Las denominadas “voluntades anticipadas” se regulan por

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LÍMITES AL CONTENIDO DE LAS VOLUNTADES ANTICIPADAS
Ignacio Sancho Gargallo
Magistrado. Doctor en Derecho
1. Las voluntades anticipadas
Las denominadas “voluntades anticipadas” se regulan por primera vez en la Llei 21/2000,
de 29 de desembre, del Parlament de Catalunya, junto con otros derechos del paciente
como son el acceso a la documentación clínica, el derecho a la información y el
consentimiento informado1. Esta norma sirvió de impulso y ejemplo para la posterior Ley
estatal 41/2002, básica reguladora de la autonomía del paciente.
El término voluntades anticipadas fue el que el Parlament de Catalunya consideró más
adecuado para referirse a lo que la opinión pública designaba como “testamento vital” y
más tarde la Ley estatal básica designará con el término de “instrucciones previas”: la
manifestación realizada por una persona, con capacidad suficiente y libremente, que
anticipa una voluntad sobre los cuidados o el tratamiento en caso de que más adelante se
encuentre en una determinada situación médica y no esté en condiciones de decidir por sí
mismo.
El art. 8.1 de la Llei 21/2000, se refiere a ellas propiamente como al “document de voluntats anticipades és
el document, adreçat al metge responsable, en el qual una persona major d’edat, amb capacitat suficient i
de manera lliure, expressa les instruccions a tenir en compte quan es trobi en una situació en què les
circumstàncies que concorrin no li permetin d’expressar personalment la seva voluntat. En aquest
document, la persona pot també designar un representant, que és l’interlocutor vàlid i necessari amb el
metge o l’equip sanitari, perquè la substitueixi en el cas que no pugui expressar la seva voluntat per ella
mateixa”.
2. Derecho del paciente a adoptar decisiones sobre la propia salud
Las voluntades anticipadas se enmarcan en el derecho a adoptar decisiones sobre la
propia salud. Este derecho aparece explicitado en el Convenio del Consejo de Europa
Llei 21/2000, de 29 de desembre, sobre els drets d'informació concernent la salut i l'autonomia del
pacient, i la documentació clínica (DOGC núm. 3303, de 11-01-2001, p. 464 ss. Correcció d'errades
DOGC núm.3353, de 22-03-2001, p. 4211)
1
para la protección de los derechos humanos y la dignidad del ser humano respecto de las
aplicaciones de la biología y la medicina, suscrito en Oviedo, el 4 de abril de 1997, que
entró en vigor en España el día 1 de enero de 2000. En su art. 5 regula la autonomía del
paciente frente al tratamiento médico, al reconocerle el derecho de información y exigir,
consiguientemente, el consentimiento informado2.
b) La autonomía del paciente se ubica dentro del derecho a la integridad de la
persona. Así lo hizo la carta europea de Derechos Humanos 2000/C 346/013, cuyo
contenido, tal y como fue adaptada en su versión de 12 de diciembre de 2007 en
Estrasburgo, aparece reconocido por el art. 6 del Tratado de la Unión Europea.
En este contexto, el rechazo del tratamiento médico se concibe como una
manifestación de la libertad de tomar decisiones sobre la propia salud. Así lo ha
entendido el Tribunal Constitucional, en su sentencia 154/2002, de 18 de julio, cuando
valora el rechazo de un menor de 13 años a una transfusión de sangre por motivos
religiosos, y advierte que esta oposición a “la injerencia ajena sobre su cuerpo” supone
el ejercicio de “un derecho de autodeterminación que tiene por objeto el propio sustrato
corporal y que se traduce en el marco constitucional como derecho fundamental a la
integridad física (art. 15 CE)”.
La ubicación de este derecho a la toma de decisiones sobre la propia salud, en el ámbito
del derecho a la integridad física y moral del art. 15 CE ya aparece en la STC 137/1990,
de 19 de julio4, cuando resuelve el recurso de amparo interpuesto por reclusos del
GRAPO en huelga de hambre frente a la autorización judicial concedida a la
Administración Penitenciaria de emplear medios coercitivos para la asistencia médica.
“Una intervención en el ámbito de la sanidad sólo podrá efectuarse después de que la persona afectada
haya dado su libre e informado consentimiento.
