Descarga - Debate Feminista

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Dirección Marta Lamas
Redacción Cecilia Olivares
Comité editorial Marta Acevedo
Enid Álvarez
Marisa Belausteguigoitia
Gabriela Cano
Dora Cardaci
Mary Goldsmith
Lucero González
Marta Lamas
Sandra Lorenzano
María Consuelo Mejía
Araceli Mingo
Hortensia Moreno
Mabel Piccini
María Teresa Priego
Raquel Serur
Estela Suárez
María Luisa Tarrés
Portada Carlos Aguirre
Diseño Azul Morris
Fotografía
de Portada Jesús Sánchez Uribe
Producción Alina Barojas Beltrán
Administración María Perea Meraz
Ventas Ana Rosa Solís
Apoyo editorial Patricia Ramos
Publicidad Elvira Bolaños
Indice
EDITORIAL
ix
SEXO Y VIOLENCIA
Las oprimidas sospechadas. La desconfianza hacia las
mujeres sin conciencia de género: un recaudo feminista
contra los estragos del control patriarcal
Inés Hercovich
Imagen y percepción de la Ley de violencia
familia en Argentina
Haydeé B. Birgin
3
26
DESDE EL CUERPO
Cuerpos en lucha, palabras en lucha: una teoría
y una política para la prevención de la violencia
Sharon Marcus
59
MEMORIA DE LO INVISIBLE
Los gays en México: la fundación, la ampliación,
la consolidación del ghetto
Carlos Monsiváis
89
DESDE LA POLÍTICA
Para un debate sobre la política y el género
en América Latina
María Luisa Tarrés
119
DESDE LA LITERATURA
Mi zona de derrumbe
Margo Glantz
143
DESDE MÉXICO
El sueño del metate: la negociación de poderes
entre suegras y nueras
María Eugenia D’Aubeterre Buzego
167
POESÍA
Olga Orozco
Hebe Rossell
187
DESDE LA IDENTIDAD
Lesbianas y mestizas: apropiación y equivalencia
Shane Phelan
197
DESDE LA MIRADA
Juego de pelota: metáforas visuales
Lucero González y Sandra Lorenzano
227
DESDE EL DIVÁN
Psicología de la violencia: relaciones interpersonales
en el seno de la familia
Regina Bayo-Borràs
245
ENTREVISTA
Los riesgos de una democracia incumplida y la construcción
de una cultura democrática fundada en la diferencia
257
María José García-Ocejo
DESDE EL CONFLICTO
Cuando los conflictos nos enriquecen
María de Lourdes Valenzuela y Gómez Gallardo
275
Educación y Paz
Sylvia Schmelkes
280
LECTURAS
Sobre el Ficcionario de psicoanálisis
Sandra Lorenzano
Sin nada
Raquel Serur
287
292
ARGÜENDE
Big Mother: El gran desmadre
302
Marisol Gasé, Nora Huerta, Ana Francis Mor, Cecilia Sotres y Jesusa
Rodríguez
¡Que vivan las mujeres!
Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez
321
COLABORADORES
327
editorial
Editorial
L
a violencia, ya sea explosiva, ya sea velada, está presente en nuestras vidas de todos los días. Aunque tenemos que reconocer que
lo ha estado siempre, hoy cobra una relevancia notable porque varios discursos filosóficos y políticos la denuncian y analizan con una
fuerza inédita. Ya en el número pasado abordamos la guerra y otras
expresiones públicas de la agresión humana. En esta entrega ofrecemos
algunas reflexiones novedosas sobre uno de los más analizados y vigentes asuntos del feminismo: la violencia doméstica y la violación sexual.
El primer bloque comienza con un polémico artículo de Inés
Hercovich acerca del abismo existente entre las feministas “profesionales” y las mujeres a las que se supone representan. Hercovich analiza la
situación argentina a propósito del nuevo capítulo del Código Penal
sobre “Delitos contra la integridad sexual”, y alega que, buscando un
instrumento legal que protegiera más ampliamente a las mujeres, las
“feministas legalistas” elaboraron una ley que no toma en cuenta las verdaderas circunstancias de las vidas de las mujeres. También desde Argentina, Haydeé Birgin presenta los resultados de una investigación que
indagó acerca de la percepción que sobre la ley de violencia familiar
tienen las personas que denuncian agresiones intrafamiliares. Una serie de testimonios, todos de mujeres, deja ver que una ley no es suficiente; su eficacia, concluye Birgin, depende, en gran medida, de la
acción del estado en materia social. Estos dos ensayos se complementan y ofrecen a las miradas latinoamericanas suficientes elementos para
repensar nuestra práctica.
El tema de la violación sexual, llamada ahora “violencia de género”, es abordada de manera novedosa por Sharon Marcus. Hace algunos años Adolfo Sánchez Vázquez señaló, al hablar de la violencia en
general, que las reflexiones sobre el tema “no se han dado con la frecuencia ni con la atención especial que exigirían” su magnitud, extensión y persistencia. Al parecer, esto es lo que ocurre con la violencia de
género y Marcus, con una lógica distinta, cuestiona que las mujeres
debamos aceptar la violación con resignación, como si se tratara de un
hecho más de nuestras vidas. La prevención, un aspecto fundamental
de este problema, apela a lo que podríamos llamar un “cambio de para-
digma” necesario para poder mirar los hechos desde ángulos nuevos.
Su teoría resulta muy convincente, excepto por la ausencia de un análisis sobre las violaciones en que hay más de un atacante; en la violación
tumultuaria el número adquiere un peso que ella no analiza.
La violencia velada o directa, simbólica o física, parte no sólo de
las desigualdades de poder entre los sexos, sino también de aspectos
definitivos, como la identidad sexual, la edad, la pertenencia a una clase y el origen racial y/o étnico. Por eso este ladrillo de Sexo y violencia
también incluye otro aspecto crucial de la violencia respecto de la sexualidad. Carlos Monsiváis hace entrega de la segunda parte de su “arqueología” sobre los gays en México (la primera apareció en el número
24, de octubre pasado). Con su acostumbrada erudición y su característica lucidez, presenta un panorama de la vida y vicisitudes de los gays
en el México de la primera mitad del siglo pasado.
Como Monsiváis nos anunció que no será sino hasta su tercera entrega cuando toque el tema de las lesbianas, mientras tanto ofrecemos un
interesante ensayo de Shane Phelan donde explora el concepto de mestizaje como punto de partida para una identidad abierta a las contradicciones y las ambigüedades en las lesbianas, pero no sólo en ellas.
La identidad está presente como trama de este número, por lo cual
resulta muy afín la selección que Hebe Rossell y Mónica Mansour hicieron de la poesía de Olga Orozco.
María Luisa Tarrés continúa su ya conocido esfuerzo por reflexionar e interpretar la realidad política latinoamericana desde una perspectiva feminista. En las últimas décadas, el pensamiento feminista
latinoamericano ha dado a luz novedosas propuestas que ella recoge y
celebra. Tarrés extraña, sin embargo, la creatividad y la teorización en
los últimos años, a la vez que nos alerta sobre la complacencia en la que
parece haberse instalado el movimiento a partir de la Conferencia de
Beijing.
En “desde la literatura” Margo Glantz nos ofrece un relato de su
último libro: “el cuerpo y el alma” de una mujer que podría ser una de
nosotras y su temor-extrañamiento ante la tecnología médica, la enfermedad y la muerte. Su escritura resuena de forma poderosa con nuestra
experiencia.
El trabajo antropológico de María Eugenia D’Aubeterre revela cómo
un utensilio que según nosotras únicamente servía para moler el grano
del maíz —el metate— es un instrumento simbólico, cargado de signi-
ficados en una de las relaciones más complejas (y violentas) entre mujeres: la que se da entre suegras y nueras.
En “desde la mirada”, Lucero González realiza una transgresión
visual al colocar a mujeres en el ritual masculino del juego de pelota
prehispánico. Las fotografías, tomadas de su libro Juego de pelota. Metáforas del cuerpo, son un ejemplo más de su voluntad por reformular la
herencia indígena desde una perspectiva feminista.
En una presentación de su libro Contra la violencia eduquemos por la
paz, Malú Valenzuela argumenta que la convivencia pacífica depende en
gran parte de los conocimientos y habilidades que poseemos para resolver los conflictos que, inevitables, contribuyen al crecimiento y enriquecen la textura de las relaciones entre las personas. Sylvia Schmelkes
retoma varios hilos del debate sobre la paz y la violencia, siempre en
referencia al libro de Valenzuela.
En “desde el diván”, la psicoanalista Regina Bayo-Borrás puntaliza
el recorrido psíquico y los impactos provocados por la violencia al interior de la familia.
Luce Irigaray, en una entrevista realizada por María José GarcíaOcejo, reitera su defensa de las diferencias entre mujeres y hombres, y
las ubica en el amplio horizonte de la frágil democracia.
Nuestra sección de lecturas cuenta con las reseñas de Raquel Serur
sobre La violencia estremecedora (Disgrace) de J. M. Coetzee y de Sandra
Lorenzano sobre el Ficcionario de psicoanálisis de Néstor Braunstein.
El debate sobre el origen innato o aprendido de la agresividad
destructiva en el ser humano seguramente no terminará nunca. En
todo caso, ya sea que se acoja una hipótesis o la otra, lo que sí puede
afirmarse con certeza es que el hombre ha sido persistente en su lucha
por la destrucción, como nos lo recuerda Jesusa en su “Big Mother. El
gran desmadre”.
Liliana Felipe cierra, as always, con una de sus maravillosas canciones, ésta vez alusiva a la larga vida que se desea a las mujeres.
Cecilia Olivares
sexo y violencia
© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Inés Hercovich
Las oprimidas sospechadas.
La desconfianza hacia las mujeres sin conciencia
de género: un recaudo feminista contra los
estragos del control patriarcal
Inés Hercovich
U
n fenómeno inquietante, doloroso, casi resignado, casi policial,
y cada día más patente en la sociedad argentina, me mueve a la
escritura de este artículo: la desconfianza que sienten algu
nas feministas hacia las mujeres que carecen de “conciencia de
género”. Entre ellas, me referiré específicamente al grupo de feministas
funcionarias del estado (o asesoras) que privilegian la ocurrencia de
cambios a nivel legislativo. Basta efectuar un análisis no complaciente
de las acciones y de lo que esa porción del feminismo —funcionario y
legalista— considera sus logros, para advertir la relación perversa que
estas militantes con “conciencia de género” tienen con aquellas a quienes buscan concientizar y a las que pretenden representar. Insensibles a
las consignas, abúlicas frente a los caminos que, salvo honrosas excepciones, el movimiento feminista les propone, para muchas militantes las
mujeres resultan un interlocutor de riesgo capaz de convertirse en una
amenaza política: su indiferencia y, en ocasiones, manifiesto rechazo de
las propuestas feministas socava el fundamento ético que, como movimiento de liberación, el feminismo se da a sí mismo frente al estado y a la
sociedad.
Apogeo y caída del movimiento antiviolencia
El divorcio que existe entre las mujeres del movimiento feminista
antiviolencia y las mujeres en general no es ajeno a los avatares que
produjeron consecuencias similares en el resto de los movimientos populares y contestatarios. En la Argentina, el movimiento feminista
antiviolencia se organizó a mediados de la década del ochenta, cuando
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© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
sexo y violencia
la democracia balbuceante recién estrenada ejercitaba sus primeros pasos en un contexto mundial novedoso. Había caído el muro de Berlín y
con él las utopías revolucionarias que inflamaron las dos décadas anteriores. Como el ave Fénix, una nueva utopía surgía de sus escombros: el
sueño neo-democrático y su estandarte principal: los derechos humanos. La vieja militancia miraba con estupor un panorama que la sumía
en una decepción inesperada, poco comprensible, absurda, frustrante:
los eternos postergados, los olvidados de siempre no querían saber más
de eso de concientizarse y daban la espalda a sus propios intereses. La
vanguardia, despechada, veía como se cavaban su propia fosa pero, si
eso era lo que querían... allá ellos; sus militantes no llevarían aguas para
ese molino. Tomarían otro camino.
De la militancia social que bajaba a los barrios para concientizar y
organizar a los oprimidos, diezmada por la dictadura militar (1976-1982)
y la guerra de Malvinas (1982), pasamos a grupos de profesionales, especialistas organizados en ONG, esperanzados en hallar intersticios dentro del poder que les permitieran reformar las condiciones de opresión.
La estrategia seguida fue participar, “reglamento” en mano, en la gestión de las leyes y de las políticas públicas. Las tácticas de los activistas
de base, que consistían en ganarse la confianza de las víctimas para
juntos disputarle el poder al opresor, cedieron ante la nueva modalidad:
el rodeo estratégico ocupado en presionar al victimario para negociarle,
centímetro a centímetro, el control de la libertad. En vez de contar con los
oprimidos, recurrir a los instrumentos de la dominación, filtrar en las
leyes la chispa de la liberación. Así, sin avisarles, introducir en la conciencia de esas masas vencidas y aletargadas la medicina ideológica
salvadora.
El feminismo no quedó al margen de este proceso y lo cierto es que
hoy el panorama que ofrece el movimiento antiviolencia es desolador:
una existencia raquítica, cansada, reemplaza a los otrora entusiastas
grupos dedicados a concientizar y asistir a las mujeres víctimas de la
violencia sexual, formar grupos de autoayuda, capacitar profesionales y
otras mujeres.1 Pero, ¿cómo llegamos a esto?
1
Dos de los centros más importantes y antiguos, Lugar de Mujer y la Fundación Alicia Moreau de Justo, confiesan no recibir consultas. De los equipos de trabajo
que se habían organizado e integrado en hospitales, sólo quedan una o dos personas
a quienes el resto del hospital deriva, a veces, los casos que llegan.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Inés Hercovich
Han pasado muchos años desde que la motivación del feminismo
fuera lograr que la comunidad reconociera la realidad violenta que padecen muchas mujeres y entendiera que ese es un problema de todos. La
paulatina incorporación de psicólogas, abogadas, asistentes sociales,
otras militantes feministas y también políticas y funcionarias públicas
fue creando un campo de acción cada vez más rico y complejo. Surgieron
centros de asistencia y asesoramiento para mujeres golpeadas y para
víctimas de violencia sexual. Se organizaron seminarios de capacitación
para distintos tipos de profesionales y para la comunidad en general. El
tema comenzaba a escucharse en congresos y jornadas. Crecía la avidez
por saber y comunicar y se multiplicaban los grupos de acción. Eso significa alumnos, supervisandos. En fin, un mercado de trabajo. El problema de la violencia sexual, o sea, de la violencia contra las mujeres, adquiría
el carácter de objeto de estudio para distintas disciplinas y comenzaba a
generar “especialistas”. Entonces se creó un posgrado universitario para
distinguir entre especialistas y “especialistas acreditados”. Estos últimos, además de reclamar que el problema les pertenece, reclamaron fondos para trabajar. Y, los fondos, para aparecer, reclamaron especialistas
acreditados. El “know how” acerca de cómo acceder a financiamiento
internacional sigue dividiendo a las “especialistas acreditadas” de las
que trabajan en las trincheras, haciendo el trabajo de hormiga. Las primeras, obligadas a disciplinarse según las exigencias de las ONG
financiadoras —que, en muchos casos incluye integrarse en organismos
oficiales— ceden a la presión del dinero y del reconocimiento
institucional. De la mano de los fondos llegan los intereses corporativos,
cierto poder y la posibilidad cierta de convertirse en “referentes” (a veces
internacionales y entonces poder viajar). Llega la separación entre “representantes” (que son quienes cobran) y las “representadas” (que son
el motivo que justifica los presupuestos).
La distancia entre representantes y representadas se hace subjetividad: sin quererlo, crece un sentimiento de orgullo por estar en la avanzada y pertenecer a una minoría distinguida. Pero la búsqueda de
reconocimiento social es exigente, desgasta, resta aliento a la vocación
de servicio. Negociar el beneplácito de un organismo público para que
acepte en su seno a los mismos que la critican implica adscribir a un
lenguaje, adquirir ciertos modales, usar eufemismos para velar propósitos. Significa cambiar códigos y, con ellos, valores y aceptar una lógica,
la del estado, que es la lógica de la dominación. Si no se está muy atenta,
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
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la vocación por la liberación de las mujeres puede verse arrastrada y
degenerar en una relación de uso de esas mismas mujeres. La desconfianza hacia ellas facilita este resultado. Cada vez es más fácil recurrir a
la buena conciencia para denunciar las injusticias e inconsecuencias
democráticas, y más difícil buscar el asentimiento y la alianza con las
mujeres, crecientemente peligrosas.
Hay otros elementos que alimentan el divorcio, la desconfianza y el
uso de las mujeres por parte, especialmente, de las feministas legalistas.
Entre ellos:
•
la creencia en que el carácter de dominación y la fuerza
conservadora de las instituciones del estado así como el de las agencias
que financian dependen de quienes fijen las políticas. Por eso apuestan
a ser ellas quienes fijen, aunque más no sea, algunas políticas y así,
torcer su naturaleza. Creen que su conciencia de opresión de género las
pone a resguardo de ser cooptadas por los valores del estado patriarcal.2
• la creencia en la eficacia simbólica de las leyes, y en que sus
efectos son los que ellas desean. Por ejemplo, confían en que alcanza con
que el mundo le asigne el estatuto de delito a las agresiones sufridas en
la intimidad por las mujeres para que dichos actos adquieran, a los ojos
de la sociedad, la trascendencia política que verdaderamente tienen: “la
falta de legislación que regule la esfera privada —y, en particular , las
agresiones de que son objeto en forma mayoritaria y casi exclusiva las
mujeres— del mismo modo en que se regula la esfera pública, produce el
efecto de relegar a las mujeres a una condición de inferioridad y envía el
mensaje de que lo que ocurre en la esfera privada —y, por lo tanto, las
agresiones de las cuales son víctimas las mujeres— es considerado de menor
importancia”, dice Marcela Rodríguez.3
• la confianza en la eficacia de la pena tal como es administrada
por el sistema penal punitivo. Preocupadas por el estatus secundario
que los delitos sexuales tienen en el imaginario social, muchas creen que
la forma de garantizar que esto cambie sería asegurar que los condena-
2
Creen también o actúan como si creyeran que esta conciencia es algo que se
“tiene” de una vez y para siempre (como si fuera un trofeo y no un chispazo de saber
que se deshace en un mar de contradicciones e incógnitas ni bien queremos aprehenderlo).
3
Rodríguez, 2000. Las cursivas son mías.
6
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dos por agresiones sexuales reciban el mismo castigo que los condenados por robo u otros delitos del estilo: la cárcel. Pero, muy a menudo, los
delitos de violencia sexual son de otra naturaleza. En su mayoría, ocurren entre personas unidas por vínculos a veces muy intensos, contradictorios y difíciles de evitar. Exigen, por tanto, un tratamiento diferente.
La humillación permanente de una mujer, el castigo corporal de ella
frente a los hijos, el castigo a los hijos frente a ella, el forzamiento sexual,
la privación de su libertad por parte de un hombre que convive con ella,
y que tal vez la quiera y a quien tal vez ella quiera, son actos de una
gravedad incomparable con la de, por ejemplo, un robo. Es impropio,
pues, que para que esos atentados sean objeto de la misma reprobación
de la que es objeto un robo se los quiera igualar haciendo que ambos sean
castigados de igual modo.4
De la desconfianza a la descalificación
La performance feminista que, en 1998, consiguió torcer en parte el curso
de la reforma penal, constituye una muestra penosa de un éxito legislativo alcanzado por medio de las estrategias feministas que prefieren arriesgar su alma negociando con el estado antes que prestar oídos a las voces
de las mujeres que quedan fuera de su control. Y un ejemplo prístino de
cómo la desconfianza significa, sin más, la descalificación.
Medularmente, el nuevo texto conserva la marca que imprime pensar
que al discurso dominante, que asigna malignidad a lo femenino y
responsabiliza a las mujeres por los ataques que sufren, se lo desbarata
afirmando la inocencia inapelable de las mujeres, exagerando un desvalimiento femenino esencial, producto de la opresión patriarcal.5 En este
juego de espejos, dentro del cual queda presa la reforma, sucede que
muchas veces lo que se creía arrojado por la puerta vuelve a entrar por la
ventana. O, en su defecto, por el ojo de la cerradura. El análisis que sigue
trata algunos de los cambios introducidos y echa luz sobre estas afirma-
4
Sin entrar a analizar la relación extraña que existe entre la pena de cárcel y la
gravedad de un delito en un país que indulta genocidas o donde se libera presos los
fines de semana para que roben para los carceleros; sin descartar la reclusión como
pena, sabemos que pueden existir otros castigos sumamente penosos para los agresores y con un alto valor reparatorio para las víctimas.
5
Hercovich, 1997.
7
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
sexo y violencia
ciones. La validez de las mismas aparecerá con mayor fuerza aún cuando aborde las discusiones en torno a la inclusión o no en el código de la
figura del “avenimiento”. Mientras tanto, conozcamos los textos de ambas leyes, lo cual permitirá entender y criticar mejor mis argumentos.
La vieja ley
El Código Penal vigente hasta abril de 1998 rigió desde el año 1921. El
título III, “Delitos contra la honestidad”, concentraba la mayor parte de
los tipos penales en los que sólo la mujer podía ser víctima de la conducta penada: “Violación y estupro”, “Corrupción, abuso deshonesto y ultrajes al pudor” y “Rapto”. El capítulo II referido a “Violación y estupro”
incluía el artículo 119 cuyo texto rezaba:
Será reprimido con reclusión o prisión de seis a quince años, el que tuviere
acceso camal con persona de uno u otro sexo en los casos siguientes:
1. cuando la víctima fuere menor de doce años;
2. cuando la persona ofendida se hallare privada de razón o de sentido, o
cuando por enfermedad o cualquier otra causa no pudiere resistir;
3. cuando se usare de fuerza o intimidación.
“Acceso carnal” significa penetración del órgano sexual masculino en la vagina o ano de la víctima. De manera que el reo es siempre
varón mientras que la víctima puede ser mujer o varón. Para que se configure el delito, el artículo establece que deben ocurrir dos conductas: la
resistencia de toda mujer mayor de 12 años que goce de razón o sentido
y no padezca una invalidez que le haga imposible resistir; el uso de
fuerza o intimidación por parte del agresor. Estos dos comportamientos
suponen un tercero no explicitado en la ley pero sí en la jurisprudencia
que es la falta de consentimiento de la mujer al acto, expresada a través de
su resistencia. El doctor Soler6 pedirá que ésta sea “tenaz y constante”.
Al articulo 119 sucede el artículo 120 que establece que:
Se impondrá reclusión o prisión de tres a seis años, cuando la víctima fuere
mujer honesta mayor de doce años y menor de quince y no se encontrare en las
circunstancias de los incisos 2 y 3 del artículo anterior”.
Introduce la palabra “honesta” que, según el doctor Creuss,7 quiere
6
Soler, 1973.
8
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Inés Hercovich
decir “sexualmente inexperta”. El doctor Nuñez8 lo hace extensivo también a la menor que llega a conocer la práctica sexual a partir de una
práctica corrompida.
La ley nueva9
Del nuevo texto, que contiene 18 artículos, reproduzco aquí los primeros
tres que dicen:
Artículo 1°.
1. Sustitúyese la rúbrica del Título III del Libro Segundo del Código Penal
“Delitos contra la honestidad” por el de “Delitos contra la integridad sexual”.
2. Deróganse las rúbricas de los capítulos II, III, IV y V del Título III del Libro
Segundo del Código Penal.
Artículo 2°.
Sustitúyese el artículo 119 del Código Penal por el siguiente texto:
Será reprimido con reclusión o prisión de seis meses a cuatro años el que
abusare sexualmente de persona de uno u otro sexo cuando ésta fuera menor
de trece años o cuando mediare violencia, amenaza, abuso coactivo o intimidatorio
de una relación de dependencia, de autoridad o de poder, o, aprovechándose de que la
víctima por cualquier causa no haya podido consentir libremente a la acción.
La pena será de cuatro a diez años de reclusión o prisión cuando el abuso por
su duración o circunstancias de su realización, hubiere configurado un sometimiento sexual gravemente ultrajante para la víctima.
La pena será de seis a quince años de reclusión o prisión cuando mediando las
circunstancias del primer párrafo hubiera acceso carnal por cualquier vía.
En los supuestos de los dos párrafos anteriores, la pena será de ocho a veinte
años de reclusión o prisión si:
a) Resultare un grave daño en la salud física o mental de la víctima;
b) El hecho fuere cometido por ascendiente, descendiente, afín en línea recta,
hermano, tutor, curador, ministro de algún culto reconocido o no, encargado
de la educación o de la guarda;
c) El autor tuviere conocimiento de ser portador de una enfermedad de trans-
7
Creuss, 1977.
Núñez, 1997
9
Señalo con cursivas los cambios introducidos y agrego subrayado cuando se
trata de un tema que someto a discusión en el contexto de este artículo.
8
9
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
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misión sexual grave y hubiere existido peligro de contagio;
d) El hecho fuere cometido por dos o más personas o con armas
e) El hecho fuere cometido por personal perteneciente a las fuerzas policiales o de
seguridad en ocasión de sus funciones
f) El hecho fuere cometido contra un menor de dieciocho años aprovechando la situación de convivencia preexistente con el mismo.
En el supuesto del primer párrafo, la pena será de tres a diez años de reclusión
o prisión si concurren las circunstancias de los incisos a), b), d), e) o f)
Artículo 3°.
Será reprimido con prisión o reclusión de tres a seis años el que realizare
algunas de las acciones previstas en el segundo o en el tercer párrafo del
artículo 119 con una persona menor de dieciséis años, aprovechándose de su
inmadurez sexual, en razón de la mayoría de edad del autor, su relación de
predominio respecto de la víctima u otra circunstancia equivalente, siempre
que no resultare un delito más severamente penado.
La pena será de prisión o reclusión de seis a diez años si mediare alguna de las
circunstancias previstas en los incisos a), b), c), e) o f) del cuarto párrafo del
artículo 119.
Se impondrá reclusión o prisión de quince a veinticinco años cuando en los
casos de los artículos 119 y 120 resultare la muerte de la persona ofendida.
¿Qué reforma la reforma?
En términos muy generales, las militantes feministas que impulsaron
esta reforma buscaron que, gracias a su debate, se hiciera visible y se
reconociera la existencia y la gravedad de la violencia sexual contra las
mujeres. Y buscaron también generar una “comprensión social y jurídica nueva y diferente respecto de los hechos de violencia sexual”.9 La lectura del artículo de Marcela Rodríguez, principal defensora de la reforma,
permite identificar algunos de los modos en los que esto se lograría:
•“Generar una reconceptualización global que tuviera en cuenta
las perspectivas de las víctimas en el momento de definir el bien jurídico
tutelado y las conductas consideradas ilícitas.”
•“Incriminar actos de agresión y violencia que no afectan el honor
o la honestidad sino, fundamentalmente, la integridad física, psíquica y
9
Rodríguez, 2000.
10
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Inés Hercovich
moral de las mujeres” e “implican una agresión a la autodeterminación
como personas libres para decidir sobre su sexualidad, sobre su propio
cuerpo.”
•Asegurar que la ley no excluya a ninguna mujer a causa de su
“moral sexual” o de su estado civil u otra condición cualquiera y que
resulten “improcedentes las pruebas para demostrar la existencia o inexistencia de la ‘honestidad’ de la víctima”.
•Eliminar la expectativa social de que las mujeres deben resistir la
violencia y la de que, para dar crédito a sus denuncias, deban probarla.
En su reemplazo, debería darse un “lugar predominante al libre consentimiento y otros factores que pueden anularlo”.
•Considerar todo “abuso sexual” (fórmula que reemplaza al abuso
deshonesto) “una ofensa igualmente grave”, cualquiera sea su naturaleza y “cualquiera sea el género de la víctima”.
•Entender que, en tanto “práctica institucionalizada”, estos delitos
“implican una restricción a la libertad de movimiento de las mujeres”.
Algunos puntos en los que los esfuerzos reformadores
muestran su futilidad
a) Reconceptualización global, cambio semiótico y reforma
de los procedimientos jurídicos
Según las legisladoras que impulsaron el proyecto de reforma, las estrategias recién enumeradas se cumplieron y los objetivos fueron logrados:
“Si bien dista de ser la ley ideal desde una perspectiva feminista, constituye un significativo avance”, afirma la Dra. Elisa Carrió en nota publicada por Página 12. Y agrega: “Lo más importante es el cambio semiótico,
la redefinición que se hizo desde el lugar de la víctima [...]. En adelante,
incluso, podremos evaluar la realización de juicios políticos a jueces por
aplicaciones machistas de la ley”.
Convengamos en que “reconceptualización global” suena bastante más atractivo que “cambio semiótico”. Pero la fórmula de Carrió se
adecua mucho mejor a lo que efectivamente ocurrió. Lo que hubo fueron,
en efecto, cambios semióticos pergeñados por un grupo de especialistas
acreditadas, al calor de luz artificial iluminando un escritorio y del aroma de los cigarrillos apagados acumulados en enormes ceniceros. Una
“reconceptualización global” no sólo exige un debate abarcativo y a fon11
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
sexo y violencia
do de las relaciones entre los sexos. Exige que participen de ella los directamente interesados, o sea, todos: mujeres y varones, con conciencia y
sin conciencia. El resultado, inabordable, tal vez nos obligaría a aceptar
que la experiencia humana no cabe en definiciones y nos empujaría a
buscar nuevas formas de dirimir los problemas y, muchas veces, simplemente a darle valor a las que ya existen.
¿Qué hizo suponer a las feministas legalistas y a las legisladoras
que el “cambio semiótico” conseguiría cambiar el tratamiento que los
jueces hacen de este tipo de delitos? Por un lado son innumerables los
casos en los que la vieja ley no se aplicó ni siquiera cuando correspondía
claramente hacerlo. Del mismo modo, el texto tampoco impedía que se
criminalizara la violación dentro del matrimonio y, sin embargo, no hay
sentencias en ese sentido. Como bien señala el doctor Bovino, el pésimo
tratamiento que reciben estos casos “no depende del texto legal sino, en
todo caso, del arraigado carácter sexista de las decisiones judiciales,
fundadas en premisas implícitas cargadas de estereotipos y valoraciones culturales tan ilegítimas como discriminatorias”.10 El abogado se
sorprende y llama la atención sobre el hecho de que el empeño feminista
no se haya dirigido antes que nada a “eliminar o tornar inocuos los
múltiples elementos que intervienen activamente en el proceso de
revictimización del procedimiento penal”.
b) El reemplazo de “honestidad” por “integridad sexual de las personas”
“Honestidad” es un concepto que se acuña en un momento histórico
donde la preocupación social no son los abusos sexuales ni la violación
sino el adulterio, una práctica frecuente de la que muchas mujeres participaban gozosamente (por suerte para ellas).11 Como forma de prevenir-
10
Bovino, 2000.
Por tener el sentido de controlar el adulterio, al contrario de lo que afirma
Susan Brownmiller (1975), la legislación contra la violación (durante mucho tiempo
subsumida en la figura de “rapto”) no entró en el derecho por la puerta trasera,
“como si fuera un delito contra la propiedad de algunos hombres...” (las cursivas son
mías). Entró, en verdad por la puerta grande, o sea, como delito contra el bien
jurídico más y mejor protegido: la propiedad, revelando así, un deslizamiento entre
los valores “persona” y “mercancía” que nos resulta difícil de tolerar . El “como si”
de Brownmiller, igual que el de sus seguidoras, revela que confunden derecho con
moral, crimen con mal. Como si no supieran que un crimen no es lo que está mal sino
lo que la ley define como tal.
11
12
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lo, sirvió para castigar a los varones que mancillaran el honor de otros
ultrajando a las mujeres que dependían de ellos. Respecto de las mujeres, la “honestidad” —referida exclusivamente a sus comportamientos
sexuales—, consistía en cuidar del honor de los demás. La defensa de
esta virtud tuvo dos efectos. El primero, al requerir de las mujeres que
fueran poseedoras del bien atacable —lo que implicaba que estuvieran
vinculadas a algún varón de cuyo honor pudieran ser guardianas—,
negó el amparo a las “parias”, destinando a unas a alimentar las necesarias huestes de la prostitución y a otras a ser tratadas como prostitutas
en caso de ser atacadas. El segundo permitió echar mano a la sospecha
sobre la virtud de todas las mujeres justificando férreos controles familiares sobre sus vidas. Lo cual fue posible porque el concepto honestidad
conlleva la idea de una mujer capaz de ser deshonesta y por lo tanto,
pasible de ser responsabilizada por una de las formas de la guerra entre
varones. Para desconocer esta peligrosa e incómoda ambigüedad conviene refugiarse en la imagen de inermidad, incluso inopia, con la que
las feministas en cuestión construyen a la mujer que dicen defender.
Para esta óptica, que es la que subyace a la reforma, la ley “considera a
las mujeres como si no fueran personas” aunque el castigo que reciban a
través del desamparo legal pruebe que ellas siempre fueron un enemigo
de fuste, peligroso, al que es preciso reducir y cuya “inferioridad” es
necesario proclamar para justificar su dominación. Tan fuerte es la imagen de la potencia diabólica femenina contenida en la idea de “honestidad” que ni la marginación de las mujeres del derecho de propiedad ni
las consiguientes limitaciones a sus vidas de ciudadanas lograron
empañarla jamás.
“Integridad sexual” es la fórmula elegida para erradicar la connotación moral de su rival y hacerle lugar a la idea de la autonomía personal. Sin embargo, “integridad sexual” es también una formulación
problemática.12 Tal como es usado por este grupo de feministas, alude a
12
La cualidad de ser íntegro se puede predicar de cosas y personas. Cuando
el cuerpo es considerado propiedad, o sea, cosa, la predicación alude a que se
conserve entero, sin daño, sin partes faltantes (¿virgen?). Pero, aplicada a personas,
integridad es sinónima de expresiones tales como “honestidad, honradez, rectitud,
condición de insobornable”. Henos aquí devueltos, como por arte de ideología, al
espíritu de la vieja ley.
13
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un ideal de sexualidad que supone sujetos con derecho a la “autodeterminación sobre sus cuerpos”13 y a gozar de una sexualidad “autónoma”, “digna”, “libre”. Nada más alejado de la (¿idea, vivencia,
experiencia?) “integridad” de la que quieren vehemente e infructuosamente dar cuenta las mujeres ultrajadas cuando se esfuerzan por transmitir la experiencia que vivieron. Para ellas, y para quienes las escuchan
atentamente, “el ultraje sexual es, precisamente, lo que queda sin poder
decirse”,14 lo que escapa a las palabras porque ni siquiera se sabe dónde
pasa. ¿Qué quieren decir palabras como integridad, libertad y autonomía cuando no existe modo de hablar de sexo (humillado o no) sin nombrarlo como estigma ni reducirlo a una parte más de la anatomía? Llegó
la cacareada liberación sexual, llamamos a las cosas por su nombre (científico), desterramos el pudor y (afortunadamente) seguimos sin poder
reducir el sexo a una experiencia descriptible, gobernable.
Términos como “autonomía”, “autodeterminación”, “integridad”
desconocen que la primigenia condición sexuada de los seres humanos
nos hace dependientes de un otro al que estamos sexualmente orientados y que nos es imprescindible. E ignoran, también, que desacreditan
sin miramientos las soluciones de compromiso, desprolijas, que constituyen la vida cotidiana de mujeres y varones. Más grave aún, desacreditan las soluciones a las que llega una mujer bajo coerción, que son siempre
soluciones negociadas con el atacante, con ella misma, con los seres
queridos cuyos rostros aparecen en su memoria.15
13
¿Qué opinarían de esto, por ejemplo, las mujeres que quieren quedar embarazadas y no quedan? ¿O las que quedan, a pesar de un diagnóstico definitivo de
esterilidad o de tomar todos los recaudos en contrario? ¿O un hombre que tiene
dificultades de erección, o es impotente? Siempre es posible ignorar la insondable
materia y reducir todo a problemas psicológicos o políticos.
14
Hercovich, 1997.
15
Esgrimir la “autodeterminación” como si fuera posible ocultar que el sometimiento y la libertad son polos extremos e ideales entre los cuales nos movemos
permanentemente, sin habitar jamás en ellos de modo completo. y que, por lo tanto,
ninguna mujer victimizada deja de ser, por ello, un sujeto con cierto poder, un sujeto
que resiste. Asimismo, imaginar que la mujer agredida pueda actuar sin considerar
lo que sus actos signifiquen para otros que a ella le importan y a quienes ella
importa, es desconocer que el dolor moral, la humillación, la vergüenza, el miedo a
la censura y al rechazo, el miedo a dañar a otros, son las marcas de los límites que la
existencia de esos otros, amados, necesitados o repudiados, le imponen a su liber-
14
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c) El reemplazo del par “resistencia-consentimiento” por “consentimiento”
Hasta 1998, para el Código Penal argentino, la piedra angular de la
definición del delito de violación sexual era el par resistencia-consentimiento. Ahora, su reemplazo por la fórmula “consentimiento libre” eximiría a quienes aplican las leyes de quedar atrapados en la anterior
falaz oposición. ¿Cómo entender esta desconcertante fórmula que agrega el calificativo “libre” a un concepto cuya definición misma lo rechaza?
Para no debatirnos en cuestiones semánticas, zambullámonos en
la experiencia de las mujeres que sufrieron un ataque sexual. Antes que
nada, consideremos que las violaciones rara vez son ataques intempestivos de un desconocido que asalta a su víctima por la espalda. Casi siempre van precedidas de un proceso durante el cual el violador, que sabe lo
que quiere, trata de ganarse la “colaboración” de su víctima que no tiene
la menor idea de qué se propone ese sujeto que la encara. Una violación
se parece más a una estafa que a un robo a mano armada.16 Para las
víctimas, la violación comienza cuando una inquietud difusa y para la
que no encuentran una razón que la legitime se convierte en miedo, en
alerta animal. Algo, un gesto, una voz autoritaria, una mirada gélida, un
arma, revelan la existencia de una amenaza cierta. Aparece el miedo
visceral a la muerte, a ser desfigurada, al dolor físico. A veces es miedo
por un tercero utilizado como rehén por el violador. En esa escena presidida por la parca, la mujer necesita tiempo para pensar, pergeñar una
estrategia que le permita salir de allí con vida y sin más daños que los
que ya está sufriendo. La mayoría de las mujeres atacadas diría que
adormece sus sentimientos y enfría su cabeza. Lejos de quedar sometidas a un “terror paralizante”, observan, miden, sopesan, tratan de anticipar , reducir la ventaja del otro. Buscan que todo termine lo más rápido
posible. Dicen que sí a algunas cosas y que no a otras. Negocian. Antes
de entregar la boca en un beso, rinden la vagina. Extrañamente, abrirse
de piernas es lo que las mantiene más alejadas de la escena sexual. Echan
por tierra el mito patriarcal que identifica la sexualidad femenina con
tad. Por eso pueden decir que los abusos sexuales son “atentados a la propia
integridad, privacidad e identidad, más allá de que esos delitos afecten también a los
familiares, tutores, al estado, etc.”.
16
Hercovich, 2000.
15
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esa cavidad erigida en altar. Pero de eso mejor no hablar. Además, temen
hacer algo que aumente la violencia del violador. Y eso puede ocurrir si
se siente amenazado por su víctima. Buscan tranquilizarlo. En algún
momento ellas se visten de un personaje que les facilita las simulaciones
y les permite actuar de madre, hermana, amiga, enfermera, incluso de
prostituta. Para evitar que la paranoia asalte al infame descubren que es
responsabilidad de ellas hacer que la violación no lo parezca. ¿En qué
estrado judicial, policial, familiar , amistoso podrán hablar a calzón quitado? ¿Ante quienes podrán contar confiadamente que para mantener a
raya a la parca ellas consintieron pero no a un coito sino a una violación? Muy
pocas personas soportan escuchar que para las víctimas resistir es consentir y consentir es negociar . Y, entre ellas, no se encuentra el grueso de
la militancia feminista antiviolencia que, para asegurar la inocencia femenina reducen a las víctimas a sujetos inermes, sin el menor atisbo de
inteligencia, amor por sí mismas, criterio de realidad.
La experiencia de las mujeres demuestra que no hay violación sin
consentimiento. Y que este, por supuesto, no es libre. La absurda fórmula
“consentimiento libre” sólo puede explicarse si se la pergeña en diálogo
con la ideología dominante y a espaldas de lo que viven las mujeres. Hasta
el diccionario, tantas veces fustigado por la crítica feminista, les da la
razón a éstas. Para Casares17 consentir es ceder, en este caso a la voluntad
de otro, manteniendo cierta reserva, rechazo, distancia con el acto. Implica
una renuncia al propio deseo a cambio de algo más valorado en ese momento que aquello a lo que se debe renunciar. Por eso es absurdo hablar de
un “consentimiento libre” y redundante llamarlo “forzado”.
La serie de sinónimos a los que recurren las propulsoras de la reforma para precisar el significado de la fórmula “consentimiento libre”
revela su debilidad y falta de adecuación. Así, “abuso sexual” es toda
relación sexual que no resulta del “consenso” de ambos protagonistas.
Consenso, por su parte, ya no se define como, según dice Marcela Rodríguez, se hizo hasta ahora, o sea, “en virtud de la ausencia de datos que
confirmen el desacuerdo”, ni de “exigir que la resistencia haya sido tenaz y constante”, como solicita un comentador del Código. Ahora, el
“consenso” existe “en función del ‘acuerdo’ entre las partes”. En un
sentido práctico, el resultado de los esfuerzos es lamentable. Porque, ¿en
17
Casares, 1994.
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qué consiste un acuerdo? ¿Es, acaso, un punto cero de una relación, punto
prístino de encuentro total, armonioso y perfecto entre dos voluntades que
son parejas y negocian en condiciones equivalentes? Si el acuerdo es el
producto de una negociación, toda vez que exista conflicto surgirá esa
vieja, insistente y molesta pregunta: ¿Dónde trazar el límite que separaría
un “acuerdo legítimo”, o sea, “libre” de uno “forzado”?18
Por su parte, “consentimiento forzado” es el consentimiento obtenido cuando el “uso de fuerza física, lesiones y golpes, amenazas de
muerte o daños graves, la presencia de dos atacantes, la rotura de ropas, el ataque imprevisto y la inmovilización forzada de la víctima”
producen en ésta “un terror inmovilizante... suficiente para tornarla incapaz de resistir o para hacerle creer que cualquier resistencia que pueda emplear es inútil”.19 La desconsideración para con la experiencia de
las mujeres que ostenta este razonamiento es gravísima ya que le niega
existencia a todo lo que la mayoría de las mujeres atacadas hace y logra
para sí mismas en condiciones de brutal desigualdad. Al mismo tiempo, abonan la imagen de una víctima inerme que casi ninguna mujer es
ni podrá transmitir aun cuando, para que no rechacen sus palabras, se
proponga decir lo que ella sabe que los demás quieren escuchar. Las
fórmulas incluidas en el nuevo código y la víctima construida a la
medida de las mismas, hacen cada vez más difícil probar un ataque
sexual. Porque ahora, en lugar de tener que probar que hubo resistencia (lo cual es rigurosamente cierto prácticamente siempre) la mujer
deberá probar que sufrió un “terror inmovilizante” (algo rigurosamente imposible en casi todos los casos).
d) De cómo luchando contra la discriminación se termina negándola
La petición de considerar la gravedad del abuso sexual “con independencia del sexo al que pertenezca el sujeto pasivo de esa agresión...”
quiere igualar mujeres y varones. Pero eso implica, lisa y llanamente,
18
El esfuerzo de “reconceptualización”, merece señalarse, tiene otro aspecto
criticable: es políticamente peligroso porque ignora que algunas de las mejores cosas
de la vida no son “acordables” (aunque sí conversables). Por ejemplo, los encuentros
sexuales porque donde hay deseo no hay acuerdo ni hace falta: los encuentros sexuales no se acuerdan, suceden.
19
Las citas pertenecen al texto de Marcela Rodríguez. Las cursivas son mías.
17
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negar la discriminación sexual existente y, a la vez, reproducirla. Por un
lado, si lo que importa es que la ley refleje la experiencia y el punto de
vista de las mujeres, ¿servirá esta concesión a los varones para representar la ignota experiencia de ese 5% de la estadística que son los varones
agredidos sexualmente por otros varones?20
Por el otro, igualar las experiencias de los varones victimizados con
la de las mujeres resulta francamente un despropósito. En principio,
porque la incidencia de las agresiones en un sexo y otro es abrumadoramente distinta. Luego, la forma en que ocurren las vejaciones de unas y
otros, las situaciones propiciatorias, son distintas. Como es distinta la
sanción social que merecen. La intención que las anima no es la misma.
El efecto no es el mismo. El significado no es el mismo. Los recursos para
sobrevivir no son los mismos. ¿Cómo puede pretenderse que sean el mismo delito? ¿Cómo puede pretenderse que “la gravedad de la ofensa no
deba ser ligada al sexo de la víctima”? Que “todos estos actos de sexo
forzado deban ser tratados conceptualmente como ofensas igualmente
graves a los ojos del derecho” significa, sin más, renegar de la diferencia
sexual y, con ella, de la existencia de los géneros y, con ella, de la dominación masculina.
El diseño de un laberinto perverso
¿Cómo es posible tanta confusión? Sartre puede ayudarnos a entenderlo.
En el prólogo al libro de Franz Fanon Los condenados de la tierra, el filósofo
francés dice: “Este libro es peligroso, no les habla a sus enemigos sino a
sus compañeros”. Las feministas que propician reformas legislativas
hacen precisamente lo contrario. Para el sector del feminismo, comprometido casi exclusivamente con lograr cambios legislativos a través de la
20
Vale la pena recalcar aquí, que aun cuando se trata de varones obligados por
otros varones a ocupar posiciones femeninas, o sea, subalternas, esto no los convierte en mujeres. Me resulta inimaginable en qué pueda consistir la experiencia de un
varón sometido a la máxima humillación de la que es capaz la ideología patriarcal.
Y encuentro importantísimo considerar el desconocimiento que atañe a todos respecto de un hecho tan notable y revelador.
18
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técnica del cabildeo,21 las mujeres comunes y corrientes, presas del imaginario patriarcal milenario y atadas a los beneficios secundarios de la
maternidad y de su reinado en el hogar , no son buenas interlocutoras.
Despojadas de palabra propia, enajenadas de sus propias necesidades y
deseos, construidas para someterse sin saberlo, voluntariamente, a la
malignidad del sistema patriarcal, ¿cómo confiar en lo que dicen? Sin
conciencia de género, éstas son mujeres a las que no puede dejarse libradas a sus propios criterios, abollados por los golpes y las humillaciones
que mansamente aceptan y a las que incluso vuelven, frustrando las
ilusiones y los esfuerzos de quienes intentan ayudarlas. El diálogo, entonces, es con el enemigo a quien quieren conmover apelando a su buena
conciencia.
Los argumentos que alimentan el diálogo con el poder tienen historia. Provienen de la construcción de una imagen femenina elaborada
para contradecir las versiones misóginas dominantes en la sociedad,
que culpan a las mujeres simplemente por ser mujeres. Se trata, entonces,
de oponerse a la ideología machista que dice que las mujeres somos seres
taimados, poderosos (detrás de las bambalinas), interesados, vaginas
dentadas siempre deseantes, creando una mujer asexuada, dependiente,
enajenada de sí misma, indefensa. Para ponerlas a resguardo de la
culpabilización, las inferiorizan y desprecian.
Ajenas a las experiencias vividas por las mujeres atacadas, las feministas legalistas no pueden y no quieren ver la otra cara de las mujeres, su poder amenazante, ese poder que podrían hacer jugar a su favor.
Peligrosas para sí mismas, las mujeres sin conciencia de género también
son peligrosas para el decálogo de su liberación. Por eso la necesidad de
controlar este peligro ignorando a las que no confirman las interpretaciones de las profesionales y especialistas en opresión femenina, a las
que no confirman esa imagen construida a la medida de las necesidades
del proyecto político que alienta a las militantes. En lugar de confiar en
las mujeres y dedicar sus energías a representarlas y dar curso a sus
21
La esterilidad de este modo de hacer política, que se conforma con alcanzar
a medias logros superestructurales, fue expuesto por la doctora Haydée Birgin en la
evaluación que hizo de los alcances e impactos que tuvo la Ley N° 24.417 de Protección contra la violencia familiar , sancionada en 1996, sobre la población femenina,
sobre todo la más vulnerable (en este número de debate feminista).
19
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necesidades, el feminismo funcionario y legalista cree necesario
concientizarlas, educarlas, hacerles saber qué les hará bien, qué necesitan y cómo lograrlo. Se ofrecen como modelo de autonomía, pero no para
ser imitadas sino para ser necesarias. O sea, generan dependencia.
La conjunción de las imágenes ideales de mujer víctima (sin conciencia de género) y de mujer autónoma (feminista funcionaria) oprime a
las mujeres: ambos ideales pueden hacerlas sentir inadecuadas, en falta
y ser, así, motor de la autoculpabilización. O, por el contrario, pueden
victimizarlas aún más haciéndoles sentir que son más ultrajadas de lo
que ellas mismas se sienten. Mientras tanto, ellas, las mujeres con conciencia, confían en el poder negociador que sí tendrían ante un adversario tan difícil como el estado, y en que jugar en la cancha y con las reglas
impuestas por éste no afecta sus conciencias. ¡Qué perniciosa, insidiosa
es esta desconfianza no admitida que establece semejantes diferencias
entre las mujeres, tanta distancia y, finalmente, una nueva forma de dominación!
Los argumentos con los que las feministas funcionarias legalistas
se opusieron a la inclusión del avenimiento en el código penal reformado muestran claramente los efectos de esa ecuación nefasta
(desconfianza!descalificación!inferiorización) que subyace al pensamiento y a la práctica de este grupo.
El avenimiento
Tras arduas discusiones, las feministas que impulsaron la reforma del
Código Penal consiguieron que se incluyera en el articulado una versión
inocua del avenimiento. La figura original crea una instancia que permite a las mujeres sometidas brutalmente, intervenir personalmente en la
forma de juzgar, compensar, castigar o vengarse del hombre que las daña
y que debe hacerse responsable y pagar. El artículo 15 otorgaba a las
mujeres denunciantes la posibilidad de retirar la denuncia o de proponer un avenimiento con el imputado cuando hubiere relaciones afectivas
preexistentes, y extinguir la naturaleza penal de la causa, si estas entendían que existía una solución más favorable para ellas.
Pero las defensoras del derecho a la integridad sexual, psíquica,
física y moral temen que las mujeres, “fácilmente influenciables”, “atemorizadas”, actúen en su propia contra desistiendo de la acción penal.
Además, una mujer “desvalorizada”, “su autoestima deteriorada o nula”,
20
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“culpabilizada”, “anulada personalmente”, “apática”, “resignada”, “pasiva”, “sometida”, “impotente”, “desprotegida”, “ignorante de sus derechos o incapaz de ejercerlos”, “dependiente económica y emocionalmente
respecto del agresor” y acobardada por “el miedo a nuevas represalias,
puede terminar accediendo a cualquier arreglo, por desventajoso que
resulte”.22 En un contexto de poder tan desigual como el que existe entre
los sexos, ellas no confían en que el “acuerdo” entre víctima y victimario,
aun mediado por un tercero, pueda considerarse legítimo, o sea, fundado en el “consentimiento libre”. El avenimiento también está mal visto
porque justamente la mediación “suele presentarlo como una instancia
necesaria para preservar la unión de la familia y darle al agresor otra
oportunidad para que se rehabilite”.
Tan profundo cala la visión victimizante, atrozmente sorda e irrespetuosa de las soluciones que encuentran las mujeres, que es común
encontrar comparaciones, tan extremas como inadecuadas, entre, por
ejemplo, los padecimientos de las mujeres maltratadas y otras situaciones desesperantes. Equiparar las relaciones violentas que se dan entre
dos que están unidos, mal que nos pese, por una relación siniestra y
entrañable, con la relación entre un torturado y un torturador no hace
justicia a ninguna de las dos situaciones. Los primeros están unidos por
afectos diversos y contradictorios, por una historia de negociaciones,
complicidades, responsabilidades hacia terceros; y los segundos, por
una relación burocrática, impersonal, sin pasado ni futuro, sin consecuencias más allá de las huellas que deje la locura del momento vivido.
En esta forma de entender la condición femenina no hay lugar para las
mujeres que temen castigos salvajes para sus esposos golpeadores y no
quieren ser cómplices de esas atrocidades, o se apenan por ellos y no
quieren dejarlos en la calle.23 Para este modo de concebir la condición
femenina, los sentimientos y actitudes contradictorias de las víctimas no
son el resultado de situaciones dilemáticas que admiten soluciones irremediablemente insatisfactorias. No. Disminuidas por la opresión, las
22
Una vez más, la descripción corresponde a Marcela Rodríguez.
Ver el informe de investigación Imagen y percepción de la Ley de violencia
realizado por la Dra. Haydée Birgin, en el que evalúa “el grado de eficacia” de la Ley
24.417 de Protección contra la violencia familiar, tras cuatro años de vigencia (en
este número de debate feminista) y el análisis contenido en Hercovich, manuscrito.
23
21
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mujeres sin conciencia de género, las que no son como las feministas con
conciencia, se equivocan o padecen de alguna falla psicológica que les
impide buscar su felicidad. Como si la felicidad consistiera en no sufrir
y no sufrir fuera sinónimo de vivir en justicia. Sobre esta base, proteger a
las mujeres, ayudarlas, se convierte en reemplazarlas.
Los argumentos expresados por Marcela Rodríguez en el artículo
ya citado y representativos de toda la ideología que nutre el accionar del
feminismo funcionario y legalista (aunque no exclusivamente), están más
cerca de la complacencia conservadora del statu quo que del ansiado y
peligroso “empoderamiento” de las mujeres. Lo contrario implicaría confiar en la capacidad de éstas para actuar por sí mismas aunque más no
sea cuando toman la decisión de hacerlo y piden ayuda. Implicaría reconocer el valor que tienen los recursos espontáneos que el conjunto de la
sociedad se provee para solucionar sus problemas por fuera de las instancias oficiales. Implicaría desconfiar del estado y confiar en los “rebusques” de las mujeres y de quienes las rodean. Es cierto que, como dice
Susana Chiarotti,24 para una mujer en ciertas condiciones tener que tomar decisiones por sí misma constituye una “perversión” porque se trata en verdad de una coerción disfrazada de “prerrogativa”. Pero Chiarotti
continúa luego enumerando las consecuencias negativas que esta decisión acarrea a las mujeres, la peor de las cuales es pasar de víctima a
victimaria a los ojos de la comunidad: “es la mujer la que debe decidir si
su marido va a la cárcel o no”, señala. Para ella, defender a las mujeres es
evitarles éste y otros padecimientos que son, sin duda, penosos e indeseables. Pero querer evitarlos negando a las mujeres la posibilidad de
decidir, de asumir riesgos, de pagar el precio por su libertad es, lisa y
llanamente, asignarles la condición de menores de edad, o de incapaces.
Más aún, es negarles su condición de sujeto ético.
Las soluciones, siempre frustrantes en alguna medida, deben partir
de la confianza y el respeto por la inteligencia, la sensibilidad y los
valores que tienen las mujeres para enfrentar los problemas que se les
24
En un artículo de Susana Chiarotti titulado “Las leyes. Una puesta al día”.
publicado por ISIS Internacional, la autora dice: “En varios casos la víctima tiene la
posibilidad de optar entre presentarse al Juez de Familia o el Juez Penal. Esto que
parece una prerrogativa, puede tener en algunas situaciones consecuencias perversas”.
(Las cursivas son mías).
22
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presentan. Pero también de las soluciones que las comunidades se proveen a sí mismas, al margen de las instituciones oficiales. Por ejemplo,
sin descartar la reclusión como pena, queda claro que pueden existir
otros castigos sumamente penosos para los agresores y con un alto valor
reparatorio para las víctimas. Por ejemplo, los incas consideraban que si
la pena impuesta a alguien que cometía un homicidio era su reclusión,
de ese modo se perjudicaba la supervivencia de dos grupos familiares.
Uno quedaba privado del aporte del asesinado, el otro del aporte del
condenado. Por lo cual la pena consistía en que, de ahí en más, éste debía
trabajar para mantener a las dos familias. ¿Cuántas mujeres agredidas
querrían una solución de esta clase para ellas? El reconocimiento y arrepentimiento públicos de un violador frente a su propia familia, a los
vecinos, compañeros de trabajo, puede ser también un castigo muy efectivo. Cualquier acto que provoque la censura de los allegados y el control
sobre las conductas del condenado puede, en algunos casos, ser suficiente. Por ejemplo, un alto funcionario israelí acusado de violación se
ahorcó en su celda antes de ser llevado a juicio. Dos casos llevados adelante recientemente por la doctora Haydée Birgin comprueban el valor y
la eficacia que tienen la vergüenza y la condena social. Uno de esos
casos involucró a una mujer casada con un periodista de un importante
medio escrito de quien debió huir porque en una de las brutales golpizas
que recibió casi pierde un ojo. Se hizo denuncia ante la justicia civil. El
marido, invocando viajes que tenía que hacer acompañando al presidente de la nación, postergaba y postergaba las audiencias. Entre la damnificada y su abogada acordaron cambiar la estrategia. Llamaron a las
periodistas feministas que trabajan en ese mismo medio quienes, a su
vez, llamaron a una asamblea del personal para denunciar lo acontecido. La asamblea lo condenó y ese mismo día fue despedido. El otro caso,
sumamente interesante por el desborde imparable de violencia que implicó, corresponde a una mujer separada hacía dos años de su marido,
un importante funcionario de gobierno. Ella había cometido la torpeza
de no sacarle la llave ni cambiar la cerradura. Tras las reiteradas amenazas de violencia la mujer trabó la puerta de entrada de su casa. Pero el
violento rompió la puerta de entrada al edificio a patadas, se dirigió a las
cocheras y, con un palo, destrozó el auto de ella. El consorcio decidió
cambiar la cerradura de la puerta de acceso al edificio y él rompió la
entrada a las cocheras. Ni las denuncias policiales lograron calmar semejante festival de violencia. La víctima y su abogado decidieron recu23
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sexo y violencia
rrir , entonces, a la denuncia civil y al jefe directo del agresor, quien le
pidió inmediatamente su renuncia. Por fin, esta acción logró quebrar al
golpeador y la violencia terminó.
Presenté estos casos en detalle para mostrar cómo, sin perjuicio de
los castigos penales, existen infinitas maneras de que la pena deba asumirla quien cometió el delito, a través de la vergüenza, el descrédito, la
obligación de tener que hacerse responsable frente a todos y por el resto
de la vida del daño que causó. Al mismo tiempo, cómo la posibilidad
para las mujeres de participar si lo desean en la definición del castigo y
de la reparación, les confiere un espacio donde ganar y afianzar la confianza en sí mismas y en su capacidad para encontrar los caminos que
más convienen a sus vidas.
Reflexión final
Conviene al éxito de los combates por venir saber qué es realmente lo que
queremos: si ser reconocidas por el poder y ser las abogadas de las mujeres que sufren violencia o si queremos ser sus aliadas. Si queremos aprender con las mujeres, equivocarnos con ellas, apenarnos y alegrarnos con
ellas o preferimos mantener el sueño autocomplaciente y dominador de
ser portadoras del saber y del poder para representar y defender a quienes “no saben” como defenderse. Conviene saber si queremos salir del
círculo “inválidas-representadas por feministas” y que no necesiten ser
representadas o, en todo caso, sean bien representadas. Porque es claro
que esta opción significa el fin de muchos “negocios”, “prebendas”, “privilegios”. Y exige coraje: el de soportar una diversidad y una creatividad
de las respuestas que conmovería el afianzado edificio construido por
las producciones teóricas que proveen de ideología a los organismos
internacionales que financian el poder del feminismo funcionario.
Si queremos alcanzar la anhelada “vida buena” que, como dice
Agnes Heller , “está más allá de la justicia” es preciso profundizar el
trabajo en el llano, volver a esa práctica horizontal, que constituyó un
aporte político fenomenal del feminismo a los movimientos de liberación
de los oprimidos.
Volver a poner los pies en ese terreno pantanoso que es la vida,
donde no resulta más difícil encontrar refugios que permitan no escuchar o escuchar lo que conviene.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Inés Hercovich
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sexo y violencia
Imagen y percepción de la
Ley de violencia familiar en Argentina
Haydée Birgin
Informe final de investigación
L
a experiencia de casi cuatro años de vigencia de la Ley de
violencia (ley 24.417) permite y reclama una primera evaluación
de su grado de eficacia. Para alcanzar ese objetivo, conviene abordar dos vías distintas y complementarias: el análisis de los expedientes
de los casos que se han enmarcado en esta norma, por un lado, y el
estudio de la percepción que los propios denunciantes tienen de la eficacia de la ley para resolver su situación particular, por otro. La primera
vía ya ha sido abordada.1
Este informe presenta los resultados de la indagación cualitativa que
siguió la segunda vía, es decir, el análisis del grado de eficacia de la Ley de
violencia según se desprende de la percepción de los denunciantes.2
1
Los resultados de ese trabajo pueden leerse en el artículo de Carlos Carranza
Casares: “Violencia en la familia y juzgados de familia. Trabajo exploratorio sobre la
aplicación de la nueva Ley de violencia familiar de la Capital Federal”, en Derecho de
Familia. Revista interdisciplinaria de doctrina y jurisprudencia, tomo núm. 12. AbeledoPerrot. Puede consultarse también: Haydée Birgin. “Poder judicial. Seguimiento de
la aplicación de la Ley de violencia doméstica”, capítulo IV de Construyendo ciudadanía, publicación del Equipo de Seguimiento Investigación y Propuesta de Políticas
(ESIPP), pp. 23-30.
2
La investigación fue dirigida por Haydée Birgin. El diseño estuvo a cargo de
Adriana Lombari, y Alicia Fischbarg llevó a cabo el reclutamiento. Las entrevistas
fueron tomadas por Laura Herman, Cecilia Ziella, Carolina Fernández, Yolanda Yaya,
Liliana Tojo, María Eva Blotta, Carla Maglio y Silvia Valente. La investigación se
realizó en el marco del ESIPP, con apoyo de UNICEF, UNIFEM y UNFPA, y contó con la
valiosa colaboración de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, que facilitó los
contactos con las personas entrevistadas a quienes, por supuesto, se garantizó la
confidencialidad.
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Haydée Birgin
¿Qué mecanismos subjetivos y objetivos se ponen en funcionamiento
para que una víctima pase a ser denunciante? El pasaje de una posición
a la otra, ¿implica el abandono de la primera posición? Si ese fuera el
caso, ¿qué razones pueden explicar que sean mujeres las que denuncian
su posición de víctimas y asumen su posición de denunciantes? ¿Qué es
lo que hace que los hombres no enuncien una ni asuman la otra?
Estos interrogantes no pueden ser respondidos en el marco de esta
investigación, sino que quedan planteados para ulteriores indagaciones. Por el momento, hemos intentado conocer las razones que llevan a
las víctimas de violencia familiar a presentar una denuncia, qué pasos
siguen, qué resultados esperan alcanzar, cómo evalúan los cambios producidos a partir de la denuncia y, fundamentalmente, qué papel cumple
la ley vigente en este proceso. Con ese fin, se realizaron entrevistas en
profundidad a 51 mujeres y un hombre que efectuaron denuncias por
violencia familiar en los Juzgados Nacionales de Primera Instancia en lo
Civil de la Capital Federal en 1996, 1997 y 1998.
Reclutamiento
El reclutamiento de las personas entrevistadas constituyó la etapa
de mayor dificultad de esta investigación. La muestra planificada se
componía de 48 denunciantes, es decir, dos entrevistas por cada uno de
los 24 Juzgados de Familia de la Capital Federal. Para alcanzar el número previsto, fue necesario realizar 323 búsquedas y/o contactos. Las mayores dificultades se registraron en la falta de datos precisos para facilitar
la comunicación, como por ejemplo, números telefónicos, y la consignación de domicilios incorrectos o que habían cambiado. En algún caso, un
tercero interfirió y obstaculizó el encuentro: la madre o el marido de la
denunciante, que negaron información sobre la persona buscada.
Más allá de estas dificultades, la mayoría de los contactos efectuados con las denunciantes finalizaron en entrevistas. Esto indica que existe
un importante grado de interés en colaborar con la justicia, que podemos
atribuir a las características de la nueva ley.
De las personas ubicadas, solamente doce no aceptaron la entrevista, sobre la base de distintos argumentos, fundamentalmente, desconfianza y temor por las eventuales consecuencias de su participación.
De las personas convocadas, únicamente siete no asistieron a la
entrevista.
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Composición de la muestra
Edad, nivel de instrucción y situación laboral
Las edades de las personas entrevistadas oscilan entre los 19 y los 67
años. El mayor número de casos se concentra entre los 34 y los 44 años
de edad.
La mayoría de las personas entrevistadas posee un bajo nivel de
instrucción y escasos recursos económicos. Solo una minoría tiene puestos de trabajo en relación de dependencia, es decir que son personas
asalariadas y cuentan con beneficios sociales.
Para quienes inician o retoman su actividad laboral después de la
ruptura o separación, el trabajo es una fuente de ingresos necesaria para
la subsistencia familiar. Además, algunos testimonios de las entrevistadas nos permiten observar que, de manera significativa, la actividad
laboral representa la recuperación de un espacio propio y, por lo tanto,
se la vive como una conquista.
Antes de la denuncia, estaba en mi casa mucho. Hoy, a tres meses de la
separación, tengo trabajo y estoy contenta. Mi marido no me hubiese dejado
trabajar a este ritmo.
En mi vida nunca trabajé, solo ama de casa, no hacía nada. Hoy tengo que
trabajar en un bar y me gusta.
Quienes ya trabajaban y no habían dejado de hacerlo a través de los
distintos cambios familiares (separación, divorcio, nacimiento de los hijos) no otorgan la misma valoración a la actividad laboral:
Desde que me acuerdo soy mucama, trabajo doce horas como mucama de
hotel, todos los días para mí son iguales de mal.
Por suerte, toda la vida trabajé.
El género de los denunciantes
De las cincuenta y dos entrevistas realizadas, cuarenta y ocho tienen
por denunciante a una mujer agredida por un hombre, al que denuncia. En los cuatro casos restantes, la situación es la siguiente:
1. El matrimonio se denunció mutuamente por agresiones y violencia. Ambos esposos aceptaron ser entrevistados y, en el momento de la
entrevista, convivían.
2. La denunciante es la abuela, que denuncia a su hija por maltratos
físicos hacia su nieta.
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3. La denunciante es una hija, que denuncia a su padre por maltrato y amenazas.
4. Una madre denuncia a su hijo varón por maltratos hacia su hermana y su pareja.
Estos datos corroboran la observación del doctor Carlos Carranza
Casares quien registra que, en 1995, la mayoría de los denunciantes son
mujeres.3 En relación con este hecho, la licenciada Verónica Bouvier y
Roberto Torres, del Centro de Asistencia a la Víctima del Delito con
sede en Córdoba, señalan que “la violencia conyugal se hace acto [...],
pasa al acto, llega a través del decir de la mujer, quien manifiesta que es
por un otro que viene, lo cual marca una posición, un lugar desde
donde da sentido a lo que le pasa”.
En particular, sería productivo explorar las razones de la ausencia
de hombres en el lugar de denunciantes. Por el momento, carecemos de
elementos que nos permitan inferir si los hombres no son denunciantes
porque no son agredidos o bien porque se colocan en un lugar distinto
del de las mujeres, aunque esta última hipótesis parece plausible.
Representación familiar
Indagar en torno de la composición familiar permitió detectar qué representación tienen las entrevistadas de la familia y cómo perciben su lugar
en ella.
Algunas describen el grupo familiar por medio de la enumeración
de sus integrantes de acuerdo con el grado de parentesco que guardan
con ellas, con prescindencia del hecho de que convivan o no con ellas en
el momento de la entrevista. Este modo de organización se corresponde
con la representación de familia tipo. Se incluye en la enumeración al
marido, o “al padre de mis hijos”, o “del que me separé”, independientemente de la situación en la que se encuentren en ese momento.
En otros casos, la representación familiar se describe enumerando
a las personas que constituyen el hogar, es decir, personas que en el
3
Véase la nota 1. En una muestra de cien casos de cinco juzgados de familia,
las víctimas femeninas representaron el 90 % de los casos y las masculinas, el 10 %.
Entre estos últimos, sólo se registran quienes alegan ser agredidos por sus hijos o
sus padres. No hay, en cambio, denuncias contra la esposa o concubina.
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momento de la entrevista conviven con la persona entrevistada y generalmente tienen un presupuesto común. En este caso, los informantes
incluyen a parientes en línea directa (padres, nietos, hermanos/hermanas) y personas con los que guardan otra relación de parentesco (tíos,
abuelos, padrinos).
Estas representaciones coexisten en las respuestas. Cabe citar algunas de las expresiones obtenidas:
¿Cuál familia?, ¿con la que vivo ahora?
Mi familia es: él, a pesar de todo —mi marido—, mis dos hijos, de los cuales
tengo cinco nietos. En este momento, yo vivo sola.
Mi marido y mis siete hijos. Todos viven conmigo, mi marido también.
Está compuesta por mi esposo HJF, por mi hijo IJF y mi nena AFN.
Llama la atención, en este último caso, el hecho de que la entrevistada
se excluya y que señale con la enunciación de los apellidos la diferencia
de paternidad entre sus dos hijos.
Una hija y mi marido, convivimos bajo el mismo techo, alquilamos, no tenemos medios para irnos.
Las diferentes maneras de representar la familia revisten significación
porque revelan cuál es la posición subjetiva de cada entrevistada respecto de su situación actual o presente.
A diferencia del marido o la pareja, los hijos siempre son incluidos
en la composición familiar, convivan o no con sus padres. La inclusión
del cónyuge suele ser ambigua. Se lo incluye en la composición conceptual de la familia aunque la pareja se encuentre en una situación de
ruptura y no esté conviviendo o, por el contrario, se lo declara como
conviviente aunque no ocupe el espacio conceptual de pareja.
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Significación de la denuncia
La denuncia es un pedido a un tercero —en este caso, la justicia—, al que
se inviste de autoridad para que intervenga en un conflicto.4 A la justicia
se recurre en última instancia, después de una sucesión de intentos frustrados: pedido de ayuda en comisarías, centros de prevención u hospitales. Dicen los entrevistados:
Como no tenía ayuda de nadie —ni de mi familia, ni de médicos, ni de psicólogos—, recurrí a los tribunales. Hablaba con mi familia, pero para hacer la
denuncia, me mandaron de la policía.
Se abrigan expectativas de que la justicia pueda resolver lo que otras
instituciones —en especial, la comisaría— no han logrado, mostrándose ante las víctimas como operadores ineficaces.
Hace tiempo que quería hacerlo, pero con mucha dificultad, se mezcla lo
afectivo con lo familiar y social.
La determinación fue después de una discusión delante de mis hijas. Me tomó
del cuello y me amenazó con tijeras. Dije: ¡No quiero más, yo ya más no puedo,
que se ocupe la ley!
La denuncia aparece como un pedido de ayuda, que se formula desde
—por lo menos— dos posiciones subjetivas diferenciadas: para poner
fin al vínculo y para que cese la violencia, que la justicia “sirva como
freno”. En este caso, el vínculo no se pone en cuestión.
