Untitled - Creative People

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EL ENTREACTO 1­2­3­4­5­6­7­8­9
Haz de luz
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Haz de luz
“No quiero que mueras” susurra una voz femenina a mi oído.
Se oyen las sirenas...
El canto de las sirenas en el estrecho nos pone el bello de punta. Un canto que llega en oleadas, susurrante y profundo. La barca se tambalea tímida. Cruzamos miradas los de mi generación. Un extraño símbolo en el casco con un nombre: La Haza. De entre las voces del mar sobresale un agudo cortante que nos hace palidecer a los de abordo. Lo sabemos, nuestro sufrimiento dará guerra, a pesar de la impotencia, a merced de las mareas, el sabor de la muerte nos despierta a la incertidumbre de la vida. Tras un silencio atlántico las sirenas rugen ensordecedoras. Perdemos la estabilidad, es el canto de lo inevitable, el mar de fondo, nos arrastra la resaca y el canto de las sirenas parece un hilo que nos conecta cada vez más lejos, sintoniza nuestras almas para que volvamos a ellas, las crestas de las olas se levantan por encima nuestra, relinchan las maderas, las vetas se abren, la barca se va y nos traga, nos traga la Mar... Estuvimos cerca de tierra ¿pero dónde estarán los que una vez volvieron? Sus dineros suenan a 3
patera crujiente.
Luchamos entre dos mares. El cantar de las sirenas ha despertado a la Gran Serpiente, que viene desde tierra firme, atraída por el canto, llega encrespada. Mientras, nosotros rodamos y rodamos por sus anillos, remolinos de agua y toneladas de lomo que se alza sobre las mareas, dejándose caer contra nosotros. Estamos atrapados en un vaivén sin salida, en un remolino, nos agarramos los unos a los otros, intentamos subir una escalera, peldaño a peldaño, primero una oreja, luego el brazo, una escalera blanda como la carne, carne que se hace agua, espuma que brilla en el aire...
Cada vez hay más cuerpos surgiendo de las mareas, errando y sin poder ahogarse, gritos de angustia por donde sale y entra el agua salada. Burbujea una orgía de nacimientos. Cada vez hay menos espacio.
La luna nos empuja contra un muro doloroso: el lamento, una y otra vez nos vemos arrastrados hacia él. La marea de sangre nos une como argamasa, para volver a separarnos al instante con otra forma recién creada y fugaz.
La orilla de la vida y la orilla de la muerte, en medio nos comprime un viento abrasador: Sobre­
vivir. Es el destino quien nos lleva como una ola en su cresta. La luna llora sobre nuestras cabezas y sus lágrimas reflejan rostros desencajados que se escurren por el inmenso espejo en movimiento fragmentado. Danza en armónico desorden: brillo, gesto y espuma. Las olas se tiñen de sangre reflejada.
Palabras inconexas ... onomatopeyas que esperan ser ordenadas... frases sueltas... significados 4
inconclusos...
“¿¡Qué sucedió entonces!?” cruza como un proyectil a mi lado. Las palabras se tornan sólidas bajo el agua, adquieren formas. “¡La sensación es real!” dice otro, y ese sonido, o significado, encarna un ancla que cae lentamente...
Somos un tumulto de cuerpos vociferando entre las aguas, somos la voz de la materia incorrupta y sus hijos. “Los horizontes que veo son espejismos” tras estas palabras se acerca una red, muchos son atrapados y llevados por la corriente.
“No quiero que mueras...”
Haz de luz...
Gigantes velones de cera flotan silenciosamente, traídos por una marea lenta. Entre ofrendas de flores, las llamas de los velones iluminan las aguas repletas de hombres y mujeres que luchan por subir a las tazas metálicas y así calentarse, secarse la piel y sentirse vivos. La procesión de velas pasa de largo. Una ráfaga de viento las apaga...
Dos enamorados fugaces, se apartan de la confusión de cuerpos agitados. “El mundo es un misterio” dice el hombre. “Cada mano es un mundo” le contesta la mujer.
Una corriente me estrella de nuevo contra el amasijo de cuerpos. El movimiento de grandes espermas produce destellos bajo las mareas de sangre y revela todo un 5
sinfín de criaturas: orcas con cabeza de perro; burros y camellos siguen la estela de hombres con velo y burka; huevas que arrastran las mareas revelan extrañas siluetas en su interior; mujeres con cuerpos de hombres, tricéfalas, “¡las piezas del rompecabezas!”; medusas cuyas piernas de hombres y mujeres son... “¡no agites la caja de las piezas niño!”; troncos humanos engarzados al lomo de caballos que galopan por las dunas de las olas, por el carmesí frenético de la espuma revientan en el aire cálido.
Padres olvidadizos tiran del pelo del que será su hijo “¡vete de aquí!”, que a su vez se mantiene erguido, hundiendo los dedos en los ojos del que fue su nieto “no ardieras”. Hombres que prefieren ahogarse copulando, arrastran a mujeres al fondo. Madres que nunca fueron madres se agarran a las formas fálicas de los maderos, la que mejor flote, para luego hundirse en un desgarrado grito bajo el cuerpo de otras que creían haberlo alcanzado, lo que en realidad es agua y sangre. “¡Mirá como sale, cubierto e flores!”
Alguna mujer suelta un feto entre el amasijo de cuerpos, nunca llega a ver la superficie, reventado a patadas. Las aguas son cada vez más rojas. Cada intento por alcanzar la orilla, cualquiera que sea, es inútil. “¡Toma mi piel!” No podemos separarnos, ya no existe el espacio entre los cuerpos “¡suéltame!”
Haz de luz...
En la superficie ondulan grandes páginas en blanco que algunos usan a modo de protección, envolviéndose en ellas, para no ver lo que les rodean. Yo soy uno de esos. Al menos durante unos segundos, ¿o fueron milenios?. El papel se adhiere tanto a la piel que asfixia. No me suelta. No 6
puedo librarme de él, se me ha metido por todos los orificios del cuerpo, incluidas las branquias. Al fin se deshace, gracias a las vibraciones del gran cordón umbilical, que mantiene pegados nuestros ombligos a través de ramificaciones membranosas.
Resbalamos los unos contra los otros, al querer de las mareas bravas, entre las fauces de la Gran Serpiente, ahogándonos siempre entre las piernas, impenetrable maraña que no me deja ver la superficie de olas bermejas que refulgen. Algunos, de piel negra y blancas alas, logran volar unos metros hasta donde el cordón se estira, seguido de un aullido que se atraganta entre las aguas de esta inmensa placenta en la que nos debatimos.
Cruza un barquero por entre la marisma de cuerpos, los aparta con los remos, creando un remolino de carne a mi alrededor, una danza sincronizada de máscaras trágicas y cómicas: los cuerpos increados me centrifugan en el interior. La conciencia me succiona por una espiral sólida, que me lleva a contar lo que cuento. “No quiero que mueras...”
Haz de luz...
Caigo al vacío por un gaseoducto que zigzaguea a través de una región hiperdensa de materia translúcida. Todo pasa muy deprisa a mis costados, incluso mi movimiento más leve. Puedo acariciar los relámpagos que zumban a mi alrededor, los tengo en la mano y se escurren como lagartijas. Velocidad de la luz. El vértigo casi me hace colapsar. De repente desemboco en un área ralentizada, fluyo suavemente por mi espiral, sorteando un cinturón de enormes medusas que pasan a mi lado, indolentes, voluptuosas, nunca se chocan, las piernas de hombres y mujeres se agrupan en torno a sus cabezas y se mueven armoniosamente sin dirección aparente. Saben que mi dirección 7
también es aparente y me tratan como a un semejante.
La sensación que tengo de mi cuerpo es cada vez más aérea y conforme avanzo se ven menos medusas, se va despejando el banco...
Me deslizo y salgo despedido. La gravedad no me afecta, las corrientes se apartan a mi paso. Floto entre vapores y líneas resplandecientes que se entrecruzan formando una malla. Paso sin tocarlas.
Anillos de gas crean soles bermejos en el horizonte, tonificante y difuso. Residuos de supernovas lejanas orbitan, adhiriéndose, conformando la nueva generación de estrellas.
“No quiero que mueras...”
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Haz de luz 1­2­3
Haz de luz
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Frecuencias de un antiguo faro revelan
muertos nadando en todas direcciones por las corrientes infinitas
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Dibujo en la arena que borra la lengua del mar...
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LA LLEGADA
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ACTO I
Haz de luz, temblor de tierra
La resaca de la ola deja un rastro de luces reflejadas en la orilla. Salgo del rebalaje, una bandada de aves vuela mar adentro.
A un lado, está el gran faro, blanco y brillante, haces que revelan tanques de gasóleo y excavadoras en la orilla, por su franja de luz corren niños vaporosos de otro tiempo, castillos de arena. El faro ilumina, bajo el agua, las ciudades perdidas en las marismas de la mente humana. 11
Todo lo que me sea revelado en esta playa inundada de caos, conformará mi destino. Una especie nueva de vertedero.
A las orillas de Granada he llegado. La llovizna repiquetea en los charcos y lagunas que se esparcen por la playa, solo se ven los moños de palmeras sumergidas. El agua llama a la sangre para ser mezclada y aquí estoy. Saco algo de mi bolsillo, un reloj parado, lo dejo caer. Camino y esquivo la multitud de electrodomésticos y de cajas embaladas. Llegan murmullos de fondo oleado y de aparatos eléctricos. Hay un tractor volcado junto a una pantalla gigante, plasma encendido boca arriba, como si alguien la estuviese viendo desde el cielo:
1ª CADENA: “Y éste ha sido el último caso de violencia de género...” Una mujer habla en la pantalla, me veo reflejado por detrás. Es preciosa, su tez brilla más que la mía, pero no puedo cogerle el pelo. Es plana, fría, dura. No se inmuta. No puede ser su piel, está encerrada, intento liberarla, golpeo la pantalla. Fundido a negro. Sigue hablando:
“Continuamos con los sucesos del día. Ayer desapareció un niño, cuando iba al colegio, en la localidad de...”
Otro haz de luz revela el entramado de charcas y caminos que se extienden hasta llegar a la ciudad. El faro es un conglomerado de guijarros y puntas de cuarzo que irradian parte de lo que veo.
Las grúas trabajan en la orilla, extrayendo del mar bloques de cemento, mientras paseo alucinado en el éxtasis de un vertedero deslumbrante, donde artilugios de épocas pasadas conviven con todo tipo de cachivaches modernos: aletas de plástico, plástico de invernaderos, arados sin usar, latas de 12
conserva intactas con fecha del 800 a.c., figurillas de barro, compresas, un parachoques, faros rotos, señales de tráfico oxidadas... Un temporal en chanclas ha pasado. Vestigios de una civilización sin escrúpulos se esparcen aquí y allá: trincheras de parabólicas clavadas en la arena, esqueletos de coches desguazados por doquier, árboles arrancados de cuajo, una montaña de contenedores de basura nuevos y envueltos en celofán, columpios desmontados en cajas, un sofá, la mesa camilla, nubarrones, mueble cubiertos de rocío, las estrellas...
2ª CADENA: “Ahora el litoral es un vertedero, un fiel reflejo. Las aguas nos están devolviendo todo lo que le enviamos, lo reproduce a escalas inverosímiles. Cada invierno hay más crudo en las orillas. El mar nos está enterrando en desperdicios recién facturados. Esto no se puede parar. Así sucedió...” (Imágenes en blanco y negro se suceden: mulas transportando cañas de azúcar, un viejo en mobilete, niños jugando al tejo, payos vestidos de gitanos...)
Las pantallas diseminadas a lo largo y ancho del humedal, reflejan en las charcas un carrusel de colores. Más al Norte está la ciudad, a los pies de una imponente montaña con forma de toro. Los resplandores de la luna, a punto de asomar, queman los bordes de una nube que empuja el viento del sur. Se ilumina la cresta de la montaña, donde se alinean receptores de energía eólica, las aspas de un molino giran en el centro del astro lunar, como agujas de un reloj enloquecido... 3ª CADENA: “La consciencia de lo que hacemos, o mejor dicho, de lo que nos ocurre, se repite constantemente en otros lugares, espacios infinitos con los que ya no podemos conectar....... Miedo escénico: Encerrados en compartimentos ya no podemos asistir a la transformación....... Propiedad privada...... La manipulación se expande a la velocidad de la luz..........” (En pantalla: Plano general de calles desiertas. Se oyen los cánticos de los manifestantes, pero las 13
calles se ven vacías. Están vacías. Solo aparecen pancartas pixeladas.)
Detrás de la ciudad, el último perfil montañoso es una cresta en llamas: luchan con el viento por su propagación hacia la ciudadela, a través del cerro con forma de toro, o de algún valle circundante. Las llamas proyectan sombras en el cielo de humo, sombras humanas que se estiran y cambian de postura con el fluir del viento...
Las llamas también se reflejan en estas charcas esparcidas de la ciénaga, aquí todo se refleja entre el vertedero y el éxtasis. Voy caminando...
4ª CADENA: “Mañana, en el próximo capítulo de la Historia No Contada, trataremos las vicisitudes de aquella generación errante: Hijos del cambio que no se produjo, un pacto de silencio que alumbró a una generación naufragando. Hablaremos de la in­Transición...”
5ª CADENA: “Esta noche, en la Máquina de la Verdad, Los Amantes que afirman unir sus pensamientos mediante la lluvia...” (La llovizna forma explosiones diminutas sobre la pantalla, que muestra el desmoronamiento de glaciares a cámara rápida.) “Será esta noche, a las doce, para aquellos que quieran morir quemados en sus hogares... je, je, es una broma, el fuego esta controlado, gracias al repentino viento del sur, el incendio del monte malayo ha detenido temporalmente su avance.”
Me acerco a una charca, donde las carpas se pelean por intentar coger una pelota de golf, en el fondo, entre las algas, se intuyen construcciones basálticas en miniatura: la reproducción de una antigua ciudad bajo las aguas.
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Una rata enorme sale del charco con una carpa en la boca, pasa por debajo de las estatuas de dioses semi hundidos: mediterráneos, precolombinos, antropomórficos... Megáfonos rezan plegarias y mezclan oraciones en distintas lenguas. La rata desaparece con su presa.
Salto de pantalla en arena, lanzando grandes piedras que estallan en fundidos plasmáticos de alta definición...
6ª CADENA: “Según afirma la NASA, en estos días nos está llegando la luz de una supernova que estalló hace 500 años, posibilitando así la conquista de América, según cuenta, por otra parte, una antigua leyenda de los...”
7ª CADENA: “Seguros de vida ABORDO. No se quede usted en tierra. Pulse el botón y nosotros haremos el resto.” (Anuncio: demolición controlada de edificios)
8ª CADENA: “Hace tan solo unos instantes un incidente ha helado a los asistentes en el palacio de justicia, durante la representación de un acto conmemorativo en honor a los caídos...”
De repente, veo una estela de fuego, es una persona envuelta en llamas, corre como alma que lleva el diablo, sorteando la zona masificada de objetos y de dioses zozobrando en el lodo, a medio caer corre a trompicones hacia el mar. El televisor continúa dando la noticia:
“Todavía no han evacuado a los asistentes, permanecen en estado de congelación. En la imagen puede verse el horror de un museo de cera. Al parecer bajaron fulminados a los 50 grados bajo cero, cuando uno de los personajes, una vieja vestida de luto, recitaba un discurso sobre las causas y consecuencias no visibles de la guerra.” 15
9ª CADENA: “Retransmitiendo desde el futuro... era del apagón eléctrico. ¿Hay alguien ahí?”
(Plano de un valle de almendros en flor con mariposas revoloteando, al fondo un estanque soleado y garzas a contraluz.)
Chispea la pantalla, mirando al mar...
Silencio.
A lo lejos, un resplandor de humo añil anaranjado me indica dónde duerme y cómo sueña la ciudad y entonces sé, sé que nada de lo que tenga en los bolsillos será mío. Escucho el eco en las caracolas, los ombligos huecos de todos los que no llegaron a la orilla. Me guardo una en señal de amor.
De la ciudad viene el eco de detonaciones y a continuación la perforación constante. Mis ojos buscan un hueco entre los matorrales donde las dunas se protegen en silencio.
En el paseo marítimo...
Una hilera de tortugas ahorcadas se balancean, colgadas del tendido eléctrico, como un oscuro trofeo en los bordes de la civilización, un aviso a los recién llegados. Se balancean al son de la intermitente luz de las farolas que va y viene, relinchar de cables oxidados... El paseo se revela entre inhóspito y claroscuro: los bancos están cubiertos de enredaderas con espinas para sentarse, hay lianas colgando de los balcones más cercanos, los chiringuitos son devorados por plantas exóticas de fulgurantes reacciones.
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Una maya rosa cruza a mi lado, es un hombre haciendo footing, esquiva los cráteres de alquitrán desparramado bajo la mirada expectante de un gato, que se recorta en el vano de una ventana. El paseo está degradado, salpicado de jungla y ruinas, pareciera que una bestia lerda de diez mil toneladas hubiera pasado por estas marismas, abriéndose paso entre los edificios y las arboledas. “La próxima temporada llegará de nuevo...” leo en la pizarra del menú, “...a ponerse morena” es el precio. ¿Y yo, tendré donde esconderme?
Una de las tortugas mueve sus patas en estirados esfuerzos, como si quisiera nadar hacia las estrellas. Una tortuga de manchas rojas. Cuidadosamente protejo su cuello y la saco de las soga oxidada. Allí va, torpe como una madre que sale del velatorio, hacia la orilla.
La humanidad va a la deriva, dando vueltas dentro de una burbuja de humo.
Cogeré un caparazón por si acaso. Mis pasos se dirigen solos hacia el resplandor enfermizo de la ciudad. Despertadores y alarmas cruzan las distancias como latigazos. No puedo resistirlo y camino. Me adentro en la espesura de la vega... Crecer en el abandono... No reconozco de dónde proceden mis pensamientos, ni qué relación tienen con lo que veo. Me invade el frío de ser un extraño. No me recuerdo a mí mismo. He llegado a un mundo nuevo, no conozco sus leyes, solo puedo describir lo que veo: microclimas.
Haz de luz...
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UN ENTREACTO CUALQUIERA
Alguien está cantando...
Salto del paseo por los cañaverales, atravesando a vivo paso las zarzas llego a un vivero abandonado de palmitos viejos, un bosque de abanicos vegetales que se menean con el roce del aire, ando adelantándome el paso, como una nota de piano que se adelanta y contrapuntea.
Se oye algo que viene hacia aquí. Es el murmullo del agua que corre por las acequias, el entramado de arterias de la vega. Me asomo entre las retamas, alguien canta al borde de la rambla, es un viejo un poco extravagante, envuelto en una capa, gorro de pescaor y barba cana. A su lado estoy... ¡soy yo!
Salto enfrente de ellos, no me ven. ­ ¡Eh! ¡qué sucede aquí! ¡qué significa esto!
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Nada, no me escuchan. No hay respuesta. De repente me choco con una escena de personajes tan reales como yo y resulta que soy invisible para ellos. Sin embargo, el fuego me quema y el agua me cala. Les lanzo una piedra que les traspasa. Maldición.
FANTASMA VIEJO: Eso es que la Petenera pasea contigo por otros caminos, cogía de tu mano ­sentencia.
Me acerco y toco el hombro de ese que soy yo... MI FANTASMA: ¡Entonces debería de poder tocarla!
FANTASMA VIEJO: Ella está contigo, pero tú no estás allí, bueno quien sabe, cada mano es mundo.
MI FANTASMA: ¿Y qué hago aquí? ­una réplica exacta.
Ahora le tiro al viejo de las barbas...
FANTASMA VIEJO: Estás donde quieres estar, donde nadie puede seguirte.
El viejo empieza a cantar otra vez, estos dos tienen la cabeza llena de grillos. Ubico de nuevo el resplandor de la ciudad, la nube enfermiza que la corona. Me estoy desviando, o o sus columnas de humo se mueven... Tomo un camino, que parece ser recto.
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CONTINÚA EL PRIMER ACTO, Continúa descendiendo...
Un haz de luz me ciega, instante en que la tierra cruje, abriéndose...
A lo lejos, eclosiona en el mar una montaña selvática de helechos arborescentes y palmeras elásticas, un islote de acantilados volcánicos, emerge y envía llamaradas de fragancias diversas, hojas de papel aromatizado.
Un folio cae a mis pies:
Se abre una grieta bajo mis pasos... Caigo a las aguas subterráneas. Luz tamizada. Charcos de aguas turquesas en tazas de cuarzo rosado que decantan el acuífero. Estalactitas y estalagmitas se besan, formando columnas cuarteadas. Formas vegetales compuestas por sedimentos coralinos y cristalitos de yeso, ramilletes de hojas petrificadas que hacen la fotosíntesis a través de las corrientes sulfúreas.
En la pared rocosa, hay grabados extraños símbolos, alcanzo a leer:
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Cuando las aguas cubran estas rocas...
La tierra quedará libre de nuestra raza.
Cuando las aguas retiren sus olas...
La tierra que se extiende será encadenada.
Salgo por una grieta a campo abierto, la tierra se traga mis pasos, con qué intensidad me niega y borra mis huellas, atrayéndome a sus entrañas.
Dedos tropicales cubren los cañaverales, meciéndolos como si estuvieran dentro de una bolsa de agua. Todo a mi alrededor parece nuevo, fresco, como recién creado bajo una luz azul, diamantina. Los arbustos se mueven con gracia coral, zumbidos de insectos en el aire son registrados con textura y relieve definidos.
Me adentro en la vega, como a una mujer echada, desnudo por sus campos abandonados. Me adentro por los atajos donde siempre hay algo que se escurre bajo los pies, que se escabulle entre las hojas, donde cada paso supone una invasión, donde siempre hay un tercero descubriendo la frondosidad de las fronteras invisibles, ¡clack! cascarilla de concha nueva cruje bajo mis pies, las babosas sobrevivirán y crearán una nueva casa de su cuerpo. Seres altamente evolucionados. Una nubecilla verde y juguetona se aleja en leve llovizna como una dama por los senderos, levantándose la falda con la puntita de los dedos.
La seducción se abre paso entre la maleza. Y corro detrás, lívido sin freno, detrás del cortejo telúrico que yace en las sombras, esquivo ramas y zarzas que me vienen abrazadas. Corro detrás, detrás de una fuerza desconocida:
Un águila y una serpiente se aparean en un claro de luna, alaridos prehistóricos, retorciéndose la culebra, duro su cuerpo como un arco, cuerda y flecha el águila tensa sus alas y... ¡zas! me veo 21
rodando por la tierra mezclada con la sangre por mi frente. Me han clavado su pico. Soy como un niño inoportuno en una situación desconocida, como puedo me voy alejando sigilosamente... Largos chillidos serpentean por los surcos, las erizadas hojas de las cañas me arañan el cuello, afiladas por el brillo de la luna. Desespero. Salto una ruina de ladrillos, subido a una pared inacabada oteo... las luces del puerto, los depósitos de gasóleo plateados frente a la luna, más cerca una planta de residuos, en la playa las grúas transportan bloques de la orilla...
Un insecto canta entre los hinojos, con voz acampanada se dirige a mí.
­ ¡Soy un grillo príncipe!
Lo cojo en la palma de mi mano.
­ Aunque puedes llamarme Amigrillo.
­ ¿Y porqué príncipe? ­ Porque canto mejor que los demás, incluidas las ranillasss; de los gallos no vale la pena cantarrr.
­ ¿Y quién lo dice? ­vuelvo a preguntar.
­ Pues mi gente. Y la tuya también. Aunque sois nuestros oyentesss menos espabilaillos, los oidores somnolientos os llamamos a vecesss.
­ Te falta una pata.
­ Es lo que tiene las rrrondas nocturnas en los arrabales gri gri encuentras un rincón en el que suenas a gusto y gri gri gri hasta que viene el oidor de turno y te saca a patadassss, claro como yo 22
afino mejorrr...
Lo dejo sobre el hinojo.
­ ¡Puedes llamarme Amigrillo!
­ Ya, ya lo sé. Me lo has dicho antes. ¿Y el silencio cómo lo llevas?
­ Puff, eso es de otro mundo. Si quieres te lo explico, aunque me llevará largo ratillo.
­ Ni un ratito.
­ ¡El príncipe grillo! ¿quieres que me calle?
­ Un ratito.
­ ¡Pues no me callo! Seguiré tu caminillo y te hablaré del silencio bajo las estrellasss...
Salimos del campo a un recodo que nos une con otro camino. Las acequias llenitas de agua murmuran. Seguimos por el angosto sendero.
Pasamos junto a un jardín abandonado, el reflejo de la luna en las hojas de adelfas revela la imagen de una vieja, no parece estar viva. Se oyen campanillas, es la misma que vi de luto en la pantalla del televisor.
Amigrillo no se da descanso y canta como los ángeles.
­ Si me bailas me atraes a la verita tuya. Vuelvo a mirar la imagen de la vieja, congelada en la misma postura, su voz me ha parecido la de un hombre.
­ Si estoy cerca te harás más fuerte, sino te debilito.
Sus ropas son más negras que la noche y su voz no es de mujer, no es como la que escuché durante mi naufragio: “No quiero que mueras...”
Su rostro comienza a moverse en ángulos rectos y cortos, dejando estelas a su alrededor. No la veo nada bien. Pero ella me observa de frente. Me está cegando. Le ataco con la caña, dando estacazos 23
al aire.
­ La luna volverá a caer sobre la tierra...
La misteriosa vieja enlutada se desvanece en la maleza brillante, como si fuera un espejismo. Suenan las campanillas.
­ ¿Quien es ella? ­le pregunto a Amigrillo.
­ Gri gri gri gri
Al final del sendero ondea una sábana amarrada a dos palmeras, con un crepúsculo pintado y una inscripción que reza: Reconócelos
En todos tus caminos
Y hallarán tus sendas
Aparto el improvisado lienzo... Se abre un claro entre la espesura, amurallado con piedras de mampostería, hay luces de feria dispuestas en las flores y banderitas colgadas de los arbustos. Romería diminuta. Bajo una palmera hay un puesto cubierto de hojas. Asoma un hombre de cintura para arriba, moviendo hilos de pescar. Es un titiritero de ocho brazos: sus ojos son dos ostras; de las orejas salen flores, una lila y otra roja; el pelo son tomates en rama que le caen por los hombros...
­ ¿A quién se refiere el proverbio que hay escrito en la sabana? ­le pregunto.
Ocho pulpitos de madera van y vienen con los hilos del titiritero, flotando en el aire, cambian de color a su antojo.
­ A ellos... 24
­ No veo a nadie.
­ ¡Cuidado hijo! No vayas a pisar a tus compañeros.
El titiritero me señala dos piedras entre la hierba donde hay cientos de niños y niñas desnudos, más pequeños que una brizna, subidos a las piedras miran el espectáculo de los pulpitos, parece que gritan, y sin embargo es el rumor de la brisa lo que oigo. ­ ¡Eh, eh, estoy aquí, podría aplastaros!
No me escuchan, siguen a lo suyo. Unos subidos a las hojas de una acelga, intentan tocar a los pulpitos. Otro, agarrado a la cola de Amigrillo, se está meando de risa.
­ Llegarán a las hojas más altas de esta vega ­sentencia el titiritero.
­ Pues a mi parece que no me oyen.
­ Eres tú quién no los oye. Te están diciendo que... ­rumor de brisa­ si arrimas las orejas a los jacintos y a las damas de noche, oirás lo que sueñan, no lo que traman. También hay flores de pato y de guisante.
Agacho la oreja sobre una azucena... “El amor desde más allá del tiempo”
­ ¡las azucenas no! ­me advierte el titiritero.
­ Estoy de acuerdo con lo que dice esta flor.
­ ¿Con qué? ¿con dios, ya sabes cómo te ve?
El titiritero se saca las ostras de la cuenca de los ojos, las chupa y vuelve a colocárselas. Parpadeo anfibio. Me sonríe con naturalidad.
­ ¿Y tú, cómo me ves? ­ Eso quisiera yo, verte. Pero a través del follaje me llega tu sombra: espaldas anchas, no eres muy alto, piel suave y cálida, tejido nuevo. Hueles a garza y traes una caña. ¿Porqué, tienes miedo? ¿o es tu bastón?
­ Digamos que la uso para rastrear el suelo, asegurarme que es firme.
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Los niñillos empiezan a reírse de mí, me señalan. Revuelo. Se dejan caer por las hojas, arman catapultas con vinagreras y cañones de polen.
­ ¿De qué se ríen?.
­ De tu razonamiento.
Uno de ellos aletea con los brazos al aire y desaparece entre la hierba. ­ Tú también algún día tendrás que regresar allí ­la voz del titiritero es placidez. ­ ¿Donde, a ese arbusto?
­ A la tierra completamente y desde entonces a lo largo y ancho del universo infinito.
Siento que mis oídos se están abriendo, empiezo a distinguir el vocerío de los niños, dispersos a ras de suelo, sobre las hojas y las piedras. Descifro del rumor de la brisa los sonidos imperceptibles... De golpe un alarido seco, seguido de otros más cercanos. Es un quejido afónico. Garraspeos. Llamadas.
­ ¡No te preocupes por el gallo, está trasnochado! ­ ¡Queda mucho aún para que amanezca!
Voces de los niños, filtradas por la presión atmosférica.
­ ¡Mira! ¡mira allí!
­ Son estrellas fugaces ¡en vertical! van hacia arriba ¿no? ­les pregunto.
­ ¡No hombre, no! ­me reprende uno, envuelto en la piel de un oso­ Son los surtidores de las ballenas.
­ Pues no las veo.
­ ¡Porque son del color del aire de la noche! ­proclama otro, faraón egipcio que hace pompas doradas y azules.
­ Porque ellas no... ellas no... ­replica un eco­ ...Porque ellas no tienen que luchar contra los deseos... los deseos...
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Es la voz cantada de un niñillo que toca el laúd, apartado de los demás. Su voz ahora me llega a tiempo, es clara y cristaliza en un remanso de armonía:
­ ...Las ballenas no, pero nosotros sí... por eso no se puede ver a través nuestro, por eso somos tan pequeñitos, porque luchamos contra los deseos no podemos crecer más... crecer más...
Canta el niño subido a una hoja del olivo, con túnica color salmón, tañe y es del tamaño de mi pupila. Lleva corona de laurel y entona un grito:
­ ¡No podemos crecer más!
­ ¡Es un gigante blanco! ­anuncia otro niño, éste es un indio con plumas en la frente­ ¡Hijo del Sol! ¡Señor que viene allende los mares! Su raza nos enseñó a ver y luego desapareció. Pero sabíamos que volvería. ¿No vendrás a conquistarnos? ­me amenaza con el estambre de una flor, curvado a modo de arco. ­ No, no sé que hago aquí ­me defiendo.
Los niños se reúnen sobre una piedra caída del muro, discuten y se pisan con argumentos confusos. Uno, vestido de Brahma, lee en voz alta esta leyenda a través de una pepita de cristal:
­ “Es un arma desconocida...” ­recita­ “Un rayo de hierro, gigantesco mensajero de la muerte, que redujo a cenizas a todos los miembros de la raza de los Vrishnis y de los Andhakas. Los cadáveres quemados eran irreconocibles. Los cabellos y las uñas se caían, los objetos de barro se rompían sin causa aparente, los pájaros se volvían blancos. Al cabo de unas horas se estropearon todos los alimentos. El rayo se deshizo en un polvo fino.”
Otro niñillo flota sin sexo en el interior de un diente de león y proclama:
­ Vosotras, las civilizaciones, no sabéis hasta que punto podéis destruiros, hasta que todo termina ­se aleja en su burbuja de eflorescencia madura­ ¡siempre os pasa lo mismo!
La muchedumbre de críos diminutos empiezan a agitarse, se forma el revuelo, se gritan unos a otros y arman un niñerío de voces ininteligibles.
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El titiritero se arranca una flor diminuta del sobaco: tres pétalos de un azul brillante, en el centro sobresale una lengua naranja que segrega una resina transparentosa de reflejos rosáceos.
­ Llévatela contigo, es una Flor de Venus.
La tomo con la yema de mis dedos.
­ Hmmm, deja un aroma a ternura que inunda.
­ Otorga la paz al hogar, inspira hacia la armonía ­se desvanece la voz del titiritero con el griterío de los niños. ­ ¿Pero usted... quién es?
De repente el haz del faro brillante atraviesa la escena, contraída a un grano de arena, pues tiembla la tierra con el desgarro de un ciclón y sale del mar expulsado un cohete espacial, cuyo silencioso reactor son las patas de un calamar gigante... opalescencia autopropulsada... Se aleja y estragada por el espacio infinito de la noche.
Acto seguido comienza el canto de Amigrillo:
­ El titiritero vuelve a su planeta. ¡Vamosss, cantad compañeros por este gran maestro, juntos en la despedida como en el recibimiento! ¡cantemossss cada partícula!
Un coro de grillos inunda la vega, haciendo vibrar sus antorchas de plata.
­ ¿Y los niños, dónde han ido a parar?
­ Ellos también han regresado a sus respectivasss civilizaciones ­contesta Amigrillo.
En el mar, la isla volcánica de las fragancias diversas flota en su calma, ancestral y frondosa. Por el aire de la noche me envía un folio que nada como un lagarto y leo:
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ACTO II El haz de luz me atraviesa de nuevo y radiografía los campos abandonados que me rodean. A través de la luz que emite el cuarzo del faro veo que proyecto varias sombras con distintas direcciones. En 30
mi visión normal de las cosas sigo en dirección a la pálida bruma que se reúne allá lejos, sobre la ciudad. Allá lejos, en el interior de las montañas, una humareda roja se levanta en gigantescas olas de gases. El televisor hablaba del incendio: “Los vientos del sur detienen su avance hacia la metrópoli...”
Envolviendo y adentrándose en estas marismas subtropicales, otro tipo de bruma viene desde el mar tanteando suavemente la maleza como yo tanteo las palabras, “perdido” o “extraño” no descubren lo que siento. Procedo a diluirme. En presencia de esta niebla, somnolienta y pacífica, me veo con capacidad para comunicar con todo lo que me rodea y percibir hasta las vibraciones más sutiles. En estado líquido no hay centro. El miedo a retraerse, el amor a expandirse. No hay control sobre las emociones. Tampoco abordaje. El reflejo en el agua estancada del lago me permite pararme a ver, derivar, alejarme del tumulto de seducciones que desde el exterior se proyectan en mí como en un espejo. El reflejo me aclara que soy uno más entre todos los que ondulan, retenido en la superficie. La noche parece tranquila, vista desde lejos es como un lago que calma, te atrae, para que cuando llegues a sus contornos te veas sumergido en el bullicio que crepita en su interior, en lo más ínfimo de su corazón, entre los ronquidos minerales y la conmoción de raíces despertando hasta elevarse en el zumbido de las libélulas.
Noche aterciopelada, las caricias de la brisa despiertan un dulce sueño femenino: los olores de la vega...
Los grillos me acompañan con sus antorchas de plata, dándome palmaditas en la espalda “No te preocupes, sigue caminando”
Mientras avanzo enfangado por los campos, atraído por la ciudad de las luces, los sapos y las ranas cantan mi demora. Entre alambradas rotas y mojones de cemento prehistórico se atisba lo que era una fuente y me paro a escuchar...
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CORO DE SAPOS Y RANAS
Con la primera estrella
Salimos y celebramos
La pena que no se va.
Queremos darte un abrazo,
Argonauta sin remos,
Errante del océano.
Con la primera estrella
Cantamos desde abajo...
Lenta fuente de conciencia
Empapa tus zapatos.
¿Dónde irán tus compañeros,
Salpicando remansos?
¡Saltabalates de látex!
¡Luz de menguante,
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Abrazo que abre al fango!
Somos la obsesión telúrica
De ebullición y espasmos.
Te hacemos olvidar
Para que puedas escucharnos.