Dicha persona deberá recibir previamente una información adecuada acerca de la finalidad y la
naturaleza de la intervención, así como sobre sus riesgos y consecuencias.
En cualquier momento la persona afectada podrá retirar libremente su consentimiento”.
3 Cuyo art. 3.2 después de reconocer a “toda persona el derecho a su integridad física y psíquica”, dispone
que “en el marco de la medicina y la biología se respetarán en particular: el consentimiento libre e
informado de la persona de que se trate, de acuerdo con las modalidades establecidas en la ley”.
4
La doctrina expuesta en esta sentencia estaba básicamente recogida ya en la anterior STC 120/1990, de 27
de junio (RTC 1990/120), y se reprodujo en la posterior STC 11/1991, de 17 de enero (RTC 1991/11). El
supuesto fáctico es similar en las tres sentencias: recurso de amparo interpuesto por reclusos del GRAPO
en huelga de hambre frente a la autorización judicial concedida a la Administración Penitenciaria de
emplear medios coercitivos para la asistencia médica.
2
En aquella ocasión, el Tribunal Constitucional, sitúa el análisis de la libertad de rechazar tratamientos
terapéuticos en cuanto manifestación de la libre autodeterminación de la persona en el ámbito de los
derechos a la vida –art. 15- (FJ 5), a la integridad física –art. 15- (FJ 6) y a la libertad ideológica –art. 16(FJ 8), y expresamente lo excluye del derecho a la libertad del art. 17 CE (FJ 9) y del derecho a la intimidad
personal del art. 18.1 CE (FJ 10). Aunque, propiamente, declara que la imposición a una persona de una
“asistencia médica en contra de su voluntad (…) constituiría una limitación vulneradora del derecho
fundamental -a la integridad física y moral (art. 15 CE)-, a no ser que tenga justificación constitucional”.
Y en el mismo sentido se ha pronunciado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
en su sentencia Glass v UK, de 9 de marzo de 2004, al considerar que la decisión
médica de imponer un tratamiento (administración de morfina) a un menor gravemente
discapacitado y con una infección del tracto respiratorio en contra de la voluntad de su
madre, que creía que con ello se adelantada la muerte, lesionaba el derecho a la
integridad física del menor.
Para la doctrina, el derecho de integridad personal (física y moral) adquiere una
dimensión de derecho de libertad: “la libertad individual no sólo se manifiesta a través
de acciones que implican relación del sujeto con los demás o que proyectan la
personalidad del individuo, sino que, asimismo, aparece cuando el sujeto decide, a
propósito de su propio cuerpo, por ejemplo, someterse o no a una intervención quirúrgica
o seguir tal y cual tratamiento”5. De tal forma que el consentimiento de la persona (la
voluntad de rechazar o aceptar una intervención médica que afecta a su propia integridad)
pasa a ser un elemento constitutivo del derecho6. Sin perjuicio de que esta libre
disposición sobre el propio cuerpo no sea absoluta, pues no existe un derecho a la
mutilación7 ni tampoco a disponer de la propia vida8, lo que permite excluir como
veremos las decisiones que comporten una eutanasia activa directa.
En los casos de eutanasia pasiva y de eutanasia activa indirecta, sin perjuicio de los casos
fronterizos en los que es difícil de distinguirlos de la eutanasia activa directa, no suele
producirse un conflicto entre la protección jurídica de la vida y de la integridad personal,
ya que la decisión adoptada no se refiere directa ni principalmente a la muerte, sino a la
CANOSA USERA, R., El derecho a la integridad personal, IVAP y Lex Nova, 2006, p. 66.
CANOSA USERA, R., op. cit, p. 67.
7 CANOSA USERA, R., op. cit, p. 69.
8 REY MARTÍNEZ, F., Eutanasia y derechos fundamentales, Centro de estudios políticos y constitucionales,
Madrid 2008, p. 118, quien invoca la doctrina asentada por la STC 120/1990.
5
6
salud o al rechazo del sufrimiento, aunque esto impacte indirectamente y posteriormente
sobre la vida del sujeto.