Entre quienes formulan la denuncia como búsqueda de ruptura, el
hecho desencadenante puede ser un episodio aislado, definido por las
víctimas como “violento”, que les permite resignificar una historia familiar cuyo carácter agresivo habían negado o soslayado hasta entonces
(“no lo veía”, “no lo podía ver”, “pensaba que con el tiempo iba a cambiar”) o, sencillamente, hartazgo o cansancio.
4
Según Bouvier y Torres, del Centro de Asistencia a la Víctima del Delito
(Córdoba), con la denuncia, la mujer “demanda que un tercero, alguna institución,
intervenga sobre una situación que se le ha tornado intolerable a causa de un otro, un
partenaire... No es de ella de quien habla, sino de lo que le sucede. En el relato de la
víctima aparece con claridad la representación del aguantar, como significante
develador. Éste se hace soportable hasta un cierto límite, a partir del cual se desataría
lo temido. Algo hace que en la reiteración aquello deje de ser soportable, siendo éste
el momento de mayor tensión y en el que se demanda la intervención de terceros
tales como policía, tribunales, etcétera, para que sofoquen y apacigüen la situación.
Se busca un tercero que dé garantías y que, investido desde el lugar paterno, mediatice
e imponga la ley”.
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Varias de las entrevistadas justifican su actitud por la agresión
hacia los hijos. En estos casos, el hecho violento se instala en una larga
cadena de agresiones que —por su magnitud o por el contexto en que se
producen— pone en riesgo la vida de los hijos. Dice una entrevistada:
De mi maltrato no me di cuenta hasta que llegó el de los hijos. Mientras fueron
chicos, no fue tanto. Creció con ellos... Decidí parar esto después de una
golpiza enorme al hijo del medio, de dieciséis.
La motivación para que la denuncia derive en la ruptura del vínculo es
la de vivir mejor, emprender una nueva vida. En todos estos casos, subyace
como componente ideático el hecho de que la violencia que antes se aceptaba se ha tornado inaceptable.
Quienes consideran la denuncia como sólo “un freno”, colocan en
la intervención judicial la posibilidad de cambio del golpeador o agresor. Se espera que la denuncia genere un vínculo distinto, que cese el alto
grado de violencia, pero no se cuestiona el modelo de relación familiar.
Se apela a la justicia para que, desde su lugar de autoridad, convenza o
amenace al denunciado para que cambie su conducta. La denuncia ante
un juzgado aparece como un eslabón más en la cadena de episodios
violentos que caracterizan a la vida familiar, aunque más jerarquizado.
Dicen, por ejemplo: “yo no sabía que ir a la justicia era algo tan serio,
nadie me explicó...”
Las entrevistadas que se identifican con esta posición esperan que
la justicia, corporizada en la figura del juez, les devuelva a un hombre
distinto, que no las agreda. Algunas reclaman que se lo cure o que se lo
“obligue a dejar de beber”. Imaginan que el tratamiento psicológico —
sobre el cual tienen escasa información— les permitirá recuperarlo.
En estos casos, el componente ideático subyacente es que la violencia es únicamente la manifestación de una enfermedad psíquica, que
puede llegar a la enajenación, y no un patrón cultural que expresa relaciones de poder, al que puede sumarse la patología. Por lo tanto, estas
denunciantes no están en condiciones de plantearse un proceso de transformación de modos de vida y de relación entre los géneros, que modifique pautas culturales ancestrales:
Es agresivo cuando toma... Insulta, molesta, todo lo ve mal... Los chicos son
sanos... La gente decía: él está enfermo. Muchas veces le dije que se fuera a
tratar.
En un momento es como que él no es, se desborda, no es consciente.
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Percepción de la violencia
Las entrevistadas perciben la violencia o los comportamientos violentos
de manera significativamente distinta. La medida límite varía según el/
los efecto/s que produce sobre la persona que es objeto de ella, lo que
explica que algunas sólo hayan formulado la denuncia ante situaciones
de riesgo de vida, de lesiones irreversibles, o cuando está en juego su
propia supervivencia o la de sus hijos. Al ser indagadas acerca de las
razones que las llevaron a acudir a la justicia, dicen:
Cuando me rompió un par de anteojos y le pegó a una de las chicas.
Cuando me clavó un puñal.
Cuando se fue a las manos, más de la cuenta.
Cuando por las agresiones físicas me desfiguró los ojos y con una percha
quería romperme la tráquea.
Al intentar estrangularme, y no es la primera vez.
Por los golpes, los insultos, los agravios, el no dejarme dormir.
Para otras, la violencia se presenta bajo aspectos de orden simbólico,
por lo que ponen en cuestión el tipo de vínculo. Por ejemplo:
La falta de respeto y de confianza, manipularme, no respetar mi libertad.
Agredir verbalmente.
Que nunca me preguntara cómo estoy, cómo pasé el día. Eso, para mí es
terrorífico, la no comunicación.
Por las peleas y su falta de responsabilidad para conseguir trabajo y, más que
todo, la agresión moral.
El hecho desencadenante de la denuncia no está exento de connotaciones culturales. Más aun, sólo está determinado por ellas: considerar o
no una conducta como violenta depende de la historia familiar y singular de cada persona y del medio social.
Yo a mis hijas les enseño que un golpe no es nada, sale con una pomada... Yo
aguanté golpes con pomada, con días en cama, con patadas, trompadas,
insultos, tirones de pelo... Me pegaba alcoholizado y no alcoholizado, me
pegaba por violento... Yo no entendía... Pensaba: “Me lo merezco... Lo único
que tengo es él. Él es mi papá, mi familia, todo”. Mi mundo era él, lo malo que
era no importaba... Abandono en mi vida es la palabra clave, me crié con una
familia adoptiva muy conservadora, donde el marido tiene derechos.
Si yo no hubiese respetado a mis hijos y a mi esposo, entonces yo estoy de
acuerdo... Pero tampoco puede ser que a uno le peguen. Hice la denuncia
porque ellos no me pueden tocar y hacerme daño, tengo un problema de salud
y ellos lo saben.
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Un día, sin querer, me pegó unas cachetadas. Cuando se pone nervioso, pega,
no ha llegado a grandes cosas... Un chirlo, pierde el equilibrio y pega o rompe
cosas.
Debemos considerar también el sentido que el juez otorga al término
“violencia” y su interpretación sobre los alcances de la ley. Una entrevistada cuya denuncia fue desestimada señaló:
Me había roto un tendón y no me aceptaron la denuncia. ¿Qué querían, que
me matara a golpes?
Condicionantes de la denuncia
A. Fuentes de información
El conocimiento que tienen las entrevistadas sobre qué pueden hacer
frente a una situación de violencia, deriva de distintas fuentes: los medios masivos de comunicación (en primer lugar, la televisión y, en segundo lugar, los diarios) y el asesoramiento de personas cercanas.
Escuché en la tele o leí en un diario que en Estados Unidos se daba la exclusión.
Hablaba con mi vecina, que me aconsejaba que tenía que hacer algo para estar
bien con mis hijos.
Me asesoraba mi pareja actual.
La información de que disponen, descrita de manera generalizada, es
que existe algún recurso del que pueden valerse o alguna instancia a la que
pueden o deben acudir. En cambio, no se registran descripciones precisas ni claras acerca de a quién pueden recurrir, qué pueden solicitar y de
qué modo pueden hacerlo.
La información acerca de la existencia de la Ley de violencia familiar como un nuevo recurso aparece en un segundo momento, a partir del
contacto con instituciones de ayuda o personas que han experimentado
situaciones similares.
En Violencia Familiar, obtuve la información. Primero llamé y me recomendaron ir a la Cámara Civil.
Otras golpeadas me mandaron a hacer la denuncia.
Llegué a Lugar de Mujer por la psicóloga de mi hermana. Allí me dijeron que
podía hacer la denuncia en Capital, pero me faltó asesoramiento acerca de
cómo pedir la exclusión.
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La información sobre las instituciones a las cuales es posible recurrir en busca de ayuda y la propia existencia de la ley es condición
necesaria pero no suficiente para que las mujeres puedan acceder a
estos recursos. Contar con las referencias (dirección, teléfono, procedimiento, relato de terceros que han atravesado situaciones similares) es
de gran ayuda, pero no aparece como determinante en la formulación de
la denuncia. Por el contrario, en la descripción de los procesos personales que las llevaron a la denuncia, las entrevistadas indican que el conocimiento de las instituciones asistenciales o preventivas y aun de la ley
es muy anterior al momento de la denuncia. Dicen, por ejemplo:
Me engañaba pensando que iba a solucionar sola las cosas.
Sabía y recopilé mucha información que me sirvió, pero hacerla era difícil y
costoso.
Leí en el diario que había salido la nueva ley, que podía hacer la exclusión, pero
me llevó un año y pico.
Si bien en situaciones de violencia lo que parece obvio se torna
difícil de percibir, el contar con información reviste gran importancia.
Es necesario que las víctimas la tengan a su disposición para actuar en
el momento en que puedan hacerlo. Saber que existen recursos les da
fuerza y seguridad, y les permite romper el aislamiento y la inacción en
la que se encuentran a consecuencia del temor. Informarse en instituciones de prevención, concurrir a grupos de ayuda les permite visualizar
otros modos de relación posible entre los seres humanos y distinguir
patrones de comportamiento. Dicen las entrevistadas:
Me parecía que no éramos una familia muy normal, comparada con otras.
Había gritos, insultos, cachetadas, no golpizas a matar, pero si se pone nervioso, rompe cosas... Él siempre se molestaba de que viniera gente a casa o a ver
a las chicas.
La gente no me creía porque él en público se portaba bien.
Conocer a otras personas que padecen situaciones semejantes les
permite a las víctimas romper con la idea muy arraigada de que hablar
de lo que sucede es vergonzoso. Al decir de las denunciantes:
Nunca le perdoné haberme ensuciado delante de los vecinos, yo hablaba con
mis patrones, pero no era lo mismo.
No hablaba con nadie, uno tiene vergüenza porque los vecinos lo saben.
En otros casos, la información opera como disparador para actuar
porque la decisión de hacer la denuncia ya estaba tomada. En este senti35
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do, el papel de los medios de comunicación es fundamental porque legitiman la denuncia:
Se habla mucho más en los medios ahora que hace cinco años. Ya no estás solo
con la policía.
B. Redes de apoyo
Los testimonios muestran que la denuncia es un proceso que necesita
tiempo, requiere el apoyo y la contención de una red familiar o social.
Dicen las denunciantes:
Me llevó bastante tiempo hacerla, me tuve que cansar mucho, pasé nueve años
luchando contra viento y marea de la violencia psicológica y física a veces
también... Escuché historias que repetían una y mil veces la historia de una,
entonces pregunté en el programa: ¿dónde se hace la denuncia?
Yo no me decidía hasta que un día, hubo un episodio en casa de mi hermana,
se interpuso mi hermana, y ahí me decidí.
Ya venía de muchos años, soporté hasta que la nena menor me dijo: “¡Basta,
mami, no lo soporto más!”. Si no hubiese sido por ella, quizás yo no hubiese
salido.
La eficacia de la denuncia depende en gran medida de la contención afectiva en el momento de la denuncia y del apoyo familiar o social. La familia y las redes barriales o sociales constituyen el soporte
emocional y material indispensable no sólo para efectuar la denuncia
sino para poder sostenerla. Dicen:
Mis hermanos, mi abuela y mi novio sabían. Mi tía me dio el teléfono de ayuda
de violencia familiar. Todos aconsejaban, pero nadie se quería meter por miedo.
Mi familia sabía, pero estaban cansados de que tratara de separarme y, cuando
él se arrepentía y decía que no lo iba a hacer más, volvía... Estaban enojados
conmigo porque no me ponía fuerte y terminaba de una vez.
Cuando tomé la decisión, no sabía nadie lo que estaba pasando, hablé con mi
hermano y me dijo: “¡Veníte!”. Recién ahí les conté a mis hermanos, los que me
ayudaban eran mi jefe y su mujer a salir de todo.
Al no tener amistades ni familiares, no tenía con quien comentarlo, no sabía
de la ley, lo ignoraba, no sabía que existía esa protección.
Mis padres tienen 82 y 86 años. Mi mamá no quiere a los chicos porque son
terribles y con muchos síntomas de violencia, pero yo no tengo a donde ir.
Mis padres opinan que la culpa es mía porque yo lo ofuscaba. Sucede que ellos
son violentos, mamá golpea a mi papá... Y no me acompañaron para nada.”
Toda la familia de él sabía lo que pasaba. Mi familia me decía: “Con un hombre
así no sigas, es peligroso”. Pero nunca se mete en los casos matrimoniales, no
había mucho empuje.
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En otro orden, son indispensables las redes de contención
institucional. La ciudad de Buenos Aires cuenta con pocas redes de
este tipo. Las entrevistadas percibieron tres tipos de instituciones con
perfiles distintos y que tuvieron una intervención diferente antes de la
formulación de la denuncia: la policía, los hospitales públicos y los
centros de ayuda.
El tipo de acción desempeñada por los actores de las dos primeras
permite que las entrevistadas construyan una imagen de perfiles nítidos
de cada una de ellas. En cambio, los centros de ayuda o prevención se
presentan de manera desdibujada e imprecisa en el relato de las entrevistadas. Son nombrados y reconocidos como tales por un segmento minoritario de las denunciantes. Es decir, no son lugares ampliamente
conocidos. Los lugares son mencionados por su localización geográfica
o dirección, Pavón y Entre Ríos, Umberto Primo, Salguero al 500, la calle
Las Heras, sin que se registre el reconocimiento de la naturaleza de la
institución en juego, pública o privada.
Con la urgencia de buscar protección por el temor que genera efectuar la denuncia, las entrevistadas relatan escenas en las que el común
denominador es el paso por dos o tres lugares hasta llegar a los tribunales, al juzgado, a la cámara, según las distintas denominaciones utilizadas. La falta de precisión y, por lo tanto, de eficiencia en las derivaciones
parece ser una constante. Veamos algunos testimonios:
En la Comisaría de la Mujer, me derivaron a la comisaría de mi zona. No me
la quisieron tomar, me mandaron a Salguero al 500... En Hipólito Yrigoyen y
24 de Noviembre, me dijeron que fuera a la Cámara Civil, me sortearon y me
mandaron al juzgado de al lado.
Mi vecina me dio la dirección de Entre Ríos y Pavón. Me tomaron declaración
de 7 a 10 de la mañana y, a las 12, pasé al Consejo de la Mujer en Hipólito
Yrigoyen y me dieron para irme al juzgado porque mi caso era grave.
De la misma manera, se relatan diálogos, se narran los consejos o directivas recibidas de personas a las que difícilmente se registra con nombre
y apellido. Los profesionales de la institución son identificados por la
función atribuida, “la psicóloga” o “la doctora”, “la señora de violencia
familiar”, y se las valora por el grado de contención brindado:
Me trató rebién. Yo lloré todo y ahí me escucharon. Me mandaron a hacer un
tratamiento psicoanalítico y yo, en 20 años, no había resuelto nada.
Fue un desastre, un manoseo, me tenían 3 o 4 horas, todas las semanas. Me
cansé y no fui más.
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En el relato de las entrevistadas, las instituciones aparecen como
intermediarias que las derivan a la justicia. Las funciones informativa,
de asesoramiento y de asistencia legal no parecerían adecuadamente
cubiertas. Más abajo nos referimos en particular a la falta de patrocinio
y asistencia jurídica, un punto especialmente importante.
Entre las instituciones mencionadas por las denunciantes, los servicios de violencia familiar de los hospitales públicos revisten un perfil
más diferenciado. Las que han asistido a grupos de apoyo les asignan
un lugar importante en su despertar y toma de conciencia de algunos de
los cambios producidos. Valoran tanto al grupo como a los profesionales a cargo de la coordinación. A diferencia de la policía y de otras instancias a las que han recurrido, el grupo de ayuda, por su propia
definición y dinámica, les exige una relación y vinculación más prolongada en el tiempo y menos contingente. Dicen:
En la salita del barrio, la asistente social me mandó al Hospital Pena a Violencia Familiar. Hace un año que voy todos los martes.
La policía, que también aparece claramente identificada, presenta
atributos y rasgos negativos. Dicen las informantes:
En la comisaría no me dan mucha importancia.
La policía no hace nada.
Él es policía y, cuando hice la denuncia en la comisaría, ésta desapareció y eso
que me habían visto médicos forenses.
Me dijeron que no era para ellos porque no tenía huellas ni marcas... ¿Me tenía
que estar muriendo para que tomaran la denuncia?
Hice la denuncia en la comisaría y no me la quisieron tomar estando él delante.
Hice la denuncia en el juzgado porque de la comisaría a la que yo pertenezco nunca
llegó a ningún juzgado ninguna de todas las denuncias hechas... Iba golpeada,
lastimada, nunca me veía un médico, nada.
La policía lo apañaba, no se lo llevaba, la policía quería calmarme y dejarme con
él.
Con la 40, tuve muy mala experiencia, no me querían tomar la denuncia. En la
43, me dieron custodia porque la denuncia la hizo el colegio de monjas de la
nena.
Cuando fui a la policía, ellos me dijeron: ¿quiere que lo golpeemos? Parecía que
todo terminaba en una golpiza, creo que no entienden nada.
El policía quería citarlo a él pero dije que no, porque la gente me había dicho
que en la comisaría les pegaban y yo no quería que le hicieran eso.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Haydée Birgin
Cabe resaltar que la mayoría de las entrevistadas había realizado
denuncias policiales sin haber logrado resultado alguno. Señalan, por
ejemplo:
Tengo una cantidad de denuncias, más las que no me han tomado, más las
veces que no voy porque tengo vergüenza. Siempre fui a la comisaría. Al juez
fui una sola vez.
Cuando hice la denuncia, me dijeron que pasaba al juzgado y si quería retractarme.
Hice unas cuantas denuncias. Esta es la segunda en tribunales. La anterior
también fue por violencia. La hizo una asistente social del hospital en el que
estuve internada. Dos en la comisaría y dos en juzgado.
Cambios percibidos a partir de la denuncia
Un grupo significativo de entrevistadas depositaron en las denuncias
expectativas que van más allá de la resolución del hecho violento que
denuncian. Se trata de expectativas de orden simbólico que llevan a considerar el castigo insuficiente y pedir reparación. Por ejemplo:
Me hubiera gustado que lo encarcelaran, que estuviera detenido, que la ley
fuera más severa, para él fue fácil.
Otras creían que la cuota alimentaria fijada podría ser exigible de inmediato. Frente al incumplimiento, dicen:
En la ley tiene que haber algo que lo obligue a asumir su compromiso y que lo
cumpla.
El régimen de alimentos no se cumple. Supuse que, al darme la tenencia, me
lo iban a dar automáticamente. Ahora viene juicio por alimentos pero, mientras tanto, los chicos tienen que comer.
Suponían que la derivación terapéutica era obligatoria, que se organizaría un seguimiento para garantizar la concurrencia. Ante el abandono del tratamiento, dicen, por ejemplo:
Al no tener un seguimiento, yo no sé cómo va a estar más adelante.
En otro orden, quizás el más importante para el sector social que
denuncia, se advierte la ausencia de políticas sociales que acompañen la
resolución judicial y les permitan sostener la denuncia. En referencia a
este punto, dicen las entrevistadas:
En el juzgado no se dan cuenta de que uno no es Superman. En este momento,
tuve que cortar todos los tratamientos porque no tengo plata ni para el colectivo.
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sexo y violencia
Quisiera que mis hijas entraran en un grupo de autoayuda, pero por los
horarios no llego.
Ahora, ¿cómo los mantengo a los cuatro chicos? ¿Cómo pago las deudas?
Seguiré haciendo denuncias...
En abril, él me pasó 20 pesos, y yo me asusté.
El tratamiento me sirvió para perder el miedo, poder volver a hablar, dejar que
la criatura se fuera y quedarme tranquila de que va a volver. Lamentablemente,
no pude concurrir más porque iba por mi obra social y me cobran por visita,
tengo que ubicar un centro gratuito.
Estoy esperando cupo para tratar a mi hijo, todavía me cuesta sacarle la violencia, está alterado.
Esperaban mayores garantías de la autoridad judicial:
Cuando el tipo es violento, el primer tiempo te tendrían que poner una guardia en la puerta y en la escuela.
De manera generalizada, todas reconocen que la denuncia ha traído un freno o que ha mitigado el grado de violencia, aunque subsisten
situaciones de orden vincular o psicológicas y económicas que operan
como obstáculo en la resolución del conflicto. Dicen:
Se puso mal cuando supo que había ido a tribunales, se calmó.
Estaba muy mal, nunca pensó que yo lo iba a denunciar, después de 24 años...
Ahora él está deprimido.
Se alertó muchísimo, nunca se imaginó que yo pudiera... Pensó que siempre
iba a hacer lo que quería.
Se calmó un poquito.
No le pegó más a la nena.
Se tranquilizaron las cosas, pero no se solucionaron. El tema de discusión
sigue siendo los límites a la nena.
Si bien la mayoría no reclama a la justicia la solución de estos
conflictos, la insatisfacción que provoca su continuidad y el interés por
resolverlos repercuten en la evaluación que hacen las denunciantes sobre la utilidad de la denuncia y de la intervención judicial:
No me pegaba, pero seguía insultándome, agrediendo y se drogaba.
Está un poco frenado porque sabe que hay una denuncia hecha.
Cuando lo veo, me vuelve un miedo terrible.
Sigo con miedo. Cuando voy al Coto, le pido a mi amiga que me acompañe. Si
no es para ir a trabajar, no salgo, me da miedo salir a la calle.
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En casi todos los testimonios, la denuncia en el juzgado marca un punto
de inflexión. Solo un segmento minoritario no distingue cambio alguno.
Dice una de las denunciantes: “Ahora tenía un testimonio. Antes era un
reproche que quedaba en mi casa”.
Los cambios percibidos son de diverso orden: personal, familiar y
económico. Se describen en términos de pérdidas y ganancias, o bien se
enumeran al modo de un par ordenado temporalmente: “antes me perseguía y ahora vivo más tranquila”. También como posibilidades
disyuntivas: “O sigo trabajando más horas y tenemos más cosas, o saco
menos sueldo pero estoy más con mis hijas”.
Se registran como positivos los cambios de orden personal, tanto en
la denunciante como en el denunciado. Por ejemplo:
Recuperé mi libertad.
¡Ahora tengo ganas de vivir!
Estoy contenta, muy bien.
Yo mando en esta casa, ya no tengo un tipo que me esclavice.
Antes vivía a la sombra de un señor que no se daba vuelta para ver si estaba
parada o acostada.
No exteriorizaba la realidad, tenía todo muy tapado, el 50 % del cambio fue
mío, me animé a ir a una institución que me ayudara.
Ahora él se ocupa de las nenas.
Él ahora aporta más, trabaja más.
Los cambios negativos están centrados en las dificultades económicas. Por ejemplo:
Se me hace más difícil por las responsabilidades que tengo que cumplir.
Hubo un gran deterioro económico, no recibo ni un solo peso, el régimen de
alimentos no se cumple.
Hubo mucho cambio, tuve que salir a trabajar, lo que gano a gatas sirve para
pagar la guardería del bebé.
Se complica porque antes compartíamos los gastos.
Las actitudes en relación con los cambios percibidos pueden describirse de acuerdo con el siguiente cuadro de situación:
Se pierde y se gana.
Si hacía la denuncia, iba a tener que bancar sola, pero seguir viviendo así no se
podía más.
En mi vida tengo paz y libertad, lo económico no fue tan pesado.
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El cambio más importante es que me desenvuelvo trabajando, lo menos importante es lo económico, sé que aún me falta lograr cosas, conseguir un
psicólogo que me hace falta.
Lo menos importante es lo económico porque logré cosas, empecé a valorarme
como persona, mi autoestima estaba baja y no me quería nada, empecé a darme
cuenta de que lo que pensaban los demás no importaba demasiado, qué imagen iba a dar si me separaba.
Pensaba que estar sin marido iba a ser muy difícil y hoy pienso que no es tan
importante.
Nos estamos habituando a la nueva vida con mis hijas, elaborando un duelo
que era necesario.
Las entrevistadas valoran lo que ganan y están dispuestas a pagar un
precio por ello. Por sobre todo, aparecen dispuestas a cambiar ellas
mismas.
Mientras él no esté, todo es ganancia.
Vivir sin él, comer tranquila en paz con mis hijos.
Lo más importante es la tranquilidad, respirar, no me importa nada lo que
quedó en la casa y perdí.
Mi liberación, poder decidir sin golpes y sin gritos, no quiero verlo más.
Cuando él no estuvo, mis hijos disfrutaban de la casa, se reían, las luces
estaban prendidas, veían tele.
Todos los cambios son importantes.
No hay nada que sea poco importante en familia. Todo influye, lo que sea:
tranquilidad, dinero... No es fácil.
No hay cambios menos importantes, si bien tengo dos hijos, también tengo
que vivir.
Todo es un cambio en este momento, no hay ni más ni menos importantes.
No se gana nada.
Me arrepentí de la denuncia. Él me pegó cuando yo le fui infiel, cometí un
error. Al hacerla, me sentí mal.
No hubo cambios, no me da un peso, yo ya no soy la señora de la casa, soy la
sirvienta de la casa, lo tengo que amenazar.
Con ir a ver al comisario para que me dé dinero. [El esposo es policía.]
Estoy peor, tuve que cambiar de horarios en el trabajo, él está aportando 150
pesos.
La denuncia produjo más violencia, no tenemos tranquilidad, estamos peor.
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Asistencia legal
La falta de patrocinio jurídico constituye uno de los obstáculos fundamentales que enfrentan las denunciantes para lograr una medida urgente y encauzar su petición. De las 52 entrevistadas, 30 manifestaron haber
contado con asesoramiento jurídico en el momento de realizar la denuncia en el Juzgado Civil.5 De ellas, sólo cuatro contaron con abogados
particulares. Las restantes tuvieron asistencia de entidades públicas.
Por la importancia que el abogado reviste para el proceso judicial, se
indagó acerca de las razones por las que las denunciantes contaron o no
con patrocinio jurídico. Se preguntó por el tipo de asistencia recibida y,
finalmente, por la percepción que tenían de su desempeño profesional.
La búsqueda de asistencia jurídica está determinada por la actitud
personal hacia los abogados, el nivel de ingresos, la gravedad del caso,
la percepción sobre la “accesibilidad” del juzgado. Para algunas, el abogado tiene un carácter de mediador: interviene “para arreglar, no para
hacer la separación y que explote todo”. Otras perciben a los profesionales del derecho como el exponente del conflicto: “No quise abogado porque me iba a hacer malasangre y perder plata”, o bien “los abogados
traen tirantez, tratan de tirarle tierra a la otra persona”. Existe desconocimiento sobre el papel del abogado y sobre el eventual beneficio de su
asistencia: “Me tendría que interiorizar más en qué tipo de trabajo hace
un abogado”.
La falta de recursos económicos es la razón más importante que
esgrimen las entrevistadas. Algunas hacen consultas pero describen la
imposibilidad de asumir el pago de honorarios. Otras ni siquiera consultan, desestiman de entrada la posibilidad de contar con ayuda profesional:
Nunca lo usé porque pensé que nunca lo iba a poder pagar.
Hice una consulta pero no tenía dinero y hubiese sido bueno tener, pero no
tengo plata, no consulté.
5
La muestra de 1995 analizada por Carranza Casares registra una proporción
diferente. Sólo el 12 % de las denuncias de esa muestra fueron promovidas con
patrocinio jurídico.
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Sin perjuicio de lo expuesto, se percibe un segmento que, a pesar de
su restringida capacidad económica, considera necesario el esfuerzo de
contar con asistencia letrada privada.
Estoy ahorrando plata para agarrar un abogado particular porque me urge.
Una tercera razón es la percepción que tienen las entrevistadas de
las posibles consecuencias del caso. Algunas consideran que, sin asistencia legal, no es posible encontrar solución alguna y dicen:
Si no tenés un abogado, no hacés nada porque la justicia no hace absolutamente nada, es una desgracia, ¡o te morís o te matan! No podés salir de apuro con
la justicia.
Desde otra perspectiva, quienes consideran innecesaria la asistencia legal dicen:
Para este episodio, no hizo falta o pensé que no tenía necesidad.
No tuve porque no me interesa que esto llegue a mayores, estamos bien.
No puse abogado porque no era una separación legal y formal, quería ver si mi
marido tenía algún tipo de límites.
Estas expresiones denotan que la búsqueda de asistencia legal está motivada, en gran medida, por las expectativas con que se haya realizado la
denuncia. Por ejemplo, quienes la formulan solo con el fin de poner un
freno a la violencia sin modificar el vínculo con el agresor consideran la
asistencia letrada de menor importancia. Otro condicionante de esta
decisión es la percepción de las denunciantes sobre la accesibilidad del
juzgado.
Para un segmento de mujeres que se sintieron contenidas afectivamente, respaldadas por el juzgado y seguras, la asistencia legal no es
percibida como necesaria. Dicen:
No me hizo falta por la forma en que me recibieron.
No lo necesité. Estuve siempre protegida por el Juzgado.
El caso lo estoy manejando yo con la tranquilidad de que hay un juzgado atrás
que me respalda y me da pie para actuar con seguridad y libertad. (abogada)
Mi madre es abogada pero no me hizo falta, me sentí contenida y con clara
disposición del juez.
Algunas entrevistadas se mostraron sorprendidas por la actitud positiva del juzgado, ya que habían llegado con expectativas muy diferentes.
Dicen:
Me citaron rápido, cosa que me extrañó, máxime cuando fui sin abogado.
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No necesité abogado, la jueza divina, la gente perfecta, le dije a mi hija: parece
el primer mundo.
Por el contrario, las que perciben el sistema judicial como ineficaz, lento
o poco continente asignan un lugar fundamental al abogado. Se espera
que el profesional les facilite el conocimiento del procedimiento, que acelere el curso del juicio, que las defienda de las resoluciones insatisfactorias o que haga que los derechos sean válidos para ellas. Dicen:
Me hubiese servido para decirme qué hacer, para ayudarme a sacar a este
hombre de la casa. Si no hubiese ido con abogada, como soy pobre no me
hubieran tratado bien.
Hubiese sido necesario porque mi marido no me pegaba, la agresión era verbal.
Fue necesario para saber cómo proceder, con abogado hubiese sido todo más
rápido.
Para la audiencia con la jueza, hubiese necesitado un abogado, me llamó la
atención con el lenguaje y porque yo lloraba.
Para entender el procedimiento.
Tipo de asistencia recibida
La asistencia legal recibida es de diferentes tipos: asesoramiento telefónico, asesoramiento sin asistencia y patrocinio jurídico.
Entre quienes recibieron asesoramiento telefónico, se registraron
casos como los siguientes:
Hice consultas, pero lamentablemente, como no tenía plata, la denuncia la hice
sola.
Se lo saqué de prepo al Consejo, no colaboran en nada.
Quienes fueron asesoradas pero no acompañadas comentaron:
Me recomendaron uno para pobres, gratuito, y mucho no podía hacer.
Umberto I. asesora, no acompaña.
En la Muni te dan todos los datos, pero no te acompañan, te explican que no
pueden patrocinarte.
El resultado es distinto cuando se cuenta con patrocinio jurídico:
La abogada me redactó la denuncia, me acompañó y, en cinco días, tuve la
exclusión.
Me asistió la de violencia familiar, bárbara, se hizo muy pronto, todas las audiencias, me habló, me dio todas las explicaciones, fuimos tres veces al Juzgado.
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Las instituciones públicas mencionadas por las entrevistadas son las
siguientes:
Departamento Legal del Servicio de Violencia Familiar del Hospital Zubizarreta, Patrocinio de Tribunales y Dependencias del Gobierno
de la Ciudad (Consejo de la Mujer).
Percepción del desempeño profesional
Además de los factores ya mencionados (actitud hacia los abogados,
prestación de los servicios por parte de instituciones públicas o privadas, grado de accesibilidad del Juzgado), inciden en la valoración del
trabajo profesional actitudes, creencias y valores. En algunas entrevistadas, priman aspectos actitudinales como, por ejemplo, el valor otorgado
a los profesionales del derecho. En otras, los de orden imaginario, tales
como el grado de accesibilidad que se adjudica al sistema judicial. También están presentes consideraciones de tipo ideológico, como atribuir a
la justicia discriminación por clase social.
Aunque estos elementos estuvieron presentes en todas las entrevistadas de manera inconsciente, uno cobra especial fuerza: la elección de
un profesional privado, que supone un vínculo de confianza mutua entre cliente y patrocinante, y de delegación de responsabilidades. Las entrevistadas que contaron con abogado propio manifestaron un mayor
grado de satisfacción con el desempeño del profesional. Dicen:
Tuve que poner uno propio porque los del práctico cometieron un error.
Tengo asistencia de mi abogado, la de Violencia Familiar siempre estaba
ocupada.
La diferencia entre el vínculo con un profesional privado y con el de una
institución pública u organización no gubernamental (ONG) reside en la
gratuidad de la asistencia. Beneficio que no siempre es considerado como
tal, ya que la gratuidad alude más a la condición de carenciadas o
indigentes de las denunciantes que a una elección. Más allá de los resultados obtenidos o de la participación del profesional, las entrevistadas
manifiestan insatisfacción con la asistencia recibida.
Fue todo muy bien, claro que él no puso ni un pero...
Yo tenía propiedad, pero no tenía plata para pagar, tendrían que haberme
patrocinado igual.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
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Este último testimonio muestra que ciertas instituciones públicas mantienen criterios obsoletos para decidir si brindan o no asistencia: si una
mujer carece de ingresos, se le niega la asistencia aunque cuente con
una propiedad.
No sé si fue útil el abogado porque todavía las cosas están ahí, pero fue útil
porque no sabía qué hacer y me asesoró bien, había cosas que no entendía.
La evaluación del abogado se lleva a cabo en función de los resultados
del proceso judicial. Dice una de las denunciantes:
Por cómo me fue, a lo mejor con un abogado particular, pagado, ya se hubiese
terminado todo... Pienso que hubiese sido necesario un abogado, así hoy no
lo tendría en casa, por razones económicas tenemos que convivir.
Otra de las entrevistadas valoró la presencia de su abogado particular y
dice:
Fue importante para ponerle un freno a mi papá, cuando lo vio ni se acercó, la
violencia paró.
Un dato que hay que tener en cuenta, y que fue explicitado de alguna
manera en las entrevistas, es la diferencia entre los juzgados. En aquellos que son diligentes y cuentan con un equipo de contención, se
relativiza la necesidad del abogado. En otros casos, en cambio, aun
con patrocinio, las medidas no son tomadas, o son efectivizadas con
tal demora que hacen desistir a la denunciante. El diferente comportamiento de los jueces y la interpretación de los alcances de la ley es un
tema que debería ser indagado. Contar con una buena ley no es suficiente: se requiere, además, un poder judicial eficaz.
Valoración de la ley e imagen del proceso judicial
La mayoría de las entrevistadas valoró positivamente la denuncia. Algunas hicieron una valoración parcialmente positiva, pues advirtieron
problemas que puede ser útil recoger. Finalmente, para otras, la experiencia fue negativa.
Varios factores inciden en la evaluación de las experiencias. En
primer lugar, la historia personal de la entrevistada tiene un peso importante en la evaluación que se hace de la violencia y, por lo tanto, de las
acciones que derivan de ella. Se distinguen procederes y ponderaciones
diferentes entre quienes reconocen haber establecido anteriormente vín47
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
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culos de pareja violentos o pertenecer a familias de origen violentas, y
quienes no tienen esa historia.
Otro factor que incide en esta evaluación es el antecedente de denuncias anteriores, por lo general ineficaces. Como ya se señaló, la denuncia en juzgados civiles no es equivalente en términos simbólicos ni
prácticos a las formuladas en las comisarías. Pero esta diferencia cualitativa también es particularmente señalada por las entrevistadas que
han formulado denuncias en tribunales de la Capital Federal y de la
provincia de Buenos Aires. Puesto que ignoran que no existe esta ley en
la provincia, las entrevistadas comparan las acciones de los juzgados de
cada distrito y las juzgan por los resultados obtenidos en cada uno de
ellos.
Otro factor que marca la valoración del instrumento legal son las
propias posibilidades de pensar una vida independiente del agresor y la
de tener un proyecto personal.
a) Valoración positiva:
Es buena la ley, pero tiene falencias. Solucioné mi problema de sacarlo de mi
casa, de no convivir con la violencia, al sacarlo de mi casa.
Me sacaron del miedo de la violencia, me siento libre y sin miedo. Estoy
agradecida por el apoyo de Violencia Familiar y del juez.
En el caso siguiente, no se pidió la exclusión del hijo, solamente tratamiento psiquiátrico. La solicitud fue desestimada, y se sugirió a la denunciante que recurriera a otra vía. No obstante, la entrevistada tiene
una imagen positiva. Dice:
Pude cortar con una relación muy dañina, es una ley que protege en ese
sentido.
Otras denunciantes observan:
Me parece que las mujeres están más respaldadas porque hace unos años atrás
yo iba a la comisaría y me decían que él estaba preso y no era cierto, lo dejaban
al hombre afuera.
Sirvió para poner límites, para poner freno a futuras y posibles agresiones o
irregularidades de la convivencia o cosas fuertes. A él le sirvió, no es “te hago
lo que quiero”.
No pensé que sería tan rápido.
Sola no lo hubiese podido resolver.
Sirvió para ayudarme en mi vida. Ahora no nos insulta, no nos hace pasar
vergüenza, ¡parece mentira!
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Para mí, todo bien, siempre le digo a la gente que si puede hacerlo, que lo
haga, que después es tarde.
Me sirvió, no esperé. Al primer golpe, fui a hacer la denuncia.
Me sirvió como un paráte a él. Me liberó espiritualmente, aunque no intervino
en mi separación. Pienso que deberían dar testimonios por televisión para las
personas que están aterradas.
Me ayudó mucho para sacarlo de acá adentro. Yo no sabía que había Violencia
Familiar en el juzgado, siempre iba a la comisaría.
Sirve como contención, como orientación. Sirve para encaminarse a una ruptura con el menor daño para el grupo familiar o para encontrar una solución.
Me resultó práctico.
Me sirvió. Los tiempos fueron rápidos y me atendieron maravillosamente,
todo salió perfecto.
En otro caso, se ordenó la protección del grupo familiar en un refugio,
pero la denunciante regresó con el marido. Sin embargo, valoró la ley
positivamente:
Me sirvió para estar más amparada, yo y mis hijas. Cuando no lo hacía, me
sentía desprotegida. Ahora sé que, si vuelven los golpes, puedo hacer una
denuncia.
En el caso siguiente, se dictó la exclusión, pero fue difícil instrumentarla
porque el marido denunciado trabaja en la planta baja de la propiedad.
Pienso que va servir, que el caso lo van a seguir, van a tomar alguna medida. Me
citarán o volveré a ir, para seguirlo hasta que tomen alguna medida.
En Morón encontré trabas en todo sentido. En Capital, no sentí eso. En
provincia, el derecho lo tiene el hombre. En Capital, te llevan el apunte.
Para estar protegida, por si me llega a pasar otra vez.
Sirvió para que no haya más violencia entre nosotros, es como un límite. Se
paró de pegar y de insultar.
Cuando viene y empieza a subir el tono, le pongo delante el juzgado.
No sabía que existía, me sirvió para sentirme protegida, que uno no tenga que
soportar por toda la vida porque estamos casados o por los hijos.
La imagen fue positiva aun en casos en los que no se pudo resolver la
cuestión. Por ejemplo, la denuncia de la madre que solicitó tratamiento
psiquiátrico para el hijo fue desestimada. No obstante, la denunciante
consideró:
Me sirvió en cierta forma porque estaba con miedo. Ya sabe que está todo
anotado, que intervino la policía, pero fue una experiencia muy triste.
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sexo y violencia
En otro caso, a pesar de haber desistido de la denuncia, dice la entrevistada:
Te da la tranquilidad de que hay cómo conciliar. Uno tiene un apoyo en caso
de necesitarlo, pueden ayudarte si uno necesita tomar una determinación
fuerte. A mí no me ayudó porque tuve que hacer las cosas por mí misma,
determinar fuera de lo que la ley dice. Las veces que fui al juzgado no había
gente para pedir asistencia.
b) Valoración parcialmente positiva
En un grupo de testimonios, se valora positivamente la intervención judicial pero se detectan carencias. Muchas de las dificultades señaladas
escapan del ámbito judicial y los alcances de la ley. El incumplimiento
de la cuota alimentaria, las dificultades para seguir el tratamiento psicológico o la falta de información corresponden más a deficiencias de las
políticas sociales o de prevención que al ámbito específico del poder
judicial.
Un punto que es importante analizar es la fuerza ejecutoria de las
medidas y la intervención del fuero penal.
Los alimentos y la zona de exclusión no los respeta. Las causas no se juntan
entre el juzgado penal y el civil, pero sí entre la asesoría de menores y el juez
civil.
Es necesaria más información para la gente que va a denunciar, que esté más
abierto, y no que uno tenga que golpear puertas y salga sin una información
concreta.
En otros casos, la queja no guarda relación con la efectividad de la
medida. Por ejemplo, una denunciante considera que la exclusión es
insuficiente porque su expectativa era “verlo preso”.
No tiene mucha fuerza porque estos hombres no están presos, rehacen sus
vidas, viven en pareja. Mi ex esposo está en pareja y no se hace cargo de
ningún gasto de la casa. Lo único fue que lo excluyeron del hogar y le impidieron el reintegro.
Otra de las carencias detectadas es la falta de instrumentos frente a la
desobediencia de la medida. La entrevistada dice:
Me sirvió de algo, tengo que seguir apelando. No estoy conforme, no me da
seguridad, tendría que haber ordenado a los dueños de esta casa que esta
persona no puede seguir alquilando la habitación.
¿Por qué no sacan una ley definitiva? Son todas provisorias. La primera la
hicieron por 90 días. Dice por 3 meses, 6 meses... Cuando está por terminar,
tengo que apelar.
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La mediación se hizo particular, si esperaba al juez... La cuota alimentaria
está, pero la paga cuando quiere, de a monedas, tiene que pasar $ 65 por
semana.
Debería estar enmarcado en la ley el hecho de que haya lugares y que aprieten
al violento para que vaya a tratarse. La ley fue útil, pero se podría aceitar que
cuando uno hace una denuncia, los juzgados deberían tener un gabinete psicológico para inmediatamente después saber si uno está mintiendo o no. Los
hospitales municipales hacen muy largo el proceso y las personas que hacen
la denuncia de violencia no cuentan con recursos para hacer algo rápido, la
exclusión no tardaría tanto. Es buena la ley pero los mecanismos de aplicación hay que ajustarlos porque la persona denunciada que ejerce violencia no
va querer salir perjudicado. Hay que preparar más a los juzgados porque hay
asistentes sociales buenas y otras de terror, hay juzgados lentos y a mí me tocó
uno. Las precautorias no se cumplen porque se denuncia a una persona y
renuncia a todos sus trabajos y se declara insolvente y deja a la mujer e hijos en
Pampa y la vía. No pude ser que un juzgado se tome cincuenta y dos días para
dictar exclusión.
c) Valoración negativa
Entre quienes evalúan negativamente el proceso, podemos distinguir
diferentes tipos de casos.
Profecía autocumplida: “Yo sabía que no iba a pasar nada”.
En algunos casos, se lleva a cabo la denuncia al solo efecto de justificar la permanencia con el agresor. Por lo tanto, la negatividad de la
valoración dice más acerca de la actitud de la denunciante que de la
acción del juzgado y de los alcances de la ley. Una denunciante que
presentaba lesiones graves fue atendida, en diferentes ocasiones, por
dos magistrados: uno del fuero civil y uno del fuero penal. Para explicar
por qué no cumplió con el requisito de aportar dos testigos, responde:
No iba a comprometer a mis vecinos ni quería molestar a mis hijas.
El juez no puede resolver y, a renglón seguido, aparece su valoración
negativa. Si a esto se agrega la consideración que hace la entrevistada de
la situación actual, se comprueba su necesidad de mantener inalterable
la razón de su padecimiento:
La casa es mía... pero él me da lástima. Cuando toma a lo loco, viene todo
amorotonado [sic] y no tiene adónde ir.
Lo que me dan no es lo que yo quería
Hay casos en que la demanda no se encuadra en los términos de la ley.
Un ejemplo lo constituye la denuncia de una señora de 67 años con un
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matrimonio de larga data que denuncia al marido. Ante la propuesta de
la jueza de dictar la exclusión del golpeador, la denunciante expresa:
¿Por qué? Yo no quiero sacarlo de la casa, él también tiene derecho... Yo quiero
que vivamos bajo el mismo techo pero sin hablarnos, que cada uno haga su
vida. La casa es de los dos.
Esta denunciante solicitó al juzgado que le hiciera entender a su
marido que la casa le correspondía también a ella, que quería vivir bajo el
mismo techo sin mantener vínculo alguno, y dice:
A mí no me sirvió porque él está otra vez en casa, quizás no hice las cosas
como las tendría que haber hecho, me asusté. Me vi sola con 7 chicos, sin un
peso, embarazada y muy mal. No tuve asesoramiento.
Lo que más me duele es que el juez no me creyó
En otro caso, el juez no cita al marido denunciado como solicita la denunciante. Motivado, quizás, por los comentarios que ella hace acerca de cuatro intentos de suicidio anteriores, le pide que vuelva en otra ocasión
acompañada por dos familiares. Ante la frustración por sentirse desatendida, según el propio relato de la denunciante, concreta un nuevo intento
de suicidio que la obliga a permanecer internada durante 15 días.
No era para tanto
Hay también casos de desestimiento, mas allá de la operatividad del
juzgado, que denotan la ambivalencia de algunas denunciantes.
Propuesta la medida cautelar de la exclusión solicitada por ellas
ante el juzgado, expresan las denunciantes:
Que la exclusión no sea intempestiva.
¡Pobre hombre, cómo lo van a dejar en la calle, es 19 de diciembre! ¡Mejor me
voy yo a la casa de mi hija!
Otros testimonios
La Ley no me sirvió para nada. Esto continúa, no hace tratamiento, el doctor
Irurzun lo iba a internar en el Borda y no pasó nada.
Hace dos años que estoy con esto y tiene tanta suerte que nadie puede moverse. Mi cuñada hizo la denuncia y lo han sacado enseguida.
Debería ser obligatoria en todo el país, no puede ser que en Capital, una mujer
denuncia y al pedir exclusión, en quince días la obtenga y en Campana para
sacarlo hay primero que probar la violencia. Yo no lo logré por los manejos de
él. No me sirvió.
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Haydée Birgin
La ley no es tan lógica ni tan fácil como imaginaba. La ley no favorece tanto a
la madre como se supone ni a la víctima de violencia familiar. La ley es fría, no
le importan los riesgos que corran los chicos y la madre. Se toma sus tiempos.
No nos sirvió de nada. Pasó un año hasta que se movieron, no se preocuparon.
No me sirvió para nada, no coincide la campaña que hacen con lo que vos
encontrás. Para la justicia argentina, si no hay daño material o físico, no pasa
nada y, a veces, el daño moral es más grave.
Me sirvió para darme cuenta de que si no tenés plata, no hay caso.
Realmente no sé para qué sirve. Habrá que sacar una ley para la mujer. Es todo
muy lerdo. Pienso que me va a servir de algo, si no, ¿para qué es todo esto? [se
refiere a la entrevista]. Pero tendría que ser más severa, igual que con el alimento.
Hace seis meses que no pasa dinero, tendría que haber más apoyo para la mujer.
Realmente, no sé para qué sirve. Con el primero no hice denuncias. En las
comisarías, sí. Fui a un médico forense porque me desfiguraba. Con este no
tanto, no sé si sirve mucho. La mujer está desamparada. Creo que tendría que
ser más severa.
La ley no me sirvió porque no le fueron a hablar ni lo citaron. Por lo que sé, uno
tiene que venir medio muerto como para que digan: mandamos a alguien a su
casa. Ojalá que un día cambie todo esto. Como que no creen mucho, uno tiene
que ir sin un brazo o que al chico se lo lleven a Turquía para que alguien se haga
cargo, no prevé los hechos. Cuando pasó uno, recién ahí puede hacer algo.
Obstáculos detectados en el proceso judicial
Los testimonios permiten detectar los siguientes obstáculos: el tiempo de
resolución, el incumplimiento de las resoluciones judiciales, la falta de
patrocinio jurídico, la ausencia de instituciones de prevención, la falta de
observancia del juzgado en el cumplimiento de los recaudos procesales.
Tiempo de resolución
El tiempo de resolución varía de acuerdo con la interpretación que los
jueces realizan sobre la ley. Hay demoras en la fijación de la primera
audiencia y en el tiempo que tardan en tomar las medidas. Las variaciones son significativas. En algunos juzgados, la citación de audiencia al
denunciado se realiza en el término de 24 horas, y este periodo legal
llega a extenderse hasta un máximo de 20 días.6
6
En un caso, la audiencia del artículo 5 se condicionó a que las partes iniciaran
un tratamiento psicológico. Se excluyó al denunciado sin haber sido oído, lo que lo-
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sexo y violencia
En igual sentido, la resolución judicial de exclusión o reintegro se
efectúa generalmente entre los 5 y los 60 días. Hay un caso en que la
exclusión se resuelve a los 15 meses de la fecha de la denuncia. Todo
parece depender de la celeridad con que actúe el juzgado.
Incumplimiento de las resoluciones judiciales
El incumplimiento de las resoluciones judiciales atañe a dos aspectos: el
pago de la cuota de alimentos y la prohibición de circular en la zona
geográfica de exclusión. También se desestima la sugerencia judicial de
concurrir a tratamientos psicoterapéuticos, de hecho no obligatorios.
En relación con el pago de la cuota de alimentos, el incumplimiento
es total o parcial. Se trata de un obstáculo real que enfrentan las mujeres
para sostener la denuncia. En algunos casos, la denunciante vuelve con
el golpeador por razones de subsistencia, lo que muestra que la sanción
de una ley no es suficiente, sino que se requieren políticas sociales que
apoyen la decisión judicial y permitan a las denunciantes contar con los
recursos mínimos para mantenerse y atender a sus hijos.
El incumplimiento de la medida judicial de exclusión y prohibición
de acercarse a los lugares de trabajo o vivienda del denunciante es un
dato que muestra los límites de la ley. El ciclo de violencia no cesa porque
se haya dictado la medida judicial, sino que se reiteran episodios. En
estos casos, se manifiesta la inoperancia del sistema penal en la resolución de este tipo de conflictos. Las denunciantes solo cuentan, en la práctica, con el apoyo policial, cuando se lo brindan. De acuerdo con lo
manifestado por las entrevistadas, la denuncia por incumplimiento es
realizada por ellas mismas en la sede penal, y no en el juzgado civil, con
resultado negativo en la mayoría de los casos. Cuando esto sucede, decrece en la denunciante la credibilidad en el proceso judicial como recurso para solucionar el problema.
La falta de concurrencia a los tratamientos psicoterapéuticos —por
otra parte, no obligatorios— obedece a varias razones: por un lado, a la
insuficiencia de servicios en los hospitales públicos; por otro, a la inadecuación horaria de la oferta de servicios de asistencia a los pacientes.
Un dato no menos importante son las resistencias culturales, tanto del
gró sólo después de nueve meses, en otro incidente promovido por él mismo. El
ejercicio del derecho de defensa en juicio debería ser analizado en otra indagación.
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denunciado/a como del/la denunciante, a concurrir al tratamiento. Se
lo percibe o bien como una sanción que sólo debe cumplir el agresor o
bien como un instrumento mágico que en un breve periodo resuelve el
conflicto. Si esto no sucede, los pacientes lo abandonan.
Los horarios son un obstáculo adicional. La mayoría de las mujeres
tiene una carga horaria laboral extensa y un empleo al que no pueden
faltar sin perder el ingreso. A esta responsabilidad se le suma la de hacerse cargo de las tareas del hogar. En otros casos, cuando no trabajan,
los pacientes no tienen recursos para su traslado hasta los centros de
asistencia.
Falta de patrocinio jurídico
Como ya se señaló, el patrocinio es un elemento fundamental para garantizar tanto la toma de las medidas como el proceso judicial en sí. Las
denuncias mal formuladas y la falta de prueba, aunque fuera indiciaria,
dificultan al juez tomar la medida adecuada. La debida asistencia jurídica podría solucionar este obstáculo. Instar el procedimiento también
es una función de los abogados.
A estos problemas se agrega el hecho de no contar con instituciones
de prevención y atención de los conflictos familiares, que permitan detectar la gravedad del conflicto, en particular cuando se trata de menores. La descripción de un caso es demostrativa de este obstáculo.
Una abuela denuncia el maltrato infligido a su nieta por parte de la
madre y su concubino. Acompaña a la denunciante otra hija, es decir, la
tía de la menor. Ambas son derivadas por el juzgado a un servicio de
psicopatología hospitalaria, en el que le fijan el turno de atención para
tres meses más tarde. Alarmadas por los tiempos, y con un profundo
sentimiento de frustración por la falta de respuesta a su demanda, vuelven al juzgado, desisten de la denuncia, y deciden resolverlo por mano
propia. Es evidente que la atención inadecuada genera en la población
un descreimiento cuyos riesgos deben ser tenidos en cuenta.
Falta de observancia del juzgado del cumplimiento
de los recaudos procesales
Además de los ya señalados —demora en la fijación de la audiencia,
derivaciones psicológicas, etcétera—, aparecen otros obstáculos más graves aun. En un caso se detectó que la notificación de la exclusión había
sido recibida y ocultada por el excluido, razón por la cual la denunciante no se enteró de la medida. En el momento de la entrevista, la medida
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llevaba un año de dictada y la denunciante seguía recorriendo instituciones. En dos oportunidades, el Consejo del Menor había intervenido
enviando un patrullero y una ambulancia. A partir de la entrevista y el
carácter insólito del relato, revisamos el expediente e hicimos una nueva presentación de la denunciante. Al día siguiente, se hizo efectiva la
exclusión.
En otro caso, el juzgado cita a la denunciante para que lleve a sus
hijos a diagnóstico psicológico. La citación llega cuando ella se encuentra trabajando y el denunciado manifiesta que su esposa se ha mudado.
No le comunica la citación y se interrumpe la comunicación del proceso.
Con dificultad se logra restablecer la comunicación con el juzgado, y se
hacen llegar las citaciones a través de la comisaría de la zona.
Conclusiones
Los resultados de esta indagación permiten afirmar, en coincidencia con
el informe del doctor Carranza, que la ley representa un avance. Hemos
señalado ya que la mayor parte de los entrevistados valora positivamente la experiencia. Del análisis de los testimonios, se desprende que la
denuncia mejora la situación de las mujeres afectadas, pero sólo en los
casos en que el juzgado interviniente cumpla de manera diligente con la
ley, con los plazos que la misma establece, y se limite a tomar las medidas
que la ley fija, es decir, que cumpla con su función y no pretenda suplir la
acción del estado en materia de políticas sociales.
La ley es una herramienta en el marco de una política. Su eficacia
depende, en gran medida, de la acción del estado en materia social. Políticas sociales en vivienda, educación, salud, ayuda de emergencia, redes
de contención son condición de eficacia de la ley. En ese marco, la función del poder judicial es intervenir para poner límite a la violencia. El
riesgo de judicializar los conflictos familiares debe ser cuidadosamente
evitado.
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Sharon Marcus
Cuerpos en lucha, palabras en lucha:
una teoría y una política para la prevención
de la violación1
Sharon Marcus
A
lgunos argumentos recientes acerca de la incompatibilidad de
la teoría postestructuralista y la política feminista designan la
violación y el cuerpo violado de la mujer como símbolos de lo
real. Mary E. Hawkesworth, en un artículo titulado “Knowers, Knowing,
Known: Feminist Theory and Claims of Truth”, define dos tendencias
de lo que ella llama el pensamiento “posmoderno”: una fusión de la
realidad y la textualidad, y un énfasis en la imposibilidad de asegurar el
significado de los textos. Hacia el final de su ensayo, afirma:
Las consecuencias indeseables del deslizamiento hacia el relativismo, resultado de una fusión demasiado fácil entre mundo y texto, son especialmente
evidentes cuando se toman como punto de partida las preocupaciones feministas. La violación, la violencia doméstica y el acoso sexual […] no son
ficciones o figuraciones que admitan el juego libre de la significación. El
relato de la víctima acerca de esta experiencia no es simplemente una imposición arbitraria de un significado puramente ficticio sobre una realidad sin
significado. El conocimiento que tiene una víctima del suceso puede no ser
exhaustivo; […]. Pero sería prematuro concluir, a partir de la incompletud
del relato de la víctima, que todos los demás relatos (del atacante, del abogado defensor, testigos del acusado) son igualmente válidos o que no existen
razones objetivas para distinguir entre la verdad y la falsedad de interpretaciones divergentes.2
1
Quiero agradecer a Sylvia Brownrigg, Judith Butler, Jennifer Callahan, Susan
Maslan, Mary Poovey y Joan Scott por sus lecturas críticas de los borradores de este
ensayo. Agradezco asimismo a todas las mujeres y hombres que han hablado sobre
la violación conmigo, y a las participantes en la Conferencia Nacional de Estudios de
la Mujer en febrero de 1990, en donde presenté estas ideas. Este artículo se publicó en
Feminists Theorize the Political editado por Judith Butler y Joan W. Scott, Routledge,
Nueva York-Londres, 1992.
2
Hawkesworth 1989: 555.
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desde el cuerpo
Hawkesworth hace tres afirmaciones: que la violación es real; que
ser real significa estar fijo, determinado y transparente para la comprensión, y que la política feminista debe entender la violación como uno de
los hechos reales y claros de las vidas de las mujeres. Sin embargo, su
mismo argumento, a medida que va desarrollándose, contradice cada
una de las anteriores afirmaciones. El sujeto de la segunda oración citada es “la violación”; el sujeto de la tercera oración citada es “el relato de
la víctima sobre esta experiencia”. Esta sustitución del suceso por el
relato implica justamente la inseparabilidad de texto y mundo que
Hawkesworth había previamente criticado en el pensamiento posmodernista, y de hecho la conduce a darle la vuelta a su caracterización del
posmodernismo: aunque antes en el texto el posmodernismo fusionaba
lo ficticio y lo real, aquí los separa de manera problemática porque considera el relato de una mujer sobre la violación “una imposición arbitraria de un significado puramente ficticio sobre una realidad sin
significado”. El sujeto del párrafo vuelve a cambiar en la cuarta oración
citada, esta vez es el juicio por violación, que Hawkesworth insiste se
resolverá a partir de relatos diversos sobre el ataque sexual; termina el
párrafo con una andanada de términos legales: “los estándares de las
pruebas, los criterios de pertinencia, los paradigmas de explicación y
las normas de la verdad”, que, sostiene, uno puede y debe usar para
determinar el valor de verdad de los relatos de violación. Una conclusión de este tipo, de hecho, descarta el enfoque político selectivo del
feminismo sobre la mujer violada, puesto que los “estándares de las
pruebas” y las “normas de verdad” derivan su prestigio de las afirmaciones que hacen en cuanto a que se aplican de manera igual a hombres
y mujeres, a todos los puntos de vista y a todas las situaciones. El
argumento de Hawkesworth de que la realidad de la violación debe ser
el “punto de partida” de la política feminista la lleva a validar un sistema supuestamente apolítico de juicio objetivo. Su afirmación climática
de que “hay algunas cosas que pueden conocerse” podría ser la conclusión de la defensa de un violador tanto como podría serlo de la parte
acusadora.
Hawkesworth pretende hacer una distinción entre esta visión
epistemológica, empírica de la violación y la visión posmoderna, textual.
Cuando insiste en la realidad de la violación, ve la insistencia del posmodernismo en la indeterminación de la violación como suceso, y por lo
tanto en la imposibilidad de adscribir la culpa al violador y la inocencia
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Sharon Marcus
a la víctima.3 Mientras que ella apela a la determinación legal de la
culpa, Michel Foucault, un teórico al que asocia con el posmodernismo, alerta en contra de medidas represivas que pudieran estigmatizar la
sexualidad masculina y sugiere, en vez de ello, la reparación económica
para las mujeres violadas.4 Sin embargo, al final Hawkesworth adopta
el mismo punto de vista sobre la violación que sus oponentes
posmodernos: a los ojos de todos estos pensadores, la violación ha
ocurrido siempre desde ya y las mujeres siempre o ya fueron violadas o
ya son susceptibles a la violación. Hawkesworth cree que las mujeres
pueden obtener cierto poder al probar que se les ha dejado sin poder y
al identificar a los perpetradores de esta victimización. Los posmodernistas disienten con las nociones de ley, acción, conocimiento e identidad que permitirían a una mujer señalar a un hombre como su violador.
Pero para ambas partes, cuando piensan en la violación, inevitablemente lo que ven es a una mujer violada.
Hawkesworth no se detiene en esta concordancia entre su visión
de la violación y la posmodernista; tampoco refuta el contenido específico de los análisis posmodernos de la violación. Más bien, afirma la
incompatibilidad entre las teorías posmodernas sobre el lenguaje y la
realidad y la acción política feminista en contra de la violación. Esta
afirmación, de hecho, contradice uno de los argumentos más poderosos del feminismo acerca de la violación: que la violación es una cuestión de lenguaje, interpretación y subjetividad. Las pensadoras
feministas han preguntado: ¿a quién pertenecen las palabras que tienen
valor en una violación y en un juicio por violación? ¿De quién es el
“no” que nunca significa “no”? ¿Cómo condona los juicios por violación la mala interpretación que hacen los hombres de las palabras de
las mujeres? ¿Cómo convierten los juicios por violación los relatos subjetivos de los hombres en “normas de la verdad” objetivas y niegan a
los relatos subjetivos de las mujeres un valor cognitivo?5 Las feministas
3
Hawkesworth no cita discusiones específicas del postestructuralismo sobre
la violación. Para discusiones más detalladas de la relación entre la crítica textual y la
violencia sexual, véase de Lauretis 1987, Ferguson 1987 y Rooney 1983.
4
Véase Plaza 1981. M. Plaza cita las afirmaciones de Foucault en La folie encerclée,
Seghers/Laffont, París, 1977.
5
Ver por ejemplo Clark 1987; Clark y Lewis 1977; Davis 1981 (esp. “Rape,
Racism and the Myth of the Black Rapist”, pp. 172-201); Dumaresq 1981; Hay, Sookrill
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también han insistido en la importancia de darle a la violación el nombre
de violencia y de relatar colectivamente las historias de violaciones.6
Aunque algunas de estas teóricas puedan afirmar explícitamente que la
violación es real, al subrayar la narración de la violencia están sugiriendo que desde su punto de vista no se puede decir que las acciones y las
experiencias existan de maneras políticamente reales y útiles hasta que
no son perceptibles y representables. Una política feminista que luche
contra la violación no puede existir si no desarrolla un lenguaje sobre la
violación, ni, arguyo, sin la comprensión de que la violación es un
lenguaje. Lo que funda estos lenguajes no son criterios reales ni objetivos, sino decisiones políticas que excluyen ciertas interpretaciones y
puntos de vista y privilegian otros.
En este ensayo propongo que entendamos la violación como un
lenguaje y usemos esta idea para imaginar a las mujeres ni como ya
violadas ni como inherentemente violables. Argumentaré en contra
de la eficacia política de considerar la violación como la realidad fija de
las vidas de las mujeres, en contra de una política de identidad que
define a las mujeres en razón de nuestra violabilidad, y por un cambio
de escenario: desde la violación y sus secuelas a las situaciones mismas de violación y la prevención de la violación. Muchas teorías actuales sobre la violación la presentan como un hecho material inevitable
de la vida y suponen que la capacidad del violador para aplastar físicamente a su objetivo es la base de la violación. Susan Brownmiller representa este punto de vista cuando afirma en su libro Against Our Will:
Men, Women and Rape (En contra de nuestra voluntad: hombres, mujeres y violación), que “desde la perspectiva de la anatomía humana, la
posibilidad del coito forzado existe de manera incontrovertible. Es suficiente con este solo factor para la creación de la ideología masculina de
la violación. Cuando los hombres descubrieron que podían violar, procedieron a hacerlo”.7 Este punto de vista considera la violencia como
una primera causa autoexplicativa y la reviste de una facticidad invulnerable y aterradora que obstruye nuestra capacidad para desmitificar y
y Walby, 1983; Estrich 1987; Ferguson 1987; Griffin 1986; Kelly 1988; Medea y Thompson
1974; Plummer 1984; Stanko 1985.
6
Ver I never called it rape 1975.
7
Brownmiller 1975: 14.
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hacer frente a la violación. Tratar la violación simplemente como una
de las que Hawkesworth llama “las realidades que circunscriben la
vida de las mujeres” significa que se la considera aterradoramente
innombrable e irrepresentable, una realidad que está más allá de nuestra comprensión y que sólo podemos experimentar como algo que nos
atrapa y nos engulle.8 En sus esfuerzos por transmitir el horror y la
iniquidad de la violación, esta visión se alía a la cultura masculinista
cuando designa la violación como un destino peor que, o comparable
a, la muerte; el tono apocalíptico que adopta y el estatus metafísico
que asigna a la violación implica que ésta sólo puede temerse o repararse legalmente: no puede lucharse contra ella.
La literatura feminista y el activismo en contra de la violación, así
como el desarrollo de políticas públicas sobre la violación en los Estados Unidos durante las últimas dos décadas, se han concentrado cada
vez más en procedimientos policiales y definiciones legales de violación. Este enfoque puede llegar a producir una sensación de futilidad:
la violación misma parece darse por sentada como acontecimiento y
sólo los sucesos posteriores pueden ofrecer oportunidad para la intervención. Aunque las acciones feministas para cambiar la definición legal de la violación, para incrementar las penas a los violadores y para
lograr que los términos de un juicio por violación sean menos perjudiciales para la mujer violada han hecho pública la seriedad de la violación como un crimen, la insistencia casi exclusiva en la reparación y
reivindicación equitativas en los tribunales ha limitado la efectividad de
una política dirigida hacia la prevención de la violación. Literalmente,
el ataque sexual ya ha ocurrido cuando llega al tribunal; un veredicto de
culpabilidad no puede evitar la violación y nadie ha probado la existencia de un vínculo directo entre el aumento de las penalidades y las
condenas por un crimen y una disminución de la incidencia de ese
crimen. El racismo y el sexismo notorios de la policía y los sistemas
legales de los Estados Unidos a menudo comprometen los objetivos
feministas de un juicio por violación. En los juicios por violación intrae interraciales, las afroamericanas violadas a menudo no obtienen condenas aun cuando existan pruebas clarísimas de violencia; para las
mujeres blancas violadas, a su vez, es muy difícil obtener condenas
8
Hawkesworth 1989: 555.
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contra violadores blancos. En el porcentaje relativamente menor de casos en que han sido violadas por afroamericanos, las mujeres blancas a
menudo obtienen victorias legales, pero ello implica que los jurados se
han hecho eco de los prejuicios racistas y las ideologías paternalistas
sobre la protección que merecen las mujeres. Estos sesgos fabrican un
chivo expiatorio de color y condonan implícitamente la explotación y la
violación de las mujeres de color.9 Finalmente, los juicios en los tribunales afirman, ante todo, su propia legitimidad y poder para juzgar los
acontecimientos, y sólo otorgan poder a la parte reivindicada a condición de que se reconozca el poder del tribunal.
Los intentos para poner un alto a la violación mediante la disuasión
legal eligen persuadir a los hombres de que no violen. Asumen, así, que los
hombres tienen el poder para violar y les conceden este poder primario,
implicando que, idealmente, se puede disuadir de manera secundaria a
los hombres para no usar este poder mediante la amenaza de castigo
proveniente de un sistema estatal o legal masculinizado. No se consideran estrategias que ayudarían a las mujeres a sabotear el poder para violar
de los hombres, lo que empoderaría a las mujeres y les permitiría arrancar completamente de las manos de los hombres la capacidad de violar.
Podemos evitar estas trampas auto-destructivas si consideramos la
violación no como un hecho que debe aceptarse o al que hay que oponerse, juzgar o vengar, sino como un proceso para ser analizado y al que hay
que restarle fuerza durante su ocurrencia. Una manera de lograr esto es
centrarse en lo que sucede exactamente durante los intentos de violación
y en distinguir, hasta donde sea posible, entre diversas situaciones de
ataques sexuales para poder crear una gama completa de estrategias
de prevención.10 Otra manera de negarnos a reconocer la violación como un
9
Integrantes de otros grupos, como hispánicos e indígenas, han experimentado y todavía experimentan inequidades similares; la presteza de nuestra cultura para
fusionar la opresión sexual y racial significa que cualquier otro grupo que se halla en
el proceso de ser estigmatizado racialmente se podría encontrar envuelto en estas
redes de injusticia. Sin embargo, los afroamericanos y las afroamericanas han cargado históricamente con el peso de simbolizar al violador y a la violada en la imaginación de la raza blanca, y por esta razón me refiero específicamente a los y las
afroamericanas así como al grupo genérico de “hombres y mujeres de color”. Para
una discusión sobre la violación y el racismo contra las personas negras, ver Carby
1985; Davis 1981; Hall 1983; Simson 1983; White 1985.
10
Véase, por ejemplo, Bart y O’Brien 1985: cap. 3.
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hecho insoslayable de nuestras vidas es tratarlo como un factor lingüístico: preguntarse cómo la violencia de la violación está apoyada por los
relatos, obsesiones e instituciones cuyo poderío deriva no de una fuerza
directa, inmutable e invencible sino de su poder para estructurar nuestras vidas como guiones culturales que se nos imponen. Comprender la
violación de esta manera es comprenderla en su posibilidad de cambio.
La definición de la violación como un hecho lingüístico puede
tomarse de varias maneras. Una conjunción común de violación y
lenguaje se refiere a las diversas imágenes de la violación que nuestra
cultura produce, representaciones que a menudo transmiten las suposiciones y contradicciones ideológicas de la violación: las mujeres son
violables, las mujeres se merecen la violación/las mujeres provocan la violación, las mujeres quieren la violación, las mujeres se avergüenzan de ser
violadas/las mujeres públicamente mienten acerca de haber sido violadas. Aunque estas producciones culturales pueden coludirse con la
violación y perpetuarla de maneras definitivas y complicadas, la afirmación de que la violación es un hecho lingüístico no debe entenderse como que tales formas lingüísticas en realidad violan a las mujeres.
Otra manera crucial, literal, de entender la violación como un hecho lingüístico es subrayar la presencia del lenguaje en la violación.
Contrario a la sabiduría popular, que se imagina la violación como un
ataque silencioso, absolutamente impersonal, la mayoría de los violadores inician intercambios verbales con las mujeres atacadas, además
de utilizar la agresión física. Muchos violadores comienzan una conversación con sus objetivos de manera amistosa o amenazadora; varios
hablan mucho durante la violación y exigen que las mujeres a las que
violan les hablen o repitan frases específicas. La censura internalizada
sobre lo que puede decirse y lo que no —que limita a mujeres y hombres de maneras diferentes— estructura las situaciones de violación tanto
como lo hacen las desigualdades físicas, especialmente cuando la mujer conoce al violador: lo que es lo más frecuente.11 Las respuestas no
combativas de las mujeres ante los violadores se derivan muchas veces
tanto de las reglas auto-derrotistas que gobiernan la conversación educada y empática como del temor físico explícito.12 Para prevenir la viola-
11
12
Medea y Thompson 1974: 25.