Descendemos de la luna
Cada noche, recordamos
Lo que tenemos guardado...
¡Luz de menguante,
Abrazo que abre al fango!
Por la influencia de Saturno
La conciencia revelamos,
Hacemos corto el largo viaje
En la órbita de Urano.
Con el tiempo bailamos
A paso lento y frío...
Espera que no vamos.
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La lluvia renueva su caída suave y molecular. Se oye una moto que baja por la rambla y alguien que grita:
­ ¡Afilaoooor! ¡el afilaoooooooooor!
Suena la siringa, armónica de afiladores. Se acerca una mobilete por el camino. ­ ¡Vamó niñas! ¡que el jamón hay que cortarlo finooo!
Aprieto la caña y la golpeo contra el caparazón de la tortuga muerta, mi escudo.
­ ¡Vamó niños, del mejor acero! ¡forjao por los ángelus de Albacete, Toledo y Castilla la vieja! ¡ay, que no saben lo que te quiero, prima!
­ ¡Que se detenga todo el mundo aquí! ­le advierto. ­ ¡Vengo yo solo, con mi burra, mi rocín, mis calabazas...! ­golpea el manillar de la mobilete con cariño.
­ De aquí no pasa nadie hasta que no se disculpen por el daño causado, daño innecesario, por cierto.
­ De lo contrario...
­ ¡Me beberé tu sangre! ­aprieto más fuerte, la caña abre y empieza a gotear. ­ Vamo zagal, ya estas con la sangre. No deberías escuchá tanto ese rumó, la ciudá te está jodiendo la mente.
Para la moto. Desengancha del manillar su lámpara de aceite con arabescos. Es el mismo viejo que vi antes, acompañando a mi doble, envuelto en una capa rojiza, con la barba cana y el gorro de pescaor. Me esboza una sonrisa, con un ojo desviado a ninguna parte, las calabazillas huecas, colgadas al cinto, traen el sonido a conchas y arena. Es un lobo de mar. No hay duda.
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­ Me disculpo por ese daño del que usted habla ­parodia una reverencia con su capa... mira bizco a su alrededor, se rasca la barba­. Los demás no, la gente sigue a lo suyo.
Se acerca cojeando, visiblemente emocionado y con el gorro en la mano, como si de pronto me hubiese reconocido, levanta los brazos en actitud de bienvenida...
­ Mi nombre es Coto y desciendo de los antiguos cazadores asiáticos. ¿Ya no ta cuerdas? Soy un inmigrante de la era glaciar, o un intruso, si así vos lo prefiere entendé.
­ O un rufián.
­ Un iluminado, un chamán... ­recuenta con los dedos.
­ O un pobre loco.
­ ¡Una divinidad, un dios encarnado! ­alza la voz.
­ O lo que usted quiera, el caso es que afilas cuchillos por la noche. ¿¡Aquí!?
­ Ah, bueno sí, tú sabes, uno está porque tiene que está. Eso es bueno pa la trama sino... bueno, nunca se sabe. Algunas veces las marujas necesitan hablar a ciertas horas y yo pues así me entero de lo que pasa dentro y fuera de la ciudá y de paso nos hacemos compañía, que esto a veces está mu solo. Tú ya sabes, a la mujé andaluza, rodeaica de murallas ella, hay que conquistarla por los callejones y bueno, ahí estoy yo.
­ Ya vale, dame uno entonces.
­ Un qué.
­ Un cuchillo, una faca. ¡No es coño lo que vendes!
­ Ná es lo que vendo, ni quiero. Yo tengo mis letrillas pa atraer a la gente, ná má. La ciudá tiene luces y humo pa desorientarte ­agita una de sus calabazillas como una maraca.
­ ¡Vamos, viejo, dame uno que estoy vendío!
­ ¡Deja de apuntarme con la caña, anda! Cuchillos no llevo, no me hacen falta. Solo afilo, que las empuñauras piensan solas. A mí dame filos que yo les paso el deo por un par de euros. 35
Aunque prefiero los duros, que son má agradecíos. ¿Pero adonde vas, joven, con ese caparazón?
­ Es mi escudo. Voy a la ciudad.
­ ¿Tu escudo? utilízalo cuando sea necesario, culebrilla de alambre, que mira el chorro que te sale de la frente. No eres sólido. Tu forma se está haciendo todavía.
­ Verás, fue un águila que me clavó su pico y... en fin, es una historia que...
­ El escudo no te servirá de gran cosa ­me interrumpe­. Antaño, un puñao de cabezas de ganao era el mejor pasaporte.
­ Podría hacerme pastor.
­ Ahora, necesitas un pasaporte pa cá borrego. Las cosas han cambiao, emigrante. Ya no te verán como un extraño, porque no te verán. La indiferencia es lo que debe preocuparte y cómo protegerte del vacío que deja.
­ Protegerme del vacío... ¿Acaso están allí los enemigos?
Otra vez suena la flauta del afilaor...
­ El enemigo no tiene rostro, o es uno mismo ­con un ojo desviado al cielo­. Nació con nosotros, o así nos hace ver. Desde mu temprano ­comienza a relatar­ desarrolló el olvido y con el tiempo el ser humano aprendió a olvidarse de si mismo, a incomunicarse. Automático para el sufrimiento, ya es apto. Más tarde, el mercado lo fue rodeando de todo tipo de cachivaches, entretenido con los botones, le lanzaron otra crisis financiera pa estrecharle el cerco. Los humanos, como casi siempre, temieron el cambio. Mientras, el Estado les daba la espalda y les pedía tiempo. ¡Aguantarse y esperá! ­toma un poco de aire­. El engaño era ya demasiao grande, como pa que nadie se hiciera cargo, era tan descarao... que así se quearon, esperando... como perro desamparao a los pies de su amo muerto.
­ Malos tiempos me tocan, ¿para qué habré venido entonces? Habrá que construir algo que permanezca en la memoria y nos una.
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­ No, si ya lo están haciendo las corporaciones, ahora tienen tentáculos digitales que manipulan los mercados y aprietan las tuercas de los pueblos pa que sean uno, el mismo patrón ­se enciende­ ¡pa que la gente no desvíe su mente de la línea de producción!
­ Oigo algo Coto...
­ ¡Es el trueno que sube de las profundidades de la tierra! ¡es un peo de la Diosa!
­ ¿No escuchas? suenan como unos cascos...
­ Así que reforzaron este proyecto, porque no tiene otro nombre ­Coto sigue hablando sin prestarme atención­ aprobando leyes universales de control 'para aislar a los terroristas y guerrilleros' decían, ¡Justificando sus guerras con puestos de trabajo al servicio de la evolución tecnológica! ¡levantando muros de aire! ¡lo nunca visto! ¡tachaaaan! ¡un pueblo de servicios! ¡el espíritu viejo y sabio de un pueblo! ¡tachaan! doblando servilletas ¡tachaaan! poniendo manteles ¡tachaaaaaaan!
­ ¿Te quieres callar un momento? ­le apuro en susurros. ­ ¡Hay que vé los de la capitá que son agarraos, no dejan ni las cabezas de las gambas, los gatos de la playa les bufan na má verlos! ­delirando.
­ ¡Pero lo estás escuchando!
­ sssss más bajo coño, lo estoy escuchando... son pesadas y crispantes, sus pisadas. ­se agacha con el índice en los labios.
­ ¿Y qué es?
­ Es un centauro.
­ ¡Pero qué es un centauro!
­ ssssssssss más bajo hombre, quiere sabé quienes somos y es mejó estarse quietos. Piensa en algo insignificante.
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El centauro se detiene a dos pasos, delante de un cañaveral, casi nos dobla en embergadura, cabeza calva y torso marmóreo, se levanta las gafas de sol, sus grandes ojos claros me bloquean, duros y fríos, penetrantes. Su mirada me hiela la sangre, como si me hurgaran las tripas... Visualizo una ensalada de aguacate con aceitunas y eso es lo que le muestro... Se rasca el lomo negro parduzco y continúa la ronda como si nada.
Se oyen perros ladrando a su paso.
­ Buscan al causante del fuego, la ciudá está amenazá. Hay muchos como él, distintos en apariencia, pero son todos el mismo. Se esparcen por los siete mil caminos de esta vega, actúan como centinelas ­Coto se tapa la boca con la mano­ pero no son ná.
La bestia se va cautelosa, sus astas afiladas a contra luz, olfatea el aire, emite gorjeos entrecortados y guturales, mientras frota excitado uno de sus cuernos.
­ Ellos representan la jerarquía y la aprobación, el miedo a lo desconocío ­continua el susurro de Coto en mi oído­. Son proyecciones del mundo en nosotros, a su imagen y semejanza. Aquello que llaman el Ego. Esquivá su embestías requiere toa una vida de esfuerzo y dedicación. De sacrificios y liberaciones. Pues son numerosos los enemigos que manan de él, si te descuidas se multiplicarán por el infinito.
Una racha de aire frío me estremece. Se detiene la criatura alertada por un silbido desgarrador, algo sacude la higuera y desaparece en su búsqueda.
Caracolillea Coto con el dedo en la espesura de su barba y pausadamente va filtrando una complicidad palpable, una de esas que retiene la memoria, cuando sabes que están grabando desde algún rincón de la eternidad.
­ Buscan a un fugitivo que nunca encuentran, incansables por ramblas y terraplenes, caminos y umbrías. Durante el día se echan a descansá en las encrucijás y comen de las plataneras. Sus ojos son muy sensibles a los rayos solares, incluso a los reflejaos por la luna. Hay quien dice que el 38
fugitivo es solo una leyenda urbana pa mantenerlos entreteníos y que no se lleven a los que se extravían por los caminos. Pero otros, sin embargo, cuentan que el fugitivo existe, que es real y que, como ellos, solo sale cuando está oscuro, al parecer cambian de parcela cada noche, dejando huella en cada haza por la que pasan. No se sabe porqué, pero esto es así. Las motivaciones de unos, a veces son los espejismos de otros.
Entre los cañaverales, yace una caravana podrida, una vela al trasluz de la ventana proyecta la sombra de alguien que escribe, dejamos atrás la caravana, Coto no parece advertirlo, entusiasmado en sus discursos, divaga y me confunde, saltando de un tema a otro, como salta el agua que baja por la rambla.
Después de hablar largo rato de los Centauros se marca un tango que dice algo así: Por las esquinas entro al trapo,
pongo a prueba mi figura...
te elevará por las estrellas
el de las dos medias lunas.
­ Con todo lo que se entierra en las civilizaciones desaparecidas los Centauros crecen­me advierte­, como crece el miedo a lo desconocío. La gente solo ve, entre el descenso de las mareas y la erosión del viento, un cerro que tiene forma de toro, un totem colosal, a cuyos pies se construyó la ciudad. Es más fácil vivir así. Infinitamente.
­ ¿Si ese era el enemigo, porqué no le hemos hecho frente?
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­ ¡Porque ma pillao con la espalda mala, que sino otro gallo le hubiera cantao a ese!
­ Vamos hombre, no será para tanto, eres viejo y afilas cuchillos que no tienes.
­ ¡Qué sabes tú de mi edad, ni del tiempo en su desorden continuo! ¡vete a mascá yerba, hombre! ¿Quién eres tu pa juzgá mi valor? Tú de hecho podrías ser el fugitivo, mi bello emigrante. Podrías ser un terrorista. Nadie conoce tu pasado, ni cómo llegaste a estas orillas. ¡A vé, el pazaporte! Ahora su mirada es de una fiereza tan acusadora que... ­ ¡Me lo me temía! ya no eres libre ¿ves qué fácil es juzgarte, emigrante? ¡Amigrillo! ¿¡dónde estás!? ¿donde está ese grillo, mardita sea!
Asoman las antenas de Amigrillo entre el hinojo y la verbena.
­ ¡Que no me callo! gri gri gri gri ­ ¡Dame un compás anda! ­vuelve a mirarme, con esa expresión dura, impenetrable­. Yo, en cambio lo soy y lo proclamo abiertamente: ¡Soy uno de los guerrilleros más viejos de este planeta!
¡Yo propicié algunas revueltas al abrigo de éstas sierras tan andaluzas, pa remové en los pobladores la gran fuerza de su espíritu integrador. En sus vientos reciben la identidá, no se lucha pa ser reconocido. ¡Aquí hay que luchá pa recordarse a sí mismo como pueblo!
Un torrente de voz emana de su boca...
¡Andaluces y jitanos
vamó, a juntarnos
con un pie y con el otro!
¡Andaluces y jitanos
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a cantá, cantá los engaños
de cristianos y moros!
Quema y ardan los engaños
del corazón al alma,
que el fuego y el viento son claros...
El día que me lleven por delante,
andaluces y jitanos,
¡un manto de lunares!
­ Cojones, que cante tienes Coto. De un metal antiguo.
­ Vivo en los extrarradios y mi voz tiene cruzada de venta, trabada como una calesa. Fui un gran cantaor y lo volveré a ser cuando a mí me de la gana. ¡Gracias principillo!
­ ¡Soy el príncipe de los gri gri gri grilloss!
­ Yo inventé la cadencia andaluza, yo dí con ella. Fui el primero en dar forma a livianas y tonás, caí en el pozo de una taranta, emergí con los fandangos abandolaos, luego profundicé con las sobresalientes voces de la malagueña, maticé en granaínas y crucé con paso firme los fandangos de Huelva ­alza la voz­ ¡Yo robé los palos y los cantes de la sierra pa llevármelos a la costa, de las minas a los puertos, de las verjas de los enamoraos al desamparo de las cárceles! Así es como fui injertando, de un extremo al otro, la esencia andaluza, a través de los corazones más resistentes de cada época.
­ ¿Pero de dónde sales tú, tan viejo y confuso?
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Me encoge el alarido del ay, anuncio de espinas y zozobras:
Nací en la calle la parra
donde vive el vino y la garra.
¡A veces salto al tejao
como gato que no quiere a nadie
y otras me caigo de lao!
Se apiñan las nubes y comienza a chispear el agua. ­ ¿Ha respondío eso a tu pregunta, emigrante?
­ En cierto modo, pero no es eso lo que esperaba.
­ Los de afuera siempre traéis una idea equivocá. Me estoy acordando de lo que decía un místico persa, amigo mío, “Aquí esta mi conciencia; allí el camino”
Flota el gas incandescente sobre la ciudad, componiendo formas de espejismo caleidoscópico. Viene un rumor sordo en oleadas lejanas.
­ ¿Y tú porque no envejeces, Coto?
­ Porque me muevo rápido, casi a la luz. Ahora estoy aquí, mañana allí. Lo que pa mi son unos minutos pa otros es vida, pasión y muerte.
De pronto un haz de luz ciega mis ojos. Coto se desvanece. El trueno hace rugir el cielo y la tierra se estremece, tiembla como si fuera a estallar en polvo estelar.
42
PRELUDIO AL DRAMA
Abro los ojos, una hoja de papel gigante me cubre por completo. La lluvia ha corrido la tinta azul por mi cuerpo. Oigo a Coto cantar:
Ahora que partes, sé que volverás
Gitanilla de la mar.
Una ola que viene,
Otra ola que va.
Tumbado bocabajo, veo unas sandalias doradas que se acercan...
­ Cuando vuelvo de mis viajes temporales nadie me espera. Todos muertos. He visto a muchos seres queridos partir. Ahora vengo de la Antigua Grecia... ­Coto tira del papel que me cubre 43
como una cáscara pegada­ ¡la isla de la creación te quiere enterrá en notitas, espera tu abordaje!
Aparece con un vestido de lino blanco que le cae por los hombros. ­ Las hojas me persiguen. Parece ser mi destino ­me incorporo.
­ El destino no es solo lo que nos aplasta.
Se sienta en mi caparazón y toca con la siringa una pieza que bautiza como polifonía indolente. El contorno de su cuerpo irradia un filo de luz tranquilizadora.
­ ¿Y a ti cómo hay que llamarte? ¿emigrante?
­ Buena pregunta.
Dudo. No recuerdo. Coto parte mi caña en dos, me da un trozo. Quita la corteza, la arranca con sus dientes ennegrecidos. ­ ¿También has olvidao tu nombre secreto?
­ Si hubiera tenido uno, no lo hubiera olvidado, pasara lo que pasara.
­ Aunque andaras inválido y sediento por entre las dunas de un futuro abandonao a las ruinas ­se burla de mi con elocuencia­. ¿Y los que venían contigo? ¿y vuestra nave? ¿o has cruzao el estrecho solo?
­ Iba con los de mi generación, habrán seguido su rumbo. Aquí sólo he llegado yo. De repente un golpe de mar y no recuerdo más, vi el mar cayendo desde el cielo, una inmensa culebra.
­ ¿Vienes del diluvio o qué? Los antiguos decían que las serpientes se cruzaban la península entera hacia la Mar. ­ Bajan atraídas por el canto de las sirenas en el estrecho ­le confirmo al recordar mi llegada­. Recuerdo como se hundía nuestra embarcación, La Haza se llamaba, entre las fauces de la Gran Serpiente. Todavía no me explico cómo he llegado.
Coto escupe la corteza de la caña, el bordillo de su túnica está de barro.
­ Por algo será, mi pequeño argonauta.
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­ Puede.
­ ¡Qué rápido se vuelve el parné en carnaza! Mastica hombre, que esto te recompone.
­ Ya no estoy tan seguro que el dinero y un futuro mejor sean el verdadero motor de nuestro viaje, ni del mío en concreto. Hay algo más, delante de mis ojos, que espera ser visto.
­ Bueno, empecemos por el nombre ¿no te parece?
­ Llámame como quieras.
­ Siroco.
­ ¿Siroco?
­ Son los vientos abrasadores del desierto, esos que nos llegan en forma de corrientes de aire cálido. Ese va a ser tu nombre, si te parece bien.
­ Es un nombre concentrado y suena a hueco. Me gusta. ¿Qué me dices del tuyo, de tu nombre secreto?
­ Soy muy viejo, tengo muchos. Hace tiempo, mucho tiempo, yo tenía contactos en el Olimpo. Hijo del gran Apolo, imagínate. Me llamaban Orfeo ­señala su vestidura que le baja hasta los tobillos­ y bajé hasta los mismos infiernos por una mujer ¿o era un engaño? Bueno, el caso es que hoy día, solito me recuerdan por eso y porque la cagué luego, por mirarla antes de salir del Averno, desesperao y obsesivo me dicen. ¿Memoria selectiva, retardo mitológico? Llámalo como quieras, pero yo tengo mi visión de los hechos. ­ ¿Y cual es tu visión?
Suspendido en el silencio, Coto cierra el puño contra el pecho y con la otra mano agarra el aire y lo suelta, se arranca quebrado hasta dejarse ir por la melodía y desemboca de nuevo en un ay que serpentea sinuoso...
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Tantas lágrimas calladas
como hondas en el agua...
Te lloro sin parpadear,
que cuando miro la luna
aumentan las olas del mar.
Su voz se divide en diversos registros que confluyen, redoblados por el dolor, con los ecos del ayer, creando así un coro de voces georgianas, altas y graves:
La mar al amor se va, para no dejarnos sordos,
el amor a la mar escucha: ¡no estemos solos!
La mar al amar se va... distancia que se abre al encuentro de la savia.
En dos orillas separadas
la mar es el último paso,
la mar al amar se va...
46
Tras un tenso y álgido silencio, Coto empieza a relatar las apariciones de aquel infierno lleno de fantasmas, donde nadie conoce a nadie y se agarran los unos a los otros, le pido que se deje de historias, que me deje disfrutar, que la canción me ha dado fuerza para estar en calma un buen rato, me dice que escuche, que no me puedo relajar, que tiene que hablarme de aquel infierno donde el tiempo colisiona con el espacio, donde ardes y vives quemado para siempre. ­ Escucha porque cuando regresé de los infiernos, de aquel mundo sin apariencias donde la mente no reposa, me encontré con el hecho de que la gente hablaba de mí, embustes y falacias ­toca la flauta y entona con ironía de trovador­ y yo sentao, pué miraba las puertas que se abrían y cerraban, tocando las melodías más tristes y con los huesos podaítos, observaba los velos que la vida corría y descorría a mis espaldas: el amor excluyente bajaba el telón, la pasión por la libertá lo volvía a subí, el sexo y la muerte se cambiaban las caretas, burlándose de mí. Todo lo que he ansiado, ha desaparecío al tocarlo y he seguío tocando tranquilamente, inventando una melodía, que hubiera un orden más allá de los deseos, al otro lao de mi ser.
Las enredaderas de las buganvillas y los jazmines trepan hacia nosotros por el muro de la rambla, siguen la melodía de la flauta del viejo Orfeo; los peces voladores nos saludan con sus saltos por el agua, que ha cambiado la dirección y ahora remonta la rambla arriba; las nubes se detienen, el sonido del mar parece sepulcrarse en un silencio ancestral; las retamas secas vuelven a ser materia viva, al verde vigoroso y a sus flores amarillas. Las cosas que estaban quietas se despiertan en movimiento y viceversa.
­ Me desterraron porque el pueblo ya no podía soportar la desesperación de mi cante, aquí encontré mi sitio. Canto contra la indiferencia. Hubo un tiempo en el que mi búsqueda armonizaba el caos, de ese modo retrasaba lo inevitable. Ahora padezco ansiedad, mi música ya no amansa la 47
fiera, la suelta en modo incierto. Esa es la voluntad de mi espíritu en estos tiempos. Al fondo del túnel veo una luz: mi liberación, yo canto eternamente hacia ella y nunca la alcanzo.
El sonido del mar vuelve renovado, las nubes reanudan su marcha y los grillos otra vez al tañido de sus campanitas de plata.
­ Ha pasado mucho tiempo y todavía no has aceptado aquella pérdida, ¿a qué esperas Orfeo?
­ Pa que la historia de Eurídice no se repitiera, tuve que adoptar una postura en la que nunca diera la espalda, tuve que concebir lucha en tó laos, lucha a cá istante. necesitaba un elemento que me pusiera en guardia constante, pa sobrevivir a mi propia decadencia. Mi rebelión personal. El recordar me ayuda y yo ayudo al recordar.
­ No puedes olvidarla.
­ Una mujer es la brisa, una mujer suave y dulce. Suave y fría. Todavía suspiran profundas ansias en las cavernas de mi ser. Nada impide mi transformación, porque ya no me someto a ningún Dios. No, no bebo de la fuente del olvío, que bebo de la memoria.
­ ¿Y porqué no vuelves a donde está ella y la sacas de ese infierno? ¿no viajas en el tiempo?
­ Hace ya cien mil años que el homínido va al pasado y piensa en el futuro y nadie, que yo sepa, naide ha podío alterá el pasao. No puedo cambiá lo que ha sucedío, no puedo borrarlo. Las sombras me persiguirían hasta los confines de la tierra. Además, ella ya no está en ningún infierno. Ese lugar ya no existe entre nosotros. Simplemente se esfumó, transformada en ser alado, o musa. Tuve que renunciar a su presencia en estado físico. Para sentí sus caricias he de ser más gato y acercarme a la muerte. Conforme avanzo, mis movimientos se hacen más felinos. ­ ¡Espera, espera, Orfeo, los infiernos, el Olimpo... todo eso me suena, estoy empezando a recordar! ¿quién ocupa ahora ese lugar?
­ Pues la industria esa del entertaiment. ¿¡El Olimpo!? ¡bonico negocio! Aquello ahora es un parque de atracciones pa los turistas, mejor ni hablá. Allí fué, en aquella Grecia, dónde descubrimos 48
las formas de la belleza y de la justicia. Meditación y práctica. Bueno, ahora no es que no lo vea así, pero ya entiendo su fragilidad. En aquel entonces no comprendí lo que eramos: un velo que no se podía sostener por sí mismo, a merced del viento. Debimos restituir a la antigua diosa, antes de que se nos escapara de las manos, todavía estábamos a tiempo, debimos hablá con mamá ¿y quién sabe si el remedio no hubiera sío peor que la enfermeá? Pero la soberbia nos engañó y el poder siguió avanzando por los campos de batalla como único superviviente: bajo una luz antinatural nos hizo derramá demasiada sangre. Ya no había vuelta atrás, solo actuábamos como niños que estaban descubriendo su naturaleza y mira en qué nos hemos convertío...
Sale del ojo bizco de Coto una lágrima, asciende, asciende como un globo a reunirse con su estrella, para aumentar su luz.
Le doy un abrazo.
­ Yo también padezco ese dolor, Coto.
­ Ya lo sé, hijo.
Hierve el rumor de la ciudad en mi cabeza, su resplandor abovedado es como una lentilla de hielo en los ojos.
CORO DE SAPOS Y RANAS
¡Respira, respira!
49
¡Si no puedes dormir
Acuérdate de la ceniza!
Al viento lanzas las rosas
Pa quearte descansando,
Con la espinita clavá dentro.
¿Quién seguirá tu rastro
De cristales rotos
Y con los pies descalzos?
Nadie te puede ayudar,
Soldaíto, ¿quién te abrazó?
Que vas tan solito
Caminando de lao a lao,
Con luz de cartón.
Soldaíto, soldaíto
¿quién va detrás de tus pasos?
Nosotras no fuimos.
¿Quién te robó el queré?
¿Fue un ladrón de caminos?
O es tu sombra, marjal cercado
Donde crecen amapolas,
50
Mojadas por el salmo
Que sale de nuestra boca:
Embarcación sin clavos
En mares de insomnio ajeno.
¡Escucha nuestra sinrazón,
Respira ceniza y nieve
Que nosotras nos vamos!
51
FLASHBACK FLAMENCO
CONTORSIÓN PRIMERA, ZAPATEADO Y EL ADIOS DE LA PETENERA Al borde de la rambla, toca el viejo la siringa, una lindísima melodía sostenida que hace fluir y circular el vaporoso verdor que flota estancado alrededor del islote. Un papiro llega de entre las emanaciones, se impulsa como una anémona hasta mis manos. Leo:
Las últimas notas todavía vibran en el aire aflautado de los cañaverales. Coto se detiene a escuchar los murmullos de la vega. Me traduce el mensaje:
­ Las palabras escritas no se las lleva.
El viejo Orfeo hunde los brazos en las ortigas, hasta los hombros, buscando algo...
­ La he visto por el brillo, la luna la ha delatao.
Acaricia un pedazo de materia blanca y resplandeciente entre las manos. La observa con ternura, la mima con cariño. Casi muestra piedad, con su semblante afligido y poderoso, encorvándose como para dar un impulso. Me pregunto con ansiedad qué será lo que tienes entre las manos, Coto.
­ Es la careta de una morena, amante. Con los ojos de diosa fenicia ­sin dejar de mirarla­ y la sonrisa perfectamente diseñá pa abrí puertas y espacio.
52
­ ¿Amante... de quién?
­ Del aire de la mañana, de los bailes de madrugá, de todos los que la vieron y verán, de los que la miran, como tú ­sacude sus calabazas de agua.
­ Algo recuerdo, maldita sea, algo recuerdo... ¿Pero quién es?
En la misma postura contenida, Coto adelanta su mano y me muestra la máscara de la mujer... Percibo el peso de su cuerpo abrazándome y un estrechamiento en mi pecho se adentra como un embudo por donde entra ella y... en el cielo una nube se disgrega... Se me abre el alma por las líneas de su cara, por donde se cuelan resplandecientes culebrinas.
­ Se llama la Petenera y dicen que sueña despierta, que no puede parí, y que, sin embargo, tiene hambre de genes. Ama a todos por igual. No está claro de dónde vino, ni adonde va. A veces aparece en los sueños de los hombres, divorciándolos de todos sus compromisos y dejándolos ir en pelotas.
­ ¡Pero si esto ya pasó! ¿qué hace ahora aquí el molde de su cara? ¿¡dónde está ella!?
­ No te escondas. La estás escuchando, te llega su aroma... lo tocas... y si la arrojase a la rambla tu irías de cabeza detrás, olvidando a tú propia madre y si la rompiera ahora mismo contra las piedras, llorarías tanto que te quearías sordo, abrazando los restos. Ella va a venir ­vuelve a agitar las calabazillas.
­ ¿Qué le digo? No, estoy jodido, esto ya pasó, pero no lo recuerdo. Abrázame... ¡No! ¡déjame oir el mar! Sigue tu camino, viejo, y no me jodas más.
­ Ella fue quien convirtió una manzana en la orgía más grande de la historia y luego abandonó el paraíso por su propio pie.
La sonrisa maliciosa de Coto me horroriza, lanza una mirada descarada a la luna, cómplice, que se refleja en los ojos de la máscara, moviéndolos.
­ Aleja esa cara de aquí, Coto, por lo que más quieras.
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­ Querrás decir careta. No hijo, será mejor que hables con ella, antes que genere sentimientos tan profundos y elevados que no pueda colmarlos. Sé comprensivo y déjala ir a tiempo, aparece en el momento equivocao, háblale como si fueses otro, dile lo que no quiera oír y puede que te deje tranquilo por un tiempo, o que te persiga con aún más fervor, en ese caso estarás condenao ­sopla con fuerza la siringa­. En ese caso, no te muevas, sé quieto. Inactivo. Seguirás penando, pero al menos ella se irá. Cuando no hay movimientos, no persiste, se deja ir como una mariposa, el aire que la trae se la lleva ­agita las calabazas­.
­ ¿Y si no quiero que se vaya?
­ Te va a faltá perspectiva y te dejará una herida de hacha en el alma. Pero, al menos, tendrás la posibilidad de aprendé a extraé del sufrimiento, sin importar la causa ni el motivo. ¡Pa que no te pillen cagando vaya! Adelante, no hay ná de que preocuparse, cuanto antes te vacíes, antes se irá.
­ Y cuando me llene otra vez, volverá a venir.
­ No lo dudes, y has de estar atento, pues la Petenera tiene muchos rostros. ¡Pero vamos ponte firme, actúa! Ahora la necesitas para seguir avanzando. Luego te tocará perderla.
­ Habrá alguna alternativa ¿pero y ella, qué quiere?
­ La eterna pregunta. Solución sin fondo.
­ Está bien, que venga.
­ ¡Así me gusta, con aplomo! ¡que la compasión de una mujer es como agua profunda que brota incansable! Vamo que no es lo peor que te puede pasá, pero que yo en ese caso prefiero echarme un cubo de barro por la cabeza. ­ Que venga, que venga...
­ Tú mismo.
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Coto se enmascara... Y un manto de cabello negro y rizado le cae por los hombros; la pata de una avestruz le baja de la hermosa cintura, ceñida por un cinto de castañuelas que sujeta una falda roja y gastada; de los volantes cuelgan caireles a la morisca de cristalitos de colores; un chaleco color crema, estampado de flores rojas. En su mano, un abanico plateado, con máscaras venecianas en los bordes.
Una lechuza vuela sobre su cabeza.
Comienza el baile al compás de las estrellas más pesadas, retorciendo las muñecas, dislocadas lentamente, se va girando, con el perfil echado hacia atrás se recorta en el cielo estrellado, mirándome de sesgo. Yo la he visto antes. Resplandece el abanico. La química reluce como un huevo microscópico, se expande rosado...
Ella me observa quieta, esperando... disimulo, de reojo paseo por los cañaverales la mirada, mecidos al viento, y la miro, justo a tiempo para que ella, discreta como flor abriéndose, baje sus ojos a un punto indeterminado de mi pecho. Llanto de guitarra. Pudor y suspiros se entrelazan, allí donde nadie los puede alcanzar. Desnudándonos. Los acordes se hunden en el rumor del agua... Una campanada fina, de vibración alta y apenas audible, seguida de otra más cercana, avisa de una llegada...
El resplandeciente faro de cuarzo que gira y gira un haz de luz que ciega reenvía. De repente un cortijo en ruinas se establece como fondo eterno de la escena. Algún que otro cuenco de cobre cuelga entre los escombros y un balcón de geranios, que sobresale 55
de la única pared en pie, está a punto de caernos encima.
La Petenera, de porte airoso y delicados gestos, tiene unos segundos de calma en la mirada, en el semblante, tan profunda, que los roedores de alrededor quedan suspendidos en el aire para que su lechuza se alimente sin problemas. Se le rizan las plumillas de su zancuda pata. Luego cae de llanto en las rodillas:
PETENERA: ¡No! ¡no lo digas! ¡por favor para! Si me raptaras y me llevases lejos...
Tan sobreactuada y sentida como susurrante esta Petenera. Un tic nervioso sacude la pata.
SIROCO: ¿Lejos de quién? PETENERA: Lejos de este pozo que se abre en mi ombligo, donde se ahogan mis hijos una y mil veces. ¿Recuerdas las cosquillas que me hacías?
SIROCO: Me persiguen los recuerdos. Necesito volver atrás, antes de conocerte, antes de llegar a este mundo. Necesito saber qué sucedió antes...
PETENERA: Yo iré contigo. Estaré a tu lado. Pero ¿porqué no abres el corazón a nuestro camino?
SIROCO: Porque huyo por las calles estrechas, el frío de un corazón abierto, tu ya me entiendes, esmaltado con el brillo de los astros, lo tengo en mi mano y solo puedo mirarlo, sorprendido, como si fuera la primera vez...
PETENERA: Yo también soñé con algo así, pero ese camino subía a las montañas ­responde al aire, o a algún amante invisible.
SIROCO: ...Ya no lo encuentro, debe estar cubierto por la maleza, hace tanto que nadie pasa por allí. Corre un frío de recámara.
Por los ojos de la careta bajan lentos pliegues como si fueran gotas de cera.
Llora la Petenera...
56
Los acordes de la guitarra caen en cascadas, el vuelo silencioso de la lechuza, en círculos, bate el espacio sobre nuestras cabezas.
PETENERA: Dices eso porque ahora no estoy aquí ¿y si volviera, atravesando los mares, y te cogiera de la mano ahora mismo?
Estruja una piedra con la zarpa.
SIROCO: Entonces se abriría de nuevo mi corazón y seríamos un ave de nuevo, un ave de alas blancas.
PETENERA: Pero infinitos movimientos caben de una postura a otra. Así que me desplazo con todo el amor que me trajo y me alejo ­juego de bata, gira la cadera.
SIROCO: Quiero quedarme contigo aquí, en el presente.
PETENERA: ¡Huyes! En el fondo no eres tan distinto a mí, huimos pa que esto no se acabe nunca ¡no exista el final! Correr para no dejar de amar, correr, correr...
SIROCO: ¿A qué vienes entonces?
PETENERA: Para bailar al son de tu calor ¡venga esos volantes! ­de una zancada me atrapa y bailamos a paso de tango­ Y pa decirte que siempre estaré a tu lado ¡aunque te conviertas en hipopótamo y yo en gusano!
SIROCO: Solo tengo que besarte para que desaparezcas.
PETENERA: Pero, sobre todo, vengo pa que me recuerdes, de esa forma me das vida, ese es mi alimento. ¡Recuérdame! SIROCO: Me vienes guardando lo que te ofrecí ­me separo de ella.
PETENERA: Lo que se come no se puede devolver, crea malestar, mi vida ­ejecuta unos pasos sensuales con desplante.
SIROCO: Ni el cariño de tus dedos acariciando un lirio es comparable a la frivolidad que los mantiene lejos. ¿Qué te propones? ¿Reducir mi pasión a las cenizas?
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PETENERA: Desnudar las partes de tu ser que siempre vistes.
Me acaricia la frente con su feroz pata, me sujeto con fuerza a sus caderas y hunde la afilada uña en mi cicatriz. Mientras canturrea...
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
Tu armadura de escamas,
al roce de mi cariño,
se deshace en la arena
donde juegan los niños.
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
Vuela que te pillo
que el viento de madrugada
se llevó el nido
y plumas volaron al alba...
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
Ese canto trae consigo huracanes tropicales.
Un hilillo de sangre espesa me baja de la cicatriz recién tocada. Otra vez me aparto de su lado. 58
Estamos sumidos en un vaivén sin remedio.