En este marco debemos situar el art. 20 del Estatut de Catalunya, tal y como quedó
aprobado por las Cortes Generales, que no sólo modificó el texto inicialmente aprobado
por el Parlament de Catalunya, sino también la propia rúbrica, que inicialmente era
“derecho a morir con dignidad” y pasó a ser “derecho a vivir con dignidad el proceso de
la muerte”. En cuanto a su contenido, cambia el apartado primero según el cual “Totes
les persones tenen dret a rebre un tractament adequat del dolor i cures pal·liatives
integrals i a viure amb dignitat el procés de llur mort”. Esta redacción sin dejar de ser
ambigua, no se refiere a un supuesto “derecho a morir” sino, en positivo, a “vivir
con dignidad” el proceso de la propia muerte9. Y se complementa con el apartado
segundo que regula el documento de voluntades anticipadas: “Totes les persones tenen
dret a expressar llur voluntat d'una manera anticipada per tal de deixar constància de
les instruccions sobre les intervencions i els tractaments mèdics que puguin rebre, que
han d'ésser respectades, en els termes que estableixen les lleis, especialment pel personal
sanitari quan no estiguin en condicions d'expressar personalment llur voluntat.”.
Como hemos visto, las voluntades anticipadas ya venían reguladas en la Lei 21/2000, de
29 de desembre, junto con el consentimiento informado. A través del consentimiento
informado (arts. 6 y ss.), que tiene como presupuesto el derecho de información
asistencial (arts. 2 y ss.), el paciente puede hacer valer esa esfera de libertad de la que
veníamos hablando, al exigirse su consentimiento para cualquier intervención en el
ámbito de la salud, debiendo ser por escrito en aquellos casos en que se trate
“d’intervencions quirúrgiques, procediments diagnòstics invasius i, en general, quan es
duen a terme procediments que comporten riscos i inconvenients notoris i previsibles,
susceptibles de repercutir en la salut del pacient”. Sin perjuicio del juego del
REY MARTÍNEZ, F., op. cit., p. 6-7, quien además cuestiona el sentido de la norma, pues “si el derecho a
vivir con dignidad el proceso de muerte equivale al derecho a los cuidados paliativos (o a la
autodeterminación corporal –otra materia para la que la comunidad autónoma no tiene competencia para la
regulación-), la formula es perfectamente inútil, y si tiene otro contenido, además de ser inconstitucional
por razones formales de incompetencia, también lo será por razones de fondo, de contradicción con la
protección juridico-constitucional de la vida tal y como lo viene interpretando (hasta ahora, por lo menos)
el Tribunal Constitucional”.
9
consentimiento por sustitución del art. 7, el paciente puede dejar constancia escrita de su
voluntad, en previsión de que más adelante carezca de capacidad para manifestarla.
Estas voluntades anticipadas deben plasmarse por escrito, por quien en ese momento
goza de plena capacidad y libertad para hacerlo, y contendrán unas instrucciones que
lógicamente podrán versar o, dicho de otro modo, serán vinculantes respecto de todo
aquello que conforme a la regulación del consentimiento informado puede disponer el
paciente. Hay dos formas: ante notario, y sin necesidad de testigos; o ante tres testigos
mayores de edad y con plena capacidad de obrar, de los que dos no deben tener relación
de parentesco hasta el segundo grado ni estar vinculados patrimonialmente (art. 8.2).
Además se prevé la incorporación de este documento a la historia clínica.
3. Contenido y límites de las voluntades anticipadas
El contenido de las voluntades anticipadas debe versar únicamente sobre los cuidados o
tratamiento médicos, y llegado el fallecimiento, el destino de su cuerpo o de sus órganos,
y esta sujeto a los límites propios de la autonomía del paciente: no puede a través de
ellas disponer de su vida, y en este sentido el art. 8.3 Llei 21/2000 niega eficacia
vinculante a las instrucciones contrarias al ordenamiento jurídico10. Resulta lógico que no
pueda disponerse a fortiori lo que resulta indisponible in actu11.
Este límite aparece claramente en el art. 143.4 CP, que sanciona con pena privativa de
libertad, aunque atenuada con respecto a la del homicidio doloso común, a quien
«causare o cooperare con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición
expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad
grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos
permanentes y difíciles de soportar». Con ello, este precepto tipifica penalmente la
eutanasia activa directa, aun en el caso de enfermedades crónicas e irreversibles, y de
padecimientos permanentes y difíciles se sufrir. No impide la responsabilidad penal que
También niega eficacia a las instrucciones contrarias a la lex artis (buena práctica clínica), respecto de lo
cual jugará un papel importante el transcurso del tiempo desde el otorgamiento de estas instrucciones y la
su aplicación, pues lo que en un momento anterior era un medio asistencial extraordinario, por el progreso
médico puede haberse convertido con el paso del tiempo en un tratamiento médico ordinario y esencial.