Henley 1977; Lakoff 1976, y McConnell-Ginet, Borker y Furman 1980.
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ción, las mujeres deben resistirse a las nociones auto-derrotistas del
habla femenina educada, así como desarrollar tácticas físicas de defensa
personal.
Una teoría de un continuum de la violencia sexual vincula el lenguaje y la violación de una manera tal que da a entender que las representaciones de la violación, los comentarios obscenos, las amenazas y
otras formas de acoso deben considerarse equivalentes a la violación.
Dicha definición sustituye los comentarios y amenazas que gestualizan
una violación por la violación misma, y por lo tanto contradice el significado mismo de “continuum”, que requiere una distinción temporal y
lógica entre las diversas etapas de un intento de violación. En una teoría
de un continuo que considera un tipo de acción, una amenaza verbal,
inmediatamente sustituible por otro tipo de acción, un ataque sexual, el
tiempo y el espacio entre estas dos acciones confluye, y, nuevamente, la
violación ha siempre ya ocurrido. Tales actos verbales deben ser combatidos y censurados por lo que son: iniciativas para montar una situación de violación. Sin embargo, convertirlos en metáforas de la violación
misma obstruye la separación entre una amenaza y la violación —ese
espacio en el cual las mujeres pueden tratar de intervenir, oponerse a la
acción y desviarla.13
Otra manera de analizar la violación como un hecho lingüístico
arguye que ésta se halla estructurada como una lengua, una lengua que
moldea tanto las interacciones verbales como las físicas entre una mujer y su potencial atacante. Decir que una violación está estructurada
como una lengua puede explicar tanto la prevalencia de la violación
como su prevención potencial. El lenguaje es una estructura social de
significados que permite a las personas experimentarse como sujetos
13
La forma en que la teoría del continuum equipara todas las señales de violencia proyectada con la violencia realizada, completada, es un reflejo curioso de los
mitos que dicen que las mujeres provocan la violación (y por lo tanto no puede
decirse que han sido violadas). Estas teorías de la “provocación” interpretan todas
las percepciones de sociabilidad femenina —una sonrisa, un gesto de la cabeza, o el
no decir nada— como consentimiento sexual y que por lo tanto eliminan la necesidad de una negociación. Aquí también el tiempo y el espacio entre actos desaparece
y las mujeres ya han sido siempre violadas, “seducidas” o “seductoras”. Para una
demostración de que los esfuerzos por mantener lógicamente separadas a la seducción y a la violación fallan continuamente porque la seducción y la violación definen
ambas la sexualidad femenina como pasiva, véase Rooney 1983.
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hablantes, que actúan y tienen un cuerpo.14 Podemos delinear el lenguaje de la violación en los Estados Unidos a lo largo de los ejes de la
raza y el género. El lenguaje de la violación busca inducir en las mujeres blancas un temor exclusivo y erróneo frente a los hombres no blancos a nombre de la protección y la venganza que merecen las mujeres
blancas. En varios momentos históricos este lenguaje ha designado
intensivamente a las afroamericanas como objetivos de intentos de violación —tanto así que generaciones de afroamericanas han creado lenguajes definidos de resistencia a la violación. De manera simultánea o
en otros momentos, el lenguaje de la violación puede hablar de las
mujeres de color como “mujeres” genéricas. El lenguaje de la violación
pide a las mujeres que nos posicionemos como violables, en peligro y
temerosas e invita a los hombres a posicionarse como legítimamente
violentos y con el derecho de usar los servicios sexuales de las mujeres.
Este lenguaje estructura las acciones y las respuestas físicas tanto como
las palabras y las formas, por ejemplo, los sentimientos de poderío del
posible violador y nuestro generalizado sentimiento de parálisis cuando nos amenazan con la violación.
A pesar de lo terriblemente reales que estas sensaciones físicas nos
puedan parecer, nos lo parecen así debido a que el lenguaje de la violación habla a través de nosotras, congelando nuestro sentimiento de fuerza y afectando las percepciones del potencial violador sobre nuestra falta
de fuerza. Los violadores no predominan simplemente porque como
hombres sean real, biológica e inevitablemente más fuertes que las mujeres. Un violador sigue un guión social y representa estructuras convencionales, genéricas, de sentimiento y acción que buscan envolver a la
mujer blanco de la violación en un diálogo que está sesgado en contra de
ella. La habilidad de un violador para acosar verbalmente a una mujer,
para exigir su atención, e incluso para atacarla físicamente depende más
de cómo se posiciona a sí mismo socialmente en relación con ella que de
su supuesta fuerza física superior. Su creencia en que tiene más fuerza que
una mujer y que la puede usar para violarla merece mayor análisis que el
hecho putativo de esa fuerza, porque la creencia a menudo produce como
efecto el poder masculino que pareciera ser la causa de la violación.
14
Para debates sobre la pertinencia de esta definición del lenguaje para los
análisis feministas, ver de Lauretis 1987: 41-42, y Scott 1988:34.
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Estoy definiendo la violación como una interacción “guionizada”
(scripted) que se lleva a cabo en el lenguaje y que puede entenderse en
términos de la masculinidad y feminidad convencionales, así como de
otras desigualdades de género inscritas desde antes de un acontecimiento individual de violación. La palabra “guión” debe tomarse como
una metáfora con diversos significados. Hablar sobre un guión de la
violación implica un relato de la violación, una serie de pasos y señales
cuyos momentos iniciales típicos podemos aprender a reconocer y cuyo
resultado final podemos aprender a impedir. El concepto de relato evita
los problemas del continuum colapsado, descrito arriba, en el cual la
violación se convierte en el inevitable comienzo, mitad y final de cualquier interacción. El elemento narrativo de un guión deja lugar y abre
espacio para la revisión.15
Estamos acostumbradas a pensar en el lenguaje como una herramienta que nace con nosotras y a la cual podemos manipular, pero
tanto las teorías feministas como postestructuralistas han discutido
persuasivamente que sólo llegamos a existir a través de nuestra irrupción en un lenguaje preexistente, en un conjunto social establecido de
significados que nos inscribe en un guión, pero no determina nuestro
ser de manera exhaustiva. En este sentido, el término “guión de la violación” también sugiere que las estructuras sociales inscriben en los
cuerpos y psiques de hombres y mujeres las desigualdades misóginas
que permiten que ocurra la violación. No es simplemente que estas
desigualdades generalizadas estén prescritas por un lenguaje opresivo
15
Mi definición del guión difiere de la definición sociológica planteada por
Judith Long Laws y Pepper Schwartz 1977. Ellas escriben: “ Cuando nos referimos al
guión sexual nos referimos a un repertorio de actos y estatus reconocidos por el
grupo social, junto con las reglas, expectativas y sanciones que gobiernan estos actos
y estatus” (2). Esta definición se centra en los guiones como interacciones prefabricadas entre quienes adoptan los papeles, y no en un proceso que en cada instancia
debe luchar para reproducirse a sí mismo y a quienes lo actúan. Aunque las autoras
señalan que la institucionalización de un guión implica que “se niegan o denigran los
guiones alternativos”, consideran que cada guión particular está a salvo de la implosión
y el cuestionamiento interno (6). Yo argumento que estos guiones se contradicen a sí
mismos y se pueden cuestionar desde dentro. Una contradicción crucial del guión
de la violación es que presenta a las mujeres como víctimas débiles y sin embargo
considera necesarias cantidades enormes de violencia para violarnos. Del guión mismo podemos sacar la implicación de que podemos poseer más fuerza de la que el
guión nos lleva a pensar que tenemos.
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totalizador, ni que estén totalmente inscritas antes de que ocurra la violación: la violación misma es una de las técnicas específicas que continuamente “guioniza” estas desigualdades una y otra vez. El patriarcado
no existe como una entidad monolítica separada de los actores y las
actoras humanas, impermeable a cualquier intento para cambiarlo, seguro en su papel de inamovible primera causa de fenómenos misóginos
como la violación; más bien, el patriarcado adquiere su consistencia de
concepto descriptivo totalizador mediante la agregación de microestrategias de opresión tales como la violación. El poder masculino y la
indefensión femenina ni preceden ni causan una violación; más bien,
la violación es uno de los diversos modos que tiene la cultura para
feminizar a las mujeres. Un violador escoge a su blanco porque reconoce que se trata de una mujer, pero un violador también busca imprimir
la identidad de género de “víctima femenina” en su blanco. Un acto
violatorio, entonces, impone a la vez que presupone desigualdades
misóginas; la violación no sólo está guionizada, también guioniza.16
Tomar la violencia masculina o la vulnerabilidad femenina como
la primera y la última instancias de cualquier explicación de un ataque
sexual es hacer que las identidades del violador y la violada preexistan
a la violación misma. Si dejamos de lado esta manera de ver las cosas y
consideramos la violación como una interacción realizada con base en
un guión, en la que una persona busca obtener para el papel de violador e intenta manejar a otra persona para que adopte el papel de víctima, podemos ver la violación como un proceso de imposición sexista de
género que podemos intentar interrumpir. Contrario a lo que dicen los
principios de la criminología y la victimología, no todos los violadores
comparten las mismas características fijas, ni atacan a personas que
están claramente marcadas como víctimas de un ataque sexual. La violación no le ocurre a víctimas preconstituidas; produce víctimas en el
momento. No es que el violador simplemente tenga el poder para violar;
el poder del violador se crea con la ayuda del guión social y el grado
en el cual tenga éxito ese guión para lograr la participación de la mujer
16
Angela Davis apunta algo semejante cuando argumenta que la violación por
parte de propietarios de esclavos era el único acto que diferenciaba a las mujeres
esclavas de los hombres esclavos. La violación que proviene de fuera inaugura la
diferencia sexual dentro de un grupo de mujeres y hombres que eran iguales, y por
lo tanto indistinguibles unos de otros. Davis 1981: 23-24.
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atacada. El guión del ataque sexual contiene ya instancias de violación,
pero ni el guión ni el acto violatorio procede de o crea identidades
inmutables de violador y violada.
El guión debería entenderse como un marco, un diagrama de comprensibilidad que podemos usar como manera de organizar e interpretar sucesos y acciones. Nos puede hacer vacilar, incluso en contra de
nuestros propios intereses —pocas mujeres se resisten totalmente a todas las modalidades actuales de feminización— pero su legitimidad
nunca es completa, nunca está asegurada. Cada acto puede representar
la legitimidad del guión de la violación o hacerlo explotar. Al definir el
ataque sexual como una representación que sigue un guión, damos lugar a un espacio entre el guión y la actriz que nos puede permitir
reescribirlo, tal vez negándonos a tomarlo seriamente y tratándolo como
una farsa, tal vez resistiendo la pasividad física que nos indica adoptar.
A fin de cuentas, tenemos que erradicar este guión social. Mientras
tanto, podemos interferir localmente con él si nos damos cuenta de que
los hombres elaboran el poder masculino en relación con una imaginaria
indefensión femenina; puesto que se nos pide que ayudemos a crear este
poder, podemos actuar para destruirlo. Esto no es lo mismo que decir
que las mujeres deben resistirse para tener pruebas legales de que los
avances sexuales no eran deseados. Muchas veces se ha usado un criterio de resistencia para definir la violación y absolver a los violadores,
pues se espera que las mujeres entrenadas para la pasividad sean capaces de desplegar los mismos niveles de agresividad que los hombres.17
Pero es preferible, claramente, detener nosotras mismas un intento de
violación que llevar nuestros cuerpos violados a juicio para reivindicarlos. No se nos debe pedir que nos resistamos para probar nuestra inocencia más tarde en el tribunal, sino que deberíamos hacerlo para servir
a nuestros propios intereses inmediatos.
Antes de que podamos combatir la creación de nuestra indefensión y del poder del violador, necesitamos una comprensión más detallada de los elementos que sostienen el guión del ataque sexual. Éste
toma su forma a partir de lo que llamaré una gramática genérica de la
violencia, en donde gramática significa las reglas y la estructura que
asignan posiciones a las personas en un guión. Entre hombres de dife-
17
Estrich 1987.
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rentes razas, esta gramática predica que los hombres blancos son sujetos legítimos de la violencia entre todos los hombres y sujetos de violencia sexual legítima en contra de las mujeres; presenta a los hombres
de color como sujetos siempre amenazadores de la violencia ilegítima
en contra de los hombres blancos y de violencia sexual ilegítima en
contra de las mujeres blancas. En un contexto intrarracial, esta gramática predica genéricamente que los hombres son perpetradores legítimos
de la violencia sexual en contra de las mujeres. Abordaré la diferencia
entre la violencia entre hombres y la violencia sexual con mayor detalle
más abajo, pero dentro de la categoría de violencia general deberíamos
distinguir entre “violencia legítima entre”, “violencia ilegítima en contra de” y “violencia legítima en contra de”. La violencia legítima entre
hombres significa un pacto competitivo entre pares potenciales que
permite instancias para la violencia. En los Estados Unidos, hoy en día,
esto sugiere una configuración intrarracial de parejas de entrenamiento
[como en el boxeo]. La violencia ilegítima en contra de implica que la
violencia es un ataque injustificado e impensable que desafía las desigualdades sociales y al que, por lo tanto, se puede responder de maneras impensables tales como el linchamiento. La cultura estadounidense
dominante tiende a etiquetar la mayoría de las acciones de hombres de
color en contra de personas blancas como “violencia ilegítima en contra
de “. La violencia masculina intrarracial en contra de las mujeres no
desafía las desigualdades sociales y por tanto se piensa comúnmente
que es legítima. La resistencia de las mujeres ante esta violencia se
considera impensable y generalmente se condena cuando ocurre. La
gramática dominante de la violación subsume a la violencia sexual
intrarracial en la rúbrica del género; no activa la raza como un factor
significativo cuando un hombre viola a una mujer de su misma raza.
Tampoco reconoce, la gramática dominante de la violación, las paragramáticas del género que no marcan a las mujeres como objetos de violencia, así como la gramática dominante del idioma no reconoce los
paralenguajes más que como “dialectos” opacos y agramaticales.
La gramática genérica de la violencia predica que los hombres son
sujetos de violencia y operadores de sus herramientas, y predica que
las mujeres son objetos de violencia y sujetos del temor. Esta gramática
induce a los hombres que siguen las reglas establecidas para ellos a
reconocer su ser genérico en imágenes y relatos de agresión en los que
son agentes de la violencia que bien inician la violencia o responden
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violentamente cuando se ven amenazados. Un espejo gramaticalmente
correcto del género le refleja a los hombres imágenes heroicas en las
que corren el peligro de muerte, resisten el dolor y nunca soportan un
ataque sin intentar devolverlo con la misma fuerza. Dicho espejo le
refleja a las mujeres imágenes que fusionan la victimización femenina y
el valor femenino; esta gramática alienta a las mujeres a convertirse en
sujetos mientras nos imaginamos a nosotras mismas como objetos.
La teoría feminista ha reconocido ampliamente que cuando las
mujeres siguen las convenciones sociales, reconocemos y hacemos actuar a nuestro ser genérico como objeto de violencia. Un lugar común
del feminismo —y a pesar de eso una importante verdad feminista—
dice que si se siguen al pie de la letra los criterios sobre belleza y el
comportamiento válido femeninos, lo que se crea es una persona trabada y pasiva. Las diversas técnicas de feminización de nuestra cultura
tienden a reforzar el guión de la violación, ya que la feminidad que
promueven “hace que la mujer femenina sea la víctima perfecta de la
agresión sexual”.18 Los estudios sobre escenarios de violación nos permiten diferenciar por lo menos dos posiciones gramaticales designadas
para las mujeres y adoptadas por algunas, y ambas van en contra de los
intereses de las mujeres cuando se trata de prevenir una violación. Una
actitud interpretativa de empatía, cualidad considerada femenina aun
cuando no la practique una mujer, empuja a algunas a identificarse con
el violador en vez de defenderse del deseo de destruir del violador.
Frederick Storaska incluso sugiere la empatía como un modo de defensa personal, con el razonamiento de que los hombres violan para compensar su falta de autoestima y amor; asegura, así, que cuando las
mujeres responden amorosamente a los violadores potenciales, éstos
ya no se sienten obligados a violar.19 Incluso si aceptáramos esta dudosa
premisa por razones heurísticas, podemos ver que toda la capacidad de
actuar está colocada en el lado masculino: para impedir la violación,
una mujer debe hacer sentir al hombre como un ser humano completo,
en vez de forzarlo a reconocer la voluntad y la humanidad de ella. Una
segunda actitud, comunicativa, de sensibilidad sugiere a las mujeres no
18
19
Griffin 1986: 16
Storaska (How to Say No to a Rapist and Survive), en Bart y O’Brien 1985:
passim.
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tomar la ofensiva en un diálogo con el violador potencial, sino quedarse
dentro de los límites establecidos por él: ella puede consentir o no,
aceptar sus exigencias o tratar de disuadirlo, pero no debe interrumpirlo activamente para modificar los términos de la discusión.20
Aunque las teóricas feministas de la violación han analizado con
profundidad las maneras en que las mujeres sirven como objetos de
violencia, se han concentrado de forma menos consistente en las maneras en que se vuelven sujetos del miedo y en la influencia que esta
sujeción tiene sobre nuestra representación de los guiones de violación. (Por sujeción me refiero a un proceso que no simplemente oprime, domina y destruye a las mujeres, sino uno que nos empuja a
convertirnos en sujetos, sujetándonos al miedo.) Varias teorías han reconocido que la violación provoca miedo, pero no han tomado en cuenta la
otra mitad del círculo vicioso: que muchas veces la violación tiene éxito
debido a los miedos de las mujeres. En The Female Fear (El miedo femenino), Margaret T. Gordon y Stephanie Riger han argumentado que la
distribución del miedo corre la misma suerte que otras distribuciones
desiguales del privilegio en la sociedad estadounidense.21 A pesar de
que las mujeres no son ni los únicos objetos de la violencia sexual ni los
blancos más probables de crímenes violentos, las mujeres constituyen la
mayoría de los sujetos temerosos; aun en situaciones en las que empíricamente es más probable que los hombres se vean expuestos a crímenes
violentos, expresan menos miedo del expresado por las mujeres, y tienden a desplazarlo hacia una preocupación por sus madres, hermanas,
esposas e hijas, lo que generalmente adopta la forma de una restricción
de su movilidad alertándolas para que no salgan solas en la noche.22
La gramática de la violencia asigna a las mujeres una posición desventajosa en el guión del ataque sexual porque nos identifica como objetos de la violencia y porque nos ofrece la inducción insidiosa de una
posición de sujeto que nos asigna un papel activo frente al miedo: un
papel que es más insidioso mientras más fuerte parece ser el papel activo
desempeñado por la mujer. Mientras que el miedo masculino desata la
20
Véase Rooney 1983, para una crítica del “consentimiento” como un criterio
para la violación y las maneras en que imposibilita la teorización de la sexualidad
femenina.
21
Gordon y Riger 1989: 118.
22
Ibid.: 54
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conocida respuesta de “pelear o escapar”, el miedo femenino inspira
las familiares sensaciones de la “paralización”: inmovilidad involuntaria
y silencio. Las mujeres aprendemos a reconocernos como sujetos de
este miedo y así a identificarnos con un estado que no elabora nuestra
subjetividad sino que la disuelve. Este miedo puede variar de una situación de ataque sexual a otra. Las violaciones conyugales o de conocidos
distorsionan el contrato según el cual los hombres protegen a las mujeres y destrozan el pacto de cariño establecido entre quienes se aman;
pueden producir un extrañamiento espantoso y siniestro de las expectativas conocidas. Un ataque repentino por parte de un desconocido puede producir terror, aturdimiento y sobresalto. En el nivel más amplio,
sin embargo, la gramática de la violencia dicta que el miedo femenino
concentre a su yo en anticipación del dolor, la ineficacia de la acción y
la convicción de que el yo será destruido. El miedo femenino hace que
toda la violencia y la capacidad de actuar se precipiten hacia afuera del
sujeto; deja, así, incapacitado a su sujeto para defenderse si esto implica arriesgarse a sufrir un posible dolor o la muerte, puesto que este
riesgo sólo se percibe viable cuando la sujeto se ve con cierta capacidad
de violencia a la cual recurrir para sobrevivir al dolor o eludir ser lastimada. El miedo femenino también parece comprender la total identificación de un cuerpo vulnerable, sexualizado, con el yo; así llegamos a
equiparar la violación con la muerte, el borramiento del yo, y no vemos
manera de recurrir a nuestro yo para salvarlo y repeler el ataque sexual.
Desde la perspectiva de la prevención de la violación, esta gramática de la violencia y el miedo también estructura lo que puede llamarse
la teoría instrumental de la violación y determina ciertas ideas sobre la
defensa personal femenina. La teoría instrumental de la violación, propuesta por Susan Brownmiller en Against Our Will (En contra de nuestra voluntad) arguye que los hombres violan porque sus penes poseen
la capacidad objetiva para ser armas, herramientas e instrumentos de
tortura.23 Los consejos tradicionales de defensa personal que se dan a
las mujeres suponen esta cuasi invencibilidad del cuerpo masculino y
aconsejan técnicas pasivas de evitación. Se alerta, así, contra el uso de
cualquier tipo de arma a menos que la mujer sepa usarla bien; la implicación es que a menos que una esté totalmente segura de que las accio-
23
Véase Brownmiller 1975:14.
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nes emprendidas serán efectivas, es mejor no intentar defenderse en
absoluto. Cuando los manuales de la policía llegan a mencionar que se
pueden blandir armas de manera repentina, tienden a mencionar accesorios obsoletos y endebles como alfileres de sombrero u horquillas, en
vez de sugerir que las mujeres carguen con objetos más útiles. Estos
mismos manuales pocas veces mencionan los genitales masculinos
cuando hablan de los puntos vulnerables del cuerpo de un violador
potencial, perpetuando así el mito del pene irreductiblemente poderoso. Estos puntos de vista representan, de hecho, una polarización genérica de la gramática de la violencia en la cual el cuerpo masculino puede
blandir armas, puede convertirse en un arma, y se beneficia de una
ignorancia impuesta en lo que se refiere a su propia vulnerabilidad; el
cuerpo femenino de acuerdo con esta gramática es universalmente vulnerable, no tiene fuerza y es incompetente para suplir sus deficiencias
con herramientas que podrían derrotar al poder del pene. En una cultura que presiona incansablemente a las mujeres para que cubran lo que
les falta mediante el uso de accesorios, se nos dice que no podemos
manejar accesorios corporales si los usamos para la defensa personal, y
que a lo mucho podemos participar en nuestra violación. Se nos enseña
la siguiente falacia: que la mejor manera de evitar ser lastimadas es
dejar que alguien nos lastime. Absorbemos la siguiente paradoja: que
la violación es muerte, pero que en una violación la única manera de
evitar la muerte es aceptarla. Consentir a la muerte de la violación resulta nuestra única posibilidad para luchar por nuestras vidas, pero estas
vidas se van a ver destruidas por la violación. El miedo forja los vínculos entre estas afirmaciones contradictorias: la violación es tan aterradora porque es como la muerte y este miedo totalizador nos desarma
impidiéndonos luchar contra el ataque.
Podemos comenzar por crear un discurso feminista sobre la violación desplazando el acento enfatizado por el guión de la violación —la
violencia masculina en contra de las mujeres— y poniendo en su lugar
lo que el guión de la violación excluye y ridiculiza: la voluntad, la capacidad de actuar y la capacidad para la violencia de las mujeres. Uno de
los pocos libros sobre prevención de la violación, el excelente de Pauline
Bart y Patricia O’Brien, Stopping Rape: Succesful Survival Strategies (Para
evitar la violación: estrategias efectivas de sobrevivencia) ha descalificado persuasivamente la creencia generalizada de que la resistencia ante
un ataque sexual lo único que logra es que una salga herida porque el
probable violador se irritará. Las autoras señalan hábilmente que “acon75
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sejar a las mujeres a aceptar o bien arriesgarse a ser lastimadas supone
que la violación misma no lastima”. También demuestran que en su
muestra “no había relación entre el uso de resistencia física por parte de
las mujeres y el uso de fuerza adicional más allá del intento de violación por parte de los violadores” y que las respuestas pasivas condujeron muchas veces a una mayor violencia del violador.24 Sus encuestas
con mujeres que evitaron la violación muestran de manera consistente
que la resistencia sí funciona, y que a menudo signos mínimos —un
comentario asertivo, un empujón, un grito fuerte, correr— pueden ser
suficientes para bloquear a un hombre y que éste desista de continuar
con el ataque. Muchas mujeres fueron capaces de prevenir la violación
aun cuando el violador las amenazaba con un cuchillo o una pistola.
Podemos traducir este hallazgo a los términos de nuestro marco gramatical diciendo que la gramática de la violencia define la violación como
un acto cometido en contra de un sujeto del miedo y no en contra de un
sujeto de la violencia —es decir, no en contra de alguien que el violador
potencial puede suponer que se defenderá.25 Esta suposición forma
una parte tan integral del guión de la violación que podemos decir que
simplemente con defendernos dejamos de ser sujetos femeninos gramaticalmente correctos y nos volvemos mucho menos legibles como
blancos de un ataque sexual.
Con el fin de entender la diferencia que puede implicar defenderse, debemos distinguir entre la violencia sexualizada y la violencia sujeto-sujeto. La violencia sexualizada anticipa y busca la sujeción de su
blanco como un sujeto del miedo, de la indefensión y que consiente en
ser lastimado. En la violencia sujeto-sujeto, cada interlocutor espera e
incita a la violencia al otro, mientras que en la violencia sexualizada las
mujeres están excluidas de esta comunidad de la violencia.26 La violen-
24
Bart y O’Brien 1985: 40-41.
Véase, por ejemplo, el informe sobre entrevistas con violadores de la Fundación Queen Bench: cuando se les preguntó por qué escogieron a determinada mujer,
el 82.2% dijo que porque estaba “disponible” y el 71.2% porque estaba “indefensa”:
términos que equivalen a lo mismo, puesto que “disponible” aquí significa “disponible para ser violada”. Fundación Queen Bench 1976.
26
Teresa de Lauretis sigue a René Girard al llamar a este tipo de violencia
sujeto-sujeto “‘reciprocidad violenta’… que es socialmente contenida (y promovida)
por la institución del parentesco, el ritual y otras formas de violencia mimética
(vienen a la mente de inmediato la guerra y los deportes)”. de Lauretis de 1987: 43.
25
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cia sujeto-sujeto subyace a la competencia homosocial masculina
intrarracial, en la cual los hombres se pelean entre sí en el entendimiento de que siguen las mismas reglas y que ambos esperan recibir violencia del otro. Aunque en un nivel los hombres son oponentes, en otro
cooperan entre sí habiendo acordado jugar el mismo juego.
Este acuerdo de caballeros no funciona en una situación de violación. Los análisis de Bart y O’Brien muestran que las estrategias no
asertivas, de acomodamiento, que suponen una situación contractual
de “interés personal y buena voluntad mutuas” no persuaden a un violador que de ninguna manera se identifica con los intereses o la subjetividad de su blanco. 27 Escaparse puede funcionar mejor que las
negociaciones racionales porque simplemente se rompe con el guión
de una respuesta educada, empática hacia el agresor potencial. La defensa personal verbal puede desarmar exitosamente el guión de la violación al negarse a aceptar el poder del violador. Tratar la amenaza como
una broma; regañar al violador; negociar para irse a otro lugar para
realizar sólo ciertos actos, o hacer que el violador ponga a un lado las
armas que pueda llevar, todos son ejemplos de métodos verbales que en
algunos casos han detenido la violación porque afirman la capacidad de
actuar de una mujer, no su violabilidad, y el poder de una mujer, no su
temerosa indefensión. Un violador enfrentado a una mujer mandona y
regañona puede desconfiar de su poder para violar; un violador al que
se responde con miedo puede sentir que su poder se consolida. Aunque no subestimamos el poder de responder y hablarle al violador, una
respuesta física tiene más posibilidades de desordenar la gramática de
la violación. La acción física dirigida es un criterio de humanidad tan
significativo en nuestra cultura como las palabras, y debemos desarrollar nuestra capacidad para la violencia con el fin de desarmar el guión
de la violación. La mayoría de las mujeres se sienten más capaces de
usar estrategias verbales que físicas, pero es precisamente ese sentimiento el que indica que el guión de la violación ha colonizado nuestras mentes y cuerpos, posicionándonos como vulnerables a la violación.
La acción física plantea un enorme desafío a la mayoría de las mujeres
cuando pensamos en prevenir una violación: porque se trata de nuestro
mayor punto de resistencia, es la máxima gramatical de la que podría-
27
Bart y O’Brien 1985: 109-110.
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mos burlarnos y para nuestra mayor ventaja.28 El uso de la fuerza física
resta fuerza a la falta de poder que el escenario de violencia y miedo
“guionizan” para nosotras. Al responder y al defendernos nos colocamos como sujetos que pueden involucrarse en una violencia dialógica
y responder a la agresión del mismo modo; además de ofrecernos una
oportunidad para eludir o subyugar a un agresor, la defensa personal le
resta fuerza a un potencial violador al sacarlo de su papel de atacante
omnipotente y sorprenderlo porque tendrá que luchar contra alguien a
quien había etiquetado como una víctima resignada.
La legislación apoya la violencia objetificadora del guión de la violación al no definir la violación como un ataque, que caería bajo la categoría de violencia sujeto-sujeto en contra de las personas, sino como
una ofensa sexual. Esta definición separa a las partes sexuales de la
persona y las visualiza como objetos que han sido violados. He estado
discutiendo que para prevenir la violación, debemos resistir el intento
de un posible violador para colocarnos en una posición sexualizada,
genérica, de pasividad y que en vez de ello repelamos la violación
posicionándonos como si estuviéramos en una pelea. En lo que se refiere a la definición, sin embargo, la violación no es, claramente, ni sexo
ni sólo un ataque. La violación podría definirse como un ataque sexualizado y genérico que impone la diferencia sexual mediante la violencia.
La violación hace surgir un cuerpo femenino sexualizado definido como
una herida, un cuerpo excluido de la violencia sujeto-sujeto, de la capacidad para participar en una pelea justa. Los violadores no golpean a
las mujeres jugando el juego de la violencia, sino que pretenden excluirnos, dejarnos sin ninguna posibilidad de jugar.
Hemos visto que la violencia sujeto-sujeto supone una relación
contractual entre sus participantes, quienes se ven como iguales que
acuerdan estar en desacuerdo. El sujeto de las relaciones contractuales
incluye al sujeto propietario. En la cultura capitalista se es propietario
28
Jeffner Allen subraya esta cuestión cuando critica la “no violencia como un
constructo patriarcal” y como una “virtud heterosexual [que] preconiza que la mujer
sea ‘moral’, virtuosamente no violenta frente a lo ‘político’, el violento mundo
definido por el hombre. La ideología de la virtud heterosexual da derecho a los
hombres para aterrorizar —poseer, humillar, violar, objetivizar— a las mujeres y cierra
la posibilidad de que las mujeres respondan activamente al terror sexual sembrado
por los hombres”. Allen 1986: 29,35.
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en virtud de que se es libre para establecer un contrato de intercambio
con personas iguales. La alienación y el poder para establecer un contrato para la transferencia de bienes enajenables forman la base de la
propiedad en lo que se refiere a cosas, a los demás y a uno mismo. Una
capacidad masculina para alienar el yo en un encuentro riesgoso que
involucre un intercambio de agresión posiciona a los hombres como
sujetos de propiedad. Esta capacidad, combinada con la idea de que se
tiene derecho a la mujer como propiedad, posiciona a los hombres como
violadores potenciales en el guión de la violación. La violación presupone la invasión y la destrucción de la propiedad; es el reverso de la
alienación que marca los límites de una propiedad y mantiene su integridad de cara a los cambios. Puesto que las mujeres son consideradas
propiedad y por lo tanto no propietarias, no es posible establecer contratos con nosotras y por lo tanto no es plausible pensar que resistiríamos los intentos de que se apropiaran de nosotras.29 Si lo que poseemos
expresa lo que valemos y por lo tanto lo que merecemos, las mujeres al
parecer sólo poseen su violación: por eso se dice muchas veces que nos
“merecemos” ser violadas.
Muchas teóricas feministas se han centrado en cómo el hecho de
infligir violencia contra objetos femeninos putativos se relaciona con la
idea de que las mujeres también son consideradas objetos que pueden
ser poseídos. Lorenne Clark y Debra Lewis, en Rape: The Price of Coercive
Sexuality (La violación: el precio de la sexualidad coercitiva), han ofrecido un análisis de las relaciones entre la cultura de la violación, las leyes
de la violación y las leyes que rigen la propiedad. Muestran que quienes simpatizan con la cultura de la violación ven la sexualidad femenina como una propiedad que sólo los hombres pueden verdaderamente
poseer, que las mujeres generalmente la atesoran, que por lo tanto existe la justificación para arrancárnosla, y que las mujeres la guardan para
entregarla a su legítimo propietario. La violación se vuelve, así, el robo
que hace un hombre de la propiedad de otro. Para Clark y Lewis la
violación debe dejar de considerarse un crimen contra un objeto valioso
y convertirse en un crimen que viola el derecho contractual de una
persona femenina al intercambio de su propiedad sexual. Buscan fortalecer la posesión que tienen las mujeres de sí mismas y garantizar el
29
Véase Mies 1986: 169.
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“derecho de las mujeres a tener posesión y control exclusivos de sus
propios cuerpos”.30
Esta sugerencia critica la propiedad masculina de las mujeres, pero
mantiene una definición de la sexualidad femenina como propiedad
violable. El llamado a que las mujeres posean esta propiedad no borra
esta definición injuriosa; simplemente crea impedimentos legales para
la realización de violaciones naturalizadas. Aunque he argumentado
que podemos prevenir la violación al posicionarnos como sujetos de
violencia y objetos del miedo, asumir la posesión de nosotras mismas y
el que nuestro yo es una propiedad sólo acrecentará, no cuestionará, la
influencia que el guión de la violación tiene sobre las mujeres. El guión
de la violación busca colocar a las mujeres en el lugar de los objetos; las
metáforas de posesión referidas a los ataques sexuales ven de una manera similar a la sexualidad: como algo que puede circunscribirse.31 La
metáfora del robo hace que la violación parezca un modelo simplificado
de la castración: un solo órgano sexual identifica al yo, ese órgano se
concibe como un objeto que puede ser tomado o perdido, y una pérdida tal disuelve al yo. Estas metáforas de la castración y el robo reifican
la violación como una apropiación irrevocable de la sexualidad femenina.
El guión de la violación describe los cuerpos femeninos como
vulnerables, violables, penetrables y heridos; las metáforas de la violación como invasión de la propiedad ajena retienen intacta esta definición. El corolario psicológico de la metáfora de la posesión caracteriza
la sexualidad femenina como un espacio interior, la violación como la
invasión de este espacio, y las políticas antiviolación como un medio
para proteger a este espacio interior del contacto con cualquier elemento externo. El cuerpo femenino completo termina simbolizado por
la vagina, concebida ésta como un espacio interior delicado, tal vez
inevitablemente dañado y adolorido.
30
Clark y Lewis 1977: 166.
Clark y Lewis no son las únicas autoras que usan la metáfora de la violación;
Pauline Bart y Patricia H. O’Brien compara las leyes sobre violación con las leyes
sobre invasión de propiedad ajena, 1985:21; el informe de Ms. sobre la violación por
parte de conocidos compara definiciones de la violación con otras sobre robo, 1988:
22, y Susan Estrich presenta varias analogías entre el robo y la violación, 1987:14, 40-41.
31
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Sharon Marcus
Las activistas anti-violación han criticado la falsa demarcación entre un dentro y un afuera de la violación en términos de espacio geográfico: la cultura de la violación genera contradicciones espaciales al
advertir a las mujeres que no salgan porque pueden ser violadas, pero
la mayoría de las violaciones ocurren dentro de las casas de las mujeres. Desnaturalizar este mito revela la frontera entre el adentro y el afuera y deja ver la irrelevancia de esta distinción cuando se trata de luchar
contra la violación: si un ataque sexual puede ocurrir adentro, entonces
“adentro” no es ya lo que se suponía que era: un refugio, separado del
ámbito inseguro, externo. Y, sin embargo, las teóricas anti-violación
continúan mapeando divisiones espaciales externas e internas en el
cuerpo femenino al usar la invasión como una metáfora para la violación.
Esta metáfora es coherente con la gramática genérica de la violencia presentada arriba, pues las posiciones vis a vis la violencia coinciden con
coordenadas espaciales: un sujeto de violencia actúa sobre un objeto de
violencia para definirla como el límite entre lo exterior y lo interior, que
él cruza, y como el espacio inmovilizado a través del que se mueve.32
Precisamente porque la metáfora de la invasión está tan fuertemente
ligada a la gramática de la violencia sexualizada, deberíamos cuestionar
su eficacia para ayudar a las mujeres a luchar contra la violación. La
necesidad de definir la violación y de afirmar su existencia nos pueden
alejar de la tarea de tramar el momento de su disolvencia. Para combatir
la violación, no necesitamos insistir en la realidad de una distinción
dentro/fuera entre el cuerpo femenino y el mundo; esta distinción puede ser uno de los efectos del guión de la violación, pero si es así, es
justamente esta distinción la que debemos disolver para poder desarmar la violación.
No todas las mujeres ni todas las sobrevivientes de una violación se
representan el ataque sexual como una invasión de la propiedad sexual
femenina. El trabajo de Bart y O’Brien ha demostrado que muchas mujeres consideran que la violación es ser obligada a dar un servicio y la
definen como “algo que se hace con un pene, no algo que se le hace a la
vagina”.33 Mi afirmación anterior de que la violación guioniza al género
sugiere que veamos el ataque sexual no como la invasión de un espacio
32
33
Véase de Lauretis 1987: 43-44.
Bart y O ‘Brien 1985: 20
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interior femenino, sino como la creación forzada de la sexualidad femenina como un espacio interior violado. El horror de la violación no consiste
en que nos roben algo sino en que nos convierte en cosas que pueden
tomarse. Es así que exigir nuestros derechos sobre nosotras mismas
como propiedad y solicitar protección para nuestro vulnerable espacio
interior no es suficiente. No necesitamos defender nuestros cuerpos
“reales” de una invasión, sino retrabajar toda esta elaboración de nuestros cuerpos. Una revuelta contra la cultura de la violación que partiera
del mismo centro de la cuestión, revisaría la idea de la sexualidad femenina como un objeto, como una propiedad, y como un espacio interior.
Dicha revisión puede y debería encaminarse hacia diversas direcciones. Una alternativa posible para visualizar la sexualidad femenina
como una unidad espacial fija es imaginar la sexualidad en términos del
tiempo y el cambio. La utilización de la historia sexual pasada en los
juicios por violación para determinar la probabilidad del consentimiento
y para invocar los derechos basados en un consentimiento en el pasado
(usada para defender los derechos a la violación de novios y maridos),
demuestra que la cultura de la violación niega de manera consistente a la
sexualidad femenina la capacidad de cambiar a lo largo del tiempo. En
vez de asegurar el derecho a alienar y poseer una sexualidad espacializada,
la política anti-violación puede reclamar el derecho de la mujer a un yo
que puede diferir de sí mismo a lo largo del tiempo sin tener que renunciar a su existencia como un yo. El título de un libro sobre violación
de conocidos, “Nunca la consideré una violación”, puede funcionar como
emblema de esta concepción de la sexualidad. El título expresa una conciencia no unificada para la cual el acto de nombrar el deseo activo de no
tener relaciones sexuales no coincide con el acto sexual no consensual;
insiste en que este yo dividido puede adquirir poder y conocimiento
con el paso del tiempo. El título concibe la sexualidad femenina no como
un objeto discreto cuya violación será siempre dolorosa e instantáneamente reconocible, sino como un proceso inteligible cuyas instancias
individuales pueden reinterpretarse y renombrarse.
He argumentando en contra de entender la violación como la entrada forzada a un espacio interior real y de considerarla como una
forma de invaginación en la que el ataque sexual guioniza el cuerpo
femenino como un espacio interior herido. Podemos eludir los límites
de una perspectiva empírica si desarrollamos una política de la fantasía
y la representación. La violación existe porque nuestra experiencia y el
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despliegue de nuestros cuerpos es efecto de las interpretaciones, representaciones y fantasías que a menudo nos posicionan de maneras
conducibles a la realización del guión de la violación: paralizadas, incapaces de ejercer violencia física, temerosas. Una nueva producción y
reinscripción cultural de nuestros cuerpos y nuestras geografías puede
ayudarnos a comenzar a revisar la gramática de la violencia y a representarnos a nosotras mismas de una manera nueva y militante. En
lugar de un tembloroso cuerpo femenino o de un yo femenino visto
como una cavidad inmovilizada, podemos comenzar a imaginar el cuerpo femenino como sujeto de cambio, como un objeto potencial de miedo
y como agente de la violencia. No tenemos, tampoco, que imaginar al
pene como un arma indestructible que no puede hacer más que violar;
podemos considerar la temporalidad de la sexualidad masculina y recordar la fragilidad de las erecciones y la vulnerabilidad de los genitales
masculinos. Stopping Rape (Cómo detener una violación) cita las palabras
de una mujer que fue amenazada de muerte a menos que cooperara con
su violador: “Si me va a matar tendrá que matarme. No voy a dejar que
esto me pase a mí. Y le agarré el pene, estaba tratando de rompérselo, y él
me golpeaba con los puños en la cabeza, con toda su fuerza. No podía
soltarlo. Estaba decidida a arrancárselo de cuajo. Y entonces desapareció
su erección… me empujó, tomó su abrigo y se echó a correr”.34
He tratado de mostrar que una defensa personal de este tipo no es
sólo una estrategia efectiva y práctica en lo inmediato; como violencia
femenina y como la negativa a aceptar el cuerpo del violador como poderosamente real y realmente poderoso, esta defensa da un golpe en el
corazón de la cultura de la violación. La defensa personal no ofrece, por
supuesto, una solución final: no siempre será suficiente para detener
una violación y ciertamente no debería ser necesaria. Aunque la carga
ética de prevenir la violación no es nuestra sino de los violadores y de
una sociedad que los sustenta, vamos a tener que esperar mucho tiempo si esperamos a que los hombres decidan no violar más. Para construir una sociedad en la que no conozcamos el miedo, tal vez tengamos
primero que asustar de muerte a la cultura de la violación.
Traducción: Cecilia Olivares
34
Ibid: 38.
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Carlos Monsiváis
Los gays en México: la fundación, la
ampliación, la consolidación del ghetto*
Carlos Monsiváis
A Nancy Cárdenas. In memoriam
Nota preliminar
E
n primera instancia estas notas se originan en mis diálogos con
un grupo amplio de personas, algunos de ellos testigos de los
hechos narrados, o amigos cercanos de participantes en la primera mitad del siglo XX. A lo largo de varios años, he tomado notas de
estos diálogos procurando unir los testimonios y las constancias escritas en un relato de costumbres marginales. Mi intento “arqueológico”
tiene un origen: si en México la diversidad ya es un hecho asumido,
son útiles los acercamientos a una de sus representaciones extremas, la
minoría combatida, invisibilizada por un periodo muy extenso y, a pesar de todo, persistente y numerosa. Una advertencia: por la información disponible, la mayor parte de estas notas se centra en un sector de
clases medias y ocasionalmente, de burguesía. Por buenas y malas razones ellos representan al conjunto de la vida gay, mientras la indagación histórica no diga lo contrario.
* Este artículo es una continuación de “Los iguales, los semejantes, los (hasta
hace un minuto) perfectos desconocidos (A cien años de la Redada de los 41)”,
aparecido en debate feminista, año 12, vol. 24, octubre de 2001. El autor ha prometido
una tercera entrega para cubrir el periodo histórico que llega hasta nuestros días.
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memoria de lo invisible
La creación del “El Ambiente” (1920–1960)
Hay gran copia de efebos cuya impudicia aterra
y dicen que son males que trajo la posguerra.
Renato Leduc
En la década de 1920, sin que se advierta con precisión, ya es inevitable
la presencia de aquellos gays que, por su dinero o su prestigio, se eximen en alguna medida del acoso. Gracias a su desafío se vigorizan y
por así decirlo se institucionalizan las “zonas de estridencia y provocación”, en rigor zonas de resistencia, la única posible entonces, mínima
y máxima. (Con su mera oposición al matrimonio, los solterones crean el
primer ámbito de autonomía.) Si el gay de clases populares o clase
media baja, bajo el andamiaje del terror que incluye burlas, despidos,
golpizas, ostracismo, cárceles, incluso asesinatos, no tiene posibilidades de actuar, los gays con dinero y/o prestigio establecen el ghetto, el
universo subterráneo que halla con rapidez códigos, lenguaje y “zonas
morales”. Solterones por lo común (el término mismo es un homenaje
de la hipocresía a la obviedad), los gays suelen habitar en casas saturadas de antigüedades o en departamentos de muy buen gusto, ya que no
en balde casi todos los decoradores de una larga etapa son gays. En el
despliegue de sus gustos vinculan lo moderno y lo tradicional, localizan la música “afín” a su sensibilidad y en buena medida la ponen de
moda, y se divierten minimizando el poder de la mirada ajena.
¿Qué más? También subrayan su modo de vida y su independencia del Qué Dirán. Con más dinero por lo general que los casados de su
clase y su edad, los gays de esta generación se visten “enfadosamente”,
hablan varios idiomas con fluidez, son habitués de conciertos y obras de
teatro (en especial, son opera queens), y son devotos de los y, sobre todo,
las cantantes populares “con estilo”. El Ambiente (expresión derivada
del slang de Norteamérica, donde al principio se les llama gays a los
homosexuales por su estado permanente de euforia) produce numerosos excéntricos, algunos de ellos con talento. Sin duda, lo memorable
de una etapa de conformación del ghetto es la lista de personajes públicos, secretarios de estado, escritores, artistas, políticos. En términos
comparativos, la lista es abundante. Luis Montes de Oca (secretario de
Hacienda del presidente Plutarco Elías Calles), Genaro Estrada (secretario de Relaciones Exteriores de Calles), los pintores Roberto Montenegro,
Alfonso Michel, Agustín Lazo, Manuel Rodríguez Lozano, Abraham
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Carlos Monsiváis
Ángel, los poetas Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y
Elías Nandino, los compositores Gabriel Ruiz y Pepe Guizar, el cantante José Mojica... y actores, escenógrafos, decoradores, modistos. En esta
sociedad también participan miembros de familias porfirianas o ya de
la élite revolucionaria.
En un medio pequeño los que son y los que suelen estar se conocen y el “entrar al Ambiente” (esto es, asistir sistemáticamente a reuniones y lugares, uniéndose a la comunidad a través de la frecuentación
amistosa, el lenguaje y los gustos públicos) es un acontecimiento casi
formal. “Es nuevo en el Ambiente/ Cuando entré en el Ambiente”. La
pátina internacional se consigue de la manera clásica: los viajes a Europa, las temporadas al año en Acapulco (Semana Santa y fin de año), la
ida a Los Ángeles a vislumbrar Hollywood y visitar, digamos, al galán
de la pantalla Ramón Novarro, los viajes a Nueva York a bares, fiestas y
comedias musicales en Broadway. Y el límite del ánimo fiestero no es la
opinión sobre ellos de sus vecinos, sino la información que los vecinos
podrían darle a la policía.
¿Cómo se interiorizan los epítetos: joto, maricón, loca, puto, volteado, pederasta, desviado, invertido, tú la tráis, del otro lado? Por los testimonios se clarifica la técnica de asimilación. El gay se distancia de las
condenaciones que se le dedican, y suele desdeñar los insultos que de
tan hirientes son parcialmente irreales: ¿por qué una persona debe asumir las agresiones dedicadas a la especie? Y “lo intensamente real” de
los gays se centra en el coito, en el diálogo con los iguales centrado
obsesivamente en el sexo. Al ser tan costosa en lo psíquico y lo social la
disidencia, acrecientan su valor los actos sexuales y el idioma del ghetto.
(En situaciones de riesgo cada orgasmo vale diez o veinte orgasmos
convencionales, diría el celo estadístico de los involucrados). Lo que se
llama “el joteo” es, en un principio, la inversión del habla macha de las
cantinas, otro lenguaje escénico, otra sucesión de fantasías verbales (en
el caso de las cantinas, no sin consecuencias) que inventan la personalidad anhelada. Si los heterosexuales “machean”, los gays bien pueden
“jotear”. Con gestos, frases e ingenio muy entrenado, se trazan las psicologías que mezclan lo autocelebratorio con la autodenigración. Y el
gay, también, desprecia a los que comparten su orientación. En sus
memorias, el doctor y poeta Elías Nandino (1900-1987) expresa en una
escena de la década de 1930 su “menosprecio de la especie”:
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Nunca tuve relaciones con afeminados, ¡nunca!
Otra vez encontré en la calle a una criatura linda. Primero le invité una cerveza
y después propuse que fuéramos a mi estudio para enseñarle unos libros y
platicar más a gusto. Rápido llegamos a las caricias y ya que nos íbamos a
acostar, mientras nos quitábamos la ropa se acercó a un espejo que había y dijo:
—¿Verdad que tengo muy bonito cuerpo?
Al oírlo pensé: “¡Ah caray, éste es de los otros!”
—Acabo de recordar que tengo que atender un asunto pendiente, contesté.
¿Qué te parece si mejor bajamos, hablo para ver si no es necesaria mi presencia,
merendamos y luego volvemos a subir?
—Por mí ¡encantado! No te apures.
Fuimos a un café de chinos de mucho ambiente que está cerca de la Escuela de
Leyes, en el Centro. Lo senté, hice como que iba a hablar y al regresar le dije:
—Fíjate que tengo que ir urgentemente a ver un enfermo, pero toma, te dejo
dinero para que cenes y aquí nos vemos pasado mañana, a esta hora.
Salí como si fuera huyendo de la peste.
Jamás me gustaron los afeminados ni fui capaz de acostarme con alguno. En
cuanto veía algún dengue entre mis prospectos inmediatamente lo cortaba.
Lo bonito es amar con hombres.
(En Elías Nandino, Una vida no velada, de Enrique Aguilar. Editorial Grijalbo,
1986).
El mecanismo de Nandino es transparente, y es el de la mayoría
de los gays de ese tiempo. Para conservar el prestigio íntimo y no
“salarse”, el gay no debe acostarse con sus iguales.
En las penumbras se conforma el ghetto. Por eso el verbo que se
usa como señal es entender, esto es, saber con exactitud el significado
del otro comportamiento. El entendido domina los secretos: quiénes son
sus semejantes, en qué consisten las reuniones, cuál es el idioma secreto, por qué se asiste a los bailes anuales como si se fuera a una batalla,
quiénes son los que se ocultan de todos menos de unos cuantos, aquellos que, porque les consta, los delatan.
“Soy elegante no por distinguirme de los demás, sino
con tal de distinguir la vulgaridad de los demás”
Durante una larga etapa los testimonios no varían, y el código de comportamiento de los gays de la sociedad se vuelve un ritual. Anótense
la languidez, la ironía (en el sentido de wit, de ingenio epigramático),
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la cultura superior al promedio y muy elevada en lo tocante a las artes,
el nacionalismo sentimental (si alguno). El común denominador es el
afeminamiento.
Estos esnobs y dandis, los de “la primera generación de homosexuales en México”, aspiran wildeanamente a ser “una obra de arte” o
a portar una obra de arte, y en pos de la metamorfosis se rodean de
objetos del Oriente o de la era victoriana o del virreinato, o del siglo XIX
mexicano, mientras su guardarropa se adelanta a su tiempo. Y —sin
imaginar siquiera lo descrito por ese término— suelen ser camp, esa
técnica gay que descubre y exalta los estilos desbordados, las madrigueras del manierismo. En su célebre ensayo, Susan Sontag define el camp:
“Es una manera de ver el mundo como un fenómeno estético, no en la
adopción de la belleza, sino en términos de artificio y estilización”.
Los gays aman a las divas, sean de Hollywood, de la ópera, del
cine mexicano o de la canción popular, y de ellas desprenden el tono
fársico o el melodramático, y por ellas adquieren lo esencial del repertorio (el museo) de gestos que conforma una cultura y eleva a sus “altares” a lo vulnerable y lo absurdamente bello. Su modelo inevitable es
europeo al principio y luego, ya en forma orgánica, norteamericano, y
su capital simbólico es la elegancia. En un sentido muy preciso, el
guardarropa es su “ideología”, no tanto por la frivolidad ostentosa, sino
porque la adoración de la apariencia es la proclamación divertida de la
disidencia. Cuando Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz, le enseña a sus invitados el clóset que contiene doscientos pares de zapatos, y
comenta: “Esto, señores, es mi biblioteca”, no se jacta de su ignorancia,
aunque la tenga, sino de su pose de dandy. (Afirma Oscar Wilde: “Los
solteros ricos deberían pagar más impuestos. No es justo que unos
sean más felices que los otros”.)
Los predisponga o no su naturaleza física, los gays deben ser obviamente afeminados, de voz dulzona y cejas depiladas, con el darling
como muletilla verbal, cobardes por definición, “científicos del vestuario”, de observación precisa al armonizar una sala o una recámara, al
intuir las combinaciones del color o al disponer de las corbatas que
resaltan sin deslumbrar. Ser afeminado es asumir de antemano la condición de vencido y transformarla hasta donde se puede en las victorias
de la forma sobre cualquier pretensión de contenido.
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El nacionalismo revolucionario contra los maricones
La izquierda marxista y el nacionalismo revolucionario coinciden ampliamente durante el auge del radicalismo (1925-1940, aproximadamente). Un punto de acuerdo es el desprecio hacia los homosexuales. En un
artículo intitulado “Arte puro: puros maricones”,1 Diego Rivera se explaya contra el arte purista, “el método lacayesco de ofrecer al burgués
que paga un producto que no amenace sus intereses”, y se enfada:
Por eso el “arte puro”, “arte abstracto”, es el niño mimado de la burguesía
capitalista en el poder, por eso aquí en México hay ya un grupo incipiente de
seudo plásticos y escribidores burguesillos que, diciéndose poetas puros, no
son en realidad sino puros maricones.
Documentos: la visión penal del estado
En el artículo 53 del Código Penal de Veracruz (1931) se establece:
El estado especial de predisposición en una persona, del cual resulte la posibilidad de delinquir, constituye peligro socialmente.
Se consideran en estado peligroso: 1. Los reincidentes y los habituales; II. Los
alcohólicos, los toxicómanos, los fanáticos, los invertidos y demás defectuosos mentales.
En 1944, Francisco González de la Vega, una eminencia jurídica
según consta en la enumeración de honores que acompaña a su nombre
en sus libros, termina su Derecho penal mexicano.2 En el tomo III dedica
unas páginas a la homosexualidad donde comparte el criterio, avanzado
para la época, del jurista español Jiménez de Azúa:
424. El homosexualismo es una fijación irregular del instinto sexual que tiende a
la satisfacción erótica con personas del mismo sexo, llamado amor socrático
para los varones y amor lésbico o sáfico para las mujeres. Generalmente los
homosexuales activos o pasivos se clasifican en: a) absolutos; b) anfígenos o
sea los que sienten entusiasmo por ambos sexos; y c) ocasionales o sea los que
por circunstancias especiales practican la inversión, pero que vueltos a condiciones sociales normales de vida adquieren hábitos ordinarios, v. g. los presidiarios.
1
Choque, Órgano de la Alianza de Trabajadores de las Artes Plásticas, núm 1,
marzo de 1934. Reproducido en Textos polémicos, El Colegio Nacional, 1999.
2
Editorial Porrúa, México, 1945.
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El homosexualismo ha sido de las perturbaciones sexuales la más discutida
dentro del derecho penal y la que representa soluciones legislativas más contradictorias. Ya sabemos, por explicaciones vertidas con anterioridad en este
mismo capítulo, que no sólo la práctica de la inversión sexual sino todos los
actos de fornicación extramatrimonial eran reprimidos penalmente en las épocas en que, por exagerada influencia de las ideas religiosas, se confundían los
pecados de lujuria con los delitos sexuales. Rebasada esta época, en la edad
contemporánea los países de tradición latina han permanecido generalmente
indiferentes ante la práctica de los actos de sodomía ratione sexus, salvo cuando
éstos se realizan con empleo de fuerza física o intimidación moral, o cuando se
practican en menores constituyendo así pederastía, o cuando se efectúan escandalosamente. Por vía de excepción algunos Códigos latinos como el chileno
sanciona al que se hiciere reo del delito de sodomía, y el derogado Código
español de 1929 punía al que habitualmente o con escándalo cometiera actos
contrarios al pudor con personas del mismo sexo.
En cambio, generalmente los países sajones y anglosajones sancionan el homosexualismo en sí mismo considerado. Código alemán, noruego, la legislación inglesa y la de los Estados Unidos, etc.
La legislación mexicana no contempla como figura de delito la práctica de la
inversión sexual debiéndose, sin embargo, notar: que el acto homosexual realizado por fuerza o intimidación integra delito de violación (v. adelante núm. 517);
que cuando recae en menores (pederastía) puede constituir delito de corrupción a
que se refiere el art. 201 del C. P.; que las acciones de lubricidad realizadas en
personas del mismo sexo sin propósito inmediato y directo de llegar al ayuntamiento en púberes sin su consentimiento o en impúberes, reúnen las características del atentado al pudor (v. adelante núm. 443); y que cualquier acto
escandaloso por su publicidad efectuado por razón de homosexualismo encuadrada en la tipicidad del delito de ultraje público al pudor descrito en el art.
200 del C.P.
Valorando el homosexualismo a la luz del derecho penal, que en materia de
sexualidad desordenada no debe invadir el puro terreno de la conciencia o
moral individuales, limitándose a tutelar intereses tan preciosos como los
concernientes a la libertad o la seguridad sexuales —mínimum ético indispensable para la vida colectiva—, nos parece correcta la actitud de los códigos
mexicanos obedientes a la tradición latina de indiferencia ante estos problemas, y, en la materia, nos unimos a la opinión de Jiménez de Asúa (190) —el
ilustre profesor desterrado de su cátedra española pero, por derecho propio,
honorario huésped de las Américas— destacada en los párrafos que en seguida
trasladamos: “En la época en que todos los actos humanos se ponían a cargo de
la voluntad, parecía lógico castigar a los homosexuales, no ya en el caso de que
trataran de practicar por la fuerza sus uniones extraviadas— lo cual está hoy
penado con justicia como abusos deshonestos contra el individuo— sino incluso cuando sus actos contra natura se realizaban libremente entre personas
de iguales tendencias o bien mediante un convenio voluntariamente estipulado. En estos últimos casos el castigo tenía lugar en defensa de las buenas
costumbres. Pero aún se mantiene en leyes vigentes y en Códigos proyectados
este viejo criterio sin violencia ni engaño. Estas penas que algunos Códigos y
modernos proyectos imponen a los homosexuales, están orientados en
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torpísimas concepciones médicas, o mejor dicho en la ignorancia de los problemas más elementales de patología sexual. Lejos de afirmarse hoy que el
invertido es un delincuente, se procura la búsqueda de interpretaciones científicas a cuya luz aparece claro que el amor socrático y el amor sáfico no son actos
delictivos, son hechos reveladores de trastornos constitucionales del sujeto.
En todo ser, varón o hembra, existen además de los rasgos morfológicos de su
sexo, vestigios de los del sexo contrario, recuerdo de la primera época del feto
en que el embrión era bisexuado. La secreción interna de la glándula genital
correspondiente —ovario en la mujer, testículo en el hombre— conserva e
impulsa los rasgos sexuales específicos: pero otras secreciones internas probablemente emanadas de la corteza suprarrenal, por lo menos en su mayor parte
(quizás también de la hipófisis), pueden actuar, excitando la reviviscencia de
los caracteres sexuales contrarios. La energía de las hormonas homosexuales
(ovario en la hembra, testículo en el macho) mantiene apagadas las hormonas
heterosexuales y da lugar a la mujer morfológica y psicológicamente muy
femenina y al hombre muy varonil. Mientras que el estado hormónico inverso,
esto es, la relativa debilidad de las hormonas homosexuales, da lugar al hombre afeminado y a la mujer varonil (Marañón). No basta, pues, uno de los
elementos hormónicos para que se verifique la tendencia a la inversión sexual;
son precisos los dos... Un tratamiento médico opoterápico bien dirigido; prudentes operaciones quirúrgicas en ciertos casos; y a lo sumo, cuando el sujeto
haya demostrado ser peligroso para la sociedad y los particulares, medidas
asegurativas de custodia y protección, constituyen el único tratamiento eficaz
contra los homosexuales”.
La provincia: “Si te quedas, aguántate”
Fuera de la Ciudad de México, de su medio intelectual y artístico y de
su vida nocturna, impera el espíritu provinciano, mezcla de fundamentalismo católico y analfabetismo científico. En las regiones, se prodigan
las golpizas, los encarcelamientos, las expulsiones de las familias, los
despidos, las humillaciones constantes. En el Istmo de Tehuantepec a
los niños de modales “afeminados” se les educa como mujeres (el equivalente de los berdaches).
Los casos de Alfonso Michel y Chucho Reyes son significativos.
Michel, un pintor extraordinario, al volverse a Colima, su tierra natal,
resulta una provocación y paga las consecuencias. En Alfonso Michel.
Mito, leyendas,3 Jorge Chávez Carrillo documenta el acoso. Entonces, y
la práctica continúa hasta la década de 1960, son frecuentes las cuerdas
3
Universidad de Colima, 1993.
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(los envíos de presos al penal de las Islas Marías, entre las que se incluyen los homosexuales detenidos al azar). En 1932, llega la cuerda a
Manzanillo, y Michel, también llamado el Chopín, corre peligro:
La Gallina reconoció al “comisionado” parado en la puerta. “Te habla Marentes”.
El Feo lo atajó: “¿Qué pasa?” A las seis llega la cuerda, viene el tren a tiempo...
ai tú sabes.” Recibió un peso a cambio de la noticia y siguió el camino para
prevenir y cobrar por los avisos. El Feo corrió tras Alfonso pero no lo alcanzó
ni en el leonero ni en otro lado.
El Feo buscó a Severo.“Encuentra al Chopín y escóndelo a güevo...” Chopín
pasó la noche en la playa de La Audiencia conducido a punta de pistola a un
solitario y apartado paraje por Severo Lezama, matón por encargo que le debía
al Feo la vida...
En la tarde se movilizaron los soldados de la guarnición de la plaza y el destacamento de marinos acantonados en el puerto en la maniobra para asegurar a
la población durante el embarque de los sentenciados a prisión en las Islas
Marías, criminales y ladrones.
El anuncio de apresar a los jotos para desterrarlos como profilaxis social agregándolos a la cuerda, se prestaba para que se dijera que el gobierno era moral,
y también para el chantaje, disimulo y la huída a un escondite a cambio de
pesos fuertes o alhajas. Jorge Michel andaba en Colima en una diligencia en
Palacio; ahí mismo lo paró el recadero con la noticia amenazadora. Chopín no
peligraba en Colima si le entregaba el dinero por el aviso.
En el puerto de Manzanillo se tendió la redada en la Pedregosa, buscando a la
“Pola Negri”. Los de la policía secreta se toparon con el garrobo querido del
puto; entre órdenes, gritos y mentadas de madre arremetieron. Uno de la
“secreta” se dobló herido con verduguillo por el mayate. En la resistencia lo
acribillaron a balazos, “Pola Negri” amarrado, aullaba como fiera herida. El
portero del burdel, don Blas, amaneció muerto de muerte natural, tieso del
susto. Por el rumbo se completó la cuota. En la noche, esposados y embarcados los homosexuales, velaron hasta el amanecer esperanzados en un milagro.
El barco de la armada levó anclas. Dicen que en altamar murió la “Pola Negri”.
Severo Lezama entregó al Chopín a las siete de la mañana sano, asustado pero
completo. La Gallina le dio un té para el soponcio y un almuerzo para la
desvelada.
A Jesús Reyes Ferreira, otro artista notable, se le detiene con las
acusaciones de “invertido, corruptor de menores y organizador de
saturnales” en su domicilio “sito en el cruzamiento de la calles Ocho de
Julio y Morelos” (Las Noticias, de Guadalajara, 19 y 2 de junio de 1938).
En su muy informado recuento Oblatos–Colonias. Andanzas tapatías,4 Juan
4
Campo Raso, 2001.
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José Doñán complementa la información que solía proporcionar el propio Chucho Reyes, al que se le aplica entonces el método de costumbre,
a él y a otros detenidos se les saca de la Comisaría a las seis de la
mañana, se les hace barrer las calles rumbo a la estación de trenes y se
le envía a la Ciudad de México. En el camino, los espectadores les gritan, los escupen y les arrojan objetos. Entre quienes apoyan la expulsión se hallan los integrantes del Bloque de Obreros de Artes Plásticas,
de izquierda.
A los jotos se les deshumaniza a fondo. En Historia de lo inmediato,
el poeta y cronista Renato Leduc da su versión de la Feria de San Marcos en Aguascalientes:
Pero el clou —como dicen los franceses—, o la cereza del helado de la feria,
son los puestos de pollo de los maricones. A la salida de los gallos, de la
partida, de los tablados, no hay feriante ni familia local que no pase a saborear el plato de pollo, de enchiladas u otro antojito a los puestos alineados en
un costado del bello Jardín de San Marcos y a bromear sanamente con los
afeminados que los atienden: son hacendosos, serviciales, amables y discretos... “Unas pobres muchachas que se ganan la vida honradamente”, según
explicó uno de ellos al gobernador Rodríguez, quien los conminaba se ataviaran y se pintarrajearan menos escandalosamente. En ellos se duplica todo el
repertorio del cine nacional: Hay la Pinal, la Tongolele, la María Félix, Toña la
Negra, etcétera. Hay otros con motes más originales. Una noche el Brujo
Zepeda, matador de toros, miraba fijamente al que nos servía. “¿Qué me
ves...? , preguntó éste. Y el Brujo: “La personalidad que tienes. ¿Cómo te
llamas?” Y el tipo: “No soy más que una triste mesera... Me dicen la Mundial”.
—“Dame tu dirección”, solicitó Zepeda. “Presta un lápiz y un papel” —pidió
el tipo. El matador le tendió una pluma y una forma de giro telegráfico, único
papel que traía. La Mundial examinó cuidadosamente la forma, y con la más
graciosa de sus sonrisas dijo: “Te voy a escribir mi dirección aquí donde dice el
beneficiario”. Pero era admirable la amplitud de criterio y la condescendencia
del pueblo y la sociedad de Aguascalientes hacia esta desviada subespecie
humana tanto tiempo marginada... Ahora las cosas están cambiando. El homosexualismo es ya casi un timbre de gloria. “Para hacer carrera en el Servicio
Exterior —decía el difunto licenciado Rojo de la Vega—, en México se requiere
ser maricón o heredo-porfirista. Algo debe tener esto... Conozco infinidad de
putas regeneradas... pero no he visto todavía un solo maricón arrepentido...”.
No han quedado testimonios de los victimados y perseguidos de
esa “subespecie humana” que tanto irrita a Leduc. Si en los espacios de
“cierta tolerancia” de la capital se institucionalizan las tensiones y los
abatimientos psíquicos, en la provincia la única seña de salud mental
de los gays es el exilio. Quedarse es asumir el castigo, la burla permanente, el trato reservado a los eternos menores de edad (se emplea con
ellos el diminutivo, para subrayar que nunca son adultos), las golpizas,
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los asesinatos. Una versión convincente de este acoso es el destino trágico de La Manuela en El lugar sin límites, la película de Arturo Ripstein,
sobre la novela de José Donoso.
¿Qué “humaniza” en parte? Las cualidades del gay, el saberlos parte del paisaje social, la costumbre de tratarlos, las sensaciones de superioridad que provocan. En su novela La feria (1963), Juan José Arreola
ofrece un excelente resumen de la mentalidad pueblerina en este tema:
—¿Y qué me dice usted de los otros?
—Los tú me entiendes...
—Los del yo no sabía.
—Así era desde chiquito.
—A mí me daban miedo las mujeres.
—¡Ay Dios tú, a mí me dan asco! Fuchi.
—Cuando se te acaba el perfume, me tiras con el pomo...
—Los que se desgajaron como un cerro aparte el día de
la maldición.
—El día del cataclismo, el día del terremoto original...
—¡Ay el temblor! ¡Ay el temblor!
—Pues mire usted, a mí me dan risa.
—A mí me dan lástima.
—A veces son muy buenas personas.
—Son buenos cocineros.
—Son buenas costureras.
—Son muy trabajadores.
—Deberían de caparlos.
—Ponerlos a todos a vender tamales en la plaza, con mandiles blancos manchados de mole.
—¡Ay, sí, de mole! ¡Ay, sí, manchados de mole..!
—Mire, mejor vamos hablando de otra cosa. Vamos dejándolos en su mundito
aparte, ahogándose como ratas, agarrándose desesperados a un pasaje de San
Agustín...
—¡Imagínate tú qué compromiso! Tener que salvar mi alma en este cuerpo tan
grandote...
—En este cuerpo de hombre tan feo y tan grandote.
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—¡Aquí en la cocina del infierno!
—Probando atole con el dedito...
—Probando atole con el dedote...
—¡Atizando el hornillo! ¡Meneando las ollas del diablo Calabrote!
Arreola capta con agudeza la versión coral del prejuicio. En los pueblos y las pequeñas ciudades sólo se admite la existencia de los gays si
recaban el desprecio unánime, y por eso, quien no pregona su condición
le niega a la comunidad las oportunidades del repudio:
—Pues mire, yo prefiero que sean así como Celso, maricas con ganas y de a de
veras, como unos que vi en la frontera con la boca pintada y con ceja sacada, y
no como esos que parecen hombres y que andan por allí con la mirada perdida,
mordiéndose los labios. No se les nota nada, si usted no se fija, pero la apariencia de sus rostros testifica contra ellos, como Sodoma publican su pecado.
Se hacen señas unos a otros y se reconocen sin hablarse y quedan en verse
quién sabe dónde.
En la provincia hay dos excepciones parciales de la regla del menosprecio, ambas caracterizadas por el alto número de extranjeros:
Acapulco y Cuernavaca. En Cuernavaca, las reuniones alrededor de las
albercas corren a cargo de europeos o norteamericanos con dinero. Uno
de ellos, Joachim von Bloch, se ufana de su pertenencia a la nobleza
alemana. (A él lo parodia sin fortuna Luis Spota en Casi el paraíso.)
Acapulco es un “mercado de la carne” para los turistas de cualquier
persuasión.
Los gays de Guadalajara comparten las pretensiones criollas de su
entorno, lo que significa orgullo por la prosapia, algo de dinero y demasiado tiempo a la disposición: levantarse tarde, sobremesas dilatadas, noches en vela, fines de semana en Chapala o Los Ángeles. Los
gays sirven a la tradición, ponen de realce las genealogías de la “aristocracia tapatía”, estudian y coleccionan el arte virreinal, redescubren el
gran arte popular. La Buena Sociedad de Guadalajara admite a “decadentes” notorios y dos de ellos, Guillermo Hermosillo, Guille, y Gabriel
Orendáin, Gaby, resultan legendarios. Son elegantes, administran con
parsimonia el escándalo, apaciguan con gran elocuencia a sus familias,
y son a tal punto escuela de modales, ironía y vestuario que sus anécdotas se coleccionan. Su notoriedad alcanza el nivel de la cultura popular. Según explica Juan José Doñán (Oblatos–Colonias), en su honor o en
su descrédito se inventa una porra emitida en los encuentros entre dos
equipos, el Atlas y Guadalajara. Al ser Hermosillo y Orendáin partida100
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rios del Atlas, los del Guadalajara gritan: “¡A la Guille, a la Gaby, a la
Ay si tú,/ Atlas, Atlas, Ay Dios tú!”. Una anécdota de Guille: mientras
da a luz la esposa de su amante (y chofer), se encierra en su recámara
para emitir los gemidos y efectuar los movimientos de una parturienta.