SIROCO: ¡Te has manchado las manos, mírate la zarpa! ¿¡y si te condeno al olvido!? ¿y si te empujo a escalar un muro infinito? Entonces yo también estaría fuera y dejaría de sufrir tus desaires y...
PETENERA: ¿Y si me apoyo en tu hombro, vuelves a estar dentro?
SIROCO: Vuelvo a estar.
PETENERA: ¿Y si te dijera que vinieses conmigo?
SIROCO: ¿Adonde?
Con una mano se sujeta la cadera y con la otra barre para dentro.
PETENERA: A ninguna parte ­zapateado barroco y tacón.
SIROCO: Entonces iría con los ojos cerrados.
Mueve los ojos de un lado a otro, fuera de sus órbitas. La coreografía de su cuerpo me enreda la visión. Mi corazón en la mano izquierda, latidos frenéticos.
SIROCO: Con el corazón en la mano no puedo aguantar mucho tiempo, tengo que llegar pronto a algún sitio seguro.
PETENERA: Eso nunca sucederá ­se abanica­ ¡Soy la Petenera! No soy propiedad de nadie y nada me puede retener ¡Agua de río, mi tiempo es mío!
Risueña ella, simula un lance de mantilla y con un golpe de muñeca alza la mano al frente, taconazo, con tres dedos sostiene el cielo, gira que gira.
PETENERA: ¡Agua de venero, mi tiempo es pueblo!
SIROCO: Algo habrá mujer... Será lejos de mí. Pero algo habrá que te detenga, sincérate, que hasta el desvarío más fino se queda sin hilo.
PETENERA: No puedo permitírmelo, el amor no correspondido arruga la piel. Yo me voy antes que eso ocurra ­taconazo.
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SIROCO: El amor no es solo ese deslumbramiento inaugural, también es el estudio paciente, el descubrimiento compartido...
Baja la mirada y varía la luz de su rostro a más cálida, se le suaviza el rasgo y se balancean sus ojillos como dos columpios entre risas y cosquillas, con esos ojos de niña me traspasa y traslada a la inocencia, a ese estado ajeno a las fuerzas de la gravedad. Esta Petenera se maneja de otra manera, su movimiento es ternura, su medio tiende a la armonía, su fin es que no hay. Se aleja cariñosamente en volandas hacia mi interior y se acurruca en un rincón de mi pecho. Deposita mi corazón en su hueco. Va y viene en una marea de abrazos y chapotea sobre mis rodillas.
PETENERA: Mira cariño, me ha salido otra línea en la mano.
SIROCO: Sí, si la cierras un poco parece una trenza...
PETENERA: Mira, este lunar también es nuevo.
SIROCO: ¿O es una flor...?
PETENERA: No me sueltes la mano.
SIROCO: ¿O una encrucijada?
Fundido a rojo, abro un ojo y cierro el otro.
La Petenera vuelve a tener, en la expresión, la fiera herida de azabaches uñas.
PETENERA: Te estoy llamando... ¿dónde estás? siento una presión en mi pecho... me cuesta respirar, cariño, ¿me recuerdas...? ¡Me estoy ahogando! ¿Será verdá? ¿¡Pero porqué!? ¡Si yo te amo! ¿dónde está tu mano? ¿y tú? ¿quién eres tú? ¡De dónde sales! ¡No me sueltes! ­acaricia el aire y le habla­ Tu rostro ha cambiado... pero siempre eres tú, te estoy tocando... la figura de tu recuerdo ¡oh, mi recuerdo! Estamos ahí cariño, no te muevas.
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Susurra y se desploma al soltarle la mano, como si algo la hubiera desconectado. Ahí está, tirada, una muñeca abandonada parece, tapada con el negro manto de su pelo, convulsiones en la pata.
Le hablo al oído, se me resbala una lagrimilla.
SIROCO: Ese amor que mueve las montañas y las cambia de sitio para que nos perdamos, compañera. Ese es mi adiós, el de un caballero vestido con las heridas abiertas como ríos. Querida, mi amor se lo tragan los sapos. ¿Qué haces dormida?
...Silencio...
Vuelve a alzarse su encrespada cabellera de un espasmo. Echada de rodillas me habla con la voz ronca.
PETENERA: ¡No me canses, con tus llantos de cárcel! En mi cabello se enredan los corazones de los que sucumbieron a mi hechizo, serán frutos cuando el arbolito del que me cogisteis haya crecido. Frutos que os harán abrir los ojos cuando los cerráis, semejantes a dioses seréis, con el conocimiento del bien y del mal. Devuéĺveme a él, en sus ramas era una diosa lunar, en tus manos no soy más que una desgraciada mendigando un poco de amor. ¡Arrójame a mi pequeño granado, traído de las aguas del Eufrates! ¡Ese es mi trono!
Canta a pecho descubierto:
¡Podrán explotar los astros!
Que yo te veré luego,
bailando sobre un anillo
de metal y otro de fuego.
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¡Podrán explotar los astros!
Que volveremos a encontrarnos,
encontrarnos con el sol...
La vía láctea es un nardo
y yo un caracol...
El viejo se arranca la máscara de la Petenera, volviendo otra vez a sus duras facciones de tigre de mar, surcadas por la sal. Las castañuelas que colgaban al cinto vuelven a ser calabazas y la zancuda pata, cojera. Vuelve su oreja felina hacia atrás, algo se resquebraja... Coto da un salto y el balcón se desploma, aplastándome la mano.
­ Venga, hijo, vamos a hacé lo que nos ha pedío esta señorita. Arranca las ortigas aquellas, de donde cogí la máscara, que voy a hacé una sopa con ellas. ¡Agarra un cuenco también!
Y aquí está, el pequeño granado del que hablaba la Petenera. Es precioso, cómo reluce con esta luna. Coto coloca entre sus ramas la careta fenicia de aquella mujer. La lechuza, después de un último rodeo, se aleja por el Este.
­ La mano izquierda, no la siento. Sabíamos que de un momento a otro se derrumbaría lo que quedaba de casa y aún así me he quedado. ­ Se la ha llevao esa mujer, tu mano, ahora se estará paseando de tu mano, vete tú a sabé donde ­susurra una coplilla entre suspiros y gorjeos:
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Ahora que partes, sé que volverás
Gitanilla de la mar.
Una ola que viene,
Otra ola que va.
Un halo de tristeza se posa sobre mis hombros, con luz pálida de estrellas sin vida.
­ Eso es que la Petenera pasea contigo por otros caminos, cogía de tu mano ­sentencia el viejo.
­ ¡Entonces debería de poder tocarla! ­lanzo una piedra al agua de residuos que baja por la rambla, ondas concéntricas se expanden...
­ Ella está contigo, pero tú no estás allí, bueno quien sabe, cada mano es mundo.
­ ¿Y qué hago aquí? ­ Estás donde quieres estar, donde nadie puede seguirte.
Añade más ramas al fuego con esta serrana que dice:
Montaña en el viento...
en primavera uña y carne,
en otoño un recuerdo.
­ Ahora si que me has puesto la piel de gallo, Coto. Recuerdo haber vivido esto, pero no 63
recuerdo cuando.
64
CONTINÚA EL SEGUNDO ACTO, tras lo que ha de ser salvado
Más allá de la playa escarmentada y del faro de cuarzo que emerge de las aguas, más allá de la poderosa isla creada por la Mar. Más allá está la unión que nos depara la Mar y su horizonte: el deseo inabarcable.
Se oye un estruendo entrecortado de motores. Algo está naciendo del mar ecléctico, se acercan focos de helicópteros por alta mar. Mientras tanto, Coto y yo vemos caer la lluvia, absortos, resguardados por un caparazón gigante que se sostiene sobre una pita a modo de viga. La luna desciende por el Oeste, caminito de la mar.
Coto interrumpe el silencio, con cierto tono de secretismo...
­ La lluvia es un plato de migas pa la gente de estos campos. ¿Crees que el público se habrá conmovido con el drama de la Petenera?
­ Has estado impecable.
­ Tú un poco rígido.
­ Yo no actuaba. La pérdida de inocencia me dejó paralizado. Aunque tampoco creo que nadie se haya dado cuenta, excepto tú. Aquí no hay espectadores, Coto.
­ ¿Ah no? Asómate y mira, mira a tu alrededor anda... Me asomo fuera del caparazón, focos de luz verde pálido barren los campos abandonados, los helicópteros merodean, con cola de ballena se deslizan como si el aire fuese agua. Sus focos desvelan un sinfín de criaturas que pululan en la floresta más sombría. Se escuchan voces...
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­ ¡Que triste! ¡que historia más triste! ¡cuanto orgullo, que torpeza!
Se lamenta una especie de hombre, enganchado por un anzuelo a la rama de un árbol. Me acerco...
­ ¡Hey! ¿quieres ayuda? Te vas a desangrar ahí arriba.
­ ¡No! ¡déjame con mi dolor! ¡vuestro teatro me está matando! ¡la inocencia es tragada por la tierra!
Se le inflaman las branquias en el cuello. Pálido, con ojos y boca de pez.
Me voy corriendo. Los grillos van encendiendo sus antorchas de plata, mientras huyo fugaz.
Me detengo bruscamente con el crujir de las ramas. La noche me resulta familiar y distingo claramente las sombras de las formas:
Veo a un tigre que se pasea majestuoso por el borde de la acequia... Me adapto a la humedad, formo parte de ella, la mitad de mi sangre es fría, mis movimientos anfibios. Experimento la libertad de mis límites y se que nada que sea ajeno a esta frondosidad exuberante me puede encontrar. Serpenteo entre los surcos, rectos o curvos, y cedo a la tierra, lo mismo que al agua.
Los ratoncillos corren a esconderse en las cañaveras que, apiladas de pie unas contra otras, parecen chozas indias, están preparadas para vallar los cultivos contra el viento, preparadas llevan mucho tiempo, mientras las malas hierbas se tragan los linderos de los campos abandonados. Sobre la cañavera más alta se recorta la silueta de un ave de pantano. Me ha visto, ¡para no verse presa hay que ser más rápido! He aquí una porción ínfima de la audiencia nocturna que nos acompaña. Hay seres más crepusculares y otros más lunáticos, o también aparecen seres provenientes de reconstrucciones hipotéticas que no terminan de cuajar, como por ejemplo el chotillo aquel que berrea, con patas de aloe vera apenas se sostiene en pie, del lomo le nacen brotes de soja transgénica y lleva dos fresas por cuernos. Pero está ahí, intentando abrirse paso en la evolución de la vida. Sus moléculas están 66
inducidas ¿y quien dice que las mías no?
A la luz de este pantano y a ras de fango, seres como este chotillo, que no deja de berrear, representan el futuro de la libertad. El tigre cruza la escena ignorándolo, mientras los roedores se atropellan cegados por los focos de los helicópteros ballena que sobrevuelan justo encima. La lechuza apostada en una valla nos mira, ulular lúgubre, parpadeando teleobjetivamente.
Los helicópteros ballena se alejan lentamente, como llevados por una corriente...
El haz del faro se aproxima, extenso y brillante como un tsunami que ciega todo a su paso. Su luz quema la escena, mientras el suelo pierde la solidez entre temblores y sacudidas.
Un poste de electricidad se hunde en el lodazal...
­ ¡Cuando la mar se pone a crear es tan imprevisible como un niño con un juguete nuevo! ­grita Coto abriéndose paso entre la maleza.
Todo vuelve a ser estable bajo mis pies, la noche sigue estando clara. Sale Coto de entre los juncos, cojeando, trae los ojos perfilados en tinta y unas sandalias egipcias. Se guarda un papiro bajo la manga de la túnica. Huele a ungüento de cañas.
­ ¿De qué te has disfrazado?
­ De sacerdote egipcio, así puedo entrá en las cámaras ocultas. A orillas del Nilo soy un profanador de tumbas. Vengo de allí ahora. Toma un regalillo.
Me entrega la máscara del Ibis, el ave fénix, al cogerla se desprende en cenizas...
­ ¡Los helicópteros te estaban buscando y tú lo sabías! ­le acuso.
­ A ti también te buscan.
­ ¡Pues podrían habernos visto!
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­ La mar ha arrastrao muchos caparazones como éste por los alrededores. No era probable, pero sí, podrían vernos.
­ Yo no he hecho nada.
Sopla con fuerza la siringa y resplandecen sus ojos felinos en haz de color sepia.
­ ¿Acaso buscas la tranquiliá del sometimiento, emigrante?
­ Me han enfocado ¡y no me han visto!
­ Te movías como una lagartija entre los matorrales.
­ ¡Como una lagartija moveré mi cola por estas lagunas y cortijos, sin papeles. Cuando vean mi cola palpitar al pie del estanque, o en las manos de un niño, será mi grito de luz, que no pudieron atraparme!
­ ¿Crees que podrás soportar la presión de una vida en el exilio?
­ ¡Me cago en dios! ¡si ahora mismo no dices que soy libre, Coto, te meto con la caña!
­ La evolución está en el recuerdo de lo que hicieron los que había antes, en no olvidarse de uno mismo. La involución por el contrario es quearse en la encrucijá ­evita mirarme, entra de nuevo en el caparazón­. Las variaciones genéticas que selecciona la evolución son las que mejó se adaptan. El ser humano se ha ido creando un modo de vida cá vé má confortable, mata la naturaleza pa recrearla, dando lugar a un medio donde la supervivencia viene dá, desfragmentando el gen de la lucha y del coraje. El primer paso para remplazar a la especie humana. Nos la están jugando.
Le sigo detrás, escupiendo todo lo que pienso...
­ ¡Escúchame viejo! porque ahora estoy en el mundo y mis valores no los corrompe nadie. ¡Pero qué valores ni que pollas! Yo sé de dónde vengo, de regiones húmedas, del destierro, ni una piedra donde apoyarse. Leyes que nacen del instinto. No pienso hacer ningún trato. En mi tierra, si uno se reconoce, ella misma te expulsa, o te coge por la nuca y te hace un ahogaillo hasta que te salen agallas y escamas ¿qué te parece? ¡qué latidos te manda! Te convierte en esclavo de sus 68
movimientos. Sus desaires son los tuyos. Entras a formar parte de Su sistema nervioso, Su ritmo cardiaco es...
­ Eres libre, emigrante...
­ ¡Y más fuerte que la Alhambra!
­ ¡Yo también! ¡y má jitano que la luna! ¡y má naranjo que el amargo bravío! Y cuando termino la faena, me alicato con el agua de la acequia ¡y reluciendo me voy como una aceituna al sol! Aaaaaaaaaaaay me quise perdé una mala noche y mira tú por dónde agüita me encontré, de mis manos aaay
bebiéndote
­ ¡Oleeee!
­ ¡Ajú! Ya me queao tranquilo.
­ Joder y yo, esto es agua bendita. Tu voz me recuerda a la de un tal... ¿Breva?
­ No tendrás memoria, pero tienes un oído muchacho, que te lo inventas. Aprieta la lluvia y otra vez nos sentamos a verla caer. 69
Ráfagas de patos en oleadas pasan zumbando, surcando el aire, su fuga nos pone al borde de la noche. De nuevo Coto hace sonar la siringa y comienza a divagar cerca del mar Mediterráneo, dentro y sobre él, relata cómo la Mar le convirtió en un mito. Cuando las mentes empezaban a mirarla con anhelo y a llorar por la ausencia, al viejo Coto se le corre la tinta egipcia de los ojos al recordar aquel viaje, cuando la mar se quedó muda ante sus hijos por primera vez, cuando Su canto de nana dejo de ser suficiente para calmar el anhelo que empezaba a florecer en hombres y mujeres. Sucedió entonces, que la Mar le convenció para que les enseñara a los humanos algunas canciones que él solo recordaba. Fue la Mar quien le pidió, al que más tarde sería Orfeo y ahora Coto, que les cantara en aquellos descubrimientos de soledad inmaculada. ­ Fue emocionante ayudarles a descubrí el canto, y ellos como niños entonaban, entonces las notas también sonaban más puras y no sabes lo que se lo agradezco, a la Mar, poder tener esos recuerdos y otros secretos.
Entra el tigre a nuestro refugio de caparazón, no sé si atraído por las melodías de la siringa o para resguardarse de la lluvia. Después de un breve paseo se tumba a ver el agua caer, lamiéndose las patas.
­ ¿Y porqué me buscan, Coto, si yo todavía no he hecho nada?
­ Está bien Siroco, está bien. Mi paciencia es más fuerte que tus iras. Pero no tan terca como tu ignorancia, así que déjame ver esa caracola...?
­ ¿Cual?
­ La que aprietas en la mano, hace un rato que no la sueltas.
Ya me había olvidado que estaba en mi mano. La muerde con sus dientes ennegrecidos. Pone la oreja...
­ Aquí no hay música. Esta concha es sintética, no se escucha el eco de la mar. ¿Porqué la 70
cogiste?
­ Me la llevé en recuerdo de los que cruzan el estrecho cada noche, vivos y ahogados, son mis compañeros, elegidos para este viaje sin retorno. Agua de mi agua. Esta caracola simboliza mi amor.
­ Déjame decirte, mi pequeño argonauta, que ha sío creá por la Mar, y tó lo que ella hace, digamos de manera artificial, tó, es localizao en los radares de los hombres. Mira ¿ves aquella montaña que brilla de una forma extraña, intermitente?
­ Así claro, si es que delante están los resplandores de la ciudad y sus mil rostros.
­ ¡Ahí no, burro! Detrás, pero a la derecha, en el cerro con forma e toro, ¡el Cerro el toro hombre! ¿no ves un pico con luces alineadas?
­ Sí que es extraño, cambia de iluminación y cambia el aspecto de su escarpada garganta.
­ Ese es el Conjuro, allí están los radares desde donde te vigilan, saben que estas aquí. Si tardas en llegar a la ciudá, pongamos una noche, vendrán a por ti. O te deshaces de la concha y nos movemos de aquí o los esperamos y les hacemos frente como Don Quijote a los molinos. Observo la concha entre mis dedos...
­ Dime Coto, ¿cómo puede crear la mar algo artificial, si yo soy de carne y hueso?
­ Aunque tu no seas artificial, mi pequeño argonauta, puedes haber sío creao sintetizando tramos de ADN ­nos mira el tigre­, como le ha pasao a éste gatote. A veces la Mar los combina al azar y así surgen aberraciones como la del ballenatóptero. Sin embargo, muchas de sus creaciones, la mayoría, no viven más que un suspiro y se vuelven a fundir con las mareas al instante. La Mar... Yo lo veo mu claro, hijo, pues con solo mirarla ya sabes cómo acabará todo y nada más escucharla entiendes que empieza todo otra vez. Sus ojos son dos pulpillos que cambian de color, canta de nuevo la copilla en voz baja...
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Ahora que partes, sé que volverás
Gitanilla de la mar.
Una ola que viene,
Otra ola que va.
El el hondo grito de la última frase ha sido un pantano, con un laberinto dentro. Ese arranque explosivo ha retumbado en la vega, abriendo huecos en el aire que todavía se oyen rebotar. Algo llama la atención del tigre, que sale de la choza caparazón.
Le hablo a Coto mi experiencia en la playa del vertedero, de cómo una ola me trajo hasta aquí y mientras salía de la playa vi como otra ola y otra y venía detrás otra más grande todavía. Le cuento cómo la marea de poniente se levantaba una urbanización como si nada, en un acto, dejando relucir unos apartamentos con las mejores vistas al mar. ¿Pero qué sentido tiene? ¿porqué hace eso la Mar, Coto?
­ ¡Cuantos menos sentíos haya mejó, más fluye la vida, la trama y el desafío! ¡instrumentos, palabras, mediciones! ¿¡quieres explicaciones!? Pues dibújate esto: porque en esta vega el tiempo es una forma de magia, una sinfonía polifónica. Esto es Chirlos Mirlos, donde residen los deseos más profundos del ser humano. ¡Aquí no hay teorías! El tiempo se detiene a vernos actuá ­da un taconazo imitando a bailaores­. ¡Aquí no hay personas, hay personajes! La Mar es caprichosa, crea y destruye a su antojo: un remanso apacible lo convierte de pronto en riá, un paseo idílico en inhóspito. El faro de cuarzo registra sus creaciones y emite la luz filtrá de los astros influyentes. Las parcelas pueden cambiá de repente sus cultivos, lo que era una cañada real de pronto se okupa con cimientos abandonados, donde había una encrucijá se abre un pozo abismal. El camino puede 72
cambiá cuando te vuelves y desaparecé delante de tus narices. Eso es lo que aquí sucede. Eso es lo que te puedo decí. Si lo miras bien, no sé mucho más que tú.
El agua chorrea por las hojas del ricino y de los palmitos que hay dispersos entre matorrales. La constelación de Orión ya no está a un costado, sino detrás, hundiéndose en la Mar.
Las antorchas de plata de los grillos marcan un sendero que se pierde entre la espesura.
La ciudad parece una maqueta de cristal halógeno. Decido que allí podré encontrar a mi madre. Detrás de la urbe, está ese monte que sigue ardiendo, humo negro oculta parte del cielo y las estrellas.
­ ¿Qué sabes del monte aquel en llamas?
Coto se encoge de hombros.
­ Es el monte malayo. Una colina de barro y pizarra, esculpida por gigantes. Antes se podían ver los perfiles de un robusto anciano, con el tiempo se ha ío erosionando, haciéndose más abrupto e inaccesible. Durante el diluvio las aguas llegaban hasta su cima. Allí se reunían nuestros ancestros.
Luces de helicópteros surgen otra vez de las profundidades de la Mar. ­ ¡Tiene el periodo, la Mar tiene el periodo! ­ O la menopausia, no te jode.
­ ¡Es un reglazo! ¡coño!
­ Entonces me estás llamando aborto.
­ ¡Hay que vé, Siroco, es que hay que vé que estás con la escopeta montá! Yo entiendo tu desorientación, pero no le des tanta importancia hombre, que si no estuviéramos aquí, otros ocuparían nuestro lugar. ¡Claro que ahora se les llama abortos y eso lo cambia!
Los helicópteros avanzan en círculo hacia la costa, con sus faros rastreadores...
73
­ Quiero encontrar a mi madre, la de carne y hueso. ­ Creo que pueo ayuarte, Siroco.
­ ¿Sabes? mientras hablabas de la Mar he tenido una visión. Más bien, un fogonazo, he visto a mi mamá, baldeando el patio y cantaba... y eso de que ahora las notas no suenan tan puras, tenías que escucharla. Me sobra todo lo demás.
­ ¿Cómo se llama?
­ Carmen.
­ En el sonido reside su secreto.
­ He de dejarte Coto, tengo que ir a la ciudad, a encontrarla, me está llamando. ¿Entiendes? Es mi primer recuerdo, su voz.
­ ¡Chiquillo con los impulsos, te quieres pará una mihilla! Déjame ayuarte, hijo, que a más prisa, más vagar, y yo si tengo tiempo. Tus pasos te llevan irremediablemente a la ciudá. Pero espera un poco. Que eso sí puedes hacerlo.
­ Esperar a qué, a que me cojan antes de que pueda mostrarme ante sus ojillos tal como soy, tal como ella me dió a luz.
­ Acabas de nacé, Siroco, pero es la Mar quien te trae. ¿Cómo sabes que tu mae aún vive? o puede que toavía no haya nacío.
­ Sé en qué tiempo he llegado. En qué momento de su vida está. Ha sido su voz, susurrándome al oído, la que me ha hecho volver.
­¡A la ciudá! ­concluye Coto, mosqueado­. Hay que tener cuidao con la ciudá, llevas puesto el automático y no te das ni cuenta. Yo quiero prevenirte antes de ná, quiero aconsejarte que recuerdes, que la incertidumbre es una reacción en cadena, ve más allá antes de adentrarte, antes que el daño sea irreversible y te atrape en su expansión. Primero haces el camino de vuelta y luego te vas. Así recuperas la conciencia ­el brillo en sus ojos felinos observa las maniobras de los 74
helicópteros­ballena y esboza una sonrisa traviesa­. Aquello es una trampa, Siroco, una tela de araña. Serás interceptao rápidamente. Tu madre no te verá como te trajo al mundo, porque tiempo y mundo avanzan hacia el desorden. Tendrías que retrocedé a ser niño pa que tó volviera a su sitio, al lugar de origen, donde la vía está por delante y no a un costao; donde cada cosa pueda tener el mismo valor.
­ Ahora mismo es una niña. Creo que puedo llegar a ella.
­ Anda coño, eso lo cambia tó, ya me lo podías haber dicho antes.
­ ¡Si es que te enrollas ahí viejo! ¡y mal lo vivo quiere! ¡y malo vivo quieres!
­ Bueno, sea como sea, desde Chirlos Mirlos ningún camino te llevará a la ciudá, solo darás vueltas.
­ ¿Y cómo se llega?
­ A través de la Cueva de Luz, donde el sacrificio funde los minerales con el cante, donde se forjan las llaves, espadas y rejas. Solo a través de ella es posible franquear el estrecho desfiladero de rocas terrosas, antes de llegar al vertedero, antesala de la ciudá. La Cueva de Luz aparece y desaparece sin motivo aparente, se mueve en el tiempo como si fuera una tormenta que emergiera de las entrañas de la tierra. Allí moran los gitanos que no se han aclimatao. Allí conservan su poder errante.
Dos helicópteros sobrevuelan nuestro caparazón gigante. Los paracas caen al vacío de la noche, abren los globos oscuros.
­ Quieren evitar lo inevitable ­me devuelve la concha­. Anda tírala a la rambla, que ya vienen a por ti. Es hora de largarse de aquí. Echa una mano a levantar a este viejo, arfavó.
Le voy a dar la mano y Coto se impulsa apenas sin rozarme, como una pluma se levanta, empujado por el viento. Me ha engañado, envolviéndose en su capa no he visto sus movimientos. 75
Se descuelga su concha y me la engancha al cuello. Me guiña un ojo y sonríe...
­ Venga, vámonos.
CORO DE SAPOS Y RANAS
Quien no da el paso
Respira ceniza y nieve
Alma errante de náufrago
siempre estanque, siempre verde.
¡Guárdate un sapo!
¿Pa quién?
¡pa quién quiera estar a tu lao!
Algo espera...
En la otra orilla del río,
Camino te espera al final del camino,
¡Camino te espera al final del camino!
¡Cantad ranas, cantad sapos
76
Antes de enterrarnos
Entre dientes de dragón;
Antes que la duda incierta
Nos divida en tramos;
Antes que el diluvio
De niños y pájaros
Caiga sobre nosotras!
¿Pues quién está a salvo?
¡Respira ceniza y nieve!
Que nosotras nos vamos...
77
ACTO III
...Coto se detiene, como si no prestara atención a lo que veníamos hablando. Embozado en su capa, se descubre y olfatea, me señala el humo... Olor a plástico quemado, aguantamos la respiración.
Bidones humeantes sobre una montaña de cenizas se interpone en nuestro camino.
­ Pero esto qué quiere decir ahora.
­ Imagínatelo, Siroquillo.
El faro rastrea con su haz los campos de cañas y revela que no son más que moños desperdigados por los baldíos.
La luna atrapada entre las nubes quietas. El cielo se ha bloqueado. Coto despliega su capa como si fuera un capote, señalándome el terreno que pisamos. ­ Coto, el matador, te voy a llamar, el matador sin espada.
­ Y sin parné ni mujeres, ni... ¡bueno ni ná!
78
Gira el tronco, recogiendo su capa, y revela la encrucijada que nos rodea. No me había percatado que ocho caminos se extienden desde aquí, en las ocho direcciones: rosa de los vientos.
­ ¡Este cruce de caminos son las patas de una araña! ­proclama con los brazos en alto.
Lo miro con cara de rentoy... Ya he estado un par de veces a punto de enviarle una estocada.
­ ¡No te tomes tan en serio hombre! Mira la hoguerita que han hecho en tu honor. Este fuego es perpetuo, un aviso de peligro. Fuego de residuos.
El viejo rompe a reír al ver que no paro de toser. ­ ¡Que peste! ¡No puedo pensar con este pestazo a queroseno! ¡Vámonos de aquí ya anda!
Dándose puñetazos en los muslos, explota a carcajadas.
­ ¿Ah sí? ¿En qué dirección?
­ ¡En la que sea, pero vamos ya! ­le apuro.
Se levanta como un resorte, se pone tieso como una vara.
­ ¿Como que en la que sea? sólo nos vale una, que nos pueden valer todas o ninguna, sí, ¡pero hay que elegí una dirección y rápido! pué en las encrucijás el tiempo se detiene y hay que aprovechá ese momento pa dejá caer, por ejemplo, una penilla...
Al aguita del río
lancé mis penares,
yo me fui con la crecía
al cielo por soleares.
­ ...O aprovecharlo pa tomá una decisión, como pueda ser, por ejemplo ¡elegí un camino! 79
­ ¡Y tengo que hacerlo yo, tú sabrás cuál es mejor!
­ Sí, ya los conozco, pero pa tí el camino no será el mismo que pa mí. Así que es mejor que decidas tú cuál es el tuyo. Yo ya hice mi elección antes de que llegaras. Eché a las aguas una manda, pedí un deseo y apareciste. Tu eres mi soma, la inmortaliá, ni los centauros me reconocen a tu lao. Ahora me toca cumplí la promesa.
­ ¿Qué promesa?
­ Te voy a contá un secreto, argonauta ­pone su mano en mi oreja, me llega el susurro­, la Mar trae tó lo que le pidas si sabes mediar. Algunas noches me voy al espigón, espero a que asomen los cráteres lunares, y le pido a las aguas quietas. La concentración oscila entre el silencio y el sonido, si puedes vé imágenes en el agua, mete la mano y remuévela, cambia sus formas y perspectivas. El ojo se mueve a la velocidad de la luz pa que la imagen no desaperzca, el faro las registrará y las aguas te la traerán en silencio, flotando en su generosa indolencia, cualquier cosa que le pidas... sssssssh pero esto es un secreto, emigrante.
­ No te preocupes, no hablaré con nadie del asunto ­le prometo en voz baja.
­ Cualquier aberración es posible. Hay que tener cuidao con lo que se refleja ­me devuelve el susurro.
Hago una panorámica de la encrucijada. Realmente parece una plaza de toro: ocho avenidas de tierra, aparentemente iguales, que confluyen aquí. En realidad el tiempo se estanca, no se escucha el rumor lejano de las olas, ni el canto de los grillos y las ranas, la fiesta de los zumbidos o el agua correr, en la encrucijada no se oye nada, ni la lluvia cae aquí: las gotitas al paralizarse estallan como si el aire fuese una cristalera. En la encrucijada el mundo y la vida se paran a jugar a las cartas. Nada se mueve, si acaso los cartelitos que indican el nombre a la entrada de cada camino. Aquí solo respiran los plásticos derretidos, que a veces escupen alguna llamarada. Huele a cerrado, a bestia enjaulada durante siglos, sí, huele a encerrado animal salvaje. 80
Me pregunto si allí en la ciudad será como estar aquí dentro, estancado. ­ ¿Qué quiere decir eso de que yo soy una manda que tu has echado al mar? ­pregunto al viejo.
­ Eres una invocación cantada o muda, según el caso, y yo soy la voz, el ruego, como el de las mujeres que echaban mandas pidiendo que regresaran sus hermanos, maríos o hijos muertos por la guerra. Se trata de atraer a las fuerzas divinas y oscuras mediante el sello de una promesa, que si no cumples se vuelve en tu contra y de la que no debes hablarle a nadie. ­ Coto, pareces una vieja supersticiosa arrimándose a creencias de hojalata.
­ Estas pobres mujeres creían en los milagros, que la guerra era obra del diablo. Pusieron velas que se están apagando. Sus promesas flotan en la memoria oscura de este pueblo.
Coto, inclinado hacia delante, va alzando sus quejíos entrecortados para ir elevándose a una toná de luz sin tiempo...
En la noche sin veleta
ay niño, luz de mi espejo,
vela que se amarra a la piedra
tendrá tiempo de ser velero,
una noche sin veleta.
­ Ahora es tu tiempo, emigrante, toma una dirección antes que se apague la última vela y la noche se quede sin recuerdos ni veleta.
El viejo hinca el mentón entre sus nudillos y abre sus ojos desmesurados. Después de un largo 81
silencio inamovible, asiento con la cabeza, le voy a seguir el juego...
­ Bien ­vuelve a su flexibilidad habitual de movimientos felinos­. Centrémonos en la elección. Mira los caminos, que se van en las ocho direcciones, uno por uno, míralos de reojo, así captarás mejor. Luego decide por dónde hemos de tirar.
De entre la bruma pestilente de la hoguera de lenguas azules surge una figura con cuernos: medio toro, medio hombre.
­ ¿¡Quién os trae!?
Su voz ronca viene de lejos, pero su aliento está a un repeluz, y sin embargo la criatura se mantiene a media distancia. ­ ¡Vientos del Sur! ­respondo.
Su figura y el eco de su voz son portavoces de algo siniestro, inconcreto, que se mueve en lo oscuro, su presencia levanta un viento de aullidos lejanos y encadenados que surgen de otro tiempo.
Hago una panorámica: hileras de cañas desperdigadas... no podría alcanzarlas.
­ Quieres decir que no traes papeles. ­ Señor, permítame si hablo en nombre de este joven, es mi ahijado y no...
­ No conoce las leyes ­corta el Centauro, su voz es una letanía abrumadora­. ¿Ha decidido un camino ya?
­ Todavía no ­responde Coto.
­ Pues entonces no podéis estar aquí. Propiedad privada.
­ Antes de elegir, he de conocerlos bien ­intervengo.
­ Propiedad privada ­repite el Centauro autómata.
Los ladridos retumban en toda la vega.
82
­ ¿Cómo sé cual es el camino que me llevará a mi madre? que es el motivo de mis pasos, cuyo fuego cura antes que quemar.
­ A mí no me importa nada la dignidad de tus intenciones, o las maldades que traigas.
­ Sí, señor, entiendo su postura, pero tendremos que irnos por uno de estos caminos ­adopta Coto una postura irónica. ­ ¿Me quieres decir que no sabéis por dónde habéis venido?
­ Así es... ­responde con la eventualidad de un mimo­ ¿Señor marqués precisa usted de algún otro placer? Ironiza Coto con humildad de criado y el gorro entre las manos. El Centauro, herido en su orgullo, arremete y el viejo le da un capotazo, alzando la mano con porte torero, parece que mira orgulloso al tendío, o quien sabe si no se imagina que está en el Coliseo romano matando gladiadores.
...La llovizna se estrella silenciosa contra el cristal aire...
Después de revisar uno por uno los caminos, me decido.
­ ¡Iremos por éste, el de mi izquierda!
­ Bien, muchacho, entonces tienes que ofrecerme los tributos ­anuncia la bestia, apaciguada por mi decisión.
­ ¿De qué estás hablando?
­ Has de sacrificar los otros siete caminos en mi honor. Pues yo custodio esta encrucijada.
­ ¿Y si no quiero renunciar a ellos?
­ Iré a tu encuentro, sin importar dónde, antes o después me cruzaré en tu camino y ahí ya no tendrás elección, a tu izquierda ya no habrá camino. Sin darte cuenta habrá sucedido algo tan irreversible como la muerte, o el destierro. Habrás de perder tu libertad. Entonces yo daré por cobrado mi tributo.
­ ¿Porqué lo haces?
83
­ Ese es mi cometido. Soy un ser de instintos bajos y deseos aún más profundos. No soy malo: no puedo ir contra las leyes. Tú, sí, pero no olvides que también eres un animal.
­ ¡Pues no creo en mi destino de esclavo! ¡Siempre podré volver atrás!
­ No siempre.
Se acerca la criatura...
­ Tus compañeros de viaje hicieron los sacrificios pertinentes, ya están en casa. ¿No quieres reunirte con ellos?
­ ¿Los de mi generación?
­ Así es.
­ ¿Pasaron por aquí?
­ Todos pasan por una encrucijada antes de ser aceptados.
