Qué calor Álvaro Bracamonte Sierra*

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Qué calor
Álvaro Bracamonte Sierra*
El de 2009 está siendo un verano complicado. Las temperaturas por encima de los 40
grados son muy frecuentes por no decir que se presentan casi a diario. Tan sólo el lunes
pasado Martín Barrón informó que el mercurio marcó los 47 centígrados, récord
histórico para esa fecha y también de la temporada. El termómetro del auto en que me
desplazo de la casa al trabajo me sorprendió ese día al marcar, a las cuatro de la tarde,
49 grados. Nunca había sido testigo de tamaño calor. Todavía a las 9 de la noche se
sentían las inclemencias.
Los hermosillenses, cuando por motivos distintos residimos en otra ciudad con climas
más tolerables, solemos referirnos con cierto orgullo a la severidad del verano que aquí
se vive. Decimos cualquier cantidad de cosas con tal de mostrar nuestra resistencia a un
medio ambiente adverso. Nos burlamos de los defeños cuando éstos enmudecen frente a
calores que apenas rebasan los 30 grados. Vayan a Hermosillo, les espetamos en la cara,
para que sepan lo que es canela fina.
Pero cuando surcamos estos días terribles, realmente maldecimos la crudeza del clima y
estamos lejos de disfrutarlo como en apariencia insinuamos en las tertulias fuera del
terruño. En realidad sufrimos el calor; tampoco es verdad que estamos hechos para este
infierno. Lo común es quejarnos del calorón. Los hermosillenses viejos lo comparan en
sus conversas con el de otros años. Unos se atreven a decir que antes era peor, aunque lo
normal es que afirmen que lo es ahora.
En mi opinión, esta temporada ha sido una de las más terribles. Aparte de que en
promedio la temperatura es más alta, hay otras razones que hacen de éste un año
especialmente duro. No ha llovido como en otras ocasiones. Las precipitaciones en la
ciudad históricamente se registran entre julio y agosto. Recuerdo que unos tres o cuatro
años atrás, tuvimos lluvias prácticamente todos los días en esos meses. En este 2009,
hemos tenido acaso dos o tres aguaceros y párenle de contar. Las lluvias nos han
abandonado y con ello se ha ido también un buen amigo a la hora de mitigar los efectos
del Sol. Ojalá que regresen este agosto y el tórrido verano se vuelva más llevadero.
La crisis económica es otro elemento que explica que esta temporada sea especialmente
sufrida. Resulta que a muchos hermosillenses les pegó la recesión donde más duele: en
el empleo, o en la reducción de las ventas cuando se trata de una empresa. A quien no
recibe ingresos porque no tiene trabajo o porque no le compran mercancía, le es
imposible pagar sus deudas, sobre todo la de la luz, precisamente cuando el recibo se
abulta con el uso intensivo de aparatos de refrigeración. Las familias hacen enormes
esfuerzos por ahorrar electricidad; encienden el aire acondicionado o el cooler cuando
ya resulta imposible seguir aguantado el sofoco. En el peor de los casos lo dejan
apagado. Este tipo de situaciones va en aumento, de ahí que este verano seguramente
será recordado como uno de los peores en los últimos años.
También cuenta que, debido a las dificultades económicas, muchos hermosillenses
decidieron no tomarse los días de asueto que corresponden a la temporada. Prefirieron,
frente a la incertidumbre que priva en la economía, actuar cautelosamente y no gastar en
viajes de placer cuando esos recursos quizá habrán de necesitarse en un eventual
despido o un recorte de ingresos. Muchos hermosillenses que tradicionalmente huyen de
este ardiente lugar, por un mes o un par de semanas, ahora se quedan o limitan sus
vacaciones a sólo unos días.
Las empresas también han tenido que moderar el uso del aire acondicionado con tal de
ahorrarse unos pesos. Recordemos que hace un par de semanas un grupo de empleadas
de un comercio del centro suspendió sus labores en protesta porque el gerente no
autorizaba el uso de los aparatos de aire. Como estas trabajadoras, muchos otros se han
visto en problemas similares.
Lo preocupante es que no parece que esas dificultades vayan a resolverse pronto. De
acuerdo con un periódico de circulación nacional, miles de usuarios están dejando de
pagar el consumo de electricidad por las altas tarifas. El punto es que, a propósito de
que el gobierno federal anunció el desplome abrupto de sus ingresos, se teme que
busque compensarlos mediante ajustes en los precios de bienes y servicios ofrecidos por
las paraestatales mexicanas.
No sería la primera vez que así sucede; ya pasó con el peaje que pagamos en las
carreteras nacionales. Si lo mismo se aplica para las tarifas eléctricas entonces el duro
verano que tenemos avanzará al punto de ebullición. Esperemos con optimismo que eso
no ocurra.
De cualquier forma y pese a tantas adversidades, dispongámonos a disfrutar, con lo que
tengamos y hasta donde se pueda, de las vacaciones de agosto.
*Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de
Sonora, [email protected]
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