Democracia, discapacidad y dependencia: ¿qué papel juega la

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Democracia, discapacidad
y dependencia: ¿qué papel juega
la noción de ciudadanía
en las declaraciones
y recomendaciones internacionales?
ANTONIO LÓPEZ PELÁEZ*
1. INTRODUCCIÓN
U
na de las paradojas en las que se
mueven las sociedades occidentales
puede formularse de la siguiente
manera: constantemente se debate sobre la
sostenibilidad a largo plazo del Estado del
Bienestar, y a la vez, aumentan las demandas de los ciudadanos sobre las instituciones
públicas en regímenes democráticos, para
que tomen las medidas adecuadas que hagan
posible el ejercicio pleno de su ciudadanía.
Cada vez más colectivos, como las personas
discapacitadas, reclaman un diseño social
que les permita ejercer sus derechos en todas
las dimensiones de sus vidas, desde el ocio
hasta el trabajo. Y, dado el proceso de transformación socioeconómico y demográfico en el
que estamos inmersos, las personas dependientes también reclaman, como un derecho,
* Profesor Titular de Universidad. UNED.
que se tomen las medidas necesarias para
que puedan vivir como ciudadanos.
Los nuevos enfoques sobre la discapacidad
y la dependencia, desde una perspectiva
internacional, toman en consideración esta
situación paradójica, y la evolución previsible
de las políticas públicas y la propia arquitectura institucional de las sociedades occidentales en este ámbito dependen del equilibrio
que se alcance entre el debate sobre la vigencia del Estado del Bienestar, las tendencias
exclusógenas que operan en nuestro entorno,
y el debate sobre las condiciones mínimas que
debe asegurar la sociedad como tal para que
el ejercicio de la ciudadanía, en el caso de las
personas dependientes y discapacitadas, sea
una posibilidad real.
La relación entre dependencia, discapacidad y ciudadanía es una cuestión compleja.
En este artículo, analizaremos tres cuestiones básicas que permiten contextualizar el
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debate internacional. En primer lugar, el
pilar sobre el que se asientan todas las reclamaciones de derechos de colectivos como el de
las personas discapacitadas, o las personas
dependientes, pero también de otros muchos:
la noción de ciudadanía como eje articulador
de la acción de las instituciones públicas. En
segundo lugar, el debate sobre la sostenibilidad del Estado del Bienestar, en un contexto
en el que la exclusión social ha pasado a convertirse en un tema prioritario desde la perspectiva de las políticas públicas. En tercer
lugar, analizaremos brevemente algunas de
las acciones institucionales que se han desarrollado para afrontar los problemas de las
personas dependientes y discapacitadas.
Algunos de los problemas y algunas de las
medidas que han dado resultados positivos,
en el ámbito de la discapacidad, pueden servirnos como ilustración en relación con la
aplicación de la recientemente promulgada
Ley de la Dependencia en España. Como es
obvio, dependencia y discapacidad no son
conceptos sinónimos.
Dentro del colectivo de las personas con
discapacidad, hay personas dependientes, y
dentro del colectivo de personas dependientes
se observan diversos niveles de discapacidad,
en muchos casos vinculados con un fenómeno
típico de nuestras sociedades del bienestar: el
aumento de las personas mayores, con una
mayor expectativa de vida que conlleva una
auténtica «revolución social», y que exige una
respuesta institucional para hacer frente a
los nuevos retos que conlleva una población
cada vez más elevada de personas que superan los 65 años de edad.
