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EL DÍA QUE LLEGÓ
Gadiel
Gómez
CHEFA
I
Y en concierto de mordidos,
Un hombre en la escena entra.
contrapunto de maullidos
Lee los clasificados
sin coda y sin intermedio,
a ver si entre autos usados
jugaban por todo el predio.
y muebles, su gato encuentra.
Él, por la edad preguntó,
Y es aquí donde se centra
y el de la casa indicó
el meollo del relato:
“No tienen ni mes y medio”.
en la pérdida de un gato
y el dueño que, sin fatiga,
Que no pierda nadie el hilo.
busca un anuncio que diga
Que se remita el lector
“Se ha encontrado un gato sato”.
a la fábula anterior
si el precipitado estilo
Cuando allí por vez primera
ha dejado a alguno en vilo;
él la vio, áurea, menuda,
así, no tendrá pretexto.
no la imaginó peluda
Pero, leído o no el texto,
por ser de raza grosera.
con yo decir ronroneo
Por la casa y por afuera
miau, cola, uñas y flirteo
corría con sus hermanos,
ya senté bien el contexto.
ocho rabos campechanos
en alegre cofradía.
Vayamos, pues, poco a poco
Y si algo la distinguía,
rellenando ces sin haches
eran sus bigotes canos.
que dejé formando baches
por allá atrás como un loco.
Eran luengos, desmedidos
Empieza, según yo evoco,
para aquella aguadillana
cuando Pancho se perdió,
de hermoso matiz guajana.
y el pobre amo se quedó
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aguardando su regreso.
(no obstante dudan de una)
Pues, después del tal suceso
y con maullada armonía
esto fue lo que ocurrió.
daban sendas serenatas.
Tan pronto el Cano se iba,
II
llegaba el Prieto sabroso.
Aquella espera fue infame.
¿Qué, por cierto, es lo que incita
Pasaron tres, cuatro días
el suceso referido?
y transcurrieron tres más;
De las gatas la mentira,
de Pancho ni una noticia
de Pancho los duros celos
por más que buscó en el barrio
y del negro la osadía.
por callejones y orillas.
A mordiscos y arañazos
A la segunda semana
sus vanidades henchidas
sacó el plato de comida
iban de techo en techo
por si llegaba en la noche
en el duelo más suicida
con hambre o alguna herida.
que en el mundo se ha observado,
Lo guardó ya en la tercera;
según la testigo opina.
y al cabo de un mes sentía
Además de redundante
una sombra en su conciencia:
fuera casi masoquista
la certeza dolorida
ir describiendo de nuevo
que relevó la esperanza
el final de aquella riña.
de su blanda hipocresía:
Lo importante, sin embargo,
“Pancho ha muerto, tú lo sabes”.
es que al saber se culmina,
Comprobó entonces las cuitas
si bien es más doloroso,
de la infausta incertidumbre,
con la incógnita antedicha.
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peor que la muerte misma;
porque más cruel e inclemente
Y vuelvo adonde empezamos:
es quedarse en la agonía
la casa estando casa vacía
del no saber. Fue después
y el amo en total ausencia
que le contó una vecina,
sin ninguna expectativa.
testigo de la pelea,
En esos días tan tristes
la tan funesta caída.
se acercó una buena amiga
Le habló de dos trovadores
y le dijo con franqueza:
con intenciones lascivas.
“Dime, ¿no te gustaría
Frecuentaban el balcón
que un gatito te ayudara
de tres gatas señoritas
a superar tu morriña?”
“¿Otro? ¿Tú crees que me ayude?
que él nació para turista.
¿Y si otro gato no quita...?”
“A mí me pasó igual que a ti
Con solo un miau lastimero
cuando se murió Rayitas.
tienen la rara destreza
La verdad, no fue mi idea;
de aplacar toda dureza
la que insistió fue mi hija.
en el corazón más fiero.
Y el día que busqué a Goyo
Y, ya que hediondos no quiero
se nos alegró la vida”.
actuando en esta novela,
Él quedó un rato pensando
los canes no tienen vela
con la mirada perdida
en este gatuno entierro.
hasta que mostró en sus labios
En fin, que quien quiera un perro,
una ligera sonrisa.
mójelo, sóbelo y huela.
Y dijo en tono sutil
“¿Qué tal si fuera gatita?”
III
“Si quieres”, le dijo ella,
Quien no haya tenido un gato,
“mi tío tiene una gata
no afuera, sino en su casa,
muy linda recién parida...”
no entiende el amor que abrasa
“Dime dónde y voy mañana”,
al dueño con arrebato.
interrumpió entusiasmado.