Los gays populares de Guadalajara disponen de un espacio legendario, el barrio de San Juan Dios, ya desde los inicios del siglo XX sinónimo de vida gay. Doñán recuerda en Gente profana en el convento,5 la
colección de estampas del pintor Gerardo Murillo, al Dr. Atl. Allí el
artista refiere un episodio de 1919 cuando tras la derrota en Aljibes de
los carrancistas, a él lo captura una turba, que le quita su ropa, y le
adjudica la de una difunta, “una blusa color de rosa llena de encajes”.
Se llevan al Dr. Atl a Ometusco, y allí, cuando el oficial a cargo del
pelotón ve el aspecto del artista
se rió de mí a sus anchas, y cuando me preguntó de dónde era yo y le contesté
con cierta humildad, no exenta de socarronería, que era de Guadalajara y del
barrio de San Juan de Dios, el capitán tuvo que cogerse la barriga para no
estallar de brisa “¡Claro, dijo, ya me lo figuraba yo!”.
La minoría gay sólo dispone de unos cuantos representantes visibles (que no sean “jotos de tortería”) y su método para “hacer historia”
es no desaparecer. En el periodo 1920-50, son “delegados de la especie”
los imposibilitados para evitarlo, los carentes del escudo de “la doble
vida”. Por eso, la elección de profesiones no sólo es asunto de la vocación (el gusto, la capacidad imaginada o autoconcedida) sino de un
criterio pragmático: “En este trabajo mi manera de ser importa menos”.
En su turno, los gays de clases populares, esa “masa deseante” desconocida, carecen de la conciencia de lo diferente y, ven en el comportamiento la única teoría válida. “Lo que yo hago es lo que yo pienso”.
Los gremios favorecidos en la selección de símbolos sexuales son
los soldados, los marinos, los meseros, los choferes. Se juega al bridge
y el póker, y el alcohol es simultáneamente escape y confesionario,
autoengaño y aceptación lacrimosa de los padecimientos de la
marginación. ¿Cuáles son los pasos de la identidad gay de acuerdo con
la sociedad? Los contenidos en los siguientes términos: aberración, anomalía, enfermedad, marginalidad, condición minoritaria. En este sentido, por mal definidas y brumosas que resulten las teorías que cada gay
5
Botas, México, 1950.
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sustenta sobre su conducta, funciona impecablemente esa sobredeterminación o esa adopción del fatalismo. El determinismo interpretativo
colma los huecos de la explicación que vuelve ”racional” el deseo y sus
prácticas.
Las voces de la denigración
En sus inicios el argot de una minoría nunca es muy amplio, en la
medida en que suele imponerse desde fuera, e implica la adopción por
sus víctimas del vocabulario peyorativo. Entre otros términos, los previsibles: Maricón: de María, la mujer por antonomasia. Puto, el equivalente de puta, el que vende su cuerpo. Joto: la figura de la baraja, toda
engalanada. Loca: que pierde el juicio creyéndose mujer. Item más: Floripondio, mujercito, piripitipi, invertido, Tú la trais, sodomita, pederasta. Para
mujeres: tortillera, manflora. Y para los prostitutos: el nahuatlismo mayate,
el insecto que empuja la mierda.
Los bares: al fin solos
Oh, cuánta noche habitan nuestros deseos.
Quevedo. Marco Bruto
En 1949 ya existe un lugar gay, el Madreselva, un cabaret pequeño donde los entendidos beben pero no bailan, ansían pero no suelen aventurarse
más allá de lo verbal, más allá de lo admitido por el juego de las manos
bajo la mesa y el “coito visual”. Los asistentes temen las redadas y por
eso llevan dinero extra y prescinden de anillos y relojes costosos. En
1951, frente al teatro Lírico, se inaugura Los Eloínes, un cabaret amenizado por un conjunto cubano, que mezcla obviedades y sigilos, al amparo de un cuadro enorme de Carlos Mérida, situado detrás de la barra.
El dueño, Daniel Mont, el King Kong, convoca a los gays de buena
sociedad, que luego del teatro, la ópera o la Sinfónica, cenan en sitios
chic y —con frecuencia de smoking— se descuelgan en Los Eloínes a
“codearse con el peladaje”. No hay otra: las reglas del Ligue exigen el
slumming, la nostalgie de la boue, esa “nostalgia del cieno” que obliga a
los de la Alta a sumergirse en los barrios bajos, e igualar la cacería de los
proletarios con la fascinación del abismo. En Los Eloínes las escenas
chuscas se suceden, y una, divulgada mitológicamente, describe la
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entrada en el bar de un profesor de literatura, alto y robusto, de voz
potente, ansioso de pleito. Se acoda en el mostrador y grita: “Vine a ver
si aquí hay un hombre”. Nadie responde y todos siguen hablando sin
darse por notificados. Insiste: “Vine a buscar a un hombre. ¿No hay
ninguno?”. El barman le pide que se largue, y don Pancho, el profesor,
reitera: “Por última vez, ¿qué no hay aquí un hombre?”. Un joven se le
acerca y comenta en voz baja: “No, aquí no hay ningún hombre, y la
que se va a la chingada para ver si allí lo encuentra, eres tú, pendeja”.
Un golpe seco “que retumba” asegura un testigo, el profesor cae fulminado y lo sacan de Los Eloínes como un fardo.
La novedad de los lugares es tanta que su atractivo principal es su
existencia. Entre los más famosos, Las Adelas, a un costado de la Plaza
Garibaldi, frecuentado por travestis, gays en pos de la aventura, turistas
y heterosexuales borrachos. En la rockola canciones rancheras, como
“Un mundo raro” de José Alfredo Jiménez: “Di que vienes de allá,/ de
un mundo raro,/ que no sabes llorar,/ que no entiendes de amor,/ y que
nunca has amado”. Los que salen del lugar a las siete de la mañana
observan a la cola de señoras con sus botes. A esa hora, Las Adelas se
convierte en lechería.
L’Etui, un bar en Avenida Chapultepec y Florencia, afamado por el
mesero, Chucho, personaje que conoce a todos, transmite recados, es
servicial y es el periódico de la comunidad: “¿Van a ir al velorio de
Ramoncito Gay?”. El Eco, en la calle de Sullivan, que es cabaret y restaurante y posee una barra enorme, es la pasarela de los entendidos. El
Tenampa, el centro de la Plaza Garibaldi, estalla en la madrugada en un
girar de opciones sexuales, entre mariachis y confesiones alcohólicas a
todo volumen.
La segunda generación de gays
De un modo imposible de precisar, la sociedad y la opinión pública
aceptan distraídamente la existencia de los gays, no sin burlas, desprecios y la inevitable deshumanización. Sin embargo, allí están, en los restaurantes de lujo, en los conciertos, en la plaza de la Condesa en Acapulco,
en los estrenos de Broadway. En la década de 1950 la red de amistades y
conocencias (el ghetto) es lo bastante amplia como para aminorar los
hostigamientos y asegurar la visibilidad primera. Hay reuniones incesantes y hay anfitriones “institucionales”, y en los testimonios se cita a
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dos: Wencho Mont y Morley Webb, social hosts insustituibles porque la
Buena Sociedad Gay (entelequia que organiza fiestas muy reales) los frecuenta, los visitantes de Estados Unidos y Europa les llaman al llegar a la
ciudad, y los “debutantes” de buena presencia buscan conocerlos.
Wencho es un artífice del open house y del estar al día en estilos de
bada, que enseña obligatoriamente a sus amigos. Morley, un norteamericano muy rico, ofrece una fiesta anual de disfraces de la que no se
exceptúa nadie que sea Alguien en el Ambiente. A ellos se agregan
otros excéntricos, miembros de familias conocidas, muchas de ellas
porfirianas. Así por ejemplo los hermanos Ben-Hur y Emilio Baz Viaud.
Ben, diseñador y pintor, vive por largo tiempo en Estados Unidos donde se hace amigo de la élite gay, entre ellos Cole Porter, Christopher
Isherwood, George Cukor, Clifton Webb. Cuando alguien de la minoría
selecta de los gays viaja a México, Ben Baz es su anfitrión, el que les
ofrece cocteles y los relaciona convenientemente. Su hermano Emilio es
un gran pintor apenas conocido. Y Arturo Pani, el Raro, es un decorador de interiores cuyo sobrenombre le viene de un comentario de su
madre. “No, si mi hijo no es joto, sólo es rarito”.
Al lado de los recordados, algunos evocan a los “tatuados” por los
sobrenombres. Entre ellos, la Virgen del Chingadazo, un anticuario asaltado por un mayate que de una cuchillada le marca la cara para siempre.
O La Mujer que Espantó a Drácula, el productor de teatro que en sus
vanos intentos de seducir practica el strip–tease con luces tenues. O El
Culo de Nube, orgulloso de su espiritualidad y sus sentimientos religiosos. O Deepy, al que llaman así porque borracho se pone profundo
y se interroga sobre el sentido de la vida. (De él se repite su filosofema:
“Entre el ser y el no ser hay un abismo”.) O la Confiésome Madre,
dueño de una tienda de objetos religiosos que a la menor provocación
cuenta sus relaciones familiares (terribles) y la historia de su tío cura
que lo violó y ahora lo excomulga.
Están desde luego los modistos. Uno muy afamado es Henri de
Chatillon, al que Diego Rivera, sin piedad alguna, retrata probándose un
sombrero de mujer ante el espejo, y el que debe pedir perdón en público
por decir en una entrevista: “Las mexicanas tienen las nalgas muy feas”.
Otro modisto: Armando Valdés Pieza que viste a María Félix y Dolores
del Río, entre pleitos celebrados por la alta calidad de los celos.
Hay anécdotas muy significativas. En una de ellas, un escritor
costumbrista famoso, sorprende a su hijo, muy amanerado, contoneán104
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dose en el vestíbulo de Bellas Artes. Le grita y lo zarandea. El vástago
responde: “Compórtate, papá, ¿no ves que te están viendo los padres
de otros jotos? Esos nunca hacen escandalitos”. Un caso (mucho más
que eso) es el del boicot a un cantante español, Miguel de Molina, de
voz excepcional. De Molina es republicano en la Guerra Civil, durante
el sitio de Madrid interpreta el Himno de la República en los teatros, y
al triunfo del franquismo se queda en España en situación muy riesgosa.
Se prenda de él un marqués, golfo notorio que, al verse rechazado,
decide vengarse. Una noche, el marqués y su grupo de rufianes secuestran a Miguel a la salida del teatro, lo pelan al rape, lo golpean salvajemente y le hacen ingerir aceite de ricino. Como puede, Miguel se va de
España y se establece en Argentina. Intenta probar suerte en México, y
en 1944 se presenta en el Teatro Lírico en el momento de un gran conflicto. Debido a la disputa por la titularidad del contrato, los líderes del
nuevo Sindicato de Actores (Mario Moreno Cantinflas, Jorge Negrete y
Gabriel Figueroa) se oponen, y anuncian que se presentarán a cancelar
el debut. El presidente Manuel Ávila Camacho quiere impedir el pleito
y pone bajo vigilancia policial a los líderes. Cantinflas escapa, entra al
Lírico disfrazado y cuando Miguel empieza a cantar, se levanta y grita:
“¡Maricón! ¡En México nomás cantan los hombres! ¡Lárgate!”. Unos días
después, sin haberse presentado, De Molina sale del país.
Los crímenes de odio: “Lo maté por maricón”
Si siempre han existido, sólo a partir de la década de 1940 comienza a
notarse la alta frecuencia de los crímenes de odio contra homosexuales. Antes, la hipocresía inmensa reduce al silencio todo lo concerniente a los gays, y tal vez por eso —hipótesis complementaria— los
crímenes de odio se multiplican al ya comentarse e imprimirse las noticias sobre “lo indecible”, al divulgarse las nociones freudianas y diluirse
un tanto la bruma informativa. Entonces, se agudizan el miedo y el asco
y el machismo ofendido exige el sacrificio del corruptor.
No obstante las veintenas de gays victimados cada año en todo el
país, no hay temores o rachas homicidas que detengan la fiebre del Ligue. Al tanto de los riesgos, los gays están seguros: de algo se tiene uno
que morir y, además, el sentido del humor adereza la resignación. Según relataba Wencho Mont, uno de sus amigos cada que observaba en
los bares a un gay irse con un mayate, canturreaba la trova yucateca:
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El día que cruzaste por mi camino,
tuve el presentimiento de algo fatal,
esos ojos, me dije, son mi destino,
esos brazos morenos son mi dogal.
Con cierta regularidad, se cumple “el presentimiento de algo fatal”, y algunos mueren estrangulados por el “dogal” de los brazos morenos, aunque lo usual es la saña de incontables puñaladas. Los amigos,
por serlo y por estar en las agendas, sufren detenciones y chantajes, y
las familias suelen renunciar a cualquier investigación. ¿Qué ganarían?
No se hallará al criminal, el morbo rodeará el caso y algunas víctimas
son casados y con hijos. Además, en la prensa se habla de crímenes de
homosexuales y no, como es casi siempre lo cierto, de crímenes contra
homosexuales.
Algunos casos son célebres. Menciono cuatro:
—la muerte del sacerdote Fullana Taberner en 1958, asesinado por
el luchador Pancho Valentino y dos cómplices. El primer día, la prensa
sostiene las “relaciones íntimas” del cura y el luchador. Luego ya no se
menciona este vínculo porque el clero oculta la existencia de sacerdotes
gays.
—el asesinato del compositor Nico Jiménez en 1959, autor de
“Espinita” (“Suave que me estás matando,/ que estás acabando con mi
juventud”), en su departamento de la calle Revillagigedo.
—el asesinato en septiembre de 1959 de una prestamista rica, Mercedes Cassola, conocida como “jotera” (mujeres que amistan con gays
para sentirse seguras), y de su amante Ycilio Massine, que ejercía la
prostitución masculina. El crimen es muy sangriento, a él lo castran y
con la sangre de ambos escriben injurias en las paredes. Como de costumbre, los detenidos y difamados son gente gay. Dos de ellos, de inocencia demostrada, pasan varios meses en la cárcel. Y una de las
consecuencias del caso es el cierre de los bares gay en la ciudad de
México. El regente del D.F., Ernesto P. Uruchurtu o se entera de la existencia de homosexuales en México o cree necesario extirpar el mal impidiendo la reunión de pecadores.
—el asesinato del intelectual italiano Alvise Querel, en 1968, en su
departamento en la calle Estocolmo, cerca del Paseo de la Reforma. El
crimen es típico: abundancia de puñaladas, letreros contra la víctima
escritos con su sangre. Y la investigación policiaca es inexistente y es
maligna. Se detiene a varios amigos de Alvise cuyos nombres divulga106
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dos por la prensa están en la agenda. En un acto de perfecta abyección,
el director de Difusión Cultural, el articulista Gastón García Cantú, difama al gran escritor Juan Vicente Melo, hablando de sus orgías (v.
revista Siempre!)
—los asesinatos del compositor Rafael Elizondo y su primo, apuñalados en su departamento.
“Que es faltar a las leyes honradas/ del hombre y de Dios”
En cualquier etapa, el complemento de la vida gay es la música. La
ópera o las canciones populares son al mismo tiempo autobiografía,
creación instantánea de estados de ánimo, altares veneradísimos, proveedoras de letra de doble sentido, paisaje acústico de las predilecciones. A los opera queens se añaden, en una dimensión casi siempre
complementaria, los fans del bolero, un género valorado por su calidad
melodramática y su vocación de exceso. Allí se declara lo que difícilmente admiten las conversaciones. En 1953 se conoce el primer éxito de
y para los entendidos, “Tú me acostumbraste”, del cubano Frank
Domínguez, en la versión “desgarrada” y abiertamente melodramática
de Olga Guillot:
Tú me acostumbraste
a todas esas cosas,
y tú me enseñaste
que son maravillosas.
Sutil llegaste a mí
como la tentación,
llenando de inquietud
mi corazón.
Yo no concebía
como se quería
en tu mundo raro,
y por ti aprendí.
Por eso me pregunto
al ver que me olvidaste,
¿por qué no me enseñaste
cómo se vive sin ti?
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El efecto de los boleros se potencia en escenarios propicios a la
dicha del melodrama: cabarets, departamentos a la luz de la madrugada,
casas de vecindad. Alguien pone el disco y se desatan el sentimiento y
su ideología, el sentimentalismo. Al oírse por ejemplo, el bolero
“Prohibido”es enorme el placer de imaginarse viviendo lo indicado por
la letra:
Yo no sé si es prohibido,
si no tiene perdón,
si me arrastra al abismo,
sólo sé que es amor.
Yo no sé si este amor es pecado
que tiene castigo,
si es faltar a las leyes honradas
del hombre y de Dios,
sólo sé que me aturde la vida
como un torbellino
que me arrastra y me arrastra
a tus brazos con ciega pasión.
Es más fuerte que yo, que mi vida,
mi credo y mi sino,
es más fuerte que todo el respeto
y el miedo hacia Dios.
Y aunque sea pecado te quiero
te quiero lo mismo,
aunque a veces de tanto quererte
me olvido de Dios.
A lo mejor se alude a un adulterio que alcanza el ateísmo por
amnesia, pero lo probable es que se trate de un affair gay. Los compositores y letristas “de Ambiente” filtran su experiencia a través de las torch
singers, o más específicamente, a través de las interpretaciones de María
Luisa Landín y de la predilecta, Elvira Ríos:
Querido, vuelvo otra vez
a conversar contigo.
La noche tiene un silencio
que me invita a hablarte,
y pienso si tú también estarás recordando,
cariño, los sueños tristes de este amor extraño...
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Los sueños tristes de este amor extraño... La idea de filtrar lo gay calificándolo de “mundo raro” o de “amor extraño” (lo queer), es una de
tantas estrategias para decir la verdad. Entonces, la marginalidad busca
institucionalizar lo inesperado. Además de las pasiones alcohólicas en
los cabarets, se programa la ruptura de las inhibiciones, y en cada ocasión se legitiman los inconvenientes de la audacia: “Me desperté y dije:
¿Pero qué hago yo aquí y quién es esta maravilla (o ¿quién es este horror)?”. Un himno del ligue durante décadas es “Una aventura más”:
Yo sé que soy una aventura más
para ti,
que después de esta noche
te olvidarás de mí.
Yo sé que soy una ilusión fugaz
para ti,
un capricho del alma
que hoy me acerca a ti.
Aunque me beses con loca pasión
y yo te bese feliz,
en la aurora que llega
llora mi corazón por ti.
Yo sé que soy una aventura más...
En una cultura machista ¿tiene sentido que un hombre se dirija
así a una mujer? La canción sólo se aclara si un hombre se la dedica a
otro, como sucede en 1968 con “Strangers in the Night”, (Strangers in
the night,/ exchanging glances,/ wanderin’ in the night/ what’s worth
the chances...”)
El humor: “¿Cómo estás, mi reina?/ Princesa,
porque mamá no ha muerto”
En la reunión, con espíritu ritual, el anfitrión entona un éxito de Libertad Lamarque:
Loca, me llaman mis amigos,
pues todos son testigos
de mi liviano amor.
¡Loca!!...
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El humor, un favor de la conversación (Borges), juega un papel
esencial. Al fin y al cabo los homosexuales son gays, alegres por definición, que buscan en el ingenio el santuario de su visión del mundo, allí
donde la burla de sí es el primer signo de reconocimiento. Las frases se
suceden y algunas se instalan como logros:
—(En una discusión teatralizada se hace la mímica de lanzarle un
zarpazo al rostro del interlocutor) Eras bonita.
—Se fue a Europa sobresaltado y regresó sobrecogido.
—La única mujer que lo ha tenido en sus brazos es su mamá.
—Antes de tener una relación se echaba frascos de perfume en el
cuerpo para que lo cogieran infraganti.
—Espejito, espejito, dime, ¿quién es la más bonita?/ María Félix,
pero tú eres la más necia.
—Lo confundió la costumbre, y en vez de decir “Tengo un hambre
atroz”, dijo: “Tengo un hombre atrás”.
—Dedicatoria perfecta:
Aquí debía ir tu nombre,
pero no lo pongo porque es de hombre.
La repetición desgasta los hallazgos verbales que permanecen como
señales de la tribu: “Chula de bonita/ Perdón, fui una loca y me ofusqué”.
Al semen se le llama “shampú de cariño”, al joven proletario recién
ligado se le dice “wash and wear”, en las reuniones, al filo de la madrugada, estalla la procacidad:
Anda que te den, que te den por el culo,
anda por arriba y busca tu chulo,
anda que te den, que te den por atrás,
y verás que nunca te arrepentirás.
(Con música de “Polichinela”)
Los chistes pueden ser pueriles, como los poemitas que se declaman a coro:
Al subir la barca me dijo el barquero,
las niñas bonitas no pagan dinero.
¡Yo no soy bonita ni lo quiero ser
porque las bonitas se echan a perder!
La opresión desemboca en el hablar en femenino, el método donde la diversión se convierte en gozo del oprimido. Del “No merezco
hablar en masculino”, se pasa al “Me divierto muchísimo inventándome la identidad”. El travestismo verbal, inevitable, va del autofestejo a
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la autocompasión. Y como equilibrio se entonan cancioncitas semipícaras:
El chofer de este camión es un gran manejador,
pero tiene un gran defecto
que le gusta el cobrador.
El chofer de este camión es un gran as del volante,
pero tiene un gran defecto
que le gusta su ayudante.
Cuando la gana llega, la gana gana
¿En dónde comienza la historia de una minoría unida por la naturaleza
del deseo y la cultura de las tinieblas sociales? Necesariamente por el
Ligue, evidente o discreto, ritual o improvisado. En ese rumor que solía transmitirse de generación a generación, el Ligue es el hábito de
reglas muy fáciles de manejar y de riesgos que se olvidan al estallar la
lujuria. ¿Cómo se liga, dónde se liga? Novo nos proporciona una información valiosísima sobre el ligue en la década de 1920:
Garantizado el intercambio de miradas, ese lenguaje primero y
último de los gays, cualquier lugar es propicio para el Ligue. Lo clásico
antes de 1950 es la avenida San Juan de Letrán, donde no es infrecuente
ver a gays “de posibles” que, como jugando, lanzan al aire monedas de
plata. En 1937, en su poema “Declaración de odio” (de Los hombres del
alba) Efraín Huerta proporciona la visión machista de la avenida:
Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad.
A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses...
a tus desenfrenados maricones que devastan
las escuelas, la plaza Garibaldi,
la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán.
En su acercamiento a Los hombres del alba, “los que tienen en vez de
corazón,/ un perro enloquecido”, Huerta enumera a los bandidos, los
asesinos cautelosos, los violadores, los profesionales del desprecio, y allí
incluye a “los maricas con fiebre en las orejas/ u en los blandos riñones”.
También se liga en la Avenida Juárez (Sergio Magaña aborda el
tema en su canción “El Musafir”), y en los balnearios, los bares, los
baños de vapor, los cines, los sitios próximos a los cuarteles, algunos
cabarets. El Ligue, la ronda incesante de los cuerpos, es el centro de la
vida gay, ordenado por una certeza: si lo que se hace no es voluntario,
tampoco es involuntario.
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Créditos y descréditos de la sordidez
¿Qué es la sordidez, aquello alejado de las luces de la respetabilidad, lo
que impulsa al contacto íntimo con desconocidos, a la aventura riesgosa,
a la inminencia del chantaje y el arresto, a las turbias recompensas de la
adrenalina, al abandono por unas horas de la personalidad de todos los
días, a la conciencia torturada que ve en el castigo su idea fija mezclada
indisolublemente con la recompensa? La sordidez es lo propio del conjunto que incluye los baños malolientes, las butacas ruinosas de los cines, el piso resbaloso, las ojeadas de apremio, el cinismo valeroso, la
mano confianzuda, la mano temblorosa, la pierna que se pega con ansiedad a la pierna contigua, las idas y vueltas por la sala del cine, las películas observadas a ráfagas en los intervalos de la vehemencia masturbatoria...
En Jacinto de Jesús, Hugo Villalobos entrevista a buen número de
informantes e integra sus relatos en una biografía básica que es individual y colectiva, es de un tiempo y de una psicología de tribu, donde la
experiencia de cada uno suele explicar la de todos y a la inversa. “Ni
igual, ni semejante, ni distinto”, podría ser un lema que sitúe a cada
uno de los personajes de este libro en relación con los demás.
¿Cómo se da el despertar a la opción estigmatizada, a los amores
profundos, al revoloteo sentimental, a los desgarramientos y las dudas,
a los suplicios producidos por el rechazo cotidiano? Un personaje típico clásico, el migrante elegido por Villalobos, deserta de la comunidad
pequeña en pos de las libertades de la gran ciudad, donde entre los
estímulos se encuentran el anonimato y el desfogue. El provinciano se
acomoda en cuartos y departamentos, se asoma a la capital a través del
ligue, y hace de su cuerpo el instrumento del conocimiento. Los saberes
de la epidermis se transmiten a la sensibilidad y la imaginación, y si el
saber es muy reiterativo también suele serlo la experiencia urbana.
El gay que se urbaniza atraviesa el espacio secreto y público a la
vez donde “la raza maldita” se reconoce gracias a la mirada posesiva y
la mirada braguetera, y a partir de allí se palpa febrilmente, sitúa su
identidad con el apoyo inevitable de la burla y el choteo, se asegura de
su lugar en la sociedad atendiendo a los atropellos policiacos, usa del
melodrama como intermediación literaria y si no va hasta el límite es
porque, en los convenios de su cultura formativa, el límite ha sido su
punto de partida.
En este universo de la inmersión erótica y sexual (en el planeta de
los ligues circulares), se ubica una de las estrategias de la independen112
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cia de la minoría. No es paradoja de segundo orden un idioma intransferible donde también se satisfacen las obsesiones. Tan sórdidas como
se quieran, las circunvoluciones del ligue le otorgan a los proscritos el
vocabulario básico ya no sujeto a las imposiciones del exterior, ya no
dependiente de los vocablos y conceptos que los heterosexuales acuñan
a modo de prisiones y cepos de infamia. Al ejecutar las acciones condenadas “por la moral y las buenas costumbres” (en todo caso, faltas administrativas y no delitos), los exiliados de la Respetabilidad encuentran
el arma defensiva que es su programa inicial de autonomía.
La homofobia emite las palabras que son decretos de ejecución:
maricón, puto, joto, invertido, desviado, mariposón. Por demasiado tiempo
estas agresiones vulneran cualquier identidad positiva de sus destinatarios, que antes de la lucha por los derechos civiles y la certificación de
los derechos humanos, sólo se defienden con los recursos paródicos,
mientras más enloquecidos más eficaces. Así, el trámite de normalización de la conducta (hasta donde era posible) le asigna a estos vocablos
(demoliciones sucintas) un rol muy distinto. Creados para difamar y
pulverizar moralmente, los insultos se convierten en versiones caricaturales, ya no definiciones estrictas.
Ni siquiera la sordidez es fiel a sí misma. De modo instintivo, los
exploradores y paseantes de las antiguas salas de cine, vastas y
populosas, descubren que, en su urgencia, los monosílabos del deseo
vencen o aplazan cualquier censura íntima. Ande yo caliente y grite la
gente. Hoy, esto comienza a volverse incomprensible, casi desaparecidos los espacios de sombras, borrados por las minisalas que no admiten el viaje incesante de las butacas al baño, de la mano sobre la rodilla
propia a la entrepierna ajena, de la luneta a la galería, del miedo a los
“ganchos” y los policías, a la reiteración de los movimientos corporales
que provocan el arresto, el chantaje, la extorsión. En este punto la experiencia ha sido la madre de la persistencia. En el caso de los cines “de
Ambiente”, la víctima solía volver al lugar del crimen.
El gay está al tanto de lo que es porque le gusta lo prohibido. Al
inscribir su impulso en la esfera de la fatalidad, no lo que es sino lo que
no debió ser, el gay pobre o de provincia ignora sus derechos básicos, y
se considera inmerso en una pesadilla. ¿Qué aniquilamiento de las pretensiones más adecuado que el hacinamiento en baños de vapor, en
cines de segunda o tercera, en las calles y avenidas que son ghettos
ambulantes? La sordidez es el más vindicativo de los clósets, y son
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precisamente la pena y el gozo que de allí se desprenden los que evitan
la observación racional del deseo. A los paseantes en los cines se les
podría aplicar lo dedicado por el poeta Carlos Pellicer a su amigo Salvador Novo:
Y así hay noches de luna sin gobierno
en que, para decirnos su amargura,
arroja paraísos al infierno.
Una aclaración pertinente: las criaturas de la búsqueda van a los
cines a arrojar sus paraísos (el sueño del amor pleno, el espejismo de la
respetabilidad, la resistencia al miedo), porque sólo deshaciéndose de
ellos en la oscuridad los recuperan en los estremecimientos del placer.
Esto obtiene la mecánica de la represión. Los proscritos vislumbran el
paraíso en el triunfo sobre las prohibiciones por un minuto, cinco minutos, una hora, una noche, lo que sea. El lema de esta actitud podría
ser una frase de un bolero de Consuelo Velásquez: “No quiero arrepentirme después/ de lo que pudo haber sido y no fue”. Y el gay se abisma
en el círculo del eterno retorno: siempre liga como por vez primera, la
experiencia no le produce madurez sino maña, el terror al castigo
desmadeja su voluntad y, para restaurar los daños, nada más tiene a
mano el desencanto, la indiferencia, la tortura anímica o el cinismo (en
los marginados, el cinismo ha sido entre otras cosas la aspiración a la
salud mental).
La sordidez no es sólo el conjunto de atmósferas lúgubres, de
escenarios inhabitables, de la impudicia que es la destrucción colectiva
del pudor, del autoescarnio que anticipa y neutraliza el escarnio (“But if,
Baby, I’m the bottom you’re the top”, dice Cole Porter en una de sus
canciones más gay). Luego la sordidez se observa de otra manera. Si los
cines son ya templos minúsculos del consumo, si el sida veda las prácticas más salvajes, si las marchas gay en la ciudad de México y
Guadalajara obstaculizan la rendición al Qué Dirán, la sordidez pierde
su inmenso poder retentivo, así no desaparezca ni se prescinda de sus
compulsiones.
Con la pérdida de la juventud, al devaluarse lo que de Objeto
Sexual tiene cada persona, el patetismo se adueña de la escena. ¿Cómo
enfrentar la conjura de las miradas de rechazo a las que se añade la
propia? Con las limitaciones de la edad, el patetismo es simultáneamente la autocrítica, la confesión de vencimiento, la huída por la puerta
de la autocompasión y la disculpa social. En el “hedonismo a oscuras”,
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Carlos Monsiváis
entre los resplandores del jadeo, surge la pregunta inevitable: “¿Tú ligarías conmigo”? Y con la respuesta se inicia la asimilación del patetismo. Escribe Villalobos:
Conforme transcurría el tiempo, la soledad y el miedo lo asediaban cada vez
más, incluso las sombras mismas se convirtieron en entes siniestros que al
igual que él vagaban de callejón en callejón, de parque en parque, de sótano en
sótano, de refugio en refugio. Durante mucho tiempo estuvo convencido de
que en las penumbras podía librarse, o evadir momentáneamente a la
Cuerauáperi, pero a Aurelio, la obsesión y la paranoia lo hicieron dudar de
aquella certeza, pensó que en algunas de las sombras estaban transfigurados
algunos de los embajadores del destino, quienes lo fiscalizaban. Desde entonces también las sombras le provocaron desconfianza.
Su miedo se acrecentaba, le temía a policías y a cualquier persona que transitaba por las banquetas, a los perros, incluso a su propia imagen que repentinamente aparecía proyectada entre las luces y las bardas, entre las luces y el piso
de concreto. Pero había un temor más profundo, el encuentro diario e irremediable consigo mismo, por ese motivo evitaba regresar al vecindario y verse en
el espejo.
Esto es parte de la historia invisible.
—continuará—
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María Luisa Tarrés
Para un debate sobre la política y
el género en América Latina
María Luisa Tarrés
Introducción
U
no de los grandes aciertos del pensamiento feminista contemporáneo es haber subvertido la concepción tradicional de la
política al plantear que lo personal y lo privado también es político. Esta idea que cobra fuerza en todo el mundo, en América Latina
se reelabora creativamente, cuando se adapta a las circunstancias regionales y se enuncia como “democracia en el país y en la casa”. La
resignificación de la propuesta por las feministas latinoamericanas adquiere relevancia como problema de interés general de la sociedad, cuando al fundamentar esa consigna se argumenta que la lucha contra la
subordinación de las mujeres se juega alrededor de la negación del
autoritarismo (Kirkwood 1986). Las latinoamericanas logran así vincular sus intereses de género con el reclamo por la democracia en la vida
política reivindicada por las mayorías, lo que tiene el valor de traducir
una concepción abstracta a un lenguaje comprensible y legítimo para la
gente común de las sociedades de la región.
En esta traducción se señala además que el poder no se ubica exclusivamente en una fuente centralizada como el estado, las clases sociales, los partidos o los grupos. El poder es una fuerza que impregna
las relaciones sociales y se expresa en los mecanismos más finos y cercanos de intercambio social como son aquellos que se desarrollan en la
pareja, la familia y en la vida de la casa.1
1
El primer diagnóstico sistemático sobre el poder y el autoritarismo que vincula la lucha feminista y la política en América Latina fue realizado por Julieta Kirkwood
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
desde la política
La vida cotidiana se identifica entonces como el lugar donde las
mujeres sufren las consecuencias del poder patriarcal y la lucha contra
el autoritarismo permite articular dos esferas, la pública y la privada,
hasta entonces separadas.
La capacidad de convicción de este razonamiento se extiende a
otros actores sociales e institucionales que apoyan esta ruptura con la
concepción clásica de la política cuya definición la reduce al ejercicio
del poder público, así como con la idea de que lo político es un asunto
cuyos contenidos son determinados dentro de las fronteras del sistema
institucional.
El pensamiento feminista logra asimismo un impacto enorme al
poner en el debate público el papel inductor de la cultura en la definición de las relaciones sociales, en las instituciones y en el comportamiento cotidiano. Esta mirada que demuestra cómo las diferencias
sexuales se transforman, vía la cultura, en desigualdades que especifican lo que es legítimo para cada grupo o categoría social, tiene además
el valor de señalar que también el conocimiento está marcado por esas
construcciones culturales hegemónicas sobre los sexos.2
Y el campo de la política no es una excepción. Por el contrario,
como se ha señalado reiteradamente, constituye una de las actividades humanas más influidas por los mandatos de la cultura sexual, en
la medida que las mujeres fueron desterradas desde un comienzo de la
ciudad, y en consecuencia de la ciudadanía, de lo público, del estado y
de las diversas formas de gobierno de una sociedad. Por ello, cuando el
feminismo plantea la integración de lo privado al área de la política, al
a partir de la situación chilena durante la dictadura, en los años setenta. Si bien su
marco analítico se inspira en autores de la sociología, ella no considera a Michel
Foucault, cuya obra ha sido utilizada por el feminismo en forma productiva para
explicar no sólo las condiciones que imponen los otros al sujeto, sino también las
condiciones que posibilitan la autonomía de la acción gracias a que los desposeídos
pueden construirla sobre la base de redes de relaciones sociales.
2
No es quizás inútil recordar que fue Simone de Beauvoir quien inició este tipo
de reflexiones. Esta autora demostró con una claridad y paciencia impresionantes las
diversas formas en que el sexismo penetra el conocimiento de las diversas teorías y
disciplinas (biología, psicoanálisis, historia, literatura y filosofía). Aunque su análisis se detiene en la segunda guerra mundial, su postura analítica, en mi opinión, no
sólo es aún pertinente sino, a veces, mejor argumentada que ciertos trabajos basados
en la moderna perspectiva de género.
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María Luisa Tarrés
lugar donde se ubica el poder, que, basado en el monopolio de la coerción, permite tomar las decisiones que operan para toda la colectividad,
produce una ruptura con la tradición y con las construcciones culturales hasta ese momento universales. Es interesante resaltar que la propuesta del movimiento cuestiona la actividad práctica e interroga la
reflexión disciplinaria sobre la política, la cual desde sus comienzos
(Aristóteles) se ha desarrollado paralelamente para comprender, justificar o transformar el control del poder político.
Una de las mayores contribuciones del discurso feminista al pensamiento sociológico es que permite repensar la relación, siempre conflictiva, entre lo social y lo político. El tema no es nuevo. Aparece y reaparece
en diversos momentos de la historia, cuando por ejemplo se discutían
las fronteras entre el reino de Dios y de los hombres, o más tardíamente
cuando el mercado desarrollado por la burguesía se separa de la política,
originando la dicotomía sociedad civil/ sociedad política, o la diferenciación entre el sujeto burgués que se ubica en la esfera privada y el sujeto
ciudadano que se sitúa en la pública (ver Serrano 1999).
Hoy, son las mujeres quienes disputan la definición o redefinición
de las fronteras entre lo social y lo político, planteando la necesidad de
una concepción amplia que las incluya a ellas y a los seres humanos
con todo y su condición genérica. Su inclusión en el ejercicio del poder
y la redefinición del campo que abarca lo político no significa el fin de
esta actividad. La puesta en duda de las relaciones de dominio basadas
en última instancia en el uso de la fuerza, siempre produce conflictos
de intereses y controversias alrededor de los significados que les adjudican los diversos actores o grupos.
Las mujeres han cuestionado las formas que asume el poder público y privado presentando en el debate argumentos consistentes, distintos
a los convencionales, que fundamentan un proyecto de democratización
generalizada. Sin embargo, ello no es suficiente. Las diversas historias
sobre la construcción de la democracia enseñan que los caminos hacia el
reconocimiento y la integración de actores sociales excluidos del sistema
político son dificultosos, y muchas veces violentos.
El éxito para lograr concretar la incorporación de las mujeres y sus
novedosas propuestas en el campo de la política depende de diversos
factores, entre otros, de la capacidad práctica de alianzas y coaliciones
que permitan reunir los medios y recursos necesarios para el logro de
sus fines, ya que el poder no se otorga, se gana. Sin embargo, en esta
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desde la política
senda donde cuenta la racionalidad estratégica para aprovechar las oportunidades y la capacidad para generar fuerza política, también importa,
y mucho, mantener la reflexión creativa. Esta condición no sólo es indispensable para “generalizar la o las culturas feministas”, si parafraseamos a Gramsci (1981), sino también para desafiar al pensamiento
hegemónico, así como para elaborar conocimiento y teoría que genere
consensos paralelos. El saber, la reflexión creados por los actores sociales pluralizan las ideas, y favorecen la democratización del debate público y por tanto fortalecen a la sociedad civil.
2. La institucionalización de la agenda feminista
y los desafíos de una reflexión creativa
Hoy, la actitud crítica y la actividad reflexiva de las feministas sobre la
cuestión política que fueron intensas durante muchos años en América
Latina, no son lo mismo. Hay una especie de vacío de pensamiento
sobre la política que se resuelve con un activismo limitado a las propuestas institucionales, en proyectos locales, o en la queja en pequeños
grupos, centrados en cuestiones identitarias.
Es probable que ello esté relacionado con los ciclos del movimiento social de las mujeres, que fue muy creativo en momentos de
auge y que en la última década presenta un cierto reflujo, producto
probablemente del proceso de institucionalización de las demandas
derivadas de los Acuerdos de Beijing y que ha coincidido con las
oportunidades de participación abiertas a las mujeres, como consecuencia de las reformas políticas implementadas durante las transiciones hacia la democracia (Tarrés 1999).
En el campo del pensamiento político, la creatividad estuvo ligada
con una gran capacidad crítica hacia los sistemas dictatoriales o autoritarios, a un trabajo conjunto con los movimientos de mujeres populares, a la creación de los centros de estudios de género, que durante ese
periodo fueron verdaderos semilleros de ideas. En fin, la reflexión se
desarrolló en un contexto que daba la posibilidad de relacionar el movimiento feminista con procesos nacionales donde se configuraban las
democracias contemporáneas de la región.
La hipótesis que sustenta este trabajo es que la acción colectiva desarrollada por las mujeres después de Beijing, donde se produce un con122
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senso que se dice universal3 y que proporciona una plataforma a seguir
en los niveles nacionales, no ha sido acompañada por debates teóricos o
reflexiones críticas orientadas a comprender los significados de la acción
de las mujeres y de los feminismos en nuestras sociedades.
La hipótesis se limita a la esfera de la política porque es en ese
campo de acción donde se juegan las decisiones internacionales, nacionales y locales relativas a la condición de género. Asimismo, es allí
donde hoy se percibe una ausencia de las mujeres populares, de sus
organizaciones y sistemas de representación, tan evidentes hace una década. También en ese espacio se expresa un malestar, no siempre explícito, respecto de la dirección de la actividad tomada por diversos sectores
del movimiento feminista. Éste se ha manifestado, a veces violenta y
otras soterradamente, en los últimos encuentros feministas latinoamericanos, en Chile y República Dominicana (Bartra 1999; Gargallo 1999).
Sin embargo, ello no refleja sino una falta de discusión sobre un
hecho paradójico: las latinoamericanas que se movilizaron durante más
de dos décadas para ser reconocidas por los sistemas institucionales
como sujetos y ciudadanas con cuerpo, hoy, cuando tienen la posibilidad de serlo, no logran una “integración-crítica” anclada en una reflexión general sobre lo que significa hacer política de género en el contexto
de sus sociedades.
En este marco, el presente trabajo se limita a plantear algunas pistas
así como a estimular la discusión y la necesidad de investigar sobre el
tema. Se trata de señalar algunos puntos que surgen de un panorama
marcado por la incertidumbre, tanto porque no conocemos problemas
tan contemporáneos como, por ejemplo, el comportamiento de las mujeres y hombres en los recientes escenarios electorales —las formas de relación que mantienen las diversas categorías identitarias con los sistemas
políticos que, después de las reformas, incluyen la perspectiva de género
como criterio para la igualdad de oportunidades y crean una serie de
3
Y en efecto, si bien es universal en la medida en que fue suscrito por todos los
países participantes, no hay que olvidar que se trata de un acuerdo producto de
negociaciones entre grupos e instituciones gubernamentales y no gubernamentales
cuyas concepciones sobre la mujer, las relaciones de género, la sexualidad, etcétera,
a veces difieren radicalmente. De ahí que el acuerdo esconda grandes diferencias y
los argumentos minoritarios probablemente estén subrepresentados.
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mecanismos para su obtención (oficinas de la mujer, grupos legislativos
formados alrededor de las demandas, cuotas en los partidos, consulta
sobre temas vinculados con la perspectiva de género a diversas organizaciones no gubernamentales, formación de grupos de presión y cabildeo,
etc.— ni tampoco si la equidad de género, tan buscada, es viable en un
contexto que visiblemente muestra tendencias que contravienen ese virtuoso objetivo. El panorama se hace más confuso si se considera que los
estudios realizados por las disciplinas convencionales sobre la situación
política contemporánea no integran la cuestión de género, pese a los
avances del movimiento de mujeres en las instituciones y a la integración
de su agenda en la mayoría de las políticas públicas nacionales.4
En estas circunstancias, es necesario un acercamiento a la teoría y al
pensamiento político contemporáneos ofrecidos por las distintas disciplinas, considerando también al que se desarrolla en América Latina. Se
trata de ubicar fuentes de ideas, de apropiarse de los recursos que están
disponibles para confrontarlos con los temas y argumentos planteados
por el feminismo, cuyas dimensiones ideológicas no podemos perder de
vista, pero sobre todo para comprender los significados de los procesos
que desencadenó el movimiento social en la arena política, especialmente en las instituciones de nuestras sociedades que hoy se internacionalizan
y adoptan modelos de desarrollo y reglas de operación política basados
en normas homogéneas dictadas desde agencias o bancos multilaterales.
La idea, en suma, es dar historicidad a los discursos y a las prácticas
feministas contemporáneos, ubicándolos en los procesos que caracterizan las transformaciones de la sociedad. Es posible que ello permita retomar una reflexión que fue de punta algunos años atrás.5
4
Si bien desde hace unos cinco años existe un núcleo de investigadoras,
relativamente dispersas en la región y en Estados Unidos preocupadas por el tema,
no es exagerado decir que la mayoría son mujeres y que pese a sus esfuerzos no
logran influir en las discusiones de otros sectores (feministas incluidas). Es probable
que ello obedezca a que un grupo importante de investigadoras y de militantes
feministas que contribuían al debate sobre el tema, hoy se han incorporado a instituciones donde su trabajo es reconocido pues la “perspectiva de género” comienza a
tener demanda, especialmente en el área de las políticas públicas. Al parecer esos
grupos funcionaban como un puente entre las llamadas “académicas” y los distintos
sectores sociales y políticos contribuyendo así a la difusión del conocimiento.
5
Este recurso no es nuevo en el feminismo. Recordemos que el trabajo de
descontrucción-construcción de las disciplinas tradicionales, ha dado interesantes
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Aunque el objetivo es muy amplio, se trata de una tarea que es preciso realizar, ya que durante este lapso ha habido cambios importantes tanto
en el campo del conocimiento sobre género como en la redefinición de
las prácticas y del pensamiento de la política. Ellas se refieren en un
primer momento al desarrollo del conocimiento sobre la mujer desde los
años setenta, el cual en los ochenta logra importantes avances cuando
surge y se consolida la perspectiva de género. Posteriormente, la reflexión
muestra un cierto decaimiento, una pérdida del impulso creativo, especialmente en el área de la investigación. Y aunque las generalizaciones
son peligrosas, se puede observar que una parte importante de los proyectos durante la última década se ha orientado a diagnósticos empíricos
dedicados a ubicar la exclusión de la mujer en espacios económicos, sociales o en el sistema institucional, a elaborar mecanismos para el logro de
su apoderamiento o a establecer criterios para apoyar a las mujeres ubicadas en situaciones frágiles debidas a su condición de género (especialmente mujeres pobres, jefas de hogar, violentadas, etc.).
En estos trabajos, indispensables para la propuesta y aplicación de
leyes o políticas públicas que reparen injusticias, se percibe una actitud
ritual y a veces tecnocrática ante el conocimiento, que probablemente
derive de la necesidad de asegurar el diseño, el seguimiento y/o la evaluación de las medidas necesarias para cumplir con los diversos acuerdos internacionales sobre el tema, apoyados por las agencias y bancos
multilaterales. Se echa de menos en ellos, por un lado, el talento para
aprovechar los insumos de estos proyectos, más allá de sus fines específicos, y por otro, la intensidad crítica que prevaleció en el pensamiento feminista de los años precedentes.6
resultados. El más conocido por su difusión es quizás el de Gayle Rubin que
sistematizó la perspectiva de género a partir de un trabajo crítico-constructivo de
diversas teorías convencionales.
6
Aunque éste no es el momento de explayarse sobre estas experiencias, vale la
pena recordar que actualmente los estudios sobre el género y la mujer ingresan a un
mercado, y que el mercado es una red de relaciones donde los participantes podrían
negociar, calcular e instrumentar mecanismos propios para generar ganancias extras,
relacionadas con la elaboración teórica, con el conocimiento crítico o la reflexión
feminista. Para lograrlo habría que valorar y mucho el pensamiento creativo, pues
estas ganancias se constituirían como bien público, el cual por definición es indivisible, de manera que no satisfaría el interés individual de los y las investigadoras
dedicados a los proyectos ofrecidos por el mercado.
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Es posible que esta situación responda a la idea de Anne Phillips
quien sostiene que el único punto real de interés entre las mujeres es el
de mejorar su acceso a las diferentes esferas de lo social y lo político
pues “la segregación es un principio ordenador fundamental en las
sociedades, contra el cual todas las mujeres pueden manifestarse”
(Phillips 1991: 7) Y en efecto, durante los últimos años las acciones
públicas y, en general, la reflexión política en todo el continente se
dirigen hacia este objetivo, probablemente porque no hay otra problemática propiamente femenina que permita legitimar una representación común a todas las mujeres. Como lo sugiere Tuñón (1999: 15) “en
otras circunstancias la existencia de diversas posturas, derivadas de las
múltiples posiciones de sujeto que portan las mujeres, cancelaría la
legitimidad de que alguna de ellas se abrogue la representación de todas”. Y, sin embargo, en las actuales circunstancias hay grupos que
hablan en nombre de todas, y que tienden a limitar las demandas a su
expresión mínima, esto es a definirlas como una lucha contra la discriminación (o por la igualdad) pues, probablemente, la diversidad de
posiciones e identidades que definen a mujeres y hombres como sujetos obstaculizaría la formación de otras acciones comunes. En este sentido el proyecto feminista durante los últimos años se limitaría a combatir
la exclusión debida al sexo y a estimular la igualdad de oportunidades
para las mujeres. Si bien ello es legítimo y, como lo señala Phillips,
tiene la ventaja de generar consensos entre mujeres en forma relativamente fácil, es claro que se trata de una visión estrecha de la política
pues no se enfrenta al desafío de construir intereses comunes ni a la
tarea de elaborar los argumentos y mecanismos discursivos para debatirlos en la vida democrática donde no sólo se participa en tanto mujer,
sino como sujeto con identidades cambiantes y diversificadas, dependiendo de las circunstancias sociopolíticas.7
Y éste es el panorama que con mayor frecuencia aparece en los
trabajos dedicados a política y género. En ellos se reitera y prueba una
7
Al respecto ver el interesante artículo de Velia Cecilia Bobes (1999), que analiza
los obstáculos que enfrenta el desarrollo de relaciones equitativas de género en la
sociedad cubana, donde durante cuarenta años se ha enfatizado la igualdad, la cual
se ha institucionalizado en una legislación igualitaria y antidiscriminatoria. Ello
obedece, según la autora a la dificultad cultural e institucional para aceptar la diferencia, condición necesaria para el logro de relaciones equitativas entre los sexos.
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y otra vez la discriminación o la exclusión de las mujeres en espacios
que abarcan desde niveles locales hasta internacionales, lo que no sería
problema si al mismo tiempo no se observara una caída en el interés
por buscar respuestas a cuestiones que, detectadas como centrales por
el feminismo, persisten sin ser debatidas. El derecho a la libertad sexual
y especialmente la despenalización del aborto siguen siendo tabú para
la clase política, cualquiera sea su signo ideológico, pues en vez de
enfrentar racionalmente la mortalidad de la mujer por esta causa, responde a las conservadoras propuestas de la iglesia católica. Pero más
allá de enlistar las demandas incumplidas, por centrales que ellas sean
para la autonomía personal, es preciso pensar sobre ciertos asuntos que
comienzan a adquirir importancia por sus posibles impactos en las relaciones sociales y políticas y no han sido discutidos con profundidad.
Uno de ellos es el de la igualdad de género que actualmente parece ser
un valor legitimado socialmente. Si bien se trata de una virtud deseable,
no se ha debatido su significado en relación con el modo en que es
manejada, y nadie se pregunta si podría ser perniciosa para hombres y
mujeres que hoy se definen a partir de la diversidad o la diferencia o
que están además victimizados por las desigualdades económicas.8
Esta noción que fue pensada por las feministas para combatir la
exclusión y proteger a la mujer, se maneja con una estrategia orientada
a normar la vida privada y a veces la intimidad en leyes e instituciones
que, en su aplicación práctica, pueden tener consecuencias inesperadas
para la vida de las personas9 o sufre una reorientación debido a la correlación de fuerzas partidarias prevaleciente en un determinado gobierno.
Un caso que ejemplifica esta situación es el de las políticas públicas
hacia la mujer en Chile. En ese país, el tema integra la agenda del gobierno de la Concertación por la Democracia, formada por los partidos
Socialista y Demócrata-cristiano, cuya tradición laica y católica respectivamente tiene consecuencias no siempre positivas en la formación de
los consensos y las alianzas para la puesta en marcha de políticas inspiradas en las demandas feministas. La necesidad de mantener el equili-
8
Al respecto ver las observaciones que Haydée Birgin hace sobre los resultados
y paradojas de las leyes en la vida de las argentinas, especialmente entre aquellas
ubicadas en los estratos pobres. Birgin 1999.
9
Sobre el valor del espacio íntimo, ver el interesante artículo de Cohen, 1999.
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brio de la coalición, lleva a negociaciones complicadas que a menudo
alteran o neutralizan las demandas feministas, aun cuando allí se creó
una secretaría de la mujer, con rango ministerial (Oppenheim 1998).
Aunque la Concertación logró que el poder legislativo aprobara una ley
donde se reconoce la igualdad de los hijos legítimos con los llamados
“huachos” o hijos ilegítimos, no pudo aprobar una ley de divorcio ni
tampoco recuperar la antigua legislación que permitía el aborto terapéutico y el aborto en caso de violación. Ello obedece en parte al catolicismo prevaleciente, que une a legisladores democratacristianos con los
de partidos conservadores de claro sesgo antifeminista, y en parte a
que, en ese país como en otros, la clase política para evitar conflictos no
se compromete con asuntos relacionados con la vida y la moral privadas. Prueba de ello es que la lucha contra la violencia hacia la mujer,
una de las reivindicaciones feministas que ha sido apoyada universalmente, también ha sufrido graves alteraciones por esas razones. En efecto,
cuando esta demanda se implementa como política pública sufre cambios y se reelabora alrededor de la violencia intra-familiar de modo que
los recursos y el discurso destinados a hacer justicia a las mujeres, se
enfocan a fortalecer a la familia tradicional borrando así a las sujetos
originales, es decir, a las víctimas de la violencia sexual, cualquiera sea
el espacio donde ésta se produzca. En el caso de la violencia, la clase
política llega al extremo, pues en lugar de aprovechar el consenso alrededor de una demanda que debería favorecer a las mujeres y a todo ser
humano víctima de este tipo de agresión, opta por una solución conservadora que le evita costos políticos potenciales y la desvía hacia el orden familiar, tan apreciado por las buenas conciencias de esa sociedad.
Observaciones como éstas obligan a discutir si el esfuerzo realizado en el nivel de la normatividad tiene sentido o hasta qué punto lo
tiene en ciertos asuntos y en determinadas condiciones, ya que en nuestro
continente las normas a menudo no operan por falta de voluntad política y su cumplimiento requiere de movilizaciones sociales constantes
que presionen a la autoridad correspondiente. No se trata de rechazar
los avances legales que evidentemente se constituyen en un horizonte,
en una posibilidad para proteger a la mujer. La cuestión es evaluar, por
un lado, hasta qué punto la regulación asegura la justicia de género en un
mundo que por lo demás se desregula y flexibiliza y, por otro, si los
esfuerzos no deberían además desplazarse hacia estilos de vida que se
renuevan, transformando identidades individuales, trastocando el valor
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que la gente otorga a la igualdad o simplemente privilegiando valores
alternativos y tan importantes como por ejemplo, la diversidad o la
libertad. La frase “yo no quiero ser igual, me gusta ser diferente”, hoy
es muy frecuente, no sólo entre los jóvenes. El caso cubano, analizado
por Bobes (1999), es ejemplar pues permite contrastar la experiencia de
un gobierno que por cuarenta años ha estimulado la igualdad entre
hombres y mujeres como valor y como práctica política, y que, pese a
ello, en esa sociedad no se ha logrado la equidad entre los géneros,
sobre todo en la esfera doméstica y reproductiva, ni tampoco se ha reconocido como legítima la diversidad sexual. La explicación ofrecida por
la autora merece analizarse pues indica la importancia del valor de la
diferencia en la cultura y en las prácticas que constituyen al sujeto.
Se trata de asuntos abiertos, que es necesario integrar al debate
público y académico; ante los cuales no ha habido respuestas claras
porque es escasa la reflexión producida sobre ellos en las actuales condiciones.
3. Las agendas de género y las políticas públicas en su contexto
Otro punto que es importante esclarecer, porque supongo ayuda a comprender el momento en que se encuentra la reflexión sobre género y
política, es que su reorientación hacia la práctica de la política en la
esfera institucional coincide con la universalización del discurso de
género, posterior a Beijing. Hecho paradójico, si se piensa que es justamente gracias a la movilización feminista que alcanza un punto culminante en China, cuando este discurso ingresa al debate y al espacio
público internacional, logrando impactar en diversos grados las agendas nacionales. La influencia de los Acuerdos de Beijing ya no en los
estudios sino en el ejercicio de la política y en las estrategias de desarrollo hacia las mujeres en México y América Latina han sido importantes,
y merecen ser analizadas. Los diversos países logran consolidar la Plataforma al poner en práctica una serie de acuerdos regionales y nacionales que hasta esos momentos los gobiernos no lograban aterrizar. La
participación de las representantes nacionales de diversos sectores sociales, partidarios ideológicos o eclesiales en esa reunión contribuyó a
crear redes y una masa crítica alrededor de las diversas reivindicaciones, la cual ha presionado en los espacios legislativos, judiciales y en la
administración pública para que se cumplan los compromisos guber129
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namentales. Aunque sólo se cuenta con evaluaciones parciales que dificultan conocer la magnitud de los resultados de esos compromisos, me
parece que desde ese momento, y esto es una hipótesis, existe una
movilización que ha involucrado no sólo a las funcionarias de las agencias internacionales, representantes de los gobiernos, del sistema político o de la sociedad, sino también a la mayoría de las personas
tradicionalmente vinculadas con el tema mujer y además, porque no
decirlo, a un sinnúmero de gente que ve una oportunidad en el tema
dado que hay financiamiento o simplemente lo incluye en sus actividades porque es considerado políticamente correcto.
Una movilización de esa naturaleza alrededor de los problemas
del género en principio es positiva. Estaría indicando la generalización de una cultura que rechaza la subordinación genérica, y se esfuerza
por transformar las relaciones entre los sexos, integrar la diversidad,
etcétera. También se podría pensar que esta movilización obedece a la
existencia de un consenso respecto de los Acuerdos de Beijing o los
subsiguientes convenios, dada la lógica novedosa de las negociaciones
que ha prevalecido en la organización de los debates relativos a la mujer.
Se pueden hacer éstas y otras especulaciones para comprenderlo.
El problema de hoy no es que haya ese gran compromiso con el
cumplimiento de los acuerdos, sino que la mayor parte de las veces
los temas de la mujer o el género entran, vía políticas públicas, prácticamente “embotellados” desde las agencias de desarrollo y absorben
tal cantidad de personas, recursos y energías, que con frecuencia se
pierde la posibilidad de comprender los significados de esta tarea en
los difíciles y complejos procesos sociopolíticos que cruzan nuestras
sociedades.
Más aún, el que la integración de la perspectiva de género haya
coincidido con la presencia de un modelo económico y de organización
política definidos desde esas intancias, en cierta medida disloca las
formas originales de organización y deja fuera de la interlocución pública a una gran diversidad de actores colectivos que históricamente han
formado la densa y compleja trama sociopolítica del movimiento de
mujeres en la región. Y en efecto, los bancos multilaterales de desarrollo privilegian un modo de participación, aquella relacionada con las
políticas públicas e identifican y reducen a la sociedad civil a los destinatarios de las políticas compensatorias y de alivio de la pobreza así
como a las redes de organizaciones no gubernamentales.
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La participación se enmarca entonces en una concepción particular de sociedad, la llamada sociedad civil que, como lo señala Rabotnikof
(2000: 27-46), no sólo limita una noción compleja y teorizada desde hace
mucho por la sociología, sino que además reduce la identidad de los
actores sociopolíticos y desplaza su participación a ciertos niveles de
influencia, normalmente locales y municipales, descartándola en los
espacios de decisión nacionales.
Ello otorga connotaciones especiales tanto a la tarea crítica (descontructiva) como creadora (constructiva) que enfrentamos. En el discurso de la política, quizás más que en otros, hay un conocimiento
acumulado verdadero que convive con y está traspasado por prejuicios
y preconcepciones pues, como lo señalamos antes, el ejercicio de esta
actividad siempre va acompañado de argumentaciones que tienden a
justificar la conservación o el cambio de un orden.
El desafío de hoy es pensar en los procesos que contribuyó a desencadenar el feminismo en sociedades cuya complejidad no deja de asombrar. Para entender el significado de estas nuevas prácticas políticas en
la vida de las mujeres es importante vincular el género con los sistemas
políticos y con la situación internacional imperante, ya que, como sugiere Dietz, cuando se analiza a las mujeres y la política, no basta una
explicación universal sobre la condición femenina, puesto que “también cuenta el contexto” (Dietz 1990).
Y nuestro contexto es sin duda particular. Se trata de sociedades
marcadas por desigualdades ancestrales cuya modernización acelerada
acrecienta la polarización social en lugar de contribuir a una lógica
redistributiva, basada en la equidad. Nuestras economías y la vida cotidiana se internacionalizan y si bien nos ofrecen oportunidades y nuevos escenarios vitales, también nos enfrentan a riesgos desconocidos
sea porque son verdaderamente nuevos, sea porque la legitimidad de
las instituciones familiares y estatales o los grandes relatos sobre el
desarrollo ofrecidos por los partidos, los gobiernos y por las agencias
internacionales, nos impedían verlos. Los países latinoamericanos, como
los de otras regiones, enfrentan problemas históricos a los que se suman los derivados de la globalización. Sin embargo, en nuestra región
se agrega un problema político de dimensiones difíciles de aquilatar
dado que los procesos derivados de la redefinición del papel del estado
y del mercado, así como de las reformas de los sistemas políticos realizadas durante los últimos diez o quince años no logran crear élites
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realmente dirigentes, capaces de generar proyectos de desarrollo que
trasciendan sus intereses. Las llamadas élites políticas en América Latina han asumido la administración del modelo neoliberal sin interesarse
por plantear proyectos independientes, creando mercados de consumidores y descuidando las instituciones que aseguran su participación ciudadana. Si bien se han desmantelado los sistemas políticos corporativos
que se diagnosticaron como obstáculo para la consolidación de una
sociedad de mercado, se ha invertido menos en el desarrollo de mecanismos democráticos capaces de articular la diversidad de expresiones y formas de representación construidos históricamente por los
actores nacionales. Tanto es así, que en las tipologías contemporáneas
nuestras democracias se han denominado “restringidas” y nuestras
transiciones democráticas se han calificado como “limitadas o inconclusas”, suponiendo quizás, que llegará el día en que no necesitarán
adjetivos, como bien lo señaló Krause hace algunos años.
Aun cuando este escenario es conocido, también es importante
recordar que detrás de estos intentos por democratizar los sistemas políticos, en algunos países se han amparado sistemas de dominación
muchas veces antiguos, y en otros, sectores recién llegados han alargado su permanencia más allá de los periodos constitucionales, mediante
reformas al marco legal de las nuevas democracias. Esto no es nuevo.
Como lo han demostrado varios investigadores en la región, es frecuente que ciertos linajes familiares o grupos de interés se adapten a las
circunstancias, revolucionarias, dictatoriales o democráticas así como a
las ideologías en boga, y se mantengan en cargos claves del sistema
político durante varias generaciones consecutivas.10
En suma, las transiciones y los procesos sociopolíticos vinculados
con la construcción de un régimen democrático en América Latina contienen claves difíciles de descifrar desde las reflexiones feministas actuales. Es preciso trascender la perspectiva de género, e indispensable
superar ese pensamiento que hoy tiende a limitarse a los contenidos de
las agendas nacionales o a las estrategias de las políticas públicas. El
diálogo con el conocimiento de punta permitiría ubicar el género y la
política en el contexto, darles historicidad, y evitaría reducir a la socie-
10
Una investigación reciente sobre el tema, la desarrolla Carlos Vilas para
varios países centroamericanos: Vilas 1998.
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dad a un conjunto de datos e indicadores, o a nociones que, como la de
sociedad civil, son manejadas en versiones limitadas, ignorando sus
orígenes y su complejidad teórica. El diálogo también permitiría pensar a hombres y mujeres como sujetos políticos en construcción, y no
como lo señalan algunos informes y estudios que, por enfatizar los
avances formales y legales en materia de género, dan la impresión de
que los países del continente están poblados por ciudadanos cuya diversidad sexual es respetada.
El espacio de la política —concebida como el campo de relaciones
donde se deciden la organización y las orientaciones de los gobiernos—
en la región se enmarca en reglas democráticas, pero allí también se
juegan los intereses de actores sociales e institucionales, muchas veces
poderosos, que luchan por conservar su permanencia allí. En nuestros
países la autoridad política frecuentemente se asienta en el control de
los recursos, especialmente de los relacionados con el exterior que hoy
son fundamentales. Pensar que ésta emana exclusivamente del mandato ciudadano es todavía un error.
Es en este escenario regional presentado de manera gruesa y a veces
caricaturesca, que se abren las oportunidades para mejorar la condición
de la mujer y transformar las concepciones y las relaciones de género. No
hay duda de que se deben aprovechar las posibilidades que hoy se tienen
para favorecer a la mujer aun cuando el horizonte se limite a la creación
de instituciones, marcos legales que definan sus derechos o a una
redistribución de recursos materiales vía políticas públicas que las favorezcan, debido a que su pobreza, gracias a la investigación feminista, es
hoy día evidente. El optimismo tiene un asidero real, pues aunque en
nuestra realidad los derechos son con frecuencia virtuales, hace pocos
años no se tenían. En este sentido hay que reconocer que el feminismo
internacional y el latinoamericano han tenido éxito al incorporar a la agenda
de los modelos de desarrollo la lucha contra la discriminación de género,
la igualdad de oportunidades y al estimular el reconocimiento de los
asuntos privados por los sistemas institucionales.
Sin embargo, el nudo que el feminismo enfrenta como proyecto es
evitar caer en un pragmatismo rampante, en la fascinación por el ejercicio de la política formal. Lo que hoy está en juego es generar debates
que retomen la dimensión crítica y democratizadora que ha caracterizado al pensamiento feminista latinoamericano. Uno de los caminos que
ha demostrado ser fructífero es considerar el contexto como bien lo recomienda Dietz, pues las mujeres, además de compartir rasgos universa133
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desde la política
les, pertenecen a una sociedad y participan de sistemas políticos que
imponen limitaciones específicas y ofrecen oportunidades distintas.
4. Sobre la necesidad de diálogo con las disciplinas convencionales
El desarrollo de esa cierta complacencia que se instala después de Beijing
se explica en gran parte por los éxitos logrados en las reformas legales, en
la consagración de la igualdad de género como principio de organización
política y en la formación de instituciones gubernamentales orientadas a
cumplir con esos mandatos. El problema surge cuando se constata que
esas disposiciones no se cumplen no sólo por falta de voluntad política,
sino porque las relaciones de género están enraizadas en la cultura y en la
vida material de las sociedades y obedecen a lógicas que no logramos
desentrañar, probablemente porque existe una debilidad teórica y un rezago discursivo sobre el tema de la política entre la comunidad que trabaja género en la región. Esta debilidad teórica es perceptible cuando se
compara su producción con la existente en la comunidad de estudiosos
de la política latinoamericana, la cual desde hace muchos años logra un
perfil propio, o cuando se contrasta la producción feminista actual con la
de hace quince años atrás. Ante esta situación mi postura es relativamente tradicional, y esto desde hace varios años, pues pienso que una tarea
pendiente, al menos en el área de la política, es la relectura de las teorías
de punta clásicas y contemporáneas que ofrecen las disciplinas convencionales. El problema que intuyo es que si bien el movimiento feminista
ha puesto en jaque ciertos supuestos paradigmáticos del pensamiento
convencional, en el campo de la política no ha logrado proponer una
alternativa convincente, capaz de articularse con argumentos generales
desarrollados por las diversas disciplinas que cuentan con un acervo de
conocimientos consolidados y que además, en nuestra región se han
caracterizado por una creatividad y pluralidad reconocidas, prácticamente en todos los temas, salvo, y esta carencia habla por sí sola, en la incorporación de la perspectiva de género.11
11
Existen propuestas de gran interés sobre todo en la filosofía y la sociología política convencional que introducen los temas de la diferencia y las identidades políticas, las nociones de conflicto y de justicia como parte de los sistemas
políticos modernos que no han sido debatidas seriamente por el pensamiento feminista latinoamericano: ver Mouffe 1996; Cohen y Arato 1992; Beck 1998; Touraine 1997.
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Uno de los desafíos es construir un conocimiento renovado alrededor del área de la política que, gracias a las ideas de diferencia y
diversidad aportadas por el feminismo redefina el universal-unitariomasculino de la ciencia alrededor de una noción de la universalidad
concebida como plural, tal como lo plantea Wallerstein (1996). Por ello
habría que privilegiar la tradición no en un sentido conservador o repetitivo sino en su connotación reflexiva. La tradición reflexiva es aquella
que privilegia valores, normas y crea pautas de conducta que favorecen
una actitud analítica y crítica, encaminada a revisar y evaluar las ideas,
los supuestos, las teorías y métodos convencionales no sólo alrededor
de un debate abstracto sino también en el marco de las circunstancias
históricas en que estos se originan y desarrollan (Tarrés, en prensa).
Esta postura adhiere más al ideal de una comunidad disciplinaria plural de los estudios políticos que se redefina gracias a la contribución de
la perspectiva de género, que a la construcción de una comunidad
paradigmática alternativa feminista, cuyo peligro tal como se perfila hoy,
es el ghetto, el pragmatismo o simplemente la dispersión.
En suma, por el momento considero que el pensamiento de los
feminismos contemporáneos debería ayudar a redefinir y por tanto contribuir a la universalización de los estudios sobre la política. Ello sin
duda contribuiría a fortalecer el campo de reflexión sobre género y política que en nuestro continente, se encuentra en un cierto impasse debido
al menos a tres grandes obstáculos que se asoman como tendenciales:
a) los estudios tienden con menor o mayor precisión a probar lo
que se sabía de antemano: esto es, que la mujer está subordinada en las
relaciones económicas, sociales o culturales donde en condiciones similares de existencia el hombre parece tener siempre mayores posibilidades de realización. La investigación entonces se restringe a medir
con mayor o menor precisión los obstáculos, la pasividad, o la discriminación que enfrenta la mujer para su incorporación a la sociedad y a
la vida política, evitando así la construcción teórica que remitiría a cuestiones más complejas vinculadas con la diversidad de identidades presente en los sujetos, con su inserción diferencial en los procesos de
desarrollo, así como con su experiencia histórica en la arena política
regional.
b) los proyectos se pliegan a las agendas gubernamentales e internacionales, sin cuestionar las bases de esas agendas que en general
tienden al mujerismo (Lamas 1999), a despojar a los feminismos de su
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carácter múltiple y subversivo (Álvarez 1999) o a inscribir a la mujer en
procesos que reproducen lógicas a menudo conservadoras, desligadas
de los problemas de las mayorías populares (Castro García 1998). En
principio, esto obedece a que la aplicación de las estrategias públicas
que se derivan de esas agendas se negocian e implementan en contextos
políticos dominados por partidos y grupos más orientados a asegurar
la gobernabilidad y la estabilidad política que a realizar transformaciones sociales, pero también a que ciertos sectores de mujeres pasan del
movimiento feminista hacia al sistema político institucional y por diversas razones pierden sus vínculos con las mujeres pertenecientes a
los grupos mayoritarios o con las organizaciones históricas.
c) los trabajos presentan enormes dificultades para contextualizar los
problemas derivados del género o de las relaciones de género en las lógicas
prácticas o discursivas presentes en los sistemas políticos y las sociedades nacionales. Exagerando respecto de este último punto, que en la
actualidad constituye un problema común, es posible afirmar que los
resultados de investigaciones sobre la mujer y la política institucional,
o sobre participación en organizaciones sociales realizados por ejemplo
en Chile y México, son tan similares que hacen dudar de su verosimilitud. Aun cuando las sociedades se globalizan y las coyunturas internacionales afectan a todos, es difícil pensar que en países con historias
sociales y culturas políticas tan diferentes, las mujeres, sus organizaciones o movimientos, así como su desempeño institucional no sean
tocados por la especificidad de los sistemas y campos de acción política
propios de cada país.
