Cultural Temas Piel negra y máscaras blancas. Una pausa para evocar a Frantz Fannon Discursos antirraciales en el arte caribeño contemporáneo Ivón Muñiz 16.11.2012 Nací en una diminuta porción de tierra, una pequeña y estrecha península que por espejismo llamábamos cayo: el pueblo de Felton, en la costa nororiental de Cuba. Fue a finales de 1961, justo dos meses antes de la temprana muerte (a los 36 años) del intelectual y revolucionario martiniqueño Frantz Fanon, uno de los pensadores más notables del siglo XX, poeta de utopías estimulantes: la luchas descolonizadoras y antirracistas. Allí donde nací, comencé a conocer y a convivir con una de las secuelas que instaló a fuerza de sangre y látigo la colonización: el racismo y la exclusión de la raza negra. Haitianos y jamaiquinos, que habían migrado a nuestra tierra en busca de trabajo antes del triunfo de la Revolución, eran “apartados” y mirados con temor. Ya solo el ser hombres y mujeres de raza negra inoculaba un aire de mea culpa en ellos y, en los otros, la aborrecible exclusión. Así crecí, sin entender el porqué, cerca de Elena Hamilton y Maximiliana, dos mujeres negras caribeñas que contaban sus historias de vida a través de su religión. Muchos años pasaron para que yo supiera quién fue Fanon —la voz de ellas, de otras y otros—, el pensador postcolonial que denunció las máscaras racistas y colonizadoras que el poder eurocéntrico impuso y perfiló. El año pasado tuvieron lugar dos conmemoraciones: los 50 años de su fallecimiento y de la publicación de su obra magistral Los condenados de la tierra, himno y alimento espiritual de las luchas de liberación de los pueblos del Sur. Este 2012 se cumplen 60 años de que saliera a la luz otro ineludible libro suyo, Piel negra, máscaras blancas, uno de los grandes manifiestos tercermundistas, que trascendió por su visceral denuncia de la persistencia del colonialismo y las consecuencias alienantes en el sujeto colonizado; un examen incisivo desde el desmontaje psicoanalítico e ideológico del racismo. Una obra que se resiste al paso del tiempo. Revisitarla, sin dudas, arrimará hombros para borrar formas latentes de discriminación en el siglo que transitamos. Hoy, cuando desde los gobiernos de izquierda pretendemos construir un nuevo poder, su alegato cobra renovada vigencia. No podemos construir un poder popular, transversal, incluyente si el proyecto que defendemos carece de fundamento emancipatorio social, de género y de raza. Pocos fueron los territorios firmes de América Latina que vivenciaron la trata negrera, el desgarramiento y la extinción de esclavos africanos. Sin embargo, todo el Caribe fue víctima de este drama, el cual inevitablemente, forma parte de nuestra memoria y más que eso, de nuestro código histórico genético. No hay proceso de formación de la nacionalidad en nuestros territorios caribeños, de movimientos emancipatorios, de revolución que no toque este espinoso iceberg sociocultural. Al esclavo africano y sus descendientes se les inculcó el miedo, el complejo de inferioridad, la sumisión… al blanco el poder, la superioridad. Mientras que la violencia jugo su atroz rol. Han pasado siglos, sin embargo, las marcas no llegan a desdibujarse ni desaparecen. El racismo quedó enraizado en la subjetividad del ser social. Las expectativas de comportamiento y distinciones culturales para las razas, al ser transmitidas y reforzadas en forma continua a través del tiempo en nuestros contextos, quedaron fijadas sígnicamente como modelos o construcciones que ejercen funciones de diferencialidad y segregación por parte de la sociedad. Un mundo escindido en oposiciones debido a la compartimentación que generaron los sistemas colonialistas y neocolonialistas, y a los procesos de jerarquización que tienen sus orígenes en las sociedades esclavistas. Hay heridas y marcas que engendran mitos para sustentar la exclusión. El estereotipo se sedimentó, se reprodujo y se expandió. Y no solo para instalar a la raza negra bajo patrones de prohibiciones sino para usarla como símbolo carnal de una supuesta “superioridad” sexual. El poder fálico del hombre negro y la lujuria desbordada de la mulata o negra. En Cuba, desde sus inicios, la Revolución proclamó el derecho a la plena igualdad para las razas y los sexos. Aquellos grupos sociales excluidos tendrían la posibilidad de desarrollar su subjetividad, hacer posible el entendimiento ontológico de su existir, lograr que la otredad se fundiera en la integración desde una nueva cualidad dignificadora del ser humano. La Revolución proclamó la defensa de un derecho y su proyecto cultural lo articuló. Sin embargo, hemos tenido que luchar contra una estructura de pensamiento heredada y conformada por reflejos racistas y excluyentes que cinco décadas después todavía subsisten en algunas zonas, en algunos comportamientos. Fidel Castro reflexionaba sobre dicho tema en un discurso pronunciado