11 SILVA SANCHEZ, J., Los “documentos de instrucciones previas” de los pacientes (artículo 11.1 Ley
41/2002) en el contexto del debate sobre la (in)disponibilidad de la vida, Diario La Ley, 3 de septiembre de
2003.
10
esta actuación responda a una petición “expresa, seria e inequívoca” de la víctima. Estas
circunstancias no justifican ni exculpan, aunque si atenúan el alcance de la
responsabilidad, al merecer una pena inferior a la del homicidio doloso común.
En este contexto legal, que responde a la concepción de la indisponibilidad de la vida
humana como límite a la autonomía del paciente, unas voluntades anticipadas en las
que se solicita directamente el suministro de un fármaco o tratamiento para acabar
diretamente con la vida resultan ineficaces, y quien las ejecutara incurriría en una
conducta ilícita12.
Lo que no excluye que exista un abanico de posibilidades, desde la conducta inequívoca
de eutanasia activa directa, hasta la eutanasia pasiva indirecta, consecuencia de la
enfermedad, pero también de los analgésicos que recibe, cuya procedencia o
improcedencia vendrán determinadas por la consideración que merezcan desde la
perspectiva de la lex artis del médico13. De hecho, la ley marca también como límite a la
eficacia de las instrucciones previas que no sean contrarias a la lex artis. Los médicos
deberán advertir en cada caso cuando el cese de un tratamiento médico o el suministro de
unos analgésicos se adecuan a la lex artis, y cuando por las circunstancias que concurren
la contrarían gravemente. En principio tanto el encarnizamiento terapéutico como la
prolongación artificial de la vida son tratamientos inútiles y futiles constituyen mala
práxis, máxime si existe una voluntad contraria del paciente. Al mismo tiempo, el médico
debe no solo tratar de curar al paciente, sino también paliar en la medida de lo posible el
dolor. El uso de analgésicos y el riesgo que conllevan de provocar la muerte del paciente
debe ser valorado por el médico, cuya decisión no puede venir motivada por el objetivo
de acabar con la vida del paciente.
Por otra parte, el estado de la ciencia médica y asistencial nos debe ilustrar cuando un
tratamiento o cuidado médico es ordinario, y su renuncia supone un acto contrario a la lex
Esta cuestión se analiza con más detenimiento en SILVA SANCHEZ, J., op. cit.
Como advierte la doctrina, se trata de un concepto jurídico indeterminado, que lo define como un
“criterio valorativo de la corrección del concreto acto médico ejecutado por el profesional de la medicina
que tiene en cuenta las especiales características de su autor, de la profesión, de la complejidad y
trascendencia vital del paciente y, en su caso, de la influencia en otros factores endógenos –estado e
intervención del enfermo, de sus familiares, o de la misma organización sanitaria-, para calificar dicho acto
de conforme o no con la técnica normal requerida” (VILLAR ABAD, G., La regulación de las
instrucciones previas en las Ley 41/2002, en AAVV, Autonomía del paciente, información e historia
clínica, Cívitas, 2004, p. 342).
12
13
artis, aunque disponga de él el paciente a través de unas instrucciones previas, y cuando
es extraordinario y resulta razonable la renuncia del paciente.
En última instancia, para juzgar la eficacia de unas voluntades anticipadas habrá que
atender a los dos límites legales, que no vulnere el ordenamiento jurídico y la lex artis,
que están entrelazados, pues la lex artis determinará en muchos casos la legalidad de los
solicitado por el paciente. Partiendo de la consideracion de la que hay que seguir la
voluntad del paciente, siempre y cuando lo solicitado no sea algo ilegal o contrario a las
buenas prácticas médicas, el límite de esta autonomía del paciente se situará con
frecuencia en la lex artis, debiéndose advertir en cada caso qué resulta procedente y qué
no14.