Para analizar la política y dar un significado a la participación de
mujeres y hombres, a los procesos de discriminación, de exclusión o
integración, es preciso recuperar la historicidad propia de cada sociedad, trascender las constataciones generales. Supongo que ésta puede
ser una puerta de entrada para comprender positivamente los significados de conceptos claves de nuestros análisis tales como privado-público, actor o sujeto, movimiento social, ciudadanía, representación,
diversidad, igualdad o política pública, etcétera. Y digo positivamente
ya que la forma que han adoptado muchos análisis políticos tiende a
demostrarnos lo que las mujeres no somos, ya sea porque no somos
como los hombres o porque no somos como los europeos o los estadounidenses. Nos mantenemos en la otredad por ser mujeres y ser latinoamericanas.
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María Luisa Tarrés
El caso paradigmático es quizás el libro Ciudadanos imaginarios de
Fernando Escalante, quien con gran lucidez muestra que en nuestros
países la ciudadanía, concebida de acuerdo con el ideal europeo o estadounidense no existe. El problema que Escalante deja a los futuros investigadores es definir el tipo de ciudadano que somos los latinoamericanos
y las mujeres latinoamericanas. Sabemos que no somos como los franceses o los ingleses pero no hemos logrado definir positivamente la
relación que los individuos desarrollan con su comunidad política, es
decir con nuestros estados. Ésta es una tarea que sería preciso realizar
incluyendo en la noción de ciudadanía los valores de diferencia y diversidad, así como la virtud de la tolerancia elaborados por el movimiento
feminista y de mujeres en nuestros países.
Es preciso, en consecuencia, romper con estos círculos viciosos y
desde una perspectiva constructiva, recuperar nuestra historicidad en la
política. Ello no significa poner a la sociedad en la historia sino comprender cómo en nuestras sociedades los actores y actoras sociales hacen la historia, su historia, y se apropian de ella. Se trata, en suma, de
hacer un esfuerzo por comprender la condición de la mujer como sujeto y la forma en que se entretejen las relaciones de género en un escenario que, como el político, se caracteriza por el conflicto entre actores que
desde distintas posiciones e intereses luchan por controlar las orientaciones económicas, sociales y culturales básicas del desarrollo de su
sociedad.
Resolver estas disyuntivas no es fácil pues si bien el movimiento
feminista le pone nombre a lo político, denunciando la discriminación
e incluyendo en este discurso a la vida privada y cotidiana, el espacio
político-institucional se ha construido históricamente a partir de la ausencia e incluso de la exclusión explícita de la mujer en la práctica y en
el discurso. Se hace necesario un diálogo con el pensamiento clásico y
contemporáneo sobre la política no sólo para reconceptualizar las relaciones de poder en los sistemas institucionales sino sobre todo para
hacerlo en el mundo privado, que pese a sus transformaciones, todavía
encierra e invisibiliza a la mayoría de las mujeres. El desafío es grande,
pues se trata de establecer relaciones productivas con las disciplinas
que se ocupan de la política. Ello contribuiría a comprender los significados de la acción política desarrollada alrededor de la noción de género y valorar los aportes contemporáneos del movimiento que abrió las
fronteras de las disciplinas dedicadas al campo de la política.
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Margo Glantz
1
Mi zona de derrumbe
Margo Glantz
E
n su poema “Las palabras”, del libro Libertad bajo palabra, Octavio
Paz escribe (cito el poema completo):
Dales las vuelta
cógelas del rabo ( chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas, cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
Este poema de Paz me sirvió como punto de partida para elaborar el
cuento intitulado “Palabras para una fábula” que abre mi último libro de
ficción, —Zona de derrumbe—; relatos que son en parte reflexión sobre el
lenguaje, sobre las palabras, las palabras que quizá podemos usar las
mujeres para construir un texto, esas palabras-materia-prima que para
Paz , antes de transformarlas y darles “dignidad” poética, se comportan
como un cuerpo femenino degradado, el cuerpo de la puta, de la puta
que, al violentarse, chilla: la doma de la bravía. Quise entonces devolverles a las palabras-putas su más flagrante literalidad, dejarlas a flor de piel:
1
Este texto apareció en el periódico Reforma el domingo 28 de abril de 2002.
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A una puta le colorean de encarnado los pezones. A las putas les chupan los
pezones encarnados, se los muerden, se los pellizcan, se los lamen, se los
lastiman: chillan.
Un cuerpo azotado, pinchado, desecado, castrado; un cuerpo que
puede torcerse, destriparse, endulzarse (darle por su lado), sorberse
(usarse como alimento), un cuerpo móvil, inestable, femenino (domeñable), al que literalmente un buey y un toro —o un cocinero— pueden
doblegar, vaciar, aniquilar, dejarlo listo para una cocina del texto —palabras desplumadas o destripadas como si fueran aves o bestias, cuyo
gaznate se retuerce como antes se le torcía el cuello al cisne.
Ya hecha poema, o como parte de él , la palabra se dignifica, deja
de ser corporeidad malsana, porque femenina, y se vuelve, aunque oscura, luminosa: refleja, hiere, pero cuando la recojo o la utilizo dentro
de mi texto —siempre el mismo texto— la asumo ya dispersa, desarticulada, cercenada de su contexto, del poema al que aludo, reducida a
un rebote, palabra de paso, de breve enlace (de bisagra), espejo atado
vanamente a su reflejo —el resplandor— y éste, el resplandor (ambas
imágenes usadas por Paz en otro de sus poemas), a un puñal, obvio
signo de desgarramiento, más bien de contagio o degradación, eso, lo
que una palabra de hembra podría hacer con el poema.
Zona de derrumbe es en parte, sólo en parte, un diálogo intermitente
con otros textos, por ejemplo, ya lo dije, con los poemas de Paz o con
su figura, una figura que exige que nuestra identidad nacional —si existe verdaderamente y es inamovible— provenga de una traición, la de la
Gran madre Puta y Rajada, siempre abierta, cuya figura paradigmática
sería en El laberinto de la soledad la Chingada, representada a su vez por
la Malinche, por antonomasia la traidora. También con el José Gorostiza
de Muerte sin fin (“anda putilla del rubor helado, anda, vámonos al
diablo”), y con las revistas de modas abandonadas en las salas de espera de los laboratorios, los folletos de divulgación médica, los anecdotarios
temáticos confeccionados en Norteamérica, algunas historias sintetizadas de la literatura, las reproducciones banalizadas de obras de arte, las
canciones de moda, una forma de sintetizar un prejuicio habitual que
quiere que cuando se habla de lo femenino se haga muchas veces referencia a lo corporal y a la escisión que existe entre el cuerpo y el alma:
¿no aseguraba Sor Juana, asustada, que el alma no tiene sexo? Con ella
coincidía Platón. ¿Sólo el cuerpo está marcado por la diferencia? “El
alma no tiene sexo a condición de que el cuerpo renuncie a lo que lo
define y lo limita”, dice Giulia Sissa en su libro El alma tiene cuerpo de
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mujer. “Tengo con lo femenino, dice Sissa que decía el ciudadano griego
de la época clásica, la misma relación que tengo con mi cuerpo y no la
relación virtualmente recíproca que tengo con otro hombre, mi igual”.
Un cuerpo de mujer cuando habla sería entonces indecente, como
dice la protagonista de mi cuento, “si las nociones de entusiasmo y de
inspiración constituyen el medio necesario para entender lo que me
pasa, espero demostrar que la palabra (en este caso, la de Nora García),
cuya única escena es la de la enunciación, exige referirse a la indecencia”.
En efecto, la indecencia necesaria para desmontar —a lo femenino— los mecanismos que actúan entre lo erótico y lo biológico, los
desplazamientos de sentido y los desplazamientos corporales, así como
la fragmentación del cuerpo y sus zonas erógenas y, específicamente,
su relación con la enfermedad, la muerte y lo animal.
****
Palabras para una fábula2
Margo Glantz
¿
C
ómo definir con palabras los sentimientos y los afectos? Que es
muy difícil, me parece fuera de toda duda. Además, ¿no dice el
poeta que las palabras chillan como putas? Y cuando chillan es
imposible usarlas para decir lo que uno quiere decir y yo por más que
intento no consigo pensar en cosas comunes y corrientes o simplemente humildes y trato siempre de sentirme de puta madre y de no chillar
2
Este texto apareció en la revista Fractal, núm. 12, 1999. Corregido y aumentado
se publicó en Zona de derrumbe, Beatriz Viterbo Ediciones, Rosario, Argentina, 2001.
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nunca, pero en el momento en que escribo estas palabras mi computadora le da la razón al poeta porque se ruboriza y subraya de rojo las
malas palabras —esas putas que siempre chillan— esas palabras que no
existen en el tesauro; por eso cada vez que las escribo aparecen amenazadoras, enrojecidas, hinchadas, y al hincharse me recuerdan de inmediato una parte de mi anatomía, símbolo como otras partes de mi
anatomía —por ejemplo el cabello— de vida, de erotismo, pero también
de muerte. Pero no voy a hablar ahora de los cabellos sino de mis senos
y de éstos sólo por qué me han pedido que me haga un análisis de
cajón, la mastografía, análisis que hay que hacerse cada seis meses y da
la casualidad que ayer se cumplieron más de seis meses de que no me
someto a esa prueba, o más precisamente ayer se cumplieron dos años
de que no me la hago. Cuando me entreguen el resultado, si es una
imagen tranquila, serena, suave, voy a enmarcar las placas para imitar a
una amiga que las enmarcó después de reveladas y colgó el cuadro en
su baño como si se tratase de una obra de arte con sus montes azules,
sus lunares, sus accidentes geográficos, la orografía y la hidrografía de
un órgano que técnicamente se llama glándula mamaria.
Es verdad que las palabras chillan, pero algunas más que otras,
por eso prefiero decir mamografía y no mastografía, palabra estridente
y áspera que recuerda las fauces abiertas de la máquina que aprisionará
mi cuerpo, pero quizás exagero y quizá lo que voy a contar no sea digno
de escribirse ni de interesar a nadie, pero no quiero entretenerme en
explicaciones circulares y procedo a contar lo que para mí ha sido uno
de los episodios más memorables de mi vida. Debo advertir que ésta no
es mi primera mamografia, me he hecho varias, pero ninguna como la
última, pues, como ya dije, llevaba más de dos años sin hacérmela, y al
bañarme, el otro día, sentí un bulto en el pecho izquierdo: la doctora
me dijo tiene que hacerse cuanto antes el examen y aquí estoy
haciéndomelo y contándoselos a ustedes.
Quiero empezar justamente en el momento en que entro a los laboratorios, temprano por la mañana, vestida con descuido y despeinada,
apenas maquillada, sin desayunar, y me acerco al mostrador donde están
dos señoritas vestidas de uniforme, una se está pintando los labios, la
otra mira fijamente la pantalla de una computadora. La que se pinta los
labios es muy delgada y muy indiferente, alza la cabeza y me dice :
— ¿Cómo se llama?
—Nora García, digo.
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— ¿Y su médico?
— Consuelo Pedrarias.
Me mira desconcertada, y a mí me desconcierta todavía más que a
estas alturas de la vida moderna alguien se asombre de que haya
ginecólogas o a lo mejor se le hace raro el nombre, vaya usted a saber
qué piensan las recepcionistas, pero la que me atiende apunta el nombre sin decir más y me ruega espere en una de las bancas de la amplia
sala de espera. He dormido mal y anoche tomé, por variar —porque
siempre tomo media—, una pastilla entera para poder dormir, siento el
estómago revuelto y un perpetuo sentimiento de náusea, de haberlo
jodido todo (de nuevo mi computadora protesta porque aparece en la
pantalla una mala palabra), y de que las cosas son totalmente irreversibles y que debido a mi incapacidad he contaminado el destino de los
seres más cercanos y más queridos y la cosa se complica porque a lo
mejor tengo un tumor canceroso en uno de los senos, aunque esta visita a los laboratorios, me digo, es simplemente la mastografía de rutina,
la que se agrega a la rutina del papanicolau que tiene más bonito nombre, aunque sea más desagradable el procedimiento. Creo que el sonido
de una palabra es decisivo, ahí reside la explicación, me digo, pronunciar la palabra papanicolau es mucho más placentero que pronunciar
mastografía y prefiero someterme a ese examen, el del papanicolau,
poco adecuado a la comodidad interior de cada una pero mucho más
sonoro como palabra que la mastografía, vocablo que chilla, resuena y
desgarra.
Espero un largo rato, leyendo el final de una novela que habla de
relaciones familiares complicadas, espesas y viscosas, cuya única solución parece ser la muerte y el incesto. Entran y salen enfermos, mujeres
jóvenes acompañando a viejos, mujeres jóvenes acompañando a niños,
mujeres de edad mediana, hombres de edad madura, todos esperamos
sentados vagamente, unos mirando, otros leyendo, el mismo aspecto
uniforme de desaliño y temor y algunos pacientes con un color amarillento que asusta. Pasan enfermeras con sus uniformes, con zapatos de
tacón altísimo algunas, ¿cómo pueden ocuparse de tantos enfermos,
llamarlos por su nombre en voz alta y cortés, conducirlos luego por los
largos pasillos, abrir una puerta, decirles que se desvistan, que se pongan una bata desechable, que vuelvan a esperar sentados, pero casi desnudos, sin ropa interior, sin ropa exterior, sin aretes, sin reloj, sin collares,
sin equipaje, sin la corbata, sólo con el cuerpo que va a ser examinado y
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ellas con zapatos de tacón tan alto? Le doy vueltas y vueltas a ese enorme problema en mi mente hasta que decido seguir leyendo mi novela:
trata de dos hermanas muy unidas que, como suele suceder en la vida
real, se aman y se odian y hasta en ocasiones sienten que tienen un solo
cuerpo, o mejor, no reconocen ningún límite entre sus dos cuerpos, ni
entre sus dos vidas; pero una de ellas tiene un niño y, ¡claro!, eso
cambia la relación; para empezar, la que ha dado a luz ha sufrido dos
operaciones, una cesárea y una histerectomía —aunque se las hayan
hecho al mismo tiempo— y en el vientre ya plano tiene profundos
moretones, una cicatriz púrpura y rojiza con marcas que parecen dentelladas, por encima y por debajo, le han afeitado el vello púbico y sin
embargo podrá usar bikini. La trama me apasiona y me hace perder
contacto con la realidad, con esas otras personas que esperan, y olvido
que tengo que hacerme una mastografía o, mejor dicho, una mamografía.
De pronto oigo un murmullo y me parece oír mi nombre, sigo
leyendo sin prestar demasiada atención, quisiera saber en qué termina
la novela, estoy en un pasaje muy interesante y en la contraportada
comparan a la novelista con Graham Greene. ¿Será cierto, me pregunto? Tengo que terminar el libro, pienso y me enfrasco en la lectura, de
repente se oye gritar al bebé dentro del libro, es un grito, ¿un aullido de
dolor? ¿tendrá un cólico? ¿se estará ahogando? La madre se pone tensa,
y de inmediato por sus dos pechos suben dos anillos “como pececillos
saltarines”, obviamente uno en cada pezón, pero justo en el momento
en que leo esas palabras oigo nítidamente mi nombre, vuelven a gritarlo
más fuerte y me levanto desganada, echo la novela en mi bolsa, me
pongo los anteojos negros que disimulan un poco los efectos que creo
reversibles de un corte de cabello mediocre, banal y caro y me dejo
conducir rumbo a un largo pasillo con muchas puertas y pequeños
compartimentos; sigo a la enfermera, lleva tennis blancos, ¡vaya, pienso, por fin alguien que hace bien su trabajo! Me hace entrar en un cuarto pequeño, especie de clóset con una banca forrada de plástico, unas
perchas y una bata de papel color azul ascético. Cuando la enfermera
me dice desnúdese de la cintura para arriba y póngase la bata, me dan
ganas de hacer pipí; sigue dándome instrucciones con un tono muy
gentil, levemente derogatorio, como si se dirigiera a un débil mental o
simplemente a un cuerpo que será despojado de sus vestimentas y
quedará a su merced, aunque no totalmente porque sólo tendrá en sus
manos medio cuerpo, de la cintura para arriba; en realidad nunca pon148
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drá las manos sobre mí, me dará instrucciones con voz suave, amable,
lejana, falsamente cariñosa, protocolaria, haciendo el simulacro de considerarme humana, como si de verdad creyera que lo soy en ese momento en que debo empezar a desnudarme. Interrumpo su perorata,
porque, como decía, me han dado ganas de ir al baño, le pregunto
dónde queda y salgo corriendo.
Hago pipí, me cuesta trabajo, como si la vejiga estuviera llena pero
cerrada avaramente para no dejar salir el líquido que duele en su posible desbordamiento, como ahorita cuando escribo estas líneas y tengo
que levantarme a orinar. Lo hago y regreso al compartimento, me desvisto de la cintura para arriba, me pongo una bata, dejo mi ropa y mis
joyas y me encamino al cuarto de rayos x, es medio complicado, muchos pasillos iguales, miles de puertas también iguales, enfermeras no
tan iguales, pero al fin lo encuentro; mi enfermera ya no está, aparece
otra, muy pintada, abriendo cajones y sacando batas y toallas, le pregunto dónde está la mía, la que es joven, delgada, rubia teñida , mona,
formal, eficiente, demasiado eficiente. Voy a buscarla, dice la otra, y de
inmediato la mía, mi enfermera, ya está abriendo la puerta, me saluda,
me indica con un gesto que me desabroche la bata, que me coloque
frente a la máquina y , explica que cuando se trata de mujeres jóvenes,
menores de cuarenta años, no hay que magullar demasiado (sí, magullar, esa fue la palabra que usó, sí, eso dijo, magullar), puede resultar
contraproducente, aún más, perjudicial, los tejidos jóvenes son fibrosos,
más elásticos, en una palabra, más nuevos: una fuerte presión puede
lesionarlos. En cambio, en las mujeres mayores hay que apretar mucho
más, apretar hasta el fondo, mientras más se apriete, mejor sale la
mamografía, de lo contrario, la placa sale mal. Hay que levantar muy
bien los brazos, insiste, hay que dejar de respirar y alternar las posiciones, esperar, las radiaciones son lentas, muy tenues, no se preocupe.
Me pide que me acerque al aparato de rayos x, que me ponga blandita y
que me relaje. Me acerco a la plataforma móvil donde deben colocarse
cada uno de los pechos antes de que sean oprimidos, rozo con mi pecho la placa radiográfica:
—Mire, mi hijita, dice, así, sáquese la manga derecha porque vamos a empezar del lado derecho, sí, así, sí mi vida, le va a doler un
poquito, corazón, le voy a apretar y le va a doler un poco, pero yo me
detengo en cuanto usted me diga que le pare, chulita, así, bien, pero
agárrese bien el seno derecho y colóquelo sobre la plancha, así, muy
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bien, corazón, ahora voy a empezar a apretar, y usted debe dejar de
respirar y decirme cuando ya no aguante ¿así, así? ¿ya no? ¿le duele,
linda?, ¿puedo apretar más?, usted me dice, corazón, ¿más? ¿más? ¿así
ya?, bueno, ahora sí, m´hijita, ya no respire, aguántese un ratito, no
respire, bien, así, así mi vida, así, así mi corazón, muy bien, perfecto.
El tono de la enfermera es pegajoso, dulzón, siempre burocrático.
Soy un objeto con pechos, aunque los pechos sean a la vez un objeto
erótico, la parte más deseada del cuerpo femenino, convertidos en simple objeto de laboratorio. Cuando pongo con cuidado mi pecho derecho
sobre la plancha fría, me estremezco, se me pone la carne de gallina, y
cuando la mujer le da vuelta a una manivela para prensarme el pecho,
me siento atrapada y grito levemente, si apenas comienzo, me dice,
cuando ya mi pecho se ha estirado y perdido su forma y parece una
lonja de carne aplanada como las que aplanan en las carnicerías; tiene
que esforzarse un poco, madre, me dice, voy a apretar un poquito más
la plancha, mi vida, y aprieta como si mi pecho fuera un trozo de materia prima, vuelve a apretar y mi pecho derecho desaparece prensado
entre dos planchas de acero, una de las cuales tiene, como ella dice,
una placa fotográfica, me duele mucho, siento como si me fueran a
cortar el pecho, ¿será un castigo por tenerlos?
—Ahora vamos a hacerlo de perfil, póngase muy derecha y coloque su pecho de nuevo sobre la plancha, ¿está muy fría?; bueno, ahorita se mejora, sujétese el pecho y levante la carita, mi vida, para que yo
pueda empujar la plancha, así, muy bien, así me gusta, m´hijita, así,
así, chulita, corazón, pero no respire, le digo que no respire y que no se
mueva, le digo que no se mueva, por favor, bien, así me gusta, tranquila, chulita, ya vamos a terminar, tenga un poquito de paciencia.
El pecho debe estar siempre erguido, ser pleno, proporcionado,
duro, situado en un espacio ancho, providente. Es pequeño, sin embargo, el porcentaje de mujeres que se sienten satisfechas con la forma o el
tamaño de sus senos. Por eso se los operan, algunas quieren tenerlos
más firmes, más altos, más grandes, ¿los de Marilyn Monroe?, un pecho redondo, turgente, altivo (otra alternativa: los brassieres diseñados
científicamente, un moderno y novedoso sistema permite reafirmar,
aumentar, disminuir, igualar o remodelar el busto), otras prefieren reducir el tamaño de sus senos, quieren un pecho breve, de adolescente,
un pecho unisex , estar a la moda, a la altura de la nueva moda, la moda
de la anorexia, la de las mujeres ojerosas y delgadas, tan delgadas como
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su piel, una piel que apenas alcanza a cubrir los huesos, unos huesos
protuberantes sobre la cadera, los omóplatos, huesos delgados, finos,
un frágil armazón, incapaz de sostener un par de senos robustos, pesados, altivos. ¿Cuál será el tamaño ideal de los senos?
—¿Le duele mucho, mijita?, pregunta la enfermera. Pasa pronto,
me dice, pasa pronto, pero si quiere que terminemos, no respire, le
digo, le estoy diciendo que no respire, si respira, la placa sale mal y
tendremos que volver a empezar, que no respire, le digo, ¡hombre!, ni
que fuera usted de vidrio, corazón, le aseguro que no se va a romper.
La enfermera sigue hablando con voz pausada, como si estuviese
hablando con un niño pequeño, repite despacio sus órdenes, modula
las frases, alarga los diminutivos, ¿acaso soy una vaca? Me ofende que
hable de mis senos como si fuera vaca. ¿En qué nos parecemos las
mujeres a las vacas? ¿Habrá aparatos especiales para detectar el cáncer
en las ubres de las vacas? ¿Cómo sería un aparato que hiciera ese tipo
de mamografías? ¿Se llamaría ubregrafía? ¿Cómo se las ingeniarían para
apretarles cada una de sus innumerables tetas, esas tetas ordeñadas hoy
con aparatos modernos que extraen hasta la última gota de leche? A
diferencia de los senos, las ubres de las vacas no son eróticas, y sin
embargo, en el imaginario masculino los senos caídos, enormes, desmesurados representan el seno bueno, rollizo, providente, alimenticio,
“los buenos senos” de la primera infancia, senos maternos y seductores. Una cosa es definitiva, eso sí, nuestros deseos no tienen ninguna
influencia sobre el tamaño, la forma o la belleza de los senos, la cirugía
cosmética sí puede alterarlos y reconstruirlos a la medida, adecuarlos al
deseo femenino de tener un bello cuerpo en él que destaquen la carne
tersa y delicada de los senos o al deseo masculino de un seno nutricio,
maternal o de un seno frágil, que apenas abulte, como el seno de las
vírgenes. La deslumbrante blancura de un pecho blanco. La deslumbrante negrura de un pecho negro. ¿No se dice que las prótesis de silicona
son las mejores? En el mercado existen varias opciones, las de suero
fisiológico pueden comprarse hechas, casi a la medida, como la moda
prêt à porter. Y según el gusto de cada quién —me pregunto quién tendrá esos gustos— se pueden usar empaques vacíos que se introducen
en el cuerpo por medio de un aparato de endoscopía, aprovechando la
abertura del ombligo, rellenados después con una solución salina. He
oído decir que las prótesis de silicona son mejores, más naturales y
firmes al tacto, y algunas tan sedosas y lisas como los pechos de las
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adolescentes, otras prótesis están texturizadas y por ello son más suaves, ligeras y sensuales. Hay aditamentos a la moda que solucionan los
problemas, por ejemplo, los corpiños en forma de bustier, abrochados a
la espalda, tradicionales y a la vez modernos, su línea es larga y se
confeccionan en nylon satinado para que los vestidos se ajusten a la
perfección, sobre todo los que no tienen tirantes: los trajes de noche o
los de playa. Si está vacía, la copa izquierda puede rellenarse. Mejor
sería una prótesis, pero, ¡cuidado¡, las prótesis pueden reventarse o
encogerse, ¿te imaginas los trastornos? En el primer caso, cuando se
revientan (es obvio, el pecho tiene forma de globo) es necesario retirar
los restos de silicona, volver a operar, remodelar el seno, soportar las
curaciones, no hacer ningún esfuerzo durante mucho tiempo (duele
levantar los brazos), en suma, ir trabajando la convalecencia. No hay
ninguna seguridad, el material plástico suele contraerse, emigrar por la
esfera globulosa y formar una protuberancia infame, muy semejante en
su contextura a la de un tumor.
Aprovecho que la enfermera se ha ido, me siento y reanudo la
lectura de la novela que estaba leyendo en la sala de espera, la abro al
azar, aparecen los senos de la parturienta con sus “pececillos saltarines”,
o hilitos de leche en cada uno de los pezones; en el regazo de su madre
el niño se ha puesto a llorar, la leche escurre por la areola (rugosa,
ennegrecida), la hermana observa perpleja, sin saber qué hacer: el niño
empieza a convulsionarse. Chulita, interrumpe la enfermera con sus
moditos suaves y su lenguaje impío, permítame tomarle otras placas.
Me incorporo, dejo caer la novela, me acerco al aparato de rayos x (¿oculta
un microscopio?), coloco mi pechito izquierdo medio amoratado por el
frío y la presión (una piel de gallina literal que quizá disimule nódulos
cancerosos) sobre la plancha de cristal transparente, un cuerpo de mujer convertido en un lugar, una pared de cristal, una página vacía, las
palabras flotan, desprendidas, se arraciman como chorro de luz: me
suelto a llorar con grandes sollozos entrecortados, gimo, tengo hipo, el
seno prensado eternamente entre las dos placas, pierdo el aliento, duele y me piden que aguante aún más la respiración, ¿cómo puedo aguantarla si estoy sollozando? ¿cómo la aguantarían las vacas? La enfermera
se interrumpe, libera mi pecho izquierdo y con un tono amable que no
logra encubrir su exasperación explica: hay que volver a empezar de
nuevo otra vez, tome usted este klínex , madrecita, suénese por favor la
nariz, sí, así, bien, muy bien, así, así, muy bien, mi vida, descanse,
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tranquilícese, m’hijita y cuando se sienta mejor, volvemos a empezar.
Las mujeres estamos hechas para sufrir, tenemos que aguantarnos, ponga
su pecho izquierdo aquí, así, voy a apretar un poquito, bueno, sí, así,
ahora cálmese, ya mero termino.
Y trato de calmarme, de ser lógica, de combatir la histeria: la rabia
me gana, una rabia de puta madre o de la chingada madre (con la consabida indignación de la computadora que también se indigna cuando escribo las palabras mamografía, mastografía, mastectomía, y cuando pongo
en diminutivo los sustantivos con que me bombardea la enfermera), ¿no
ve que sólo soy una mujer aterrorizada, una mujer que tiene que hacerse
una mastografía para evitar que le hagan una mastectomía?
Ya lo sé, la supresión del tumor es apenas el comienzo, luego hay
que someterse a un tratamiento de quimioterapia cuyas secuelas son
imprevisibles, dan náuseas, se cae el pelo a puñados, las uñas se ponen
quebradizas y se oscurecen, la piel se reseca, se arruga, se marchita, las
terminales nerviosas de los pies y de las manos se atrofian, se sube de
peso, se sienten dolores en los huesos y en los músculos, faltan las
fuerzas. Me están faltando las fuerzas, de verdad ya no tengo fuerzas...
—Ya, ya, puede usted sentarse, no se me vista, mi vida, porque
tengo que ver si el radiólogo aprueba las placas, si no habrá que volver
a hacerlas, pero no se preocupe, ya ve que no duele tanto. No, no se
preocupe, los apretones de la máquina no le causan daño, tampoco las
radiaciones, son muy ligeras, muy rápidas, ya acabamos, pero espéreme, no se vista, déjeme consultar con el radiólogo, no vayamos a tener
que repetir las placas. Mientras regreso, corazón mío, llene este formulario. Su edad, antecedentes cancerosos en la familia, ¿no le duele nada?
¿no ha notado cosas extrañas en sus pechos? ¿le duelen o los siente
sensibles cuando se los toca? ¿cuál más, el derecho o el izquierdo?
¿alguien en su familia ha tenido problemas en los senos? ¿su mamá?
¿sus tías? ¿sus hermanas? ¿alguna abuela que usted recuerde? Bueno,
lléneme bien el formulario y espéreme un ratito, voy a ver al radiólogo
para que revise las placas, a ver si están bien, porque si no hay que
volver a empezar desde el principio. No, no, no se me vista todavía,
reinita, tápese bien con la bata y siéntese en el cuarto de junto.
Espero, lagrimeando, con el sentimiento de algo oscuro, infantil,
viscoso, algo que se mete dentro, en el estómago, un sentimiento de
invalidez , estoy convertida en un ser anónimo, una gente cualquiera,
alguien, simplemente alguien, alguien que puede tener una enferme153
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dad temible, una enfermedad que puede detectarse si uno se toca los
pechos con constancia, mensualmente, explorándolos con cuidado para
detectar si ha aparecido en ellos algo anormal, algo que interrumpa el
color, la lisura, la consistencia esférica uniforme, algo que se esconde
dentro, en la más remota célula, algo que puede transformarse en un
tumor, y luego en una operación que mutila el cuerpo, antes de someterlo a la violencia química, a las radiaciones. El pecho de las mujeres
jóvenes es más denso que el de las mujeres de edad mediana, las fibras
adiposas adheridas a los músculos tienden a caerse con la edad, a desplazarse, a perder consistencia y juventud y es difícil detectar los cambios.
¿Me tendrán que hacer una biopsia? ¿Tendrán que remover un
poco de tejido del seno para saber si ese nódulo, esa protuberancia, ese
cuerpo extraño que tengo dentro del pecho izquierdo es maligno? La
biopsia consiste en introducir una aguja delgada en el nódulo, y en el
peor de los casos se hace una pequeña operación quirúrgica; no quiero
pensar más, me asusto, me dan ganas de vomitar, vuelvo a lagrimear,
¿y si me tienen que hacer una mastectomía? Se me vuelve a poner la
carne de gallina. ¿Me extirparán el pecho entero?, el nódulo es muy
pequeño, me digo de nuevo para tranquilizarme, del tamaño de un
frijol, a lo mejor no es nada, o a lo sumo me hacen una pequeña incisión y retiran la pequeña protuberancia incómoda. Si se detecta a tiempo, no es necesario quitar todo el seno ni tampoco los ganglios, la cirugía
ha progresado mucho; cuando el tumor es pequeño —no mayor de un
centímetro— se procede a hacer una ablación también pequeña, pero
aún así, aunque sea pequeña la ablación, es terrible, duele mucho, asegura mi amiga Elena, quien me cuenta que cuando le operaron el seno
derecho y le quitaron los ganglios de las axilas ni siquiera puedes levantar los brazos, repite, ya nunca puedes levantar los brazos, siempre duele
y además te queda una horrible cicatriz. Los tumores incipientes pueden radiarse; el jefe de oncología médica de un importante hospital
asegura que la medicina del futuro será mucho más benigna y expedita,
los médicos empiezan a colorear un solo ganglio —le llaman el “ganglio centinela”—, y de su evolución depende el tipo de curación. Si el
tumor no se desarrolla, automáticamente se garantiza que los demás
ganglios están intactos y no es necesario rebanar el seno, ¿rebanar? , sí,
rebanar porque el pecho se parte, se corta, como si fuera una hogaza de
pan o una fruta, una naranja, se cercena, se mutila aunque sólo se trate
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de una práctica preventiva. Si no se hace la ablación total se evita el
trauma operatorio y varias de sus secuelas, por ejemplo, la conocida
como del brazo gordo, sí, así le llaman, del brazo gordo, ¡qué ridículo,
brazo gordo!, parece un juego de niños, es una acumulación anormal
de linfa en el lugar donde han extirpado los ganglios y requiere un
drenaje mediante procedimientos manuales o con neumáticos. Me interrumpo, no quiero seguir pensando, no quiero tener miedo, es sólo una
pequeña protuberancia, apenas grasa, y en el caso extremo de que fuera
algo más grave lo he detectado a tiempo y pueden hacerme una
mastectomía parcial, quitarme sólo un pedacito de pecho (estoy pensando como la enfermera) y sólo quedará una pequeña herida convertida muy pronto en cicatriz, antes, las cicatrices eran muy visibles,
llamativas, al nivel de la mitad inferior de la areola o bajo las axilas, si se
habían cortado los ganglios. Las prótesis se pueden insertar practicando una incisión debajo de la mama y el peso del pecho ( ya relleno de
silicona) oculta las marcas, sobre todo si se utilizan las prótesis
texturizadas que le dan al seno un aspecto muy natural. El suero fisiológico es más benigno, aunque el líquido que contiene puede llegar a
evaporarse y, de la noche a la mañana, los dos senos se vacían (en el
caso de que se hayan operado los dos) y al día siguiente, después de la
evaporación (me imagino que ese proceso suele suceder por la noche),
uno se levanta totalmente plana —con los dos senos desinflados— o, en
el mejor de los casos con un seno de menos, un seno erguido, perfecto
y el otro a ras de piel, amoratado. Ese proceso, el de la evaporación del
suero fisiológico, no deja de tener su gracia, lo confieso: un seno desaparece y el otro aumenta de tamaño. Un juego de prestidigitación
propicia la aparición y la desaparición de las prótesis mamarias. La
prótesis de silicona suele desgastarse, quizás exagero, se trata de un
fenómeno excepcional y la proporción es de cinco casos contra mil.
En realidad, eran mucho más traumáticas las operaciones de rutina de otros tiempos, la ablación del seno se hacía sin anestesia, apenas
un vaso de vino o una copa de aguardiente o en algunos casos unas
pastillas de opio para mitigar el dolor, ¿no lo cuenta así Fanny Burney,
operada en París en 1811 de un tumor en el seno derecho? Había conocido a su marido, el señor d’Arblay, aristócrata francés, durante su exilio en Inglaterra. Después de la revolución, ambos se instalaron en París,
donde eran recibidos en los salones más afamados. De pronto, Fanny
empezó a sufrir violentos dolores en el pecho: duraron varios meses;
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consultó a un connotado médico, nada menos que el jefe de cirujanos
del ejército napoleónico, y cuando éste y dos médicos más detectaron
un tumor de seno, Fanny escribe : “Formalmente, me condenaron a
una operación quirúrgica. La noticia me causó a la vez sorpresa y desilusión: Mi pobre pecho no presentaba signos de decoloración y su
tamaño era idéntico al de su saludable vecino”. Sin comentarlo, pues
las enfermedades femeninas eran tratadas con gran circunspección y
pudor, Fanny aceptó hacerse la operación y le rogó a su médico, el
doctor Larrey, que le comunicaran la fecha de la intervención solamente cuatro horas antes de realizarla.
Una mañana, cuando aún dormía, vinieron a darle la noticia.
Dice, si no recuerdo mal, que cuando, ya vestida, se encaminó al
salón de su casa y vio cómo la mesa estaba repleta de objetos —de ese
tipo de instrumentos que los médicos usan para efectuar una operación— retrocedió espantada, luego, haciendo fuerza de voluntad, entró
de nuevo al salón, pues, ¿qué sentido tenía ocultarse a sí misma lo que
muy pronto iba a saber y a experimentar? Pero al mirar la gran cantidad
de vendas, compresas, esponjas, pinzas, tijeras, cuchillos, bisturíes,
alcohol, se sintió desfallecer, dio vueltas sin ton ni son y gradualmente
entró en un estado de torpeza, de inconsciencia y estupidez hasta que
oyó sonar las tres en el gran reloj, momento en que regresó a su alcoba.
Trató de controlarse para recobrar sus fuerzas, pidió una pluma y empezó a escribirles unas palabras a su esposo y a su hijo (en esos momentos, para mayor desgracia, ausentes), en caso de que el resultado
fuera fatal. Y como en las películas de suspenso a la Hitchcock, entró
en su alcoba el doctor Moreau, que así se llamaba el cirujano —o más
bien el carnicero— le ordenó desnudarse la parte superior del torso, ¡¡le
dio una copa de vino!! y regresó al salón. ¿Acaso no era corriente en ese
tiempo utilizar el opio como anestesia? ¿Por qué no le dieron opio?
Queriendo protegerse o sentirse más segura, menos expuesta a la
mirada y a la manipulación de los demás, Fanny les pidió a sus sirvientas y a sus enfermeras que la acompañaran. Su cuarto fue invadido de
pronto por siete hombres vestidos de negro que entraron sin llamar a la
puerta y la ayudaron a salir de su estupor provocándole una gran indignación. ¿Por qué ha entrado tanta gente en mi habitación y sin pedirme
permiso?, dijo. Los médicos echaron a las sirvientas, ella exigió que se
quedaran, olvidando que su seno estaba descubierto, expuesto a las miradas. Apenas iniciada la operación las criadas huyeron despavoridas.
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¿Quién me sostiene este seno?, dijo fríamente el cirujano blandiendo el terrible instrumento de acero que brillaba ante los ojos de la
escritora, y ante los de los otros médicos, enfermeros y mirones que
habían venido a sostenerla, mejor dicho a someterla o simplemente a
presenciar la operación, con gran violencia de su parte. Y Fanny Burney
quien sobrevivió treinta años a esta sangrienta operación efectuada sin
anestesia y sin asepsia alguna, en el momento mismo en que el temible
acero fue introducido en su pecho, abriéndose paso entre las venas, las
arterias, la carne, los nervios, manchando con su sangre los almohadones del lecho y sus vestimentas, empezó a gritar sin pudor, lanzando
un solo grito prolongado que duró interminablemente mientras el médico hacía la incisión y separaba el pecho de su cuerpo. Muchos años
después Fanny confesó su gran asombro, ¿cómo entender que ese aullido salido de su propia garganta, su respuesta a tan inmensa agonía, no
hubiese permanecido para siempre en sus oídos? Y cuando terminaron
de hacerle la incisión y el instrumento y su pecho fueron retirados de
su cuerpo sintió que el dolor disminuía, mas, apenas el aire penetró en
esas partes delicadas sintió como si un alud de diminutos y aguzados
puñales desgarraran los bordes de su herida.
Pero a Fanny Burney no le extirparon los ganglios axilares, y sin
anestesia y sin asepsia sobrevivió treinta años, y si algo me pasa a mí
por lo menos tengo el consuelo de la anestesia, de la asepsia, de la
quimioterapia (¿será un consuelo la quimioterapia?). No puedo apartar
mi pensamiento de ese relato y de sólo imaginar que me puedan hacer
una ablación de seno o de mama como se dice técnicamente —también
para mi horror e indignación— me estremezco y siento escalofríos debajo de mi bata aséptica y lloriqueo y me empiezan unas náuseas espantosas y vomito una bilis amarga y verde. Me lavo la boca, tomo agua y
vuelvo a sentarme, un poco más tranquila, a esperar a que regrese la
enfermera, trato de concentrarme en la novela que he estado leyendo,
trato de visualizar a las hermanas incestuosas, en lo que hará después
la que acaba de dar a luz, la que utiliza sus pechos para amamantar a su
hijo, sus pechos abultados, surcados de venas azulosas, con el pezón
erecto y la areola rugosa y ennegrecida. Y me palpo el pecho, siento de
nuevo el nódulo, esa invasión probable de células malignas que avanzan y destruyen la forma armónica de mi pecho, mis senos, dos crías
mellizas de gacela pastando entre azucenas, tus senos un huerto de
granados con frutos exquisitos, lirios con nardos, azafrán, caña y cane157
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la, árboles de incienso, mirra, áloe y los más extraños y mejores
aromas, como canta la Biblia, pero en mi pecho, no muy lejos del pezón erguido, hay una cosa extraña que me invade, que me parte el
corazón en mil pedazos.
No tengo, digo para tranquilizarme, ni ardor ni comezón, el pecho
tiene el mismo tamaño que su saludable vecino, el nódulo está al borde
del hueso y no se ha producido ninguna decoloración, mi pecho no ha
empezado a contraerse ni el tumor ha aumentado de tamaño, y sin
embargo, es un nódulo y un nódulo como éste que tengo en el seno
izquierdo es parecido al que laceró el pecho de mi amiga y la mató:
células duras y fibrosas crecen y proliferan, causan pena, atraen a la
muerte o esperan la ablación. ¿Ablación de mama?, pronuncio en voz
alta las palabras, me queman los labios, resplandor y puñal, ¿tendré
que sufrir una mutilación?, pues es eso, una mutilación, espejo y resplandor, ¿no significa eso la palabra ablación?, separación o extirpación
de cualquier parte del cuerpo, en este caso la mama, y me dan ganas de
reír y de conjugar al infinito de nuevo la palabra mama, glándula alveolar
compuesta, cuya secreción en las hembras y en los mamíferos sirve
para la nutrición de sus recién nacidos, las mamas, sí, la ablación de las
mamas, una herida oscura y luminosa, un dolor mitigado por la anestesia: deja una cicatriz, un corte irregular practicado en una esfera de
carne globulosa, de paredes gruesas, surcada de venas y de arterias,
una esfera sensible, hermosa, deseable, erotizada, erotizable. A veces, la
cicatriz sigue doliendo por un tiempo indefinido, se dan sesiones de
radioterapia después de la cirugía, se ponen inyecciones con medicamentos especiales para ayudar a sanar la herida y más tarde se dan
masajes que combaten la inflamación. ¿Cómo se verá mi pecho después de quince días, un mes después de la intervención, con una sombra de piel que se le estirará encima, tan delgada que nadie se atreverá a
detener mucho tiempo sus ojos en ella? Para mitigar la angustia, introduzco mi mano debajo de la bata y toco la piel de mis senos, paso los
dedos sobre el pezón y sobre la areola y siento cómo se distienden, se
ponen eréctiles, sigo acariciando con deleite, de pronto siento el nódulo en el pecho izquierdo y caigo de nuevo en mis sombrías cavilaciones. Más adelante cuando la piel se cicatrice, después de la ablación,
esa mutilación, las arrugas comenzarán a insinuarse, se formarán y se
alterarán y si alguien decidiera espiarme de noche, como hace un protagonista de Onetti en una novela memorable, si hace mucho calor y yo
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duermo sin cobijas, desnuda de tal manera que pudiera verse que tengo
un solo pecho y que mi piel se adhiere al hueso y que esa cicatriz que
ahora alguien observa a sus anchas, a escondidas, se ha llenado de
rugosidades como la cáscara de una fruta ¿un melón? (¿tendrá mayor
semejanza con la forma que antes tenía mi pecho?) ¿qué sentirá el mirón? ¿asco, horror, deseo? Quizá descubra figuras levemente dibujadas
por los bordes de la cicatriz, porque yo cicatrizo mal, me quedan cordones gruesos sobre la piel, cicatrices queloides que dibujan otra geografía corporal, otro tipo de protuberancias cuyo tono es apenas más
sonrosado o blanquecino que la piel y también, claro, pueden aparecer
algunas manchas violáceas. Puedo, eso sí, es un pensamiento recurrente, hacerme en todo caso una prótesis, ponerme unos implantes,
¿no se los hacen las artistas de cine para tener un mejor cuerpo? ¿no
se lo hacen las mujeres que quieren ser más sexy? ¿por qué no podría
hacérmelo yo, pues no quiero quedar desfigurada? Le tengo miedo a
los hematomas, a la hinchazón, a la hipersensibilidad durante varias
semanas, como esa otra amiga mía a quien le hicieron una mastectomía
y luego se puso una prótesis que no la dejaba dormir, ni siquiera toleraba el peso de las sábanas de tenue holanda, como se diría en un romance. A lo mejor se había hecho un implante de suero fisiológico y el
líquido se le estaba evaporando. Si me operan, ¿tendré de nuevo sensibilidad en el pezón? ¿seguirán siendo mis senos la parte más erógena
de mi cuerpo? ¿No me pasará lo que a millares de mujeres a quienes la
silicona les ha producido enfermedades “autoinmunes”? Y, ¿si me colocan mal el pezón, si queda fuera de foco? ¿si sobre la areola me colocan
un pezón blanco? ¿me quedará un cuerpo disparejo, tendré que usar
ropa interior especial? ¿ofrecerá mi pecho el desconcertante aspecto de
un ojo ciego? O peor ¿un pecho bizco? Y, ¿si se produce una compresión de la prótesis y me produce una infección incurable? El seno,
especie de esfera de tejido graso, con venas, a veces consistente y con
el tiempo blando, fofo, ridículo, caído, con un oscuro pezón puntiagudo, enmarcado por una zona granulosa, sujeto a las lesiones, a las
herencias, a los genes, a la devastación, a la náusea y, por fin, a la
muerte.
Para distraerme tomo una revista de modas, la abro y en una de
sus páginas aparece el habitual artículo sobre los senos, cómo cuidarlos
para que estén más firmes y suaves, qué tipo de cirugía cosmética utilizar si se quiere aumentar o reducir su tamaño, los ejercicios de yoga
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que ayudan a mantener la serenidad personal y el pecho en alto, las
cremas más adecuadas —siempre las marcas más prestigiadas— para
mantenerlo suave y elástico y, obvio, se enumeran asimismo los más
sofisticados y elegantes corpiños al tiempo que se pasa revista a los
más actuales procedimientos para detectar y curar el cáncer de pecho.
En un Vogue, el último, hablan de novedosas estrategias para vencer a la
terrible enfermedad, los adelantos científicos, las distintas opciones con
las que contamos, la posibilidad de eliminar un tumor utilizando simplemente los rayos láser y la electrónica, tratamientos novedosos y caros, mucho menos violentos y mucho más eficaces que la ablación de
seno o la extracción quirúrgica de una pequeña parte de la glándula. Si
las nociones de entusiasmo y de inspiración constituyen el medio necesario para entender lo que me pasa, espero demostrar que la palabra,
cuya única escena es la de la enunciación, exige referirse a la indecencia:
la imagen de una mujer que se desnuda el torso y siente que su cuerpo
es recorrido por unas luces frías. Antes (hace muy poco), aunque no
fuera necesario, y como medida preventiva, se procedía a cortar el pecho, o ambos pechos, junto con los ganglios; luego decidieron hacer
sólo pequeñas incisiones para extraer el tumor, dejando en la glándula
mamaria una pequeña cicatriz, y en el futuro cercano —aunque ya no lo
vea o no me alcance el dinero para hacérmelo— se utilizará una especie
de lápiz-bisturí que en lugar de escribir penetrará en el tejido blando y
disolverá, gracias a la intensidad de su temperatura, esa sombra grisácea,
el tumor: un pequeño bulto oscuro que aparece perfilado en la pantalla
del ultrasonido, deletreando otro alfabeto, otro sistema de lectura. El
calor podrá atemperarse según sea necesario, gracias a unos termómetros en miniatura, ajustados a una pinzas añadidas a ese instrumento
hueco, puntiagudo, conectado a su vez a una computadora portátil. De
esta forma se destruyen las células cancerosas y no se dañan los tejidos.
La operación ya no se hará en el hospital, sino en el consultorio del
médico, y la paciente, recuperada, se pondrá con cuidado el brassier
provisto de varillas metálicas cuya función es enmarcar el pecho, realzarlo y mantener en su lugar la pequeña venda que protege la huella
breve (del tamaño de una moneda de 20 centavos) dejada en su seno por el
láser, tomará una aspirina y se irá a su casa de inmediato, sola, en la
mayoría de los casos, o con un pariente o amigo en el improbable caso
de que los tenga o de que hayan considerado necesario acompañarla.
Hacia el año 2005, la curación del cáncer de seno será un simple juego
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de niños, indolora, una sencilla escritura incandescente, instantánea,
aunque, eso sí, y a pesar de que no se necesite anestesia ni una larga
estancia en un hospital, será muy cara, y por ello mismo inaccesible.
No saber la verdad aniquila.
Vuelvo a hojear la revista y advierto, sin que la lectura disipe mis
temores, que ya existen otros sistemas distintos al que me acaban de
practicar: detectan los cánceres incipientes con isótopos radioactivos
provistos de una sustancia azul (de un tono exacto al de mi pluma)
inyectada en el pecho para colorear el sistema linfático y localizar los
nódulos que puedan contener células cancerosas. También se introducen colorantes en las venas de las manos que viajan por el sistema
sanguíneo y llegan hasta los vasos que irrigan los senos, haciendo visibles en la pantalla del ultrasonido las anormalidades capilares que el
cáncer provoca: el tumor se ha teñido de blanco. Hay otro procedimiento, aún más preciso que la mamografía: el examen de la médula ósea,
extraída de los huesos de la cadera.
Curiosa, sigo las instrucciones de la revista, y con un bolígrafo
azul, dibujo el contorno de mis venas de la mano izquierda, es una
especie de tatuaje, un árbol escueto, invernal. Imagino que la tinta penetra en la corriente circulatoria y va subiendo, siguiendo el ritmo impuesto por mi corazón, hasta colorear de azul intenso los capilares de
mi seno izquierdo. Con esa misma mano, aún pintada, me abro la bata
y coloco mis dedos sobre mi pecho izquierdo, lo recorro, siento su
peso, la suavidad de la piel, la rugosidad del pezón, bajo un poco la
mano, vuelvo a acariciarme y en ese momento, casi al lado del hueso,
cuando la redondez del seno termina, me percato de la pequeña protuberancia que tanto me ha alarmado, no me arde, ni me escuece, no
siento dolores, esas agudas penas que describen quienes han tenido
crecimientos malignos, no hay decoloración, el nódulo no se mueve ni
altera la esfera perfecta de mi pecho. Pero siento que ha aumentado de
tamaño ¿Por qué ha crecido tanto? ¿no habrá progresado el tumor desde que entré en el laboratorio para hacerme la mastografía, digo, la
mamografía?
Sigo absorta, pensando en la muerte, es una muerte nocturna, oscura, sigilosa, disfrazada, nada me calma, ni siquiera la lectura de los
prodigiosos avances de la ciencia. La inquietud vuelve a apoderarse de
mí con fuerzas renovadas, las emociones acumuladas en ese breve intervalo, el de mi llegada al laboratorio, la lectura intermitente de la no161
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desde la literatura
vela y las revistas, la cursilería y eficacia de la enfermera, la toma de las
placas. De pronto la angustia se mitiga si puedo expresarla con palabras, aunque sean putas, aunque chillen, mejor que chillen.
A una puta le colorean de encarnado los pezones. A las putas les
chupan los pezones encarnados, se los muerden, se los pellizcan, se
los lamen, se los lastiman: chillan.
Me calmo, reflexiono, conjugo la palabra. ¿Qué es un pecho? Un
órgano anatómico en sí mismo o una idea que existe sobre todo dentro
de la mente. El pecho, dicen los psicoanalistas, es objeto de deseos
orales, impulsos, fantasías y ansiedades. La palabra pecho atrae de inmediato la imagen de la madre, el seno materno abarca el vientre entero
y la región del cuerpo llamada pecho es una imagen anatómica, biológica, también simbólica, ¿no decía Freud o alguno de sus acólitos que
el niño divide la imagen del pecho en dos y en sus fantasías uno es el
pecho bueno, perfecto, amable, satisfactorio; el otro es el mal pecho,
odioso y rechazante? ¿como este pecho que ya nada tiene que ver con la
maternidad? ¿un mal pecho, vulnerable a la enfermedad, privado de
erotismo y de vitalidad? ¿un pecho preñado solamente de muerte? ¿un
bodegón de Zurbarán, con bandeja de plata, jarra, laúd, canasta con
manzanas, senos y naranjas?
El pecho, simple estructura anatómica que produce leche en las
mujeres, siguiendo los mismos procesos fisiológicos de todos los mamíferos con glándulas mamarias. Los pechos se desarrollan más en los
humanos, aunque funcionan de la misma manera en cualquier especie
de mamífero; la glándula mamaria es rudimentaria y no funciona, como
regla general, entre los machos, aunque excepcionalmente pueda darse
el caso de que algunos pechos masculinos hayan cumplido las mismas
funciones que los pechos femeninos. ¿Podrán dar de mamar los travestis
operados? Respiro hondo, trato de rechazar esta idea insaciable que da
vuelta sobre sí misma y se alimenta de imágenes morbosas. En los
humanos —más bien en las humanas— los dos pechos están colocados
en la parte delantera del cuerpo, esa parte que va de la cintura para
arriba, o al revés, esa parte del cuerpo que se extiende desde el cuello
hasta el vientre, donde además de los pechos, situados en clara prominencia si se trata de una hembra, se alojan también, allá dentro, el corazón y los pulmones. Las vacas y las perras tienen las glándulas mamarias
en el vientre, entre las patas; la ubre de las vacas está provistas de tetillas y las perras tienen dos hileras de pezones, ¿acaso no es verdad? A
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Margo Glantz
veces a algunas mujeres —y hasta a algunos hombres— les pueden
¿brotar? ¿salir? ¿crecer? glándulas mamarias suplementarias. Me imagino de inmediato con el pecho cubierto de tetillas, como una esfinge
de piedra, de esas que se colocan en hileras en algunos de los parques
o las escalinatas de los palacios. Adheridos a las múltiples tetas que
decoran el vientre de las perras, perros recién nacidos; los pechos marchitos de las mujeres indias que, cuando en el mercado atienden a sus
clientes, llevan a un niño de tres años colgando de su pecho izquierdo.
¿No sería mejor que de los pechos brotase agua y no leche como en las
estatuas femeninas de las fuentes? Con todo, es obvio, es mejor amamantar a los recién nacidos, ¿no se asegura que los niños a quienes sus
madres destetan muy temprano tienen, además de problemas físicos,
problemas psicológicos? El niño de la novela llora porque no le han
dado de mamar; del pecho de su madre, como si fueran peces saltarines,
escurre la leche en tiernos hilos blancos. No dice, ni esconde, indica.
Las palabras restallan, silban, chillan, me ahogan, quedan atoradas en la garganta. Me operarán y extirparán el tumor y quizá también
el pecho, entonces seré anormal, un monstruo, una hembra diferente,
parecida a Polifemo con un solo ojo en medio de la frente: mi torso
exhibirá su triste pecho, solitario, asimétrico, naturaleza muerta. En una
gran bandeja senos, muchos senos, cortados, como manzanas... Reaparece la enfermera con el uniforme bien almidonado, los cabellos en su
lugar, los pechos firmes, el mismo gesto cortés, frío y eficiente, no dice,
ni esconde, indica: mis desvaríos se detienen en seco.
—Ya puede usted vestirse, chulita. El doctor piensa que no hay
que volverla a molestar, las placas salieron bien, sólo falta analizarlas y
mañana por la mañana puede usted venir a recogerlas. O si prefiere, mi
vida, podemos mandárselas a su médico directamente y usted le llama
por teléfono para que él le explique lo que tiene.
Siento como un latigazo la burla anticipada que sus palabras descargan sobre mí, entro al compartimento donde he dejado mi ropa,
empiezo a vestirme lentamente, primero el brassier, de encaje negro,
después de ajustarlo se acopla perfectamente a la forma de mi pecho,
gracias a unas varillas que dibujan perfectamente su contorno y disimulan la diferencia de tamaño entre los pechos derecho y izquierdo
(más grande y decaído el segundo); me pongo luego la blusa, me observo en el espejo, me miro de perfil, yergo el torso, todo en orden: los
cabellos, los collares, los aretes, paso el lápiz rojo sobre mis labios,
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observo mis ojeras y la expresión ansiosa de mis ojos, alzo las manos,
mi mano izquierda esta pintada de color azul. Tomo mi bolsa y extraigo
los anteojos que velarán mi mirada y el reflejo del sol que cae a plomo.
Salgo, por fin, apresurada, del laboratorio. Queda la rabia.
Las palabras chillan, atoradas en mi garganta, no alcanzo a pronunciar sonido. Trato de darles vuelta, las azoto, les doy azúcar en la
boca, las llamo putas, las cojo del rabo, las seco, las capo, las piso, las
tuerzo, desplumo, destripo, arrastro, trago. Anda, putilla del rubor helado, anda, ven, vámonos al diablo.
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María Eugenia D´Aubeterre Buznego
El sueño del metate: la negociación
de poderes entre suegras y nueras1
María Eugenia D´Aubeterre Buznego
E
n San Miguel Acuexcomac, una pequeña localidad del centro
del estado de Puebla, México, los ancianos identifican la presencia de Venus en la cúpula celeste con el nombre de lucero atolero,
o como citlalzoamontl, del idioma náhuatl citlali: estrella; zoamontli: nuera;
literalmente: el lucero de la nuera. Tal denominación expresa, de manera inmejorable, una obligación inscrita en el vínculo matrimonial, soporte fundamental de la organización y la dinámica de los grupos
domésticos en esta población amestizada de origen nahua. La asociación nuera/atole,2 lucero atolero, proyección del orden social al mundo
de la naturaleza (Bourdieu 1998), condensa, de igual manera, la posición estructural que ocupan las mujeres durante una etapa de su ciclo
vital al cumplir uno de los mandatos ineludibles de esta cultura: casarse y convertirse en nuera y, en consecuencia, sujetarse a la tutela que
ejercerán sobre ellas maridos y suegros.
En Acuexcomac, los mayores aun recuerdan que cuando nacía una
niña, entre risas y chanzas, el comentario obligado era ¡Ya llegó mi totolita!3
En cambio si se trataba de un niño se decía que la familia bebería harto
atole. Los significados de ambos proverbios remiten no sólo a la rotulación de género que opera localmente y al conjunto de expectativas so-
1
Este artículo reproduce, con algunas modificaciones, un apartado que aparece bajo el mismo título en el libro: El pago de la novia. Matrimonio, vida conyugal y
prácticas transnacionales en San Miguel Acuexcomac, El Colegio de Michoacán, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Puebla, 2001.
2
Del náhuatl atolli: papilla de maíz. Cfr. Diccionario de la Lengua Náhuatl o
Mexicano (1994).
3
Totola, del náhuatl: totolin, hembra del pavo o huexolotl mesoamericano.
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ciales que rodean a los individuos según el género sino que, también y
de manera fundamental, dan cuenta del sentido del intercambio que se
entabla entre los grupos de potenciales afines. Estas breves sentencias
condensan, de manera sutil, los principios más generales que regulan
las alianzas matrimoniales, lo que tendrá que ser cedido y ser recibido
de acuerdo con el género de los hijos al momento de contraer matrimonio ciñéndose al guión que prescribe la costumbre. En uno y otro caso,
procrear a una niña o a un niño enfrenta a cada grupo doméstico con la
certeza de la obligada movilidad e integración de las hijas a otros grupos y de que, recíprocamente, se puede esperar que otras mujeres ajenas al grupo, en calidad de nueras, se incorporen a él en el futuro.
El disfrute de las capacidades productivas y reproductivas de las
mujeres, que son transferidas al grupo de sus afines, al consagrarse la
alianza matrimonial o simplemente la unión por amancebamiento, se sintetiza en el proverbio mediante la alusión al atole, bebida altamente apreciada cuya elaboración requiere de un gran esfuerzo físico, paciencia y
destreza en el manejo del metlapil4 para lograr que los granos de maíz
finamente pulverizados en el metate,5 al mezclarse con el agua, adquieran una consistencia lechosa. Martajar maíz en la preparación del atole
era una agobiante tarea que, en otros tiempos, usualmente las suegras
descargaban en sus nueras:
Cuando sale el lucero, a esa hora las nueras estaban martajando el atole, una
ollota. La nuera está con el metate martajando el maíz: amanece y ya están
bebiendo atole los suegros. Entonces se levantaban las nueras, cuando sale el
lucero, para que los suegros beban el atole. Por eso lo nombran lucero atolero.
Y el maíz reduro y seco, ahí está brincando el metlapil y la muchacha está
largando sus fuerzas. Ahora no, ahora es más fácil, antes era puras fuerzas
(Doña Esperanza, 64 años).
Los dos proverbios que aluden al atole y la totola expresan, a nivel
del lenguaje coloquial, la particular asunción y actuación del principio de la exogamia y del tabú del incesto en esta comunidad campesina, así como las fórmulas mediante las que deberán resolverse
4
Del náhuatl metlapilli: mano del mortero de piedra para moler el maíz. Cfr.
Diccionario de la Lengua Náhuatl o Mexicano (1994).
5
Del náhuatl metlatl: piedra que sirve para moler el maíz o el cacao. Cfr. Diccionario de la Lengua Náhuatl o Mexicano (1994).
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ritualmente las alianzas ajustadas a este principio. La totola, adornada
con rosas de papel de china, entregada a los padres que ceden una hija
en matrimonio, es el “contradon” que opera en este circuito de intercambios, no de una mujer por otra —como sucede en los intercambios
restringidos o generalizados de las estructuras elementales o semi-complejas— sino de una mujer por otros “signos” como dijera Lévi-Strauss,
en este caso, servicios, alimentos y otros bienes perecederos, englobados
en el llamado “pago de la novia”.
Estos principios, que subyacen a la circulación de las mujeres,
cobran concreción en la denominada patrivirilocalidad, pauta de residencia posmatrimonial predominante, articulada a la práctica de transmisión preferente de los recursos del grupo por vía masculina. Tales
sesgos regulan la configuración y las trayectorias de los grupos domésticos. Bajo este régimen, típicamente, los hijos varones, al casarse o
unirse, llevarán a sus esposas a las casas de sus padres; sucesivamente,
a medida que logren disponer de los recursos necesarios, se espera que
abandonen el hogar paterno con su familia de procreación. En este
modelo de organización familiar (Robichaux 1997) el xocoyote, o hijo
menor, describe sin embargo, una trayectoria diferente: se espera que al
casarse o unirse, permanezca con su mujer y sus hijos en la casa paterna, velando por los padres ya ancianos, hasta su muerte. En consecuencia, el tiempo de corresidencia de una nuera con sus suegros difiere
significativamente según la posición que ocupe el marido en la serie de
hermanos. Además, un sinfín de eventos pueden torcer este curso: infertilidad, viudez, separaciones, celibato o procrear exclusivamente hijas que, por descarte, se convertirán en herederas únicas. Pero, en San
Miguel, ninguno de estos eventos, más bien excepcionales, ha generado los cambios en la organización de la vida familiar y doméstica que
ha propiciado la migración a los Estados Unidos, en particular la migración de las mujeres que, aún solteras o apenas recién casadas, han
emprendido junto con sus hombres la ruta a California, a partir de los
años noventa. De ahí que, cada vez más, la corresidencia prolongada de
las nueras con las suegras vaya convirtiéndose en cosa del pasado. Como
quiera que sea, cabe desentrañar las tensiones que animan este vínculo
complicado, que anuda los afectos de las mujeres de dos generaciones
unidas por el vínculo de la afinidad, incluso, a veces, aunque sus vidas
se organicen, a la distancia, a uno y otro lado de la frontera norte de
México, en esas llamadas comunidades transnacionales.
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desde México
II
Las muchachas de este tiempo
son como la flor de otate,
son buenas para el jarabe
pero flojas pal´metate6
Bien miradas las cosas, la residencia patrivirilocal constituye un arreglo
que reportaba, hasta hace unos años, más ventajas que inconvenientes.
Idealmente, para el grupo doméstico supone prolongar el disfrute de la
mano de obra de un hijo ya casado, ampliar, con la presencia de la nuera,
las posibilidades de diversificar las actividades productivas y beneficiarse de sus capacidades reproductivas en un amplio sentido.
A su vez, para la pareja conyugal recién constituida, la
corresidencia patrilocal representa un periodo de acumulación de recursos previo a la conformación de un nuevo grupo doméstico, periodo que, poco tiempo atrás, era materialmente indispensable para su
porvenir. Este patrón de residencia posmatrimonial, sustrato de la
nupcialidad temprana y de las altas tasas de fecundidad7 acordes a
6
Estrofa de la canción La Despedida que se canta el cuarto día en el que se
extiende la celebración de la boda, ocasión en la que la desposada es entregada a sus
suegros para integrarse a su nuevo hogar. El texto de la canción me fue proporcionado por el cantor Leodegario Flores.
7
La encuesta aplicada en la comunidad en 1991 a 51 grupos domésticos
incluía una sección dedicada a la fecundidad; Fagetti analiza estos datos en el
artículo “Tradición y cambio social en una comunidad campesina”, Temas de población, Consejo Estatal de Población, 1992. “Los datos que proporciona la encuesta,
corroborados por los del Censo, comprueban que las mujeres en San Miguel no
ejercen un control sobre su fecundidad, se trata de una población que se encuentra
en un régimen de fecundidad natural, es decir, ligado a la capacidad reproductiva
que poseen en función de su edad. La vida fértil de las mujeres en San Miguel
transcurre entre embarazos y períodos de lactancia”. Así, en el rango de edades de
15-19 el promedio de hijos vivos es de 0.1, entre los 20-24 es de 1.2, entre los 25-29 es
de 2.5, entre los 30-34 es de 4, entre los 35-39 años es de 5, entre los 40-44 es de 5.3 y
entre los 45-49 años el promedio es de 5.8. “Antes, de los hijos que paría una mujer
sobrevivía solamente la mitad, ahora es diferente y las familias son más numerosas.
Estas consideraciones, fundamentadas en la estructura económica de las sociedades
agrícolas, no pueden entenderse sin tomar en cuenta las ideas que los habitantes de
San Miguel tienen acerca del matrimonio y los hijos, que conforman una cosmovisión
fuertemente permeada por los valores cristianos.” Estas prácticas en materia de
fecundidad han experimentado cambios significativos en los últimos años, a medida que las mujeres se han ido incorporando al circuito migratorio.
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los requerimientos de la producción y mantenimiento de esta sociedad
campesina, comienza, sin embargo, a contravenir los nuevos ideales y
aspiraciones de vida conyugal y familiar. Las remesas de los migrantes
han permitido resolver parte de estas expectativas.
Brevemente descrito, el ideal de pareja conyugal en las primeras
etapas de su formación estaría hoy representado por el binomio constituido por el marido proveedor, empeñosamente comprometido con las
labores del campo, combinadas con su trabajo en el norte o la capital del
país y, de otra parte, la esposa ahorrativa, acomedida en sus gastos,
corresidiendo con los suegros durante un tiempo prudentemente corto,
pero suficiente para amasar la suma de dinero requerida para la construcción de una vivienda propia.
Porque en San Miguel, ni hijos ni hijas acceden a las propiedades
de sus padres inmediatamente después del matrimonio; habitualmente
no reciben bienes sino hasta el fallecimiento de los progenitores o hasta
que éstos alcancen edades avanzadas, incapacitados para seguir dirigiendo y participando activamente en la producción agrícola. En términos rigurosos, siguiendo la distinción propuesta por Davis (1983), la
disposición anticipada de una parcela de terreno para su cultivo por
parte de los hijos casados podría catalogarse en parte como un “acuerdo” entre donador y donatario: los donatarios pueden gozar de los beneficios de la posesión y explotación de la parcela mientras exista ese
acuerdo; sin embargo, los padres retienen las escrituras de propiedad
y, sujetos a sus restricciones, los terrenos tampoco pueden ser enajenados. Esta práctica de transmisión “retardada” de los recursos está vinculada al patrón de residencia que, de forma habitual, concentra aún
hoy a los hijos varones después del matrimonio en viviendas edificadas
en el solar paterno o en predios adyacentes. Asimismo, esta práctica
origina que durante un periodo importante del ciclo los grupos domésticos estén integrados por familias extensas.
La propiedad de las tierras de cultivo retenidas durante varios años
por el jefe de familia se dispersará en manos de los hijos —y de manera
residual entre las hijas— a la muerte de los padres. Como en otras
sociedades campesinas, los arreglos para el usufructo restringido que
descansan en estos acuerdos temporales entre padres e hijos implican,
además, el establecimiento de una reserva parental mientras viven uno
o ambos progenitores, “que les permite asegurarse que los hijos les
tratarán bien cuando sean viejos y también para permitir nuevos ajus171
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tes: si los acuerdos realizados mientras vivían han sido injustos, se
pueden igualar cuando mueren” (Davis 1983: 187).
Pero en San Miguel, no obstante la persistencia de este patrón que
concentra la propiedad y la legítima capacidad de disponer de los bienes en manos de los mayores por un tiempo prolongado, hoy los jóvenes
incorporan más recursos a la sociedad conyugal; al menos los hombres
que varios años antes de casarse o amancebarse ya han comenzado a migrar. Antes, sólo se llevaban promesas al matrimonio. Se podía contar con
un techo seguro y la manutención cotidiana compartida con el grupo de
corresidentes; una parte de los ingresos generados por la venta de petates8
y chiquihuites,9 producidos por la joven pareja, iba a parar a manos de los
caseros, de los padres, integrados a un fondo común. Con el tiempo, a
medida que iban naciendo los hijos, se permitía a la pareja reservar sus
propios ingresos e iniciar, lentamente, la adquisición de algunos enseres
domésticos.
El padre, viendo los años correr, pensaba entonces en dejar señalado
las fracciones de tierra que corresponderían a cada hijo, si además disponía de tierras en propiedad las hijas podían esperar ser consideradas en
el reparto. Pasados unos años, el hijo ya casado, presionado casi siempre
por la esposa, solicitaba desapartarse, contar con una parcela para asegurar
el consumo de los suyos. La solución en otros casos era la medianía o,
con suerte, explotar pequeñas fracciones cedidas también bajo “acuerdos” por los padres de las esposas si disponían de tierras.
Cuando la suegra apoyaba de buena gana el proyecto de desapartar
al hijo casado se mortificaba por el porvenir de la nuera y procuraba
dotarla de algunos utensilios necesarios para la cocina: trastes de barro,
cajetes, cazuelas, algún molcajete con su temolote10 y el indispensable
metate, empleado para moler. Entonces no había molinos en el pueblo y
la obligación de toda buena suegra era regalar un metate a la nuera,
como lo siguen haciendo algunas suegras aunque, sin duda, hoy esta
práctica va perdiendo vigor. La costumbre dictaba que el metate no podía
ser de uso, había de ser nuevo, no estrenado por la que hace la donación.
