales es carente. La formación a nivel de municipios de una masa crítica de líderes locales no cuenta con fondos suficientes y la gran mayoría de las ciudades no tiene los recursos necesarios. La cooperación directa entre organismos internacionales y ciudades debería ser favorecida sin tener que pasar por el filtro del gobierno central en todos los casos. Por otra parte, los esfuerzos reales a favor de una policía comunitaria merecerían iniciativas más audaces y no ser dejados a la buena voluntad de los gobernantes o de las fuerzas policiales. La respuesta a la demanda de aumento del contingente policial recibe mayor aceptación. En resumen a pesar de un incontestable toma de conciencia de los problemas y su difusión, y de éxitos importantes, la etapa actual requiere un esfuerzo mayor en varias direcciones. La gestión del conocimiento en la materia pasa por centros especializados y por universidades. Hoy día pocas de estas instituciones tiene los medios para realizar esta tarea y para difundir sus resultados. El rol de las organizaciones internacionales es también de apoyar estas instituciones y su capacidad de difusión. El tiempo de los primeros pioneros ha sido superado, es tiempo de reforzar la reflexión universitaria de largo alcance. Recordamos por ejemplo que el exitoso proceso de reforma hacía la policial comunitaria surgió en Canadá de la colaboración entre policía y centro universitarios. Entre los temas que merecen un apoyo más substancial, el de la cooperación entre sectores públicos y privados en materia de prevención en general. Por otra parte la difusión de estudios significativos que contrarresten la opinión superficial de los medios de comunicación preocupados del impacto sensacionalista. La reflexión y la puesta en evidencia de las prácticas que permiten abordar la territorialización de la delincuencia en particular aquella ligada al narcotráfico y su implantación en territorios urbanos serían hoy relevantes. En su rol de proveedor de recursos financieros y técnicos las organizaciones internacionales que han sido pioneras en materia de seguridad en la región, deben continuar a apoyar las iniciativas gubernamentales pero al mismo tiempo podrían reforzar un apoyo descentralizado y más diversificado. 9 Europa favorece el intercambio entre ciudades a través del Foro Europeo por la Seguridad Ciudadana, África tiene frecuentes intercambios debido a la asocación de alcaldes y al apoyo de Naciones Unidas. 30 Rol del Gobierno Central: soporte legal e institucional de las estrategias locales Para abordar a la juventud y la violencia, el rol principal del gobierno central es asegurar un soporte institucional, legal y económico que garantice el pleno desarrollo de estrategias locales de prevención orientadas a la juventud en situación de riesgo. El gobierno central está llamado a definir políticas que permitan articular todos los esfuerzos particulares, generando las imprescindibles sinergias al respecto. En este sentido, resulta evidente que los organismos gubernamentales especializados en juventud y violencia (Ministerios, Institutos, Programas Presidenciales y Direcciones de Juventud) tienen y deben cumplir un rol mucho más activo y preciso en términos de articulación de esfuerzos, animando los procesos de concertación y aportando aquellas herramientas que faciliten y promuevan los trabajos que se desarrollen en el sistema de prevención como de control de la violencia. Es rol de los agentes centrales también procurar el fortalecimiento y la modernización de la gestión de las principales instituciones implicadas en materia de prevención y control, entre ellas la policía, la justicia y las instituciones de protección a la infancia y adolescencia. En relación a la policía, la modernización deberá orientarse a cambiar en muchos casos- la cultura institucional existente en la cual prevalecen aún lógicas represivas, violentas y estigmatizadoras hacia los grupos juveniles más vulnerables (como ha quedado en evidencia, los jóvenes sufren altos niveles de violencia policial en diversos países de la región). Respecto a la justicia, el principal desafío tiene que ver con sus capacidades para asegurar la vigencia de los derechos humanos y de las leyes establecidas. También otro desafío central para el sistema de justicia, es articular de manera eficiente todas las medidas no privativas de libertad orientadas a Jóvenes. Para ello, este sistema debe dialogar y abrirse con múltiples actores (ONG, fundaciones, municipios) y con ello dar mejores respuestas que las que hasta hoy se han logrado a través