2. CIUDADANÍA, DEMOCRACIA,
DISCAPACIDAD Y DEPENDENCIA
No pueden entenderse la defensa de los
derechos de las personas dependientes y de
las personas discapacitadas sin tomar en consideración la vinculación entre ciudadanía y
democracia. Que la Organización Mundial de
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la Salud, ya en el año 1980, definiera la
dependencia como «la restricción o ausencia
de la capacidad de realizar alguna actividad
en la forma o dentro del margen que se considera normal», y analizar los problemas de
integración de las personas dependientes, o
que los países integrantes de Naciones Unidas hayan firmado un acuerdo, tras cinco
años de negociaciones, para proteger los derechos de las personas con discapacidad, el 25
de agosto de 2006 (la Convención Internacional de Derechos y Dignidad de las personas
con discapacidad), son consecuencias directas
de considerar a cada persona como ciudadano, independientemente de sus circunstancias. Se trata de hacer posible el ejercicio de
dicha ciudadanía, y para ello no basta con evitar la discriminación. Es decir, el objetivo es
construir una sociedad democrática en la que
la igualdad de oportunidades, sociales, económicas y políticas permita tomar en consideración la voz de colectivos sin voz hasta épocas
recientes. Históricamente, el colectivo de personas con discapacidad ha pertenecido a este
grupo invisible y ausente del debate público,
y, a lo largo de los últimos decenios, se ha ido
situando progresivamente en el centro del
debate sobre el tipo de sociedad que queremos
construir. En un proceso que guarda ciertos
paralelismo, las personas dependientes, en
sociedades en las que aumenta progresivamente el colectivo de personas mayores, también han pasado a ser un colectivo con voz
dentro del debate político, y en torno a ellas,
por ejemplo en el caso español, se está articulando lo que se ha denominado el cuarto pilar
del Estado del Bienestar.
Las demandas de estos y otros colectivos
sobre el rediseño de la sociedad para hacer
posible el ejercicio de su condición de ciudadanos chocan con el debate económico y político
sobre la vigencia y el futuro del Estado del
Bienestar. Su dinámica intrínseca, basada en
la noción de ciudadanía, puede caracterizarse
como una tendencia hacia la universalización
de las prestaciones que permiten ejercer dicha
condición de ciudadanos, y por lo tanto, en
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función de las nuevas demandas de la población, nuevos colectivos se verán protegidos
por la acción del Estado del Bienestar. Pero,
este proceso choca con el discurso sobre la
viabilidad financiera del sistema. Es importante analizar, por ello, en primer lugar, la
tendencia hacia la universalización de las
prestaciones, y, en segundo lugar, reflexionar
sobre el debate en torno a su viabilidad
socioeconómica (González Temprano, 2003).
2.1. La universalización
de las prestaciones, una tendencia
intrínseca del Estado del Bienestar
La Historia del siglo XX es la historia de la
implantación de cada vez mayores niveles de
democracia, teniendo en cuenta que ésta es
forma de organización política y social que
permite una mejor asignación de recursos y
una extensión de los derechos de los ciudadanos. El anhelo de democracia por parte de la
ciudadanía no es solo un ideal político. Es
también una necesidad, en cuanto solo con
una mayor democratización pueden afrontarse y resolverse los retos a los que nos
enfrentamos en el presente inmediato, fundamentalmente el de contribuir al bienestar
material de todos. En este sentido, la dinámica democratizadora puede definirse como
«una intervención colectiva de seres que se
entienden a sí mismos parte de un todo y que
entienden que son destinatarios como colectivo del derecho de participar» (Fernández
Steinko, 2002: 10). Desde el punto de vista
político, la expansión de los sistemas democráticos tuvo también como consecuencia la
reorientación de la intervención del Estado
en la regulación de la vida económica desde
un patrón nuevo: los derechos de los ciudadanos.
El concepto de ciudadanía es un concepto
clave para entender la demanda de una reorganización socioeconómica que permita el pleno ejercicio de sus derechos como ciudadanos
a aquellas personas que se encuentran en una
situación de discapacidad y/o dependencia.