8
Del náhuatl petlatl: estera.
Canastos tejidos por los hombres empleando otate o carrizo.
10
Temolote: piedra del molcajete o mortero. En náhuatl, temolcaxitl, de la raíz
tetl, piedra, Cfr. Diccionario de la Lengua Náhuatl o Mexicano (1994).
9
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Si uno quiere adentrarse con detalle en la calidad de las relaciones
entre suegras y nueras, que en la actualidad remontan los cincuenta
años, basta preguntarle a cualquier mujer de estas edades si recibió el
consabido metate cuando entró o se metió11 a su nuevo hogar de casada.
Algunas suegras previsoras se adelantaban y aún sin tener nuera adquirían un nuevo metate, reservándolo para la ocasión del casorio del hijo:
El metate le toca darlo a la suegra. A mí no me dio, me dio un cochinito
chiquitito que tenía ella. Me dice:
Ese cochinito lo creces y ya que esté grande lo vendes y con eso te compras tu
metate.
Y así hice. Me compré mi metate nuevo. Pero algunas suegras que sí piensan,
todavía no tienen nuera, no ha llegado la nuera, pero el metate ya lo compraron. Y llega la nuera y ya se casó, que se acabó la boda y dicen: mira hija, este
metate lo compré para ti (Doña Laura, 38 años).
Los hombres se burlan y desacreditan esta creencia, restándole
veracidad a esta costumbre, a decir de ellas, ancestral, legada de sus
abuelas: el metate ha de ser de estreno, con mayor razón si la nuera entró
como Dios manda, pedida. Y las mujeres argumentan que si ellas entraron nuevas, vírgenes, el metate también ha de serlo, es un contradon
que pondera esa apreciada virtud: ¿si yo entré nueva, por qué me ha de
regalar un metate usado?, comentan con orgullo.
Pero además, insisten en que si la suegra entrega un metate usado
antes por ella misma, en la otra vida, esa que nos espera después de la
muerte, suegra y nuera se disputarán su propiedad: la suegra, que lo ha
disfrutado desde siempre, lo reconoce y querrá hacerse de nuevo con
su metate. Algunas, las que se quedaron a la espera de recibirlos y tuvieron que conformarse con uno ya usado, se han soñado después de
muertas expuestas a las reclamaciones de las suegras que intentan despojarlas. Sobresaltadas, recuperan, despiertan rumiando rencores añejos, infundidas de la firme decisión de comprarse un metate nuevo y
dejar de usar el metate que dio servicio a la suegra.
11
Los migueleños distinguen entre una y otra acción, la primera corresponde
al ideal de pedir a la novia en casamiento; la acción de meterse, en cambio, alude a la
práctica más frecuente de “robarse” a la muchacha, en realidad, fuga concertada de
los novios que deviene en una unión consensual.
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Comentaban a los maridos la experiencia onírica, se enfrentaban
a sus burlas pero, no obstante, en la primera ocasión que sobraban los
pesos necesarios para adquirirlo, regateaban con los marchantes de
los mercados el precio de su compra. Ya satisfechas, podían entonces
transferir a algunas de sus hijas el antiguo metate que usó la suegra. La
nieta, ya aprovisionada indirectamente con la herencia de la abuela,
podía ayudar a la madre en la molienda de todos los días. No hay que
subestimar las propiedades de los sueños, sus virtudes proféticas en
la sociedad prehispánica, la importancia de sus interpretaciones en las
decisiones y en los actos de la vida cotidiana. Advierte Tedlock que
La mayoría de los euroamericanos no conceden a la experiencia del sueño la
misma categoría que a los acontecimientos de la vigilia [...] no son capaces de
integrar por completo las experiencias de los sueños en su comportamiento
consciente y en su memoria. Esto contrasta marcadamente con la situación
entre los individuos de numerosas sociedades nativas americanas, para quiénes los sueños no son una fuente de simple ilusión sino más bien de conocimiento de otro mundo o de un mundo paralelo (Tedlock 1995: 136-137).
En las sociedades amerindias, las revelaciones de los sueños no
sólo tienen implicaciones estéticas al verterse su contenido en producciones artísticas, artesanales, en narraciones, cantos, danzas, etcétera, sino
que dan lugar, también, a complicadas teorías, epistemologías codificadas y sistemas simbólicos, trabadas en sistemas ontológicos y psicológicos. Existen también ilustraciones del uso pragmático de los sueños en
varios dominios, como el de la política, la guerra y la vida familiar.12
Así, a decir de Doña Lucía, su suegra nunca la quiso y hasta el
día de la muerte de la anciana, Lucía recordaba con amargura los sinsabores de toda su vida de casada en compañía de la suegra, porque a
Doña Lucía le tocó la suerte de casarse con xocoyote. El metate ajeno,
usado por la suegra, es parte de su anterior propietaria, una prolongación de ella misma que persigue, fantasmagóricamente, a la nuera que
usufructúa sus servicios, que persigue en los sueños al objeto de su
propiedad. La mujer no lo dudó por más tiempo y, presurosa, acudió
con su abuela en la búsqueda de la interpretación de lo que presagiaba
el inquietante sueño:
12
En ese tenor, Tedlock refiere que por ejemplo entre los nahuas de San Miguel
Tzinacapan, en el estado de Puebla, existe un metalenguaje funcional del sueño
empleado por chamanes y por legos en la interpretación de los sueños en la bús-
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Mi suegra no me regaló un metate nuevo, no más me regaló un metate de ella.
Pero viera usté que veo en mis sueños que me lo quita. Una vez soñé que estaba
yo moliendo con ese metate y me lo quitó la señora, yo vide que se lo cargaba
con su rebozo mi metate. Y luego yo le decía: “no, oiga usté, es mi metate”.
No, dice ella, es mío. Y fui y le platiqué a la difuntita mi abuelita. Entonces
agarra y me dice, pero en mexicano: “no es bueno, hija, no lo estrenaste tú,
cómpratelo que sea tuyo, aunque no sea grande tu metate, cómpratelo, aunque sea chiquito, pero que tú lo estrenes”.
Porque decía mi abuelita que cuando muriéramos nos lo quitan, cuando me
muera yo y no es mi metate y ya allí ante dios la señora abuelita, ella, mi suegra
recoge su metate. Entonces yo no tengo ni uno mío, yo también mi nuera le he
de comprar el suyo. Le digo a mi señor que cuando llegue yo a tener un borrego
grande, lo he de vender y he de comprar mi metate. Y ya pregunté en una
tienda, me daban un metate por cincuenta pesos, pero ya tiene como dos años
de eso... (Doña Lucía, 44 años).
Este rico material que aparece en varios testimonios de las mujeres
que pude entrevistar, obliga a referir otra vez la compleja relación que se
establece entre las mujeres unidas por este vínculo, los macro y los
micropoderes que ejercen las suegras aun en el mundo de los sueños,
incluso después de la muerte. En suma, volver, de nueva cuenta, a las
relaciones que se ocultan tras los objetos que circulan entre los individuos, los que se dan de buena fe y los que se dan investidos de aviesas
intenciones, a la lógica que subyace a las prestaciones que se entablan
entre los géneros y las generaciones.
Hombres y mujeres transforman la naturaleza, representándosela,
recreándola, humanizándola, como dijera Marx en los ya bastante olvidados Manuscritos de París. En este incesante intercambio material y
simbólico que supone la producción y reproducción de lo humano, los
utensilios, los instrumentos de trabajo prolongan la corporeidad, extienden esos cuerpos sexuados connotados por la posesión o la carencia de
ciertos atributos reales o imaginados, cuerpos modelados y disciplinados por las prácticas que cada cultura define como exclusivas de hombres
o mujeres de acuerdo con la división sexual del trabajo y de la vida.
Constitutivo de las lógicas que ordenan la organización de la producción material en esta sociedad campesina, el género es un principio
queda de solución a los conflictos familiares. “En lugar de comenzar con un texto
narrativo del sueño, el sueño de un cliente o aprendiz es cuidadosamente explicitado,
a través de preguntas y respuestas, y entonces renarrado por el intérprete en términos de un viaje a otro mundo por parte de un seguimiento del yo interior o alma del
soñador” (Tedlock 1995: 163).
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primordial que define el acceso y la posesión de los individuos de los
medios de producción, los objetos y los instrumentos de trabajo. El
arado y la yunta son objetos y medios típicamente masculinos, el barbecho y la labor son faenas reservadas a los hombres, aunque las mujeres intervengan activamente en las labores de nancar, despiedrar, deshierbar,
despuntar y pizcar las mazorcas en las milpas.
Se ha dicho con insistencia que la agricultura intensiva basada en
el empleo del arado se tradujo en un declive relativo de la contribución
de las mujeres a la producción agrícola. El argumento de la menor
capacidad física de las mujeres aducido para explicar su confinamiento
a otras labores requeridas en la producción cerealera y, básicamente, a
las labores del procesamiento del grano para hacerlo comestible, ha
sido objeto de incontables debates que no voy a referir aquí. Como quiera que sea, se admite que en las sociedades que basan una parte fundamental de su sustento en la agricultura intensiva, el tiempo y las energías
invertidas por las mujeres en el desgrane, molienda y la preparación de
los alimentos es comparativamente mayor que el invertido en las sociedades horticultoras en las que, por el contrario, las mujeres habrían
tenido un papel más destacado en el control de la producción.13
En San Miguel, como en el resto de las sociedades maiceras
mesoamericanas, el metate y el metlapile son, virtualmente, extensiones
de la corporeidad femenina, compañeros inseparables desde su más
tierna edad en el desempeño de su tarea de nutrir a los otros. Cuando,
obligadas por el compromiso de una mayordomía, de un casorio o de
13
Los datos aportados en los estudios interculturales de Murdock, las hipótesis pioneras planteadas por Esther Boserup, que llamaron la atención sobre el impacto de la presión demográfica y la transición tecnológica en la división sexual del
trabajo, dieron inicio a una amplia discusión sobre el declive relativo de la participación de las mujeres en la agricultura intensiva.
Los modelos se hicieron más complejos con la ponderación del peso de variables tales como la estacionalidad climática, la cría intensiva de ciertas variedades de
ganado, el tipo de cultivo y los requerimientos específicos del procesamiento de los
granos. Algunas de estas variables aparecían positivamente correlacionadas con la
intensificación del trabajo doméstico de las mujeres y un aumento de la participación masculina en la agricultura intensiva. Los trabajos de Martin y Voorhies: La
mujer: Un enfoque antropológico, 1978, especialmente los capítulos 8 y 9, asimismo, el
artículo de Carol Ember, “The Relative Decline in Women’s Contribution to Agriculture
with Intensification”, American Anthropologist, 1983, y el trabajo de Laurel Bossen,
“Las mujeres y las instituciones económicas”, en Antropología Económica, 1991, ilustran la discusión del tópico.
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un bautizo, tienen que moler fuera del espacio de sus cocinas, las mujeres prefieren acarrear sus propios metates de un lado a otro, con uno
ajeno no se hallan.
En el interminable intercambio de servicios y saberes que instaura
la división del trabajo atendiendo al género, el metate encarna lo femenino como, de manera análoga y opuesta, el arado que rotura la tierra,
encarna lo masculino. He escuchado decir en San Miguel que si algún
muchacho entra a la cocina materna y menea los frijoles en la olla,
sirviéndose el alimento, después, a la vuelta de los años, cuando se
case, procreará solamente niñas. “¿Para qué te sirves?, recriminan los allí
presentes al insensato, espera a que te sirva tu mamá, que te sirva tu hermana o ya casado tu mujer, cuando tengas familia puras mujeres habrás de
tener”...proverbio que traduce para el campesino un presagio nefasto, el
vaticinio de que con el correr del tiempo verá mermar sus fuerzas vitales sin contar con el auxilio de un hijo yuntero.
La violación del tabú que instaura la división sexual del trabajo
augura malos presagios, porque las mujeres vienen a este mundo a
servir a los hombres, a molerles y alimentarles, su lugar es el fuego del
hogar, mientras que el oficio distintivo de los hombres es el manejo de
la yunta. El instrumento de madera, bajo la firme conducción del yuntero, hinca su diente férreo en el vientre de la tierra. El surco fecundado
da sus frutos a la espera de que las manos y la paciencia femenina los
transformen en comestibles. Del metate que disciplina al cuerpo femenino, que le imprime una postura, gestos y movimientos, callosidades y
durezas precisas para su manejo, emana el alimento dador, mantenedor
de la vida, forjado en el espacio humeante de la cocina. Tierra, yunta,
metate y morada son los pilares que sostienen a la vida familiar para
que toda la vida siga su debida marcha.
La obligación de moler y guisar para alimentar a sus hijos y a sus
hombres acapara una inmensa parte de la vida de las mujeres. Esquemáticamente mirado, el “hombre-arado” proporciona el grano que la
“mujer-metate” transforma en alimento, intercambio que ordena y reproduce la dependencia vital de la pareja conyugal. Circuito incesante
de prestaciones y contraprestaciones que, sin duda, constituye el sustrato
material, la fórmula elemental de la relación conyugal heterosexual en
estas sociedades. A este intercambio se superpone, fundiéndose en uno
solo, el intercambio erótico, la fusión de los cuerpos, la mezcla de fluidos vitales que están en el origen de la vida. Las mujeres en sus cuer177
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pos y con sus manos prolongadas en metate, transforman las simientes
y las hacen viables, convirtiéndolas en nuevos cuerpos que crecen y
mantienen del lado de la vida.
Hijos y cónyuges son posesiones de las mujeres porque ellas les
muelen, porque de ellas dependen de manera vital. De ahí la existencia
desgraciada del soltero viejo, del viudo sin hijas, de aquel que no goza
de la compasión de una nuera que le ofrezca, tan siquiera, un taco de sal.
Casarse y parir hijos es tener la prerrogativa de alimentarlos, por eso,
cuando otras, desplazándolas o sustituyéndolas, asumen por ellas esa
función constitutiva de su identidad genérica no es raro que irrumpa el
conflicto, las rivalidades, como en el caso del marido adúltero que ofende a la esposa legítima prefiriendo la comida de la querida, de “la otra”.
Cuando los maridos se van, obligados a migrar, en la búsqueda del
sustento para sus familias en otras tierras, las mujeres quedan presas
de una mortificación maternal, angustiadas por su sobrevivencia cotidiana, por lo que sus hombres comen o dejan de comer. Para las mujeres conyugalidad es maternidad, entrega y preocupación por la
sobrevivencia de los otros:
Sí, los sueña uno, sueño que él está conmigo y vengo a despertar y no...Y a él
también le pasa lo mismo, a veces me viene diciendo:
—Sueño que estoy contigo y llego a despertar y no hay nadie conmigo.
Porque yo en mi caso siempre pienso en él, en cómo estará allá, en cómo vivirá
allá, en quién le hará de comer, quién le lava. Así le digo a él:
—¿Cuando estás allá quién te hace de comer? Y dice:
—¡Pues quien!, yo mismo me hago de comer, me lavo mi ropa...
(Doña Federica, 32 años, esposa de un migrante recurrente a California).
De igual modo, casar a un hijo supone aceptar que otra, la nuera, lo
tenga bajo su control, comiendo de su mano, dicho del todo familiar que
manifiesta la asociación indisoluble entre comer y fornicar, de ahí que
las artes eróticas y culinarias de las mujeres sean miradas como fuente
de poder, toleradas cuando se ejercen al calor del hogar, estigmatizadas
fuera de estos límites.14
14
En un estudio realizado en Pajapan, una comunidad nahua ubicada en el
sur del Estado de Veracruz, Vázquez García (1997: 182) encuentra esta misma asociación. Advierte la autora que costumbres “locales establecen que la mujer no debe de
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Cuando una suegra cumple con la prescripción de donar a la nuera un metate nuevo está desprendiéndose de la prerrogativa de nutrir al
hijo; cumple, así, con la prescripción de no retenerlo para sí, de aceptar
que, desde ese momento, pertenece a la otra, a la nuera. En suma, legar
un metate nuevo es también de algún modo, someterse, acatar el tabú del
incesto. Si la entrega del tlayolpachol, denominación local del “pago de la
novia”, constituye un hito más en el curso ritual del proceso de separación de la novia de su familia de orientación, la entrega del metate nuevo
simboliza, a la par, la necesaria ruptura del vínculo nutricio madrehijo. Dar un metate usado por ella misma a la nuera es crear un campo
de ambigüedades: es seguir proveyendo simbólicamente al hijo aún
después de casado, incluso después de la muerte.
Todo este complejo simbólico, que se anuda en contenidos oníricos,
que se hace prácticas, que subyace a las angustias y conflictos en la
disputa femenina por el hijo-esposo, bisagra del nexo entre suegra y
nuera, encuentra su resolución en el plano ritual con la entrega del
metate nuevo. Con la entrega, cada quien, suegra y nuera son definidas
en un nuevo estatuto, porque para el marido, la esposa sintetiza maternidad y conyugalidad. Lagarde sostiene que el matrimonio representa
para el hombre,
la transferencia de la primacía de la madre progenitora a la esposa-madre. [...]
su madre deja de ser la responsable vital de su sobrevivencia y pierde capacidad relativa de injerencia en su vida [...], la esposa se transforma en la responsable de la reproducción doméstica del cónyuge, y accede, por mediación de la
sexualidad —erótica y procreadora—, a la adscripción familiar y social que él le
otorga (Lagarde 1990: 434).
En consecuencia, el nudo de la contradicción estriba “en que la
esposa se convierte en madre de su esposo y rivaliza con su otra madre,
pero, además, la esposa sí se relaciona eróticamente con él, relación que
genera rivalidad con la madre, en cuanto esposa del hijo, impedida a la
vivencia erótica con él debido al tabú de incesto”. La rivalidad y la competencia que usualmente caracteriza el vínculo entre suegra y nuera
preparar alimentos para un hombre que no sea su esposo. En el idioma náhuatl la
palabra `comer’ tiene un doble significado: es al mismo tiempo la ingestión de
alimentos y el ejercicio de la sexualidad. El hecho de que la mujer prepare alimentos
para un hombre que no es su marido puede ser interpretado como un acto de
coquetería, y las mujeres de reputación `limpia’ deben evitarlo”.
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emanan de esta contradicción que procura ser resuelta, en el plano simbólico, con el legado del metate nuevo que encarna la transición de la
muchacha a la plenitud de la condición conyugal de las mujeres.
Desde una perspectiva psicoanalítica, Estela V. Welldon, en un interesante trabajo en el que analiza los poderes que la maternidad confiere a las mujeres, ha propuesto una lectura alternativa del llamado
complejo de Edipo. De acuerdo con la autora, la sociedad occidental
estaría más dispuesta a reconocer el incesto paterno, mientras que, por
el contrario, la idealización de la figura materna habría llevado a eximir
de toda responsabilidad a Yocasta, madre de Edipo, por la consumación de sus deseos incestuosos. Welldon sugiere que esta diferencia de
reacción posiblemente esté provocada por la incapacidad de la sociedad
para considerar a las mujeres como seres humanos completos. Las dificultades para reconocer que las madres son capaces de abusar de su
poder podría ser resultado de un rechazo total, como un mecanismo
para enfrentar esta desagradable verdad. La mujer es considerada como
un objeto parcial, un mero receptáculo de los propósitos perversos del
hombre (Welldon 1993: 127).
En la etiología de las perversiones maternas, entre ellas, el incesto,
Welldon identifica tanto aspectos psicobiológicos como sociales, particularmente, la política del poder.
El estudio de la política del poder quizá esclarezca la comprensión de las
funciones maternales. Quizá si las mujeres tuvieran un tradición mayor de
pertenencia a la estructura de poder, sus actitudes hacia los hombres y los
hijos no estarían dominadas, como ahora lo están, por una debilidad que se
esfuerzan en convertir en posesividad y control (Welldon 1993: 127).
En el sistema simbólico que ordena las relaciones entre los géneros y las generaciones en esta población campesina del Altiplano Central mexicano la maternidad aparece investida libidinalmente. La
maternidad, valor supremo que enaltece a las mujeres, al mismo tiempo es reconocida como fuente de poder y de situaciones catastróficas en
el orden social; pero este mismo sistema provee del dispositivo ritual
adecuado para marcar estos tránsitos fundamentales en el ciclo vital de
las mujeres: la asunción del papel de suegras por un lado y el desempeño de la condición de esposas-madres, por el otro. La entrega del
metate, más que acto de donación material, es un gesto ritual de transferencia de los poderes maternales sobre el hijo-esposo, es investidura de
un nuevo estatuto, traduce la iniciación de la nuera en casera, posición
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estructural que le confiere derechos y obligaciones específicas, como lo
sabe Doña Esperanza, una mujer de 64 años:
La suegra le entrega sus platos, su bote para el nixtamale, el metate y le dice a
la muchacha: tienes que recibir, ya eres casera, hija, ya quedaste aquí. Y ya se
hace uno de la obligación del hombre, ya es su mujer para componerle su ropa,
para lavarle, para hacerle los alimentos. Sólo que uno esté enfermo puede la
mamá molerle al hijo ya casado, pero si no, no.
El objeto regalado por la suegra marca una tregua, es un pacto de
buena voluntad que augura una relación de reconocimiento, de respeto
mutuo. Pacto sutil entre mujeres que rivalizan por el afecto del mismo
hombre-hijo-marido, halagado y beneficiario de la rivalidad, pacto entre mujeres homologables por la misma condición de seres periféricos
al grupo. Si las suegras cumplen con el dictado propositivo que encierra el tabú de entregar un metate nuevo, el metate propio, que prolonga a
su propietaria, sólo circulará de manos de la abuela paterna a una nieta
que le dará uso durante su vida de soltera, aunque a veces puede terminar también en manos de un nieto preferido, que lo atesora como parte
del legado de sus mayores. El metate traza así, en su recorrido, una línea
que evoca la patrilinealidad remarcando, simbólicamente, la forma como
deben transmitirse los recursos en esta sociedad distinguible por este
sesgo. Si el metate propio circulara de suegra a nuera y de ésta a alguna
de sus propias nueras, y así sucesivamente, marcaría un circuito de
sucesión entre las mujeres sólo vinculadas al grupo por la afinidad,
responsables de la dispersión del patrimonio familiar, beneficiarias indirectas de los recursos al casarse con los hijos del grupo.
Bien casadas o metidas por la acción del robo de la novia, en este
régimen, las nueras son siempre seres periféricos. En general, se incorporan a la sociedad conyugal desprovistas de recursos, tienen pocas
expectativas de aportar bienes materiales al fondo común e incluso, años
atrás, estas expectativas eran menores aún. La que recién entra o la que
recién se mete de nuera ocupa en este entramado de relaciones una posición estructuralmente inferior a la otra, a la suegra, progresivamente
investida de la legitimidad que le confiere la maternidad para el disfrute de los recursos del grupo.
En los años sesenta, Jane Collier (1973) refería que en Zinacantán,
Chiapas, en donde predomina el mismo patrón de residencia posmatrimonial, las mujeres casadas constituyen un foco de conflictividad.
Removidas del lado de sus padres e incorporadas a un hogar extraño,
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las mujeres tienden a establecer una fuerte lealtad hacia sus hijos. Al
paso de los años, se esforzarán por retener el control sobre sus hijos
varones frente a las pretensiones de las nueras intrusas. Se trata, en
suma, de que las mujeres ocupan una posición ambivalente, resultante
de su definición en el entramado de las relaciones de parentesco y de
las normas que ordenan el acceso a los recursos vitales del grupo doméstico. Por eso, en los primeros años de matrimonio, las mujeres
procuran alejar a sus esposos de sus padres y hermanos con la pretensión de que el trabajo de sus maridos beneficie, en lo fundamental, a
sus propias familias de procreación. La migración al otro lado de la
frontera norte, en más de un sentido, ha hecho posible esta expectativa;
en los últimos años aumenta con celeridad el número de mujeres que
no recibirá un metate nuevo de sus suegras, porque se espera que la
distancia entre Acuexcomac y los diversos asentamientos de migueleños
en California se encargue ahora de romper el vínculo nutricio entre las
madres y los hijos que ya tienen mujeres propias.
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poesía
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Olga Orozco
Olga Orozco
Hebe Rosell
O
lga Orozco muere el 15 de agosto de 1999, a los 79 años, en
Buenos Aires, un año después de recibir el premio Juan Rulfo
de Literatura.
Afirmaba que la poesía sirve para lo extraordinario: “La poesía está
entretejida con la sustancia misma de la vida, llevada hasta sus últimas
consecuencias”. “Mí poesía es sangre Ilimitada, sangre de abrazo, sangre de colmena”.
Leer a Olga Orozco, una de las poetas más respetadas y admiradas de la generación de escritores argentinos de los años cuarenta, estremece. Sus obsesiones, la infancia, la pasión, el miedo a la muerte, el
paso del tiempo, la magia, los presagios, el dolor, la inocencia, son
parte del juego demandante y liberador con que reinventamos una y
otra vez este terrible mundo, los feroces gatillos percutidos a mansalva
para defender nuestro deseo, el goce, la plenitud. Olga Orozco lo sabe
todo, y despliega sin embargo el vértigo de su fragilidad y su melancolía. No sabe que nos salva de la muerte y que nos impone la belleza para
salvarnos en vida. Una poesía implacablemente personal con instinto
de comunidad solidaria; lunar y terrena, solitaria y generosa, caja de
Pandora y océano. Olga: la madre siempre buscada, la hermana deseada, la hija que nos interpela infatigable y honda.
Como sucede con el misterio, la poesía de Olga Orozco incita al
exilio, tras la promesa; no nos es totalmente revelado, pero nos cambia.
Allá vamos.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
poesía
Olga Orozco
(de Las muertes, 1952)
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre
/alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros
/las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí
igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
que los cambiantes sueños
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes
/del primer aposento.”
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Olga Orozco
Para hacer un talismán
(de Los juegos peligrosos, 1962)
Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul
/escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar
el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes de que sea tarde,
antes de que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.
Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio
/o de tu dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
poesía
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!
Aun menos que reliquias
(de La noche a la deriva, 1984)
Son apenas dos piedras.
Nada más que dos piedras sin inscripción alguna,
recogidas un día para ser sólo piedras en el altar de la memoria.
Aun menos que reliquias, que testigos inermes hasta el juicio final.
Rodaron hasta mí desde las dos vertientes de mi genealogía,
más remotas que lapas adheridas a ciegas a la prescindencia y al sopor.
Y de repente cierto matiz intencionado,
cierto recogimiento sospechoso entre los tensos bordes a punto
/de estallar,
el suspenso que vibra en una estría demasiado insidiosa,
demasiado evidente,
me anuncian que comienzan a oficiar desde los anfiteatros
/de los muertos.
¿A qué aluden ahora estas dos piedras fatales, milenarias,
con sus brillos cruzados como la sangre que se desliza por mis venas?
A fábulas y a historias, a estirpes y a regiones
entretejidas en un solo encaje desde los dos costados del destino
hasta la trama de mis huesos.
Exhalan otra vez ese tiempo ciclópeo en que los dioses eran
/mis antepasados
malhechores solemnes, ocultos en la ola, en el volcán y en las estrellas,
bajaron a la isla a trasplantar sus templos, sus represalias,
/sus infiernos,
y también esos siglos de las tierras hirsutas, emboscadas
/en el ojo del zorro,
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Olga Orozco
hambrientas en el bostezo del jaguar, inmensas en el cambio de piel
de la serpiente.
Pasan héroes de sandalias al viento y monstruos confabulados
/con la roca,
pueblos que traficaron con el sol y pueblos que sólo fueron dinastías
de eclipses,
invasiones tenaces como regueros de hormigas sobre un mapa de
coagulada miel;
y aquí pasan las nubes con su ilegible códice, excursiones salvajes,
y el brujo de la tribu domesticando a los grandes espíritus como un
encantador de pájaros
para que hablen por el redoble de la lluvia, por el fuego o el grano,
por la boca colmada de la humilde vasija.
En un friso de nieblas se inscribe la mitad confusa de mi especie,
mientras cambian de vestiduras las ciudades o trepan las montañas
o se arrojan al mar,
sus bellos rostros vueltos hacia el último rey, hacia el último éxodo.
Un cortejo de sombras viene del otro extremo de mi herencia,
llega con el conquistador y funda las colonias del odio, de la espada
y la codicia,
para expropiar el aire, los venados, los matorrales y las almas.
Se aproxima una aldea encallada en lo alto del abismo igual que un
/arca rota,
una agreste corona que abandonó el normando y recogieron
/los vientos
y las cabras,
mucho antes que el abuelo conociera la risa y los brebajes para
expulsar los males
y la abuela, tan alta, enlutara su corazón con despedidas y desgastara
los rosarios.
Ahora se ilumina un caserío alrededor del espinillo, el ciego
/y el milagroso
santo;
es polvareda y humo detrás de los talones del malón,
de los perros extraídos del diablo,
poco antes que el abuelo disfrazara de fantasmas las viñas,
los miradores, los corrales,
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
poesía
y la abuela se internara por bosques embrujados a perseguir el ave
de los siete colores
para bordar con plumas la flor que no se cierra.
Y allá viene padre, con el océano retrocediendo a sus espaldas.
Y allá viene mi madre flotando con caballos y volanta.
Yo estoy en una jaula donde comienza el mundo en un gemido y
continúa en la ignorancia.
Pero detrás de mí no queda nadie para seguir hilando la trama
/de mi raza.
Estas piedras lo saben, cerradas como puños obstinados.
Estas piedras aluden nada más que a unos huesos cada vez
/más blancos.
Anuncian solamente el final de una crónica,
apenas una lápida.
Con esta boca, en este mundo
(de Con esta boca, en este mundo, 1994)
No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.
Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo, con la lengua cortada.
¡Ah no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
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Olga Orozco
trabé con cada sílaba los bienes y los males que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte,
/poesía.
Hemos ganado, hemos perdido,
porque ¿cómo nombrar con esta boca, cómo nombrar en este mundo
con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
Señora tomando sopa
(de Con esta boca, en este mundo, 1994)
Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena
/de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.
Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizás se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,
hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga ese fuego
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
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desde la identidad
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Shane Phelan
Lesbianas y mestizas:
apropiación y equivalencia
Shane Phelan*
L
os primeros modelos aditivos que se plantearon a propósito de la
opresión han dado lugar cada vez más a una comprensión de
que la opresión y la resistencia se viven como unidades, y que
debe formularse otra manera de entender los efectos acumulativos de
las múltiples opresiones. La Colectiva Río Combahee ha descrito las
opresiones como “enlazamientos”, afirmando así que “la síntesis de
estas opresiones crea las condiciones de nuestras vidas”.1 Más recientemente, el concepto de “nueva mestiza” de Gloria Anzaldúa ilumina una
visión de la opresión múltiple como el sitio de una nueva conciencia,
una conciencia con una apreciación más elevada de la ambigüedad y la
multiplicidad. El efecto de enlazar así los sistemas de poder es evitar
una identidad única segura. No es una debilidad, sino una fuerza; únicamente tal dislocación puede provocar la conciencia de las posibilidades y la tolerancia de la ambigüedad que ella ve como requisitos para el
cambio social verdadero.
El trabajo de Gloria Anzaldúa sobre la nueva mestiza intersecta
dos discusiones acerca de la identidad lesbiana que estaban separadas.
La primera es la discusión, sostenida desde hace mucho tiempo entre
gays blancos, acerca de la sexualidad entendida como etnicidad. La segunda, de mayor uso “lesbiano”, se refiere menos a “los hechos” acerca
*
El presente ensayo pertenece a Playing with Fire: Queer Theories, Queer Politics
“Jugando con fuego: teorías queer, políticas queer”), editado por Shane Phelan para la
editorial Routledge, Nueva York y Londres, 1997.
1
Combahee River Collective, “A Black Feminist Statement”, en All the Women
Are White, All the Blacks Are Men, But Some of Us Are Brave: Black Women’s Studies,
editado por Gloria T. Hull, Patricia Bell Scott y Barbara Smith, The Feminist Press,
Nueva York, 1982, p. 13.
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de la sexualidad y más a la conciencia mestiza, una posibilidad de pensamiento que puede resultar fructífera para toda la gente. En esta segunda
conversación, la mestiza aparece como una “otra que-no-es-apropiada”,
es decir como una que reta las categorías existentes por su rechazo o
incapacidad para acomodarse a ellas.2 Después de encarar la primera
discusión, regresaré a la cuestión de la posición y la conciencia de la
mestiza como modelo para la teoría feminista. El lesbianismo es un
lugar de opresión social; pero no es simplemente análogo a la raza. La
analogía simple, y la política construida sobre la teoría de que todas las
opresiones son la misma cosa porque comparten un mismo patrón de
inequidad, es culturalmente imperialista. La imagen de la mestiza tiene
un poder y una atracción tremendos para muchas lesbianas blancas;
pero no podemos adoptarla simplemente por esa razón como si fuera
algo propio. Sin embargo, la visión y la descripción de Anzaldúa nos
proveen de un recuento ontológico sobre la política de la identidad
coalicional que se necesita urgentemente.
Raza y etnicidad
En su obra sobre la formación racial de los Estados Unidos desde los
años sesenta hasta los años ochenta (Racial Formation in the United States
from the 1960s to the 1980s), Michael Omi y Howard Winant describen los
paradigmas por medio de los cuales las razas han sido construidas y
entendidas en los Estados Unidos. El paradigma dominante, que ellos
caracterizan como teoría “basada en la etnicidad”, busca describir la raza
como un agrupamiento social más que como uno biológico. La teoría de
la etnicidad pasa por alto la raza en favor de la cultura o, más adecuadamente, reescribe la diferencia racial como equivalente a otras diferencias
de grupo culturales e históricas. En esta trama teórica, los negros de los
Estados Unidos son un grupo étnico de la misma forma que los italoamericanos. Omi y Winant anotan los sesgos euro-americanos de esta
ecuación, tanto por su rechazo de cualquier diferencia distintiva entre
grupos étnicos “blancos” y “negros” o de otros grupos raciales, y también por su tratamiento de los negros como un grupo étnico singular sin
2
Ver Trinh T. Minh-ha, “She, The Inappropriate/d Other”, Discourse 8 (1986/7).
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Shane Phelan
el reconocimiento de sus diferencias tribales antes de la esclavitud o de
sus diferencias regionales dentro de los Estados Unidos.
Los conceptos centrales de la teoría de la etnicidad descrita por
Omi y Winant son: la “incorporación y separación de las ‘minorías
étnicas’, la naturaleza de la identidad étnica y el impacto de la etnicidad
sobre la política”.3 El modelo de la etnicidad es el paradigma de investigación para la política liberal. Fundado en el rechazo de la teoría racial
biológica, el paradigma de la etnicidad habla de la experiencia de la
gente inmigrante europea, con sus dilemas entre la asimilación y el
“salir adelante” y la conservación de su identidad cultural. La identidad
cultural se convirtió en un asunto “privado”, irrelevante para el trabajo
y la posición legal de cada quien. La afinidad de esta conceptualización
con el liberalismo es clara. En un mundo liberal, estamos unidos por
las leyes y, secundariamente, por la interdependencia económica; pero
la cultura es algo irrelevante para la esfera pública.
La ceguera, o empobrecimiento, de las visiones liberales de lo político produce diversas reacciones. La criatura más fiel de esta visión de
la etnicidad es la que Daniel Bell ha etiquetado como “la nueva etnicidad”.
La “nueva etnicidad” ha cambiado la concepción de la etnicidad, llevándola desde ser algo privado y simplemente afectivo hasta ser una
bifurcación entre una identidad explícitamente política, dirigida a las
políticas de estado y de los grupos de interés, y un momento “expresivo” de “comunidad”. Bell sugiere que la nueva etnicidad puede verse
ya sea como “la expresión emergente de sentimientos primordiales” o
bien como “un ‘sitio estratégico’, elegido por las personas con desventajas como un nuevo modo de buscar su reparación política dentro de
la sociedad”.4 De hecho, las dos visiones no son excluyentes; como una
reacción a la política y cultura social de la burocracia impersonal de la
parte final del siglo veinte en los Estados Unidos, la identidad étnica
nos provee de un sitio para las relaciones de comunidad e interpersonales. Los sentimientos expresados pueden no ser “primordiales” en el
3
Michael Omi y Howard Winant, Racial Formation in the United States From the
1960s to the 1980s, Routledge and Kegan Paul, Nueva York, 1986, p. 15.
4
Daniel Bell, “Ethnicity and Social Change”, en Ethnicity: Theory and Experience,
editado por Nathan Glazer and Daniel Patrick Moynihan, Harvard University Press,
Cambridge, 1975, p. 169.
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sentido de un complejo de apegos y valores estable aunque no reconocido, sino más bien en que éstos son rapidamente rearticulados y experimentados como tales. La nueva etnicidad puede ser claramente política,
pero también es una respuesta al empobrecimiento cultural.
Una segunda respuesta a la estrechez de miras del liberalismo es
el rechazo del paradigma de la etnicidad a favor de visiones que incluyen la acción de las fuerzas de la cultura como un elemento de vinculación en la vida humana. Omi y Winant identifican la teoría de clase y la
teoría de nación como los paradigmas primarios del trabajo crítico sobre la raza. La teoría de clase busca entender la raza en términos de “la
distribución social de ventajas y desventajas”, todo esto entendido en
términos económicos; mientras que las teorías basadas en la nación se
enfocan sobre “la autonomía cultural y el derecho a la autodeterminación” como un pueblo.5
Ambas teorías cobraron cierta fuerza de las condiciones históricas
de la gente de color en los Estados Unidos. La segregación, ya fuera
oficial o no, forzó el desarrollo de instituciones e identidades para la
gente que era completamente pasada por alto o excluida en las definiciones blancas de los Estados Unidos y sus instituciones de cultura y
poder. El reconocimiento, por parte de la gente blanca, de las “actividades e instituciones” de la gente de color se fundaba en su parecido con
las de la misma gente blanca; “actividades e instituciones verdaderamente indígenas pero que eran distintas cualitativamente de los valores
de la mayoría” (esto es, aquellas que no podían traducirse al lenguaje
cultural de la sociedad dominante), permanecieron invisibles y por tanto privadas de legitimación hegemónica.6
La segregación y la pobreza se prestaron para dos imágenes
contrastantes de la raza. Mario Barrera describe cómo la adopción de
una perspectiva de la pobreza entre los chicanos, llevó a varios a adoptar un análisis marxista en el que todos los chicanos fueron definidos
como parte de la clase trabajadora.7 Este argumento siempre ha chocado
5
Omi y Winant, 1986: 52.
Vine Deloria, Jr., “Identity and Culture”, en Ronald Takaki (ed), From Different
Shores: Perspectives on Race and Ethnicity in America, Oxford University Press, Nueva
York y Londres, 1987, p. 97.
7
Mario Barrera, “Chicano Class Structure”, en Takaki 1987.
6
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contra la realidad política, en la cual el llamado a la unidad de clase “ha
equivalido en la práctica al argumento de que la gente que no es blanca
tiene que abandonar sus demandas basadas en lo racial a favor de una
unidad de ‘clase’ entendida en los términos de la gente blanca”.8 En
contraste, el argumento a favor de la nación (nationhood) siempre se ha
apoyado en la idea de una tierra patria, situando la opresión racial dentro de una narración de opresión nacional y colonialismo. La consecuencia política ha sido generalmente separatista, centrada en el
desarrollo de las organizaciones e instituciones “indígenas” y en la reclamación de la cultura. Esto ha conducido a la creación de comunidades culturalmente poderosas y vitales, y también a una marginación
política, conforme los políticos de la corriente principal aprendieron
que estos grupos a menudo no participan en ningún evento. Más peligroso, los miembros de tales comunidades nacionalistas se convirtieron muchas veces en los “consumidores de su propia cultura”,9 y vieron
este consumo como una actividad política suficiente en sí misma. De
esta manera, el nacionalismo y el capitalismo se entrelazan.
Antes de movernos para considerar si la sexualidad “es como” la
etnicidad, es importante subrayar que el modelo de etnicidad no describe simplemente algo, la “etnicidad”, que está allá afuera en el mundo, sino que más bien es una articulación de diferencias. Sus lazos
históricos con el liberalismo la han convertido en una poderosa articulación para los grupos de interés político, al utilizarse con la forma de la
“nueva etnicidad”. Como una articulación que sirve principalmente para
asimilar y pacificar más que para traer las diferencias a la esfera del
reconocimiento crítico, sin embargo, resulta cuestionable que la etnicidad
sea un paradigma adecuado para cualquier movimiento social radical.
La sexualidad como etnicidad
La etnicidad ha dotado de un poderoso auto-entendimiento a la gran
cantidad de gente blanca que no pertenece a los grupos dominantes, tal
como ha ocurrido con la gente que proviene del sur y del este de Euro-
8
9
Omi and Winant, 1986: 33.
Deloria, 1987: 100.
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pa.10 Le ha dicho algo a las experiencias de gente cuyo anhelo ha sido la
asimilación, y que ha sufrido el dolor de lograr una asimilación exitosa
con la pérdida de su identificación histórica. También ha sido un poderoso modelo para el feminismo liberal, con su agenda de asimilación al
mundo público de los varones. Las metáforas raciales, por el otro lado,
han dotado de un fundamento diferente a la imaginación política. En los
Estados Unidos, la raza ha sido la marca de lo inasimilable, lo “verdaderamente diferente”. Como resultado de ello, los movimientos definidos
“racialmente” han vacilado entre los polos de la asimilación y el nacionalismo de una manera inaccesible para las “minorías étnicas”.
El proyecto de liberación gay/lesbiana fue concebido en los Estados Unidos con base en los líneamientos de la política étnica o racial,
en buena parte porque eso parecía políticamente efectivo.11 El impacto
de los movimientos por los Derechos Civiles y el Poder Negro sobre la
imaginación política de los Estados Unidos, los volvió atractivos e
imitables. El movimiento feminista blanco, igual que los movimientos
gay y lesbiano, se apropió no únicamente de los (a menudo contradictorios) argumentos a favor de los derechos civiles y el orgullo de grupo,
sino también de las descripciones y las metáforas de posición; como ha
escrito Kobena Mercer sobre la situación en Gran Bretaña: “el orgullo
negro actuó como una nivelación metonímica para la expresión del ‘orgullo gay’, del mismo modo que las nociones de ‘hermandad’ y ‘comunidad’ del discurso político negro influyeron en las afirmaciones de
‘sororidad global’ o de que ‘la sororidad es fuerza’.”12 El gran componente de nacionalismo cultural presente en la política radical gay/lesbiana es resultado de esta articulación “racial”.
10
Aquí excluyo a la gente judía, primero porque la gente judía no es toda
europea, y segundo porque hasta los ashkenazim (gente judía europea) no se ponen
de acuerdo sobre si son “blancos” o no. El estatus de la gente judía es un ejemplo
maravilloso de la inestabilidad de las articulaciones raciales, igual que de la extrema
incomodidad que tal inestabilidad le causa a mucha gente (i.e. antisemitismo).
11
Yo no quiero igualar aquí la etnicidad y la raza. Como Omi y Winant dejan
bien claro: el paradigma de la etnicidad para entender la raza ha sido liberal en su
mejor sentido, reaccionario en el peor, por sus implicaciones. Para hallar más discusión al respecto, ver Omi y Winant 1986. Para una discusión sobre los debates de la
sexualidad como etnicidad, ver Steven Epstein, “Gay Politics, Ethnic Identity: The
Limits of Social Constructionism”, Socialist Review 93/94, mayo/agosto, 1987.
12
Kobena Mercer, “‘1968’: Periodizing Politics and Identity”, en Lawrence Grossberg,
Cary Nelson y Paula Treicher (eds.), Cultural Studies, Routledge, Nueva York, 1992, p. 434.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
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Las articulaciones étnicas y raciales de la sexualidad han coexistido en incómodo equilibrio en varias ciudades durante casi cincuenta
años. Ambas, sin embargo, se han centrado en el mismo eje de esencialismo que conduce a tanta confusión y dolor. Aunque son políticamente eficaces para atraer la imaginación popular y en cuanto a sus
prescripciones políticas implícitas, deben ser cuidadosamente negociadas si las lesbianas y los gays quieren evitar la simple imitación de
algunos de los peores rasgos de aquellas articulaciones.
Para tratar la sexualidad como etnicidad se requiere una cierta cantidad de esencialismo.13 Con esto quiero decir que la sexualidad debe
convertirse en un asunto de “afinidades y ataduras primordiales”, tal
como lo es la etinicidad para la mayoría de la gente norteamericana.14 La
sexualidad, específicamente la elección de objeto, debe terminar viéndose como algo dado y estable durante toda la vida de una persona.
Esta estabilidad, a su vez, deberá ser descrita como algo que descansa
sobre o que es resultado de una identidad sexual, un atributo persistente más allá de la “conducta”. Esta interpretación de la sexualidad coincide de hecho con las caracterizaciones prevalecientes en los Estados
Unidos, donde las personas “realmente son” heterosexuales u homosexuales (aunque la homosexualidad sea vista como una condición rechazable y esperanzadoramente curable). La actividad sexual no define
inevitablemente la identidad sexual —una puede entablar “sexo lesbiano”
mientras se sigue identificando como heterosexual— pero generalmente se considera (tanto las lesbianas como los gays y las/os heterosexuales)
que las personas que se encuentran en tal situación están en un estado
de negación respecto de la “verdad” de sus identidades.
Barbara Ponse describe el “principio de consistencia” heterosexista
que vincula la asignación de sexo, el género, la identidad, el rol de género, la elección de objeto sexual y la identidad sexual. A través de este
enlazamiento, “femenino” resulta igual a “mujer”, que a su vez se vincula a “heterosexual” (que en este caso se vincula a la atracción por los
varones). Con este esquema, una lesbiana no es”realmente” una mujer.
Su identidad de género (“mujer”) está en conflicto con su identidad
13
Ver Epstein 1987: 13-15.
Esta frase es la que Harold Isaacs emplea en “Basic Group Identity: The Idols
of the Tribe”, en Glazer and Moynihan, Ethnicity, p. 30.
14
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desde la identidad
sexual (“lesbiana”), y este conflicto se resuelve a través del estereotipo
de que la lesbiana “masculina” es la lesbiana “real”.15
Ponse argumenta que, lejos de rechazar este principio de consistencia, las lesbianas adoptan una “trayectoria gay” correspondiente para
la formación de una identidad lesbiana que “funciona como norma
autobiográfica” entre las lesbianas blancas.16 La trayectoria se mueve
desde “un sentimiento subjetivo de ser diferentes a las personas
heterosexuales” atribuido a la atracción que se siente por las mujeres,
hasta “la comprensión del significado homosexual o lesbiano de todos
estos sentimientos y sensaciones”. El tercer escenario está en la aceptación de una identidad lesbiana: “salir del clóset”. Sobre esta base, la
persona individual debe buscar una comunidad y tratar de tener relaciones sexuales y emocionales lesbianas. Como anota Ponse, cualquiera de estos elementos es suficiente para establecer la creencia
entre las lesbianas de que una mujer es “lesbiana”, sea que lo reconozca o no. Las explicaciones lesbianas de la identidad sexual se
conforman a lo que Omi y Winant han definido como la regla del
“hipo-descenso” en la caracterización de la raza.17 Para la teoría racial,
el hipo-descenso es la regla de que “hasta un poquito” hace que una
“realmente” perteneza a una u otra raza, usualmente a una estigmatizada. El corolario lesbiano de esto es la creencia de que “hasta un
pequeño” deseo sexual lesbiano hace que una sea “realmente” una
lesbiana, como si el deseo (y la raza) fueran entidades discretas,
categorizadas por la naturaleza. Así, tanto las historias heterosexuales
como las lesbianas suponen una realidad fija acerca de la “verdadera”
identidad sexual, y buscan explicaciones para las desviaciones y las
anomalías.
Dicha suposición ha sido cada vez más problemática para las
lesbianas. El espacio de las lesbianas dentro del feminismo blanco, incluida la sanción de las relaciones lesbianas como “feminismo en acción”, ha dotado de medios a muchas mujeres blancas para identificarse
como lesbianas sobre la base de lazos políticos y afectivos más que
15
Barbara Ponse, Identities in the Lesbian World, Greenwood, Westport, CT,
1978, pp. 24-29.
16
Ibid., 124-133.
17
Omi y Winant 1986: 60.
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Shane Phelan
como una actividad sexual.18 Tales elecciones, sin embargo, le han dado
un giro diferente al esencialismo entre las lesbianas blancas feministas.
Aquí, el esencialismo tiene menos que ver con la elección lesbiana de
objeto que con las naturalezas masculina y femenina y las relaciones
heterosexuales. Los primeros argumentos acerca de “dormir con el enemigo” presumían una naturaleza masculina monolítica y su correspondiente política feminista libre de ambigüedades. De acuerdo con esta
interpretación, las lesbianas son las únicas que abandonan el mundo de
la naturaleza (masculino o patriarcal) por el reino de la libertad (femenino o feminista).19
De cualquier modo, las nociones a propósito de las afinidades
primordiales no han sido suficientes para establecer una articulación
étnica de la sexualidad. El segundo elemento del modelo étnico es tener
una cultura y una historia. Algunas lesbianas y gays han trabajado para
establecer vínculos históricos y reclamar ancestros como parte del proyecto de “etnizar” la sexualidad. Por ejemplo, Judy Grahn ha argumentado que “la cultura Gay [sic] es muy antigua y ha sido aplastada hasta
un estado subterráno de existencia”; pero que a pesar de todo ello ha
sido de cualquier modo “continua”.20 Para establecer su argumento,
Grahn se mueve a lo largo de los continentes, el tiempo y los deseos
sexuales. Ella incluye como ancestras, a mujeres que tuvieron sexo exclusivamente con varones, pero que desafiaron los estereotipos blancos
modernos acerca de la conducta “femenina”.21 Para Grahn, el eslogan
feminista de los primeros tiempos radicales que decía “el feminismo es
la teoría, el lesbianismo, la práctica” se ha transformado en “actuar de las
maneras celebradas por el feminismo, hace que una sea lesbiana”. Así, la
18
Para hallar ejemplos de ello, ver Celia Kitzinger, The Social Construction of
Lesbianism, Sage, Londres y Newbury Park, 1987.
19
Aquí viene especialmente a mi mente la obra de Mary Daly, y también el
argumento de Adrienne Rich en 1980. Ver Mary Daly, Gyn/Ecology, Beacon, Boston,
1978, y Pure Lust, Beacon, Boston, 1982; y Adrienne Rich, “Compulsory Heterosexuality
and Lesbian Existence”, Signs 5/4, verano 1980, pp.631-660.
20
Judy Grahn, Another Mother Tongue: Gay Words, Gay Worlds, Beacon, Boston,
1984, pp. xiii y xiv.
21
Ver por ejemplo pp. 139-144, donde Grahn deriva el epíteto bulldyke (“manflora
machorra”) de la reina Boudica de los celtas, sin tener ninguna evidencia de que
Boudica haya deseado o se haya acostado con una mujer; así que en realidad sólo se
le da ese estatus ancestral a Boudica por su independencia y fuerza física.
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desde la identidad
apropiación lesbiana de las mujeres que no desean ser convencionales,
proceso descrito por Ponse, se extiende a todo lo largo del tiempo y la
cultura.
El proyecto de Grahn falsifica su experiencia de haber crecido en
una sociedad medicalizada lesbofóbica. Para ella, el marcador decisivo
del lesbianismo en el pasado es la inversión del rol de género. Como ha
hecho notar Scott Bravman, el proyecto de Grahn ignora el hecho de
que las sociedades no europeas no siempre asignan y ligan el género y
la sexualidad como lo hacen los europeos y los euro-americanos: así
que el berdache, interpretado por los euro-americanos como “homosexual”,
no se define (dentro de estas culturas nativas de Estados Unidos donde
el berdache es una institución) por su orientación sexual sino por una
alineación diferente a la prevaleciente entre el sexo biológico y el género
social.22 La obra de “recuperación” de escritoras como Grahn equivale a
la colonización de otras culturas para servir a un movimiento contemporáneo, en su mayoría euro-americano. Al actuar de esta manera, esta
obra trata a las otras culturas y a las lesbianas contemporáneas de forma
incompleta. La centralidad de la inversión enmascara un entendimiento prefeminista y medicalizado de la homosexualidad. Al extender esta
alineación del género y el deseo a otras culturas, también las representa
en forma equivocada.23
La creación de una historia es parte del esfuerzo para justificar
nuestras vidas. Sin embargo, la justificación “exitosa” no tiene que ver
con la demostración de longevidad; los fundamentalistas judíos, cristianos y musulmanes están completamente de acuerdo en que la sodomía se practicaba en Sodoma. Tampoco será suficiente para terminar
con la opresión, demostrar que la “homosexualidad es una forma de
ser”, más que una “conducta”.24 La medicalización fue precisamente
22
Scott Bravman, “Invented Traditions: Take One on the Lesbian and Gay
Past”, NWSA Journal 3/1, invierno, 1991, pp. 86.
23
Las cosas no son menos complejas cuando los sujetos de la apropiación son
gente blanca moderna que no eligió la identidad de las lesbianas. Adoptar a las
mujeres independientes como héroes o motivo de inspiración no es algo problemático; adoptarlas como ancestros sí lo es. Cada adopción conlleva una redefinición
retrospectiva de esta gente en términos que no estaban realmente a su alcance, o que
lo estuvieron pero ellas rechazaron.
24
Grahn, op. cit., p. xiv.
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esa demostración; pero no les ha servido bien a las lesbianas ni a los
gays. Incluso el argumento de que hay y hubo una “cultura” no detendrá la “guerra cultural” de la derecha; los europeos y los euro-americanos (incluidas las mujeres blancas, los gays y algunas lesbianas) han
demostrado ser capaces, e incluso poseer una voluntad férrea, para destruir otras culturas.25 La Nueva Derecha discute con gusto sobre la “cultura gay”, y acusa a la vez a sus miembros de estar destruyendo a los
Estados Unidos. Las tradiciones inventadas no nos van a funcionar como
política. Pero esto no quiere decir que cualquier intento por tratar con el
pasado y rendir honor a los héroes esté equivocado. Esto quiere decir
que tales intentos siempre deben ser modestos, conscientes de sus limitaciones y probables equivocaciones.
Etnicidad posmoderna
El posmodernismo no sólo trabaja para desconstruir los reclamos
lesbianos sobre la etnicidad, sino la misma categoría general de etnicidad.
En esto no está sola la gente que se dedica a ejercer la teoría posmoderna,
sino que se les une todo ese amplio espectro de “construccionistas sociales” que han cuestionado que se considere como primordial la
etnicidad, en vez de considerarla estratégica o funcional. Desde este
último punto de vista —conocido como “circunstancialista”, “opcionalista” o “construccionista social”—, la etnicidad es “una posibilidad
estratégica peculiarmente adaptada a los requerimientos de movilización social en el estado moderno de gran escala”.26 La etnicidad se convierte más en un asunto de adscripción “putativa” que “absoluta”,27
distinguible de la afiliación voluntaria no por su tipo sino por su grado.
25
Ver, por ejemplo, Kathleen M. Blee, Women of the Klan: Racism and Gender in
the 1920s, University of California Press, Berkeley, 1991, y Randy Shilts, Conduct
Unbecoming: Gays and Lesbians in the U.S. Military St. Martin’s, Nueva York, 1993.
Aunque que Shilts no documenta que haya racismo activo entre los gays y las
lesbianas, la mayoría de sus sujetos de su estudio desean servir en la milicia de los
E. U. A., sin encontrar ninguna problema con su misión como fuerza colonizadora.
26
Peter K. Eisinger, “Ethnicity As A Strategic Option: An Emerging View”,
Public Administration Review 38/1, enero/febrero, 1978, p. 90.
27
Ver Donald L. Horowitz, “Ethnic Identity”, en Glazer y Moynihan, op. cit.,
p. 114.
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desde la identidad
La oposición conceptual entre asociación voluntaria y adscripción
absoluta se apoya en los modelos liberales de sociedad en donde la
persona es agente de la asociación voluntaria (esto es, sin presión, aparte de una “afinidad subjetiva”), o está fija en el espacio social por factores más allá de su control. La exposición que hizo Marx de las funciones
ideológicas de esta oposición dentro del capitalismo no le permitió evitarla en su propio pensamiento, y el marxismo ha oscilado, durante un
siglo, entre el voluntarismo y varios determinismos. El cuestionamiento
a fondo de este modelo requiere que pongamos en duda la idea de
“sociedad” como una “totalidad fundante de sus procesos parciales”,28
y mejor trabajemos con la descripción de las relaciones sociales como
prácticas articulatorias que producen y/o modifican las identidades de
las personas individuales. La “etnicidad” entonces puede verse como
una de tales articulaciones, una “construcción de puntos nodales que
fijan parcialmente el significado”.29
Con tal punto de vista, la pregunta ya no puede ser planteada
como: “¿es el lesbianismo análogo a la etnicidad?” Más bien, la pregunta es: “¿cuáles son las implicaciones de esa analogía? ¿Qué tipo de
relaciones se establecen a través de esta articulación del lesbianismo?”
Tal y como ha sido desarrollado por escritoras como Grahn, el modelo étnico tiene muy poco que ofrecer a las lesbianas feministas. Esto se
debe a varias razones. Primero, la articulación continuamente se apoya
sobre un punto de vista esencialista acerca del lesbianismo, un punto de
vista que ya cuestioné en la sección precedente. Este esencialismo quizá
explica la experiencia de quienes han sido lesbianas toda su vida; pero no
puede dirigirse en forma adecuada a los deseos y entendimientos de
quienes sintieron atracción por las mujeres estando ya avanzada su vida.
Segundo, el modelo de la etnicidad se apoya fundamentalmente sobre
un punto de vista medicalizado acerca de la sexualidad, en donde la
elección de objeto sexual y la identidad de género están alineadas “de
modo natural”. Finalmente, esta articulación pone en acto una identidad
“natural” con los varones gays, una identidad que muchas lesbianas feministas pondrían en duda. Tal vez sea ésta la razón por la que muy
28
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy: Towards a
Radical Democratic Politics, Verso, Londres y Nueva York, 1985, p. 95.
29
Ibid., p. 113.
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pocas lesbianas se han involucrado en debates sobre la etnicidad. Pero
conforme las lesbianas y los gays entran a pelear batallas políticas de
manera abierta en los Estados Unidos, la analogía étnica aparece más
comúnmente, y por eso merece ser discutida. Yo argumentaré más adelante que no necesitamos esta analogía para defender los derechos civiles. Si no necesitamos el paradigma étnico para los derechos civiles, y
dados sus riesgos en lo que se refiere al nacionalismo cultural y al esencialismo, entonces podemos y debemos deshacernos de él.
El lesbianismo: ¿un nuevo mestizaje?
Hay otra articulación “racial” que ha sido atractiva para muchas lesbianas
blancas. Ésta es la visión de la mestiza, descrita de manera notable por
Gloria Anzaldúa. En Borderlands/La Frontera, Anzaldúa describe y presenta la historia y la conciencia de la mestiza.30 La historia del suroeste de los
Estados Unidos, de Aztlán, es una historia de conquista tras conquista,
de indígenas mezclándose con españoles, anglos y afro-americanos. En
esto, se parece al resto de los Estados Unidos, de hecho se parece a todo
el continente americano. El rasgo distintivo del suroeste es la sobrevivencia
de los pueblos indígenas como pueblos distintos, y simultáneamente
como mezclas, como historia viva de violaciones y matanzas y amores y
recuerdos. Está demarcación, que siempre está deslizándose, es evidente
hasta en los nombres empleados para delinear la herencia: chicano tiene
implicaciones contrarias a las de hispano-americano o mexicano-americano,
y, como hace notar John García: “la elección de etiqueta étnica que uno
hace puede variar con la situación social”.31 La auto-etiquetación de
Anzaldúa como chicana, la enmarca como políticamente radical, orgullosa de su existencia fronteriza, como alguien que no busca la pureza de
sus ancestros indígenas ni el privilegio de los españoles, sino que más
bien persigue los valores distintivos de la historia mestiza.32
30
Gloria Anzaldúa, Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, Spinsters/Aunt
Lute, San Francisco, 1987.
31
John A. García, “Yo Soy Mexicano...: Self-Identity and Sociodemographic
Correlates”, Social Science Quaterly 62/1, 1981, 89.
32
García encontró que chicano era generalmente usado por las personas jóvenes
y aquellas de más elevados niveles de eduación con que se entrevistó, y que se encontraba virtualmente ausente entre aquellas personas que habían nacido en México.
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desde la identidad
El lesbianismo de Anzaldúa impide su plena o fácil asimilación a
la cultura chicana, igual que su herencia étnica la marca dentro de las
comunidades lesbianas blancas. Ella compara las dos exclusiones, tratándolas más bien como puentes:
Como mestiza,33 yo no tengo país, mi tierra de origen me expulsó; sin embargo, todos los países son míos porque soy la hermana o amante potencial de
cualquier mujer. (Como lesbiana no tengo raza, mi propia gente me desconoce;
pero soy de todas las razas porque lo queer que hay en mí lo hay en todas las
razas.)34
La formulación de Anzaldúa puede ser leída como una cosificación
de la identidad lesbiana; las referencias a “lo queer que hay en mí”, las
declaraciones de que las lesbianas “no tienen raza” en tanto que lesbianas,
pueden hacer parecer que está reinstalando la “moderna” noción de
identidad universalista. Sin embargo, ése no es el sentido de Anzaldúa
en lo aquí citado. Ella no declara que no tiene raza, sino que su “propia
gente” la rechaza y la niega. Retiene un vínculo con “todas las razas” a
través de sus conexiones con otras lesbianas. Esto se aclara en un ensayo posterior, donde Anzaldúa sostiene que: “Aunque las más profundas conexiones que tienen las lesbianas de color sean con sus culturas
nativas, también tenemos fuertes lazos con otras razas, incluyendo a la
gente blanca. Aunque ahora se está dando un retorno fuerte al sentimiento nacionalista, en nuestra interacción cotidiana las feministas
lesbianas de color somos ciudadanas del planeta de forma más verdadera”.35 Esto no es simplemente un asunto de la buena voluntad de las
feministas lesbianas, sino que más bien refleja que “la cultura blanca y
sus perspectivas están inscritas sobre/dentro de nosotras”.36
Tal vez la lección más importante que las lesbianas blancas pueden
aprender de la discusión de Anzaldúa es el rechazo del “separatismo
ontológico”. El rechazo heterosexista a las lesbianas como pertenecientes a alguna otra parte, usualmente al enemigo, encuentra su contraparte en una visión separatista en donde las lesbianas no pertencen
33
En español, en el original.
Anzaldúa, Borderlands, 80.
35
Anzaldúa, “Bridge, Drawbridge, Sandbar, or Island: Lesbians-of-Color Haciendo Alianzas”, en Lisa Albrecht y Rose M. Brewer (eds.), Bridges of Power: Women’s
Multicultural Alliances, New Society Publishers, Filadelfia 1990, p. 222.
36
Ibid., 223.
34
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“realmente” al mundo en el que crecieron y en el que encontraron dolor
y aislamiento. El separatismo ontológico es distinto de ciertos separatismos políticos que se enfocan sobre la necesidad de un momento de
separación para construir y reforzar las identidades amenazadas. Mientras que estos últimos tratan el separatismo no como solución final sino
como parte de un movimiento hacia el cambio social general, el primero describe el separatismo como un reconocimiento de las diferencias
fundamentales y permanentes entre los varones y las mujeres (o las
lesbianas y cualquier otra gente) que hacen imposible la acción común.37
La mestiza tiene momentos de separación, pero el aspecto fundamental del mestizaje es la doble incapacidad para llegar a separarse por
completo o para llegar a pertenecer completamente. Si “pertenecer” requiere la exclusión de otro(s), la mestiza solamente puede pertenecer
sacrificando parte de ella misma; y en este caso, no toda ella ha vivido
entonces para pertenecer. Lo que sobrevive no es la mestiza, sino parte
de una persona. La separación es, asimismo, una negación de su propia realidad, de elementos de su vida que permanecen siendo significativos. Como consecuencia de ello, la mestiza se enfoca en las mezclas,
en la inclusión más que en la exclusión. Estas mezclas no son la simple
trascendencia del conflicto y la oposición, sino la internalización de la
lucha. Las mestizas pertenecen incluso al lugar en el que “su propia
gente” las niega, pues pertenecen a través de sus conexiones con otras
personas.38
Así, las identidades de mestiza son paradigmáticas de la ontología
social posmoderna donde las identidades sociales son tratadas como
“el punto de encuentro para una multiplicidad de prácticas articulatorias,
37
El separatismo ontológico generalmente es adoptado por mujeres que no
siempre se identifican en público como separatistas, por ejemplo: Mary Daly y Sonia
Johnson. Para encontrar descripciones y argumentos de lo que estoy llamando separatismo político, ver K. Hess, Jean Langford y Kathy Ross, “Comparative Separatism”,
en Sarah Lucia Hoagland y Julia Penelope, For Lesbians Only, Only Women Press,
Londres, 1988, pp. 125-132; Bette S. Tallen, “Lesbian Separatism: A Historical and
Comparative Perspective”, en For Lesbians Only, pp. 132-145; y Sarah Lucia Hoagland,
Lesbian Ethics: Toward New Value, Institute of Lesbian Studies, Palo Alto, CA, 1988.
38
Ver Norma Alarcón, “The Theoretical Subject(s) of This Bridge Called My
Back and Anglo-American Feminism”, en Gloria Anzaldúa (ed.), Making Face, Making
Soul/Haciendo Caras, Aunt Lute Foundation, San Francisco, 1990; Cherríe Moraga,
“A Long Line of Vendidas”, en Loving in the War Years, South End, Boston, 1983.
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desde la identidad
muchas de ellas antagónicas”.39 El mestizaje no es una esencia, sino
que es la transgresión misma de la esencia, un “punto de partida, una
marca de diferencia, que permite la expresión de otras diferencias”.40 Las
mestizas “hacen malabares con las culturas” con su(s) “personalidad(es)
plural(es)”.41 Ésta no es una valoración de la disociación o del síndrome
de personalidad múltiple, como han insinuado algunos críticos. La multiplicidad de la mestiza no es una simple fractura interna, el fracaso de
la construcción de una personalidad integrada, sino que es una realidad sociohistórica. Contra quienes quisieran hacer que las mestizas “elijan” un aspecto de sus vidas, una cultura sobre las otras, Anzaldúa
insiste en que todas sus “personalidades” son parte de su yo integrado.
Y ello es evidente en los escritos de Anzaldúa, donde el “nosotras” se
mueve de página en página, refiriéndose a veces la gente queer, a veces
a lo/as chicano/as, a veces a las feministas. La contextualización del
“nosotras” cambiante hace que sea imposible leer sus declaraciones como
simples llamados a la unidad, para mejor llamarnos al reconocimiento
de todas sus locaciones, de una vez y por igual.
Esto no significa que Anzaldúa sea “posmoderna”, o que todo aspecto de la mestiza pueda ser replicado y capturado por la teoría postestructuralista. La pertenencia de la mestiza para Anzaldúa no es un simple
asunto de elección, de afiliación voluntaria, sino de la historia y de la
densidad social. En esa evocación de la historia y la rebelión, y en su
compromiso político, ella se encuentra aliada con Michel Foucault. Sin
embargo, no es simplemente “foucaulteana”, como si bastara con leer a
Foucault para decir qué es lo que piensa Anzaldúa. Ella conserva un
sentido del misterio en el corazón del ser que se desvanece en las últimas obras de Foucault. En este reconocimiento del misterio ella está en
la misma senda de Lyotard, Nancy y Derrida, pero en el caso de Anzaldúa
se da una alianza entre una tesis política fuerte y la humildad filosófica
más poderosa que en los pensadores mencionados. Su reconocimiento
de la incompletud de toda identidad y todo proyecto no la conduce a la
39
Laclau and Mouffe, op. cit., p. 138.
Jacquelyn N. Zita, “Lesbian Body Journeys: Desire Making Difference”, en
Jeffner Allen (ed.), Lesbian Philosophies and Cultures, State University of New York
Press, Albany, 1990, p. 342.
41
Anzaldúa, Borderlands, p. 79.
40
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inacción, ni al continuo aplazamiento de lo político, como ha sido el
caso con tantos pensadores postestructuralistas o posmodernistas.42 Más
bien, esto la conduce a una “aceptación radical de la vulnerabilidad”,43
en términos de Gayatri Spivak. La mestiza es definida por sus cambiantes territorios y sus identificaciones incompletas, pero la inestabilidad
y la incompletud de los territorios y las identificaciones no los vuelve
menos “reales” que muchos que son unificadores. Apuntan hacia la
naturaleza histórica de todos los territorios y las identidades , más que
a su naturaleza ontológica.
Como lesbianas, nosotras (tanto las lesbianas blancas como las
lesbianas de color) somos constantemente negadas por nuestras familias o nuestras comunidades, rechazadas de todas las instituciones sociales más importantes, pero el hecho de haber nacido y vivido dentro
de esas comunidades y culturas no se borra fácilmente. Nosotras podemos ser definidas como otra, pero de hecho nosotras siempre estamos
aquí, siempre estamos presentes frente a esas personas que nos negarán. El lesbianismo no nos ubica como integrantes de una cultura que
están atrapadas por nacimiento o circunstancia en una tierra extraña.
Como explica Iris Young, la diferencia “no es la otredad absoluta, una
ausencia completa de atributos relacionados o compartidos”,44 sino que
existe dentro de un campo discursivo originador del sistema de relaciones de lo mismo/otro, similar/diferente. Si las lesbianas blancas de clase media rechazan la diferencia e insisten en la otredad, en la exclusión
absoluta, estamos copiando tal cual las estructuras de dominación que
prevalecen en la actualidad.
Más que ser marginales, más que quizá ser liminales, las lesbianas
son centrales para las sociedades que las repudian. No se nos acepta
como lesbianas, pero esto es insuficiente para demostrar que haya algún lugar al que realmente pertenezcamos. Es tentador pensar que debemos pertenecer a algún lugar por completo; pero debemos ofrecerle
42
Ver Nancy Fraser, Unruly Practices: Power, Discourse, and Gender in Contemporary
Social Theory, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1989, cap. 4; Gayatri
Chakravorty Spivak, The Post-Colonial Critic: Interviews, Strategies, Dialogues, editado
por Sarah Harasym, Routledge, Nueva York, 1990, p. 13.
43
Spivak, op. cit., p. 18.
44
Iris Marion Young, Justice and the Politics of Difference, Princeton University
Press, Princeton, 1990, p. 98.
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desde la identidad
resistencia a esa tentación.45 El ideal de una pertenencia completa y sin
complicaciones descansa sobre el ideal de un yo unitario y armonioso,
y nos exige buscar y eliminar los obstáculos que impiden alcanzar esta
unidad armoniosa.
Esto no quiere decir que no haya, no habrá o no debería haber alguna cosa como “la cultura lesbiana”. Las culturas lesbianas se están convirtiendo en una realidad social; la cuestión no está en cómo hay que
construir culturas lesbianas, sino en qué tipo de culturas queremos construir.46 El desarrollo histórico de las comunidades lesbianas nos alerta
sobre el hecho de que no hay tal cosa como “la cultura lesbiana” a la que
todas nosotras tengamos que pertenecer; más bien, hay muchas culturas y subculturas lesbianas. “La cultura lesbiana” no puede ser un monolito ni una totalidad que incluya todas nuestras vidas, y esto es un
aspecto fortalecedor. Debemos reconocer y retener nuestras posiciones
dentro de la sociedad dominante, en tanto grupo y como personas individuales, o nos arriesgamos a perder partes importantes de nosotras mismas, así como cualquier posibilidad para la intervención política.