­ ¡Ejemmm! Has de tené cuidao, hijo ­me advierte Coto a mi costado­, en un cuerno reside su potencia y en otro su sabiduría. ­ ¿Pero cómo quiere que le sacrifique todos esos caminos? ¡qué me está pidiendo éste!
Nos rodea la bestia.
­ En el Cerro el Toro hay una ermita, donde la gente va con sus cirios y sacrifican los caminos. Quiere que vayas allí a peregrinar.
­ ¿Que clase de ermita es esa?
­ Donde se organiza el peregrinaje de las animas benditas.
­ ¿Y hacia donde van?
La criatura se frota un cuerno y con las pezuñas aparta la tierra. Resoplidos.
­ No van a ningún sitio. Asustan a los ciudadanos, advirtiéndolos del peligro de adentrarse en la oscuridá de las montañas, perdiendo el contacto con la naturaleza salvaje. Luego la gente se reúne y de oreja en oreja comentan lo sucedío, se quitan de encima al supuesto extraviado con la 84
distorsión de sus rumores, se lo llevan, como si ellos mismos fueran las ánimas en su procesión nocturna.
­ ¡Eso es demagogia barata. Miedo hipnótico! ­grito para que me escuche el Centauro.
­ El miedo y la demagogia son vuestros cromosomas, ¡prejuicios insuperables! ­la enorme criatura se va acercando a medida que su voz nos envuelve, fría como un sudario­ Estáis condicionados por lo inevitable. Aquí no hay libertad para nadie. Tragaréis el polvo que yo levante ­ Donde hay orden hay final. ¡El cerebro no puede escuchar siempre la misma historia! ­le replica Coto­ Yo, ahora, he de cumplí mi manda ­me susurra mientras se coloca en el camino a mi izquierda­ ¡Mala bestia, respondo a tó lo envites! ­lo llama con su capa: firme hacia atrás, percha de contraposto andaluz­ ¡Si todos concebimos nuestra propia inmortaliá! ¡vamó toro! ¡¡todos seremos inmortales!!
Coto reta al Centauro, con mirada felina, y lo penetra en la oscuridad con el reflejo de sus pupilas... y de la oscuridad sale embistiendo... nube de polvo... lanzando cornadas se lo lleva arrastrando por el Camino de Poniente. Desaparecen tras la polvareda.
Los motivos de Coto son un misterio. He de tomar una dirección y no pensar más en lo que podría haber sido si...
En esta sofocante encrucijada reina el plástico derretido y los tomates podridos.
Miro abstraído el cartelito del camino que va al Sur: Camino las Garzas, cuando una ave se posa en mi hombro y me mira... echa a volar hacia el Este, donde el camino es un sendero tortuoso, lleno de incertidumbres que han cristalizado en pedruscos y guijarros.
A la entrada hay una Diosa apostada con tres cabezas que se mueven en triángulo.
85
Camino de la Seguiriya. Dirección Este. 86
EL EXILIO
87
ACTO IV
Camino de la Seguiriya
Dirección Este. Tropiezo y corro, me agarro, subo por una ladera de terrones que se desprenden. Una manada de yerús me persigue, negros como la noche. Sus aullidos agrietan la tierra por donde brotan las sombras. Mis pies al filo de un barranco. Escalofrío por la espalda, en tierra de nadie, furtivo y sin aire. En una noche sin luna aparecieron los yerús hambrientos, mezcla de lobos y perros salvajes. Algunos caen por el precipicio, que se desprende al pasar.
Resisto en la huida a través de frágiles yermos y con la única compañía del viento desollador.
Aparece un mensaje escrito en mi mano sudada, no lo puedo leer... 88
En los tajos verticales y oblícuos, en las paredes de roca, se agita un teatrillo de sombras chinescas: son bailarinas, odaliscas colosales interpretando una zambra al son del jaleo y las palmas que vienen del interior de las cuevas. Es un baile suelto y quebrado, violento, que brota de la piedras, entrecortado como el fuego, como los aullidos que me persiguen.
Entro en una cueva, atraído por los resplandores, la Cueva de Luz.
Se masca el hierro blandiéndose en el aire cerrado. El eco de un martillo claro y seco marca el compás. En las paredes de la cueva se proyectan las siluetas de herreros gitanos sobre los resplandores de los yunques. Otra vez suena el metal. No hay oxígeno en las entrañas del monte, me ahoga los pulmones. Por una estrecha galería relinchan los yunques, cuyos lomos tienen forma de caballos y salpican chispas de sangre, relinchan a cada golpe.
Los gitanos trabajando, cantan a coro y el eco se prolonga por las galerías subterráneas...
forjamo pal rey
arma y munición,
clavos pal cristo y las caenas nuestras,
nuestra unión.
Pa no ir a la guerra
forjamo orgullosos,
mientra la gachí esta con diez churumbeles
y trayéndome otro. 89
Forjamo herraduras
a galope y espadas
pa quel caballo corra y el jinete alze
la ciudá en almas.
El patriarca, rostro enjuto y afilado, de barbilla prominente, alza la voz a los demás:
­ ¡Esos no! ¡cogé los troncos de allí! ­pone la mano en mi hombro­ Los de almendro aguantan más que el olivo y además dejan unas ascuas mu buenas ­apoyado en su bastón me lleva por una galería de troncos apilados­. Aquí sometemo el cante andalú a variasiones, forjamo nuevos matices, remachamo lo que ya había. El mundo nos dise que no tené rasones es nuestra condena. Así que nos la tenemo que jugá, nuestra supervivensia es oscura ­llegamos a la caldera y se detiene a mirarla­, pero dios sabe que buscamos la luz, mu a mi pesá creo que nos lansó al camino imposible de la libertá. Tenemo que conviví con la maldisión de la pobresa. ¡Ay libertá! ¿libertá pa haser qué? pregunto yo a los sabios der mundo y a los astros que nos columpian ­reluce su dentadura plateada­. ¿Libertá pa despertá y pasá a otro estado de consiensia? ¿acaso comprendé la multitú de caminos nos asegura un final abierto?
­ Dios nos libre patriarca.
­ ¡Pues eso digo yo!
­ No quiero ser pasto de los lobos... Ayúdame.
En el centro de la escena resplandece un gran crisol. Un gitanillo sujeta el martillo y su repercusión y forja a golpe de compás una gran llave. Callan los demás.
90
Una gitana sacude su mata pelo, parece un hombre, o un totem. En sus manos sujeta la reja candente, con los ojos fijos en un horizonte de sufrimiento, y suelta su voz andrógina...
Me sacan del calaboso
y nadie me puede mirá
por lo que hice, no.
Me meten en otro más hondo
donde ná se distingue,
ni las líneas de mi mano reconosco.
Ya no sé si me puedo ir
o si estoy presa.
El que tenga ojos pa verlo
que venga y lo vea.
El patriarca se quita el sombrero y coge la llave recién forjada, es de un metal verdoso, la lanza a uno de los barreños que lo rodean. Lo miro estupefacto. No se ha inmutado, no huele a carne quemada. Manos de hierro.
­ Puees lavarte ahí si quieres. En estos barreños guardamos nuestro sudor, pa que a los niños no les farte onde bañarse.
El patriarca ve como me limpio la tinta de mi brazo, el mensaje que no he podido leer. Grita al resto 91
de los gitanos:
­ ¡Escuchá! ¡este payo trae un mensaje pa los nuestros! a vé que dise... ­el patriarca me coge la muñeca y simula estar leyendo lo siguiente­: “Privados de los recuerdos de un pasado remoto, tenéis que buscarlo en la esperanza de una tierra prometida. ¡Salí de vuestra cueva! ¡recuperá vuestra libertá! ¡es tiempo de vagá! ¡sin chiró e pirelar!”. ¡Vamo hijos el portaor tiene que llegá a la siudá y sufrí en sus carnes la gangrena de la injustisia! ¡Deberá volvé de la siudá hecho un hombre! ¡Cantemos por él! Los gitanos cantan a coro...
Temple y pasiensia
pa forjá alas,
pa quel caballo corra y levante
la siudá en almas.
El patriarca anda de un lado para otro, mientras observa las variaciones de color traslúcido que irradia el crisol.
­ ¿Y adonde iréis?
­ Eso estoy mirando... Alrededor del crisol asistimos a campos de fuersa generaos por la combustión, que nos despiertan a otras realidades donde cada uno tiene su vida, trabajo, casa... En el fondo, vivimos distintas vidas contemporáneamente.
­ Entonces no siempre forjáis.
­ No siempre. Pero eso es lo má importante. En esta cueva templamos la modulasión ­da un 92
toque con el bastón en el suelo­. También aumentamos y disminuimos la ondulasión grasia a la combinasión de metales ­da dos toques­. Digamo que este es el laboratorio de los tonos y cadensias populares ­me señala los sacos llenos de piedras con azufre, antimonio, cal, galena...­ Cada timbre tiene su aleasión y cada aleasión tiene su tiempo. Una época puede estar más determiná por la acsión del mercurio que por el plomo. Entose forjamo con mayó cantidá de mercurio pa aumentá la frecuensia de vibrasión y conseguí la resonansia de cá periodo, así creamo campos de fuerza y seres despiertos. ¿Hasta donde se llega? ­se recoloca el sombrero­. Eso dependerá de los elementos con qué se trabaje. Lo único que podemo haser es adaptar la voz del pueblo a las esigensias de los astros que rijan.
­ Y como no dejan de moverse, pues no paráis de trabajar.
­ ¡Hasta que nos liamo la manta a la cabeza! Ya te digo que esto no es solo teoría. Esto es la alquimia del cante, la fusión con lo cantado y la transflorasión de las emosiones ­caracolea una mano y suelta a vivo grito:
Aunque es la Pena
me voy pegaito a Ella...
­ ¡Una petenera no, que trae el malfario!
­ ¿Vosotros podéis indicarme cómo llegar a la ciudad? ­pregunto en voz alta.
­ Te lo diremos. ­contesta el patriarca­ ¿Pero sabes en qué tiempo debes llegar? Los tiempos cambian, Las puertas también y se requieren distintas llaves, distintos elementos, distintas temperaturas de fusión, sabé si es metal pesado o no, si predomina la oxidasión, o si el problema 93
son las radiasiones... En fin, que cada periodo tiene sus nesesidades ­se hurga con un palillo entre los dientes de plata.
­ He de llegar en el tiempo en mi mamá es una niña.
­ Eso es un pasado sercano, solo relativamente ­remarca con el índice el patriarca­. Te aviso que el tiempo de llegada no es siempre esacto. Llegar a tiempo depende de la presisión del portador en cuestión.
­ ¿Qué quieres decir?
­ La llave que te voy a dá abarca un siclo, pero todas las llaves son maestras.
­ ¿Y qué pasaría si abro otra puerta?
­ Crearías otro mundo. Si con la llave de un tiempo entras en otro, las consecuencias son impredesibles. Esto ­me enseña una llave de hierro­ es un instrumento donde se almasena el flujo vital de una época. No lo olvides.
­ ¿Y cuantas puertas hay?
­ Cientos, miles de puertas y no es fácil ver una. Pasarán años hasta que encuentres la tuya, hasta que puedas reconocerla.
­ ¿Años?, no puedo seguir envejeciendo. ¡Tengo que entrar ya!
­ Pa eso tienes que conosé bien la siudá. Has de sé presiso. Se necesita esperiesia. Yo no sé cómo has llegao hasta aquí, pero te voy a correspondé, puesto que tú nos has traío el mensaje ­me guiña el ojo­. Mi trabajo es forjar, el tuyo es llegar. Así que vamos a ver que sale de aquí y no me rechistes más. Déjame ver... ­busca en un almanaque con imágenes de santos pintorreados­ pal tiempo en que tu madre es niña... te haré una llave de cobre.
­ ¡Hasele una de oro! ­grita un crío.
­ ¡Calla niño! esa hay que guardarla pa dentro dunos años, que serán tiempos desisivos.
­ Entiendo vuestro trabajo ­le reconozco al patriarca­, vuestro sacrificio, para que la gente 94
pueda reconocerse de un modo inexplicable. Si la esencia se renueva, la identidad se adapta y permanece.
­ Esto no es un trabajo, ni un sacrifisio, ¡esto es una maldisión! ­chilla uno desde la caldera.
Me habla una gitana dando el pecho:
­ Si algún día tienes que dejá el mundo que te espera, que no te pese, acuérdate de mí y de mi chiquillo, que no sé con que lo vamos a alimentá, ¡sino se ahoga antes con el asufre ese! ­le tira una piedra al patriarca, que por poco le da­ sssss yasta, yasta no llores lusero mío ­vuelve a darle la teta.
­ Acuérdate de mí también ­dice su otra hija, que trenza el pelo de la madre amamantaora y que canta con una dulzura solo explicable por el rabillo de sus ojos...
En el valle azul de la alegría
Donde pasa el amor como un rayo
Yo levanto las cortinas...
Me quedo embobado con la gitanilla.
­ ¡Es una perla esa niña, eh! ­me guiña el ojo uno que carga espuertas de baratijas­. Yo con tus años enamoré a la luna. Aquella noche lluvieron aseitunas en la sierra loba de Ronda, en la vega de Graná y en los valles de Córdoba la templá, por el guadalquiví bajaba un verde que deslumbraba a tol que se asercaba. ­ Un mensaje borrao es tu piel, tienes nuestra bendisión ­dice otro con la mano en mi hombro. 95
­ ¡Cuidate del Yerú, somos su carne prefería! ­echando troncos al fuego.
­ No te pueden ver, si sigues la diresión de la siudá ­me indica el del fondo.
­ ¡Te muerden por los costaos!
­ ¡Cuanto más recto sea tu camino menos sangre perderás!
­ Muchos de los nuestros san perdío en el camino. Lo que pase en la siudá no es asunto nuestro ­apunta el viejo­, nosotros sólo forjamos cadenas pa ganarnos la libertá. Muchos san quedao en el camino, ¡prepará los toldos y los carromatos! Hora de nómada, es tiempo de vagá, ¡sin chiró e pirar! Toma la llave que abre las puertas de la siudá. ¡Y vosotros a cogé los bártulos que nos vamó! ¡sin chiró e pirar!
Recoge la llave del barreño y me la entrega, brillante de cobre, más grande que mi mano.
­ Lachó dron. Salgo de la Cueva de la Luz. Se divisa la ciudad más cerca que nunca, más brillante que antes. El viento es fuerte sobre estas colinas peladas. En las paredes rocosas se dibujan las siluetas gigantescas de sultanes, reyes y emperadores que me señalan. Los yerús corren detrás.
Lachó dron
96
RECONSTRUCCION DEL ACTO V A PARTIR DE LOS FRAGMENTOS SALVADOS POR EL FUEGO
Los yerús ya no corren detrás, me huelen y desaparecen, ladran al viento y propagan mi presencia, descolocando mis pasos. Sus aullidos me embotan en el desamparo, ando sin poder pensar, esos lamentos emanan una soledad fría e incomunicable. Los ladridos del yerú son las voces de los hombres hastiados, cansados de vivir, que empapan las almohadas con las babas de un sueño sin reposo. Mujeres y hombres que ya no saben como ir hacia delante ladran y ladran para que las ovejas no se salgan del redil, para que todos seamos cómplices de la impotencia. Algo les inquieta a mi paso y aúllan desde los cerros más cercanos, avisan que alguien anda en propiedad privada, inquietan el ganado, desvelan las aldeas. Los ecos retumban en los valles circundantes, plantados de trigo. Del silencio desgarrado que dejan en la noche brotan sonámbulos que no pueden dormir. Una jauría de lobos me guía, pero no me ve. Paso raudo como el viento. 97
Un cuervo alza el vuelo desde los hayedos que hay cerca. ¿Abetos y hayas por aquí? De mi boca sale vaho. El graznido del ave negra me advierte en la dirección Norte, me pone en alerta. Los yerús han dejado de aullar. Crujen las ramas de abedules y robles. El tiempo se detiene, lo noto en el cielo: un avión se ha frenado junto a un iceberg de nubes. Inmovilizados. He llegado a una encrucijada, no es la misma de antes, pero la hoguera de bidones y cascotes sigue ahí, humeando en el mismo centro. Sin embargo, la vegetación y el frío es de otras latitudes, pues la luna, estática, está más baja y grandes piedras de sílex se interponen a mi paso.
Camino del Vertedero, anuncia un letrero de neón sobre mi cabeza. Por encima, la estrella polar. Dirección Norte. Fuera de la encrucijada nada se mueve. Los yerús se están acercando demasiado, con cautela pasan al lado de la hoguera y me cierran el paso hacia el Sur, donde serpentea un banco de niebla a lo lejos.
Salgo de la encrucijada y la luna reanuda su marcha como los demás astros. Sigo el Camino del Vertedero, flanqueado por torretas que conducen el tendido eléctrico, lleno de cuervos apostados, singularmente grandes a causa de la radiactividad que emana la petroquímica abandonada. Camino por un cementerio nuclear. A veces asoma algún perro hambriento, enseñándome los colmillos; otras veces aparece una sombra famélica entre colinas de desperdicios, recordándome que están por aquí cerca.
Camino por el exilio, donde hasta respirar cuesta trabajo. Huele a fermentación de manzanas podridas, de las entrañas de la tierra asciende una hostilidad vaporosa, no reconozco al camino. La tierra se traga mis pasos, me niega y borra las huellas. Mi sombra, a mi izquierda, escarba entre la basura. Una bandada de patos, silenciosa, va derechita al Sur, cruzando las extensiones de cereales hacia 98
Orión. Estruendo de aviones que penetran las nubes rocosas...
El resplandor de la ciudad está al alcance de mi mano. Se oyen petardos y cohetes y música de orquesta. Estoy en las afueras. Una muralla de amianto me impide el paso. La neblina de color añil oculta las estrellas. Veo a un hombre de unos tres metros, vestido de payaso, que fuma sentado en una especie de conducto que sobresale de las empalizadas. El aire huele a quemado, a piel chamuscada. Aquí la vegetación no crece. El aire es denso, no se mueve. La atmósfera inquieta.
­ ¿Estás buscando algo chaval?
­ Una entrada. Sé que está por aquí, pero no recuerdo donde ­finjo saber donde estoy.
­ Eso no se olvida hombre, ¿has estado mucho tiempo fuera?
­ Bastante.
­ Por este conducto hay una ­me indica.
­ Vaya, es mi día de suerte.
Mira su reloj.
­ Bueno, se me acaba la hora de descanso. He de volver. Los niños no perdonan un cumpleaños.
­ ¿Puedo ir contigo?
­ Tú ya no eres ningún niño ­se detiene a la entrada del conducto, se pone la nariz de goma­. ¡No te olvides del disfraz! Allí dentro están de carnavales.
Se oye una verja cerrarse. Tengo la llave que forjó el gitano entre mis manos. Los fuegos artificiales centellean tras la neblina...
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Lo primero que veo es el luminoso que anuncia una señal de prohibido, en su interior reza:
Años después...
También la policía y los anarquistas luchan codo con codo.
...Cierro la puerta, guardo la llave. El semáforo está en verde y mis pies en un charco, se aleja el coche por la avenida, lo despido con una última mirada... ¿Cuanto tiempo he pasado de la misma manera? Ya no lo recuerdo. Observo el roto de mis pantalones de pana, me abrocho la camisa de franela a cuadros.
La ciudad es un rumor inquieto de neones intermitentes y atascos. Camino sin mucha coordinación, saco las manos de los bolsillos: las llaves de una casa, el tabaco y papelillos escritos a mano, leo: “Es hora de caminar, es tiempo de najarse” Mi madre ahora no es una niña, he vuelto a llegar tarde. Este mundo es guerra enmascarada.
Vago como un fantasma por las calles, exiliado en los recuerdos de mi infancia. El nido espectral. Exiliado en los recuerdos de una guerra que no viví y que permanece incrustada en la infancia que no tuvieron mis mayores. Ando reflejado en los escaparates y meo entre los contenedores, mirando a los lados... como un refugiado, fuera de sitio. Tiro todo a un charco, el tabaco me lo guardo. Me lío un cigarro y me viene a la memoria esa copilla anónima que dice: Cerco tiene la luna, mi amor ha muerto. Una aurora boreal está parpadeando en el horizonte.
Me vienen sucesos fragmentados por el curso de los años. Tengo plena conciencia de haber vivido solo fragmentos. Algo en mi interior se ha roto, se ha quedado en el camino, perdido en el tiempo. ¿Dónde estará la sincronía? El pasado no es una catedral que se pueda restaurar, he de afrontarlo con lo que tengo, como el mañana. Pero sé que para todos no es igual: la duración del tiempo 100
depende de la velocidad de uno mismo. Lo he visto al llegar.
La ciudad reproduce cambios veloces y tengo que adaptarme, aunque no sé muy bien a qué. Hay que seguir adelante, nos dicen una y otra vez, nunca hacia atrás. Y sin embargo, la paradoja me encuentra frente a la puerta trasera de la iglesia mayor, en la plaza la Libertad, antes llamada la Falange. “Una iglesia renacentista, que ocupa el solar de una antigua mezquita ­leo en la placa conmemorativa­, concebida como fortaleza por los reconquistadores cristianos para la defensa de la ciudad y control de los barrios periféricos de las ramblas de... población mayoritariamente morisca” Oigo el redoble de un tambor opaco y el arrastrar de cadenas sobre pavimento encerado. Bajo por un callejón, siguiendo el sonido, que desemboca en la esquina de una pequeña plaza, desde donde se puede ver como llega una procesión de penitentes, hábitos negros y velas... Cadenas arrastrarse... Algunos vecinos se asoman a las ventanas. Se acerca el trono. Las calles están apagadas y el monótono tambor resuena en los vanos y las aceras, en el silencio de los asistentes, en los flashes y hasta en la sombra alargada del cristo crucificado, proyectada en los edificios. La brisa mueve las hojas de las palmeras que custodian la entrada a la iglesia, tan verticales ellas, tan mártires. Una brisa que anuncia agua...
La procesión aligera el paso, la columna de incienso avanza hacia un fondo de vidrieras rojas, verdes y amarillas. La llovizna estalla en aguacero tropical. Una trompeta toca una marcha militar, abreviando las estrofas. Todos a casa empapados. Algún que otro precavido abre su paraguas.
Unos están de carnavales y otros de procesiones. Ramblas de agua surcan la ciudad momentáneamente. Han cambiado los nombres de algunas plazas y avenidas, nombres que se solapan en la confluencia de tiempos, solares repentinos donde se atrincheran matorrales, donde los ojos reposan al pasar, las casas viejas han tomado barriadas enteras, con las gentes de antaño, con las costumbres de siempre; 101
urbanizaciones­colmena rodean centros comerciales, con la gente de hoy y las costumbres del mañana. La ciudad ha cambiado tanto como yo.
Las chimeneas de adobe de las refinerías ahora forman parte del museo de la caña de azúcar. En aquella placeta de allí, cargada de neones, florecía un magnolio centenario... ¿Y el gran ficus de raíces colgantes, que los niños trepábamos? Se alzaba en este parque frío y sintético parque por donde ni el viento quiere pasar. Vivimos incomunicados, cambiamos de decorado, poco más, nuevas costumbres disecan el pasado, lo transforman del mismo modo que lo ignoran, ahogamos las antiguas formas para luego venerarlas en los museos, las mismas que se evaporan en multitud de eventos. Calle Aduana, con sus macetas y cruces, tan festiva y berberisca... Plaza España, flanqueada por dos iglesias: la grande y nueva, casi traslúcida, debido a su armadura de cristaleras blanquecinas; la pequeña y antigua iglesia de piedra. De un lado se oyen plegarias de gospel, del otro llegan cantos gregorianos... En el centro de la plaza se sitúa la estatua del papa y gente disfrazada que disimula... Mi barrio queda al otro lado del acueducto romano, que ya veo está soterrado por un puente luminoso, diseño de un monje zen, y que a pesar de los neones sigue siendo una cañada real por donde ahora pasa un rebaño de ovejas, ignorando los anuncios en 3D que se suceden en lo alto de edificios. Rascacielos levantados sobre una rambla de estiércol.
Una estructura flamígera de luces ocupa parte del cielo y se extiende en forma de arco desde el Este: los verdes se abren en abanico, sus gamas varían de intensidad hasta llegar al amarillo, dorado, vainilla... ¡la aurora boreal!
Al fondo de la avenida, un orgulloso cerro se impone con la forma de un toro, enmarcado por los 102
edificios. La luna sale por su lomo, a contraluz se ven alineados los receptores de energía eólica. Las aspas giran sobre el astro lunar, como agujas de un reloj enloquecido.
Del otro extremo de la ciudad llega el aire ardiente del Monte Malayo, que a veces deja escapar ráfagas de auténtico infierno.
Se oye una explosión... cristales rotos, alarmas, gritos...
“¡Allí, allí!” “¡por allí van, no les dejéis seguir!” “¡cuidao, son los malayos!”
Una gasolinera está ardiendo. Cuatro malayos han penetrado las empalizadas de la ciudad. Por la calle baja un neumático ardiendo, da una vuelta a mi alrededor, antes de pararse.
Cerco tiene la luna
mi amor ha muerto
Corro hacia las llamas, los malayos también corren como locos en cualquier dirección. Un grupo de anarquistas intentan contenerlos, haciendo barricadas con los materiales de una obra, hasta que llegue la policía y los bomberos. Malayos: criaturas en llamas. Provienen del fuego perpetuo, en el Monte Malayo, que acecha a la ciudad durante años. No se les puede matar. Es difícil capturarlos por sus altas temperaturas, son incombustibles. Los bomberos consiguen guiarlos con agua a presión. Nunca se apagan, campos magnéticos les protegen. Empalizadas rodean la ciudad de amianto.
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Del incendio salen más malayos, el coche del que bajé hace un instante, también está ardiendo, lo reconozco, su ocupante también envuelto en llamas, no lo puedo distinguir, debe ser mi malayo trastabillándose, corriendo, se pierde por una de las bocacalles. No sé si iba solo en el coche, no lo puedo recordar. Enloquecido cojo un pedazo de hierro y golpeo a uno de ellos que corre, estela de fuego, hacia la farmacia. Lo golpeo hasta que cae, lo sujeto con la punta del hierro. Desprende un calor extremo, no puedo acercarme más. La barra de metal se dobla como el regaliz. Me mira, pero yo no veo más que llamas. Los anarquistas están cerrando el cerco conmigo dentro, cojo otra vez el hierro candente, rompo los cristales de la farmacia, entra el malayo a hacer su trabajo: propagarse. Se acercan los demás, llameando veloces.
ANARkISTA: ¡Qué has hecho! ¡los teníamos atrapados! ­me agarra del pecho, le quemo la cara con la palma de mis manos­. ¡Ahhhh, no has ardío! ¡eres un fantasma! por tu culpa ahora hay que evacuar la zona. ¡La policía se ocupará de ti, traidor! ¡traidor!
FANTASMA: Entonces soy tu sombra. Si ya estoy quemado, no puedo arder más. Así que déjame tranquilo.
ANARkISTA: Estamos aquí para derribar el sistema opresor. Los malayos pueden servirnos de ayuda, ¡pero hay que inducirles la idea! Somos la savia nueva y sin embargo ellos nos queman como a los demás. ¡Son enemigos!
FANTASMA: ¿Los anarquistas ahora son demócratas? En este fuego no hay ideas. El enemigo, como tú lo llamas, nace de ti mismo y aunque venga del monte, su razón de ser está aquí, a tu lado. El malayo es una respuesta a la llamada de la vida, que clama desde el fondo de tu ser, contra el orden establecido que tú mismo defiendes, a través de tu tiempo. Eso es lo que he sentido mientras me atravesaba como un rayo en la penumbra, mientras ardía sin darme cuenta, no sé 104
cuanto he pasado en la misma postura. Pero te aseguro que en este fuego no hay ideas.
ANARkISTA: ¡Fantasma, eres un fantasma! Unas criaturas que van de un lado para otro, quemando todo lo que pillan ¡eso no es lucha, no es lógica! Unas criaturas que no se sabe de dónde provienen quieren tomar nuestra ciudad. ¡Una mierda! ¡Ellos quemaron a mi hermano!
FANTASMA: Deja de buscarlo aquí. Tu hermano está en cualquier barrio desfavorecido, entre fantasmas como tú dices. Vamos hombre, no pongas esa cara, admite, por lo menos, que todos tenemos un malayo dentro. ¡Tú en cualquier momento también podrías arder! ANARkISTA: ¡No lo sé! ¡pero no hay que flaquear! ¡resiste!
FANTASMA: Ves aquél malayo que baja por allí. Aquél soy yo, díselo a él.
ANARkISTA: ¡Eres un infiltrao! ¡No dejéis escapar al infiltrao!
Bajo por una calle corriendo, seguido de cerca por el anarquista. En las aceras, a mi derecha y a mi izquierda: una hilera de viejos con sombreros, otra hilera de viejas con leotardos. Todos sentados en sus butacas, al calor de las ascuas de los braseros, permanecen callados, meditabundos, absortos... Corro por en medio de la calle, paso desapercibido a mi derecha y a mi izquierda. El anarquista sigue detrás.
Al final de la calle, un cura de ojos escurridizos como culebras, pálido, calvo y con voz capada, se confiesa en las esquinas con prostitutas travestidas.
El anarquista se ha parado con ellos...
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Me apoyo en el ladrillo visto de una edificación abandonada, a medio hacer. Cojo un poco de aire.
Cierro los ojos. Pienso en el fuego. ¿Quien iba conmigo en ese coche? ¿mi amada? ¿un amigo? ¿tal vez mi madre? Entre las llamas no se distingue el sexo. Todos arden igual.
La carga iónica acelera el azul eléctrico en el cielo, revelando un anillo a fogonazos, un horizonte casi perdido... Las auroras boreales se han desplazado hasta las regiones tropicales.
El sol llega muy tenue, el Gigante Pálido le llaman.
Lo vivido es una regresión encarnada. Una ráfaga: en su llegada vi cómo se abrasaban los satélites a merced de los vientos solares. Fueron los primeros en caer. Eso sucedió cuando los polos intercambiaron su lugar: el Norte se vino al Sur y éste se hizo Norte. Lágrimas del Sol, así es como llamamos a las grandes erupciones solares que variaron la polaridad del planeta, dando entrada a la era del apagón eléctrico. Los desprendimientos del Sol calentaron nuestro planeta, deformaron su escudo magnético, fundieron centrales eléctricas, apagaron ciudades... doscientas millones de personas sin luz en un minuto. Un viento solar que se propaga en el tiempo. No sabemos cuanto durará. No hay un calendario para estos tiempos. La frecuencia de vibración es tan alta que no sabemos cuanto tiempo ha pasado... cuatrocientos millones de personas sin luz en un minuto. La esperanza de vida es más corta, pero, sin embargo, más intensa, más vívida, definitivamente más larga. Conforme la memoria se acortaba la distancia entre los humanos fue aumentando. No sé hasta 106
que punto estamos en contacto los que habitamos el pasado y los que viven el presente. La luz del Sol no penetra la espesa capa de partículas que él mismo nos envía. Bajo este cielo, en penumbra perpetua de grises y ocres, florecieron negocios clandestinos y aislados, antiguas labores ya olvidadas.
El aguaor: boina y chalequillo, lleva los ojos vendados y una vara de mimbre para guiarse, grita desde la acera de enfrente:
­ ¡Agua de venero seco! ¡Aguita de mojícar, fresquita! ¡De ordeñar las rocas que vengo! ¡aaaamo al aguita!
­ ¿Quieres un vaso, Alvarado?
­ ¿Está limpia? ­respondo.
­ El agua que yo traigo toavía es rica en hierro, sabes, y no en mercurio ¡ni ácidos, ni fosfatos! El venero es antiguo y aún no se ha contaminao.
­ Tu trabajo es una reliquia, tu agua también.
­ Hacemos los trabajos que la sociedad actual no quiere. Así no se mezclan con nosotros. No sé hasta que punto entro yo a formar parte de su realidad. Nos miran con recelo, ellos que eran nuestro futuro... Ahora resultan inquietantes, nosotros incómodos.
­ Ellos son los cristianos viejos de los tiempos modernos.
­ Y muchos de nosotros, moriscos, fantasmas o muertos de hambre como suelen llamarnos, vestimos como ellos para confundirnos en el rebaño, buscamos una oportunidad, una identidad más liviana, sin tantas piedras predecesoras. Buscamos esa apertura que es necesaria y que ofrece perspectivas nuevas a la vida.
­ La oscuridad trajo histeria y suicidios, a otros pocos la calma y el sosiego. Dame un vaso anda, que falta me hace. ¿Tienes hora Feliciano?
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Mira su reloj de cuerda.
­ Estamos en la prima rendía, la medianoche.
­ ¿Tú no estas muy ciego?
­ No, me busco la vida y levanto la venda de los ojos ­vuelca la jarra, el chorro suena, pero no se ve caer el agua­, la llevo solo para imprimirle gesta a mi trabajo de cada día y con unos granitos de anís, aquí tienes, con esto vives otro siglo sin darte cuenta.
Bebo del vaso vacío...
Un globo de cristal asciende por los tejados, estalla, soltando una lluvia de confeti. Oigo al aguaor mascullar algo acerca de los carnavales. Crecen los arbustos sobre antiguos tejados medio derruidos. La luz de las calles parece envejecida. Las maneras de andar, unos hacia delante, otros hacia atrás. Incluso huele a estofado en olla de barro y a uva pisada.
Las formas antiguas de hace décadas se cruzan con las formas de hoy y crean una serie de escenarios superpuestos:
Tejados poliédricos, formados por paneles térmicos, absorben el calor que desprenden los malayos, creando así luz artificial. Estos tejados alternan con las tejas y las casas de adobe. Lo mismo sucede con la distribución desigual del alumbrado: lámparas de aceite y farolas en forma de flores hálogenas, lirios evidentemente. ­ ¿Has visto aquellas niñas disfrazás de cigarreras?
Feliciano tantea y las señala con su bastón, riéndose. El aguaor se pone pesao con ellas. ­ ¿De dónde vienes con esa fatiga, flecha, que estas mu serio? ­me incordia a propósito, le molesta mi silencio.
­ Del pasado.
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­ ¡Vaya hombre! ¿de modo que viene el pasado aquí y tu coges y te vas al pasado? ¡Vayaaa, eres un caso, ya te lo decían de pequeño!
­ Como a todos ­vuelvo a beber del vaso vacío.
Complejos y prejuicios me interrogan en cada esquina. Falta de autoestima por doquier. Falta sufrir sin piedad. Mi existencia se ha quemado al llegar al futuro, y se me ofrece otra alternativa: el pasado. Los que como yo se han quemado tienen su malayo por ahí suelto, vete tú a saber donde.
Tiempo pasado y tiempo futuro alternan fotogramas con frecuencias estelares: Ventanas esféricas y tridimensionales parecen ojos que sobresalen de las fachadas. Otras, sin embargo, son de madera apolillada, o están hinchadas por la humedad, no se abren en años.
Puertas táctiles, que son imágenes de salvapantallas, se sitúan junto a las cocheras de mulas, cerca de la entrada de un carmen, por donde cuelgan los limones.
­ Y en el pasado ese del que dices que vienes ¿cómo son ellos? me refiero al rebaño.
­ En el pasado del que vengo, tú eres del rebaño.
­ Pero estoy seguro que allí no nos hemos olvidao de nuestros padres y de nuestras madres, como éstos han hecho con nosotros, ¡que nos tienen olvidaos!
Una madre con sus dos hijitas, vestidas de raso blanco las tres, nos omiten de su panorámica con sus paraguas, también brillantes. Entran en una cafetería, un cartel en la puerta avisa:
Prohibido el cante
Las gentes de este tiempo, nos huelen, a los que venimos del pasado, con recelo, no se fían. Pues, empezamos a aparecer con el fuego. Nos llaman con el despreciable nombre de fantasmas moriscos, ya que, según ellos, sin estar vivos, nos resistimos a morir. Estamos. Como ellos. Nos marginan, nos obligan a vivir en las afueras, cerca de la empalizadas. Vivimos como palestinos. Pero nuestras formas del pasado se manifiestan en cualquier parte de la ciudad, a cualquier hora. ­ ¡Nosotros seremos fantasmas, pero ellos son el rebaño! ­les grita el aguaor.