Podemos diferenciar tres dimensiones básicas
para ser ciudadano de pleno derecho en nuestras sociedades: la dimensión civil (derechos
unidos a la libertad individual: libertad de
credo, de pensamiento, derecho a la propiedad, libertad de movimiento); la dimensión
política (derecho a participar en el ejercicio
del poder político); y la dimensión social (que
abarca todo aquello que hace posible la vida
como tal en una sociedad democrática de mercado: derecho a la seguridad, a un mínimo de
bienestar económico, y derecho a disfrutar de
un acceso libre a lo que consideramos dimensiones básicas de la vida social: educación,
sanidad, servicios sociales). El bienestar personal debe analizarse como una realidad pluridimensional, que abarca diversas facetas de
la vida humana, y en la que la intervención
del Estado como garante de la vida en comunidad es compatible con la economía de libre
mercado como condición necesaria para la creación y aumento del bienestar. El bienestar
personal es objetivo y subjetivo, «es un compuesto de medios materiales y de fines inmateriales, está localizado en algún lugar del eje
que discurre entre los dos polos de la riqueza y
la felicidad» (Marshall, 1981: 83).
En este sentido, los servicios sociales
garantizan la posibilidad de disfrutar del
nivel de vida considerado subjetiva y objetivamente como correspondiente a la noción de
bienestar en un momento histórico determinado, ya que aseguran un trato igual para
todos con independencia de su situación personal. La participación plena en la comunidad es el objetivo que buscan asegurar los
derechos sociales, y que tienen que ver con
compartir la herencia social y vivir de acuerdo a lo que se considera civilizado en un
momento dado: los derechos sociales abarcan
«todo el espectro desde el derecho a la seguridad y a un mínimo de bienestar al de compartir plenamente la herencia social y vivir la
vida de un ser civilizado conforme a los estándares predominantes en la sociedad» (Marshall, 1998: 20).
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El modelo de bienestar tenderá, por tanto,
siempre al óptimo, y los servicios sociales
deben ampliarse y extenderse más allá de la
atención a ciudadanos en situación de penuria. Se trata de asegurar una vida digna y
una participación plena en la vida de la comunidad. Desde este punto de vista, la propia
dinámica democrática lleva a situar en el centro del debate político y económico la atención
a las personas discapacitadas y/o dependientes, puesto que son ciudadanos antes que discapacitados y/o dependientes. Poder ejercer
dicha ciudadanía es un derecho previo, y en
este sentido, la propia evolución ética de los
sistemas democráticos nos sitúa en una perspectiva completamente alejada de la pretérita concepción de los servicios sociales como
servicios asistenciales (Fernández García y
López Peláez, 2006).
Desde la perspectiva específica que vincula democracia, ciudadanía, discapacidad y
dependencia, hay que destacar tres elementos básicos que han hecho posible las diversas
configuraciones adoptadas por el Estado del
Bienestar:
– En primer lugar, el crecimiento económico sostenido en los países occidentales a lo largo del siglo XX. Independientemente de los ciclos de crecimiento y
las situaciones de crisis, la mejora del
nivel de vida, y la competitividad de una
economía en la que se concilian (con
diversos modelos de Estado de Bienestar) avances tecnológicos, desarrollo
económico y extensión progresiva de las
prestaciones del Estado del Bienestar,
ha tenido como consecuencia que se
haya convertido en parte central del
discurso colectivo y de la identidad de
los ciudadanos europeos hasta nuestros
días. Quizás por eso, a pesar de las críticas al Estado del Bienestar desde la
década de 1970, ningún país europeo ha
renunciado a él como seña de identidad.
En este sentido, las reformas distributivas y las políticas sociales no solo no frenan el crecimiento económico, sino que
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tienen un efecto positivo en la evolución
económica: «la actividad de reforma
social no implica necesaria, ni habitualmente en mi opinión, una tasa menor de
crecimiento económico nacional, sino
que con más probabilidad tendría el
efecto contrario» (Myrdal, 1972: 7).
– En segundo lugar, la legitimidad del
Estado para intervenir en la regulación
de la sociedad y la economía: «las tensiones de la sociedad industrial, la
naturaleza de la economía, los cambios
en el funcionamiento de la comunidad,
movimientos demográficos y tensiones
en la familia, resultaban en la vida diaria unas cargas que las familias solas no
podían asumir. La ayuda del Estado se
hizo necesaria para todo, en un momento u otro, si familias e individuos querían ser capaces de funcionar con eficacia» (Miller, 1987: 3). El papel crucial
que juega el Estado no solo es del éxito
de la política económica. Tiene que ver
también con la propia expansión de la
democracia como sistema de gobierno,
basado en los derechos jurídicos, económicos y sociales de los ciudadanos. En
este sentido, juega un papel central
como mediador en los conflictos sociales, y como integrador social en la medida en la que fomentaba una extensión
progresiva de los servicios educativos,
sanitarios y los sistemas de pensiones a
un número mayor cada vez de personas.