Interpretación y apropiación
Hay dos argumentos directos para legitimar el uso del concepto de
mestiza para describir las vidas de las lesbianas blancas. El primero
está en que Anzaldúa entiende el mestizaje de esta manera, y que por
tanto tal uso es simplemente fiel a su intento. Este argumento puede
45
“Hay cuando menos dos formas de aislamiento del lesbianismo en el discurso feminista: por el descuido homofóbico y su relegación a los márgenes, y por el
centramiento lesbiano-feminista, que ha tenido por momentos el paradójico efecto
de remover al lesbianismo y a la sexualidad de su inserción en las relaciones sociales.”
Biddy Martin y Chandra Tolpade Mohanty, “Feminist Politics: What’s Home Got to
Do with It?”, en Teresa de Lauretis (ed.), Feminist Studies/Critical Studies, Indiana
University Press, Bloomington, 1986, p. 203.
46
Ann Ferguson hace una argumentación similar acerca de las condiciones de
existencia para las lesbianas en su respuesta a Adrienne Rich, “Patriarchy, Sexual
Identity, and the Sexual Revolution”, en Nannerl O. Keohane, Michelle Z. Rosaldo
y Barbara C. Gelpi (eds.), Feminist Theory: A Critique of Ideology, University of Chicago
Press, Chicago, 1982, pp. 147-161. Ver también Ann Ferguson, “Is There A Lesbian
Culture?”, en Jeffner Allen, Lesbian Philosophies and Cultures, State University of
New York Press, Albany, 1990, p. 82.
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dejarse de lado si leemos sus últimas referencias a las mestizas. En su
planteamiento ante la plenaria de la Asociación Nacional de Estudios
de la Mujer (National Women’s Studies Association), Anzaldúa hizo
repetidas veces refencia a las “lesbianas mestizas” y las “personas mestizas queer”.47 Las comparó con las “lesbianas blancas”, la gente con
quien las mestizas tienen que hacer alianzas. Para Anzaldúa, según parece, el mestizaje es una categoría racial o étnica. Aunque las mestizas
también pueden ser lesbianas, el mestizaje es usado aquí por Anzaldúa
como una categoría racial y no como una sexual.
El segundo argumento, más complejo, descansa sobre la analogía
entre el lesbianismo y el mestizaje como lugares de opresión y de cultura de oposición. Esta es la posición según la cual resulta adecuado utilizarlo de esta manera, ya sea que Anzaldúa pretendiera que el
lesbianismo fuera entendido como mestizaje o no. Dicho argumento
consta de varios elementos. Primero, debemos argumentar que la apropiación de las ideas de un(a) autor(a) de una manera que esta persona
no endose por completo, se considera “válida” en las relaciones académicas públicas. Esto sucede usualmente en casos en los que los autores
pertenecen a grupos dominantes.48 Pero ¿acaso la posición de Anzaldúa
como lesbiana de color hace cambiar aquí las reglas?
Algunas autoras feministas han comenzado a escribir acerca de los
límites de la interpretación que hacen las mujeres blancas de los textos
de las mujeres de color, pero ha habido menos discusión acerca del uso
apropiado de esos textos para el análisis de las vidas de las mujeres
blancas.49 Esta separación se debe primero que nada a la posición
hegemónica de la teoría feminista blanca, que a menudo conduce a que
las mujeres blancas lean la obra de las mujeres de color como antropología, como si estuvieran aprendiendo acerca de las otras, en vez de
utilizar estos textos para la introspección. Así, por ejemplo, virtualmente todas las feministas reconocen ahora que nuestros análisis deben
incluir los efectos de la raza y la clase en las vidas de quienes han sido
47
Anzaldúa, “Bridge, Drawbridge, Sandbar, or Island”.
En estos casos, la cuestión no está en ver si se es fiel a la fuente citada cuando
se usan sus ideas, sino en qué caso tal uso no constituye una cooptación o colonización al privilegiar la obra de tales autores.
49
Nancy Caraway, Segregated Sisterhood, University of Tennessee Press,
Knoxville, 1991.
48
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marcadas como inferiores dentro de esas estructuras, pero las feministas blancas generalmente fallan al examinar los efectos de la raza sobre
las mujeres blancas o de la clase para las mujeres blancas de las clases
medias o altas.50
Entonces las feministas necesitan discutir qué tanto o de qué maneras la teoría de las mujeres de color puede ser usada por las mujeres
blancas en las descripciones de nuestras situaciones. No creo que haya
una respuesta única para este problema. Kobena Mercer distingue, por
ejemplo, entre la apropiación implicada en el “negro blanco”, una figura representativa de la alienación blanca de la cultura de la clase media
blanca, representada por Elvis Presley y Mick Jagger, y la identificación de Jean Genet con las Panteras Negras y los luchadores por la
libertad de Palestina. La primera opera desde una base de inconciencia
y rechazo, una inconciencia que conduce a la apropiación más que a la
solidaridad política. En cambio, la posición de Genet es más bien una
que “no trata de controlar o asimilar la diferencia sino que habla desde
una posición de igualdad como parte de una lucha compartida para
descolonizar los modelos de la subjetividad”.51
Este ejemplo sugiere que la identificación deberá reconocer siempre las diferencias entre la ubicación social del autor original y la de
quien lo usa. Este reconocimiento incluye la voluntad de prestar atención y aceptar las correcciones de los errores propios, puesto que, como
Trinh T. Minh-ha sugiere:
la hegemonía funciona emparejando las diferencias y estandarizando los contextos y expectativas en los más pequeños detalles de nuestras vidas diarias.
Descubrir este emparejamiento de las diferencias es, por tanto, ofrecerle resistencia a esa misma noción de diferencia que, definida desde la perspectiva del
amo, a menudo recurre a la simplicidad de las esencias.52
50
Esto sólo lo valgo para las mujeres blancas porque los miembros de la clase
media de otros grupos raciales con bastante frecuencia están extremadamente conscientes del sitio en que les sitúa su clase dentro de sus comunidades; a diferencia de
las comunidades blancas, la condición de clase media es significativa entre la gente
de color.
51
Mercer, art.cit., p. 434. Sobre este problema, ver también Catharine Stimpson,
“‘Thy Neighbor’s Wife, Thy Neighbor’s Servants’; Women’s Liberation and Black
Civil Rights”, en Vivian Gornick y Barbara K. Moran (eds.), Woman in Sexist Society:
Studies in Power and Powerlessness, Basic Books, Nueva York, 1971, pp. 622-657.
52
Trinh T. Minh-ha, “Not You/Like You: Post-Colonial Women and the
Interlocking Questions of Identity and Difference”, en Making Face, Making Soul/
Haciendo Caras, p. 372.
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Resistirse al “emparejamiento de las diferencias” requiere prestar
cuidadosa atención a los detalles de la historia y de la vida diaria que
producen posiciones y conciencias particulares. Esto debe equilibrarse
por medio del reconocimiento de que tales detalles nunca serán suficientes para dar cuenta de una posición o conciencia, dado que “las
diferencias no únicamente existen entre la gente de afuera y la gente de
adentro”, sino también “al interior mismo de la gente que está afuera, y
al interior de la gente que está adentro.”53
Una de las consecuencias del reconocimiento de la diferencia ha
sido el argumento de que las mujeres blancas no deben intentar interpretar la obra de las mujeres de color, porque tal interpretación es siempre un acto de apropiación realizado desde una posición hegemónica.
Este argumento no se sostiene ni teórica ni políticamente. No es posible leer sin interpretar; dicha distinción se apoya en nociones positivistas
de lectura que no se sostienen. La consecuencia política de esta puesta
en entredicho es el fortalecimiento de la brecha, el congelamiento de las
mujeres blancas dentro de sus privilegios y su acompañante cortedad
de comprensión, al cerrar las puertas de la otredad en contra de ellas.
Una política de este tipo bloquea cualquier esperanza de entendimiento
común.54
Al alejarnos de la idea de “diferencia”, que a menudo conduce a
este tipo de brechas insuperables, y acercarnos a la especificiad de las
ubicaciones o “puntos de identidad”, podemos reconocer las desigualdades de poder y posición (así como de diferencias no tan fácilmente
observables en una estructura lineal de medición) a la vez que mediante
ese mismo reconocimiento descubrimos y articulamos las vinculaciones entre nosotras.55 La especificidad proporciona el terreno para la
comunalidad sin emparejamiento, y así abre la posibilidad para una
apropiación antihegemónica.
53
Ibid., p.375.
Ibid.
55
Reconozco que éste no es únicamente el caso de la différance, pero la différance
sufre la tentación de evadir la localización más que tratar de especificarla, produciendo un “antiesencialismo” que es políticamente anémico. Para el concepto de “puntos de identidad”, ver Teresa de Lauretis, “Feminist Studies/Critical Studies: Issues,
Terms, and Contexts”, en op. cit., p. 9.
54
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desde la identidad
El mestizaje, en su uso actual, se refiere a la experiencia histórica
de la opresión y la resistencia, de vivir dentro y también transgrediendo
las categorías de raza que estructuran la dominación dentro de los Estados Unidos. No se refiere a ninguna mezcla de culturas o identidades,
sino a la historia específica de Aztlán. En los Estados Unidos, la apropiación blanca pone en peligro esta importante distinción política. Los
Estados Unidos es el crisol donde todo se mezcla, dentro de ciertos
límites estrechos. El mismo término de “blanco” es justificable sobre
todo porque los cristianos europeo-americanos se han mezclado en
una especie de estofado, en vez de mantenerse centrados sobre las
naciones de las que ellos o sus ancestros emigraron. ¿Qué puede, entonces, impedir que los varones heterosexuales blancos adopten la etiqueta de mestizos y reclamen una igualdad de posición con respecto
de las lesbianas chicanas?56 ¿No podría la noción de mestizaje terminar convertida en una categoría totalmente inútil? El peligro político
de conceptualizar a las lesbianas blancas como mestizas no reside en
la interpretación de la identidad y la política lesbianas, sino en hacer
una imitación que oscurece distinciones relevantes para las batallas raciales, y por tanto fracasar como aliadas.
Alguien puede tomar en cuenta esta cuestión sin abandonar por
entero el concepto. Se puede hacer esto mediante la descripción clara
de las diferencias entre la etnicidad y la raza en los Estados Unidos,
diferencias que definen los límites de los ingredientes que conforman
el crisol. Al hacerlo, vemos que las personas “blancas” de los Estados
Unidos son generalmente de “raza indefinida”, pero que sus diferentes
“raíces” étnicas no sirven de base para la opresión actual; ya no son
públicamente pertinentes, sino que ahora son simple materia de resonancia afectiva. Esto se puede ver con mayor claridad si observamos
que la ley de hipo-descenso no tiene aplicación entre la gente blanca; no
debatimos acerca de si alguien “realmente” es de Hungría o Francia o
Inglaterra, como sí lo hacemos de modo rutinario para establecer si
alguien “realmente” es negro o nativo americano o judío o hispano. El
esencialismo que deja al discurso racial fuera del discurso de la etnicidad
también sirve para marcar la separación entre lo políticamente importante y lo “privado”. El mestizaje vivido por Anzaldúa es una experien-
56
Le doy las gracias a Iris Young por esta interrogante.
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cia de conflicto precisamente porque uno de sus “elementos” es privilegiado sobre el otro, y de este modo, su posición entre estos elementos
tiene consecuencias directas sobre su vida. Esta inequidad de posición,
y el racismo que define las dos (o más) posiciones como entidades
discretas y concretas (tal como ocurre con la “sangre”), es lo que produce el dinamismo único de su identidad y política mestizas. Este dinamismo no se halla en la “indefinición de raza” de los hombres blancos,
cuando su acrisolamiento fue producido sin tensiones.
Por ejemplo, mis hermanos tienen ancestros que son ingleses,
holandeses, judíos ashkenazi y demás que se hayan ido añadiendo
durante las generaciones de vida en Norteamérica. Estas distinciones
eran pertinentes para sus ancestros: el alboroto de las luchas políticas
entre holandeses e ingleses en Nueva York, el origen del sufrimiento
para los judíos en la sociedad de los Estados Unidos del siglo veinte,
etc. Sin embargo, estas distinciones no han ingresado en su conciencia
como algo más que las interesantes historias de sus ancestros. Educados como protestantes episcopalianos, con apellidos ingleses, no han
vivido como mestizos sino como “americanos” sin ninguna otra etiqueta que los extranjerice. Yo he compartido esa indefinición de raza, pero
de una manera algo diferente. A través de los lazos con una de mis
abuelas, por un buen tiempo me identifiqué con los judíos de manera
más profunda que con los anglos. Esto produjo tensiones personales,
pero no hubo efectos sociales —nadie me excluyó de los hoteles o
clubes o hizo declaraciones antisemitas delante de mí, como sí lo hicieron con mi abuela y mi madre. De esa forma, mis “raíces” no me
ubicaron automáticamente en la posición de una mestiza.
El lesbianismo, sin embargo, sí hizo aparecer esta tensión dentro
de mi vida. En la sociedad heterosexista, como en la sociedad racista,
una debe ser una cosa o la(s) otra(s) —no hay lugar para la indefinición
sexual. Las leyes del hipo-descenso aquí se aplican muy bien, como lo
hacen en el discurso racial. Aquellas personas que se identifican como
lesbianas y se experimentan a sí mismas por medio de esa concepción
del yo, viven en una constante situación de esto o lo otro: una, o está
”en el clóset”, haciéndose pasar por una buga común y corriente y experimentando la pérdida de yo que todo eso conlleva; o una está “afuera” y encara las consecuencias convertidas en acoso, graves pérdidas
económicas, amenazas de violencia y pérdida del apoyo familiar que es
lo que a menudo sigue a esa decisión.
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desde la identidad
Pero esto todavía no es suficiente para el mestizaje. Fundamentalmente, el lesbianismo es una diferencia que la mayor parte de nosotras podemos elegir o no manifestar. Aunque la necesidad de ocultarse
es opresiva, tener la posibilidad de esconderse distingue a las lesbianas
de los grupos racialmente definidos. Anzaldúa reconoce los pesares del
heterosexismo y la homofobia, pero califica estos pesares por debajo
de lo que experimenta cuando las mujeres blancas parecen calificar al
racismo por debajo del sexismo como tema de discusión, cuando ella
siente que “después de todos nuestros diálogos y luchas, mi identidad
cultural todavía se deja de lado, es minimizada por mis así llamadas
aliadas que inconscientemente califican al racismo como una opresión
menor al sexismo”.57 Las “culturas lesbianas” en las que predominan las
mujeres blancas han constituido a menudo un espacio en el que se evita
la experiencia del mestizaje, no se celebra. Las lesbianas de color son
“viajeras del mundo” dentro de tales culturas lesbianas, igual que lo son
entre las personas heterosexuales de sus varias razas.58 Como lo describe
Anzaldúa: ser una mestiza tiene que ver con la integración de la diferencia como una realidad vivida a diario, y no simplemente como la “pertenencia” a múltiples grupos que aparentemente se oponen entre sí.
Históricamente, las feministas blancas de los Estados Unidos han
articulado su opresión mediante lineamientos que han tomado prestados de los movimientos de liberación racial. Al hacer esto, a veces no
han explorado las particularidades de la opresión de las mujeres como
tales, en vez de ello se han enlazado de manera prematura a los marcos
desarrollados en otras luchas sociales. Un momento central para ir a lo
específico es la descripción y teorización de nuestras propias posiciones. No necesitamos, y no podemos, abandonar las analogías y las
metáforas (herramientas cruciales para la lucha política), pero no debemos permitir que éstas ocupen el lugar que merece la consideración de
todas las formas en que la raza, la clase, el género y la sexualidad (entre
otras cosas) influyen en nuestras vidas todas. Apropiarse del mestizaje
no sirve para construir alianzas; sirve para convencer a las mestizas de
que las mujeres blancas nada más no entienden, que las mujeres blan-
57
Anzaldúa, “Bridge, Drawbridge, Sandbar, or Island”, 218.
Para la noción de “viajeras mundiales”, ver Maria Lugones, “Playfulness,
‘World’-Travelling, and Loving Perception”, Hypatia 2/2, 1987.
58
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Shane Phelan
cas están ciegas con respecto a su propio privilegio y que han olvidado
por completo la fuerza de la historia. Nuestras alianzas no se pueden
construir si nos colgamos de las identidades de las otras. El proceso de
articulación democrática no es de igualación, ni siquiera de hacer símiles, sino que es un proceso de enlazamiento entre elementos separados.
Tal enlazamiento debe reconocer esas disparidades, o si no simplemente se renueva la colonización.
Conciencia mestiza
En vez de apropiarse la posición de la mestiza, las lesbianas blancas de
clase media pueden aprender de la discusión de Anzaldúa sobre la
conciencia mestiza. El poder de la conciencia mestiza yace en el rechazo del dualismo y las fronteras que han servido para limitarnos y separarnos, de una con otra y de la plenitud de nosotras mismas. Las mestizas,
nos dice Anzaldúa: salen adelante porque “desarrollan tolerancia hacia
las contradicciones, tolerancia hacia la ambigüedad”.59 Esta tolerancia
permite tener una mayor aceptación del conflicto como algo necesario y
fructífero, en vez de algo amenazante. En esto, Anzaldúa se encuentra en
claro contraste con teóricas como Nancy Hartsock, quien rechaza la idea
de un mundo “agonístico” por considerarlo esencialmente masculino.60
El dualismo de género planteado por Hartsock, donde las mujeres son
fundamentalmente cooperadoras y orientadas hacia la comunidad y donde los varones están predispuestos para el individualismo y la dominación, continúa con la tradición del pensamiento del esto o lo otro contra
el que Anzaldúa se encuentra luchando. Anzaldúa no niega la asimetría
fundamental del poder entre los varones y las mujeres, ni está proclamando una política romántica de reconciliación, pero insiste en que entendamos las vidas de los hombres de color dentro del contexto de opresión
que los convierte en aliados potenciales así como oponentes.
La idea del mestizaje ha sido una vía para que las mujeres blancas
desarrollen un nuevo entendimiento de la alianza. Durante los años
59
Anzaldúa, Borderlands, 79.
Nancy C. M. Harstock, Money, Sex, and Power: Toward a Feminist Historical
Materialism, Northeastern University Press, Boston, 1983.
60
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desde la identidad
ochenta y noventa esta teoría se desarrolló como una serie de visiones
que entrelazan las abstracciones de la teoría postestructuralista con la
“teoría en la carne” que Anzaldúa y Moraga presentaron en su antología This Bridge Called My Back (Esta puente llamado mi espalda).61 El tema
y la política del puentearse son lo que ahora resulta tan crucial para
las lesbianas blancas. La lección puede aprenderse sin tener que recurrir a la apropiación del mestizaje; más bien, tales apropiaciones son la
negación del puentear.
Al discutir la teoría implícita en This Bridge, Alarcón argumenta que
“la teoría del sujeto de la conciencia como un agente unitario y sintetizador
del conocimiento es desde ya una postura de dominación”.62 Acusa a las
feministas angloamericanas por su continuo rechazo o falta de habilidad
para comprender el significado de esto, argumentando que el continuo
regreso al sujeto unitario limita las posibilidades para la solidaridad con
las feministas de color. La búsqueda de la unidad se extiende hasta la
idea de “reclamar” una identidad; tal reclamo significa “haberse convertido desde ya, en un sujeto de la conciencia” capaz de simplemente autorizar o denegar una identidad dada.63 Alarcón argumenta que “ser
oprimido/a significa hallarse incapacitado/a no únicamente para asirse a
una ‘identidad’, sino también para reclamarla”, porque la fuerza de la
opresión no trabaja simplemente para causarle una situación de desventaja a alguien sobre la base de que tiene una identidad dada, sino que crea
y desintegra las identidades mismas. Sobre esta base, ella pide a sus
lectoras/es que traten a la conciencia “como el sitio de múltiples
invocaciones” que atraviesan la conciencia y con los que el/la sujeto debe
luchar constantemente”. Rechazar esta conciencia a favor de un yo unitario y estable se describe como un “rechazo a actuar como ‘puente”, que es
“la aceptación de la derrota a manos de los grupos políticos cuyas
autodefiniciones se construyen a partir de un yo considerado unitario y
que puede definirse con base en un solo ‘motivo”.64
61
Cherríe Moraga y Gloria Anzaldúa, This Bridge Called My Back: Writings by
Radical Women of Color, Kitchen Table Women of Color Press, Nueva York, 1983.
62
Norma Alarcón, “The Theoretical Subject(s) of This Bridge Called My Back
and Anglo-American Feminism”, p. 364.
63
Ibid.
64
Ibid., p. 365.
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En tanto evita adoptar el lenguaje postestructuralista de “posiciones de sujeto” o las “identidades desconstructivas”, la “nueva mestiza”
de Anzaldúa no trasciende la raza sino que la transgrede, y rechaza
coludirse con las demandas homofóbicas de algunos/as chicanos/as o
con la invisibilidad racista que se encuentra en las comunidades de
lesbianas blancas. Anzaldúa y Alarcón agregan que tal posición implica
olvidarse de la seguridad de lo familiar o lo estable a cambio del flujo y
la lucha. Ambas reconocen que únicamente esta renuncia hace posible
el cambio. Ellas coinciden con Bernice Johnson Reagon en que la política de las coaliciones no se trata de asociación nutricia, sino de sobrepasar los límites de comodidad y seguridad y acercarse al trabajo que es
necesario hacer.65
Lo que hace tan importante a la conciencia mestiza está en este
reconocimiento ambiguo y simultáneo de la alianza y la oposición, la
amistad y la alienación, el apoyo y la traición. Una de las lecciones de
los últimos veinticinco años de organización lesbiana es que las comunidades y las identidades que se construyen sobre la expectativa de que
“nosotras” únicamente seremos aliadas, amigas y apoyo confiable unas
para otras, inevitablemente fracasan. Con tales expectativas, los conflictos sólo pueden entenderse como traición, y la oposición únicamente
puede significar exclusión.
La conciencia mestiza se retira de las falsas oposiciones entre la
reforma y la revolución, el separatismo y la coalición, y todas las que
se les parezcan. Estas distinciones, aunque parecen muy claras cuando se expresan de acuerdo con la moda analítica, son de hecho muy
poco útiles en términos políticos. La separación reforma/revolución
ha operado dentro de un paradigma marxista de la historia que es demasiado modernista, demasiado monolítico y también demasiado antidemocrático como para que verdaderamente pueda sernos de ayuda en
algo. De forma similar, la división separatismo/coalición ha sido producto de la peor aplicación de la teoría totalitaria, en donde de verdad
se ha desbocado el intelecto analítico. Estos dos dualismos nos obligan
a realizar elecciones insatisfactorias que no necesitamos hacer, y de he-
65
Bernice Johnson Reagon, “Coalition Politics: Turning the Century”, en
Barbara Smith (ed.), Home Girls: A Black Feminist Anthology, Kitchen Table Women
of Color Press, Nueva York, 1983, pp. 356-368.
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desde la identidad
cho muy rara vez sirven de algo en la vida política. La conciencia mestiza honra la complejidad de la vida política.
La historia de los movimientos nacionalistas está llena de contiendas internas y de fracasos en la auto-crítica, y por tanto de irrelevancia o
de cooptación.66 La fuerza de la conciencia mestiza es el resultado de su
multiplicidad y habilidad para sostener la contradicción y la ambigüedad, y esto incluye la capacidad para aguantar el conflicto y los malos
entendidos. La fuerza revolucionaria de la mestiza es la capacidad para
rechazar las cosificaciones de los nacionalismos culturales sin abandonar por completo lo nativo, y para proveer enlaces con los movimientos
basados en la clase sin quedar subsumida dentro de ellos. Porque ella
nunca “es” en forma simple alguno de los elementos de su ser mezclado, la mestiza no puede ser capturada en las oposiciones que son presentadas como inevitables; la clase o la nación, el sexo o la raza, o cualquier
otro tipo de oposicion cosificante. La mestiza no disputa la realidad
histórica o contemporánea de estas designaciones, pero sí opera constantemente para socavar sus solideces unitarias.
En tanto que cualquier política lesbiana, separatista o no, se apoye
en la ficción de un yo unitario y su autonomía, dicha política no podrá
hacer justicia a la multiplicidad de luchas mutuamente irreductibles y
“puntos de identidad” con que vivimos en nuestras vidas reales. Como
lo ha descrito Jacquelyn Zita: “reclamar una identidad lesbiana, a menudo se difumina en la diferencia, una vez que su localización se hace
física, real y vivida.”67 Éste es el vícnulo entre la experiencia étnica del
mestizaje y la experiencia de las lesbianas blancas que han sido educadas y que viven en un mundo heterosexual; no es la etnicidad, una
identidad inscrita, sino las diferencias específicas las que imposibilitan
cualquier unidad establecida.
Traducción: Salvador Mendiola y Cecilia Olivares
66
Ver Omi y Winant, op. cit.; Adolph L. Reed Jr., “Black Particularity
Reconsidered”, Telos 39, primavera, 1979, pp. 71-93.
67
Zita, “Lesbian Body Journeys”, p. 329.
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desde la mirada
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desde la mirada
Son llamas los ojos
y son llamas lo que miran...
Juego de pelota
Metáforas visuales
fotografía
Lucero González
texto
Sandra Lorenzano
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Naa-shica dav’i. Los que andan por tierras lejanas
no se olvidan de sus dioses ni de sus cantos; no se
olvidan de los montes ni de los árboles; no se
olvidan de su lengua que es la lengua de sus
abuelos; no se olvidan de los nombres.
Naa-shica dav’i.
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En el juego de pelota, el orden del mundo está en
las manos que se cubren con la serpiente, manos
de mujer son hoy las del dios rubio, manos que
saben crear historias entretejiendo hilos, manos
que saben descubrir amorosamente los mil rostros
del barro; manos cálidas de orfebres, manos de
mujer hoy en el juego de pelota; manos de mujer
hoy en la Mixteca, en el sueño que sueña la
migrante.
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Las fotografías muestran un tiempo y un espacio
idos y sin embargo reales. Pasado y futuro a la
vez. Un tiempo y un espacio que vuelven en el
sueño de la migrante. Un tiempo y un espacio
que miran los ojos de sueño de la migrante, que
mira Lucero —migrante ella misma— a través de su
lente al fotografiar los ojos de sueño de la
migrante.
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La Serpiente Emplumada es mujer en la Mixteca.
Señora 3 pedernal: origen de las dinastías. Ésta es
la historia escrita sobre la piel sagrada.
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Los mixtecos constituyen alrededor del 7% de la
fuerza laboral agrícola del estado de California.
Hay quienes hablan de un espacio trasnacional
con lugares separados por más de dos mil millas.
Hay quienes hablan de “Oaxacalifornia”.
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Álbum de la memoria; álbum de las raíces y los
deseos. Álbum de mujeres con ojos de fuego.
...llamas los ojos y llamas lo que miran...
Lucero González arma un extraño álbum familiar.
Álbum que habla de una genealogía femenina; de
ojos de mujeres vistos por ojos de mujeres. Ojos
melancólicos de la migrante que se vuelven
vivaces ojos adolescentes en el juego de pelota.
Pero siempre, ojos de mujeres. Luz y tiempo en la
mirada que es llama; fuego que purifica; vientre
que se incendia para mantener el equilibrio del
universo.
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“¿Dónde comienza o termina Oaxaca para los indígenas
migrantes? ¿Comienza o termina en la colonia
Vicente Guerrero en el Valle de San Quintín,
Baja California Norte donde más del 80% de los
trabajadores agrícolas son indígenas mixtecos,
zapotecos y triquis? ¿Comienza o termina en las
calles de Los Ángeles, California, donde por los
pasados seis años se ha venido realizando la
Guelaguetza ante un público que rebasa
fácilmente las dos mil personas? ¿Comienza o
termina en los campos agrícolas del Valle de San
Joaquín en California, donde laboran más de
40,000 mixtecos y donde se puede asistir cada
domingo a juegos de pelota mixteca en la ciudad
de Madera, y donde cada domingo al mediodía se puede
escuchar la hora Tú-un davi en la estación
de radio local de la ciudad de Fresno?”*
* Gaspar Rivera Salgado, en “Los que andan por tierras lejanas”,
Revista Ojarasca, suplemento de La Jornada.
© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
La migrante vuelve al sitio donde su madre
enterró el cordón. Lucero vuelve al sitio donde
su madre enterró el cordón. Tierra mixteca,
origen del que sólo el silencio habla. Raíz del
árbol primigenio. Las imágenes saben que no
hay más sentido que el de su propia voz. Lucero
cuenta en secreto lo que sus imágenes saben. La
migrante guarda el secreto que cuenta Lucero.
Sólo el silencio habla.
desde el diván
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Regina Bayo-Borràs Falcón
Psicología de la violencia. Relaciones
interpersonales en el seno de la familia*
Regina Bayo-Borràs Falcón
E
n la presentación de estas jornadas del Día Internacional de la
Mujer Trabajadora se plantea la necesidad de obtener instrumentos de reflexión para poder analizar el porqué de la violencia y las
agresiones hacia las mujeres. Sin embargo, al ser invitada a participar
en este debate me pareció conveniente ampliar el campo de la violencia
y los malos tratos al de la familia en su conjunto, pues es en el seno
social familiar donde surge una dinámica interrelacional compleja, y es
el lugar por excelencia en el que brota el germen —la semilla— de la
pulsión agresiva.
Yo me referiré específicamente a la relación padres/hijos, matriz de
configuración de las relaciones y vínculos interpersonales durante la
adolescencia y vida adulta.
Estado de la cuestión
En primer lugar, tengo que destacar que la violencia parental existe. Los
datos lo confirman, los profesionales (médicos, abogados, psicólogos)
lo comprobamos a diario; las páginas de los periódicos, los programas
de televisión, las campañas de prevención han revelado parte de la magnitud de la situación.
Cuando las familias acuden a consultar por este problema, aparecen datos que nos ayudan a entenderlas: son aspectos que generalmente se
repiten, como por ejemplo:
—factores de privación económica;
* Esta intervención se realizó en Ayuntamiento de Molins de Rey, en Barcelona
el 4 de mayo de 1999.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
desde el diván
—situaciones de carencia afectiva, abandonos, separaciones
traumáticas, duelos tempranos;
—malos tratos o abusos sufridos por los progenitores (a veces se
sintieron amados de esta manera, otras sólo se sintieron odiados);
—violencia, malos tratos o abusos padecidos de generación en
generación;
—enfermedad mental, alcoholismo o delincuencia de alguno de
los padres;
—uno de los dos progenitores (padre o madre) consintió, negó,
ocultó o mantuvo indiferencia ante lo que sucedía. A veces la víctima
(niño, madre o padre, anciano) siente más rabia contra ése que no defiende que contra el que agrede o abusa. Por lo tanto, la persona agredida es tanto víctima del agresor como del silencio que muchas veces le
acompaña.
El niño maltratado
Es aquel que es objeto de violencia física, crueldad mental, abuso sexual,
y/o negligencias importantes, con consecuencias graves en su desarrollo físico y psicológico.
Estos niños presentan síntomas repetitivos: trastornos somáticos,
(pulmonares, cutáneos, urogenitales), que suelen ser reacios a cualquier
tratamiento médico; en otras palabras, se cronifican. También pueden
observarse mutilaciones voluntarias o accidentales, aparentemente incomprensibles.
Los adultos analizados (hombres y mujeres) que maltratan nos ayudan a comprender a los niños maltratados: ellos también sufrieron trastornos que amenazaban su salud, y elaboraron con dificultad haber sido
niños maltratados. Padecen:
—“Negacionismo familiar”: las vejaciones que sufrieron durante
la infancia no han sido reprimidas ni olvidadas; por el contrario, se
recuerdan fácilmente, pero no parece importarles demasiado.
—“Identificación con el agresor”: de niños veían al adulto agresor
como alguien fuerte, y al que no les protegía como alguien débil; entonces, de niños, querían convertirse en el fuerte, su agresor, porque pensaban que era la manera más segura de sobrevivir.
—“Repetición”: la violencia se repite. El niño, después adulto, la
repite en su interior, a través de pesadillas, terrores nocturnos, se des246
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Regina Bayo-Borràs Falcón
pierta chillando, etc., o la revive despierto, y recuerda las situaciones
con sudoraciones, taquicardias, con la impresión de no poder aguantar
todo lo que le pasó y con temor a volverse loco.
—“Deseo de venganza”: la violencia recibida produce el deseo de
defenderse, y cuando uno no puede hacerlo adecuadamente, siente cólera, rabia, y el irrefrenable deseo de vengarse. Es por eso que decimos
que la violencia genera violencia.
Medidas de prevención
Los padres que gritan, insultan o golpean a sus hijos, o muestran hacia
ellos un grado relativo de agresividad, estimulan una actitud violenta y
desafiante por parte de sus hijos. Las secuelas, a veces irremediables,
pueden quedar grabadas en los niños antes incluso de que lleguen al
colegio. Un estudio de la Universidad de Washington (Seattle) llega a la
conclusión de que la pretensión de algunos padres de ejercer el control
de los niños mediante gritos y castigos tiene un resultado directo en el
nivel de agresividad de los hijos a medida que crecen.
Los resultados, publicados en la revista Child Development, se derivan del trabajo desarrollado durante siete años por un equipo de psicólogos infantiles. El estudio trata de las consecuencias de la agresividad en
el desarrollo infantil. Las conclusiones no pueden ser más contundentes:
cuanto más agresivo es el comportamiento de los padres, cuanto más duros son
los castigos, peores efectos tiene en el desarrollo del niño. Gritar a un niño no
es tan malo como insultarle, e insultarle no tan malo como pegarle; pero
no es sólo el grado de agresividad de los padres lo que cuenta, sino
también la frecuencia con que los niños son víctimas de los malos tratos.
Así, pues, la agresividad de los padres hacia los hijos empieza a
almacenarse a una edad mucho más temprana de lo que se puede imaginar. Esta es una de las conclusiones más importantes, porque significa que la prevención y la corrección deben llegar cuando los niños son bebés.
Otro dato demostrado es que, a medida que crecen, los chicos
muestran más agresividad que las chicas. En esto hay una combinación
de factores; el más importante es la forma diferente en que niños y
niñas expresan su agresividad. Los niños lo hacen de una forma más
física, más obvia, y las niñas tienden a mostrar lo que llamamos “agresividad relacional”: excluyen de su entorno a las personas que no desean, emplean expresiones y miradas indirectas, etc.
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desde el diván
¿Son irremediables los efectos de la agresividad de los padres sobre los hijos? En la mayoría de los casos hay un factor que marca un
antes y un después a la posible superación de las secuelas: el colegio. Si
el niño ha desarrollado una personalidad problemática a causa de la
agresividad con que los padres le han tratado, es más complicado que
cambie y que mejore una vez que ha entrado en la vida escolar. El estudio concluye: “Son los padres los que necesitan terapia, no los hijos...
tienen que tratar a sus hijos sin gritos, insultos o golpes, deben animarles cuando hacen las cosas bien, estar con ellos, y no sólo dirigirse a los
niños cuando han hecho algo mal”.
Sin embargo, la agresividad y violencia en los niños y adolescentes también puede aparecer cuando no han sido educados con la autoridad adecuada por parte de los adultos: ¿qué significa esto? Pues que
toda criatura que crece, se desarrolla y va interrelacionándose con el
mundo social ha de poder respetar normas, prohibiciones y leyes que
rigen la vida en común. Los padres son los primeros representantes de
ese marco de convivencia, y han de poder marcar los límites de lo que
se puede y no se puede hacer en cada situación y circunstancia. La
tendencia espontánea de los niños y los adolescentes es la de satisfacer
deseos y dar rienda suelta a sus pulsiones más primitivas. Ello no siempre es posible ni conveniente, por lo que se hace inevitable frustrar en
muchas ocasiones esos impulsos desiderativos... con palabras esclarecedoras, y a veces sin excesivas explicaciones.
Por otro lado, no seamos ingenuos pensando que todo recae exclusivamente sobre la conducta de los padres. Hay también otros factores
que contribuyen decisivamente a fomentar la violencia y la agresividad
en los niños, como los medios de comunicación, que tienen mucha
influencia en ellos. Para controlarla, en Canadá (donde la serie de televisión Power Rangers ha sido prohibida) y en Estados Unidos se está probando el “chip antiviolencia” en cientos de hogares, y su generalización
podría darse a finales de este año l999.
De hecho, la sensibilidad de los canadienses ante la violencia gratuita es mayor que la que existe en los Estados Unidos, y allí la insistencia de los propios padres ha sido el principal motivo para la instalación
sistemática del chip, ya que solicitaban continuamente que se pusieran
a su disposición los instrumentos necesarios para decidir lo que sus
hijos ven por televisión. El chip V es el medio para resolver el problema: hace que los padres “estén” en casa aunque no estén físicamente, y
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Regina Bayo-Borràs Falcón
representa la primera oportunidad que tienen de controlar la televisión.
Es más, en las pruebas que se están llevando a cabo en Ontario, los
padres tienen a su disposición cuatro categorías diferentes de calificación para los programas de la televisión.
En definitiva, tal como dice Kevin Watkins, experto en desarrollo
humano, “invertir en educación y salud protege a la gente contra las crisis...
si un estado invierte en aspectos básicos como educación primaria y
salud, la gente tendrá un escudo contra las crisis. Enseñanza y salud
son la inversión verdaderamente productiva. La cuestión no es cuánto
se invierte, sino si la gente puede acceder a esos servicios”.
Psicología de la violencia
Por “psicología de la violencia” se entiende el estudio de las causas y de
las consecuencias del fenómeno violento, o de la conducta violenta. La
psicología, y en especial el psicoanálisis, analiza de dónde viene, cómo
se engendra, cómo se transmite, cómo es que se repite; también si es
constitucional, hereditaria o cultural.
El trabajo clínico con pacientes (niños, adolescentes y adultos) plantea numerosas cuestiones, como, por ejemplo, los efectos que se producen en la persona víctima de violencia, pero también en el sujeto agresor,
así como en la dinámica relacional entre las personas implicadas (generalmente del mismo ámbito familiar).
Por otro lado, hay que delimitar qué es violencia. ¿Es igual a agresión? ¿A malos tratos? ¿A abusos? ¿Cuándo hay peligro de violencia?
¿Se puede detectar? ¿Sólo se puede atender cuando ya se ha producido,
es decir, a posteriori? ¿Es irreparable?
Algunas de estas preguntas ya las hemos respondido parcialmente más arriba: la conducta agresiva surge en el seno de las relaciones
familiares más tempranas; tiene que ver con el medio cultural, también
con las experiencias infantiles de los adultos que agreden, pero puede
prevenirse a tiempo si hay colaboración de los padres y la escuela; puede tener efectos irreversibles si durante los primeros años de vida no se
han atendido adecuadamente a los padres agresores y al niño agredido
o maltratado; los efectos irreversibles han sido planteados al comienzo
del artículo.
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desde el diván
Relaciones familiares
El objetivo de esta mesa redonda, en el conjunto del debate organizado
por la Regidoria del Programa de la Dona, es situar el complejo problema
de la violencia doméstica más allá de los datos estadísticos, de las denuncias judiciales, de los estereotipos de género, y más acá de lo que a
veces se entiende por “buenas y malos”. Es un problema complejo,
porque es uno de los fenómenos de raigambre psicosocial que se origina y repercute en la convivencia entre hombres y mujeres, entre niños
y adultos, entre ancianos y jóvenes: es decir, entre los fuertes y los
débiles, teniendo en cuenta que la fuerza física no es la única medida de
ser fuerte o débil, pues hay formas indirectas de agredir y maltratar. Además, es un tema complejo porque, aunque se produce en el ámbito
doméstico, no es sólo un cuestión privada, sino que es un tema y una
preocupación pública, en la medida en que atañe al orden social, en el
sentido más amplio de la palabra.
Agresividad no es violencia
Esta distinción es importante. Hablamos de violencia cuando la agresividad necesaria para sobrevivir se transforma en un hecho únicamente
destructor. La agresividad es un fenómeno ampliamente estudiado por
el psicoanálisis: aparece precozmente en el desarrollo normal del individuo (por ejemplo, morder, pegar, romper). La agresividad es constitutiva de todo ser humano, tiene una complicada articulación con la
construcción de la personalidad (diferenciación, identificación y
desidentificación de las figuras parentales), y una dinámica compleja
de unión y desunión con la sexualidad (por ejemplo, sadismo/masoquismo).
La agresividad se manifiesta en las relaciones amor/odio que el niño
tiene con sus padres, a través fundamentalmente de la ambivalencia,
sobre todo entre la edad de los 2 y 4 años. En esta etapa (anal) el niño
tiene rabietas, pataletas, enfrentamientos con los padres, fenómenos que
están al servicio de la diferenciación de su propia personalidad, y para
conseguir la adquisición de su propia identidad, reafirmándola. También aparecen manifestaciones de agresividad durante los 4 y 6 años,
(etapa edípica), sobre todo hacia los padres, a través de los celos y las
pesadillas de muerte de las personas queridas.
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Regina Bayo-Borràs Falcón
El odio no es un amor negativo, sino que tiene su propio origen: es
la lucha de la personalidad del sujeto por su conservación y su afirmación; se da en todas las etapas evolutivas.
La pulsión de dominio aparece tempranamente en el desarrollo del
niño (fase anal), y está ligada con el placer del movimiento corporal y a
la musculatura. Cuando predomina esta pulsión, la consideración del
otro (como ser diferenciado) y de su sufrimiento (dañarlo o aniquilarlo)
le puede ser indiferente. Esta pulsión de dominio está íntimamente
relacionada con las conductas de control y posesión de las personas
amadas, tanto en la infancia como en la vida adulta.
Los fenómenos de autoagresión aparecen en personas con graves afecciones psíquicas, como por ejemplo la melancolía, o cuando predominan sentimientos de culpabilidad inconsciente.
Las tendencias hostiles son de singular importancia en afecciones
como la neurosis obsesiva y la paranoia. En la vida corriente, la hostilidad suele manifestarse de forma indirecta o sublimada, a través de las
bromas, chistes, rivalidad competitiva, etc.
La víctima y el victimario
Me parece importante resaltar que el acto y/o la conducta agresiva,
destructiva y/o violenta afecta tanto (no de igual manera, sino también)
a quien la recibe como a quien la realiza. Sólo personas que sufren un
trastorno mental grave, de disociación de la personalidad, pueden realizar un acto criminal sin padecer sentimientos de culpabilidad conscientes ni inconscientes, pues su conciencia moral se halla desconectada
de su personalidad.
En líneas generales, el delincuente, el criminal, el violento, es aquél
para el cual el “actuar” ocupa el lugar del “hablar”: en estas personas, el
acto es lenguaje. A los psicoanalistas nos interesa sobre todo de dónde
viene la imposibilidad de canalizar adecuadamente su violencia, sus
impulsos primitivos destructivos, y por qué actúa contra sus seres “más”
queridos. (El “qué” hace y “cómo” lo hace interesa, sobre todo, a juristas, policía, sociólogos, jueces, etc.).
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desde el diván
Factores psíquicos
Además de los factores culturales y socioeconómicos que contribuyen a
fomentar la violencia, también hemos de contar con aquellos de raigambre psicológica que forman parte de la singular personalidad del sujeto
violento.
Para mencionar algunas características, y sin profundizar en ellas,
señalaremos unas cuantas:
— Un oscuro sentimiento de culpabilidad, que puede empujar al individuo a cometer delitos. Al contrario que en las personas neuróticas
normales, en que el sentimiento de culpa es posterior a la falta cometida, en estos casos la culpabilidad inconsciente precede al acto delictivo.
Así, en ellos, la falta tiene un efecto apaciguador de la culpabilidad
inconsciente difusa. Se comprenden, pues, las reacciones paradójicas
(pasa a menudo en niños y adolescentes) de sentirse “satisfechos” cuando
se les castiga o encarcela.
— Sujetos con déficits afectivos sufridos en la temprana infancia o en
la adolescencia. Los niños privados de amor se convierten en adultos
llenos de odio, dedicados a la destrucción del orden social y/o familiar,
del que han sido víctimas. Está demostrado que la carencia afectiva es
un factor criminógeno innegable. El criminal destruye a otros porque
se siente perseguido (él cree que es en la realidad, pero es en su mundo
imaginario), y no puede superar la relación con el mundo, basada en la
hostilidad y el miedo.
— La agresividad se transforma en violencia, fundamentalmente por el
miedo: miedo a no ser reconocido, a no ser amado, a no tener suficiente,
a perder poder. El sujeto violento se siente amenazado y no puede controlar sus impulsos. Se siente débil ante los demás y necesita demostrar
y demostrarse que no es así. Esta situación es especialmente clara en la
violencia contra las mujeres.
En cuanto a la víctima, ésta vive en un estado de terror crónico, que
paradójicamente le hace caer en una situación de sumisión y empatía
con el victimario. Además, suele tener un sentimiento de autoculpabilidad que le hace revertir el discurso, diciéndose: “me lo busqué yo”.
Sin embargo, es preciso distinguir entre “víctima” y persona “objeto de
violencia”. La “víctima” asume la violencia ejercida contra ella, cree que
no puede hacer nada más que aceptarla, o incluso que se la merece
(masoquismo). Por el contrario, la persona “objeto de violencia” no la
asume, no la acepta, puede discriminar la realidad, y por lo tanto, salir
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menos dañada psicológicamente del acontecimiento o situación
traumática.
Para finalizar, me parece importante destacar que un acto de violencia —física o psíquica; contra una mujer, un hombre o un niño— es
devastador cuando es negado: por ejemplo, a menudo oímos frases como
éstas:
—“¡Deja de llorar, que no te ha dolido” (cuando hay agresión física
o psíquica).
—“¡Esto no es violencia, es educación!” (en situaciones de malos
tratos).
—“¡Esto no es abuso, es amor!” (en situaciones de violación o
abuso sexual).
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entrevista
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María José García Ocejo/Luce Irigaray
Los riesgos de una democracia incumplida
y la construcción de una cultura democrática
fundada en la diferencia
Entrevista a Luce Irigaray por María José García-Ocejo
A
quello que inspira la vida y la obra de Luce Irigaray es la búsqueda de
un futuro más justo y feliz para la humanidad. Ella lo vislumbra a
través de una teoría y una práctica de la relación con el otro en el
respeto mutuo de sus diferencias. Este encuentro entre dos es lo que posibilitará
una mundialización no destructiva de las subjetividades singulares y de las
civilizaciones. Se comprende por ello su interés en la diferencia sexual, la
relación más inmediata y universal, fundadora de la célula de base y del conjunto de las comunidades humanas. En la obra escrita de Luce Irigaray es
posible distinguir tres momentos: 1) un periodo “desconstructivo” en el que
critica una cultura fundada en las necesidades de un solo sujeto (Speculum);
2) una etapa en la que propone ciertos medios necesarios para la construcción de
una subjetividad femenina autónoma (Yo, tú, nosotras), y 3) la construcción
de una cultura de dos sujetos respetuosos de sus diferencias, modelo para una
coexistencia en la diversidad a un nivel universal (Amo a ti y Ser dos)
Luce Irigaray también ejerce una práctica política y cultural. En su libro
Democracy Begins Between Two narra sus luchas, particularmente ante el
Parlamento Europeo por los derechos de las mujeres. En ¡Quí sono io, quí sei
tu? explica su labor educativa con niños (as) y adolescentes para una ciudadanía respetuosa de las diferencias.
María José García-Ocejo (MJGO): Me gustaría comenzar esta entrevista preguntándole sobre su relación con el feminismo. A lo largo
de su obra, usted se define a sí misma más como promotora de la
liberación de la mujer que como feminista. ¿Qué diferencia encuentra
entre estas dos posturas?
Luce Irigaray (LI): No me gustan los estereotipos en sí mismos,
evocan un modelo a seguir, comportamientos que adoptar, dogmatismo.
Remiten a algo que ha pasado y no a un camino nuevo por construir.
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entrevista
Además, comúnmente, el término “feminismo” se entiende en un sentido igualitarista, o sea: para emanciparse, las mujeres deberán ser iguales a los hombres. Ello supone alienarse aún más y voluntariamente de
los valores de un mundo que no es el suyo.
Yo pienso que liberarse consiste, para una mujer, sobre todo en la
toma de conciencia de sus propios valores y en afirmar su derecho a
existir en la vida privada y en la pública. Se trata de tomar conciencia de
su sumisión a un solo orden subjetivo, de descubrir y cultivar ese otro
sujeto que es la mujer, de hacerla aparecer en el nivel social como diferente y no de hacerla desaparecer dentro de un mundo masculino.
Por ello me parece más pertinente hablar de “equivalencia” de derechos que de igualdad de derechos. Las mujeres pueden exigir ser
reconocidas de manera equivalente a los hombres desde su propia subjetividad y de acuerdo con sus propios valores. En mi opinión, lo importante es construir un mundo entre dos sujetos diferentes donde uno
no esté sometido al otro.
MJGO: En su trabajo usted combina dos elementos difíciles de
conciliar dentro de la teoría feminista: la fidelidad a su propia experiencia y el rigor científico.
LI: Me parece que esta combinación es una dimensión importante
que debe promoverse en un mundo femenino. Generalmente, los hombres han disociado la vida del conocimiento. Ello ha llevado a ciertos
desastres que hoy en día amenazan a la humanidad y al lugar donde
habita, la tierra. El ser humano como tal parece encontrarse, de alguna
manera, sobrepasado y amenazado por sus producciones científicas y
por el uso de técnicas inspiradas en el deseo de dominar la vida y no en
el de servirla. Por el contrario, ellas, en lugar de incorporarse a dicho
proceso de manera tal que se aceleren estos desastres, ¿no deberían ser
fieles a su propia experiencia, la que les dicta nuevas reglas de construcción del saber basadas en el respeto al mundo, a la vida, al otro y no en
su dominación?
Personalmente decidí optar por la fidelidad a mi propio camino de
mujer desde mis primeros estudios universitarios. Yo sentí que para convertirme en una sabia erudita debía renunciar a mí misma como mujer.
Pero decidí que no haría esto. Mi acción por la liberación de las mujeres
surge a partir de ese momento. Es también otra forma de hacer ciencia....
MJGO: Usted ha reiterado que dada la historia de opresión de las
mujeres, nosotras tendemos mucho más a manifestar experiencias de
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sufrimiento, de malestar y de oposición frontal contra los hombres, que
de bienestar y de encuentro entre los sexos. Sin embargo, usted ha preferido hablar del amor, de la posibilidad de establecer relaciones más justas, fecundas y felices entre hombres y mujeres ya que sin ellas no habrá
verdadera liberación de la mujer. ¿Qué nos puede decir a este respecto?
LI: Me impresiona constatar que las mujeres —incluidas las artistas— expresan sobre todo el sufrimiento. ¿No será ello una prueba de
que no se escuchan a sí mismas? Las mujeres están bien dotadas para la
felicidad pero a fuerza de no hablar en un sentido positivo, cierto que la
cultura no nos ofrece muchas palabras ni medios para hacerlo, lo positivo se cubre con lo negativo. Hacer responsable al otro del propio malestar es también una manera de aceptar la dependencia. Cierto, los
malentendidos existen entre los sexos de parte de unos y de otras. Además, para una mujer, la dificultad en hacerse comprender aumenta por
el hecho de que la cultura está hecha por los hombres. Pero esta toma
de conciencia debiera incitarnos a promover nuevos valores y no a detenernos por aquello que no marcha bien, haciendo responsable a un
“otro” externo que quizá tampoco puede hacerlo mejor. A nosotras nos
toca cambiar el mundo...
Comencemos por una nueva manera de entrar en relación con el
otro o la otra. Las mujeres estamos mucho más dotadas para el amor,
para la amistad. ¿Por qué no cultivar estos valores, también en el nivel
público, en lugar de esperar a que sean los hombres quienes lo hagan?
MJGO: Luego de 40 años de elaboración teórica y de trabajo práctico en favor de la emancipación de la mujer, ¿qué puede sugerirles a
las jóvenes feministas que hoy en día comienzan en esta larga y difícil
lucha?
LI: Que tomen conciencia de lo que ellas son y que cultiven sus
propias cualidades. Que conquisten su autonomía sin agresividad hacia los hombres y sin esperar que sean ellos quienes cambien: generalmente son las mujeres quienes abren la vía. No elegir entre sentimientos
positivos hacia los hombres o hacia las mujeres: es importante estar en
buenas relaciones con ambos, tanto con quienes son como ellas como
con quienes son diferentes. No creer que un simple estatus social les
aportará la felicidad: lo que importa es modificar la relación con el otro,
la relación amorosa, la relación carnal.
Recordar que una mujer debe aprender a devenir más y más mujer y a mantenerse como tal, en vez de convertirse en madre olvidándo259
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se de ser mujer: ello no le hace bien a nadie. Preocuparse de la conquista y la conservación de una legislación apropiada para las mujeres, que
no sea solamente neutra y abstracta.
MJGO: Pasemos ahora al segundo tema que quisiera abordar en
esta entrevista y que se refiere a su concepción sobre la democracia. En
los últimos años usted se ha abocado a la lucha por la refundación
moral de la democracia a partir de la formulación de derechos humanos
propios para hombres y mujeres, encaminada a la conquista de una
legislación sexuada, es decir, apropiada a la subjetividad propiamente
femenina y no neutra y abstracta como la que existe en la actualidad.
¿Podría usted hablarnos de esta actividad y explicarnos en qué consiste
la propuesta de ley que envió junto con un diputado europeo a dicho
parlamento y por qué la propuesta no fue aprobada, particularmente
por las mujeres legisladoras de esta instancia?
LI: Hace algunos años, considerábamos que un régimen realmente democrático era aquel en el cual los ciudadanos tuvieran el derecho
de elegir a sus representantes. Hoy en día sabemos que no es así de
simple y que, aun en los países donde este derecho existe, el voto es
frecuentemente burlado. ¿Cómo luchar contra estas nuevas formas de
poder personal que se ejercen en el seno mismo de las democracias?
Primero, otorgando menos derechos a los dirigentes y más derechos a los ciudadanos. El ideal del socialismo consistió en confiar el
ejercicio de la gobernabilidad a la sociedad civil, es decir, a los ciudadanos y no al estado. ¿Qué gobierno que se dice de izquierda conserva
este objetivo? Para conquistarlo convendría repensar la legislación y
definir derechos civiles positivos en favor de los ciudadanos de acuerdo con su sexo, raza, cultura. Estos derechos brindarán a los ciudadanos la posibilidad de representarse a sí mismos y de oponerse legalmente
al estado cuando sus derechos sean violados.
Hace falta, asimismo, multiplicar las posibilidades de los ciudadanos para expresarse sobre sus propias opciones políticas, por ejemplo, vía referendum, y también llamarlos a votar por programas más
que por personas. En seguida, conviene analizar aquello que es perjudicial para la existencia y el desarrollo de la democracia. Uno de los
nudos problemáticos proviene, así me lo parece, de un remanente de
“naturalismo” no elevado a estatus civil. La mujer sigue siendo considerada como un cuerpo-natura a disposición del hombre y del estado.
De ella se espera más la procreación de infantes que el comportamiento
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María José García Ocejo/Luce Irigaray
en tanto ciudadana capaz de aportar al conjunto de la sociedad los valores que ella posee: respeto por la vida, la salud, el bienestar, el cuidado
de la naturaleza, del medio ambiente, de la habitación, gusto por el
diálogo, por el arte, etcétera.
Todo ello proviene, sin duda, del hecho de que ella ha permanecido durante mucho tiempo encerrada dentro del hogar conyugal, siendo
el hombre quien aparece como el ciudadano representante de la familia
ante el estado. En casi todas partes del mundo, las mujeres tienen hoy
en día acceso a la vida pública. Ello demanda que su identidad civil sea
reconocida y no sólo su identidad natural y que dicha identidad sea
reconocida como diferente.
Ello supone educar a las mujeres para que puedan pasar de comportamientos que son válidos al interior del hogar familiar a comportamientos en tanto ciudadanas. Ello vale también para los ciudadanos de
otras razas o culturas. La democracia sólo puede existir mediante la
coexistencia en la diversidad. Si ella no representa a todos y cada uno
de los ciudadanos, corre el riesgo de que se desarrollen en su interior
aspectos autoritarios y totalitarios.
A causa de su estricta pertenencia al ámbito familiar, que se dice
privado, las mujeres no gozan de derechos civiles propios. Ellas son
consideradas, desde hace siglos, como la propiedad del padre de familia o del marido. Son ellos quienes cuentan con derechos civiles o consuetudinarios a los cuales las mujeres deben someterse.
Estos derechos civiles no debieran ser derechos simplemente sexuales sino derechos sexuados. Las mujeres son diferentes a los hombres y
por ello requieren de derechos específicos: poseer derechos civiles debiera ser la primera conquista de las mujeres, como lo ha sido en el
caso de otras minorías oprimidas. Por ejemplo, las mujeres debieran
poder decidir ellas mismas sobre sus relaciones sexuales, sobre su matrimonio, sus embarazos. Estos derechos, que les reconocerían un derecho civil pleno, son en realidad mucho más decisivos que el simple
derecho al voto. Poseer el derecho al voto y no el de decidir sobre la
propia maternidad representa una contradicción: la mujer vota en tanto
que goza de un derecho civil, pero no goza de éste cuando se trata de
ella misma. Pretender administrar la sociedad civil sin poder administrar la propia vida es una aberración a nivel de la democracia, es la
huella de un pasado aún reciente en el cual las mujeres no poseían
ningún derecho concerniente a la manera de gobernar su cuerpo y tam261
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
entrevista
poco su mente, su alma. Ello demanda derechos culturales y religiosos
apropiados a su subjetividad. En mi libro titulado Democracy Begins
Between Two, menciono los derechos necesarios para las mujeres, particularmente para pasar de una identidad puramente natural a una identidad civil, hacia el amor y la felicidad. Para ello trabajé con un diputado
italiano, hoy en día vicepresidente, en el ámbito del Parlamento Europeo, para obtener derechos para las mujeres, los niños y los inmigrantes.
En este libro también refiero las reacciones críticas de un gran
número de mujeres de la Comisión de la Mujer del Parlamento, relacionadas con la obtención de derechos civiles propios. Sus reivindicaciones incluían casi exclusivamente derechos económicos comparables con
los de los hombres. Cierto que éstos son decisivos, pero no serán verdaderamente reconocidos por las mujeres si no se garantizan a través
de una identidad civil autónoma, por un estatus civil propio. En el
ámbito familiar, las mujeres no tienen derechos económicos que no
sean aquellos que conciernen al ser alimentadas y alojadas, es decir
mantenidas por sus padres o maridos. Por ello, antes de exigir “tener”
cualquier cosa de la sociedad, las mujeres debieran demandar el derecho a “ser” alguien que goza de un estatus civil reconocido en y por la
comunidad.
****
Un derecho mínimo: el derecho a pensar.
¿Es digno de una democracia el obligarme a estar del lado de los terroristas si no estoy a favor de la guerra? ¿Es acorde con la cultura democrática el juzgar en términos de “todo bueno” o “todo malo”, “ todo
blanco” o “todo negro”? La imposición de una sola alternativa “a favor”
o “en contra”, ¿no evoca ella misma sobre todo a los regímenes totalitarios y peligrosos?
Y es que el totalitarismo ha tomado también hoy en día formas
más insidiosas: el conformismo, por ejemplo. A pesar de los discursos
sobre tolerancia y multiculturalismo se nos impone el adoptar como ley
el “pensar sólo así” y progresivamente, el uniformismo cultural nos
limita a convertirnos en una copia conforme —con el apoyo de los sondeos de opinión, la presión de los medios y finalmente la complicidad
de los editorialistas y publicistas. Afirmar hoy en día una diferencia
implica quedar bajo sospecha e incluso la expulsión. Como si para ser
un verdadero demócrata importase el comportarse y hablar como lo
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hace la mayoría. La historia nos ha hecho aprender cómo esto implica
nada, cómo el sufragio universal no es suficiente en sí mismo para
establecer una democracia.
Además, ¿existe efectivamente el sufragio universal hoy en día?
¿Cuántos ciudadanos dejan de votar por decepción? Ello hace que los
representantes sean elegidos por apenas el 25 por ciento de los ciudadanos, lo cual no impide a los dirigentes políticos el decidir y expresarse
a nombre de todos y todas. Y no impide que los ciudadanos deban
pagar, económicamente, cuando no a costa de su propia vida, el hecho
de haber elegido a este o aquel tirano, o el compartir el territorio de este
o aquel terrorista. Decididamente, vale la pena el interrogarse sobre lo
que entendemos por democracia y sería útil el permitir a todos y a
todas por lo menos el derecho al pensamiento y a la palabra.
Fragmento de “Un derecho democrático mínimo: el derecho a pensar”, L’Unitá, 25 de noviembre de 2001.
****
MJGO: En el artículo titulado: “Un derecho democrático mínimo:
el derecho a pensar”, publicado el 25 de noviembre del 2001 en el diario
italiano L´Unitá, usted insiste en la necesidad de interrogarse, particularmente las mujeres, sobre lo que entendemos por democracia en un
momento donde más bien se nos obliga a renunciar a nuestro derecho
a pensar adoptando posiciones totalitarias frente a los acontecimientos
mundiales, por ejemplo, frente al terrorismo. ¿Podría ampliarnos su
posición a este respecto?
LI: Sin negar la existencia del terror que estamos contemplando en
el mundo, que en realidad ahora es multiforme, yo diría que, en principio, es importante comprender lo que este terror está expresando y sus
diversos modos de manifestarse. Poner los gestos de violencia efectuados por habitantes de países pobres subordinados, en términos de “todo
negro” o “todo blanco”, “todo bueno” o “todo malo”, comparándolos
con la fuerza de sus poderosos adversarios, como los Estados Unidos,
corresponde, me parece, a un error de juicio, a una falta histórica y a
una falta democrática a nivel mundial. ¿Cómo incluir en un mismo
sistema de valores a quien dispone de un arma nuclear u otras armas
ultrasofisticadas y a quien solamente dispone de su propio cuerpo como
arma? Cualquiera que sea la condena que todo acto de violencia amerita,
resulta peligroso incitar a los ciudadanos a confundir los efectos posi263
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bles de una bomba atómica o de un misil de alto calibre con aquellos
producidos por un hombre mal armado: dichas armas no son iguales,
por retomar un argumento ampliamente utilizado en otras circunstancias y a otros niveles económicos. Es peligroso, también, incitar al odio
y responder a gestos desesperados con un odio generalizado organizado por un país rico.
La falta de reflexión conlleva el riesgo de conducirnos a un conflicto mundial no deseado por la mayoría de los ciudadanos. Es otro el
motivo por el cual ellos se sienten hoy en día desmotivados e impotentes. Incluso, si no aprueban las decisiones de los grandes, de los ricos,
se ven reducidos al silencio. Es decir, los ciudadanos son libres para
divertirse en los centros recreativos como los niños, pero no para hacerse escuchar sobre lo que desean políticamente.
Me gustaría que fueran las mujeres quienes tomasen mucho más
la palabra para defender la vida como tal, que ellas no confundieran el
objetivo de su liberación con el de promover la guerra como los hombres, que se permitieran proponer estrategias más pacíficas y democráticas y otros valores culturales y espirituales.
Me gustaría que ellas tomaran conciencia del peligro que existe en
el hecho de que ciertas mujeres sirvan de coartada a las guerras cuando
éstas no corresponden a sus intereses reales. Muchas mujeres pueden
justificar la necesidad de una guerra declarada a los hombres de su país
y suponer que un conflicto armado pueda representar la solución. ¿Por
qué preocuparse de los intereses de otros y no de los de ellas?
Yo creo que el acento puesto sobre un cierto terrorismo sirve para
justificar los conflictos armados en el nivel mundial, cuando el objetivo
es también un cierto imperialismo económico y político. Pienso que
ello conduce a los ciudadanos y ciudadanas a desviarse de sus propios
intereses e iniciativas y a renunciar a toda capacidad de discernimiento
o de conciencia, y que ello refuerza el poder del estado, de los estados,
en detrimiento de una política dirigida por los propios ciudadanos y
ciudadanas, que es, en efecto, la única política democrática posible.
Designar un enemigo fuera de sí, y si es posible fuera del propio territorio, y utilizar la propia energía para combatirlo no significa trabajar
afirmativamente por la instauración de una democracia. Por el contrario, es alejarse de este objetivo, distraerse de él, olvidarlo finalmente.
MJGO: En este sentido, usted enfatiza la importancia de crear una
nueva cultura democrática fundada en la diferencia y encaminada hacia
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nuevas formas de convivencia humana más fecundas y felices. Sin embargo, como usted lo ha mencionado, recientemente hemos visto emerger nuevas formas de violencia social aún más destructivas, aunadas al
creciente desencanto en la población mundial, incluida la latinoamericana, hacia las clases gobernantes por su incapacidad para resolver sus
problemas y necesidades.
Aun así, usted ha mantenido una posición optimista sobre el futuro de la humanidad y su convicción democrática fundada en el respeto
a la singularidad, a la libertad de pensamiento y de palabra y a los
derechos de las personas. ¿Cómo alimenta hoy en día esta posición?
LI: Pienso que la violencia que estamos presenciando, que va de la
mano de la indiferencia y el desencanto generalizado, es signo de una
democracia incumplida.
Los ciudadanos se han ilusionado con poderse expresar libremente, pero esta posibilidad se limita generalmente a un derecho al voto
nominal, más o menos manipulado en las campañas electorales y por
los medios masivos de comunicación. Así, en nuestras democracias
incumplidas, los ciudadanos tienen menos derechos porque los errores
de nuestros dirigentes son siempre presentados como errores propios
puesto que hemos sido nosotros, los ciudadanos, quienes hemos elegido a nuestros gobernantes.
La consecuencia es que gran parte de la población, la mayoría misma,
no vota más: por desencanto o por no hacerse responsable de una mala
decisión. ¿Cómo entonces hablar de un candidato elegido por la mayoría
que goza del derecho de hablar y decidir a nombre de todos los ciudadanos
y ciudadanas? Más aún, nuestro sistema electoral, que se dice democrático, en la actualidad con frecuencia se ha convertido en un mero conflicto entre candidatos que buscan dividir a los ciudadanos a su favor. En
lugar de proponer candidatos, un régimen democrático debiera presentar programas proponiendo a sus electores puntos específicos a elegir
según sus intereses. A partir de ahí, la persona apta que asegure la
realización de dicho programa y que obtenga los votos elegidos para
llevarlo a cabo podrá comenzar a gobernar democráticamente.
Entre otros aspectos debiera figurar el derecho a la vida, a la salud,
a la felicidad. Sólo imponiendo a los gobernantes la protección de la
naturaleza, de sus cuerpos, su espíritu, o su alma, de relaciones libres
y responsables entre sí, podrán los ciudadanos participar en la instauración de un régimen realmente democrático.
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Actualmente, la autoridad de los elegidos, la esperanza y la desesperación que provocan en los ciudadanos está aún ligada a esquemas
de dependencia de tipo autoritario según los cuales los unos son
percibidos como adultos responsables y los otros como niños o adolescentes incapaces de gobernarse a sí mismos. Éste es el origen de la
mayor parte de nuestras desilusiones políticas. Éstas provienen, además, del hecho de que nuestras comunidades se basan casi exclusivamente en las necesidades y no en los deseos, capaces de asegurar el
devenir de cada ciudadano y los lazos establecidos entre sí. De ahí que
los dirigentes políticos sean concebidos como quienes reparten los bienes: la comida, la habitación, la propiedad privada y también pública.
Ellos dan a unos, prestan a otros, en muchas ocasiones para reparar los
errores de los que ellos mismos son responsables, actuando como aquellos padres o maestros que desean imponer una moral que ellos mismos no respetan.
En una comunidad realmente humana, los ciudadanos debieran
tener la capacidad para alimentarse, para poseer una habitación y administrar los bienes públicos y privados, ellos mismos. Los dirigentes
devienen, por tanto, individuos que apoyan a la comunidad en la organización y gestión de los bienes públicos, son sólo sus modestos administradores. Pero yo creo, más aún, lo he constatado, que muchos
políticos promueven la división entre los ciudadanos para asegurar y
mantener su poder. He constatado también que ellos buscan el desarrollo de la esfera pública en detrimento de la esfera privada. En su gestión, que llaman democrática, los ciudadanos y ciudadanas de hecho
desaparecen y quedan reducidos a una simple coartada electoral. Es
tiempo de que los ciudadanos y ciudadanas reflexionen y hagan oír su
voz, que reinvindiquen sus derechos propios y no permitan la gestión
de otros que hacen el papel de adultos responsables en su lugar. Nadie
puede decidir nuestra propia felicidad por nosotros, ser felices es nuestro primer deber democrático. Es, además, la coartada que presentan
los candidatos demócratas para obtener nuestros votos electorales: aportar
felicidad.
****
¿Y las mujeres en todo ello?
¿Cuáles? La designación y la expulsión de un “chivo expiatorio” es una
suerte de ritual utilizado por la sociedad “de entre hombres”. Las muje266
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res como tales están ausentes y suponen sólo el formar parte de los bienes de uno u otro campo. Las mujeres presentes en los organismos públicos, al menos hasta ahora, no han podido evitar la necesidad periódica
de continuar con el ritual sacrificatorio del “chivo expiatorio” realizado
con el fin de mantener el orden colectivo. ¿Será porque ellas han sacrificado su diferencia por participar en una política de entre hombres? Restan las mujeres implicadas o utilizadas como objetivo o como coartada en
el conflicto de los hombres, por ejemplo, las mujeres afganas. Su aparición con la burka, reciente e insistente, ¿busca incitar a la toma de conciencia, llamar a nuestra compasión o justificar la guerra? En todo caso
no son ellas la verdadera causa de la guerra, sino el vengar al pueblo
americano agredido y ofendido. Así, cómo no hacerse algunas preguntas. ¿Por qué poner el acento en una miseria lejana más que en el infortunio cercano? ¿Porque ello sirve a ciertos intereses? ¿Por qué una mujer
afgana bajo la burka es más desdichada que una occidental violada o
embarazada contra su voluntad o una africana que muere de hambre, una
latinoamericana enferma de sida y que no dispone de medicamentos
para curarse? ¿Por qué no una guerra mundial para liberar a todas las
mujeres? ¿Porque ello no serviría a los intereses, económicos pero también privados, de nuestros demócratas? Otra pregunta: ¿es suficiente con
ir a la escuela, aquí o allá, para recibir una educación apropiada a la
identidad femenina? Y aún más, si usted está totalmente impresionado
por la esclavitud de las mujeres ¿por qué tolera que en su propio país las
niñas sean prostituidas, las mujeres golpeadas y el cuerpo femenino presentado en la publicidad y los medios únicamente en posturas que invitan exclusivamente a la sodomización, revestido de un arsenal
sado-masoquista?
Fragmento de “Un derecho democrático mínimo: el derecho a pensar”, L’Unitá, 26 de noviembre de 2001.