en la clausura del Congreso Pedagogía 2003, en La Habana: Mientras la ciencia de forma incontestable demuestra la igualdad real de todos los seres humanos, la discriminación subsiste. Aún en sociedades como la de Cuba, surgida de una revolución radical donde el pueblo alcanzó la plena y total igualdad legal y un nivel de educación revolucionaria que echó por tierra el componente subjetivo, ésta existe todavía de otra forma. La califico como discriminación objetiva, un fenómeno asociado a la pobreza y a un monopolio histórico de los conocimientos. Con subversivas tácticas de resignificación y deconstrucción antieurocéntrica de los modelos dominantes, artistas caribeños como representantes de una doble subalternidad de cuerpos “subordinados” en resistencia, revelan su potencial contracultural sin intención de extinguirse en esencialismos culturales, desde un enfoque etnográfico, antropológico y social que se expresa a través de la pintura, la fotografía, el videoarte, la instalación, la escultura y otros soportes. La artista de T.Tobago, Abigaíl Hadeed, orienta su lente hacia la historia de comunidades procedentes del Caribe anglófono que habitan en Centroamérica (Puerto Limón en Costa Rica y Colón en Panamá). Estas comunidades que comienzan a asentarse en estos territorios a inicios del siglo XX, migraron en busca de oportunidades de trabajo en la construcción del ferrocarril centroamericano, el Canal de Panamá, la United Fruit Company (UFCO), justo en el momento de la génesis del monopolio del mercado bananero en Centroamérica. Un momento en el que tuvo gran influencia el pensamiento y la acción de Marcus Garvey, el nacimiento de la Universal Negro Improvement Association (UNIA), la creación de una conciencia racial y social para generar la autoestima y unificar las comunidades negras, la fundación de la “Black Star Line” para realizar el sueño del comeback a África e instaurar una república Negra Libre en Liberia. Abigail atrapa a protagonistas de este proceso de reterritorialización y transterritorialidad (África – Caribe anglófono – Centroamérica) amparada por su acción plástica que nos conduce a la revisión de las nociones estáticas de frontera y nación teniendo en cuenta los cambios demográficos que se produjeron en la región. A Abigail le interesa llamar la atención sobre las historias silenciadas y borradas de estas comunidades, islotesenclaves/pueblos negados. Y apunta: “el impacto que el aislamiento y el tiempo han tenido en estas comunidades, el deterioro del paisaje urbano, el desamparo [...] su pasado doloroso y un futuro incierto como una herencia que abre paso a una genealogía más plural”, historias in continum –esclavitud, migración, mercado laboral, la transmigración. La artista jamaicana residente en Trinidad y Tobago, Roberta Stoddard, en sus notas sobre este ensayo fotográfico habla de “amputaciones espirituales, mentales y físicas del pasado” y de como “el espíritu de la esclavitud sobrevivió a la institución”. El dominicano Marcos Lora ha dedicado considerables espacios de reflexión conceptual a las nociones de resistencia y revisión de nuestra historia. En la instalación La Calimba, expone el propio objeto de hierro (recreado por él mismo) con el cual quedaban marcados los cuerpos de los esclavos como propiedad de sus amos. El artista parte del significado dramático e ignominioso de la marca y la huella de “la calimba” para atravesar el tiempo y en una muy sagaz y lograda comparatística de significantes exponer formas contemporáneas que manipulan y controlan al individuo desde el registro y la exclusión, como los pasaportes y los documentos de identificación, que nos sitúan en perturbadores espacios de conversión existencial. La suite de exposiciones Queloides reunió a un grupo de artistas cubanos que durante su trayectoria han reflexionado sobre temas de raza, identidad y racismo. Los queloides son cicatrices cutáneas abultadas producidas por heridas. Aunque estas cicatrices pueden ocurrir en la epidermis de cualquier ser humano, muchos en Cuba creen que la piel “negra” es especialmente susceptible a producir queloides. Se refiere entonces el título a la persistencia de los estereotipos raciales y, a sus traumáticos efectos sociales y culturales. La exposición visualiza un debate que ha estado presente en la Isla desde la propia formación de nuestra nacionalidad aunque no siempre se ha comportado con la misma intensidad; después de la Revolución ha estado impregnado por la vocación de la unidad y la igualdad. Los artistas aquí reunidos antes y después han marcado su brújula creativa hacia la discursividad antirracista que desborda las fronteras del territorio nacional. María Magdalena Campos-Pons orienta su discurso hacia dos aristas que se funden: lo femenino y lo etno-racial, en una indisoluble relación con la genealogía materna. Sus protagonistas son mujeres negras que pertenecen