4. Fundamento constitucional del límite de la eutanasia activa o suicidio asistido y su
relación con la eutanasia pasiva y la activa indirecta
La tipificación penal de la eutanasia activa, límite claro del ordenamiento jurídico al
contenido de las voluntades anticipadas, ha suscitado en la doctrina dos ámbitos de
discusión: primero, si realmente cabe distinguir este tipo de eutanasia de la pasiva y de la
indirecta; y segundo, si este precepto penal no contraría la constitución, y en concreto un
supuesto derecho a disponer de la propia vida.
a) Contornos de la eutanasia activa directa
Con frecuencia se argumenta que la línea divisoria entre la eutanasia activa y la pasiva no
siempre es neta, por ejemplo en el caso de enfermedad incurables de largo desarrollo. Y
al mismo tiempo se plantea el problema de enfermedades incurables en las que no cabe la
eutanasia pasiva: cuando no están afectados órganos y funciones vitales, y la única forma
de poner fina al sufrimiento es la eutanasia activa.
En EEUU se planteó la procedencia de esta distinción en dos casos (Washington v.
Glucksberg; y Vacco v Quill), en los que si bien inicialmente se negó esta distinción, el
Tribunal Supremo Federal en 1997, revocó las resolución y negó, por unanimidad,
que existiera por un derecho constitucional federal al suicidio asistido por médico (y
SANCHO GARGALLO, I., “Las instrucciones previas. Límites a la facultad de disposición. Los
modelos de documentos de instrucciones previas”, en “El juez ante la investigación biomédica”, Cuadernos
de Derecho Judicial, 2004/X, pp. 239-243.
14
tampoco al suicido). No cerró el debate pues remitió su discusión al ámbito estatal. Lo
que vino a decir es que el Estado no está constitucionalmente obligado a permitir el
suicidio asistido, pero no impide que un Estado pueda permitirlo (como ocurre en
Oregón). El Tribunal Supremo, en cualquier caso, aclara que es válida la distinción entre
eutanasia directa (para prohibirla) y eutanasia pasiva (para admitirla).
La distinción, aunque en algún caso pueda resultar difícil, por sus consecuencias
prácticas, en principio es clara: la eutanasia directa no es propiamente una decisión sobre
la propia salud (no consiste en elegir o rechazar un tratamiento. Es una conducta que se
enfoca directamente a al propia existencia, aunque se adopte en un contexto de una
enfermedad grave e incurable que cause padecimientos insoportables al paciente y que,
además, provoca instantáneamente el desenlace fatal, de modo que es irrevocable.
b) Constitucionalidad del art. 143.4 CP
i) La justificación de la eutanasia como derecho fundamental, suele apoyarse en que el
derecho a la vida del art. 15 CE, ya sea sólo o en relación con otros derechos y principios
constitucionales, como la dignidad humana o el libre desarrollo de la personalidad (art.
10.1 CE), el derecho a la integridad y a no sufrir tratos inhumanos o degradantes (art. 15
CE), el valor libertad del art. 1.1 CE o la libertad ideológica del art. 16 CE, incluyen el
derecho a disponer de la propia vida por su titular. Formulado de otro modo, se
argumenta que no existe derecho a vivir, por lo que tanto el suicidio como la eutanasia
activa directa serían manifestaciones de un ejercicio legítimo de ese derecho
fundamental. Y, consiguientemente, la tipificación penal de la eutanasia contenida en el
art. 143.4 CP sería inconstitucional.
Algunos autores han subrayado la importancia de la autonomía del enfermo a la hora de
decidir acabar con su vida. El derecho a morir sería una concreción del principio de
autonomía (que, “desde el punto de vista general, supone el reconocimiento del actuar
autorresponsable, de que cada ser humano tiene el derecho a determinar su propio destino
vital y personal, con el respeto a sus propias valoraciones y a su visión del mundo,
incluso aunque se tenga la plena convicción de que son erróneas y de que son
potencialmente perjudiciales para él”) y significaría “el derecho a elegir el modo, el
tiempo y las circunstancias de la muerte de uno”. Llegando a concluir que: “la vida no es
de nadie, ni del Estado, ni de los demás hombres, ni de Dios, sino del propio titular que,
por tanto, dispone de ella tanto en sentido positivo como negativo”15. Desde esta
perspectiva doctrinal se funda la eventual legalización de la eutanasia en el derecho a la
libre disposición sobre la vida humana por parte de su titular y el respeto a su autonomía
individual: “el derecho a la libre disposición del cuerpo y de la vida es contenido de un
derecho de libertad y, en concreto, de un derecho a vivir de conformidad con los
principios ideas o convicciones que conforman una persona”16.