Son análogo retrato
“No queda cerca la casa,
de nuestro comportamiento.
te lo advierto desde ahora.”
Sus atributos recuento:
“No importa.Y gracias.”“No es nada.”
son caprichosos, mudables,
Y era, de hecho, en Aguadilla,
son impetuosos, sociables,
en un lugar que llamaban,
son como yo y como el viento.
por algún motivo histórico,
Parcelas La Repugnancia.
Por no entrar en digresiones
Que empezó por una finca
que me aparten de mi empresa,
y una choza de dos aguas
no hablaré de su belleza,
en los años del caudillo
de su odio a los ratones
y su Ley de la Mordaza.
ni de otras mil obsesiones.
Y como por fotosíntesis
Dirán que el gato es autista;
que madreselva propaga,
que por más que se persista
del suelo brotó un villorrio
no atiende más que a su sueño.
de casas destartaladas.
No arruguen por ello el ceño,
Pues, en el patio de una,
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entre dos palos de pana,
se encontraba el tío Mingo
meciéndose en una hamaca.
“Buenas tardes, ¿cómo está?
Soy el amigo de Sarah,
que vengo a ver los gatitos.”
“Pues, ellos por ahí andaban.
Ah caray, ¿dónde estarán?”,
dijo rascando su barba.
“¿Y esos cuatro?”“Estos tres son
hermanos de otra camada
y la blanca es la mamá”,
“¡Qué linda es, Virgen Santa!”,
dijo el... Dijo...
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¡No puedo seguir, ya no!
Si bien el cuento funciona
así, en tercera persona,
es más fácil decir “yo”.
Pues, a quien se le extravió
no fue a otro sino a mí.
Por tanto, lo admito: Sí,
el de la historia pasada,
(o fábula más que nada)
aquel que sufrió, yo fui.
Y de ahora en adelante
esto será una memoria,
ojalá que meritoria,
del día no muy distante
en que la vi aún infante
y pulgosa pero bella.
Por cierto, hablando de ella,
más vale que prosigamos
por la ruta que trazamos
hacia la gata plebeya.
IV
Me quedé en que yo decía
“¡Qué linda es, Virgen Santa!”
cuando del patio llegaron
por una estrecha calzada
los uno y medio-mesinos
de la última camada.
“Míralos, por ahí vienen”.
Y tal como la hojarasca
que arrastrada por el viento
se bate toda mezclada,
se contrae y luego esparce
en la más alegre danza,
así acudieron corriendo
ocho motitas con patas.
Jugaban a perseguirse
llenos de ágil ignorancia.
Culimelones y vuelcos;
muerden, lamen, tiran y halan
ante los hermosos ojos
de una madre amodorrada.
Blanco, blanco y amarillo,
rubio, negro, gris con rayas
y el clásico tricolor;
en fin, de todas las trazas
pictográficas posibles
los coloreó mamá gata.
“Oiga, ¿y ese bigotón,
el de color flor de caña,
es macho o hembra; qué es?”
“Ah, ¿te gusta la dorada?
Hembra”, respondió el señor.
La observé mientras jugaba
a subirse en el peldaño
de la puerta de la sala.
¡Qué pelota de alegría!
Era imposible mirarla
sin sonreír con afecto,
sin tornarse en entusiasta
de sus cándidos saltitos,
de su torpe y tierna gracia.
“Pues, ésa es, quiero ésa”.
Hay que admitir que se hallaba
cundida de alegres pulgas
que saltaban deleitadas
por la pelusa amarilla
con la más fresca arrogancia.
“Aquí está”, me dijo.Y yo
susurré blandas palabras
besando su cabecita
de suave y espesa lana.
“Es perfecta”, dije.Y ella
de mí alejó la añoranza
tan pronto en mis brazos tuve
su docilidad escasa.
V
De Chefa no hay aventuras
ni trágicos sobresaltos
o despeñaderos altos
Su historia es simples llanuras,
lomas de suaves hechuras
y uno que otro resbalón.
Por tanto, fue mi intención
no hacer gala de artificios
sino mostrar los resquicios
de un gatuno corazón.
Mi gatita Chefa
(Ovillejo)
Cuando ella más quiere verme,
se duerme.
Y si la tildan de infame,
se lame.
Y aunque no sienta pereza,
bosteza.
Por eso es su realeza
la que admiro noche y día,
la dulce gatita mía
que duerme, lame y bosteza.
Cuando la noche murmulla,
maúlla.
Aunque no se sienta huraña,
me araña.
Y si mi cariño aflora,
me ignora.
Por cuanto es más seductora
con el desdén que me hiere,
cuanto hace y como quiere:
maúlla, araña e ignora.
El mío.
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