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De hecho no pueden controlarnos como a un rebaño. La ciencia no da crédito. Y eso ha traído la fe ciega a la comunidad actual de la ciudad. La fe que nos vigila. Nos señalan, como inquisidores nos culpan, les dicen a sus niños en sus escuelas que somos gente bruta e ignorantes, maleantes y que olemos a quemado, que nos echaron del paraíso por practicar artes negras, o chorradas de ese tipo. Nos miran como seres condenados, íntimamente relacionados con los malayos. Quizá tengan razón en eso. Nosotros seremos fantasmas pero, como bien dice el aguaor, ellos son el rebaño.
Me sacudo el confeti de la cabeza.
­ Si que refresca esto, Feliciano.
­ No te lo decía yo, dame dos reales anda.
­ Pero si no llevo, tengo tabaco.
­ Pues déjame que me líe un par de cigarros.
Un relinchar de metal en el asfalto nos hace jirones los oídos...
­ ¡Joder, con el mulero!
El arriero canta con el arado abajo. No parece advertir que está arando el pavimento y canta a fandangos a desgañito, sujetando las riendas de las bestias...
Vuelvo a tus brazos mujé...
surco las entrañas quietas,
las entrañas de la tierra.
De pensar que te voy a ver
las pitas se inclinan al mar
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donde quiera que estés.
Vuelvo a tus muslos,
al nacimiento de agua,
con la inocencia de un mulo.
Con tanta calma hilvanas
tu llaga y la mía
que elevas el alma...
El arriero, con su yunta de mulas, dobla la esquina surcando el asfalto: sombrero de paja y vista al frente.
­ Feliciano, ¿has visto a mi madre?
­ Está ahí abajo, asando castañas.
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Un borracho sube por la callejuela, tambaleándose... ­ Oiga usté, que parece un hombre de bien ­balbucea y se apoya en el manillar de una moto, se cae­ ¿sería tan amable de decirme si es de día, o de noche? le juro que no veo una mierda.
­ Con estas gafas de sol ­le señalo el cielo ionizado­ no sé que decirle.
El borracho suelta una risotada y sigue su curso. El coche policía cruza silencioso por la perpendicular... Entro por una callejuela y desemboco de nuevo en la Plaza España, se oyen los cánticos de las dos iglesias de fondo, farolas ultramodernas, un predistigitador con rastas da el sermón sobre el pedestal que ocupaba la estatua del papa, la han tirado al suelo.
SHANTI SHANTI: ¡Shiva ya está aquí, a venido a redimirnos, a destruir a los señores del rebaño! ¡Pero tenéis que abrir el tercer ojo! ¡Shanti shanti eh eeeh!
El muchacho, cubierto de cenizas, inicia un cántico y los pocos fantasmas que se reunían a escucharlo se van dispersando... SHANTI SHANTI: ¡Solo os pido tolerancia hacia mi credo! ¡Solo os pido que seáis felices para que yo pueda serlo también! ¡que tengáis fe en mis palabras para que todo esto tenga sentido! Solo os pido que me escuchéis, pues traigo un mensaje de salvación para la humanidad. Yo sé lo que necesitáis. Conozco vuestros pecados. Vuestros errores residen en el karma. ¡Solo os pido que dejéis pasar a esta anciana religión! Para eso hay que sacrificarse, morir si es preciso. ¡Solo os pido 112
vuestros corazones y espíritus para purificarlos en el río sagrado! ¡Escuchadme con atención! ¡El Reino de Shiva is coming! ¡Él nos convierte en pastores del rebaño! ¡A nosotros, los elegidos!
Entre los floridos y destartalados disfraces sobresale el gigante payaso que fumaba a la entrada de la ciudad. Se acerca con la cara pintada, echa un pestazo a alcohol...
PAYASO PRÓFUGO: Ése lo que busca es un agujero donde meterla y caerse muerto. Nada más. ¿Sabes qué hora es, niño? Te pregunto a ti, que parece que andas perdido.
ALVARADO: El tiempo no existe y tú me andas siguiendo ­le miro desconfiado.
PAYASO PRÓFUGO: ¿Y no te parece curioso que solo aparezcamos cuando el tiempo desaparece? Se pone la nariz de goma, adopta posturas sorprendentes, si acaso se deja entrever una dulce caricatura de lo impenetrable. Es más alto y corpulento que la estatua derribada.
ALVARADO: ¿Que quieres de mí, para qué has venido? PAYASO PRÓFUGO: Para decirte que no estás solo en esto, que solo no llegarás muy lejos, que hay otros como tú aquí dentro, luchando consigo mismos para escapar al poder establecido, o acampando ahí fuera en las encrucijadas. ALVARADO: Me lo imaginaba.
PAYASO PRÓFUGO: Sois una generación errante. La impotencia os vuelve inútiles, inactivos.
ALVARADO: ¿Perteneces a alguna organización?
PAYASO PRÓFUGO: No lo entiendes. ¿Cual es tu nombre, aquí en esta ciudad?
ALVARADO: Me llaman Alvarado.
PAYASO PRÓFUGO: Te llamaré Varado, me parece más propio. Mi opinión es que aún no importa lo que haya detrás de ese poder establecido, o asumido, lo que te salva es que no se establezca aquí. ­golpea su frente con el índice y se tambalea hacia atrás­ Cambia el son ellos por el 113
están dentro y verás que pronto coges la vertical.
VARADO: ¿ Conoces a Coto?
PAYASO PRÓFUGO: ¿Quién es ése?
VARADO: La primera persona que me habló del fugitivo.
PAYASO PRÓFUGO: Los fugitivos, o furtivos, como nos llamamos entre nosotros ­se quita la nariz de goma­, tienen tantos nombres que es imposible recordarlos. A mi puedes llamarme Fraxquito.
Nos sentamos en un banco de la Plaza España, flanqueada por las dos iglesias: la moderna y la antigua. Los niños corren con cintas de colores y juegan alrededor de la estatua. Algunos creyentes salen de la iglesia de vidrio y cemento, rematada por una cruz de amianto. Salen con un helado en la boca, mirando los escaparates. El gigante bondadoso los observa, se vuelve hacia mí con la misma limpieza en los ojos.
­ ¿Sabes que el gobierno ha aprobado un plan específico de restauración para la ciudad?
­ ¿Qué estarán tramando?
­ Quieren convertir el cerro malayo en una central nuclear, aprovechando los recursos energéticos que se están generando allí, para producir la luz que el Sol les arrebató y abastecer a regiones extranjeras que siguen sumidas en la oscuridad. Se trata de un acuerdo internacional. Tienen el apoyo de Naciones Unidas. Entra en vigor esta misma noche.
­ No es posible.
­ Mediante un proceso de fusión nuclear y usando los campos magnéticos creados por yoguis traídos de la India, harán de un malayo un pequeño sol, una central eléctrica que alimentará de energía a un país durante unos cien años. Dicen que de esta manera dejaremos de contaminar el planeta. Tiene gracia después de todo.
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­ No podrán entrar en el Monte Malayo. ­ Parece que lo tienen todo preparado ya. Este asunto va parejo a la restauración de la ciudad, es decir, la limpieza de los fantasmas se hará de modo gradual cuando consigan amurallar el Cerro de las Consecuencias, como lo llamaban antiguamente. Primero empezarán con los rebeldes.
­ Todo esto es una locura. Estamos hablando de un genocidio. ¡Nadie puede salir de la ciudad! ¡acabarán con todos nosotros!
­ Para salir de la ciudad solo hace falta una llave y tú no eres el único que la tiene. Técnicamente la palabra genocidio no entra en sus nuevos decretos, pues no estamos vivos, sino que “se resisten a la muerte, a causa de una disfunción transitoria del universo” usando las palabras del Comité de Investigación Profunda. Pero no habrá genocidio, en el fondo se trata de una 'restauración', la muerte será colateral y aleatoria. No nos quieren exterminar, lo que quieren es readaptar nuestra forma de vida para fortalecer su orden social y temporal.
De la vieja iglesia, al otro lado de la plaza, salen en fila las ánimas benditas... Reina el silencio.
­ Alguien ha muerto ­susurro.
­ De boca en boca el rumor va suelto. Se dirigen al Cerro el Toro, a la ermita de...
­ Sí, ya me conozco el cuento, van a sacrificar los caminos y senderos para que nadie salga de la ciudad.
­ Es el precio a pagar por ser aceptados.
Cojo medio litro de cerveza que alguien ha dejado en el banco.
­ ¡Toma que se te pasa la borrachera y estamos de carnavales! ­ ¡La a con la e... vales! Un globo de agua me explota en la cara. Se acerca un niño, lleno de churretes.
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­ Perdone señor, quería darle a Frasquito.
El gigante me pone la nariz de goma. Los niños empiezan a reirse. Reímos con ellos.
­ ¡Súbeme a curumbillos, súbeme! ­le grita el niño.
Me quita la nariz y se la da, el niño se va corriendo a enseñársela a los demás.
­ Pues déjame decirte, Frax, que la vida que me ha tocado vivir está quemada y ahora no sé que hacer. He ayudado a los malayos en una algarada. Mis días en la ciudad están contados. No hay nada provechoso que yo pueda hacer ya aquí. Siento que he pasado una barrera, que me vienen los recuerdos a la mente, uno detrás de otro y no puedo pararlo, me entretengo en ordenarlos, mi mente se apacigua y acto seguido me disuelvo como el sulfato en el agua. El proceso se repite tantas veces a lo largo de un día que me es imposible contarlas. El olvido está a la orden del día, sucede todo tan rápido que apenas duermo.
­ Apareces para recordar mis obligaciones, Varado ­me confiesa en voz baja­. La necesidad de avisarte es ahora lo más urgente. Deja que te cuente quienes son los furtivos ­me da un cigarro. ­ Adelante.
Los cohetes explotan y dibujan flores de colores en el cielo humeante.
­ Nuestro exilio es voluntario. Existimos desde que la propiedad se hizo patente, como podrás suponer venimos de un linaje muy antiguo. Actualmente vivimos al margen de leyes y dioses.
­ ¿No es posible reconoceros?
­ No hay forma. Revelaremos nuestra naturaleza al mundo, cuando la humanidad deje de someterse al tiempo determinante, cuando estén preparados para perderlo todo, para abordarlo todo... Los niños imitan a un payaso que anda y se tropieza una y otra vez. ­ Tú precisamente con esa estatura no pasas desapercibido. 116
­ Lo importante es que me vean como un payaso. Escucha, varado, nuestro poder reside en mirar sin ser vistos, demostrar que nada pertenece a nadie. Lo vulnerable que es un accionista mientras duerme entre sábanas de seda china, lo vulnerable que es a nuestros ojos furtivos, sus alarmas no detectan nuestras miradas y entramos hasta la cocina. Atravesamos murallas, hormigón, acero, distancias y fuego, penetramos en los sueños. Vulnerables como tantos otros que salen al balcón a fumarse el cigarro antes de dormir. Vulnerables en sus casas, los observamos agazapados entre matorrales, nos anticipamos a sus movimientos... vulnerables.
­ ¿Veis a través de ellos sin tener en cuenta porqué callan, lloran y se entregan?
­ Cada uno hace lo que parece. Inténtalo tú, ponte a escuchar sin mirar... y a ver cómo juzgas lo que no ves, colócate donde no te vean y escucha sin prestar atención a lo que dicen, coloca tu energía en lo que pasa... la escucha ensancha el alma. Imagina lo que son. Así se mantiene el vínculo y la distancia. El equilibrio.
­ ¿Y cuando actuáis?
­ Acompáñame, quiero enseñarte una cosa.
Un coche policía dobla la esquina. Los niños se esconden detrás de la estatua del papa, que yace en el suelo con la nariz de payaso, mirando al vacío...
Callejeamos hasta llegar a una urbanización en construcción, un esqueleto de cemento armado. La crisis de la luz ha dejado muchos esqueletos de estos, edificios sin terminar, calles cortadas, caos urbanístico. Saltamos una valla. En la planta baja los cartones de los sin techo se apiñan junto a las vigas en penumbra, botellas rotas, mantas, ropa apilada... Subimos por una escalera de cemento. La azotea es más alta que la bruma que recubre la ciudad. La sensación de viento es espléndida. Hay charcos en el suelo que reflejan los rojos intensos de la aurora boreal, por debajo de las cornisas ondea la capa de polución. La podemos tocar con los 117
dedos.
Una hoguera nos calienta en la intrépida azotea sin bordillos, una pira de llamas que se alza majestuosa. VARADO: ¿Qué haces con ese fuego encendido? si se enteran te van a colgar. PAYASO PRÓFUGO: Hay una red de hogueras en las atalayas de la ciudad. Se trata de un sistema de comunicación entre los furtivos, un sistema de invocación para los malayos. En las alturas concentramos nuestro poder no contaminado, por encima de las interferencias y los residuos. Las llamas atraen a los malayos. El fuego clama fuego.
Una garza, en el filo, contempla los fuegos que se alzan en edificios lejanos.
VARADO: ¿Acaso no os importan las vidas de personas inocentes?
PAYASO PRÓFUGO: Aquí ya no hay personas inocentes, ni malvadas. Hay automatismos que se imponen a la persona. Mi mente no concibe las estructuras jerárquicas, la obstaculizan. He ahí el origen universal de nuestro conflicto ­la expresión de sus gestos es agradablemente seria y fluida­. Atraemos a los malayos porque son criaturas que vienen del pasado: al entrar en contacto queman el cuerpo del presente y liberan otro del pasado. Se rompen las perspectivas, reacción en cadena. De este modo, cada vez somos más y ellos menos. Las generaciones de la somnolencia son suprimidas en el shock, hablamos de los últimos cincuenta años. Esta es la forma de recuperar nuestro gen de lucha y está dando resultado.
VARADO: Yo solo tengo vagos recuerdos de mi vida antes de la quemadura ­le confieso.
PAYASO PRÓFUGO: Ve a buscar a tu madre, ella también habrá olvidado lo suyo con el cambio de frecuencia, pero de seguro que te ofrece una orientación inesperada.
VARADO: He venido por ella, y ahora que estoy cerca no puedo evitar verme limitado por mi tiempo. PAYASO PRÓFUGO: No dividir ni secuenciar el tiempo nos daría la libertad, la auténtica.
118
VARADO: Puede ser. ¿Pero qué importa, alguien sabe que hacer con ella? Si ni siquiera los que están en vuestro bando,luchando a pie de calle, saben que hay una élite de guerreros que vela por ellos. Merecen saber lo que hacéis aquí arriba. Puede que entre todos...
PAYASO PRÓFUGO: Hay muchas formas de luchar. Allí abajo si no te trincan, antes o después te tienes que salir. Nosotros preferimos subir y persistir. ¿Entiendes porque atrapar a un furtivo es una derrota estrepitosa? Luchamos en las alturas para no ser vistos, como hacen los poderosos del mundo. VARADO: Pues cambiemos de estrategia, salgamos a campo abierto, allí no obtendrán nada de nosotros. ¡Dejemos a la civilización en cimientos!
PAYASO PRÓFUGO: La gente saldrá poco a poco. El cambio que genera la conciencia de estar conectados todos se está operando todavía. Los huesos de este país se hacen añicos en separatismos y casticismos, conquista tras reconquista. Su historial de fracturas es infinito.
VARADO: Paciencia...
Una ráfaga de viento alza una ola de llamas...
PAYASO PRÓFUGO: Si, paciencia, porque ya sabemos que las revoluciones esporádicas centralizan aún más los poderes fácticos a largo plazo y hay mucho poder en juego. Las aguas y el fuego tienen que encontrarse para que la transformación sea completa.
Pasa una bandada de flamencos en dirección a la vega.
La garza bebe del charco y yo sumergido en mis pensamientos... VARADO: El bombardeo tecnológico que estaba retrasando el salto de la conciencia al espíritu paró por el apagón ¿y ahora que apenas tenemos luz para las verduras, de verdad crees que cultivaremos la luz interior que nos guíe? ­le pregunto, algo escéptico.
PAYASO PRÓFUGO: Justicia universal.
119
Se oyen las tracas de petardos, algunos cohetes traspasan la capa de polución y explotan, floreciendo mandalas de chispas en el cielo.
El gigante anfitrión, con la pintura corrida en la cara, me habla de las expediciones que organizaron al monte malayo cuando comenzó todo esto, de lo peligroso que era aguantar allí una sola noche, de los compañeros que cayeron en lo irrespirable y lo importante que fue estar en el terreno ocupado por los antepasados, me habla de las vistas que se aprecian desde aquel monte, el más alto, y de lo que se siente cuando miras la ciudad envuelta en brumas.
PAYASO PRÓFUGO: Es un espectáculo ver nuestras llamas perpetuas, alzándose sobre la ciudad, por encima del anillo de polución, solo se ven desde aquel monte, ¡y cómo nos responden los antepasados! Aquello es otro planeta sutilmente erosionado, es lo más parecido a un paisaje lunar, lo más cerca que se puede estar del sol. Allí sientes el Llamado. Veo las bandadas de aves migratorias que graznan por el cielo ionizado y pienso en voz alta:
VARADO: Las llamadas de la edad temprana. Esa es mi empresa. Una aventura donde nada queda, apenas el recuerdo desfigurado ¡y navegar, navegar...!
120
Al final del recinto ferial, está la atracción de los poneys, que dan vueltas y vueltas a la espera de que algún niño quiera montar. Poca gente entra y sale de las carpas, luminosos de colores entre la bruma. La gente pasa de largo.
Un tenderete y un fogón. Una mujer de incierta edad que asa castañas...
­ ¿Es tiempo de castañas aún, señora?
­ Aquí hay castañas todo el año, hijo. ¡Cucha! ¿¡dónde andabas, lucero mío!?
­ Fui a dar una vuelta.
­ ¡Una vuelta de 30 años! ¡Ayyy los de tu generación... qué ruina chiquilla! la cena se te ha enfriao. Traes mala cara, hijo, tienes los ojillos tristes ­me acaricia la barba.
­ No tengo hambre, mamá ­me lavo las manos en un cubo de agua, que empieza a hervir­. Se incendió el coche, justo después de bajarme, en realidad, no sé si fue antes o después o cuando...
­ Pero hijo, ¿estas bien?
­ Me encuentro perdido. Ahora soy un fantasma.
­ Yo también, hijo mío.
­ ¿Ibas conmigo en el coche?
­ Creo que sí ­contesta ella mientras dobla conos de papel cartón­, pero no te sulfures que no es lo peor que podía pasarnos. Hay que aceptar lo que viene con gracia y buen humor.
­ Sí, pero...
­ Ni peros, ni peras ¡que se vayan los malos humores! ­tira el agua donde me he lavado­ Siéntate ahí bonico, que voy a limpiarte los ojos ­me enjuaga la cara con una toalla húmeda­, a vé échate un poco pa tras, ábreme bien esos ojillos de legañas que traes.
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Coge un trapito limpio, blanco como las paredes de nuestra casa, y lo enrolla sobre su dedo: una uña de hilo tejido sobrevuela mis ojos alucinados de recién nacido. Dejo caer mi cuello y poso la nuca sobre la palma de su mano... Soy un bebé... veo mis manecillas intentando sujetarse a sus rizos negros, me siento como un polluelo al borde del nido, balanceándose en el primer equilibrio. Olor a manzanilla y canto de nana, es la dulce voz de mamá.
Nana niño nana
de la mariposa
no toques las alas
que quiere volar,
que a volar vuela...
Coge una estrella
y vuelve a mi tela.
Nana niño nana
luna de lana.
Abro los ojos, mi madre está despachando cucuruchos de castañas. Ella tiene el pelo cano, es pequeña y redonda de tanto amor irradiado. Destaca su solidez al pisar la tierra, sus fuertes tobillos, 122
sus alpargatas viejas. No se corta al expresar su sentir.
­ Quiero darte una cosa mamá, me la ofrecieron en lo más profundo de la vega, es una Flor de Venus ­se la entrego.
­ ¡Es dura como la piedra! ­ríe la Carmen.
­ A la luz de la mañana es líquida como el agua.
­ Uuuy qué bien huele, que paz te inunda...
­ Ponla entre el jazmín y las azucenas.
­ Las azucenas este año se van a retrasá con tanto llover, si es que florecen.
Atiende otro cliente. Fumamos un cigarro. Observamos la aurora boreal, crepúsculo repentino, comentamos las pequeñas variaciones cromáticas que se suceden a un costado del resplandor, los eones, o fijamos nuestra atención en la forma integral de la aurora, se asemeja a un crustáceo.
­ Ahora soy un sujeto sospechoso, mamá, después de quemarnos ayudé a que el fuego se propagara y la policía me anda buscando, los anarquistas me reconocerán. ­ No debías de hacer las cosas solo.
­ No sé hacerlo de otra manera. Yo quería verte de pequeña. Pero el tiempo no deja de pasar.
­ ¿Para que?
­ No sé, no me acuerdo. Pero me vuelvo a la encrucijada.
­ ¿Adonde?
­ Al punto de partida. Necesito cambiar de camino. ­ ¿Otra vez? ¿y cuando vas a volver? No, si ya sé, esto no es cuando, sino cómo ­se quita el mantelillo y me coge de la mano­. Los de tu quinta andáis de un lado para otro sin saber cuando, ni cómo. Necesitáis estar juntos pa salir del laberinto de vuestro tiempo. No es fácil abrir nuevos caminos. Apago el cigarro y le beso la frente.
123
­ ¿Los de mi quinta? Naufragó nuestro barco. No sé que fue de ellos. Pero no te preocupes, he aprendido a andar solo.
­ ¿Y me lo dices a mí? tu vuelve de una pieza. Y come algo ­me da un cartucho de castañas, todas peladas­. Coge el Camino de Poniente, el que da al pasado, así sabrás cómo éramos antes. Construyeron encima de ese camino, ahora no tiene salida, pero si atraviesas por aquellos campos en barbecho de allí, llegarás a lo que queda de ese camino, que baja a una rambla donde las cañas esperan ser quemadas una primavera de estas. ¿Y cómo piensas salir de la ciudad?
­ Me la dieron los gitanos ­le enseño la llave.
­ ¿Quieres dineros, o vas a trabajar? ­ Yo lo que quiero es rescatar la memoria de mis antepasados, antes que las mareas se lo traguen todo, o el fuego la devore.
­ ¡Vamos que no vas a dar un palo al agua! ­ Toma, es auténtica ­saco de mi cuello la caracola­. Si te la pones en la oreja, se escucha la Mar, se oye el futuro.
­ ¡Cucha, y es verdad! ¡Pues ya no me acordaba lo que se oía! sssss niño no te olvides las castañas, que te vendrán bien pal camino.
Se le inundan los ojos de lágrimas, me espachurra la cara contra sus tetas y me despeina cariñosa. No se limpia las lágrimas, las deja caer con ternura sobre mi cabeza. Me siento bautizado.
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Arriba en el cielo, las manchas solares recrean el fulgor exuberante de una selva tropical. Abajo en el suelo, carreteras solitarias dividen los parajes vacíos que atravieso, cada descampado tiene su bandera, yermo de especulación donde se pierde la vista. El viento cornea las bolsas de plástico ardiendo. Alguien ronca en una caravana, el barrio está desierto: con mis recuerdos puedo poblar los edificios vacíos, llenarlos de gente conocida y extranjeros, escuchar sus voces por el ojo patio, encender la luz de las ventanas, tender su ropa, vender sus patatas... Podría darle algún sentido a este desierto pavimentado, aunque quizá sería mejor no dárselo. Nada de lo que recuerde podrá cambiar lo que veo.
Un coche policía apostado en la esquina de arriba, con las luces apagadas, espera... El viento hace hablar a los jardines intactos de las urbanizaciones deshabitadas, interroga a los rosales, sacude los toldos, golpea cierres y cancelas. De una plazoleta en penumbra sale el llanto de una guitarra desnuda, banderitas de feria arrancadas sobrevuelan mi cabeza. Suena la guitarra, rasgada con delicado desdén...
Nadie quiere verme
pa que tu recuerdo sea...
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sea más vivo que tú,
ni la luz quiere que vea.
Ese canto suena grave en lo celestial. En un rincón oscuro, un buscavidas del siglo XVII bebe de su cartón de vino. Tiene las pupilas de cristal.
­ Ssss, eh, eh tú, echame un reá anda, que ma quedao sin tabaco. ¿No tendrás maravedíes?
­ Toma uno de estos.
La voz cascada y una barba dispersa que le huye de la cara. Un pañuelo atado le cubre la cabeza bajo el sombrero de ala ancha.
­ ¡La grandeza de nuestro imperio se expande en el cruce y choque de la nuestra sangre! ¡Por eso hay que hacer una purga, limpieza de sangre! ¡Cómo se escuchan las olas y los oles!
­ Otro que se hace el ciego.
­ No mira, yo es que tengo un oído mu finos. ¡Desenvaina hijo de mala perra! ­se echa la mano a la faja, sus piernas postizas están tiradas por el suelo.
­ ¡Yo soy el cristiano más viejo de toa esta panda de quemaos!
­ Cuando cantabas, tu voz parecía un ángel.
­ Y ahora que hablo previene el borracho ¡que más vale ciento volando y no me mires más los dientes! ¡ala, ala, mucha grasia y con dios! Se desenrosca el antebrazo derecho: otra prótesis. La guarda bajo el sombrero.
­ ¡A vé si el próximo pica! ­le escupe al plato de la limosna­. ¡Yo soy el eterno español! ¡Y hay que mantener la honra! ­reclama rodeado de ortopedias: hombreras, uñas postizas y demás agregados.
Al virar la esquina, enfilo otra calle desierta... 126
El canto del vagabundo llega en forma de letanía. Destila una granaína por las calles abandonadas que hace temblar a las farolas.
lanzando suspiros al viento
llegué a los pies de una muralla
y me dijo que al otro lao
nadie me escuchaba.
Cruzo otra avenida de edificios sin vender y más avenidas vacías que no llegaron a ser habitadas ni siquiera antes del apagón, debido a la crisis del ladrillo. Ahí están las farolas en desuso, parecen nuevas después de tanto tiempo, son un recuerdo hueco que espera ser encendido algún día... parpadean de pronto y se encienden a mi paso, las farolas que iluminan el jardinillo donde dos niñas juegan a las actrices con sus sombras. Escenario improvisado: una caja de frutas. Con las caras llenitas de churretes corren y esturrean las piezas de los bancos todavía desmontados, columpios aún sin estrenar levemente son mecidos por el viento.
­ ¡Cuando yo te diga empieza el recuerdo! 1, 2, 3, 4, 15 ¡ahora! ¡se levanta el telón!
La otra niña, subida a la caja de las frutas, le pregunta a su sombra proyectada bajo la farola:
­ ¿Porque estás tan triste, sombrita mía?
­ Tú eres libre de ser quien quieras, yo no, yo tengo que ser un reflejo y seguirte a todas 127
partes ­le contesta la otra niña a través de un tubo de plástico, produciendo una voz grave.
­ Pero puedes tener alas, o ser un cíclope, incluso ir descalza por la nieve. ­ No ­vuelve a contestar la que pone voz a la sombra­. Solo puedo andar por un suelo que aumenta a plazos de gigante. Las niñas se ríen y se van, sus sombras le siguen por las esquinas dando saltos de alegría.
El coche policía me busca, silencioso por las afueras, banderolas de inmobiliarias atestiguan el desamparo. Pitas y chumberas ocupan todavía el lugar destinado a semáforos y aceras. Por una de esas antiguas veredas, precarios caminos, se acerca un hombrecillo, lleva una niña sobre los hombros y canta bien alto para que le escuchen:
Traigo a la niña
pa que no me apresen
cuando salga la luna.
Aceituna verdial eres
que siendo madura
verde te mantienes.
­ ¡Niño pero canta! ­me grita en voz baja al pasar por mi lado­ Está por aquí la benemérita, canta que no se vayan a creer que andas conspirando. ¡Canta como un enamorao!
128
­ No deberías ir con la niña.
­ Es que tengo la novia tres cerros más allá y me da miedo ir solo, con ella no me disparan.
Se va andando deprisa y masticando esparto, la niña se gira para verme, a hombros del hombrecillo que se va por verdiales...
Pa que no hable la gente
me traigo a la niña,
que no vengo a verte,
que vengo a por la harina.
A los pies del Cerro el Toro, un arroyo cruza bajo un puente de piedra enmohecida, a la rivera lucen lavaderos encalados con mujeres trabajando.
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Más arriba hay unos cuantos almendros que florecen todo el año. Cuando las mujeres lavan las ropas ensangrentadas de los antepasados, los niños tienen la obligación de varear las ramas de estos almendros para ofrendar con flores la sangre derramada de sus mayores. Chorros de agua roja salen de los lavaderos riachuelo abajo.
Tres lavanderas, cascando, estrujan con fuerza, sacando a relucir la blancura de las prendas.
Me oculto tras los peñascos, junto al río que desciende de las colinas cercanas. Me escondo para escuchar sin ser visto. Para no ser juez, ni víctima, ni verdugo.
LAVANDERA AZAROSA: Pantalones, chaqueta, calcetines... ¡ay el señorico! ¡pero miran cómo lo han dejao!
LAVANDERA AMAZÓNICA: ¿Tu señorico? Mira mi Manuel como está ­le muestra una camisa ensangrentada, antes de sumergirla en el agua­ Me lo han deunciao por rojo, ya denunciaron al abuelo del abuelo de su abuelo por morisco, o judío ¿quién se acuerda ya? Qué mala sombra tenemos ­dirigiéndose a la otra, que moja, enjabona y moja, restriega y vuelve a mojar.
LAVANDERA CONFORME: Y al hijo del hijo de su hijo lo denuncian ahora por facha, demócrata, o por beberse una coca cola. ¡No te digo yo que cada vez estamos peor!
Pasan por el puente las ánimas benditas en procesión indolente, dejando olor a incienso en el silencio sepulcral.
LAVANDERA AZAROSA: Se me ponen los pelos como escarpias... ­susurra.
LAVANDERA CONFORME: Calla niña, que te llevan con ellas ­le devuelve el susurro santiguándose.
LAVANDERA AZAROSA: Yo no me voy por los montes esos arriba ni loca.
LAVANDERA AMAZÓNICA: Ya está, ya han pasao. ¡Ay la Ramona, angelica ella! ¡que mala sombra ha tenío! ­se pone dramática­ ¡cómo! ¿pero no te has enterao? Pues mira, que se le fue 130
el novio a la capitá por algo de la herencia y allí se lo mataron, na má empezá la guerra. ¿Que los vistes paseando ayer? eso es imposible, habrá sío una aparición ¡pues claro! si fue ayer cuando... y no solo mataron a un hombre, que mataron un matrimonio y los hijos que no tuvieron ¿qué me dices de ellos? ¡acabaron con toa una familia de un balazo!
LAVANDERA CONFORME: En el momento en que un niñaco de ahora echa mano del bolsillo y te da una propina que te soluciona la vía. ¡Veinte euros me quería dar ayer uno pa que le lavara la camisa!
LAVANDERA AZAROSA: ¡Ojalá fuera sío a mí!
LAVANDERA AMAZÓNICA: Le dirías que no.
LAVANDERA CONFORME: ¡Claro, si lo que quería era verme lavar, si traía una caja de esas negras pa hacerme afotos! ¡el pervertío!
LAVANDERA AMAZÓNICA: ¡Siiiiii! si estos niñicos de hoy en día se crían como señoritos ¡y no saben de onde vienen!
LAVANDERA CONFORME: Si, pues mi antoñito me vino los otros días pidiéndome un euro pa una pulsera ¿¡es que nosotras tenemos euros!? ¿No te has dao cuenta que nuestros hijos se parecen cá vé má a ellos?
LAVANDERA AZAROSA: Sí, pues yo eso lo veo mu bien, que las mujeres de ahora estan más respetás, vamó que ya no tienen que andar metro y medio por detrás del hombre, tapás hasta las rodillas, a mí también me gustaría sentarme en la terraza de un bar, a tomarme un chinchón con quien me dé la gana.
LAVANDERA CONFORME: ¡Pues yo prefiero dejarme crecer el culo, vivo más relajá!
LAVANDERA AMAZÓNICA: ¡Pero si es que nos han olvidao niñas! Nos ven en blanco y negro y no hace tanto tiempo de aquello. LAVANDERA CONFORME: Si es que nosotras hemos crecío con una piedra atá al cuello, 131
tenemos muchos traumas como pa que nos escuchen, estamos mejor en los asilos, retirás, nuestras ancianas palabras son migas de pan. ¿No es una pena?
LAVANDERA AMAZÓNICA: Yo tampoco me reconozco aquí, con esta gente de ahora ¡que han olvidao de onde vienen!
LAVANDERA CONFORME: Guerra y hambre de posguerra.
LAVANDERA AMAZÓNICA: ¡Claro! Pero nosotras estamos allí cerrando las puertas, que las desgracias no vienen solas. Nos tocó vivir ese tiempo y yo con doce criaturas a cuestas tiro pa lante y no quiero monumentos, ni que me recuerden como una víctima ¡lo que quiero es que nos dejen vivir en paz! ¡¡que estamos vivos!!
LAVANDERA AZAROSA: ¡Y tan vivas! ¡amonó a bailá! a mi que me conquiste un apuesto galán de esos de ahora, que huelen a perfumes marinos, que sea un futbolista rico, aunque me conformo con un médico octogenario de gran prestigio. ¡Quiero quitarme estos trapos joé!
LAVANDERA AMAZÓNICA: ¡Y tú bonica! ¿¡sabes tú de donde vienes!?
LAVANDERA AZAROSA: Yo soy árabe ¡márfil de siria! Tengo un pañuelo de seda perfumado con jazmín y el lunar de mi mejilla da gracia a la mirada.
LAVANDERA AMAZÓNICA: ¡Tú eres mora de Berbería, que te huelo desde aquí!
LAVANDERA CONFORME: Pues yo soy la jodía ¡quiero decir judía!
Las tres, con lengua bípeda, dividen sus voces creando la confusión sensacionalista...
­ Pues yo la cristiana.
­ No, que eres bereber. ­ ¡Y cómo explicas el brillo de mi piel, más blanca que las prendas de toa tu gente!
­ ¡Verdulera!
­ ¡Posmoderna!
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­ ¡Judía, a pesar de tu casta!
­ Bueno, pues entonces tú eres la judía hereje y yo ahora soy la cristianica y a ésta, que le huele de tanto pensar en azahar y se cree hija de los sultanes del Bagdad, pues mora e la morería.
­ ¡Eso! que si no te quitamo el burka, puede que sea un terrorista o algo peor, ¡arriba la democracia! ¡por los derechos de la mujer!
­ ¡Arriba el burka! ­gritan todas.
LAVANDERA AZAROSA: ¡Virgen, ya no lavo más! ¡se acabó! ­revolea la ropa de su canasto­ ¡venga ahí, vamo a levantarnos, nosotras somos las prendas! ¡La revolución de las prendas!
LAVANDERA AMAZÓNICA: ¡Pues yo tampoco trabajo, el frotar se va acabar! ­ella también libera los trapos del canasto­ ¡Niños, dejá de vareá esos almendros, que ya está bien de tantos siglos de represión! ¡iros a jugar por ahí!
LAVANDERA AZAROSA: ¡La revolución de las prendas!
LAVANDERA CONFORME: ¡La revolución de las prendas! ¿Y qué hacemos, nos echamos a putas, o nos encerramos en un convento? ­imita a las otras y lanza las prendas al aire, al río, a las piedras...