Esta postura, que responde a una ideología liberal-individualista, se basa en un concepto
abstracto de libre albedrío que presupone la perfección de las condiciones en que se
adopta cualquier decisión. De ahí que se exija necesariamente la concurrencia de dos
condiciones: que se trate de una voluntad auténtica y que sea racional. Y en el caso de
pacientes con enfermedades terminales no siempre es fácil valorar esta voluntad auténtica
y racional, pues con frecuencia viene determinada o muy influenciada por el deseo de
acabar con las molestias o sufrimientos, cuando no, se asocia a los efectos depresivos de
la enfermedad. Además, esta visión de la autonomía personal es extremadamente liberalindividualista, y obvia los aspectos sociales del derecho a la vida, que tiene muchas
manifestaciones, entre las que se encuentra el interés público en evitar el suicidio.
ii) Por otra parte, el derecho a la protección de la vida no es un derecho de libertad ni un
derecho disponible por su titular, según se desprende de la jurisprudencia constitucional.
El Tribunal Constitucional, con ocasión de las sentencias que resolvieron los recursos
de amparo planteados por los presos del GRAPO que hicieron huelga de hambre (SSTC
120/1990 y 137/1990), reconoce que “siendo la vida un bien de la persona que se
integra en el círculo de su libertad, pueda aquella fácticamente disponer sobre su propia
muerte, pero esa disposición constituye una manifestación del ‘agere licaere’, en cuanto
que la privación de la vida propia o la aceptación de la propia muerte es un acto que la
ley no prohíbe”. Ahora bien, en ningún caso puede hablarse de un derecho subjetivo a la
propia muerte, “que implique la posibilidad de movilizar el apoyo del poder público para
vencer la resistencia que se oponga a la voluntad de morir”, ni mucho menos de “un
15
MARCOS DEL CANO, A. M., La eutanasia, estudios filosófico-jurídico, Marcial Pons, 1999, pp. 178-180
16
PAREJO GUZMAN, M.J., La eutanasia, ¿un derecho?, Thomson Aranzadi, 2005, p. 446.
derecho subjetivo de carácter fundamental en el que esa posibilidad se extienda incluso
frente a la resistencia del legislador, que no puede reducir el contenido esencial del
derecho”. El derecho a la vida tiene “un contenido de protección positiva que impide
configurarlo como un derecho de libertad que incluya el derecho a la propia muerte”.
Con ello el suicidio no es ilícito, pues no existe un deber jurídico de vivir, pero tampoco
constituye un derecho subjetivo.
A la vista del contexto fáctico que suscitó los recursos de amparo resueltos por estas
SSTCE 120/1990 y 137/199017, podría dudarse de si el Tribunal Constitucional
mantendrían esta misma doctrina en un supuesto de eutanasia activa y/o suicidio asistido.
Pero estas dudas quedan despejadas con la posterior STC 154/2002, en un supuesto en
que si bien no es propiamente de eutanasia o suicidio asistido, se le asemeja, pues tiene
que ver con el rechazo a una intervención médica de un menor testigo de Jehová que
pone en riesgo su vida. Esta sentencia vuelve a insistir en la idea del valor
constitucional objetivo de la vida como “valor superior del ordenamiento jurídico
constitucional” y “presupuesto ontológico sin el que los restantes derechos no
tendrían existencia posible” (STC 53/1985), así como la tesis de que el derecho a la
vida no es un derecho de libertad que incluya el derecho a la propia muerte (STC
120/1990). De ahí que “no pueda convenirse que un menor goce sin matices de tamaña
facultad de autodisposición sobre su propio ser”. En este sentido, conviene advertir como
el Tribunal Constitucional enfatiza el carácter “definitivo” y, por tanto, “irreversible” de
las decisiones sobre la vida para negar la capacidad del menor. Y al mismo tiempo
concluye que el derecho a la vida del menor es “preponderante” frente a su libertad
religiosa, por lo que la decisión judicial que autorizó la transfusión fue conforme a la
Constitución.