Las políticas sociales ejercidas por el
Estado juegan un rol estabilizador, preventivo y protector, y como institución
básica integrada en la sociedad, provee
un conjunto de servicios universales y
selectivos. En definitiva, la política
social tiene como objetivo ser integradora, completando y mejorando aquellos
desajustes que se observan en cada
sociedad.
– En tercer lugar, el universalismo de los
servicios sociales: este principio se deriva de la propia noción de ciudadanía
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social, y nos permite comprender la lógica última que mueve las declaraciones y
recomendaciones internacionales sobre
la discapacidad y la dependencia. Como
ciudadanos, el ejercicio de nuestros
derechos demanda una configuración
estructural de nuestras sociedades que
permita su disfrute, y que exige asumir
la responsabilidad colectiva en la conformación de la sociedad como tal. La
universalidad de los servicios requiere
la intervención de las instituciones
públicas, únicas capaces por definición
de garantizar el acceso universal y sin
discriminaciones, condición previa para
poder participar en la comunidad como
ciudadanos integrados y activos.
En todos los modelos de Estado del Bienestar puede observarse cómo la íntima conexión
entre democracia y universalidad de los derechos legitima el papel de las instituciones
públicas e impulsa un reclamación de servicios por parte de colectivos que se encuentran
excluidos del Sistema de Bienestar. Su dinámica interna es la maximización de sus funciones, y la mejora de las condiciones de vida
de sus miembros, persiguiendo la igualdad
social. El Estado del Bienestar tiende a
garantizar no solo los aspectos relacionados
con los riesgos del ciclo vital, sino también
aquellos relacionados con la mejora de la calidad de vida: se encarga también «(...) de optimizar la capacidad de la gente para trabajar,
para encontrar trabajo e incluso para contar
con un buen empleo, con una buena paga y un
buen entorno de trabajo. El objetivo es permitir a las personas que armonicen el trabajo
con la familia, resolver los problemas de
tener hijos y trabajar y combinar la actividad
productiva con un tiempo libre gratificante y
con sentido» (Esping-Andersen, 1993: 186).
Desde nuestra perspectiva, todavía sigue
teniendo vigencia el planteamiento de R. H.
Tawney, que defiende al Estado de Bienestar
como única institución capaz de establecer
medidas para corregir la desigualdad y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, no
solo por su efecto positivo en la economía,
sino por un argumento ético: la igualdad de
los ciudadanos solo puede ser posible sobre la
base del disfrute de la plena ciudadanía, lo
que implica la extensión de los derechos
sociales, y el acceso libre a unos servicios
sociales universales que permitan el ejercicio
de tales derechos (Tawney, 1972: 18).
2.2. ¿Cómo afrontar los nuevos retos
relacionados con la discapacidad
y la dependencia?
A pesar de que el Estado del Bienestar
goza de un fuerte legitimidad en nuestras
sociedades democráticas occidentales, debe
hacer frente a los profundos procesos de cambio social en los que estamos inmersos, y, desde el punto de vista de la discapacidad y la
dependencia, debe garantizar las condiciones
necesarias para que el ejercicio de la ciudadanía sea una posibilidad real, y no solo una
quimera. Los nuevos retos pueden formularse con una doble pregunta: en primer lugar,
¿es «sostenible socialmente» el modelo de trabajo, de familia y de sociedad en el que nos
encontramos inmersos, y desde el que se ha
hecho frente a las situaciones de dependencia
y/o discapacidad?; en segundo lugar, ¿estamos dispuestos a hacer posible el ejercicio de
la ciudadanía en un nuevo contexto socioeconómico, diseñando nuestras sociedades para
permitir la integración de las personas
dependientes y de las personas con discapacidad? (Lorenzo García, 2003).