LAVANDERA AMAZÓNICA: Lo que hay que hacer es dejar de criar por un tiempo, a vé cómo se las arreglan. Nosotras tenemos la llave de la vida y podemos pararla si queremos.
LAVANDERA AZAROSA: No podemos.
LAVANDERA AMZÓNICA: ¡Si podemos!
Aparece una gitana, entrailla en carnes, con una mata de romero recoge su pelo negro. Viene dando voces, recortada por los resplandores boreales.
­ ¡Darme esas manos niñas! ¡que yo os supero en bellesa y virtú y sé cual es mi casta! 133
Darme las manos que allí onde saco los ojos clavo el futuro. Os vi a desí lo que podéis hasé y en qué habréis de convertiros.
Las lavanderas forman un corro en torno a la gitana, mientras la santa picardía dicta sus leyes y línea tras línea se reinventa a sí misma, manipula las manos como si fueran puñados de arena del desierto, haciendo malabares con tres espejismos.
Las lavanderas acaban cantando sus amores y lamentándose y olvidándose de sí mismas...
LAVANDERA AMAZÓNICA
El hombre cuando te gana,
pierde el vuelo y no ama,
se escapa discreto
y como perro viejo vaga.
LAVANDERA AZAROSA
Asomada a mi ventana
tiembla la flor de mi mano
al oír su llamada,
el agua de sus labios...
LAVANDERA CONFORME
Yo bebo del respeto
que me inspira su queré
y si no lo tengo, no tengo sed.
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LAVANDERA AMAZÓNICA
Pues yo guardo algo en el pañuelo,
y cojo la verea enmedio...
y cuando miro a la luna
sé quien soy, y no hay remedio.
LAVANDERA CONFORME
Furtiva ella en la luna
el hombre cambia,
cambia su postura.
LAVANDERA AZAROSA
Y me encuentra a mí desnuda
peinándome ante el espejo,
con mi carita de luna
todos se quean perplejos.
LAVANDERA AMAZÓNICA
Yo quería un amor claro
como la fuente de mi patio...
LAVANDERA AZAROSA
Y se vino a mi vera,
135
que pa eso estoy soltera.
LAVANDERA CONFORME
¡Bailaos el agua hermanas
y que canten las ranas!
La gitana me descubre detrás de las rocas escuchando y se me acerca...
­ Sin chiró e pirar... ­parece leer en mis ojos­ ¡Corre con los niños! ¡lachó dron!
Gritan las lavanderas a sus hijos...
­ ¡Niños, no os alejéis mucho!
­ ¡Donde os veamos!
­ ¡No toquéis las jeringuillas!
Corro detrás de los niños que siguen el riachuelo, a través del empedrado que atraviesa una sucesión de bocacalles en penumbra. Corren detrás de los barquitos de papel, hacia el futuro, saben que no pueden salir de la ciudad, pero... ­ ¡Quién llegue al mar gana!
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Entro en una de estas bocacalles, iluminadas por candiles, la Calle Chispas, donde cuatro chavales se reúnen a fumar canutos bajo la escultura del cristo crucificado. Otro, disfrazado de perro pachón, se encarama a los hombros de la imagen. Comentan la escena del solar de enfrente, atravesado con banderillas de inmobiliarias:
Cuatro guerrilleros, con uniforme miliciano, arrodillados, de espaldas a un paredón de cal húmeda, con los brazos abiertos desafían los cañones.
El pelotón de fusilamiento son hombres trajeados de negro, una neblina que avanza los envuelve. Deben ser las fuerzas especiales, sobresalen los fusiles entre la bruma.
Gritan los guerrilleros:
­ ¡A qué esperáis, cabrones, dispará de una vé!
­ ¡Venga, lánzame la plomá, que yo te la convierto en medalla!
­ En esta guerra ha intervenido un solo dios y está de nuestra parte ­susurra una voz desde el pelotón. La oigo blandirse en mi oreja, a pesar de la distancia y de la bruma oscura que oculta a los verdugos. Reconozco esa voz... 137
Recuerdo lo que dijo Coto “las motivaciones de unos a veces son los espejismos de otros”
­ ¡Tú, el que ha sentenciado, que dé la cara! ­le grito
­ ¡Apunten!
Me interpongo. Retrocede la niebla carbonizada. Entre las sombras se desvela la piel marmórea del Centauro, la luz macilenta de un candil, brilla sobre su cabeza calva.
­ ¿Quién eres tú? ¡largo de aquí!
La voz me llega con retardo, los sonidos se vuelven opacos, los oídos me pitan.
­ Déjalos ir en paz.
­ ¿En paz? Ellos no conocen eso, nosotros tampoco.
­ Ya pagaron una vez.
­ Eligieron un camino y no sacrificaron el resto, dejando las puertas abiertas a la rebelión y al caos. Ahora tienen que pagar. Tú también tendrás que pagar ­susurra desencajando la mandíbula.
Al oírlo se producen desconexiones en mi interior que no alcanzo a precisar, como si llevara diez horas delante del televisor. Noto como mi cuerpo se desprende en moléculas hacia él. Me veo incompleto. Su sola presencia me incapacita. Antiguos traumas suben de la boca del estómago a la cabeza y lucho, lucho por mantenerme en la claridad de mi mente.
­ En aquel entonces no había más camino que el que te dejaban ­le recuerdo­. Los tiempos cambiaron y ahora pueden decidir sin buscar el beneplácito de ningún dios, ni autoridad ¡sin sacrificar nada a nadie!
Calculo la distancia, busco un golpe, busco la mandíbula. Pero mis movimientos son demasiado lentos y pesados.
­ Tú no puedes dañarme. Dime lo que en el fondo más te ha dolido. Háblame de tus pérdidas, emigrante.
Siento un cambio de presión de varios miles de kilómetros en pocos segundos. Vocaliza exagerada 138
su boca muda. Su voz viene desde muy lejos, me estallan los oídos.
­ ¿La inocencia? ­pregunta.
Las radiaciones boreales cambian al rojo intenso. Mi cuerpo pesa demasiado, caigo al suelo. ­ ¡Qué sabrás tú de eso. Lárgate de aquí, mala bestia! ­le escupo arrastrándome como un caimán desmochado­. ¡Vuelve al agujero del que jamás tenías que salir!
­ Está tierra es más mía que tuya y la defiendo de los irresponsables. Han vuelto y tienen que volver a pagar. Todo el mundo lo sabe. Abrieron las pozas más profundas, donde se guarda el furor de la sangre perdida. Reconstruyeron los antiguos puentes que los unían con sus descendientes. Rehabilitaron conductos con las ruinas de los recuerdos que flotan en estas sierras.
­ ¡Es el pueblo! ­grito de dolor.
­ No podemos permitirlo. Va contra el plan de desarrollo ideado por las corporaciones. El pueblo, como tú lo llamas, ralentiza, entorpece el nuevo orden mundial, el proyecto de nuestra civilización: no habrá variedad en el gusto.
­ ¿¡Nuestra civilización!? la opinión pública se os echará encima.
­ Nosotros somos la opinión pública.
“Las motivaciones de unos a veces son los espejismos de otros”, sin pensarlo dos veces me lanzo contra él. Le sujeto por el cuello, más grueso que mi cabeza, intento hundirle los puños en sus pálidos ojos. Me lanza una dentellada al hombro, pedazos de mi carne cuelgan de sus puntiagudos caninos, juntos y agudos, como agujas de cáctus en mandíbula desencajada.
­ Tú no puedes matarme. ¡Fuera de mi vista! ¡ésta no es tu guerra!
­ ¡Vamos toro, ven a por mí!
­ No lo haré yo esta vez, lo hará el cuerpo de seguridad del estado. Te convertirán en algo peor, serás un reinsertado, lleno de heridas sin cicatrizar te soltarán en un mundo extraño al sufrimiento. Je je je...
139
Entre la niebla oscura y macilenta resplandecen intermitentes sirenas azules. Dos coches de policía. Un chorro de avispas salen de la estatua del cristo crucificado, los chavales se esconden en el humo y miran a hurtadillas.
­ ¡Agentes de seguridad! ¿qué sucede aquí?
­ Somos del ejército de ayuda humanitaria. Traemos una orden firmada por los organismos internacionales.
Uno de los hombres de negro, suelta el fusil y entrega el papel al teniente de policía.
­ Estamos aquí para subsanar este... ujúm ­se aclara la garganta­ desgraciado incidente que acosa a la ciudad y a sus conciudadanos. ­ Venimos a aplicar la normativa de restauración que ha entrado en vigor esta noche ­dice otro.
­ Está bien. ¿Hay que fusilar a esos?
­ Hay que eliminar el virus, si se resiste habrá que fragmentar la memoria colectiva en corpúsculos y programar de nuevo. Aunque si el virus es muy potente, corremos el riesgo de perder información.
­ Ese no es problema ­interviene el Centauro.
­ Bueno, pues todo arreglado. Se remanga los pantalones el teniente: bajito, gordo y peludo y llama a uno de los jóvenes en prácticas con el chasquido de sus dedos.
­ ¡A ver, cabo Gutierrez, perfile al sospechoso!
­ Eran rebeldes, o makis, bajan del monte disparando a todos los agentes uniformados, creen que somos fascistas, señor ­saludo y firme.
­ ¡Nos quieren hacer ver que estamos en los años veinte! ¡Ellos son los fascistas! ­le espeta­ 140
Muy bien cabo Gutierrez, vuelva con los demás.
­ Para la ejecución les vestimos de milicianos, je je, que no haya confusión... y cargamos armas. No hagamos esperar más al fotógrafo, teniente ­le apremia el Centauro.
­ Muy bien, ahora apártense, no vayan a mancharse los trajes, ya hacemos el trabajo nosotros. El fotógrafo puede quedarse donde está. Venga, muchachos alinearos aquí, detrás mía ­ordena a los muchachos en prácticas.
­ ¡Pero qué está haciendo! ­vuelvo a interponerme.
­ ¿Y tú? ¿de dónde sales tú? ¡A ver, documentación!
Gritan los guerrilleros...
­ ¡Son tropas de ocupación!
­ ¡Pagadas por los contribuyentes!
­ ¡Dejaos de protocolos! ¡mercenarios todos! ¿a sueldo de quién? ¡un solo trago la muerte! ¡venga ya, lanzá esas puñalás!
­ ¡Ayuda humanitaria señores y a callar! ­contesta uno de los trajes de negro. Sólo un guerrillero calla. Mira la sangre que brota a borbotones de mi hombro, me mira a los ojos, reconozco al Anarkista, ya no tiene el piercing en el entrecejo, ni los pantalones elásticos...
­ ¿Fuiste quemado esta noche? ­le pregunto.
La sorpresa que se dibuja en su rostro me responde, brilla una íntima alegría al ver que alguien, un desconocido, lo ha reconocido. Dice con voz pausada:
­ Ahora mi fuerza se ha reconducido y, aunque no recuerdo muy bien quien era antes, estoy preparado para la muerte, no sin provocarla una vez más... Si juntamos toda nuestra atención, podemos hacer que entren... Escuchemos las llamas que suben de nuestros pies, del fondo de nuestro ser, las llamadas de lejanos encuentros más allá de las estrellas, escuchemos...
Me miran los cuatro guerrilleros, uno por uno... voluntad concentrada... las llamas de los malayos 141
están ahí fuera... son lenguas de fuego gritando... las oigo, oigo sus voces, lejanas, frecuentes, quieren decir algo...
­ ¡Apártese a un lado, sino le pego un tiro! ­me advierte el teniente.
Siento a los cuatro guerrilleros calmados, mirando al cielo, se despeja la bruma. Se oye cada vez más cerca un galopar...
­ ¡Apunten!
Un caballo en llamas galopa por la calle desierta... El cielo sufre alteraciones súbitas de color sobre nuestras cabezas, que parecen pedazos de carbón en el fondo de una hoguera. Vemos en el cielo cabellos de fuego que ascienden por toda la gama del espectro de luz.
El teniente saca una foto de su bolsillo, me mira, vuelve a mirarla...
­ ¡Este es un infiltrao! ¡coged a ese!
Un caballo de fuego galopa hacia ellos. Las excavadoras empiezan a arder con los palés en lo alto, como si todo el personal se hubiera ido en estampida, en mitad de una crisis. Todo a su paso es fuego. El caballo atraviesa en llamarada, dispersa el pelotón, los hombres de negro corren como malayos, los policías corren como malayos, el Centauro se arrastra por el suelo, intentando apagar las llamas que le suben por el lomo, se revuelve dando coces a diestro y siniestro, un enjambre de miedos vocifera tras él. El chaval disfrazado de perro se ha dormido sobre los hombros de la estatua del cristo crucificado.
El fotógrafo contempla ausente la situación, recoge el trípode y se va.
Los cuatro guerrilleros, levantándose, observan como el incendio se propaga a un centro comercial.
las banderolas de inmobiliarias, roídas, se erigen como estandartes en esta escena.
142
Convaleciente de la herida prosigo mi deambular por las afueras, buscando una salida hacia los campos abandonados de la lustrosa vega. Aullidos del exterior. Los yerús me están esperando, ahora no van a guiarme.
Una vieja, asomada a una ventana, habla con un policía, detrás se abre un cierre negro, sale el empleado de la funeraria.
­ ¡Aquí solo hay ataúdes, señora!
­ ¡Pues yo he visto como se metía un hombre! ¡vamó, como me llamo Ramona!
En el momento en que los policías buscan dentro de la funeraria, cruzo la calle y salgo del barrio a una avenida sin coches y urbanizaciones deshabitadas. De la herida de mi hombro brota generoso un reguero de sangre. Observo los cirios de las ánimas benditas que suben al Cerro el Toro.
­ ¡Pero señora! ¿está usté segura?
­ ¡¡He visto su sombra!!
143
ACTO VI
Con la mente en blanco salgo por una puerta de rejas oxidadas, oculta entre las chumberas. Se oye el estruendo del mar, el aire es salado. La herida en mi hombro sigue brotando, he perdido mucha sangre. A mis espaldas quedan las murallas de la ciudad. Las olas rompen enfurecidas contra las empalizadas de amianto, el agua llega hasta el paseo marítimo que tengo delante, focos de estadio iluminan esta playa de cemento y basura recién facturada: La Mar busca la asimetría y desproporciona los objetos que reproduce: espejos afilados, hélices gigantes, lavadoras centrifugando, corchos que flotan, cajas embaladas, ovillos de lana, algodones con restos de maquillaje, alfombras, esponjas del tamaño de un peñón, los bloques de cemento se amontonan contra las murallas de la ciudad, algunas criaturas amorfas se estremecen, clavadas en las empalizadas...
El paseo se inunda de bolas de navidad producidas en serie, voy esquivando mis reflejos convexos. Brama un rebaño de borregos empalados.
144
Veo la silueta de un hombre, subida a una columna de metal que no sujeta nada.
Me hallo en la finisterra de un futuro indefinible, no sé cuán lejano es. La Mar quiere tragarse la ciudad. En el horizonte moteado de polvo estelar, solo se distingue el faro de cuarzo y la Isla de Lava Fría, por cuyas gargantas tropicales lentamente desciende una sinuosa niebla, se comienza a calmar el aire y el mar.
Una calma inquietante...
Los aullidos de los yerús ahora se oyen con más claridad. Corro hacia la silueta que espera en lo alto de la columna, donde se amarra una barca ovalada. Salta el barquero:
­ ¿¡Tus perritos también suben!?
­ ¿¡Puedo!?
­ ¡Venga, vamos! ­golpea a un yerú con el remo.
La barca ovalada avanza lenta, remonta las olas sin ser volcada, a veces retrocedemos hacia la orilla. Las mareas vuelven a cobrar fuerza, me acurruco en el interior, espero el crujido de las maderas, pero éste no llega. El choque de las aguas en el casco es sordo, a veces armónico. Otra ola nos arrastra hacia atrás, me agarro a un costado, escucho el susurro: “no quiero que mueras...”
­ La barca no se va a romper ­advierte el barquero entre el oleaje, sin alzar la voz. Me vienen a la memoria destellos de mi llegada, de la patera en que naufragué. Mis dedos aprietan el costado de la barca, no es de madera, ¡es un caparazón! La barca es el caparazón de una tortuga, eso me tranquilizaría sino fuera por el dolor en el hombro...
­ Me estoy desangrando.
El barquero sigue remando a un ritmo lento y seguro, no parece cansarse. Ignora mis palabras y rema, solo veo sus espaldas: chubasquero negro y capucha.
Me ciega un haz de luz. El faro está lejos aún. El ancho mar se extiende en lo que antes había sido 145
vega. La Isla se impone detrás, con el dragón de niebla que baja por su ladera. De repente la Mar es un espejo, el clamor de las aguas se apaga, se taponan los oídos, solo se filtran los agudos del canto siseante de las sirenas. Las aguas se aplanan y tensan, reuniendo a la luna en un punto, un solo reflejo que tiembla en las aguas quietas, donde se proyectan una serie de imágenes en 3D:
Una estrella que cae... ­Glaciares desmoronándose... ­La ciudad sumergida... ­Fosas de cadáveres... ­Mulos tiran del carro... ­Una vega de cañas peinada por el viento... ­Una ciudad en construcción... ­Caballo cruzando el desierto...
Un corro de velitas flota sobre las imágenes, después pasan coronas de flores... Haz de luz
Dentro del caparazón mi sangre se mezcla con el agua que entra. Acunados por el dulce canto de las sirenas nos acercamos al ecuador de nuestro trayecto, entre la ciudad y la Isla, donde chocan las corrientes y salpican las voces del mar. La espuma de las olas es rojiza y una multitud de cuerpos nadan en todas direcciones.
Gritos desgarradores...
­ ¡Llévate mi piel!
­ ¡Agárrame del pelo!
­ ¿¡Qué sucedió después!?
­ La sensación es muy real!
­ ¡Los horizontes son espejismos!
El barquero imprime más intensidad a sus brazadas y los aparta como si nada, golpeando a los que intentan subirse a bordo.
­ ¡Nacimos para volar!
Grita uno que se asoma por el costado del caparazón, antes de ser sacudido por el remo.
146
Los cuerpos forman una espiral alrededor de uno y nadan hacia él, creando un remolino que lo succiona.
Poco a poco vamos saliendo de las turbulencias al ritmo de la respiración grave y monótona del barquero. Caigo en un sopor de fiebre y temblores. El torniquete que me hizo el Anarkista resbala de mi hombro mojado.
Relámpagos en el tiempo incoloro consiguen traslucir los vastos horizontes de nebulosas que nos rodean.
La Isla está cada vez más cerca, las columnas de agua expulsadas por las ballenas nos saludan. Del mismo modo que la Isla expulsa aromas que vuelan en la brisa como velos de colores. Siempre que la miro y detengo mi atención en aquella falda volcánica, por donde un dragón de niebla desciende buscando la Mar, siempre sucede que se tranquilizan las aguas... Páginas en blanco flotan a nuestro paso.
Estamos llegando al faro de cuarzo, cuyos haces son cada vez más bajos. Por aquí debería estar la orilla en el tiempo de mi llegada a tierra firme.
Miro hacia atrás, a estas alturas las mareas habrán desdibujado los siete mil caminos de la sumergida vega. A estás alturas todos somos sedimentos.
Noto cómo se acerca la ciudad desde que hemos salido de la zona turbulenta de cuerpos vociferantes. La ciudad avanza conforme avanzamos, el doble de rápido que nosotros.
Haz de luz
Pasamos cerca del faro, ya solo asoma su cabeza. La marea sube, la ciudad avanza y es veloz. ¿En qué tiempo estamos? ¿qué puerta he abierto? Un estruendo ensordecedor de viento y mar nos comprime, aunque visualmente el Viento y la Mar estén calmados.
147
­ ¡Los gitanos te dicen como meterte y luego búscate la vida! ­arrojo la llave forjada al mar.
La ciudad se traga la Mar y llegan ecos... ecos del aullido, ecos del yerú.
En este tiempo inhóspito en el que nos hallamos, la sintonía es el estruendo acelerado.
El barquero rema del mismo modo que al principio, lento y sin inmutarse. No parece afectarle lo que nos viene detrás.
­ ¿Eres barquero de profesión?
­ Desde muy temprano, en la era de los titanes.
Tengo que gritar para que me escuche y aunque su voz sea suave, suena con mayor claridad que la mía.
­ ¿Y cómo son tus clientes?
­ Hay de todo.
­ No tengo con qué pagarte.
Sin dejar de remar, se gira, veo seriedad en sus ojos, es lo único que veo: sus ojos de lobo.
­ Otra vez será ­concluye.
­ Bueno, tengo tabaco, si quieres...
­ No fumo.
­ Eres hombre de pocas palabras.
­ Deja de gritar.
No me había percatado que alzaba mi voz intentando superar el estruendo acelerado de partículas que nos envuelve. Paramos tras un risco. Otra patera está desembarcando en la cala, cuento hasta cuarenta siluetas de personas que corren por la orilla y son atrapados. Los yerús los estaban esperando y se los llevan por el cuello, desaparecen entre los peñascos.
El barquero observa impasible la escena, apenas se le distinguen los rasgos tras la capucha, y con el remo clavado en el peñón aguanta la barca para no delatarnos.
148
La ciudad está pisándonos los talones, una franja de mar nos separa, ya se escucha el rumor de televisores y bocinas.
­ Hay que esperar nuestro momento, coger la ola para llegar antes que los perros.
Llevados suavemente por una ola hacia la orilla...
Nos acoge una playa desierta, de riscos volcánicos. A la derecha sube un camino que serpentea, por donde baja la niebla...
De nuevo esos malditos aullidos quiebran la noche.
­ ¡Ya están aquí! ­me advierte el barquero­. Tienes poco tiempo.
Las sombras de los perros lobo bajan por la ladera empicada de riscos que hay a nuestra izquierda.
­ ¡Volvamos a la Mar!
­ No se puede. Ya no hay mar. El tiempo avanza muy deprisa.
Sometidos al estruendo sonoro del tiempo fugaz. La ciudad se ha tragado las aguas y ante nosotros deja otra playa de cemento, por donde ya vienen los yerús.
­ Solo has ganado un poco de tiempo. No puedo hacer más por ti. Tienes que ser más veloz. ¡Vuela!
Amarra la barca y se sube a una columna de metal resplandeciente, donde los yerús nunca lo alcanzarán.
Corro por el camino que sisea hacia la niebla.
La vegetación escasea conforme corro por esta senda, se dispersa en puntuales matojos entre las grandes dunas de lava petrificada. La brisa difumina el horizonte con arena fina de desierto, borrando mis huellas. Ya no se ve el camino, lo marca el reguero de sangre que me cae del hombro 149
y que riega los cáctus, mi única orientación en esta isla desierto. Los gruñidos de los perros salvajes devoran las distancias, la niebla resbala por las dunas, mientras los yerús mordisquean el aire y desgarran mis harapos.
La niebla está formando un capullo a mi alrededor, frío y sedoso como una telaraña me envuelve. La humedad aumenta la hemorragia. Capas de niebla espesa. Graznidos. De pronto un aleteo choca en mi hombro herido.
­ ¿Qué hace un hombre andando en el cielo? ­me pregunta asustada un ave, cuya forma no puedo definir.
­ ¿Y tú, porque estás volando por el suelo? ­le pregunto a su vez.
Vuela en espantada, batiendo la niebla. Un contacto cálido permanece a mi alrededor. Mis cinco sentidos confluyen y se confunden. Experimento una profundidad de perspectivas, mientras voy perdiendo gravedad, fundiéndome con la niebla, deshaciéndome en ella... Tropiezo con un cartel, suspendido en el aire: Camino las Garzas. Dirección Sur. LA NIEBLA: La garza ahora es tu forma.
Declara una voz sedosa entre las capas de niebla que avanza. Un eco sólido, a la vez que distendido. Su voz exterioriza el relieve sinuoso por el que ahora ando ligero y despreocupado.
LA NIEBLA: El mundo es un misterio...
EL FUGITIVO: ¿¡Quién habla!? ­me agito entre la espesura.
LA NIEBLA: ¿Eres tu mi dueño? ­su voz vuelve a sonar como un eco.
EL FUGITIVO: ¿Qué veo? ¡caballos blancos y alados! ¡mares de humo infinito! LA NIEBLA: No eres más que un náufrago atrapado en las marismas de la duda.
EL FUGITIVO: Te aparto con mis dedos y respondes. ¿Pero qué eres?
150
LA NIEBLA: Una aliada, la niebla.
EL FUGITIVO: Si pudiera estar aquí siempre... ¿Eres muy extensa, estaré mucho rato en tus brazos? LA NIEBLA: No hay tiempo.
EL FUGITIVO: Aquí me siento a salvo y aunque tu aliento es frío, los lobos ya no me siguen.
LA NIEBLA: Mi pecho es una radiografía, mi corona ilumina las profundas galerías y me perfumo con las sombras de todo lo que toco ­me roza el hombro­. Robo esencias, así que no te preocupes por los perros salvajes, no te pueden oler, ya no podrán arrebatarte lo que te queda de inocencia.
EL FUGITIVO: ¿En que tiempo estoy?
LA NIEBLA: En ninguno.
EL FUGITIVO: Busco el Camino de Poniente, mi madre dijo que estaría por allí.
LA NIEBLA: ¿Qué camino es ese?
EL FUGITIVO: Ella lo llama del recuerdo.
LA NIEBLA: Yo te llevaré a ese camino, pero antes debes reconocer tu nueva forma, reconocer tus actos.
EL FUGITIVO: Tu aliento es frío ­siento el enfriamiento, el sudor, la palidez... Desfalleciendo veo el reguero de sangre que voy dejando entre las dunas. Esa voz revierte en mi interior y dibuja lánguidamente las curvas del terreno... Tropiezo.
LA NIEBLA: El mundo es un misterio. Todos vienen a él desde fuera, todos son emigrantes. Busco a mi dueño, el que me hizo salir de mi sueño.
EL FUGITIVO: Me estoy desangrando, ya he perdido demasiada... 151
LA NIEBLA: La llave está en que el mundo no llegue a penetrarte del todo ­me interrumpe­. Danzar en equilibrio, como cuando cortejas a la hembra, más fuerte que tú.
La niebla despliega sus artes... Surgen siluetas de todas partes, cambiando de forma al instante. Es un teatrillo de sombras, una danza cambiante que roza la belleza y el patetismo a partes iguales. Luego pasan imágenes indescifrables, planos verticales que avanzan entre las capas de niebla, proyecciones de la vida en otros tiempos, se escuchan las voces de niños jugando...
LA NIEBLA: ¿Porqué derramas la sangre sagrada?
EL FUGITIVO: Vengo de luchar conmigo mismo. Me he enfrentado a mi opuesto.
LA NIEBLA: Ya veo las imágenes que manan de tu herida... Es tiempo de najarse... ¿Estás preparado para la transformación?
EL FUGITIVO: No tengo miedo a lo desconocido.
LA NIEBLA: ¿Quieres admitir todo lo que te rodea?
Asiento.
LA NIEBLA: La eternidad tiene dos piernas: una es el aquí, la otra es el ahora y siempre avanzan hacia ti. El único instante es eterno. Así que dime, náufrago, ¿qué papel quieres representar?
EL FUGITIVO: Quiero no tocar el suelo y volar, volar y posarme en el hombro de mamá.
LA NIEBLA: Entonces volarás hacia el pasado.
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
152
Tu armadura de escamas
al roce de mi cariño
se deshace en la arena donde juegan los niños.
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
Vuela que te pillo,
que el viento de madrugada
se llevó el nido
y plumas volaron al alba...
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
La voz ha cambiado a un timbre más dulce, la voz de mamá, la misma que me susurraba al oído “no quiero que mueras...”
Mis brazos se curvan en alas, limpiándome las lágrimas aleteo en el cielo y me elevo con el cuello erguido para equilibrarme en las corrientes. Mis dedos ya son plumas que atraviesan el aire frío de la noche...
Así emprendo el vuelo hacia el pasado...
Aunque todavía no puedo contar lo que allí vi. No lo recuerdo. Sin embargo, hay una intuición que me lleva más allá de los actos y de los sentidos, más allá del mundo comprensible. Llegará el 153
momento en el que tenga que recordarlo.
CAMINO DEL RECUERDO
154
ACTO VII
Me despierto en un charco, con los pelos llenos de lodo. Escucho un revuelo a mi alrededor, las aves se alborotan y alzan el vuelo mientras me levanto. ….............Oigo el mar de fondo y grillos de relieve............. Echo una mirada a mi alrededor, de reojo y sin enfocar demasiado. Estoy en la playa, cerca de la floresta, resguardado de la ventarea, entre dunas y matorrales. Estoy como al principio, pero consciente. El faro de cuarzo continúa girando... Ahora sé donde estoy, esto es mi imaginación: los surtidores de las ballenas rodean la Isla de Lava Fría, de fragancias diversas, está tan cerca que la puedo tocar... ahora se va a tiro de piedra... ya es una sombra en el horizonte... Siempre ha sido y 155
será un espejismo. Vivo en una interpretación del mundo, como todos nosotros. Esto es mi mente y no recuerdo cómo he llegado a parar aquí de nuevo. Me parece que muero en cada instante.
Presencio la llegada de las tortugas marinas a la tierra que abandonaron hace millones de años, salen arrastrando sus caparazones, en ellos se puede leer el viaje de su evolución a través de las líneas magnéticas que conducen sus migraciones. Las manchas de su escudo revelan la lenta transformación de su especie: cambiaron patas por aletas para viajar más lejos y endurecieron su piel a través de glaciaciones y diluvios. Eclosionan los huevos y las crías salen de la arena a la libertad de las aguas. Por la noche salvarán sus vidas.
Este espectáculo entierra en mi cabeza el origen y el destino de la humanidad, habla sobre nuestros límites y posibilidades.
Yo ya no soy el mismo, ahora también soy otro. A quién buscan en la ciudad no es a mí, sino a una parte de mí que no está localizada. Espero que no la encuentren. Quizá fue devorada por los yerús. No recuerdo con claridad que sucedió al salir de la ciudad, llegué a la Isla y tuve una charla cara a cara con la niebla ¿y después? Pude haber sido pasto de los perros guardianes, puede que lo que ahora quede de mí no sea más que una proyección en el espacio y tiempo. Un eco. Un reflejo. Quizá mi cuerpo haya sido masticado y cagado y ahora sea una mierda de perro abonando la tierra.
Me parece que muero en cada instante.
¿Pero cuanto tiempo ha pasado desde que abandoné la ciudad? Mis recuerdos más nítidos son fantasmas. Allí era un fantasma de mi mismo, desde allí no se veían las ballenas, ni los surtidores. Quizá sea el momento de volver a encontrar a algún viejo amigo con el que poder hablar de todo 156
esto.
­ ¡Mi tiempo siempre es nuevo, siempre es fresco!
Ese canto me suena tan familiar... ­ Gri, gri gri, gri
­ ¡Hombre Amigrillo! No sabes lo que me alegra escucharte de nuevo.
­ No te librarás de nosotros, pues somos la huella sonora de los astrosss.
­ Tan afinado eres que tus respuestas no se hacen esperar.
­ ¡Soy el príncipe de los gillosss!
Los grillos encienden sus antorchas de plata y tintinean como estrellitas entre la yerba.
­ Pase lo que pase siempre estaré de fondo.
­ Tú enuncias el presente, principillo.
­ Siempre gri gri siempre.
­ Aunque me temo que tú también eres producto de mi imaginación.
­ Tengo una antena puesta en essste mundo y otra por ahí gri gri gri gri lo mismo te pasa a ti.
­ Creo haber muerto. Soy un espíritu errante.
­ Andas en el filo de la noche gri gri lo misssmo me pasa a mi gri gri no conocemos el fin...
­ Ni tú el silencio.
­ De eso quería hablarrrte, precisamente.
De ese modo continuamos hablando durante un tiempo indeterminado.
Llega el eco de niños jugando y se va como un alboroto lejano. No son niños, es la inocencia de las ballenas que asoman y lanzan columnas de agua. La niebla envuelve la isla. Otra vez me desplazo en la sensación flotante de caminar bajo el agua. De vuelta a la acción presente, a la noche de mi naufragio. 157
La aparición en haz del faro me recuerda que la tierra tiembla. Me voy al suelo, cegado por la luz, giro sobre mí mismo, los árboles dan vueltas boca abajo...
Una luz pantanosa viene de lado... Se ve un barco volcado, a medio hundir en el fango y cubierto de algas, al abrigo de un gran aguacate. Es el retrato de mi naufragio, La Haza se llamaba mi barco. En el casco está el símbolo, lo reconozco. La vela hecha de retales de carne seca se hunde en el fango. El casco abierto por la quilla: una herida donde florecen racimos de cigalas, mejillones y navajas de mar. El mástil roto y la otra vela hecha jirones. Un pulpo se mueve camuflando el timón, ha cambiado de color.
Una tortuga de manchas rojas se desliza a mi lado, me engancho a su caparazón y alzamos el vuelo con la propulsión de sus fuertes aletas. Exploramos por las calles sumergidas, remontamos las vallas de una urbanización silenciosa, el parque de columpios a un lado, entramos por una ventana, revestida de coral, la sala de estar tiene aspecto grunge, jacintos de agua amarillos ondean en una fuente de cristal, peces de colores se arremolinan frente al televisor encendido, lo miran con ojos pasmados. La imaginación transforma la experiencia y la eleva al absurdo. Busco el ron por las taquillas, me pongo un trago... saboreo la eternidad de este momento... Me mira la tortuga de rabo corto, danza a mi alrededor, me subo a su caparazón y cierro los ojos... Apenas con un leve impulso nos desplazamos por vastas extensiones de arena y desiertos coralinos, su cuello elástico se alarga y se asoma a las cavernas. Millones de peces forman un anillo a nuestro alrededor y ascienden en círculos cada vez más 158
pequeños.
Un pez ángel, come burbujas y nos guía por una bahía de desove. Las estrellas de mar nos saludan tan tranquilas.
Topamos con un banco de arena repleto de tortugas que estiran el cuello, sobre sus cabezas pasa una procesión de rayas mantas, silenciosas vuelan. Mientras la luna, cazadora en las aguas frías, engulle a las curiosas medusas que se acercan demasiado.
Tres bolas de fuego surcan el cielo acuoso y caen en parábola al fondo de una garganta abismal, donde se iluminan tenues restos de una antigua ciudad sumergida. Nos deslizamos por sus espaciosas avenidas, coronadas por imponentes cúpulas de piedra coralina, las columnas son como estalactitas, no llegan al suelo. La gran tortuga desaparece por el entramado de arcos y bóvedas que se comunican entre sí. Me quedo en el patio, rodeado por los vestigios de una antigua civilización, flotando en las profundidades como un ermitaño sin casa, contemplando la gran ruina verde que se extiende por las hondonadas abisales hasta donde la vista se pierde...
De nuevo camino errante por la vega sumergida...
Se alarga mi sombra furtiva por los campos recién plantados, es extraño ver tantos huertos por aquí. Hay un muchacho que limpia los surcos de malas hierbas con la dedicación con la que una madre despulga a su hijo. Las lechugas están creciendo, me embriaga el rumor de las acequias... En la haza de al lado, un hombre guía una yunta de mulas, ara el peazo. Trabajan de noche. Una bocanada de aire fresco, siento una esplendorosa vitalidad y un hambre de vida que no había tenido antes, que contrasta con todo lo que traigo de la Babilonia.
159
Se oye el rumor de niños...
distingo la silueta de una mujer con un canasto. Se me acercan un niño y una niña.
­ ¿Vienen niños contigo? ­pregunta la niña, rubia y pecosa.
­ No, es raro veros por aquí.
­ En la ciudad no nos dejan jugar.
­ Eso cambiará.
­ Aquí tenemos más tiempo.
­ También tenemos algunos amigos ­habla el niño por primera vez­. Vivimos allí ­me señala la encrucijada.
­ Allá me dirijo de nuevo.