de medidas y sanciones penales de carácter tradicional. Por otra parte, las instituciones de protección a la infancia, deben asumir con mejor gestión y planificación la atención de las y los adolescentes a través de un funcionamiento más descentralizado. En este campo el dialogo y coordinación con los agentes locales es central. Gobiernos Locales: coordinación, implementación y evaluación. Los municipios deben cumplir con funciones similares en sus respectivos espacios de trabajo operativo, fomentando las articulaciones concretas en términos de implementación de acciones específicas, en sus respectivos entornos territoriales. Para ello, resulta necesario que estas unidades gubernamentales fortalezcan sus capacidades de planificación, implementación y evaluación de acciones articuladas, superando resueltamente sus clásicas funciones de ejecución de obras de infraestructura y –en algunos casos- de implementación desconcentrada de programas sociales de alcance nacional (salud, educación, etc.). En este marco, es fundamental que en el plano local se cuente con mecanismos claros y dinámicos de participación de la sociedad civil en todas las etapas del desarrollo de las políticas públicas (diseño, implementación, monitoreo, control y evaluación) para lo cual, los municipios deben abrir sus puertas resueltamente y las organizaciones sociales deben responsabilizarse más y mejor en términos de ocupación de los espacios de participación que se vayan concretando (presupuesto participativo, control social de políticas públicas, evaluación 31 participativa de planes y programas, etc.). También es rol del gobierno local diseñar e implementar estrategias de seguimiento y evaluación de cada programa que se implemente. Organizaciones de la sociedad civil A nivel nacional y local, es imperioso que los propios movimientos y organizaciones juveniles (formales e informales) participen en pie de igualdad con todas las otras instituciones y organizaciones de la sociedad civil. Para ello, es fundamental que se eliminen las prácticas discriminatorias existentes en varios contextos específicos, centradas a veces en simples mecanismos legalmente establecidos que exigen requisitos formales que no condicen con la cultura juvenil dominante (contar con personería jurídica, por ejemplo, como condición para participar de los procesos respectivos) y otras veces construidas sobre la base de criterios “adultistas” que no le reconocen a las nuevas generaciones capacidad efectiva para participar en la toma de decisiones. También es condición que existan organizaciones y movimientos juveniles mucho más y mejor dispuestos a participar activamente en estas dinámicas, incluyendo un esfuerzo particularmente destacable por ocupar los espacios que se vienen abriendo en términos de participación ciudadana (presupuesto participativo, control social de políticas públicas, desarrollo comunitario, etc.) concebidos como herramientas claves para la prevención de la violencia relacionada con adolescentes y jóvenes, a nivel de las intervenciones primarias descritas en el esquema incluido en las páginas precedentes. 5.3. Estrategia de desarrollo para la región: ciudades y experiencias pioneras en materia de prevención de la violencia Como ha sido señalado anteriormente, la creciente preocupación por la seguridad (pública o ciudadana) se ha extendido en América Latina evidenciando una amplio abanico de experiencias de carácter nacional y local. En la mayoría de ellas el problema de los jóvenes aparece como central porque son los mayores protagonistas de la violencia sea como víctimas y/o victimarios. Sin embargo, en la mayoría de los casos los modelos y estrategias implementados han respondido a enfoques de carácter penal clásico (atacando las consecuencias más que las profundas causas de la violencia)- con fuertes sesgos represivos- o bien se han centrado en problemáticas específicas, faltando enfoques mas integrales y amplios. En este sentido, en el abordaje de la juventud y de la violencia, priman aún enfoques simplistas que se limitan al despliegue de respuestas de corte "represivo" o aún a la asimilación mecánica entre pobreza y delincuencia, postulando el combate a la pobreza como respuesta casi “mágica” para resolver la violencia (RODRIGUEZ, 2005). Junto a ello, en muchos casos es posible constatar la falta de información precisa sobre los principales problemas que afectan a importantes segmentos de la población juvenil y es posible sostener que aún cuando no existen evaluaciones sistemáticas de las experiencias, tampoco es posible