Ante este nuevo contexto, el papel de las
políticas sociales, y del Estado del Bienestar,
tiene que reformularse para lograr su objetivo básico: asegurar las condiciones estructurales que permiten disfrutar de nuestra condición de ciudadanos. En los nuevos modelos
emergentes, hay posibilidades y riesgos. Por
lo tanto, deben analizarse las nuevas circunstancias: globalización, nueva organización
del trabajo, nuevas tecnologías, transformación de la familia y las comunidades.
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Tomando en consideración las exigencias
de una economía basada en el conocimiento
de una organización del trabajo que conlleva
la individualización de los trabajadores, y de
una familia marcada por la incorporación de
la mujer al trabajo, se trata de analizar las
políticas y formas de actuación que pueden
hacer a las sociedades más coherentes socialmente, y más productivas económicamente
en el nuevo contexto. Y en este proceso de
cambio, las nuevas demandas de la población
dependiente, o de las personas discapacitadas deben ser resueltas en función de un
principio básico de la democracia: las instituciones deben garantizar las condiciones mínimas para el ejercicio de la condición de ciudadano que nos es previa. Si no es posible ejercer la ciudadanía, la democracia como tal
pierde su fundamento ético, y precisamente
por ello, en los debates en las instituciones
internacionales, como la ONU, la OMS, o el
Consejo de Europa, cada vez se señala con
más insistencia la necesidad de adaptar las
legislaciones nacionales para hacer posible la
integración de las personas con discapacidad
y las personas en situación de dependencia.
Por ejemplo, el Comité de Ministros del Consejo de Europa aprobó en septiembre de 1998
una recomendación relativa a la dependencia, un texto de consenso entre todos los países miembros, que tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de las personas dependientes. Y, desde la perspectiva de las personas con discapacidad, su visibilidad como ciudadanos que reclaman una integración efectiva ha llegado hasta el punto de haberse
declarado el año 2003 como el año de la discapacidad.
En este sentido, algunos de los postulados
defendidos por el pensamiento neoliberal (la
capacidad del mercado para autorregularse y
generar crecimiento e integración social, la
necesidad de la reducción del Estado y de la
gestión pública como un bien en sí mismo, la
defensa de un modelo de familia tradicional)
solo pueden acentuar la desigualdad y la desintegración social, con un efecto negativo
18
sobre el crecimiento económico (objetivo final
de dicho discurso neoliberal). Y esto es así
porque este discurso se basa en un modelo de
trabajo y de familia que ya no existe como
único referente, y no toma en consideración la
condición de «ciudadanos» de colectivos como
los discapacitados o las personas dependientes. El crecimiento económico en una economía global, basada en las nuevas tecnologías
y caracterizada por el «trabajo flexible», puede ponerse en entredicho si no se desarrollan
nuevos modelos de integración social que tengan en cuenta las características específicas
de las «sociedades del conocimiento» emergentes, como el envejecimiento progresivo de
la población. Se trata, en definitiva, de articular nuevos modelos de análisis e intervención, superando la inercia de los conceptos y
teorías que respondían a una sociedad y unos
problemas que se han transformado en las
últimas décadas (OIT, 2005).
El principal reto en los próximos años, desde la perspectiva de las personas discapacitadas y/o dependientes, podría formularse en
los siguientes términos: hacer posible el ejercicio de la ciudadanía, reconstruyendo las
redes de interacción social y los mecanismos
de cohesión social en la economía global.