­ ¿Qué camino vas a coger? ­me pregunta el niño­ ¡Yo cuando sea mayor andaré por todos los caminos, como hace mi padre!
­ Ven con nosotros ­me lleva la niña de la mano.
Alcanzamos a la madre de las criaturas, de pelo corto y voz fuerte, caminamos tranquilamente por un sendero de antorchas que lleva al campamento­encrucijada.
­ ¿Acampáis en la encrucijada?
­ Como puedes ver... ­parca en palabras.
­ Sobrevivís fuera del sistema, labrando la tierra. Me deslumbra la idea, pero...
­ Tú ya tienes tu camino decidido ­me mira.
­ Mi camino da círculos cada vez más amplios.
­ Como una onda en el agua que se expande...
Llegamos al poblado: cabañas dispuestas en círculo, alrededor de un patio común.
Un chaval bien afeitado, en chandal blanco, nos sale al paso. Me da la mano y me advierte entre risas que ella es su mujer, que se despide y se va con los niños. La expresión de él es amable, su voz 160
también. Hablamos largo rato...
­ Seguimos vibrando en el trauma del cambio que se anunciaba y sigo buscándolo como loco, a destiempo continuamente, absurdo a más no poder.
­ Al menos aquí podemos estar juntos. Los Centauros no se acercan a condición de que no andemos por los caminos. Esto ya no es propiedad privada, entiendes, es propiedad nuestra ­se muestra tan convencido­. La realidad no visible nos pertenece, precisamente porque venimos de un cambio que no se produjo.
­ Pero si no andáis por los caminos...
­ ¿Como que no? ¡Todos los días!
­ ¿Así de fácil: pactar?
­ Okupas el espacio abandonado y luego pactas una retirada a muy largo plazo. Claro que si te cruzas con el Centauro por alguno de los caminos estás perdido. Aguantamos aquí para que se reconozca el derecho a caminar en todas direcciones, a crecer polifónicamente, a no tener miedo a equivocarse, el derecho a reconocer nuestros límites, no los impuestos. El derecho a cambiar de camino, de visión, de forma.
­ ¿Pactar...?
­ Estamos avanzando, el cambio se acerca.
­ Puede ser. Me crucé con el hombre toro, fuera de la encrucijada, en la ciudad.
­ Pues estás muerto.
­ Hombre, gracias.
­ ¿Adonde te diriges?
­ Estoy en busca de un viejo amigo.
­ Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. No envejecerás.
­ El síndrome de Peter Pan es un arma de doble filo.
161
­ También puedes okupar otra encrucijada y llegar a un acuerdo con el Centauro de turno. Si tomáramos todas las encrucijadas...
­ Si, la diplomacia abre puertas, pero no es mi estilo.
­ Para vivir en paz hay que pactar. Métetelo en la cabeza. Me gustaría charlar contigo toda la noche, hay tanto que tratar, pero tengo un campo de patatas que regar, el agua está llegando.
Después de un abrazo nos despedimos.
De nuevo me acerco a la encrucijada de Chirlos Mirlos, no sé si con el fin de desorientarme, o
Simplemente jugar, o puede que algo haya detrás de tanto espejismo, maldita sea.
Esta vez, cogeré el Camino de Poniente, donde Coto fue corneado por el Centauro.
Dirección Oeste. Dejo atrás el cartelito que indica el camino, tallado en almendro viejo. El tiempo reanuda su marcha, hacia atrás, ahora la luna se dirige al Este, ha cambiado su curso. Más adelante, se ve un fuego en mitad del puente turquesa, al abrigo de las raíces colgantes de un gigantesco ficus.
Los grillos cantan a bloque y corre el agua bajo el puente... Humillo que sale de la vieja olla de cobre colgada de una de las ramas, las llamas lamen su culo ennegrecido. Alguien lo ha dispuesto así. Un gato estirado sobre la rama golpea con la patita la lámpara de aceite y arabescos.
Mi escudo de caparazón está a un lado de la hoguerilla, al otro una manta moruna en ensalada de colores. La mobilete está apoyada a la vera del enorme árbol, restos de haber chupado cañas...
162
La bruma oculta parte de la isla, mientras la luna y las estrellas mantienen el rumbo contrario. La constelación de Orión, otra vez de espaldas al mar, está en el mismo punto del cielo que cuando llegué a la playa del vertedero: tropezando con el horizonte sobre los yermos que se extienden... Gri grii griiiii
Al Norte resplandece la ciudad y sus columnas de humo, al abrigo del cerro con forma de toro, en la cresta se alinean molinos de viento, las aspas de uno giran sobre la luna llena como agujas de un reloj enloquecido... A diferencia de la última vez que pasé por aquí, la luna ahora no sale de la montaña, como hace siempre, sino que retrocede hacia ella. Veo a Coto salir de entre las aguas de la rambla... Cojea derecho al fuego, desnudo y felino, secándose con la expresión ida por las llamas. ­ ¡Tira pa llá!
Echa al gato, que la había tomado con sus barbas blancas, una cortinilla de agua le baja, se las escurre.
­ Bueno, pues aquí estamos otra vez, mi viejo amigo.
­ ¡De bonica me librao niño! ¡Por los pelos no me pilló el toro! ­con la respiración entrecortada­, ma estao persiguiendo sin descanso, el hijoeputa, ¡me lanzaba piedras que solo han movío las inundaciones! ¡y yo esquivaba y esquivaba! hasta que lo vi claro y me zambullí en un cañaveral, por donde cruzaba un riachuelo escondío ­coge un poco de aire­. Y a las mujeres del agua dulce les pedí ayuda, les debí de caer en gracia porque empezaron a silbar una suave brisa, tan dulce era que me afiné como una cañavera más y caí enroscada cuál culebra, me deslicé a la vera del agua que pasaba. Tan dulce era su canto que el Centauro se desorientaba y envestía como loco a las cañaveras ­suspira hondo­. He podío escapá con la forma de una culebra, que se desliza por el 163
agua. Vuelve el gatillo para jugar con sus barbas, el viejo Coto brinca con el lomo tieso y bufa al gato, que salta espantado de las ramas.
Empieza a recuperar la calma y me reconoce...
­ ¿Siroco?
­ Sí.
­ Pero... ¿qué haces tú aquí? Ya veo que pa ti ha pasao más tiempo. ¿Has estao penando mucho tiempo por las calles, verdá? ¡Marditos sean los dineros y la indiferencia! ­se incorpora, mirando a su alrededor, estamos a las afueras de la ciudad sumergida­. Este debe ser el camino que sacrifiqué por ti, andar por un camino sacrificado puede ser mortal.
Saca la capa de su mobilete y se envuelve.
­ Dudas acumuladas. Tenía que verte. En la ciudad era un fantasma, aquí también lo soy ­me siento en el caparazón junto al fuego.
­ Ya te dije que las encrucijás son arañas y se mueven, tejen y se mueven y cuando te quieres dar cuenta... ­se sienta en la manta moruna­ estás atrapao en la tela, o lo que es lo mismo: en un laberinto de caminos ­me observa con ternura­, te miro y me veo a mi de joven, me traes tantos recuerdos. Se arranca con un tanguillo, orquestado por los grillos...
¡Somos hijos del balate,
coincidimos sin queré
y tenemos mucho aguante!
164
Una racha de aire levanta las llamas, el caldero se balancea...
­ Ten en cuenta que podríamos habernos encontrao en cualquier otro tiempo y con otros cuerpos y pasá de largo sin reconocernos. Pero ya ves que no, aquí estamos como hace un rato, el mundo es un misterio, mi pequeño argonauta, y esto es Chirlos Mirlos, un reino aparte. ­ La ciudad se acerca, devora la tierra con el pretexto de conservar el entorno urbano. A este paso engullirá a la ciudad sumergida. ­ Esas son las concesiones del hombre. Pero esto es Chirlos Mirlos, aquí no entran sus máquinas, aquí el tiempo pasa desapercibío, no se sabe como va, no se puede explicá, pues fuera del tiempo, Siroco, los humanos no dominan nada.
­ Los horizontes que veo son espejismos.
­ Bienvenío al club de los fugitivos, Siroco. Desde el instante en que decidiste no sacrificá los siete caminos, dejaste de pertenecé a ninguno de ellos. Por eso te pierdes en todos y nunca llegas al final. Por eso no te pueden atrapar, no pueden verte llegar.
­ ¿Cuanto durará esto?
­ Yo, llevo aquí desde... amo a vé, debo habé recorrío al menos die mil años, así que... antes de Cristo... Hace cábalas con una rama sobre el limo que tapona el balate. Jeroglíficos movimientos y uñas de gato.
­ Llevo aquí desde poco antes que naciera el niño jesú.
­ ¿Acaso crees que voy a pasar toda mi vida aquí?
­ Y puede que más, hasta que el hombre toro quiera aparecer y se lleve lo que está escrito estarás en esta vega, por mucho que viajes no saldrás de este laberinto. Incumpliste las leyes, Siroco. Mientras tanto disfruta.
165
El fuego escupe una bocanada de humo blanco en espiral, otra de humo negro...
­ Y ahora soy un fugitivo, como tú.
­ Ahora eres un hombre libre, quizá mañana no. ­Coto acerca la cara a las llamas, intentando vislumbrar algo.
­ Con salirte del rebaño ya eres un exiliado.
­ Salir del rebaño es una responsabiliá añadía, mi querida lagartija.
­ ¿Y porqué el Camino de Poniente, Coto?
­ Lo elegiste tú, aunque lo hayas olvidao ¡porque hasta el olvío es pasajero! Éste es el camino que nos lleva al crepúsculo, donde una vez se sumergió una antigua raza que busco, su sangre flota en el horizonte antes de caer la noche. Y yo suspiro, quiero mezclarme con ellos...
Con las palmas de las manos sobre sus rodillas, Coto desafía a la nada y se arranca...
Para verte la pena
te prenden fuego
y el fuego no te quema.
Para verte el alma
se encienden las galerías de toda España.
Para verte despierto
velar, velar, velar
el universo entero.
166
El tiempo en retroceso: los resplandores del sol despuntan en el horizonte. Sobre la última línea de mar se anuncia el atardecer: el sol saldrá de la Mar y en parábola amanecerá entre las montañas, para hundirse poco después, y, contrario a su curso, recorrer el otro hemisferio hasta salir de nuevo atardeciendo de entre las aguas. Enfrente nuestro destino irreversible. Las sombras ya no son tan espesas, dejan traslucir la tibieza purpúrea de unas brasas que mueren en el horizonte. Poco a poco el cielo se va tiñendo de matices crepusculares. Las imponentes cúpulas de la ciudad sumergida brillan a lo lejos, rematadas por los destellos de una luz sobrenatural que las engulle.
La tarde va saliendo por el final de su cola, el rocío se evapora.
Las ramas del ficus se mecen con el airecillo, desprendiendo humedad, se secan, anudándose, se encogen. Las grandes raíces, levantadas sobre el puente, se evaporan en esta hora difusa. Asistimos a la transformación del árbol con los hombros mojados, las sombras de las hojas retroceden hasta el tronco, que ahora muestra el aspecto redondeado y sólido de un algarrobo, más pequeño y acogedor que el salvaje y somnoliento ficus, ya evaporado tras la noche que se queda atrás...
Empiezo a ver la luz que nos envuelve: amarilla, blanca, azul... Este camino va hacia atrás en el tiempo. Los edificios aún no levantados se mecen en la brisa vespertina. Volverán los tiempos de las construcciones, se oyen las vibraciones de futuras ciudades entre las ramas y las copas...
Coto habla de aquellos tiempos en los que las energías de los humanos no se habían extendido por toda la tierra, en los que la vega no había sido alterada por el hombre, la indómita ciénaga. Desecha la nostalgia y cuenta que había un fuerte río que separó las montañas, este río llegaba de los cielos, del deshielo de los picos nevados, y fue dividiéndose en afluentes y ramblas, al igual que la vega: al 167
principio un camino, ahora una maraña de siete mil veredas. Coto explica como el agua se dividía y los caminos se multiplicaban. El faro de cuarzo sigue girando, pero su haz ya no nos llega. El viejo contrae las felinas pupilas absorbiendo la luz que necesita y continúa hablando:
­ La diversidad es lo que nos une y lo que nos separa. Este país, mi pequeño argonauta, ahora es una iglesia templaria rodeá de chiringuitos ­modula el tono y se mueve ligero, parece un trovador en cantares de gesta­. Pero antes existían pueblos con cultos antiquísimos. Mi antigua raza. Dejaron un mensaje allí, en la Isla de Lava Fría, tallao en un acantilao volcánico, espirales sobre todo, signos que solo se leen a gran distancia, mar adentro, y que se confunden y desaparecen conforme te acercas... ­me distrae su bizquera y vuelve al tono coloquial­ ¡Pues lo que te estaba diciendo, que ahora hay terrazas de hoteles y chiringuitos de playa donde nuestros antecesores dejaron un mensaje pa la humaniá! ­ ¿Y qué decía el mensaje?
­ No construyan delante, que no veo.
­ Ah... Pues volviendo a la multitud de caminos que no te llevan a ninguna parte, he visto mi memoria tirada, después de cada cruce, atropellada por las dudas. Recoger ese pedazo de yo y enterrarlo por alguna parte, donde nadie nos vea: me he visto tantas veces... ¿no te ocurre Coto, nunca olvidas tus vidas?
­ ¡¿Vidas? Solo tengo una y a encadenarse! ­ Sí, el resto es un montaje, que se distingue por la forma de encadenarse. Se eligen caminos que no sabemos adonde se dirigen. La generación errante. Ni siquiera esta vereda que ando ahora o, más bien, que dialogo y comparto contigo, mi viejo amigo Coto. ­ En mi caso el recuerdo va mucho más allá de la propia existencia, cacofonías amplificadas. Lo hago para vivir en Chirlos Mirlos, lo hago pa moverme, salir de escapada.
­ Mi espíritu se libera en la tierra, así que he pensado en otro final: salir y quedarme al 168
mismo tiempo. ¿Qué crees que pasaría?
­ Ni te lo imaginas, Siroco. En nuestros genes hay información tan lejana que si yo te contara pensarías que son fantasías de un viejo loco, cuentos de caminos, ¡Pero deja que te cuente mil historias: muerte en el amazonas, la eternidad en el antiguo Egipto, cómo llegué hasta aquí, conozco muchas leyendas y necesito que las escuches!
­ ¿¡Para qué!?
­ ¡Para explicar el mundo!
­ ¡No hay nada que explicar, Coto! La moral está obsoleta, los mitos tiemblan como larvas huecas. Los medios de comunicación toman el control, por eso que no te extrañe si te digo que últimamente es más importante lo que pensamos que lo que decimos. Demasiada información conspirando a nuestro alrededor. Son malos tiempos para escuchar. Pero todo esto cambiará de pronto.
­ Ya veo lo que me quieres decí, hijo, pero te digo que si quieres ve el mundo ma o meno nítido tienes que salir de tu tiempo y comprendé: hoy niegas una moral, rechazas una tiranía y siglos después eres tú el tirano moralista ­su sombra se encoge y alarga, gesticulando tras las llamas del fuego­. Aunque los pensamientos cambien continuamente, evolucionan poco, sino mira lo que le pasó a Jesus de Nazaret, un tío formidable, coincidí con él andando por uno de los múltiples caminos de la India: un gran poeta, pero no mejor que otros que conocí, un sentío del humor ambiguo, pero mu, mu bien destilao. Sin embargo ahora lo veneran más por las heridas y los clavos, que paradoja.
­ Lo que hoy es puro para mi, mañana es un prototipo para otro. Conozco el mercado, Coto. Dos cosas: describir el pensamiento, no preconcebido, sin ideas, y crear los climas, con sus microclimas, donde la vida se trama. Eso es lo único que puedo hacer. Así que déjate de indios y druidas y terminemos de una vez. Volvamos a la encrucijada, algo nos espera fuera del tiempo. 169
­ ¿Donde los humanos no dominan nada, allí quieres volver, emigrante? ­ Sí, recuerdo aquella vez... aunque no haya pasado tanto tiempo real para mi queda lejos ya, aquella vez toreaste al Centauro, tras dos lances violentos te enganchó. Yo vi como te corneaba...
­ Cicatricé en la transformación ­me interrumpe­, mira que marca me ha dejao en el costao, el mu cabrón.
El viejo se acerca a las llamas para que pueda ver la cicatriz, olfatea, se asoma a la olla...
­ Mmmmm, sopa de ortigas ¿son las mismas que arrancaste del arbolito aquel de la Petenera?
­ Yo no estaba cocinando. He llegado poco antes que tú.
­ Así, pues ésta hoguera está hecha con madera de deriva ­susurra Coto sin dejar de mirar el fuego­. ¿No has utilizao los restos del naufragio?
­ Cuando llegué ya estaba, alguien lo dispuso así.
­ Fíjate bien en los rescoldos...
Arde el símbolo de la embarcación que me trajo hasta aquí y que tenía que habernos protegido en alta mar, a los de mi generación. La Haza crepita entre las llamas. Los rescoldos son los restos del casco, simulan el hundimiento entre las cenizas.
­ Esto quiere decir que ya hemos estao aquí antes, al abrigo de estas llamas, chupando caña ­concluye Coto.
­ Parece ser.
­ Aquí me huele ­olfatea­ como que ha pasao la Muerte. ­ Debemos tener en cuenta que por este camino retrocede el tiempo, es decir, que podemos estar muertos y quizá por eso huimos del futuro.
­ ¿Has visto alguna vez a la Muerte, Siroco?
­ De perfil, de frente no se deja ver. 170
­ Pué cuando te encare será el fin, el fin del nuevo comienzo. Otro pergamino planeando en la tarde, cae a nuestros pies:
ENTREACTO IMPREVISTO
Corremos fugaces como estrellas por el Camino de Poniente, los ecos de un cante grave retumban en la vega, ensanchándola. Seguimos la dirección del cante, Coto ha reconocido su voz, su velocidad es fortísima, movimientos elásticos, no levanta el polvo, aumenta la distancia, cada vez más lejos, se descompone para no pisar el tiempo, lo que pisa son las mismas partículas que desprende. Fingía su cojera. La luz crece y aumenta con nuestro fugaz paso, al ritmo que impone el viejo Coto. El Sol asciende deprisa y por fin se levanta del baño de sangre crepuscular. Asciende vertiginoso.
A nuestros costados: follaje, árboles y campos se mezclan en un muro de vegetal acelerado.
Freno junto a Coto. ­ Escucha el mantra... ­me invita con gesto torero.
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Por la rambla y sobre el agua, baja y flota un hombre envuelto en llamas, un malayo en posición de loto, entona y susurra un OM continuo... que entre los saltos del agua toma vuelo de copla apenas audible, el hombre en llamas sigue su curso...
A paso andante, en el ancho Camino de Poniente, nos vamos acercando a la encrucijada.
Me dice Coto que esta es una ocasión especial, que no tiene muchas oportunidades de escucharse, de estar fuera cuando canta, se pregunta porqué sucede esta vez, dice que es motivo de orgullo el compartir la sincronía de este momento conmigo.
Su cante proviene de otra esfera y nos llega en forma de lastres inarmónicos, que no pueden enlazarse secuencialmente. Tonos rotos. Andamos sobre los fragmentos de cadencias sin relación alguna. Un carruaje viene de la encrucijada en dirección contraria a la nuestra, tirado por mulos negros; a las riendas un negro hábito, que no llego a discernir. Sin apreciar nuestra presencia, pasa a nuestro lado el traqueteo del carro. En la parte de atrás reconozco mi cadáver y el del Anarkista, junto a otros tres cuerpos. Mi pelo está mojado por el agua que se derrama de un barreño. Intento tocarme y mis dedos lo traspasan. Mi muerto es una imagen en 3D.
Coto me observa preocupado. ­ En la muerte uno se comporta como si nunca hubiera estao vivo.
Yo no sé qué decir. Seguimos andando hacia la encrucijada, con suma discreción en los pasos. Dos grandes perros lobos vienen detrás, guardan las presas, ellos si perciben nuestra presencia, ladran y gruñen a nuestro paso como hacen los de su especie, de repente, cuando nada se escucha. Seguimos hacia la encrucijada, atraídos por la desesperación de ese cante extraño, que se rompe así mismo: saeta tejida de habanera que despluma las aves en pleno vuelo. Entramos en el cruce de caminos. El tiempo se detiene. Vemos la imagen del doble de Coto, arrodillado, emite unos gorjeos que no coinciden con los movimientos de boca.
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En la encrucijada el sol se detiene en su punto más alto, el cantaor tampoco nos ve, está renovando su desgarro, cambiando de piel. Las garzas vuelan desplumadas... Canta el doble de Coto con la angustia redoblada:
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
tu armadura de escamas,
al roce de mi cariño,
se deshace en la arena
donde juegan los niños.
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
vuela que te pillo,
que el viento de madrugada
se llevó el nido
y plumas volaron al alba...
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
El fuego en el Monte Malayo es menos intenso que la noche pasada, parece haberse iniciado no hace mucho tiempo.
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Coto ve a su doble cabizbajo, se levanta con las rodillas polvorientas y el alma boca abajo. No parece él, se aleja tristemente tirando de la mobilete...
CONTINUA EL ACTO VII borrando las huellas que pisamos...
­ ¿Y si cogemos ahora otro camino que no sea el de Poniente? ¡Podré escapar a la Muerte!
­ La Muerte llega y le da igual dónde estés, emigrante.
El Sol parado en el cenit.
­ Debemos seguí en el Camino de Poniente, seguí su dirección, Siroco, porque así el tiempo continuará retrocediendo ¿estás ya preparado pa enfrentá a la Muerte? ¿podrás recordá en cada paso que la Muerte no borra tus huellas, que hay que partí desde ella pa llegá al nacimiento?
De nuevo a la entrada del camino el viento golpea el cartelito de madera de almendro. Me siento muy cansado. Me apoyo en el hombro de Coto mientras caminamos.
Fuera de la encrucijada, el Sol vuelve a andar hacia atrás, desciende hacia las montañas donde amanecerá.
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Dudas existenciales me arden en el pecho, lagunas de tiempo.
­ En la ciudad mi cuerpo fue quemado, ¿cómo puedo morir dos veces?
­ Aquella muerte sucedió a nivel neuronal.
­ Eso lo dices porque tú no estabas allí.
­ El futuro, al contrario que el pasado, son pensamientos que vienen de fuera. Son conexiones cerebrales las que se queman, asociándote a la Muerte y propagándose más allá de ella. Tal y como te ocurre ahora mismo: experimentas con la muerte, eso es todo. Es solo una sensación.
­ ¡La sensación es real! ¿Y cuando salí de la ciudad, eh? ¿Acaso no me devoraron los yerús? ¿Porqué nos ladraron al pasar por su lado, sino nos podían ver?
­ Ellos presienten nuestra energía inmaterial, pero están al otro lado del umbral, en el exterior, Siroco, en el exterior. No son más que dispositivos de restricción. Los puedes oír, a veces se dejan ver, pero mientras tú no abandones la visión estructurá de tu mundo y sus formas, mientras no salgas de tu cuerpo, los yerús no te pueden atacar.
­ El caso es que si que abandoné mi cuerpo para ser otra cosa.
­ ¿Qué cosa?
­ Un ave migratoria. Sucedió en el Camino las Garzas.
­ Cuéntame.
­ No recuerdo.
­ ¡Tienes que recordá pa que tu espíritu se reencuentre con tu cuerpo!
Intento recordar... oigo las palabras de Coto como a través de un pozo. Mis párpados son de plomo y cabeceo... me parece que nos acercamos a lo que queda de la hoguerilla... reconozco mi caparazón, es el mismo puente turquesa, la mobilete está apoyada en el algarrobo y hay restos de haber estado chupando cañas...
­ ¡Todavía estas medio dormío, argonauta, recuerda sino quieres verte en el limbo! ¡pa salí 175
del laberinto recuerda! ¡recuerda el porvenir maldita sea!
Abro los ojos... la luz es aura y en el centro veo a un Coto borroso sacudiéndome...
­ ¡Despierta, hombre, despierta!
Me incorporo, estoy mojado.
­ Te caíste inconsciente a un pozo. Tuve que echarte agua pa que volvieras a la superficie.
­ He intentado recordar y mi cabeza se ha aturdido ­me siento en el caparazón con cierta dificultad­. El pasado está por resolver. ­ Volverse hacia atrás y caminar no es fácil, pero el tiempo esta ahí y lo puedes invertir como si fuera un reloj de arena: el pasado contiene el futuro, mi pequeño argonauta. Una lluvia de páginas sobrevuela por encima nuestra, enviadas y firmadas por la Isla de Lava Fría, que ahora solo muestra su pico, cubierta de brumas. Las notas son arrastradas por el viento hacia el sol, que desciende tranquilamente a su inminente amanecer. De pronto Coto, vuelve a aparecer como un lince entre los matorrales y se va por soleares:
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Predicando en el desierto
voy de un claro a otro,
no hay atajos, ni sombrero
Pueblo del Yo
no hay silencio sin eco...
El viento arremolinado se ha calmado. El cielo deja de verter folios a borbotones. Coto toma un poco de aire y se tranquiliza, entra en calma. Este cante me devuelve a la fragilidad, a mi ser vulnerable. A la conciencia. Esta última frase ha reunificado mis átomos y los ha vuelto a dispersar con mucho arte. He vuelto a experimentar esa soledad inmaculada, que le hace a uno eterno, indestructible, después de un buen cante. ­ Sabes, viejo amigo, no distingo bien lo que he vivido de lo que he soñado o imaginado. A veces tengo la sensación de no estar vivo, que la repetición es causada por la muerte. O quizá la vida es absurda y no hay que darle más importancia. He de reconocerte, Coto, que llegué a pensar que en la ciudad era inmortal, que nada podría pasarme porque siempre tendría, de alguna u otra forma, la posibilidad de volver a la encrucijada. Pero, ahora, al escucharte cantar de esa manera, mi espíritu se ha levantado ante una racha de sufrimientos. Lo he vuelto a experimentar: la soledad cristalina, el advenimiento de la angustia.
­ Esa no es una postura mu esperanzadora que digamos, pero quien soy yo para juzgar la esperanza de uno. Pero que la inmortalidá es otra cosa, no es cosa de uno, será posible cuando los demás la crean también posible. La clave está en lo que no podemo hacé solos. La muerte siempre estará aquí, Siroco, es una realidá que puedes tocar a todas horas, en cualquier lugar. Ella es la 177
relación indirecta que hay en todo lo que haces, discreta y aleatoria como la hoja que arrastra el viento a tus pies. La muerte es el puente que se tiende entre las vidas pasadas y futuras.
La última hoja cae a mis manos con el tacto de la piel y leo:
LA CAMPANILLERA
Coto hace un embudo con la mano en la oreja: letanías... llega lejana una voz triplicada de vieja, cantando los campanilleros, a Coto se le ilumina la sonrisa, se le dilatan las pupilas a la velocidad felina, se queda mirando las soleadas piedras del camino, con la boca entreabierta.
Vemos llegar a la vieja, tarareando, a las riendas de un carro tirado por dos mulos somnolientos, de sus orejas cuelgan cascabeles, nunca duermen. Es la misma vieja enlutada que se me apareció anoche, la misma que vi en la televisión, la misma que se llevará mi cuerpo.
Una jauría de yerús vienen detrás. Nos vuelven a gruñir.
En el Monte Malayo el fuego también ha retrocedido y lo que antes era una cresta de llamas, ahora son columnas de humo, primeros focos abiertos. El fuego se ha iniciado recientemente. 178
Brilla el mar, brillan los olivos. Las acequias taponadas por el fango. Detritos. Huele a fosfatos y algas marinas. Mosquitos. Todo se mezcla bajo el poder del sol.
COTO: ¿Adonde va usté con tanta prisa y finura? LA CAMPANILLERA: A la ciudá, al palacio de... al plaza que... ¿Chirlos Mirlos... no es por aquí? ­replica la vieja mirando a todos lados y a ninguno­. Está la ciudad patas arriba por un apagón.
Los perros salvajes que la acompañan, se tumban a la mínima orden de la vieja.
COTO: ¿Pero es que ha sucedío ya?
LA CAMPANILLERA: ¡Chiquillo! ¿es que no habéis notao la ola de calor?
COTO: Estábamos echando la siesta.
LA CAMPANILLERA: Suicidios, ajustes de cuentas, caos... ­toca la campanilla­ Trabajo feo el que me toca esta noche.
COTO: Este apagón no creo que dure una sola noche, el sol está desprendiéndose y todavía es pronto pa evaluá las consecuencias.
LA CAMPALINLLERA: ¡Bonicas noticias me trae el gachón! Pues yo me sé un dicho que dice “¡si la luz se va es que alguno anda pa allá!”
SIROCO: Usted se inventa los dichos señora ­le digo a la vieja.
COTO: ¿Porqué lleva un cubo de agua? ­se asoma al carro.
LA CAMPANILLERA: Pa ahogá una camá de gatillos, que una amiga ma dicho que pase por su casa pa llevármelos, aunque a ella le da fatiguilla, ya sabes.
COTO: Se me ponen los pelos de punta ­da un respingo del repeluz­. ¿Y qué es lo que ocultas en esas mantas?
LA CAMPANILLERA: Ah, éstos son cuatro muertos de la guerra, cuatro milicianos, serán el coro en la representación de esta noche... un homenaje a los caídos. Cántales algo que vayan 179
cogiendo el tono anda, que están mu callaos.
Reconozco el cadaver del Anarkista.
COTO: Está bien, porque eres tú, que si me lo pide otro no canto ni pa trás.
Perdida por los cuerpos
va la pena mía...
Cuando regrese el muerto
nacerá una niña.
LA CAMPANILLERA: ¡Pufff! ¡Una rondeña del lince! ¡El chamán del cante! Hace tanto que no escuchaba al lince de Ronda... Pues más dao una idea, escucha, como el senado que asistirá a este acto de representación, que por cierto nadie sabe que lo organizo yo, pues como no tienen ilusión las personalidades éstas, que solo se preocupan por manipular siendo ellos los manipulados...
COTO: Eso será en el palacio de justicia y no aquí. LA CAMPANILLERA: ¡Pérate que no he terminao! que he pensao en darle un tinte más llano y costumbrista pa contrastar con el ambiente decadente y europeo de ahora. Si señor, pa que la frivolidad cobre vida en cá palabra y cá gesto, y se alce triunfante con los aplausos finales. Yo misma pondré las medallas.
COTO: Tu siempre tan diplomática.
LA CAMPANILLERA: Mi condescendencia, gatito, regüerta con tu ironía... ¡pero qué buena liga hacemos!
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COTO: Mira que te gusta el cortejo, con las caderas como las tienes y con esa dentaúra...
LA CAMPANILLERA: Eso, lucha, pero al final todos se reúnen conmigo ­suena la campanilla.
COTO: Sino me rebelo me comen los gusanos.
LA CAMPANILLERA: ¡Ay, cuando estoy cerca de un rebelde se me suben los calores y me da por aplaudir injusticias! COTO: ¡Hay que vé, con la buena mano que tienes tú pa equilibrá! ­se ríe.
SIROCO: Seguro que hace malabares... COTO: ¡Pó no vea si se le caen las mazas!
La vieja entra a carcajada limpia con nosotros, luego empieza a patalear y nos manda callar:
LA CAMPANILLERA: ¡Perate que te ponga la mano encima! ¡te van a salí unas culpas como pupas! ¡Tú piensa en los poderes fácticos y toda esa presión mediática, tu recuerdo se cubrirá de polvo en los estantes de mitología clásica, como el pobre desgraciado que dejó ir a su amor en el último instante! ¡qué maravilla! ¡o sino en la sección de los revolucionarios, donde apareces como el viejo indómito que todavía ronda por las sierras, con apariencia de fantasma! ¡que romántico! ¡que retro! ¡te declararán oscuro y sin fundamento!
COTO: A la Muerte hay que conquistarla. ­sentencia con donaires de don Juan.
LA CAMPANILLERA: ¡Siiiiiii! ­grita la vieja como poseída por un orgasmo.
COTO: Sé que mi muerte llamaría a la injusticia. Pues nadie me podrá defender de mis excesos. Tampoco me importa, ya tengo mi sistema nervioso y mis dolores de cabeza y...
LA CAMPANILLERA: Vivir es lo que te hace inocente, pero ya vendrás a mi lecho ­le interrumpe histérica.
COTO: Mi memoria flota en Chirlos Mirlos, donde tu abrazo no es definitivo.
El cuerpo de Coto irradia aureolas de soleá y canta:
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El viejo luce sus penas
en noche sin luna
¡como lucen las estrellas!
LA CAMPANILLERA: ¡Esta noche brindaré por tu cante, humano atlante! ­mira al cubo de agua que lleva en el carro, luego le guiña un ojo a Coto. COTO: Chirlos mirlos no es de tu jurisdicción. Aquí solo puedes actuar, eres una más.
LA CAMPANILLERA: Lo que tú te crees... ¿Pero dónde está que chirlos mirlos? ­pregunta en todas direcciones, desorientada­. ¡Uy! me voy que todavía tengo que entretenerme ­campanillea­ y no llego a la representación, lo van a pasar en directo esta noche. Ay, últimamente me hacen trabajar más de lo que quisiera ­empiezan tirar los mulos del carro­. ¡Quietas ahí! ¡que sin mi no hay tragedia viva! ¡viva esta confusión de tragicomedia! ¡pintoresca! ¡que eres una pintoresca!
COTO: Tiene desdoblamientos de personalidad. No la escuches demasiado.
Se vuelve hacia mí de imprevisto la vieja esperpéntica, por primera vez mira de frente, pero no puedo ver su cara. LA CAMPANILLERA: Si quieres vení, joven, estás invitao al acto. Te puedo llevar a la ciudad, te puedo meter hasta el palacio de justicia, a ver si llego a tiempo.
Se alarga su sombra amorfa sobre la tierra que hay a mi alrededor.
SIROCO: ¿yo? ¿ir a dónde, si no te conozco?
LA CAMPALINLLERA: ¿Como no me vas a conocer, hijo, si ya nos hemos visto antes? ­toca la campanilla­ ¿Recuerdas? Yo misma, soy Muerte, me llaman Muerte.
182
SIROCO: Me alegra verte. Yo es que tengo los pasos cambiaos ­me voy por peteneras.
LA CAMPANILLERA: Yo misma también, la mayoría de las veces, en eso coincidimos. Estoy aquí por ti. Sabes que estaba al caer y como me cogía de paso pues así mato dos pájaros de un tiro. Lo que has hecho me atrae demasiado como para pasarlo por alto ­suena la campanilla otra vez­, intentaste transformarte en pájaro y así escapar como hace el granuja de tu amigo y casi te sale, pero no lo recuerdas, no has resistido la vida en el exilio. Eres mío.
SIROCO: Este camino va hacia atrás en el tiempo y tu no lo puedes detener ¡Es el camino del recuerdo! ­increpo a la vieja decrépita.
LA CAMPANILLERA: ¿Transformarse? ¿para qué? ­se pregunta­ ¿para dejar pasar el sufrimiento? Ah, no, eso no lo puedo consentir yo ¿sino qué hago aquí? Dejo que cada uno se transforme en lo que quiera y ya está, ¿no? por favor, eso es una irresponsabilidad. ¡Pa quererme a mí hay que querer la vida, coñe!
Presiento en los suspiros de Coto una advertencia. Respiración fuerte. Los perros se ponen en pie.
La Muerte, abre los brazos, agita el aire, mientras, su sombra chamusca la tierra que cubre.
Una ráfaga de aire trae a nuestros pies flores de almendro, aire caliente, que viene sudado, trae consigo una voz clara y seca, de esas que no dejan lugar a la duda. Esa voz proviene de la intrahistoria:
LABRAOR EN LLAMAS: Se rumorea que ha sido una niña, ayudá por un pájaro blanco que viene de paso.