evidenciar resultados relevantes a partir de las diferentes experiencias. (LUNECKE y VANDERSCHUEREN, 2004). Pese a lo anterior, el análisis de las diferentes experiencias da cuenta de algunos casos paradigmáticos que han implementado respuestas más integrales que evidencian probabilidades de éxito en el futuro. En todos los casos- se trata de programas que tratan de atacar las causas del fenómeno, que no tienen más de cinco años de implementación 32 efectiva, y que pese a que no existen evaluaciones de sus impactos presentan enfoques de abordaje interesantes. Estos casos de ciudades y programas constituyen sin duda referencias para el desarrollo y fortalecimiento de estrategias locales de prevención en materia de violencia juvenil en la región. Bogotá: Estrategia integral a nivel de ciudad El Programa de Seguridad y Convivencia Ciudadana de Colombia, busca apoyar un conjunto de intervenciones orientadas a fomentar la convivencia ciudadana y prevenir y controlar la violencia urbana. Las intervenciones que se vienen desplegando desde una década se articulan con la estrategia de la salud pública de afectar los llamados factores de riesgo, entre los que han sido identificados como más relevantes, la impunidad, la poca credibilidad de la justicia y de la policía, las relaciones que favorecen la solución violenta de los conflictos, el manejo inadecuado de los hechos violentos por parte de los medios de comunicación, la presencia de pandillas juveniles y grupos armados al margen de la ley, la proliferación de armas en la población civil y el consumo desmedido de alcohol y otras drogas. Las actividades a nivel nacional están orientadas a proveer las herramientas necesarias para el conocimiento y la evaluación de los múltiples tipos de violencia que afectan a la sociedad colombiana, y crear consenso alrededor de los factores generadores sobre los cuales podría incidirse. Asimismo, el programa nacional incluye un fondo de asistencia técnica para apoyar a las municipalidades, y se viene aplicando especialmente en Bogotá, Cali y Medellín. Con este fondo, se financian sistemas de información, revisión de la legislación vigente, sistemas alternativos de rehabilitación de menores que delinquen, políticas de desarme de la población civil, etc. Del mismo modo, se financian investigaciones y programas promocionales ligados con el fomento de la convivencia ciudadana, la resolución pacífica de conflictos, el combate de la exclusión social, etc. El caso más paradigmático lo constituye el de la ciudad de Bogotá, donde el Programa también cuenta con una gran prioridad relacionada con los jóvenes, trabajando desde una óptica eminentemente preventiva, en dos vertientes claramente identificadas: prevención y comunicación (fortalecimiento de procesos comunicacionales para las relaciones interpersonales, grupales, escolares, colectivas y masivas) y prevención y producción (creación, fortalecimiento, organización y capacitación para la ejecución de proyectos de educación para el trabajo y la productividad). Desde este ángulo, se promueven procesos de construcción de identidad y autoestima, apoyo a la consecución de ingresos propios legales, formación de hábitos de trabajo, desarrollo de habilidades y destrezas, etc. Prevención de la violencia en el contexto escolar Una primera experiencia que interesa destacar es la del Programa “escuelas abiertas” de Brasil, que es una estrategia de prevención de la violencia juvenil, y en la que han participado mas de 1.500 colegios, involucrando a 500.000 adolescentes y jóvenes, en los Estados de Bahía, Pernambuco, Río de Janeiro, San Pablo y Mato Grosso. La estrategia fue abrir las escuelas básicas y medias los fines de semana y feriados, para realizar actividades recreativas, lúdicas y deportivas con los adolescentes y jóvenes de las comunidades circundantes, de las que provienen los alumnos que asisten regularmente a dichos colegios, y en donde habitan – también- los muchos desertores del sistema educativo, que no encuentran en la educación los elementos que respondan a sus expectativas de integración social (preparación para el ingreso al mercado de trabajo, para el ejercicio de derechos ciudadanos, etc.). Los criterios utilizados 33 para incluir escuelas en esta experiencia son muy simples: que exista una baja oferta de entretenimiento en la comunidad circundante (las zonas más deprimidas de los centros urbanos donde se trabaja) y que existan altos índices de violencia en la escuela y en la comunidad. La experiencia acumulada muestra que los índices de violencia disminuyen, al tiempo