a un mundo excluido, al cual durante años se le impidió traducir su imaginario, verbalizar su existencia, graficar sus modos de verse. Para procesar la instalación Conversando suave con mamá (1997) la artista intercambió cuentos, canciones y viejas fotografías, moldes de ropas y otros materiales con su madre, hermanas y tías. La pieza que podemos ubicar en el territorio de la etno-biografía, es un fabuloso canto a la maternidad desde la dignidad que ésta merece; un retrato familiar revelado a través de objetos domésticos usados por varias generaciones de mujeres de su familia para sobrevivir. Trabajando en casas de otras gentes, estas mujeres lavaban y planchaban ropas que solo desde los sueños y la utopía podían poseer. En este deseo irrealizable, en este pequeño espacio de frustración se detendrá la artista para subvertir aquella realidad y devolver (les) una realidad otra, enaltecida, construida desde su imaginario, tal como la desearon aquellas mujeres en otros tiempos. Elegantes réplicas de tablas de planchar quedan situadas en posición vertical. Las tres superficies más grandes sirven de soporte para la proyección de imágenes a color con acciones de la propia artista quien en silencio da pasos desplazándose en un espacio físico limitado, logrando la conexión inter-temporal; las otras tablas muestran fotografías de distintas generaciones de mujeres de su familia. María Magdalena quebró el silencio y el tropo de la maternidad le concedió la facultad del habla en una metamorfosis que precisa el mordaz recuento de su existencia. Como un predicador que denuncia desde la reafirmación de su identidad, como un provocador que estremece la mirada y la conciencia del otro desde la punzante confrontación, se nos presenta el artista cubano Juan Roberto Diago. Las grandes dimensiones de sus telas esculturadas, las atrevidas superficies matéricas portadoras de una irritante factura, el audaz aprovechamiento del accidente, la manipulación de elementos reciclados brutalmente manipulados, logran sin dudas, violentar nuestro equilibrio visual, tratan explícitamente de devorarnos, en un acto de canibalismo que nos impone un despertar. La rudeza nos desconcierta, la ruptura con el hedonismo nos impacta, el yute de los sacos de café provenientes de Ghana que recuperaba con doble intención en los almacenes de materia prima en el período especial (solucionar el soporte en medio de una crisis económica y evocar el viaje trasatlántico del esclavo) cubre el bastidor de manera cruda, lleno de costurones como si fuesen marcas en las pieles de muchos, el hierro es óxido por el imperdonable paso del tiempo, sus parches entretejidos operan como inventarios de leyendas. Diago no ilustra la historia, no pretende narrarla ni describirla. Su desplazamiento es más esencial, atraviesa el tiempo y retrocede hasta situarse en el instante preciso para revindicar (se) en un grito: España, devuélvanme a mis dioses y agregar difícil no es ser hombre, es ser negro; o volver al presente en una tela-mural que enuncia: Cuba sí, jodido, negro 100%. La energía concentrada en sus piezas es la mejor prueba de la certeza de su pertenencia y resistencia. El fotógrafo cubano René Peña selecciona su propio cuerpo como soporte principal de su creación y de sus reflexiones psicosociales. Lo conduce más allá de su territorialidad física para que adquiera una dimensión cultural capaz de quebrantar fronteras establecidas para los roles de género y raza, en el plano representacional. La ambigüedad y la subversión constituyen uno de los ejes operativos de su producción fotográfica. Las poses, los atributos y las acciones con que manipula su cuerpo refuerzan desde lo sensual, incluso en ocasiones con una morbidez erotizante, la carga irónica hacia lo canonizado. El artista, lo resuelve casi todo con su propia figura, y en la oscuridad de los fondos hace que resalten labios morados, pantalones naranjas y las rayas blancas y rojas de una toalla. En su indagación constante sobre las diferencias, el artista busca emplazar las visiones occidentalistas que confinan a la raza negra al mundo del folclor y la marginalidad. Elio Rodríguez hace una relectura irónica de los estereotipos del imaginario colectivo en torno a la representación del hombre negro y su mitificación exótica como objeto sexual. “Las culturas se inventan su propio cliché —dice el artista y agrega—, para diferenciarse de las otras, para venderse, lo que pasa es que al final terminan creyéndose su propia mentira: ni los cubanos somos tan calientes, ni los franceses son tan románticos, ni los españoles se la pasan toreando y con castañuelas el santo día”. Manipula varias fuentes de inspiración: las vitolas de tabaco, los carteles, la publicidad, el cine, los chistes de la calle, la música. En las series Mulatísimas, Remakes, o Las perlas de tu boca, la figura de El Macho dialoga de forma satírica con estereotipos