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Cultura
Semblanza del Dr. Enoch Cancino Casahonda
Gonzalo Barret
S
el Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas, donde en compañía de Rosario Castellanos y Jaime
Sabines forman vela, viento y timón de la nave
literaria de nuestros paisajes que se engalana
con los fuegos de san Telmo de los versos que
surgen de la cotidianeidad de sus espíritus inquietos.
iempre he considerado un privilegio haber
conocido al Dr. Enoch Cancino Casahonda, hombre jovial y de plática amena de la
que brotaba, sin duda alguna invariablemente,
una anécdota que recordaba al Tuxtla ya ido, al
Tuxtla de los abuelos, de las casas abiertas y de
las tertulias en la banqueta donde los más viejos, en las tardes, sacaban sus sillas y sus butaques para platicar los sucesos del día, mientras
el viento soplaba su fresco aliento con aroma de
la flor de ylang – ylang, traído desde la cañada
de San Fernando, flor de canaga, quizá abandonada por algún inmigrante filipino que hizo suyo
el suelo de los alrededores de Tuxtla. Tardes de
degustar una deliciosa taza de café mientras en
una charola se repartía el pan tradicional, “pan
de panadera” decía mi abuela, y se esparcía en
el ambiente la sensación de la tranquilidad provinciana y del amor a la tierra.
No es extraordinario que haya decidido curar el
corazón de sus paisanos, tarea que hizo más
por vocación que por formación, que al fin y al
cabo el era conocedor de todos los recovecos
de esta víscera en la que todos los románticos
escogen como el centro de los sentimientos.
Y así, combinando en partes sus misiones, destinos y aficiones, como lo hace el quetzal y el
guacamayo con sus plumas de extremada belleza y armónicos colores, conforma su paso
por la vida, como integrante de la Academia
Mexicana de la Lengua, maestro fundador de la
Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas, poeta, escritor, periodista,
político y charlista irredimible. Sus versos sencillos eran capaces de tocar las fibras más íntimas
del alma.
De esos tiempos y de estos lares fue el poeta,
que vio la luz primera en nuestra entrañable ciudad de Tuxtla Gutiérrez el día 6 de octubre de
1928; inquieto como estudiante y como joven,
amante de las fiestas y de la bohemia. Noquis,
como se le conocía, era un entusiasta de las
fiestas del barrio a las que asistía con la única
invitación del alegre estallido festivo de los cohetes y de los triques.
La Secretaría de Salud se enorgullece en haber
contado con él entre sus filas y bajo su mando,
cuando en el período de 1964 a 1972 fue jefe
de los entonces Servicios Coordinados de Salud Pública del Estado de Chiapas.
Estudió Medicina en la Universidad Nacional
Autónoma de México y a los 21 años de edad
escribió el poema que le daría el lugar preponderante dentro de los bardos chiapanecos: el
Canto a Chiapas, un poema con la elegante
sencillez de lo vivido y de la nostalgia por regresar a la tierra que lo vio nacer, cuyo texto ha
sido considerado por muchos como el segundo
himno que surge de la lírica para Chiapas.
Y así, nuestro laureado humanista, Premio Chiapas y Premio Rosario Castellanos, el máximo
premio que otorga el Congreso del Estado, fallece a los 82 años de edad el 2 de marzo de 2010
pero su espíritu, cual una flor al viento, recorre
las montañas de bolón y los pastizales de Coyatoc en una permanente voluntad que lo une a
su pueblo.
A su regreso a Chiapas, y ya en la década de
los cincuenta, se integra al movimiento cultural
más importante del siglo XX en nuestro terruño:
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Canto a Chiapas
Dr. Enoch Cancino Casahonda
Poeta chiapaneco
Chiapas es en el cosmos
lo que una flor al viento.
(Supe que Chiapas no era sólo el insomnio de la selva
besando la palabra de los vientos
y el río llorando epopeyas
en el torrente de las horas viejas…)
Es célula infinita
que sufre, llora y sangra.
Invisible universo
que vibra, ríe y canta.
Percibí en ella
una sed insaciable de nuevos horizontes
una ansia inconfesada de compartir su vieja voz de arrullo
su triste voz
(triste como la imagen del indio
clavada entre la cruz de sus caminos).
Chiapas, un día lejano,
y serena y tranquila y transparente,
debió brotar del mar ebrio de espumas
o del cósmico vientre de una aurora.
… Mas supe también que Chiapas era
el callejón aquel donde ladraba el tiempo,
aquel olor a lluvia que cantaba
la santidad de nuestras almas niñas.
…Y surgió, inadvertida
como un rezo de lluvia entre las hojas,
tenue como la brisa,
tierna como un suspiro;
pero surgió tan honda,
tan real, tan verdadera y tan eterna
como el dolor, que desde siempre riega
su trágica semilla por el mundo.
Y, supe además que a ratos era
una fiesta en el barrio,
el aroma infinito de una ofrenda
y una marimba desafiando al aire
profanado de cohetes y campanas.
Desde entonces, Chiapas es en el cosmos
lo que una flor al viento.
¡Chiapas!
he de volver a ti como un suspiro al viento
como un recuerdo al alma.
Chiapas nació en mí:
con el beso primario en que mi madre
marcó el punto inicial del sentimiento.
He de volver a ti
como el cordero fiel de la leyenda
para ser una nota, que perdida,
vague en la soledad de tus veredas
Chiapas creció en mí:
con los primeros cuentos de mi abuelo,
en la voz de mi primer amigo,
y en la leyenda de mi primera novia.
Para ser “uno más” entre tus redes,
tejidas con el hilo del incienso
y beber el poema de tus noches
en la leyenda azul de tus marimbas.
Desde entonces, Chiapas es en mi sangre
Beso, voz y leyenda.
…y fue preciso
que el caudal de los años se rompiera
sobre mi triste vida solitaria,
como la espuma en flor, de roca en roca,
para saber que Chiapas no era sólo río
para saber que Chiapas no era sólo estrella,
brisa, luna, marimba y sortilegio.
Y cuando viejo, solo y abatido
se aproxime el final de mi existencia,
he de besar tu tierra para siempre.
A esa bendita tierra
que cual ella me hiciera:
con un alma de cruz
y de montaña.
Para saber que a veces también era
la indescriptible esencia de una lágrima,
algo así como un grito que se apaga
y un suspiro de fe que se reprime.
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