que se produce un retorno importante de “desertores” a la dinámica educativa regular de los colegios en los que opera el programa. Otras experiencias en esta materia son las que se han desplegado respuestas específicamente centradas en la violencia en la escuela, con quienes permanecen e interactúan cotidianamente en los establecimientos escolares. Estudios comparados han demostrado la gravedad de estos problemas y la pertinencia de varias de las respuestas implementadas. Al parecer, las respuestas prometedoras se están desarrollando en Brasil (Programa Paz en las Escuelas, en funcionamiento desde 2000), en Colombia (Política Educativa para la Formación Escolar en Convivencia, establecido en 2001) y en Perú (Programa de Cultura de Paz, Derechos Humanos y Prevención de la Violencia, instalado en 2002). Costa Rica: Nuevo marco legal de responsabilidad penal juvenil La experiencia costarricense es una experiencia interesante por cuanto ella se aparta de las prácticas vigentes en toda la región en las últimas décadas y procura funcionar en base a un modelo sustentado en la Convención Internacional de los Derechos del Niño (aplicable a todos los menores de 18 años y que los toma como sujetos de derechos, y no como simples personas en situación irregular, a las que hay que proteger) siguiendo el camino que abrió en 1990 la aprobación del Estatuto del Niño y el Adolescente de Brasil. El principio general de esta experiencia es la diversidad del tratamiento jurídico que se aplica sobre adolescentes y jóvenes. En este caso, los niños no sólo son penalmente inimputables, sino que además resultan penalmente irresponsables. En el caso de comisión por un niño de actos que infrinjan las leyes solo podrán corresponder a medidas de protección. Por el contrario, los adolescentes, también penalmente inimputables resultan, sin embargo, penalmente responsables. Es decir, responden penalmente –en los exactos términos de leyes específicasde aquellas conductas posibles de ser caracterizadas como crímenes, faltas o contravenciones. Asimismo, este instrumento jurídico, específica penas acordes con la dimensión de los “delitos” cometidos, la puesta en funcionamiento de establecimientos autónomos para la reclusión de adolescentes (especialmente los que cometen delitos por primera vez), el énfasis en la recuperación (y no en el simple castigo) con que dichos establecimientos funcionan, y el establecimiento de medidas alternativas a la reclusión (aún la autónoma o separada de los establecimientos carcelarios para adultos) como los son las diversas formas de “libertad asistida” que se aplican con el apoyo de instituciones públicas y privadas especializadas. Experiencia de Nuevo León- México- Inclusión de Jóvenes en situación de riesgo Los proyectos impulsados por el Municipio de León se han centrado en los jóvenes banda (pandillas juveniles), quienes representan una preocupación central para el gobierno municipal debido a que ellos eran sindicados por las autoridades y la opinión pública como responsables del pandillerismo violento en las calles y de múltiples actos delictivos. 34 Las iniciativas a favor de estos jóvenes, mezclan aspectos asistenciales con elementos participativos y cuyo principal objetivo fue rescatar a los jóvenes con problemas de desorientación, pandillerismo y fármaco dependencia, aprovechando los liderazgos naturales de su entorno, a fin de promover su formación, desarrollo y reintegración social, que favorezca la sana convivencia y el compromiso con su comunidad. De este modo, se potencia la formación de promotores a jóvenes surgidos de los propios sectores conflictivos (jóvenes banda) los cuales son rehabilitados con el objeto de que, a su vez, “rescaten” a otros jóvenes. Adicionalmente, la Dirección de Promoción Juvenil (DPJ) tiene la misión de coordinar y articular esfuerzos institucionales que proporcionaran mayor impulso a los programas dirigidos a la juventud. De este modo, con el tiempo el municipio se ha abierto a abrirse a nuevos sectores de jóvenes, con lo cual comenzó a hacerse un trabajo preventivo con los niños y adolescentes de los propios barrios donde estaba la banda, para evitar que éstos cayeran en la situación de los jóvenes. BIBLIOGRAFIA - - - - ABAD, M. “Las políticas de la juventud desde la perspectiva de la relación entre convivencia, ciudadanía y nueva condición juvenil en Colombia” en Políticas Públicas de Juventud en América Latina: Políticas Nacionales. 2003. CIDPA Ediciones. Pp. 229- 264 ARRIAGADA, I., Y F. MIRANDA. 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