culturales y sociológicos que asocian la imagen del negro a espacios de índole marginal, y pone a dialogar fetiches que de manera recurrente se identifican como símbolo de "lo nacional". Confluyen la música, la mulata, el negro, el ron, el tabaco, las religiones afrocubanas, la imagen de una Cuba construida y manipulada en los medios desde la legitimación del estereotipo. Siempre el negro, "el macho", es el protagonista de las historias y las ficciones que narran los carteles. Se trata del machista seductor, animado por el goce y el placer. Armando Mariño utiliza la representación alegórica y la profanación de arquetipos en función de una lectura desacralizadora: la estrategia de la cita en el arte como instrumento irónico en la reescritura de un pasado y un presente que portan ideologías racistas. El dominicano Hochi Asiático en la instalación La metamorfosis de los dioses apela a la estética del diseño de vestuario y la escenografía del teatro para representar caminos sincréticos, resultado de los procesos de aculturación y deculturación del esclavo africano en nuestras tierras que dieron lugar al conocido proceso de transculturación. Chris Cozier y Che Lovelace, ambos de Trinidad-Tobago reflexionan sobre las tensiones por exclusiones raciales impuestas por los mecanismos de dominación colonial y neocolonial en nuestra región, y la ineludible convicción de un mundo postcolonial. En el violento entramado del nuevo “orden” internacional, en el Caribe se retroalimenta una cultura híbrida y cimarrona, que apela a la memoria y a la resistencia para validarse con una proyección descolonizadora. No se trata solo de reflejar ese otro que somos nosotros, apartado de etnicismos fundamentalistas, sino de exteriorizarlo desde una posición subversiva que confronte el imaginario epidérmico, fetichista y exótico e interrogue y dialogue con nuestras complejas realidades nacionales. Por siglos, nuestra historia se construyó y divulgó desde el poder eurocéntrico. Muchos mitos a través del tiempo quedaron impuestos. Nuestras islas según las crónicas de los conquistadores estuvieron habitadas por “hombres caníbales con cabezas de perros”; una reproducción del Greater America, Nueva York y Londres, 1898, consultada recientemente, repetía el habitual discurso racista y excluyente cuando anotaba en un pie de foto, refiriéndose a un baile en una calle de La Habana...“los negros son criaturas del sol y la alegría”. Hoy las empresas turísticas venden las islas del Caribe con la etiqueta de las cuatro “S” (Sun, Sex, Sand and Sea) para registrar la “autenticidad” de un made in the Caribbean. ¡Cómprenos, disfrútenos, lo esperamos! Durante siglos, hasta hoy, hemos sido objeto de reduccionistas mapas cognitivos, desvirtuadas iconografías, folklorizadas narraciones e hipertrofiadas visiones. Nuestras propias industrias turísticas, en aras de acrecentar los ingresos, falsean o degradan nuestros auténticos valores; aún desde visiones eurocéntricas fuimos nosotros los “descubiertos”. Un desigual encuentro se produjo entre colonizador y colonizado, con él sobrevino la fragmentación y se instaló la balcanización, esos “puentes volados” como lo define la intelectual cubana Nancy Morejón. La publicidad diseña spots con la fisonomía de los enclaves caribeños: las islasplacer azules y verdes llenas de campos de golf, playas deslumbrantes con kilómetros de arena adornados con sombrillas de colores y tumbonas. Lo vernáculo se desfigura y se asoma tras los rostros del tabaco y las seductoras mulatas y mulatos, y para certificar la estancia, la invitación a comprar pinturas naive bajo los cocoteros o minutos antes de retornar en un duty free. En palabras del poeta de la isla de Santa Lucía, Dereck Walcott, Premio Nobel de Literatura, “una piscina azul”, figura retórica con que se quiere definir al Caribe, “dos semanas sin lluvia, un tostado color caoba y, a la puesta del sol, trovadores locales ataviados con sombreros de paja y camisas floreadas que no paran de tocar Yellow bird y Banana boad song. Pero la vida demuestra que hay más que azúcar blanca y café negro en la región. El mar de los encuentros también puede borrar márgenes y desbordado dar vida a múltiples sueños de integración. Solo un debate social abierto permite el cambio de mentalidad necesario para dejar atrás cualquier tipo de prejuicio o relación conflictiva respecto a la raza, sin víctimas ni victimarios, sin asumir una actitud de ajustar cuentas con nadie, sino de entender lo que es una verdad a gritos: todos somos iguales. Ponencia presentada en el XVI Seminario Internacional “Los partidos y una nueva sociedad”, México D.F., 2012. Artículos relacionados Actual Racismo en EEUU: herida que no cierra 22.07.2013 Cultural “No tenemos una conciencia de caribeñidad”: Rigoberto López 18.07.2013 Histórico El futuro del panafricanismo 12.07.2013 Cultural El poeta de la familia 10.07.2013