Como muestra la experiencia de las sociedades occidentales en los últimos quince años,
es necesario articular nuevas respuestas institucionales que permitan profundizar en el
bienestar de la ciudadanía. Ante los nuevos
retos económicos y sociales, las políticas neoliberales de desmantelamiento del Estado del
Bienestar son inviables a largo plazo, por
diversas razones: en primer lugar porque no
lo admiten los ciudadanos (en particular los
europeos, que consideran su Estado del Bienestar como un rasgo específico de la ciudadanía europea); en segundo lugar porque es
indispensable para generar las cualificaciones básicas que la nueva economía exige; en
tercer lugar, porque es necesario para hacer
realidad el ejercicio de los denominados derechos sociales, firmemente establecidos en el
imaginario simbólico y las aspiraciones de los
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ciudadanos occidentales. Sin embargo, esta
defensa no puede consistir en la entronización del inmovilismo: hay que transformar
las instituciones para generar mayor cohesión social y hacer posible el crecimiento económico. En este sentido, la nueva ley de la
Dependencia aprobada en España puede
tener un efecto dinamizador sobre la economía, además de permitir avanzar en la extensión de la democracia y la ciudadanía como
una realidad efectiva en los próximos años.
3. DISCAPACIDAD Y DEPENDENCIA:
¿QUÉ PAPEL JUEGA LA NOCIÓN
DE CIUDADANÍA
EN LAS DECLARACIONES
Y RECOMENDACIONES
INTERNACIONALES?
Es precisamente la conexión entre derechos humanos, democracia y ciudadanía la
que explica que, en el mismo momento en el
que se genera el debate sobre la viabilidad del
Estado del Bienestar, se acuerden un importante número de declaraciones, resoluciones,
recomendaciones y proclamas interacionales
de derechos a favor de las personas discapacitadas y de las personas dependientes. El ejercicio pleno de los derechos como ciudadanos
tiene siempre, en nuestras sociedades complejas, como límite real la discriminación que
sufren algunos colectivos.
En el caso de las personas dependientes, se
trata además de un fenómeno ligado al envejecimiento progresivo de la población (aunque no solo), y por lo tanto es una consecuencia de nuestro modelo de vida. No hay nada
más normal que envejecer, y sin embargo, las
propias limitaciones de la edad hacen que la
autonomía, la independencia, el envejecimiento activo (entendido como aquel estilo de
vida en el que se optimizan las oportunidades
de salud, participación y seguridad con el fin
de mejorar la calidad de vida a medida que se
envejece), o la asistencia de larga duración, se
conviertan no tanto en demandas que hay
que resolver desde una perspectiva asistencial, cuanto en condiciones que hay que salvaguardar, mediante la regulación e intervención de las instituciones propias del Estado
del Bienestar, para que sigan siendo ciudadanos de pleno derecho las personas dependientes. El proceso de envejecimiento lleva a que,
en un elevado porcentaje, las personas de
edad avanzada sufran diversos tipos de discapacidad, que refuerza su situación de dependencia.
En la mayor parte de las declaraciones y
recomendaciones internacionales, la dependencia aparece unida al fenómeno del envejecimiento. El Consejo de Europa constituyó ya
en la década de los años 90 del siglo XX un
grupo de expertos sobre dependencia. El punto de partida de las recomendaciones que realizó este grupo en su informe sobre «La mejora de la calidad de vida de las personas mayores dependientes», (enero 2003) es la necesidad de establecer una declaración formal de
derechos de las personas mayores dependientes, derechos que deben ser garantizados
legislativamente. Ante los nuevos retos derivados del envejecimiento, no puede defenderse la inactividad e inercia del Estado en la
provisión de los derechos estatutarios de las
personas mayores dependientes y sus cuidadores. Desde una perspectiva coincidente,
tanto en la Primera Asamblea Mundial sobre
Envejecimiento (Viena, 1982), como en la
Segunda Asamblea Mundial sobre Envejecimiento (Madrid, 2002) se han puesto de relieve principios, recomendaciones y medidas
concretas para aumentar la protección de las
personas mayores dependientes, siempre
desde la misma perspectiva: garantizar su
ejercicio práctico de la ciudadanía.