Es la voz de un hombre que aparece envuelto en llamas, ronca y precisa, penosamente se acerca por el camino, como el sentir grave de una pérdida. LA CAMPANILLERA: ¡Sooooooo quietas jaííííí! ¡sooo burras! ­la Muerte tranquiliza a las 183
negras mulas, inquietas por las llamas­ ¿y de dónde sales tú? ¿qué te quema? LABRAOR EN LLAMAS: Vengo de la Cresta... la Cresta del lagarto, en el Monte Malayo. Puedes llamarme Labraor en llamas y voy buscando un mar donde apagarme, la rambla no lleva agua, la primavera ya se huele y la rambla no lleva agua...
LA CAMPANILLERA: La rambla si lleva agua, hijo mío ­agita la campanilla­. ¿Te envuelvo con mi manto de lunares y calmo ese fuego que te consume? te llevaría al teatro, entrarías a formar parte de mi corte.
LABRAOR EN LLAMAS: Como solo hago caso de la tierra, tendría que arder toda ella pa que yo me viese consumido y, como tú dices, calmado. No hago el trato, no, que una vez, hice caso de una mujer y el huerto de mi corazón puse en barbecho ¡ay mis boniatos, mis alcachofas, mis habas! ¡porque ella decía que un castaño, un nogal y una haya! ¡clavao en un alfilé y sin sangre! ¡así me quedé! ¡en barbecho!
LA CAMPANILLERA: Éste es mocico viejo... ­nos dice aparte­ ¡Y a mí que me cuentas! si tengo rostro de vieja y estos trapos negros es por vuestra culpa, la cultura vuestra, mira cállate, que podía haberme aparecido en puros huesos, ¡o es que son peore estas carnes, madre mi alma! al otro lado de este mar soy un dragón, o un hipopótamo con cola de cocodrilo y melena de león... ¡En fin que le vamo hacer!
LABRAOR EN LLAMAS: Y ni cipreses donde atracar el viento, ni olivos a contraluz... ­sigue lamentándose, sin atender a la vieja.
LA CAMPANILLERA: De todas formas eres tú quien tiene que bailarme. Me gusta ser una mujer y observar la gracia de tus movimientos ­la Muerte coquetea de nuevo, moviendo la campanilla.
LABRAOR EN LLAMAS: Yo me dejaré ir como el agua, la tierra absorberá mis penas, seré una sombra más. No quiero los honores que me ofreces, no te haré la corte, ni voy a tomar parte de 184
una falsa, ya viví una guerra.
LA CAMPANILLERA: ¡Eres más terco que una mula! ¡Digo lo que una tiene que ver! ¡Así no se puede! Lo que a la gente le gusta hablar ¡cascar y cascar! ­chasquea los labios desdeñosa­ Apenas actúo y ya se comenta en los trancos de las tiendas, se pasan el muerto de uno a otro, ¡cá no puedo dar un paso por la calle sin que me señalen! “¡tú me has quitao a mi marío!” “¿¡porqué te llevaste a la mare de mi arma!?” “¡devuélveme a mi niño, con los dientes de leche!” ¡creeis que eso es vida! ¡aquí una se vuelve paranóica! ¡creeis que os tengo lástima! ­vuelve a mirarme, fuera de sí­. No, no, hijo, si yo no interrumpo, yo aderezo ¡la sal de la vida cá soy, primo, vente que te aliño! ¡te voy a enseñar a bailar la zarabanda! ¡anda! ¡adna! ¡ya empiezo armando el alboroto! ¡anda jaleo, jaleo!
“No quiero que mueras...”
Me elevo sin gravedad alguna sobre mi cuerpo sin vida, atrapado por la sombra, mi cuerpo, que los yerús arrastran hasta los brazos de la vieja, les felicita con carantoñas. Arroja mi cuerpo al carro con los demás, junto al Anarkista.
Labraor en llamas dice algo apenas audible y en postura de loto se deja caer a la rambla, flota girando sobre sí mismo: es una pirámide llameando bajo el sol, escoltada por los caimanes que salen de entre los arbustos y palmeras. Una columna de humo asciende con olor a sudor milenario y almendro.
Coto se arranca hincado de rodillas, con ese extraño cante de ida y vuelta asaetada, fugaz. Mientras, 185
la vieja enlutada se aleja con el traqueteo del carro...
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
tu armadura de escamas
al roce de mi cariño
se deshace en la arena donde juegan los niños.
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
vuela que te pillo,
el viento de madrugada
se llevó el nido
y plumas volaron al alba...
¡Alta ala! ¡alza! ¡alza!
El cante de Coto ha cambiado a un timbre más dulce, suena como la voz de mamá, azúcar sin refinar, la misma que me susurraba al oído: “No quiero que mueras...”
Garzas en desbandada cubren el cielo. Mis brazos se curvan en alas, limpiando mis lágrimas aleteo en el aire suspendido y me elevo con el 186
cuello erguido para equilibrarme en las corrientes. Así emprendí mi vuelo desde el pasado hasta el presente.
ACTO VIII
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Así empecé a volar, amigo Coto, con mi nuevo cuerpo de ave migratoria, al escuchar aquella canción cunada y susurrada por la voz que me alumbró.
Yo era una garza en la noche, rodeada por la niebla eclosioné, entre la espesura y vi la silueta de un hombre y le pregunté asustada:
GARZA: ¿Qué hace un hombre andando en el cielo? EL FUGITIVO: ¿Y tú, porque estás volando por el suelo? ­me contestó el hombre perdido.
Y remonté el vuelo espantada, volaba, volaba sobre las montañas heladas. Era una noche de noviembre...
Descendíamos por las brumas grises del Norte de Europa. Bordeábamos mares de metal entre las corrientes nórdicas, descendíamos por los acantilados atlánticos, lugares de tránsito, buscábamos las llanuras templadas y registradas en las rutas de nuestros predecesores: las zonas templadas del cálido levante. Buscábamos ese viento de vuelta, que siendo añejo era fresco como los cantes de ida y vuelta, que bien los cantabas Coto, Viento de amor lo llamábamos durante nuestras migraciones, cantábamos así: Mi mujer invisible
me toca el hombro
cuando caigo dormío.
en el desierto
bajo una palmera
dice que tenemos un hijo,
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que quiere un vestío...
me despierta la brisa,
estoy lejos y me río.
Y una vez alcanzado el remanso mediterráneo y desentumecidas las alas, nos preparábamos para el tiempo de cría, esperando encontrar nuestro nido intacto. A las garzas no nos gusta cambiarlo cada año, ni la pareja.
Emigramos de noche para seguir en la evolución, distinguíamos las alas rosas de los flamencos bajo la luna. Frente al carácter indómito de las grullas, somos aves silenciosas.
Volábamos, volábamos y mis alas surcaron el frío pirenaico, planeando en el aire helado, brillante soledad en los bosques de hayas entrelazadas, mi sombra se proyectaba al sobrevolar sus copas. A través del ancho pecho de Castilla, del azul más puro, vine a beber a los pies de la baja Andalucía. Volaba sobre las cenicientas dehesas de olivos que peinan el lomo de una vieja bestia somnolienta.
Volaba sobre los cortijillos al medio día, entre invernaderos el sol reflejaba mi sombra fugaz.
Me posé en un poste de luz... Los humanos reunidos discutían y jugaban a las cartas, la carne asada, el secreto de las risas era expandirse y subir por los rosales, abrazarse entre sarmientos y colgar en racimos de las parras. La orgía de la risa, la lengua de los vientos, unos hablaban encima, otros debajo, sin orden ni concierto aparente, saltando de una conversación a otra, de corriente en corriente, abrazándose en insultos que daban sus frutos.
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Así fue, Coto, como entendí que los humanos de esta zona transformaban lo orgánico en psicológico y viceversa. ¡Todo es fango, estar y chapotear!
De repente el cielo se nubló. Lloviznaba. Se encendieron algunas luces, parecía de noche. Pasaron algunos de los míos y alcé el vuelo hacia los humedales con ellas. A vista de pájaro, los bloques de hormigón rodeados por las grúas parecían cubos de lego entre campos abandonados; las carreteras eran tragadas por las charcas; los montículos formados por las excavadoras se desprendían en riadas de desperdicios, tractores flotaban como barquitos de papel; los tanques de gasóleo estaban iluminados por un rayo que se colaba entre los nubarrones; y llovía, sobre todo llovía. El Sol, entre claros de nubes, filtraba una luz ambarina, un arcoiris coronaba la Mar.
Los de mi especie cambiaron el rumbo radicalmente, hacia los montes pardos, el Monte Malayo.
Eso es algo muy extraño, Coto, en aquellos montes no había agua donde darse un baño, ni hojas para proteger nuestros huevos del sol.
Yo sin embargo, seguí sobrevolando el laberinto de la vega, barrido por el viento, en las encrucijadas se apostaban las plataneras, por no decir espantapájaros, con sus hojas dobladas y hechas jirones me azuzaban más y más viento.
Poco a poco, mi querido Coto, fui haciéndome con los aires de este lugar, entre rachas de viento inconstante, afilado algunas veces y otras suave, me fui anunciando desde los almendros a través de naranjos y cañas, aminoré el paso por la advertencia de las chirimoyas, para cuando llegué a la reflexión diáfana de los gigantes aguacateros ya estaba perfectamente adaptada a la fragancia desordenada, dulce y salvaje vega. Llenica de contrastes adopté los andares de desnivel a través de la improvisada geometría de la costa. Me vino el recuerdo de los niños que antaño andaban por estos campos. En el arado de los campos cerraba el pico; en un surco iba siguiendo los pasos hasta la acequia, los 190
pasos de los niños que perseguían nuestras huellas palmípedas por el limo acumulado en los balates.
Continuaba sus pasos para llegar a los niños, lo mismo que ellos solían hacer con nosotras.
El cielo se despejaba...
Un chirimoyo me abrió los brazos, invitándome a que me posara en una de sus trompas de elefante sagrado. Su voz era fango y onomatopeyas, se traga las palabras y las escupe en sonidos aspirados: ELEFANTE CHIRIMOYO: ¡Ven acá culillo e mal asiento! Yá queé, qué ahe.
GARZA: Buscando aquellos niños...
ELEFANTE CHIRIMOYO: Por aquí ya no vienen. El viento solo trae plásticos y má plástico.
GARZA: ¿Qué harán?
ELEFANTE CHIRIMOYO: Yu q' zé, bueno zi lo zé, por ahí dihen que el tiempo eh dinero, a mi no me pregunte lo que e ezo, bueno zi, argo que les come er tiempo, como a ti, donzella, q' stá a cá istante zacándote las garrapatas. Pue ezo.
GARZA: Nos hemos hecho inmunes a los parásitos. El dinero son unos espejitos que tienen los humanos y necesitan reunir muchos para verse completos.
ELEFANTE CHIRIMOYO: Lo que tienen e mieo y má mieo. Se alejaban los nubarrones como un rebaño de paquidermos, ya se iban revelando los destellos de la tarde.
GARZA: Los pequeños no tienen miedo, son los grandes. Yo también temo que te arranquen.
ELEFANTE CHIRIMOYO: Eho' tá por vé donheeella ¿qué hace con ezo en la pata?
GARZA: ¿Esta anilla? Me la pusieron en el Norte, los humanos necesitan saber hasta dónde 191
podemos emigrar.
ELEFANTE CHIRIMOYO: ¡Bah, ezoh no aben ni aonde tienen la cara! lo que tienen é meno arte que la tonaílla un fraile. ¡Pero eh que no ven q' estai má perdías que ellos, que lo mismo os da vení en invierno que en primavera, o verano! ¡que estai desorientaicas!
GARZA: Lo que pasa es que han cambiado nuestras rutas migratorias. Los lugares son los mismos, pero se han alterado las trayectorias y el tiempo de llegada se adelanta o atrasa cada año inexplicablemente, sin que podamos hacer nada al respecto. A veces volamos creyendo encontrar tierra en el océano y perecemos en alta mar.
ELEFANTE CHIRIMOYO:¡Pero que piquito tiene mi garza oye!
GARZA: Primero fueron las ballenas, luego las abejas y ahora nos toca a nosotras.
El horizonte resbalaba como un salmón en las manos juguetonas del poniente.
El chirimoyo alzó una de sus cien trompas, saludando a un grupo de cañas reunidas en medio de una charca.
GARZA: Su llanto me trae el recuerdo de orientales monzones.
ELEFANTE CHIRIMOYO: Puede que zea un animalillo moribundo, que le están plañendo, zeguro, y zi ziguen llora que te llora el espíritu de la difunta criatura no llegará mu lejos. ¡Azí etamo tó de enfangaos!
GARZA: O puede que sea la angustia innata de las cañas que brota como la malva: sola y en abundancia.
ELEFANTE CHIRIMOYO: ¡É er vizio e la quejas! ¡pué no paece engordan llorando! Hay que vé la playeras éstas...
El viento se giró, su cola barría ahora desde el mar y las trompas del elefante chirimoyo ya eran los velos de una diosa india, qué danza tan suave y precisa, frente y perfil simultáneos. Se creaban a su 192
alrededor perspectivas en espiral, que desvelaban la ilusión en el centro.
Una nube con forma de palmera cubría el sol, filtrando una luz tamizada de cristal ahumado.
La brisa desenrollaba la lengua de las cañas de azúcar, reducidas a una franja en mitad de la charquilla temblorosa, se cerraban como en abanico y se abrían al unísono. Era el canto de un dios errante; un dibé gitano:
ar viento del sur le pío
me yeve al monte
pa preguntarle al romero
si el amor tiene norte.
GARZA: A veces te transformas en una reina.
BAILARINA CHIRIMOLLAS: Escúchame garcita, todos los años te lo repito, soy macho según la altura del sol y hembra dependiendo del viento que venga.
GARZA: La reina chirimoya...
BAILARINA CHIRIMOLLAS: Mis hijas son ollas y mis hijos hoyos, qué diferencia hay.
GARZA: Ninguna, pero dime, el chirimoya donde estaba mi nido ¿acaso no está ya?
Precisaba la vista en el lugar exacto donde anidé el año pasado. Sólo distinguía los colores de coches en el carrusell de una rotonda. Un aire taciturno meneaba los velos de la diosa bailarina.
BAILARINA CHIRIMOLLAS: Pica de mi fruto y llegarás donde tengas que llegar. Es hora de vagar, es tiempo de najarse ­susurraba la chirimoya envuelta en sus velos.
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GARZA: Iré a buscar a algún niño, ellos todavía entienden nuestro lenguaje ­como de su fruto­. Quizá puedan decirme porque este lugar ha cambiado. Los árboles han menguado y los de mi especie pasan de largo.
Unos cuantos gorriones vinieron a caer a la copa de la chirimoya, jugando, entre sus ramas...
GORRIONES:¡Arría, arrrííía, soo, la puta q' te parió sooooooo! ¡Chirimooooya! ¡quieta ahí! ­los gorriones imitaban el argot de los arrieros con las bestias.
ELEFANTE CHIRIMOYO: ¡Tirá pa' arriba que os voy a dá un trompazo! ¡que zoy una mula o qué! ¡mardita zea los gorriones que los parió!
Los pajarillos salían despedidos del árbol, otra vez macho, el paquidermo imprevisible. Emprendí el vuelo tras los gorriones...
Ellos eran intermediarios, entraban y salían de la ciudad y hablaban con los niños, porque no tenían miedo de los ruidos, ni del humo. Se buscaban la vida rápidamente. Los gorriones me recordaban a ti, Coto, ellos se adentraban en las callejuelas, tomaban parte en el despertar de la ciudad, anunciaban reencuentros en el quicio de una ventana y hacían recordar, sobre todo, un pasado no muy lejano: el hambre. Nosotras como aves marinas, al contrario que ellos, volábamos más alto en tierra.
Ellos eran los mensajeros entre dos realidades y se escabullían muy rápido. Les perdí la pista, a pesar de arriesgarme a volar tan bajo.
Me acerqué demasiado a las chimeneas de adobe que sobresalían, sudorosas, por encima de los edificios, entre la niebla de espeso añil ámbar. Dí un rodeo ascendiendo vertiginosamente con el humo negro que exhalaba la boca de la torre, giraba como una hélice, estaba desorientada. ¿Dónde estaría la Mar? 194
“Sé donde está el nido que buscas, no te pierdas”
Esa voz me llegaba como un tren de seda...
Me deslizaba suspendida por una corriente, sin gravedad. Abajo se extendía un rebaño de bruma descolorida: la ciudad. Arriba el lucero de la tarde flotaba como un huevo en mitad del camino.
Lomas y cerros se plegaban a los pies del gigante de las montañas pardas. Reconocía esos montes, la vieja ermita del cerro con forma de toro; el Monte Malayo, todavía sin llamas, tenía un aspecto abrupto y retorcido. Poco a poco fui cogiendo aire y descendí, descendí hasta caer entre los arbustos de un secano, donde una mariposa, que se alimentaba de un romero en flor, me sonreía.
GARZA: Por poco me pierdo.
NÁYADE: Te has guiado por la estrella. Tu sangre emigrante te ha traído.
GARZA: No sé dónde estoy.
NÁYADE: En la tierra seca, inmortal del pasado. Aquí una tiene que alimentarse de lo que haya. No hay materia viva, solo destellos que recuerdan. ¡Pero si buscas donde poner tus huevos, conozco un lugar, sígueme con tus patas!
GARZA: He pasado el día detrás de los pequeños. Tuve un recuerdo en las acequias... Pósate en mi pico que te cuente...
NÁYADE: Yo vengo de las manos de uno.
GARZA: ¿De un niño? Pero entonces ya no podrás volar.
NÁYADE: Eso es lo que le cuentan a los niños. ¿Porqué te detienes, garcita?
Ecos y letanías bajaban de los cerros curtidos:
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...surco las entrañas quietas,
las entrañas de la tierra...
GARZA: Ésta atmósfera, está cargada de presentimientos y voces lejanas ¿quién se lamenta, gusanillo de seda?
NÁYADE: Estamos avanzando por las antiguas veredas de los arrieros.
...las pitas se inclinan al mar
donde quiera que estés...
GARZA: Sigamos, pero cuéntame ¿qué te ha dicho el pequeño?
NÁYADE: Sobre todo me pregunta por los niños de antes. Yo le cuento cómo corrían libremente por las calles, le digo que el miedo de aquellas madres no les impedía descubrir el mundo que les rodeaba.
GARZA: ¿Y qué te dice él?
NÁYADE: Que los niños de antes tienen mucha suerte y que los mayores también son niños, aunque ellos no lo sepan. Escúchame bien con ese pico, porque la ciudad es la cárcel de los niños, grandes y pequeños.
Se cerraba la noche sobre los barrancos abandonados de esparto y los suplicantes almendros olvidados. Ningún ruido. Solo el viento enroscando la retorcida angustia de los secanos.
Las antiguas cortijás que se desparramaban por cerros y terraplenes, se habían convertido en 196
montones de piedras, eran moles de ruinas dispersas aquí y allá. GARZA: El perfil de aquel monte está ondulando. Creo que llevo mucho tiempo caminando entre las piedras y tengo la impresión que esta noche no acabará nunca, es infinita, ¿verdad?
NÁYADE: Eso dependerá de ti. Lo que ves moverse es el Cerro de las Consecuencias. Subamos por la Cuesta del Caballo, es el mejor atajo. GARZA: Cuesta respirar. Aquí no podríamos volar ni en sueños. Hay mucha gravedad.
NÁYADE: Hace tiempo, mucho tiempo que nadie puede volar esta zona. Antiguamente los humanos lo llamaban la Cresta del Lagarto, donde todo se retuerce.
Llegábamos a lo alto del cerro, la penumbra era confusa. Desde esta altura contemplábamos la escarpada ladera por donde habíamos subido. Estábamos en el Monte Malayo. Más abajo, los resplandores de la ciudad se confundían con la bruma que bajaba de aquí arriba y creaban una atmósfera irreal, era como ver un horizonte desde otro planeta.
LA HILAPENAS: ¡Mi hijo! ¡lo han matao! Dejarme que lave su cara pa que lo vean hermoso en el cielo. Un hombre sin culpa, inocente ¡y me lo han matao! ­se oía el eco fatigado de un almendro a mis espaldas­. ¡Era un cielo que daba de beber a las bestias de su mano! ¡aaayy! ¡un cielo!
GARZA: ¿Qué pasa, Náyade?
NÁYADE: Son los almendros, sus posturas retienen a una hilandera que llora; al árbol de allí enfrente acaban de fusilarlo con las manos abiertas; o aquel tronco que, tapándose la cara con la sotana, te apunta con el crucifijo. CURA: ¡No me mires! En nombre de dios te bendigo pa que sangres cómo su hijo. GARZA: Vaya, me siento un poquito observada, ¿qué hacemos aquí?
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NÁYADE: Los almendros secos representan a los últimos pobladores de estos parajes. Y tú eres el emigrante. La vida en la pobreza es el pasado de estas gentes. Te sientes observada porque eres el futuro, si miras con los ojos de los que te rodean, cada vez pesarás más y más y te quedarás plana como la tapa de un pozo abandonado, imposible de levantar. Ellos te están mirando a través de los ojos de otros que estuvieron antes que ellos.
MURMURAORAS: Se siente engañá, por eso está aquí.
MURMURAORAS: Desengañá, niña, desengañá.
................Un susurro bípedo siseaba a mis espaldas................
GARZA: ¿Quienes son?
NÁYADE: ¿Quienes?
GARZA: Esas dos, las que se están cuchicheando a la oreja.
NÁYADE: Están hablando de ti ¿quieres escuchar lo que dicen?
GARZA: No, no me interesa. Vamos allí, aquel almendro me da paz.
NÁYADE: Es un labrador con la azada inclinado, abriéndose paso en la espesura del silencio...
LABRAOR: Y ni cipreses donde atracar el viento, ni olivos a contraluz... GARZA:¿Y éste, qué hace éste de aquí?
NÁYADE: A saber...
EL CARROÑAS: Reproducción... Matar... Hormigas, hormigas, hormiguitas... comermelas antes se lleven ojos.
GARZA: No lo entiendo.
NÁYADE: Es el Carroñas, como lo llamaban los humanos. Este hombre mató a su mujer y se convirtió de la noche a la mañana en un salvaje que vagaba por los montes, lejos de la gente, esquivando las miradas.
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GARZA: ¿Porqué lo hizo?
NÁYADE: Por celos.
GARZA: Estos almendros, mariposa, están secos hace tanto tiempo que ya no pueden florecer.
NÁYADE: Eso dependerá de ti. De una larva a la flor no hay tanto como parece.
GARZA: ¿Y aquel que apunta con una escopeta?
NÁYADE: Es el miedo y apartate que está de caza.
GARZA: ¿Qué miedo?
NÁYADE: El miedo a ser descubierto...
Me escondí detrás de un escorzo seco.
GARZA: ¡Mira éste, parece un burro! ¿pero qué lleva en la cabeza?
NÁYADE: Un sombrero.
GARZA: ¡Ah! ¿Acaso me encontraba en un cementerio que se movía lentamente a través de los años? ¿pero hacia dónde?
Se levantó el viento de nuevo y se apagaron las estrellas. La mariposa me enfocaba con sus ojos alucinados, redondos y brillantes. Emitía una voz aterciopelada que apenas se distinguía del aire, entonaba una canción:
La vía láctea es un nardo y yo un caracol...
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GARZA: Eso lo cantaba una mujer, la llamaban Petenera.
NÁYADE: Ella es quién me envía.
GARZA: Qué de vueltas da la vida. ¿Qué puedo hacer por todos estos personajes, mariposilla?
NÁYADE: Son esclavos de aquellos tiempos y están en el umbral que nos separa del mundo exterior. ¿Te identificas con ellos?
GARZA: Siento compasión, por ellos y por mí.
Soplaba un frío de luz añil que me rizaba las plumas, olor a castañas asadas y anís en el Monte Malayo...
Pajarillo tú que vuelas
y en el pico llevas hilo,
mira si puedes coserme
que el corazón traigo herido
y esa herida me duele,
que está muy lejos de aquí
el que por mi amor se muere.
GARZA: ¿Has escuchado esa canción?
NÁYADE: Sí.
GARZA: Es la voz de mi madre, reconozco su timbre de melaza a kilómetros ¿dónde está? 200
¡Ayúdame a encontrarla!
NÁYADE: Seguro que está, aquí hay mucha gente retenida. Muchas almas.
Intenté ubicar la procedencia de aquella vibración con textura de copla. La vista y el oído se me perdían en una multitud de árboles, de posturas, quejidos, hambre. La confusión era cada vez mayor.
NÁYADE: Prudencia, garciya, no acabaríamos nunca de andar en este monte si la buscamos, habrías perdido un tiempo muy valioso, además corres el riesgo de no salir de aquí jamás. Recuerda que lo que ves y escuchas no son más que destellos del pasado. Mira al frente, garcita, y déjalo estar.
GARZA: Pero... se oyen polluelos llamando a sus madres, ¿dónde están? ¡no los veo!
NÁYADE: Y a ellas arrullándolos.
GARZA: Entonces, este debe ser un lugar de cría. Por aquí habrá nidos. La temporada pasada el mío no estaba aquí. Recuerdo muy bien la charca, fue entre los velos de un chirimoyo donde lo construí. NÁYADE: Vuestros recuerdos se están desvaneciendo...
GARZA: Nuestros antecesores siempre buscaron la cercanía de las aguas, no los secanos. ¿Porqué están criando aquí, mariposilla?
NÁYADE: Como bien sabes, los polos de la Tierra están cambiando su posición y los edificios sustituyen vuestros árboles. La ruta que habéis seguido esta temporada os trae a criar al pasado, fuera de vuestro hábitat natural.
Náyade movía sus alitas sobre un círculo de piedras, desafiando la fuerte gravedad, volvió a mi pico, fatigada.
NÁYADE: Ya no podré volar más.
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GARZA: ¿Porqué lo has hecho?
NÁYADE: Para indicarte donde se reunían los de antaño, alrededor de aquel fuego: el quemaero, allí quemaban las herencias de los difuntos.
ANCESTRO: Aquí yace tu herida más reciente...
Esa voz cruzó mi cabeza como un latigazo al aire. NÁYADE: Ese almendro, que aparece encorvado, eres tú, sentado de viejo, estás leyendo.
Continuaba leyendo el viejo almendro: ANCESTRO: Cuando las aguas cubrían estas lomas, hace mucho, mucho tiempo, aquí estaba la orilla. Entonces el amor no tenía palabra, reinaba el murmullo de los astros y el silencio era de todos la voz. Busca en mi interior, kirke.
GARZA: Tiene un agujero en su cabeza ¿será este mi nido?
NÁYADE: No lo sé. GARZA: En su interior mis huevos estarían protegidos del Sol.
NÁYADE: Otras de tu especie los están enterrando, como hacían vuestros antepasados los reptiles.
GARZA: ¡Ah, mira! si hay dentro una concha fosilizada. ¿Usted soy yo? ¿porqué me ha llamado kirke? ­le pregunté.
El viejo tronco quedó callado como escuchando el silbido del viento... NÁYADE: Ellos pueden hablarte, pero tú no puedes comunicar con ellos, no al menos todavía.
GARZA: Pues vaya, si solo viven dentro de mí, esto no es vida entonces.
NÁYADE: Todo el mundo vive así, por desgracia. Proseguía la voz del viejo almendro, que ignoraba nuestra conversación, leía sentado:
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ANCESTRO: Cuenta una leyenda que cuando el nivel de las aguas alcance aquellas palabras grabadas en la inscripción en la gruta que hay bajo este... ­se apaga la voz, ahogada por la cada vez más fuerte presión atmosférica.
A mi izquierda, dos troncos se unían en una cabeza de dos caras: la una reía, la otra lloraba.
NÁYADE: Ese es el amor entre los humanos...
Se me puso la carne de gallina al notar que la voz de mi amiga Náyade ya no era un susurro, sino una letanía que retrocedía barriendo el polvo de los senderos y barrancos. Un soplo de viento se llevó a la mariposa de mi lado y estampó sus colores en los primeros resplandores de la aurora.
Entonces, me encontré sola por primera vez, mi querido Coto, sola en la Cresta con todos aquellos recuerdos retorciéndose como almendros que no habían visto el agua en décadas. Llegaban fuertes rachas de viento solar, entonces, para protegerme comencé a escarbar en el quemaero, pero aquel viento abrasaba, soplaba con tal fueraza que empezaron a saltar chispas de las ascuas desenterradas, herencias pretéritas. ¡Y de repente lo vi! Era un niño en la postura de estar corriendo, ¿o una niña? Pequeñas llamas lo alumbraban...
Empezaba a levantarse el aire de la madrugada, precursor del alba, como un caballo negro galopaba hacia el Oeste.
Las llamas despertaban y se estiraban sobre el crepitar de los almendros, tras un largo letargo. Me acerqué al árbol en aquella postura retenida, que luchaba por desprenderse.
GARZA: ¿Porqué corres, niña?
A lo que contestó el almendro con una lluvia de flores. GARZA: ¿No quieres hablar conmigo?
El lucero del alba resplandecía como un huevo en el cielo, un filo dorado limitaba el horizonte. Se oían los ladridos de perros salvajes...
GARZA: ¿Adónde quieres ir?
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La madera en sus ásperas cortezas salientes dejaba intuir el paso del viento en sus rizos y en su ropa, expresaba la emoción de liberar ataduras, de correr y correr sin ser alcanzada. Con cuidado acerqué el pico, soltando la concha fosilizada en su manita que se estiraba, me acurruqué encima y dejé caer un huevo dentro. A continuación la niña poco a poco comenzaba a desprenderse del almendro, abriendo las cortezas de los muslos y brazos, sacando las raíces de cuajo y por fin corrimos por la tierra seca abajo.
CARMITA: ¡Corre que se acercan! ¡Si nos pillan los mayores ya no podremos jugar!
GARZA: ¿Puedo acomodarme en tu hombro?
CARMITA: Claro. ¿Tú no eres una desconocida? Mamá dice dice que tenemos que ser responsables, que acabamos de salir de una guerra. GARZA: ¿Vamos a la playa?
CARMITA: Mi primo dice que si lanzas piedras a la mar salen pájaros volando.
GARZA: ¡Y si hacemos castillos de arena el viento borrará nuestras huellas!
CARMITA: ¡Vamos!
Volví la cabeza al Monte Malayo: Algunos almendros ya estaban ardiendo y corrían alborotados por las llamas; otros se retorcían a nuestras espaldas y cambiaban de postura:
El Amor ahora era un solo cuerpo y nos miraba de frente, sonriendo...
Las llamas de la hoguera se alzaban y lamían los pies del Ancestro que leía impasible. Sonaba una música dionisíaca, de flauta oriental, que salía de la boca del Miedo, apuntando al Cura que se quitaba la sotana, desnudándose a través de la melodía...
204
El Carroñas se hundía en la tierra al compás del Labraor de la azada, que le cantaba algo inaudible...
Las Murmuraoras se besaban apasionadamente...
La Hilapenas lloraba de la risa al ver a su hijo histriónico, cómo bailaba, imitando los espasmos de un fusilao...
El único que permanecía en su postura, impasible, era el Ancestro, continuaba leyendo, ahora en voz alta, tan alta que resonaba en todo el cerro ardiente. Mientras las llamas le subían por el tronco, crujiendo, lamiendo su voz, que se confundía en el crepitar del fuego y la madera.
Así fue como los malayos brotaron en estampida buscando la ciudad.
El lucero del alba brillaba en el rosado cielo como un huevo en mitad del camino. ¡¡Vamos allá!!
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ACTO IX
Seguimos el camino por donde comienza a salir el Sol. A hombros de la niña atravesamos la vega 206
hacia la playa. El Monte Malayo empieza a ser un nido de brasas en el amanecer. Detrás de nosotros viene el Pasado en procesión carnavalera: cintas de colores, tracas y petardos, cabezudos, malabaristas...
La Hilapenas viene agarrándose a su hijo, que le esconde la botella de anís... Las lavanderas revolean los trapos de sus canastos entre risas y ovaciones: “¡la revolución de las prendas!”
El mulero coge un canasto y lo usa de barquilla, se tira rambla abajo...
Ahí va el Miedo, tocando la flauta alegremente, lleva a cuestas al Cura, que le cubre los ojos con la sotana, pateándole el culo una y otra vez...
El aguaor desde la rambla, les tira cubos de agua... Los guerrilleros se doblan las palmas. Tracas y petardos, un burro taconea y lanza el sombrero al aire. El último que viene es un espartero, chupa el esparto y va trenzando una cola de dragón que arrastra por el camino, no llegamos a ver su final...
A hombros de la niña...
GARZA: ¿Cómo te llamas?
CARMITA: Carmencilla, ¿Jugamos a que tú eres mi hijo?
GARZA: ¡Te doy un aire! ­aleteo sobre su hombro, la niña se ríe.
CARMITA: Sí, mi hijo tiene las alas blanquitas y caga volando.
GARZA: ¡Y un pico de oro!
CARMITA: Y ahora vamos a jugar a que tú estas malito y yo te cuido. ¡Venga ponte malito! ¡tienes que tumbarte! Así... ahora dime que quieres comer.
GARZA: Pan.
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CARMITA: Joo de eso no tengo. Espera, toma ­arranca una mata de romero y me la pone en el pico.
Arribamos al puente, cerca de la encrucijada del amanecer, donde te reconozco a ti, Coto, y al joven náufrago que te acompaña. Habláis con un malayo, hombre envuelto en llamas. Mientras la vieja Muerte se acerca por el Camino de Poniente, distorsionada con el traqueteo del carro.
Nos adelanta un niño gritando y corriendo rambla abajo:
NIÑO: ¡Tengo una espada de madera!
CARMITA: ¡Y nosotros vamos a la isla! Corremos tras él.
COTO. ¡Ahí va la Carmen! JOVEN NÁUFRAGO: ¡Ahí va! La Procesión del Pasado que nos sigue desde el Cerro de las Consecuencias se detiene en la encrucijada, a mirar el espectáculo: pues el malayo se ha subido al carro y está prendiendo fuego a la Muerte, que huye despavorida entre las llamas. El malayo invita a los presentes:
LABRAOR EN LLAMAS: ¡Os abro paso, venid por el camino que retrocede, ¡el camino del recuerdo!
La procesión carnavalera, entre festejos, le sigue Camino de Poniente, donde el tiempo corre inverso, caminan hacia atrás, rebobinado los movimientos, comienza a oscurecer. Desde allí canta Amigrillo:
AMIGRILLO: ¡Mi tiempo siempre! ¡siempre es nuevo, siempre es fresco! ¡venga que os hablaré del silencio! 208
Coto explota a carcajada limpia y me señala. El muchacho me mira estupefacto. Los dos rompen a reír.
El Sol se posa sobre la Mar durante un instante eterno.
Los que sigan por la vereda del recuerdo, lo verán ocultarse entre las montañas, dando entrada a la nueva noche; otros caminos presentarán otros soles, otras noches; para los que se queden en las encrucijadas no pasará el tiempo.
Yo decido volar mar adentro, donde el Sol levantará su esfera y brillará sobre el lienzo cambiante de las aguas, donde mi sombra proyectada volará pegada a su luz, buscando en las profundidades orbitantes una forma con la que volver a tierra firme.
No sé si llegaré a las costas de África, o erraré en el infinito azul.
Los niños juegan en la orilla... El viejo Coto y el muchacho ya son dos puntitos al fondo de una encrucijada cualquiera donde el tiempo se detiene, una de tantas que conectan los siete mil caminos de la vega, los cuales a vista de pájaro no son más que rayitas que dividen las parcelas. Retumba la vega por el cante del incansable Orfeo.
Bañado por el emergente astro dorado, llevo en el pico una mata de romero. Suelto la caracola que agarran mis patas y doy un rodeo a la Isla de Lava Fría, antes de alejarme como una sombra que se disipa en el azul cielo. 209
FIN
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