De esta jurisprudencia del Tribunal Constitucional puede extraerse dos ideas: por una
parte, que no existe un derecho subjetivo a morir, amparado por el derecho a la vida
del art. 15 CE; y que la fuerza del valor de la vida como bien jurídico a garantizar
por los poderes públicos, aunque limitable, es preponderante.
El supuesto fáctico es similar en ambos casos: recurso de amparo interpuesto por reclusos del GRAPO
en huelga de hambre frente a la autorización judicial concedida a la Administración Penitenciaria de
emplear medios coercitivos para la asistencia médica
17
iii) Esta interpretación viene ratificada por la doctrina del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos, al interpretar si el art. 2 del Convenio de Roma ampara la eutanasia
activa o suicidio asistido, lo que debe tomarse en especial consideración a la vista del art.
10.2 CE.
Así, la STEDH, caso Pretty v Reino Unido, de 29 de abril de 200218, al interpretar el
art. 2 CEDH en el que se reconoce el derecho de toda persona a la vida, entiende que
este derecho no conlleva un aspecto negativo, a saber el derecho a morir, y que
dicho art. 2.1 CEDH no crea un derecho a la autodeterminación en el sentido de que
conceda a todo individuo el derecho a escoger la muerte antes que la vida (ap. 39). Y
de otra parte, al analizar la posible vulneración del art. 8 que reconoce a toda persona el
derecho al respeto de su vida privada y familiar, el Tribunal, en un razonamiento obiter
dicta, afirma que si bien “el rechazo a aceptar un tratamiento concreto puede, de forma
ineludible, conducir a un final fatal, (…) la imposición de un tratamiento médico sin la
aprobación del paciente si es adulto y sano mentalmente se considera un ataque a la
integridad física del interesado que afecta a los derechos protegido en el art. 8.1 del
Convenio” (ap. 63). Esta doctrina está a su vez de acuerdo con la Recomendación
1.418, del año 1990, de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, cuando
advierte que el deseo de un enfermo Terminal de morir “nunca puede constituir una
demanda legal para morir a manos de otra persona” y que tampoco “puede por sí mismo
constituir una justificación legal para evitar las acciones penales derivadas de la
causación de la muerte”19.
iv) Ante la dificultad de fundar la constitucionalidad del derecho al suicidio asistido en el
derecho a la vida del art. 15 CE, se han invocado otros amparos constitucionales, como
18
La demandante, de 43 años, padece una esclerosis lateral amiotrofica (ELA) y se encuentra paralizada
desde el cuello hasta los pies, aunque su intelecto y la capacidad de tomar decisiones se encuentran
intactos. A través de su abogado instó del Ministerio Público el compromiso de que no se instruyeran
diligencias contra su marido si la ayudaba a morir. Ante la negativa y la desestimación de los recursos
judiciales inglesas, acude al TEDH denunciado la vulneración de los arts. 2, 3, 8, 9 y 14 del Convenio
Europeo de Derechos Humanos.
La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa rechazó el 27 de abril de 2005, por 128 votos contra
56 un proyecto de resolución que pedía legalizar la eutanasia en todo el continente europeo.
19
por ejemplo el “valor” libertad reconocido en el art. 1.1 CE20. Pero se trata de una
disposición que reconoce la libertad como finalidad del ordenamiento jurídico en su
totalidad, y, en cuanto tal, no es un
«principio», por lo que no es susceptible de
convertirse en «reglas» concretas. Su función, además de localizar ideológicamente el
texto constitucional, es la de operar como elemento hermenéutico. Para otros autores la
cláusula general de libertad como principio se hallaría, más bien, en el art. 10.1 CE con
su invocación del “libre desarrollo de la personalidad”, como fundamento del orden
político y social. Para justificarlo, se interpreta este principio como “auténtica cláusula
general de libertad que preside el entero ordenamiento jurídico”21. Pero este principio,
como el de dignidad, sin dejar de tener su importancia por fundar el Estado democrático,
tienen menor eficacia práctica. Es una cláusula de simple valor exegético y de refuerzo de
otros argumentos principales, aunque como principios, y no simples valores, podrían
llegar a fundar reglas concretas vinculantes.