Los gobiernos europeos han puesto de
manifiesto su compromiso para garantizar la
participación, la integración y la calidad de la
vida de todas las personas en todas las edades, lo que implica adaptar los Sistemas de
protección social a los cambios demográficos,
sociales y económicos, apoyando las iniciativas necesarias para que las personas en
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situación de dependencia puedan ejercer una
vida independiente, prestando especial atención a las familias que proporcionan cuidados
a las personas mayores (Conferencia Ministerial sobre el Envejecimiento de la CEPES
–Comisión Económica para Europa de Naciones Unidas–, Berlín, 11-13 de septiembre de
2002). De nuevo, se trata de afrontar retos
desde la perspectiva de la ciudadanía democrática, que conlleva reorientar la legislacion
y la acción de las instituciones públicas para
hacer frente a las nuevas circunstancias desde una perspectiva que, aunque tiene en consideración el efecto económico de las medidas,
no toma como argumento central el gasto que
suponen, sino que se centra en garantizar la
atención social para que el ejercicio de la ciudadanía sea una realidad práctica en la vida
de las personas dependientes. En este sentido, los discursos neoliberales chocan con la
fundamentación ética de la democracia como
sistema que tiene como razón de ser hacer
posible una vida de ciudadanos con igualdad
de derechos, y en esa situación paradójica
podemos analizar por un lado las recomendaciones y proclamas internacionales, y por otro
los debates sobre como financiar dichas
demandas que son consustanciales a una
democracia de calidad.
En un contexto en el que el envejecimiento
va unido a la incapacidad cada vez mayor de
las familias para asumir todas las responsabilidades en materia de cuidados y prestar el
apoyo que necesitan sus miembros dependientes y vulnerables, nuestras instituciones
no pueden permanecer al margen, y por ello,
como indicabamos en epígrafes anteriores,
deben readaptarse y hacer frente a los nuevos
retos. En este sentido, las diversas resoluciones de la Comisión Europea analizan los restos de la dependencia desde una perspectiva
centrada en la ciudadanía, y no tanto en la
noción de consumidor. Aunque los derechos
de las personas dependientes como consumidores, y la calidad del servicio que se les presta es una cuestion muy relevante, no se trata
tanto de responder a una demanda como otra
20
cualquiera, sino de asegurar una vida digna a
la que se tiene derecho previamente a cualquier demanda que se formule por parte del
ciudadano que se encuentra en una situación
de dependencia.
La Comisión Europea (COM (2002) 143
final, de 18 de marzo) señala que el envejecimiento de la población requiere que las políticas públicas tengan en cuenta todos y cada
uno de los factores que afectan a la calidad de
vida, teniendo como prioridad mantener la
calidad de vida y la integración social de las
personas mayores, diseñando sistemas de
vivienda, transporte y comunicaciones seguros y adaptados a sus necesidades. Desde esta
perspectiva, podemos destacar algunas iniciativas de la Comisión Europea. En primer
lugar, la publicación del primer estudio comparativo sobre las diversas estrategias que
siguen los gobiernos europeos en este campo
(Pacolet 1998: Social Protection form dependency in old age in the 15 EU Member Status
and Norway). En segundo lugar, la inclusión
de la dependencia como problema a resolver
dentro de la estrategia europea de lucha contra la exclusión social. Tanto la dependencia
como la discapacidad son factores que refuerzan la exclusión social, y por lo tanto deben
sistemáticamente abordarse desde una estrategia centrada en la inclusión social. En este
sentido, la Comisión Europea y el Consejo
Europeo han formulado un triple objetivo en
relación con la dependencia («Apoyar las
estrategias nacionales para el futuro de la
asistencia sanitaria y los cuidados a las personas mayores», marzo de 2003): en primer
lugar, la universalidad de las prestaciones (es
decir, el acceso de todos los ciudadanos a las
prestaciones y servicios sociosanitarios con
independencia de los ingresos o el patrimonio);
en segundo lugar, un alto nivel de calidad en la
asistencia; y, en tercer lugar, la sostenibilidad
financiera de los Sistemas de asistencia.
Finalmente, hay que señalar que el envejecimiento conlleva un doble efecto: por un
lado, las personas mayores desarrollan diversos tipos de discapacidades; por otro, las per-
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sonas con discapacidad, que suponen entre
un 10 y un 15% de la población europea, presentan patrones de envejecimiento específicos: las personas con discapacidad muestran
3 o 4 veces más problemas secundarios de
salud comparadas con sus compañeros de
edad sin discapacidad (Birren y Sachei,
1985). En este sentido, el Consejo de Europa,
en su Recomendación del Comité de Ministros de los Estados Miembros sobre el Plan de
Acción del Consejo de Europa para la promoción de derechos y la plena participación de
las personas discapacitadas en la sociedad:
mejorar la calidad de vida de las personas
discapacitadas en Europa 2006-2015, asume
la declaración ministerial de Málaga relativa
a las personas discapacitadas. Se trata de
una declaración en la que se analiza, tal y
como hemos puesto de manifiesto en los
párrafos anteriores, la discapacidad y la ciudadanía. Por ello, se titula «Avanzar hacia la
plena participación como ciudadanos». En
ella, se establecen tres consideraciones relevantes en el ámbito de la discapacidad y la
dependencia: en primer lugar, la necesidad
de desarrollar unos enfoques innovadores en
materia de prestación de servicios frente a las
nuevas necesidades y desafíos creados por el
alargamiento de la esperanza de vida de las
personas que sufren discapacidad física, psicológica o intelectual; en segundo lugar, prevenir la situación de dependencia: se trata de
procurar que el alargamiento o prolongación
de la vida no tenga por efecto un aumento
considerable del número de personas dependientes de los servicios de ayuda, animando a
la población a adoptar hábitos y condiciones
de vida sana; en tercer lugar, fortalecer las
estructuras que permiten afrontar las condiciones de vida en las que se encuentran las
personas discapacitadas con elevadas necesidades de asistencia.
4. CONCLUSIONES
Como señala el documento de la ONU
«National Institutional Frameworks and
Human Rights of Persons with Disabilities»
(14 de agosto de 2006), «no hay cosa mejor que
un modelo de principios para modelar el trabajo de las instituciones nacionales de derechos de las personas discapacitadas». Desde
nuestro punto de vista, la dependencia, la
discapacidad, y específicamente la situación
en la que se encuentran las personas discapacitadas y dependientes, debe abordarse desde
la noción de ciudadanía, y por lo tanto deben
plantearse los requisitos que permiten el
ejercicio de su condición de ciudadanos en
nuestras sociedades democráticas. Esta perspectiva está presente en la actuación tanto de
la Unión Europea, como de sus Estados
miembros, entre los que destaca la reciente
ley de la dependencia aprobada por el Parlamento español, como en otros países. En este
sentido, por ejemplo, según el plan de acción
actual (2000-2010) del gobierno sueco, la política de discapacidad se debe «dirigir particularmente a identificar y eliminar obstáculos
para la participación completa en la sociedad
de las personas con discapacidad, de prevenir
y de luchar contra la discriminación y de
hacer posible que los niños, la gente joven y
los adultos con discapacidades, que puedan
vivir su vidas de manera independiente
tomando ellos mismos las decisiones que
afectan a sus propias vidas».
La promoción de derechos humanos y las
actividades contra la discriminación están
–de acuerdo con el gobierno sueco–, en el
núcleo de su política nacional sobre discapacidad. En el caso de la legislación australiana, la «Comisión australiana de los derechos
humanos y la igualdad de oportunidades» en
Australia (HREOC) es la institución fijada
para supervisar y promover los derechos de
personas con discapacidad en lo referente a la
legislación nacional relevante. En definitiva,
aunque con estrategias diferentes, la mayor
parte de los Estados miembros de la ONU
han creado marcos institucionales en los que
se tratan los derechos de las personas con discapacidad, y progresivamente los derechos de
las personas en situación de dependencia.
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Estas iniciativas se realizan de acuerdo con
principios internacionales, regionales y estatales establecidos mediante diferentes tipos
de acuerdos o declaraciones, y en todos ellos
juega un papel fundamental la noción de ciudadanía, los derechos humanos, y la promoción de la integración social de las personas
dependientes y discapacitadas.
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