Al margen del contenido que deba darse a la referencia que hace el art. 10.1 CE a la
dignidad de la persona, el Tribunal Constitucional ha dejado claro que no es un derecho
fundamental ni sirve para fundamentar por sí un recurso de amparo (STC 64/1986 y ATC
149/1990), sin perjuicio de que haya servido para vincular a ella un derecho fundamental
(así, entre otros, el principio de no discriminación –STC 128/87- y el derecho al honor –
STC 214/1991), agrupar sistemáticamente un conjunto de derechos, delimitar el ámbito
de protección de ciertos derechos fundamentales, permitir la limitación de algunos
TOMAS Y VALIENTE, C., “La disponibilidad de la propia vida: aspectos constitucionales”, en Actas de las
VIII Jornadas de la Asociación de Letrados del Tribunal Constitucional, “El derecho a la vida”, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2003, pp. 66 y ss. A su entender el art. 1.1 CE “consagra un principio
general de libertad, en el que se amparan multitud de conductas no protegidas como derechos
fundamentales y que es susceptible de ser interpretado, a su vez, como una prohibición al poder público de
imponer a la libertad restricciones no razonables, arbitrarias o desproporcionadas. No obstante, aplicando
este principio, entiende que si bien la prohibición del suicidio sí resultaría contraria a la Constitución, la
prohibición de colaboración en los suicidios libres y responsables, sobre todo en los supuestos del art. 143.4
CP no supone una restricción arbitraria de la libertad incompatible con el art. 1.1 CE. No obstante, al
amparo del art. 1.1 CE una ley que permitiera la eutanasia activa sería constitucional.
20
DIEZ PICAZO, L.M., Sistema de derechos fundamentales, Thomson-Aranzadi, 2003, p. 66 y 198, este
principio se traduce en que: de una parte, todo lo que no está prohibido u ordenado está permitido y, por
tanto, los jueces habrán de proteger como lícitos los comportamientos que no se opongan a las normas
imperativas; y de otra, que el legislador no goza de una libertad omnímoda para restringir la libertad de las
personas, sino que toda restricción del ámbito genérico de libertad debe adecuarse a las exigencias del
principio de proporcionalidad: perseguir un fin lícito que no pueda alcanzarse por un medio menos
gravoso”.
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derechos en ciertos casos y, excepcionalmente, para concretar el contenido de los
derechos fundamentales (uno de cuyos ejemplos es la STC 120/1990, al argumentar sobre
los tratos inhumanos o degradantes en relación con el art. 15 CE)22.
c) Conclusión
Existe una interrelación entre el derecho a la integridad personal, que fundamenta el
derecho del paciente a adoptar decisiones sobre la propia salud, y el derecho a la vida, en
que se funda la indisponibilidad de la vida humana como límite a la autonomía del
paciente, que permite justificar la eutanasia pasiva y la activa indirecta, y sancionar la
eutanasia activa directa.
Mientras que la eutanasia pasiva y la activa indirecta se encuentran en el ámbito de
protección del derecho a tomar decisiones sobre la propia salud, derecho que se hallaría
en la penumbra del derecho a la integridad personal del art. 15 CE, la discusión sobre la
eutanasia activa debe ubicarse en el ámbito normativo del derecho a la protección
jurídica de la vida de ese mismo precepto23. El derecho a la vida y a la integridad son
derechos de estructura semejante y complementarios, forman parte del núcleo mismo de
la dignidad humana y son presupuestos para el ejercicio del resto de los derechos, pero
difieren en que la vida es objeto de protección aun sin la voluntad del sujeto, en tanto que
la integridad personal puede ser afectada si el sujeto presta su consentimiento, puesto
que, a diferencia de la vida, la integridad no es intangible24.
22
GUTIÉRREZ, I., Dignidad de la persona y derechos fundamentales, Marcial Pons, 2005, pp. 20, 91-117.
23
REY MARTÍNEZ, F., op. cit., p. 148.
CANOSA USERA, R., op. cit, p. 100, quien lo ilustra advirtiendo que, mientras el derecho a la vida no
ampara la muerte, el derecho a suicidarse, e invoca la STC 54/2002 (del menor testigo de Jehová), el
ejercicio del derecho a la integridad incluye el consentimiento para sufrir intervenciones en la integridad
personal.
24
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