****
MJGO: La experiencia reciente pareciera constatar que las mujeres
que ocupan puestos de liderazgo y de toma de decisiones no necesariamente están a favor de la liberación femenina, e incluso su creciente
presencia en estas instancias no ha tenido el impacto esperado en el
mejoramiento de las condiciones de vida de las mujeres. ¿Considera
usted que ello se debe, como algunas lo piensan, a que aún son pocas y
carecen de experiencia política o más bien, como usted lo indica en el
artículo de L’Unitá, ellas han sacrificado su diferencia a cambio de par267
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
entrevista
ticipar y beneficiarse de una política de entre hombres, excluyendo a la
mayoría de las mujeres que no pertenecen, como ellas, a las élites políticas y económicas?
LI: Algunas mujeres han tomado como modelo de liberación el
“poder hacer como los hombres” sin cuestionarse si ello no implica
solamente dar otra vuelta de tuerca a su confinamiento a un orden masculino. Ellas no se cuestionan si la cultura, particularmente la cultura
política que en realidad sostienen, ha sido la adecuada, si no ha habido
también necesidad de entrecruzar los valores existentes con los valores
propiamente femeninos. Por participar en política, algunas mujeres se
han sacrificado a ellas mismas y a la vez han sacrificado a otras mujeres. Han renunciado también a aportar al mundo de hoy nuevos valores
tan necesarios como el respeto a la vida, a la salud, al alojamiento, a un
medio ambiente sano, así como a la importancia de establecer relaciones de diálogo y no solamente aquellas basadas en la competencia; la
preferencia por la relación con otros seres humanos antes que la relación con objetos, con el dinero, etcétera.
Estas mujeres no sólo no han contribuido, por lo menos la mayoría, a mejorar nuestras condiciones de vida y a responder a nuestras
aspiraciones a nivel de la ciudadanía, sino que han bloqueado el camino de la esperanza, del cambio, apoyando una política envejecida.
En lugar de mostrar a otras mujeres, y a los hombres, que las
mujeres pueden hacer las cosas tan bien como ellos pero a partir de sus
propias cualidades, ellas sólo han buscado demostrar que pueden hacer las cosas tan bien como ellos lo cual, de cierta manera, es poco
posible. La razón por la cual las mujeres encuentran dificultad en el
quehacer político no se debe a que sean pocas o a que tengan poca
experiencia, sino a que no hacen la política que les corresponde al estar
siempre buscando imitar modelos masculinos. Ello ha traído como resultado el que las mujeres, sea en el poder o como simples ciudadanas,
no apoyen a otras mujeres que buscan promover una política o una
cultura desde su propia identidad femenina.
También es importante destacar otro punto a propósito de la entrada de las mujeres en la política y del cual hablo en mi libro Democracy
Begins Between Two. Una mujer que no posee su propio estatus civil en
tanto que mujer no debiera aceptar, creo yo, representar a otros ciudadanos. Ello significa, en efecto, tener autoridad sobre otros a nombre de
la identidad natural y no a nombre de derechos civiles, lo cual es peligroso como la historia nos lo ha demostrado.
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María José García Ocejo/Luce Irigaray
Es asombroso que las mujeres que reivindican la igualdad con los
hombres reivindiquen asimismo el derecho al poder en tanto que mujeres. ¿Por qué demandar el poder dividir la autoridad política si van a
hacer lo mismo que los hombres? Algunas responden “Porque así lo
deseo” o porque “Ellas así lo desean”. Gobernar a otros a partir de los
propios caprichos implica el riesgo de cometer múltiples abusos. Sería
preferible comprender que la participación de las mujeres en la vida política no se justifica si ellas no poseen otros valores que defender, valores
públicamente reconocidos por un estatus civil de mujer en tanto tal.
Si esta etapa se articulase correctamente, los programas políticos
cambiarían rápidamente. Por el momento, el acceso de la mujer a la
representación política es otra contradicción democrática: las mujeres
representan supuestamente a las otras sin poder representarse a sí mismas. De nuevo, no es porque sean pocas o porque no posean experiencia para gobernar lo que hace problemática la autoridad de las mujeres,
sino que su autoridad es de cierta manera demagógica e ilegal. Las
mujeres que se interesan en la política debieran preocuparse, ante todo,
de dotar a todas las mujeres, comenzando por ellas mismas, de un
estatus civil correspondiente a su identidad además de ser elegidas por
la mayoría, particularmente por las mujeres, con base en un programa
propio.
El argumento comúnmente utilizado de que “los hombres también
han hecho cosas de este tipo” no vale y no contribuye a favor de las
mujeres. Los hombres han sido menos lúcidos sobre la necesidad de un
estatus civil porque ellos no están sometidos a una simple identidad
natural, y los derechos vigentes corresponden a su identidad, aun cuando no sean suficientes. Además, si el ideal de la mujer es hacer las cosas
igual de mal que los hombres para satisfacer sus propios caprichos, sus
necesidades de seducción o sus celos, es mejor que se dedique simplemente a la vida afectiva sin pretender gobernar a otros, en particular a las
mujeres. Ello exige sabiduría, derechos y una cultura apropiada. Sin estos elementos todos los derrapes políticos son posibles.
MJGO: En los países en vías de desarrollo y concretamente en el
nuestro, aún padecemos una profunda desigualdad económica que continúa afectando prioritariamente a las mujeres. ¿Cómo ubica sus ideas
sobre la democracia en este contexto?
LI: También en las democracias consideradas como avanzadas las
mujeres padecen inequidades económicas. Generalmente su salario si269
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
entrevista
gue siendo inferior al de los hombres en un 30 por ciento, por un trabajo equivalente. Y los sectores industriales o artesanales en donde existe
una presencia mayoritaria de mujeres están comúnmente mal pagados.
Pero yo no creo que estos problemas pueden resolverse mediante
una intervención en el nivel estrictamente económico. Sólo se modificarán otorgando a las mujeres su valor civil como el rostro de la comunidad. Los hombres han estado acostumbrados a que el trabajo de la
mujer dentro de la familia sea gratuito y no reconocen ni el valor ni el
costo de este trabajo. Mientras las mujeres no participen con los hombres en la construcción y en el cuidado de la ciudad, esta situación no
cambiará. Es afirmando su capacidad para dichas tareas, así como su
aptitud para asumir sus propias responsabilidades, como las mujeres
podrán exigir su pago.
Importa que ellas inviertan su energía no sólo en demandar, frecuentemente en vano, el ser retribuidas de manera igualitaria a los hombres, sino que creen un mundo de trabajo adaptado a su condición
femenina: en horarios, en tipos de empleo que les sean apropiados, en
valorización y calificación adecuadas a los servicios que prestan a la
ciudad y en salario correspondiente. Las cosas no pueden arreglarse
solamente en el nivel económico. Las mujeres han mostrado por sí
mismas, en ocasión de las huelgas que han organizado que, contrariamente a los hombres, ellas no demandan únicamente el aumento de
salario sino también el respeto a su dignidad, a su ritmo de vida, a
estructuras sociales que les permitan trabajar y ser madres, etcétera.
MJGO: Usted considera que la formación de la ciudadanía en el
respeto a la diferencia, particularmente dirigida a niños(as) y jóvenes es
la vía privilegiada para la construcción de nuevas formas de convivencia humana respetuosas de todas las formas de alteridad. En nuestro
país, México, este tema es particularmente relevante ya que más de la
mitad de la población es menor de 24 años. ¿Cómo considera usted que
podemos incluir este trabajo, a la vez educativo y político, en el proceso
de transición democrática que vive actualmente nuestro país?
LI: Un régimen democrático no debiera preocuparse sólo de la
economía sino del respeto a los ciudadanos y a las relaciones entre
ellos. Hemos pensado la democracia en función de bienes económicos
olvidando a las personas. Quienes no poseen bienes o empleo son por
lo tanto nada, son los excluidos o los necesitados. Ello me parece poco
digno de un ideal democrático. El derecho a existir como ciudadanos,
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María José García Ocejo/Luce Irigaray
hombres o mujeres, sin importar la condición económica debe ser prioritario. Ello demanda una nueva concepción de lo político y de lo jurídico: un derecho a “ser” más que a tener.
Este cambio de perspectiva social no podrá lograrse sin la educación de niños(as) y adolescentes, tanto como de profesores(as) y padres
y madres de familia. En lugar de formarlos para convertirse en ciudadanos competitivos y eficientes, los(as) jóvenes debieran ser educados
para hacer de la vida relacional un objetivo cultural importante. De esta
manera, la comunidad de ciudadanos ya no estaría compuesta de 1+1+1...
individuos más o menos neutros y abstractos, reunidos a través de
leyes externas a sí mismos(as), que son enunciadas por magistrados y
gobernantes quienes, además, exigen su ejecución. Los lazos entre los
ciudadanos constituirían el tejido de la comunidad civil. La base de
este entramado es la relación entre mujer(es) y hombre(s) en el respeto
de sus diferencias en todos los niveles: desde lo más íntimo hasta lo
político y cultural. ¿Por qué será fundamental esta liga? Porque es la
más universal y la más cotidiana al mismo tiempo. Ella representa por
sí misma la articulación más primitiva entre naturaleza y cultura. Quien
respete la diferencia entre mujeres y hombres no experimentará ninguna dificultad para respetar otras diferencias porque los instintos de posesión, de explotación, de rechazo y de menosprecio habrán sido
educados desde las pulsiones elementales.
Es cierto que los ciudadanos, y en nuestra época mucho más las
ciudadanas, requieren de una educación apropiada para participar en la
vida política. Pero ésta no puede reducirse a cursos de educación cívica
en los cuales aprender las leyes ya existentes. Se trata, también, de aprender a pensar por uno(a) mismo(a) para participar activamente en la vida
política. Desde esta perspectiva, el que los y las adolescentes y los niños(as)
aprendan a dialogar entre sí a partir de sus diferencias, sobre todo desde
la diferencia de género, es indispensable. Es la base de una vida comunitaria pacífica, armoniosa y fecunda. Por ello conviene llevar a cabo un
aprendizaje sobre el diálogo público, incluyendo el diálogo sobre los
sujetos de la sociedad o de la cultura sin dejar la diferencia sexual solamente como la mera identidad natural: instinto de posesión o de reproducción, por ejemplo, reservados al secreto de la vida que se dice privada.
Todos estos puntos debieran ser incluidos en los programas escolares. Hace falta que los infantes sean instruidos en la toma de conciencia de su identidad concreta y por tanto sexuada, y en respetar y establecer
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entrevista
relaciones con la identidad concreta del otro(a). Es ésta la condición de
una cultura democrática. Todos los discursos morales sirven de poca
cosa si faltan esta toma de conciencia y este proceso educativo.
Sería deseable que las democracias jóvenes experimentaran esta
construcción diferente de sus propios regímenes. Las democracias más
antiguas, fundadas únicamente en el derecho al voto y en el cuidado de
la economía, han mostrado hasta qué punto son frágiles e incompletas.
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desde el conflicto
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Malú Valenzuela y Gómez Gallardo
Cuando los conflictos
nos enriquecen
María de Lourdes Valenzuela y Gómez Gallardo
E
l origen y el desarrollo de la elaboración de la carpeta educativa
para la resolución no violenta de los conflictos Contra la violencia, eduquemos para la paz1 tiene una larga historia, que comienza
con el trabajo realizado por el Programa Educación y Género del Grupo
de Educación Popular con Mujeres, A.C., en el ámbito de la educación
inicial y preescolar cuando se impulsó el proyecto “Otra forma de ser
maestras, madres y padres de familia. Una alternativa para la equidad
de género entre las niñas y los niños”, cuyos resultados fueron muy
exitosos, ya que se logró la formación de educadoras mediante un curso
de carrera magisterial en 28 estados de la República y de manera particular en las escuelas de educación inicial y preescolar en el Distrito
Federal.
A partir de las ricas experiencias y enseñanzas de este proyecto en
donde constatamos de manera directa los hechos de violencia que se
presentan en el ámbito de las escuelas y las familias, Nelia Bojórquez,
Oficial del Programa de los Derechos de la Mujer y las Niñas de UNICEF
México, nos invitó a elaborar un material educativo que pudiera combatir la violencia hacia los infantes en el ámbito escolar.
De esta manera GEM y UNICEF iniciamos la difícil tarea de acercarnos, con todo lo que implica desde el punto de vista personal y grupal,
al complicado tema de la violencia.
1
María. de Lourdes Valenzuela y Gómez Gallardo (coord.), Rocío Guadalupe
Jaramillo Flores, Luvia Zúñiga García Ana Virginia Díaz Mundo y Claudia Avendaño
Rodríguez (coautoras), Contra la violencia, eduquemos para la paz. Carpeta educativa
para la resolución creativa de los conflictos, GEM/ UNICEF/ Dirección General de Promoción de la Salud de la Secretaría de Salud, México, 2001.
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desde el conflicto
La preocupación por combatir la violencia hacia las mujeres ha
sido uno de los propósitos más acendrados del movimiento feminista
desde hace varios años, tanto en México como en otras partes del mundo. La exclusión, la discriminación, la agresión física y verbal, hasta la
violación sexual —una de las formas más ominosas— son algunas de las
manifestaciones que adquiere de manera concreta la violencia hacia
las mujeres, como producto de las relaciones de desigualdad de género, las cuales han pautado largas batallas y la lucha por parte de
muchos grupos de mujeres y feministas por conquistar plenos derechos y ejercer una vida más digna y equitativa.
En el combate contra la violencia hacia el género femenino, que se
ha extendido sin fronteras y sin cortapisas en distintos espacios y niveles, muchas de las acciones, tanto gubernamentales como civiles, emprendidas se han enfocado al ámbito de la familia, dado que es ahí
donde se expresan con mayor crudeza los hechos que denigran a las
mujeres y a las niñas, incluyendo entre éstos las violaciones sexuales.
Es en las familias donde de manera compleja se entretejen relaciones contradictorias en las que prevalece el amor, la amistad y la solidaridad, y también paradójicamente se presenta el odio y la violencia;
relaciones marcadas casi todas por intensas luchas de poder, desde el
punto de vista genérico. Pero la violencia no sólo se encierra en las
cuatro paredes del hogar, ésta es signo de las concepciones y valores
que privan acerca de las mujeres en nuestra sociedad y está presente en
todos los espacios en los que transita la vida de las mujeres y de las
niñas, por lo que debe ser eliminada en cualquiera de sus formas y en
todos los lugares en donde exista.
México, en los últimos años, ha vivido un proceso acelerado de cambios y exigencias en lo económico y en lo político que han repercutido y
modificado nuestros comportamientos y formas de pensar y vivir. Esto ha
traído consigo muchas tensiones, problemas e intolerancia, que se traducen en altos índices de violencia, y que si bien nos afectan a todas y a
todos, repercuten de manera primordial en la infancia y en las mujeres.
Los hechos de violencia que se presentan en las calles, en los centros de trabajo, en las familias, e incluso en las escuelas son cada vez
más frecuentes. Por ello, se han convertido en tema de conversación de
todos los días y, al mismo tiempo, de análisis en foros, conferencias y
reportajes de los medios de comunicación, pero pese a ello, las formas
de resolver los conflictos y las grandes tensiones sociales que vivimos
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Malú Valenzuela y Gómez Gallardo
son también violentas, y terminamos por encontrarnos ante un círculo
vicioso.
En la escuela, en la familia, en los libros y en las películas hemos
aprendido que los hechos más importantes, los que han marcado la historia de la humanidad son las guerras y sus dolorosas consecuencias.
Quizás todas y todos recordamos cuándo iniciaron las dos guerras
mundiales, los grandes conflictos raciales y étnicos, las luchas de independencia, las revoluciones, etcétera, pero poco recordamos los acuerdos de paz, las conferencias internacionales acerca de los derechos
humanos, los esfuerzos de sociedades, gobiernos, organizaciones o personas por generar alternativas para una vida más digna y solidaria.
En realidad estas situaciones de violencia que vivimos no pueden
sorprendernos, dado que ante una dificultad, conflicto o problemas,
todas y todos hemos manifestado nuestro descontento, al menos en
alguna ocasión, en forma violenta. Ésa ha sido la manera que hemos
aprendido a lo largo de muchas generaciones: el poder, las guerras, las
peleas y la competencia son los ingredientes de nuestra convivencia
cotidiana, así nos educaron y así educamos a nuestras hijas e hijos y a
nuestros alumnos y alumnas.
Hoy más que nunca la paz se convierte en un imperativo mundial.
Los últimos acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 en los Estados Unidos, nos llenan de horror y pánico por las posibilidades de un
conflicto armado de incalculables magnitudes, pero estos hechos de
violencia no son aislados, sino que tienen una larga historia cuyas causas son estructurales.
La concepción acerca de la paz que ha predominado en el mundo
occidental, es simplemente la ausencia de guerra; por ello, se justifican
los millones de dólares invertidos en un aparato cada vez más sofisticado de defensa y armamento y se desarrollan los mecanismos más precisos de ataque y contraofensiva. La venganza, el odio y la guerra imperan,
dando paso a la frase celebre de “si quieres la paz, prepárate para la
guerra”. Así, las decisiones de quienes se involucran en estos conflictos, exceden a las posiciones u opiniones de las ciudadanas y ciudadanos comunes y corrientes que quedamos al margen de pensarnos y
vivir en un mundo distinto.
Sin embargo, la violencia no sólo se refiere a la guerra y a los
conflictos armados, pues existen otros hechos de violencia más graves,
silenciosos y cotidianos, como son el empobrecimiento de grandes ca277
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desde el conflicto
pas de la población, la discriminación de las personas por razones de
clase, raza, sexo o etnia, así como la violación persistente a los derechos
humanos, la falta de participación de la ciudadanía en la toma de decisiones, entre muchos otros.
Más allá de las buenas intenciones y de los discursos por lograr la
paz es necesario y urgente que hagamos conciencia de la responsabilidad individual y colectiva que tenemos frente a la violencia, porque
nadie puede quedarse al margen y esto compete también a quienes nos
dedicamos a la educación. En las escuelas y en la familia hay que empezar a construir un proceso encaminado a alcanzar una convivencia más
justa y equitativa para lograr vivir en este mundo de manera más humana, pacífica y constructiva.
Educar para la paz implica tomar una posición y asumir formas de
vida donde el respeto, la tolerancia y la equidad sean el motor de las
acciones que realizamos todos los días para que exista justicia y democracia en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la comunidad, en la
ciudad, en el país, entre los pueblos y las naciones.
Pero educar para la paz no significa tener una actitud voluntarista,
porque la voluntad es encomiable, pero no suficiente. La paz no es un
fin sino un proceso de construcción colectiva que permita transitar de
la inequidad y la desigualdad a la equidad y a la igualdad, de la injusticia a la justicia, del conformismo a la crítica y de la indiferencia al
compromiso.
La educación para la paz supone también entender que los conflictos no son sinónimo de violencia, sino que forman parte sustantiva de
la convivencia humana. Los conflictos en vez de limitarnos y entorpecer el logro de nuestros deseos nos potencian y enriquecen cuando
éstos se resuelven de una manera adecuada.
Pero resolver los conflictos de una manera no violenta implica
aprender y desarrollar las habilidades y las competencias que nos permitan lograr una convivencia más humana y solidaria.
En este proceso de aprendizaje la escuela es el lugar por excelencia
donde se generan los conflictos. El aprendizaje siempre supone conflictos entre lo viejo y lo nuevo, las resistencias y el cambio, entre la
disciplina y la libertad. Por ello, la escuela se convierte en el espacio
idóneo para crear y recrear situaciones para la resolución no violenta de
conflictos, donde toda la comunidad escolar se comprometa a generar
alternativas para:
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Malú Valenzuela y Gómez Gallardo
Cambiar la cultura de la imposición, del autoritarismo y del uso
de la fuerza, con el fin de lograr ambientes donde impere el trabajo cooperativo, la solidaridad y la ayuda mutua, como una posibilidad de crecer en
forma personal y colectiva.
Implica, además, transformar las prácticas tradicionales para que
el cuestionamiento a las explicaciones simplistas y la crítica constructiva sean factibles, y nos atrevamos, quizás por primera vez, aunque sea
difícil y existan muchos obstáculos, a proponer alternativas para cambiar aquellas situaciones que desde hace tiempo nos incomodan, nos
lastiman o nos perjudican.
Aprender a resolver conflictos supone cambiar el pensamiento
binario, donde siempre existe uno o una por encima del otro o la otra.
Supone dar cabida, como principio fundamental, a la diversidad y a la
diferencia.
Aprender a resolver problemas significa impulsar una férrea decisión de construir y transmitir la cultura de paz en todos los ambientes
en los que viven y crecen las niñas y los niños e impregnar en todas las
instituciones educativas el sentido y la necesidad de crear espacios y
realizar las acciones pertinentes para que toda la comunidad escolar
aprenda a convivir con respeto y tolerancia.
Desde esta perspectiva y bajo las ideas antes expuestas, la carpeta
es parte de un proyecto que actualmente se ha puesto en marcha con el
Instituto de la Mujer del Distrito Federal en seis delegaciones políticas
de las 16 que existen, y que será parte de un proyecto piloto en cuatro
estados de la República. De acuerdo con los resultados que se obtengan, se propondrá que dicha alternativa forme parte de los programas y
proyectos de educación básica que de manera regular impulsa en las
escuelas la Secretaría de Educación Pública, y asimismo, que sus beneficios se extiendan a la educación secundaria.
Las experiencias que hemos obtenido hasta ahora nos indican la
validez y la urgente necesidad de seguir trabajando en favor de la educación para la paz, con el fin de construir nuevos referentes de un presente más digno y justo para las mujeres y los hombres, pero sobre
todo un futuro más promisorio y esperanzador para la infancia.
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desde el conflicto
Educación y paz
Sylvia Schmelkes
L
os acontecimientos mundiales recientes le dan contundencia a la
necesidad de llevar a cabo esfuerzos como los que emprende el
libro Contra la violencia, eduquemos para la paz.1 La humanidad
entera se ha enfrentado visible y gráficamente al límite de la violencia:
aquél en el que la vida humana deja de importar, inclusive la vida de
aquel que es autor del propio acto de violencia. Más grave todavía, para
muchos de nosotros, es la manifestación, sin duda dolorosa, de la capacidad que tiene la violencia de engendrar aún más violencia, contra
seres humanos y colectividades inocentes.
Sin duda, estos acontecimientos nos hieren con especial profundidad en lo más íntimo de nuestra humanidad. La expectación simultánea y reiterada por la humanidad entera de la forma en que seis mil
seres humanos perdían la vida como consecuencia del odio despersonalizado, institucionalizado, podríamos decir, ha despertado conciencias adormiladas y perturbado actitudes comprometidas como hacía
mucho tiempo no ocurría en la historia. Pero la violencia, menos escandalosa por su frecuente invisibilidad, menos angustiante por su
cotidianidad, nos acompaña a todos en nuestra vida diaria. Nos acompaña la violencia contra la integridad física y psicológica de las personas en la forma de tráfico de drogas, delincuencia, maltrato familiar.
Está con nosotros la violencia, mucho más sutil, enraizada en muchas
de nuestras instituciones: formas de organización que favorecen tratos
1
Ma. de Lourdes Valenzuela y Gómez Gallardo, Rocío Guadalupe Jaramillo
Flores, Luvia Zúñiga García Ana Virginia Díaz Mundo y Claudia Avendaño Rodríguez.
Contra la violencia, eduquemos para la paz: carpeta educativa para la resolución creativa de
los conflictos, GEM/ UNICEF/ Dirección General de Promoción de la Salud de la Secretaría de Salud, México, 2001.
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Sylvia Schmelkes
impersonales, irrespetuosos, a menudo despóticos, en las que laboramos y con las que tenemos que tratar día con día. Somos testigos, a
veces sin advertirlo, de la violencia estructural que se plasma en nuestras leyes, en las formas de ver el mundo que reproducimos día con día
a través de la cultura, en el contenido de las decisiones que pueden
tomarse, o dejarse de tomar, cotidianamente, y que afectan a los demás.
El respeto a la persona no es algo que caracterice, en general, nuestras
interacciones. Toda relación, institución, cultura o estructura que no
respete la dignidad de toda y de cualquier persona humana es, por
definición, una relación, institución, cultura o estructura de naturaleza
violenta.
Por eso, hoy le damos la bienvenida a este libro, útil para el manejo creativo del conflicto, para la lucha cotidiana contra la violencia, desde el espacio escolar. El combate a la violencia, entendida en sentido
amplio como la hemos caracterizado, es algo que tiene que ver con las
personas: con sus valores, con sus actitudes, con sus conductas. Pero
también con sus conocimientos y sus habilidades. Es, desde esta perspectiva, un quehacer educativo. Y es así como se nos presenta en este
libro.
Esta carpeta, publicada por GEM, junto con UNICEF y la Secretaría
de Salud, se acerca a todos estos componentes de la persona humana.
Implica conocer lo que es la violencia, lo que es el conflicto, y sus
consecuencias. Implica desarrollar habilidades para analizar situaciones conflictivas y para enfrentarlas con técnicas de resolución no violenta de conflictos. Implica favorecer la reflexión y el diálogo, hábitos
ambos que conducen a la decisión autónoma, pero a la que toma en
consideración al otro y a los otros, así como sus maneras de pensar.
Implica forjar seres humanos que autónomamente consideren incorporar a sus esquemas personales de juicio y de acción el supremo valor de
la dignidad de la persona. Es un libro, como bien dicen las autoras,
preventivo, no terapéutico. Varios son los aciertos del contenido del
manual y vale la pena comentarlos.
Uno de los más importantes, desde mi punto de vista, es su concepción del conflicto. El conflicto no se considera como negativo. Se
considera como inevitable. Incluso, en algunos casos, como necesario.
El conflicto permite ver que existen puntos de vista o intereses divergentes, ponerse en los zapatos de otros, aprender de la diversidad. El
conflicto actúa en contra del estancamiento, de la estabilidad estéril; se
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
desde el conflicto
convierte en motor de cambio y de transformación. Lo importante no es
evitar el conflicto, sino tener una actitud continua hacia su resolución
no violenta. El conflicto, en la base de la dialéctica, y por tanto de la
evolución social, debe ser superado para encontrar nuevos equilibrios,
aunque como consecuencia se deberán generar nuevos conflictos.
Sin duda, el enfoque central del manual, centrado en el respeto a
las diferencias, es uno de sus puntos fuertes. Difícilmente se aprenderá
a respetar a todas las personas si no se acepta que éstas difieren entre
ellas, y que hay que respetarlas en sus diferencias. Equidad de género;
tolerancia; respeto a la diversidad étnica, lingüística, religiosa, en capacidades; todas ellas exigen no sólo conocer las diferencias sino reconocerlas como valiosas, y llegar al convencimiento de que gracias a ellas
uno es más rico. Respetar al otro es, finalmente, respetar la diferencia,
y la relación humana es aquella en la que ayudamos al otro a crecer
desde lo que es, y no desde cómo nos gustaría que fuera.
Otro acierto del manual es el que considera que no solamente la
violencia directa es la que debe combatirse. Si bien los ejercicios están
en lo fundamental orientados a solucionar situaciones de conflicto
interpersonal o grupal, que son los que se presentan en la vida cotidiana de la escuela y de la familia, se favorece la reflexión sobre la violencia
institucionalizada, sobre la violencia estructural, y, aunque menos, sobre las formas culturales que adquiere la violencia. Se reconocen las
formas en las que las formas ordinarias de operación y de funcionamiento de la escuela resultan violentas. La escuela refleja, en el sentido
de que deja entrar, la violencia que se vive fuera de ella (en las calles,
en la casa, en la sociedad). Su organización se parece a la organización
de la sociedad (autoritaria, vertical, poco participativa, silenciadora,
injusta y desigual). La escuela tiende a ignorar, o incluso a borrar las
diferencias, a homogeneizar a su población. Y, muchas veces, la escuela como tal, y sobre todo las relaciones que tolera o incluso a veces
favorece, no sólo de los maestros con los alumnos, sino también y a
veces sobre todo de los alumnos entre sí, es intolerante y excluyente.
Es necesario reconocer el acierto del planteamiento filosófico de
fondo: la paz es un punto de llegada. No es algo que se defina como la
ausencia de violencia, ni por la ausencia de conflictos. La paz se construye al construir condiciones de justicia y de respeto a la dignidad. La
paz, a su vez, es condición para el desarrollo humano, así como para la
vigencia de los derechos humanos. Pero la paz supone construir condi282
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Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Sylvia Schmelkes
ciones en las que se persiga la armonía, se viva la justicia —la retributiva y la distributiva— y se actúe con apego al principio fundamental de
respeto a la dignidad de toda persona.
Es, sin duda, un acierto haber incluido como destinatarios de las
actividades propuestas por el manual a todos los miembros de la comunidad educativa: maestros, alumnos y padres de familia. Con ello se
atiende a la sinergia necesaria entre fuentes diversas de formación
socioafectiva, y se asegura la congruencia necesaria entre lo que se pretende con los alumnos y lo que los maestros pueden vivir como proceso formativo y de crecimiento personal.
El propósito educativo del manual es que sus usuarios aprendan a
resolver los conflictos de manera creativa y constructiva, de regularlos,
de hacerlos comprensibles y manejables. Yo añado que otro propósito
no explícito, pero sí implícito en lo que se nos entrega, es que los usuarios aprendan a manejar el conflicto de forma tal que todos los implicados en su resolución resulten enriquecidos, y que la nueva situación, la
resultante, sea siempre mejor que la anterior. Ofrece una metodología,
basada en el análisis de las personas, del proceso y del problema, para
poder hacerlo. Esto último no es novedoso: existe ya material muy valioso sobre la resolución no violenta de conflictos. Lo que este libro nos
aporta de nuevo es la operacionalización, en un conjunto de ejercicios
grupales —que implican actividad, reflexión y diálogo— destinados a
los tres grupos que constituyen la comunidad escolar (otro aporte básico, como ya mencioné), de una pedagogía —en el fondo una pedagogía
de valores— que sustenta y le da sentido a lo anterior.
La pedagogía de fondo supone partir del conocimiento de uno
mismo. Difícilmente se entenderá a los otros, y se les comprenderá
como diferentes, si uno no se conoce a sí mismo. Ello supone desarrollar la autoestima. Es el paso del conocimiento al respeto. Uno aprende a respetar la diferencia cuando se respeta a uno mismo, cuando puede
llegar a establecer con el otro una relación de igual a igual, de interdependencia, pero nunca de dependencia. El reconocimiento de los sentimientos, de las emociones, y su manejo, son herramientas importantes
para la relación respetuosa con los otros. Sin embargo, el otro debe
poder impactar estos sentimientos y emociones, por lo cual es necesario desarrollar la empatía, el poderse poner en sus zapatos, el sentir
como él o ella sienten, la verdadera compasión. De ahí se arriba al
respeto y a la tolerancia, entendida ésta en sentido amplio como quien
283
© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
desde el conflicto
valora las diferencias (o las celebra, como dicen en Canadá, el país
culturalmente más diverso del planeta). Ello implica desarrollar la confianza: en sí mismo, en el otro, en el valor de la interrelación. Recordemos que la confianza en los otros (y en las instituciones que hacemos
entre todos) está en la base de lo que hoy se llama “capital social” —
aquello que asegura una vida democrática de calidad para todos. Y aquí
estamos en el terreno de lo afectivo.
Hasta aquí el planteamiento pedagógico se ha enfocado en la persona: en su fortalecimiento, su capacidad de relación (creativa, constructiva, de crecimiento) con el otro. Sigue el planteamiento de las
competencias interactivas propias de las conductas sociales: la forma
en que se toman las decisiones, la competencia que está en la base de
la comunicación interpersonal (asertiva, como le llaman en el manual,
desde una postura de respeto del valor de uno mismo y de lo que
quiere comunicar), y la competencia para trabajar en cooperación con
otros, para beneficios mutuos o de terceros. Participación, comunicación, cooperación, constituyen la triada básica para la interacción
creativa. Nos referimos al campo de lo social.
Lo anterior, sin embargo, difícilmente puede realizarse si no se
trabaja lo propiamente intelectual: el desarrollo del pensamiento creativo,
del pensamiento crítico, de la orientación a la solución de problemas y
conflictos. He aquí el quehacer tradicional de la escuela (o que esperaríamos que la escuela realizara) que, ubicado en este contexto de la visión holística del ser humano (en sus dimensiones afectiva, social e
intelectual), adquiere un nuevo potencial.
Los ejercicios que el manual nos presenta desarrollan, uno por
uno, cada una de estas competencias. Se plantean de manera similar,
pero diferente, cuando se trata de alumnos, de docentes y de padres de
familia. Constituyen una introducción al desarrollo de las habilidades
fundamentales para la solución no violenta de conflictos. Pero representan a la vez una propuesta de formación en valores, que habrá de
adquirir nuevas formas y dimensiones con la creatividad de docentes y
alumnos, pero que ofrece la posibilidad de desarrollar integralmente
seres humanos autónomos capaces de construir, a lo largo de su vida,
las condiciones interpersonales y sociales para una paz duradera.
284
lecturas
Sobre el Ficcionarío
de psicoanálisis*
portada, sí lo sabe, sí sabe de las
escrituras en su cuerpo, tan lo sabe,
que nos propone, se propone,
descifrar(se) . Y convocándonos a
una inversión de lo usual en su
práctica profesional, nos invita a
ser voyeurs de este desciframiento .
Braunstein vuelto significante sobre la portada -volviendo portada el nombre del padre, de su
padre (¿de uno de sus padres, pregunto?)- abre la intimidad de sus
escrituras, de las marcas en su
cuerpo, a nuestra mirada curiosa .
Un poco más adelante, aún en
la "obertura" -como titula a la
introducción—, intenta una definición del "ficcionario" : "Es una
colección de reflexiones acerca de
las palabras pero no de las palabras vistas de frente, sino tomadas
por su revés, vistas de un modo
sesgado, allí donde pierden su cara
y se descaran" (p. xiii) . Sólo quien
ama las palabras sabe la importancia de su descaro, sólo quien ama
las palabras busca caminos sesgados, oblicuos, sinuosos para descubrir los múltiples secretos de su
revés . Sólo quien ama las palabras
sabe que son ellas las que brindan
arraigo, las que arraigan, las que
dan las únicas raíces que permiten
volar .
1) De cómo encontrar arraigo en
la casa de las palabras
A lo anodino, que tanto abunda en la
literatura y el psicoanálisis, en la conversación y en la vida, yo querría oponer el estilo, la punta acerada que deja
huellas, que inscribe, que inquieta y
desquicia ( . . .) Que mueve, remueve,
conmueve (p, 61) .**
así movida, removida, pero
fundamentalmente, conmovida, quisiera empezar estas páginas . Una pregunta nos sorprende
desde la contraportada de este libro llamado Ficcionarío de psicoanálisis: "¿Qué hace un psicoanalista,
qué, sino descifrar las escrituras que,
cada uno, sin saberlo, lleva en el
cuerpo, a sus espaldas?" . El énfasis dado por la repetición del
"qué" parece convocar con urgencia una respuesta, sin embargo tal
convocatoria es puramente retórica, pues la interrogación misma
contesta : "descifrar las escrituras
que cada uno, sin saberlo, lleva en
el cuerpo, a sus espaldas" . Néstor
Braunstein, autor de este libro, él
mismo vuelto escritura sobre la
* Texto leído en la presentación del libro, Casa Lamm, 26 de octubre de 2001 .
** Todos los epígrafes están tomados del Ficcionario de Psicoanálisis.
287
lecturas
2) De tesoros, diarios íntimos
y complicidades
Así, el ficcionario o suite de artículos
psicoanalíticos es el testimonio de un
itinerario que deja sus marcas en un
diario, pero que tiene destino de libro
y, puesto que son ficciones, destino de
novela, a la que agregaría sin pudor el
adjetivo de autobiográfica (X) .
Esta frase parece ser una clave,
como esos mapas que prometen
conducirnos hasta el tesoro anhelado, pero tapan aquello que puede llevar toda la vida descubrir :
que no hay más tesoro que el propio mapa, o, dicho de otro modo,
que el anhelado tesoro es el mapa,
es decir, el recorrido, el camino que
dibujamos guiados un poco por el
azar, un poco por la memoria, un
poco por los otros, por el Otro o la
Otra, por la historia, por nuestros
propios recuerdos, por los recuerdos que hemos hecho propios ("escrituras interiores, jeroglíficos más
o menos descifrables" p . xii) . .. En
fin, la frase que encabeza este fragmento es ella misma uno de lostesoros del Faccionario . Néstor
Braunstein nos invita a deambular por las páginas de su propia autobiografía (¿hay acaso escritura
que no sea autobiográfica? "¿No
somos, esencialmente -se pregunta el texto en algún párrafo de
la "obertura"- memoria encarnada"? p. xii) . Novela escrita para un
diario, como los viejos folletines
que esperaban con tanta ansiedad
nuestros abuelos ; o páginas de un
"diario íntimo" que pueden leerse como novela, como autobiografía (me niego a calificarla con el
adjetivo "intelectual" ; me parece
aberrante creer que lo intelectual
y lo afectivo, la sensibilidad y la
memoria son compartimentos estancos) . ¿Un psicoanalista, lacaniano para más datos, rompe el
"secreto" que se supone debe rodearlo, para invitarnos a este delicioso viaje voyeurista a través de
él mismo? ¿Qué hay entre el psicoanálisis y el arte? ¿Realmente la
escritura empieza donde el psicoanálisis termina, como lo proponía
Serge André en un texto que le
agradeceré siempre a Braunstein
que me haya presentado : "Flac"?
"Novela autobiográfica" ha dicho Braunstein, el relato del yo,
pasado por el psicoanálisis como
modo de "descoyuntar" la historia oficial. Novela autobiográfica
que pone en escena aquello que
The pillow book, la excepcional
película de Peter Greenaway,
muestra de "manera literal" (entrecomillo la expresión porque
dudo que tal cosa exista), y que la
contraportada lanza como desafío : llevamos en el cuerpo las escrituras ¿de nuestra vida? ¿de
nuestra historia? ¿de la novela familiar que descubrió Freud en el
relato neurótico? ¿de nuestro pa-
288
Sandra Lorenzano
dre? "¿Quién es, entre nosotros, el
que no lleva en su carne las escrituras hechas por el pincel y la
tinta de un padre derrotado y humillado? Sí; humillado y ofendido por los poderes del destino, de
la ley, de la muerte, de la dependencia de otros, por tener que inclinarse, cual es la suerte de los
otros, ante la prepotencia del
Otro . Humillado, como todos,
por el pecado original quedo ha
hecho siervo de la Ley en su pasaje por el edipo" (p . 222) . Como
Nagiko, la protagonista de Greenaway, Braunstein logra descifrar
las escrituras, los jeroglíficos grabados en la carne, palimpsesto de
memorias propias y ajenas, a través de las ficciones autobiográficas que conforman éste, su
Faccionario de psicoanálisis . En un
ejercicio que es conmovedoramente exhibicionista o, quizás,
exhibicionistamente conmovedor
(nos exhibimos, nos mostramos,
nos creamos a través de las palabras) . "La ficción es una creación,
demanda que se crea en ella .
Crear, ser creado, y luego creer .
Me creo . Y es así, siendo creado y
creyéndome, como existo de verdad" (p . 21) ; en este ejercicio, decía, se descubre (de ahí el cuerpo
desnudo de la portada), para cubrirse de escritura buscando la
convergencia entre los deseos y
los goces .
3) Por una ética de la letra
De nada somos tan responsables como
de la oquedad de nuestra palabra . A
cada uno le toca asumir la suya (p .63) .
De qué están hechos los hilos que
al entretejerse arman esta "novela"
de Braunstein; de qué material están hechos los sueños, se preguntaba alguien alguna vez ; ambos
-los sueños y este libro- son del
mismo material que las nubes de
Magritte, que los pasos de Leopold
Bloom, que las "Variaciones
Diabelli o el llanto de "Adiós
Nonino", que el hierro etéreo de
Chillida, que la lengua exasperada
de Hólderlin . Como escribió Roland
Barthes : "Un sueño de escritura no
es forzosamente compacto ; no se
forma el proyecto de un libro de
una forma organizada, voluntaria,
justificada, sino más bien gracias a
briznas de deseo, destellos de deseo.. ." (en "¿Por dónde empezar?") .
El deseo como relación con la palabra; con la palabra que nos rescata
-como rescató a Cortázar en ese
primer recuerdo cuyo relato Braunstein analiza- ; con la palabra que
es salmo y ensalmo, protectora y
cómplice ;,con la palabra en tanto
.compromiso con un pensamiento
denso, complejo, crítico, que busca
volver a darle volumen a una realidad que se nos presenta aplanada,
falsamente homogeneizada, ecualizada, pasteurizada . Contra el dis289
lecturas
curso reductor de cabezas, dice
Braunstein ; por la memoria sin simulacro -agregamos- ; por la
conmoción de la piel; por una ética
de la letra -literética- . Ética que
es a la vez una propuesta estética ;
la escritura, la reflexión sobre el
arte, el psicoanálisis ponen en escena, de manera conjunta, el "ars
poética" de Braunstein . "Confieso
mi debilidad por el carácter autorreferencial de las artes . . ." (p . 12),
comparto esta debilidad por aquellas obras que reflexionan sobre sí
mismas, sobre sus propias condiciones de producción, de análisis,
de lectura ; aquellas que nos invitan
a ver el revés de la trama, autorreflexivas, cuestionadoras . .. Al hacer
este planteo, la escritura "braunsteiniana" cumple con el juego metaliterario . Reflexiona sobre sí
misma, se piensa al pensar y reflexionar sobre otras obras, sobre la
letra y la imagen, los volúmenes y
los sonidos . "Puesta en abismo",
dice la crítica, que marca la modernidad en el arte. Relato del relato .
También aquí podríamos hablar de
la Novela de una novela, como en
la propuesta de Thomas Mann; y
quizás, entonces, habría que pensar en lo que significa haber escrito
esta novela, estos diarios, estos testimonios, sobre una novela que no
existe, o, mejor dicho, que va haciéndose junto con la reflexión sobre sí misma. Desafío y riesgo .
Crítica y análisis que se convierten
290
también en su propio objeto de crítica y de análisis . Braunstein logra
lo que admira en los artistas : "los
que arrojan al abismo de la reflexión
su propio oficio, los que, pintando,
llevan adelante la crítica de la pintura misma" . En fin, alguien escribe
que escribe que escribe . ..
4) Por supuesto, esto no
es una pipa
. . .su goce supremo, estoy seguro, era el
de atacar con saña y sin tregua ni piedad al enemigo feroz de todo verdadero poeta que es el sentido, el sentido en
su sentido prosaico . . . (p . 57) .
Braunstein sabe que su propuesta
tiene la mirada de la poesía, en tanto sorprende, descubre, "denuncia
las pérfidas convenciones de la lógica y de la represiva ley de las
probabilidades" (p. 56). Y como la
verdadera poesía, el Ficcionario de
psicoanálisis es provocación, conmoción, un escalofrío ante lo que
algunos llaman lo sublime . Estamos así frente a un libro político,
minoritario (deleuzianamente hablando), transgresor. Transgrede
cánones para deambular por los
espacios del goce "lenguajero" . Y
es político porque sabe también
que la palabra "oficial", hegemónica, pretende dejar mudos a muchos, arrebatarles ese espacio de
goce, marginarlos ; y hace "falta
una sensibilidad especial y una
educación en la desconfianza res-
Sandra Lorenzano
pecto'de los poderes del lenguaje
para escuchar a los desplazados"
a quienes llevan adelante sus "vidas desnudas" como las llama
Giorgio Agamben y recuerda
Néstor Braunstein (esta referencia
a Agamben, uno de los pensadores que más me ha estimulado en
los últimos tiempos, especialmente en lo que tiene que ver con la
posibilidad o imposibilidad del
relato del testigo, del relato del
dolor, me lleva a pensar con inmenso gusto en las afinidades
electivas) .
Los rostros del horror nos miran
todos los días desde el periódico,
desde la aplanadora superficie de
la TV, desde cada una de las grietas de la realidad . El horror y sus
rostros son también las escrituras
que llevamos en el cuerpo, a nuestras espaldas . "Las poblaciones son
tratadas como rebaños o llevadas
al crimen, las instituciones conculcan la dignidad humana a la vez
que publicitan su vigencia, los
hombres y, más aún, las mujeres,
encuentran que sólo cabe la resistencia pasiva de la abstención ante
los simulacros de participación
manipulados por los fabricantes de
imágenes y que el discurso tan
rumiado y remachado acerca de los
derechos del hombre, es una coartada que encubre la cotidiana represión" .
Frente al sentido prosaico, el único sentido permitido, el que lleva
en una dirección única, "one way",
"cuán buey", escribe Braunstein, el
texto apela a la revulsión, a la provocación a través del pensamiento,'a través de, la palabra, a través
del arte . Antes los "taumaturgos de
la fealdad" que la frivolidad y-la
vacuidad autoproclamadas "bellas
artes" . Las pipas son solamente un
objeto ; con él podemos fumar o desafiar al sentido común . La elección no es poca cosa .
Y yo sé que Braunstein sabe que
". ..la belleza surge cuando se describe y se explora la condición de
no poder expresar, cuando se descubre que lo esencial, lo irremplazable, en una cierta obra de arte
consiste en que ella gana por
default a todo comentario, a toda
interpretación y traducción, a toda
tentativa de circunscribirla y apresarla en una red de frases exactas"
(p . 71) . Así, si el logro máximo del
artista es el mutismo del espectador, no me queda más, querido
maestro, que agradecerte este libro,
por supuesto quedándome callada .
Sandra Lorenzano
Néstor Braunstein, Ficcionario de
psicoanálisis, México, Siglo Veintiuno Editores, 2001 .
291
lecturas
Sin nada
Á
frica del Sur, la nueva, la que
se rehace después del apartheid. Lejos de vislumbrarse como
una sociedad promisoria, sólo
parece adelantarse al resto del
mundo en la configuración de un
modo de vida al que sólo le acierta
el nombre de neo-barbarie. Esta es la
convicción que madura poco a poco
en el narrador mientras acompaña
de cerca al protagonista de Disgrace,1 un profesor universitario de
humanidades a quien la marcha
de las cosas llega a convertir, sin
darle mayores motivos para que
lo deplore, en ayudante de un matadero de perros.
Posmoderno, Coetzee narra
desde la experiencia de un mundo
que sospecha de sí mismo que la
estructura que lo sostiene se ha
fatigado, y que no se atreve sin embargo a hacer ningún movimiento
porque presiente que ello podría
ser la causa del desmoronamiento
definitivo. Su novela inquieta al
lector porque le lleva a plantearse
preguntas de este orden: ¿Qué que-
da de la realidad, si lo que en ella
debe ser solidez se ha convertido
en evanescencia? ¿Cómo puede
haber una afirmación de la vida
si todos los grandes mitos de la
civilización occidental y moderna
—que parece ser la única que ha
quedado— ceden uno a uno bajo
el peso de su caducidad? ¿Cómo
recomenzar en medio de los escombros ya ine-vitables del mundo
moderno?
Disgrace comienza con una presentación del personaje central,
David Lurie, en un momento un
tanto especial de su vida. La situación que se describe de entrada
es la de un individuo a quien la
racionalización neoliberal de la
economía y la política lo ha tomado
por asalto; un individuo que, a sus
52 años, con una actitud entre cínica y oportunista, cree que puede
reacomodarse a los nuevos paradigmas de vida que han surgido
en Sudáfrica.
Los primeros seis capítulos son
una suerte de preámbulo destinado
a dar verosimilitud al acontecer
central de la novela. El autor narra
primero una serie de sucesos que
aparentemente “no importan de-
1
Coetzee, J. M., Disgrace. Penguin Books, usa, 2000. La palabra Disgrace tiene en inglés
un doble sentido: vergüenza por una parte y desgracia por la otra. Conservo el título de
la novela en inglés, ya que el título que se le ha dado a la versión en español abandona la
duplicidad de sentido que le interesa subrayar a Coetzee.
292
Raquel Serur
masiado” pero que van dislocando
las condiciones habituales en las
que sabe moverse el profesor David
Lurie; que lo llevan a otras completamente nuevas, que pertenecen a
la generación de Lucy, su hija. Se
trata de una realidad diferente, que
lo rebasa, que no alcanza a descifrar,
y a la que se ve forzado a entrar.
A través de David Lurie, Coetzee
lleva de la mano al lector al corazón
de la Sudáfrica actual; lo introduce
en un mundo caracterizado por un
primitivismo violento, en el que
aparentemente rigen valores que ni
Lurie ni el lector están preparados
para entender y mucho menos para
aceptar como legítimos.
La serie de dislocamientos de
situación a los que nos referimos se
inicia con un hecho más o menos
común en el mundo universitario
actual, en vías de ser sometido a
los nuevos requerimentos de la
economía globalizada.
A sus 52 años, el profesor Lurie
es reciclado profesionalmente. Al
desaparecer el departamento de
Lenguas Clásicas y Modernas,
dentro de un proyecto de racionalización en la universidad donde
labora —que ha dejado de ser
Universidad de Cape Town para
convertirse en Universidad Tecno-
lógica Cape—, pasa a ser profesor
en el recién creado departamento
de Comunicación. Se entiende que
las necesidades de un nuevo orden
político económico obligan a que se
realice una sustitución en donde el
desarrollo técnico y tecnológico se
subordine sin ambages a lo humanístico. El estudio de la literatura
pasa a ser una materia más de algo
que, ahora sí, le otorgaría una “verdadera utilidad”: la comunicación.
En principio, en términos de la
trama, esto no tendría por qué ser
algo dramático: David Lurie logra
conservar su empleo, aunque ahora
tenga que enseñar su materia para
alumnos de otra escuela. Lo es, sin
embargo, porque sin ser un académico famoso, Lurie demuestra una
entrega genuina a la literatura y
una formación humanística sólida.
La ignorancia que caracteriza a los
estudiantes en el mundo actual lo
lleva a la ironía:
Hace tiempo que había dejado de sorprenderse ante el nivel de ignorancia
de sus estudiantes. Post-cristianos,
post-históricos, post-letrados, muy bien
podrían haber salido ayer del cascarón.
Por lo mismo, no espera que sepan acerca de ángeles caídos o de dónde habría
podido Byron leer acerca de ellos. Lo
que espera es una buena ronda de adivinanzas que, con suerte, podrían guiarlo
a poner una calificación. Pero el día de
hoy se encontró con silencio...2
2
He has long since ceased to be surprised at the range of ignorance of his students.
Post-Christian, posthistorical, postliterate, they might as well have been hatched
293
lecturas
Coetzee sugiere lo destructiva
que puede ser la racionalidad tecnocrática. Según ésta: “¿qué más da
si una clase de literatura se da en un
departamento humanístico o en uno
técnico? ¿Va a modificar en algo este
hecho a la clase?” “Por supuesto
que no”. Coetzee, en cambio, sólo
de pasada, nos muestra cómo sí
importa y cómo esta dislocación
puede desvirtuar el sentido profundo de lo estudiado. Al profesor
Lurie le parece insostenible lo que
se plantea a propósito del lenguaje
en el cuadernillo introductorio a
la carrera de comunicación: “La
sociedad humana ha creado el
lenguaje para que podamos comunicar nuestros pensamientos,
sentimientos e intenciones unos a
otros.”3
Compenetrado del espíritu de la
literatura romántica que estudia y
enseña, es profundamente escéptico respecto de la posibilidad real
de comunicación entre los seres humanos. Para él, su nueva disciplina,
de entrada le parece desdeñable.
Piensa que:
El origen del lenguaje está en la canción,
y el origen de la canción en la necesidad
de llenar con sonidos el alma humana,
demasiado grande y más bien vacía.4
Además, a David Lurie no le
preocupa la lengua en general,
como algo abstracto, sino la lengua como parte esencial de una
cultura y cada vez está más y más
convencido de que el inglés es un
medio poco apto para dar cuenta
de la verdad de Sudáfrica.
Tramos enteros del código inglés a lo largo de oraciones completas se han vuelto
viscosos, han perdido sus articulaciones,
su capacidad de articularse, de estar articulados. Como un dinosaurio expirando
y asentándose en el lodo, el lenguaje se
ha vuelto tieso.5
Del inglés que trata de ser la
lengua de la Sudáfrica negra, Lurie
piensa en en estos términos:
[está] cansado, desmenuzable, corroído por dentro como por termitas. Sus
monosílabos son lo único en lo que se
puede confiar todavía, y ni siquiera en
todos ellos.6
from eggs yesterday. So he does not expect them to know about fallen angels or where
Byron might have read of them. What he does expect is a round of goodnatured guesses
which, with luck, he can guide towards the mark. But today he is met with silence… (p. 32)
3
Human society has created language in order that we may communicate our thoughts,
feelings and intentions to each other (pp. 3-4).
4
The origins of speech lie in song, and the origins of song in the need to fill out with
sound the overlarge and rather empty human soul (p. 4).
5
Stretches of English code whole sentences long have thickened, lost their articulations,
their articulateness, their articulatedness. Like a dinosaur expiring and settling in the mud,
the language has stiffened (p. 117).
294
Raquel Serur
Para Lurie, en la Sudáfrica negra, la pobreza del lenguaje contrasta con la riqueza de la música
y las canciones. El mismo, un sudafricano blanco, a lo largo de toda
la novela, juega con el proyecto de
escribir una ópera a la que piensa
llamar Byron en Italia; un proyecto
que, en el esquema del libro, hace
el contrapunto a la historia narrada: una historia sórdida dentro de
un mundo que se resquebraja. En
el imaginario de Lurie, el canto
amoroso de la condesa Teresa Guiccioli, la última amante de Byron,
suena como el último esplendor
de una civilización que ha perdido
su vigencia ahora, y tal vez para
siempre.
La sordidez de la historia personal de Lurie se plantea de entrada.
La narración abre con un guiño.
La primera frase de la novela dice:
“Para un hombre de su edad, de
cincuenta y dos años, divorciado,
pensaba él, había resuelto el problema del sexo bastante bien”.7 La
solución de Lurie es una prostituta,
Soraya, a quien visita regularmente
los jueves por la tarde.
Después de su segundo divorcio, Lurie, que se tiene a sí mismo
por una especie de Don Juan, se da
cuenta de que con el paso de los
años sus encantos lo han abandonado y su poder de atracción ya no
le dice nada a las mujeres:
Miradas que antes hubieran respondido
a una ojeada suya, pasaban por encima
de él. De la noche a la mañana se convirtió en un fantasma. Si quería una mujer
tenía que perseguirla; a menudo, de un
modo u otro, comprarla.8
Pero Soraya, la solución ideal, el
eje de una vida sexual aún activa
pero apacible, desaparece también
de su vida. Es una pérdida que
viene a completar el desasosiego
que trajo a su vida la reforma de
la universidad.
Soraya, la prostituta ideal, desaparece de su vida cuando pierde
su carácter de ideal. Lurie se topa
con ella acompañada de dos jovencitos que claramente son sus hijos.
Después de ese episodio, el lugar
de Soraya, la que no era otra cosa
que su capricho encarnado, será
ocupado por Soraya, la mujer que
no encarna ninguna proyección
suya, sino que desde su precaria
[is] tired, friable, eaten from the inside as if by termites. Only the monosyllables can
still be relied on, and not even all of them (p. 129).
7
For a man of his age, fifty two, divorced, he has, to his mind solved the problem of
sex rather well (p. 1).
8
Glances that would once have responded to his slid over, past, through him. Overnight he became a ghost. If he wanted a woman he had to pursue her; often, in one way
or another, to buy her (p. 7).
6
295
lecturas
autonomía lo trata a él como a
los demás. “Siente una frialdad
creciente en la medida en que ella
se vuelve cualquier otra mujer y
él un cliente más.”9 Será Soraya,
incómoda con la intimidad que
Lurie parece añadir al contrato, la
que termine definitivamente con
la relación.
La novela, como relato de una
acción, sólo comienza en verdad
después de este preámbulo. Comienza cuando Lurie, a la deriva
sexual y emocionalmente, se embarca en un affair con Melanie, una
de las estudiantes de su curso sobre
poesía romántica inglesa. Dicho sea
de paso, es un curso que ha sido incluido en el programa de la carrera
de comunicación porque se lo considera útil para la morale del grupo.
A pesar de que Lurie percibe
que está cometiendo un grave error
al involucrarse con esta chica, se
compromete con el resto de humanidad que, en medio de su vida gris
—según lee en sus poetas— debe
estar en su deseo. El profesor Lurie
asume la imposibilidad de frenarse. Como lo explicará más adelante
al padre de Melanie: “Pienso en
ello como en un fuego. Ella tocó un
fuego en mí”.10
Pero Melanie, desconcertada
por la violencia que percibe en la
pasión de su maestro, lo traiciona.
Revela el secreto a su novio, un
joven resentido, violento y celoso,
y después también a sus padres.
La descripción que Coetzee
hace del novio es interesante
porque en ella ofrece al lector “la
contraparte”, el otro yo, el Mr.
Hide de David Lurie. Es una figura
secundaria que impacta al lector
porque da cuerpo a la violencia
del mundo actual, a la rabia del
joven citadino frente al mundo del
establishment que él identifica en la
figura del profesor de su amiga.
Todo lo que Lurie representaría
—la “supuesta” respetabilidad del
hombre de letras, la autoridad del
intelectual que posee un tesoro de
conocimientos— está lejos de despertar en él admiración o envidia;
es más bien objeto de su desprecio.
Lurie no es otra cosa que un viejo
que se ha metido en su territorio
y a quien hay que eliminar; a él
como a todo el mundo caduco
que él representa. Para este tipo
de joven, todo aquello que tenga
que ver con el pensamiento apesta
como apesta el mundo a que ha
dado lugar este pensamiento. El
9
he feels a growing coolness as she transforms herself into just another woman and
him into just another client (p. 7).
10
I think of it as a fire. She struck up a fire in me (p. 166).
296
Raquel Serur
novio es el primer acercamiento
de Lurie con “lo otro”, con ese
mundo nuevo de jóvenes iletrados,
violentos, que parece presagiar una
nueva barbarie.
Coetzee no es condescendiente
con el personaje de Lurie. No lo
presenta como representante
de lo bueno frente a lo malo que
estuviera encarnado en el novio,
sino como la presencia de lo malo
conocido y apacible frente a la
presencia de lo malo desconocido
y violento. El joven es la encarnación de lo que Marshall Berman
concibe como la cultura que
surge a partir de la economía capitalista
y que aniquila todo lo que crea: ambientes físicos, instituciones sociales, ideas
metafísicas, visiones artísticas, valores
morales, con un único fin, el de producir más para continuar produciendo
sin cesar.11
Los dos hombres con los que
se acuesta Melanie son los dos
mundos que se enfrentan ahora, el
responsable de la catástrofe actual
y el que vive de esa misma catástrofe. Melanie se entiende más
con ese mundo joven que se va
imponiendo rápidamente con una
urgente necesidad, la de aniquilar
al otro, la de perpetuar la anomia
que surge del mercado en su li-
bre y vertiginoso juego. El joven,
que incursiona en la universidad
viniendo de “lo otro”, es la muestra de una nueva generación de
estudiantes que, paradójicamente,
sin dejar de ser tales, desconfían
de los libros. Mira el estante de
libros de Lurie con una actitud
burlona, dando a entender que
tanto él como los libros que a él
le importan, son ahora material
de desecho.
Coetzee describe al joven novio
de Melanie como el estereotipo de
una juventud que se inserta en el
mundo establecido para desafiarlo
con una violencia contenida, siempre a punto de estallar.
—Así que usted es el profesor, —dice— el
profesor David. Melanie me ha contado
de usted.
—¿De verdad? Y, ¿qué le ha contado?
—Que se la coge.”(…)
—Basta, ¿qué quieres?
—Tú no me vas a decir a mí qué es
bastante.”12
Pero a Coetzee no le interesa
explorar ni al personaje de Soraya,
ni al de Melanie, ni al del novio.
En el entramado de la novela son
personajes que sirven para que
el argumento siga adelante y que
cumplen lo que yo denominaría
la función de personaje paisaje. Es
11
Marshall Berman, All that is solid melts into air: the experience of modernity, Verso,
Londres, 1983, p. 34.
12
“So you are the professor,” he says. “Professor David. Melanie has told me about you.”
297
lecturas
decir, subrayan el entorno de desolación humana en el que transcurre
la anécdota.
El profesor Lurie paga caro
su debilidad. Es sometido a un
juicio universitario y acusado de
un comportamiento incorrecto. El
problema de Lurie para la administración universitaria no está tanto
en su comportamiento sino en la
obcecada postura de no arrepentirse públicamente. El castigo de
las autoridades no se deja esperar
y Lurie pierde su trabajo y se le
priva de todo derecho y beneficio;
se le niega, incluso, el derecho a
su pensión.
Todo esto que acabo de relatar
no es, sin embargo, más que la
obertura de la novela, la entrada
al acontecimiento más importante
relatado en ella. La parte central
de la novela es la que realmente
cuenta. Tan bien narrada está, tan
sobrecogedora es su historia, tan
inquietantes son sus alusiones,
que uno siente al concluir la novela, que la obertura —que es en
sí misma inmejorable— es tan solo
una introducción convencional
a un mundo demasiado fuerte,
demasiado nuevo y sin embargo
absolutamente verosímil en su
escandalosa desproporción.
En esta segunda parte, la prosa
de Coetzee alcanza la plenitud de
su fuerza. Sin trabajo, sin perspectivas, David Lurie se encuentra de
nuevo con la otredad, pero ya no
afuera, a la intemperie, sino ahora
en casa. Lurie viaja al pueblo de
Salem en la provincia este de El
Cabo, donde su hija se ha dado a
la tarea de cultivar una pequeña
granja. Lo que él piensa, al principio de la novela, acerca de la incapacidad que tienen los hombres
de comunicarse, queda claro en la
segunda parte. Allí él, como padre
de Lucy, lo único que logra es agotar
su capacidad de asombro frente a
ese “otro” en que se ha convertido
su hija, con quien no comparte ya
ningún código, ni moral ni cultural,
aunque ambos manejen la misma
lengua.
La hija, Lucy, una lesbiana solitaria, ha decidido alejarse del
mundo de Cape Town, es decir,
del mundo de la Sudáfrica que no
ha borrado el apartheid. Ha elegido
incorporarse a una ilusión, la de la
convivencia con el “otro”, con el
mundo negro, a partir de una cer-
“Indeed. And what has she told you?”
“That you fuck her.” (…)
“That’s enough. What do you want?”
“Don’t tell me what’s enough (p. 30).”
298
Raquel Serur
canía con la tierra que ella supone
podría borrar diferencias, borrar la
historia. Sueña con construir así, en
los hechos, la Sudáfrica nueva, la
Sudáfrica del post-apartheid.
Lucy es un personaje entrañable
y enigmático que paga su ingenuidad con una violación múltiple
que, aunque le causa un daño
irreparable, no la hace claudicar.
Queda embarazada y, para sorpresa y enojo de su padre, decide no
abortar, decide no huir. Se queda
en Salem y se casa con uno de los
personajes mejor delineados de la
novela: Petrus, un pequeño propietario negro, que ambiciona las tierras de Lucy, que tiene dos mujeres
y que se casa con Lucy en terceras
nupcias. Es la única manera en que
puede ofrecerle protección a ella, y
al hijo que viene, a cambio de las
tierras.
El ambiente de violencia contenida y manifiesta se trasluce en una
narración manejada con maestría,
sin una sola escena que salga del
tono minimalista que atraviesa
toda la novela.
El nivel simbólico en la novela
se maneja a través de la amiga de
Lucy, Bev, o más bien, a través de
su oficio. Ella es una veterinaria
amateur que se dedica a “dormir”,
sin dolor, a perros y a otros animales sufrientes que le traen de
los pueblos cercanos. David Lurie
termina como su ayudante y su tarea consiste en llevar a los animales
sacrificados a su incineración, al
horno crematorio.
Al final de la novela, el ciclo se
cierra cuando David Lurie regresa
a Cape Town para encontrar que
su departamento ha sido sistemáticamente saqueado: “no fue un robo
común … [fue] otro incidente en
la gran campaña de la redestribución”.13
Soledad, falta de identidad, violencia, desesperanza, incomunicación, entre otras cosas, es lo que se
muestra en la Sudáfrica retratada
en Disgrace por Coetzee. Por un
azar del destino, a un hombre moderno se le resquebraja el mundo;
se abre para él una hendidura en
lo real por la que cae, en plena pérdida de identidad, hasta llegar “al
otro lado”. El otro mundo que se
le descubre se vislumbra violento,
elemental, harto de la civilización
y ajeno a sus requerimientos. Un
mundo que, si está en la ciudad, es
civilizadamente bárbaro y, si está
en el campo, es primitivamente
bárbaro, dominado por un afán
de territorialidad completamente
“no ordinary burglary (…) another incident in the great campaign of redestribution
(p.176).”
13
299
lecturas
animal. Es aquí, en la barbarie rural,
en donde el retorno a lo primitivo se
plantea escandalosamente como la
única manera de empezar de nuevo.
Por eso, ante el cuestionamiento que
el padre le hace a Lucy respecto de
su matrimonio con Petrus, ella le
responde:
Sí, estoy de acuerdo, es humillante. Pero,
tal vez, es un buen punto de partida para
comenzar nuevamente. Tal vez eso es lo
que tengo que aprender a aceptar. Empezar desde abajo. Con nada. No con casi
nada. Con nada. Sin cartas, sin armas, sin
propiedad, sin derechos, sin dignidad.
—Como un perro.
—Sí, como un perro.14
Coetzee mantiene la tensión
hasta el final y no abre ninguna
puerta de salida o, más bien, las
que se abren sólo son otras tantas
muestras de la barbarie en la que
estamos sumidos, la barbarie del
capitalismo desarrollado que tiene
un solo fin: que el mundo siga para
producir más, para perpetuarlo
como un mundo que debe destruir
todo con el fin de producir.
Raquel Serur
J. M. Coetzee, Disgrace, Penguin
Books, Nueva York, 2000.
14
Yes, I agree, it is humiliating. But perhaps that is a good point to start from again.
Perhaps that I what I must learn to accept. To start at ground level. With nothing. Not
with nothing but. With nothing. No cards, no weapons, no property, no rights, no dignity.”
Like a dog.
Yes, like a dog. p. 205
300
argüende
Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Big Mother.
El gran desmadre
Marisol Gasé, Nora Huerta, Ana Francis Mor,
Cecilia Sotres y Jesusa Rodríguez
A
parecen cinco mujeres ataviadas sospechosamente como Los
Intocables.
Voz en off de Los Intocables con video: Corría el aciago año del
2002, los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington inauguraban un nuevo milenio. Una vez más la esperanza de
la guerra nacía para la humanidad. Una nueva era de destrucción comenzaba a gestarse y en la mente de muchos hombres, el antiguo anhelo
de acabar con la Naturaleza empezaba a convertirse en una realidad
irreversible, esta vez, primero Dios, sería la definitiva. Era una radiante
y fría mañana de abril y en los relojes acababan de dar las trece. En el
famoso cabaret: Apocalipstik se llevaba a cabo un certamen de belleza
fascinante… Y ya están aquí nuestras concursantes.
(Música de audiosistemas. Las chicas se quitan las gabardinas y quedan
en trajes de baño. La de la voz se convierte en Don Francisco.)
Don Francisco: Dos mujeres y dos mujeres han aceptado el reto más
grande de su vida, participar en el gran certamen de la belleza interior
“Encuentra tu meta física 2002”. Nuestra primera concursante Miss Elanea deberá responder a la siguiente pregunta: ¿qué es el conocimiento
en sentido amplio?
Miss Elania: Como ya lo menciona Reichenbach en esta imagen
según la cual: el conocimiento es como el bastón de un ciego: algo que
sólo nos permite tantear el terreno para no caernos. Ora que también
podemos definirlo como “noesis” pero no de la india sino entendido en
el concepto platónico que es la intuición de la verdadera esfera del ser o
sea, esferenme les explico: la cosa ya no es el objeto en sí mismo sino la
conciencia del ojete que lo observa como lo dijo Descartes y ya luego yo
le recomendé, le dije, mira eso está muy bueno, René, no lo descartes , no
vaya ser que nos quedemos como Kant en el mundo de los fenómenos
303
argüende
o sea efímeras imágenes de la persección, o sea básicamente el conocimiento no lo vamos a llegar a conocer porque es nomás la historia del
desengaño, más sin en cambio estoy muy agradecida por haber llegado
hasta esta etapa del concurso, y quiero aprovechar para mandarles un
saludo a mi familia y a la tierra que me dio el ser o el ente, y al mismo
tiempo recalcarles el compromiso con mi gente: el dinero que yo gane se
va a utilizar para ponerle su cuerpo entero a la cabeza de Juárez (llora).
Don Fco: En lo que Miss Elania se recupera de esta emoción expontánea, quisiera recordarle al auditorio que las preguntas que haremos a
las participantes son de suma importancia para que los jueces decidan
quién será la ganadora, no sólo por su capacidad intelectual sino también
por su físico. Ya se recuperó, qué extraordinario, ahora responda, usted
como representante del hambre en el mundo díganos: ¿que opina de esa
pobre gente que pasa días y semanas sin comer?
Miss Elania: Me resultan muy admirables por su maravillosa fuerza
de voluntad.
Don Fco: La voluntad, claro, qué gran respuesta, despidámosla con
un aplauso y démosle paso a la siguiente concursante, la embajadora de
Chimalhuacán: ella es Miss Eria. Díganos desde su fuero interno ¿qué
es para usted la voluntad?
Miss Eria: Como dice Chopenjuager: es una fuerza bruta, o sea el
principio vital de la naturaleza que arroja a los seres humanos a vivir
como personajes kafkianos, como quien dice a cumplir órdenes, entregados con todo su esfuerzo a las faenas cotidianas, empujados por
un resorte interno que es la voluntad mas sin en cambio la conciencia
te frena. ¿Por qué? Se pregunta una, pos debido a que la vida de cada
indiviso en general es ridícula, pero en lo particular, mucho más, y esta
lucha entre la voluntad y la conciencia se crea el efecto cómico, que ya
visto cósmicamente es trágico y más que nada angustioso, mas sin en
cambio yo espero ser la triunfadora de este certamen, porque es vital
para mí y para mi colonia.
Don Fco: ¿Vital?
Miss Eria: Bital, el banco con más de cinco mil sucursales en todo
el país.
Don Fco.: Y ya para terminar: ¿qué piensa de las enfermedades
terminales?
Miss Eria: Pues, mire usted, yo pienso que son mortales.
Don Fco: Eso es lo que llamo una respuesta apabullante. Y ya llega
nuestra siguiente concursante, Miss Illes ¿díganos, usted de dónde viene?
304
Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Miss Iles: Verá usted, ésta es una de las preguntas que ha atormentado a la humanidad en general y a Stanislawsky en particular. ¿Quién
soy, de dónde vengo y a dónde voy?
Don Fco: No, yo sólo le preguntaba de qué colonia viene usted.
Miss Illes: Ah vaya, mire yo vengo del mero corazón de Peralvillo,
del mero Tepito, manzana 34, lote 308 bis, bodega 3, apiadero 61 o sea
del mercado de zapatos sesgada a la derecha, de ahí soy oriunda y ese es
mi lugar de origen.
Don Fco: Y usted que tiene tan claro su origen, díganos: ¿qué es la
conciencia?
Miss Iles: Es un instrumento de la voluntad, mas sin en cambio, es
incapaz de entenderla; ire, es como un sonámbulo que se sorprende al
despertar de lo que hizo en sueños, es como la vida humana: un cruel
tiatro onde los actores no han elegido su papel, mas sin en cambio, se
ven obligados a representarlo, es por ello que aprovecho para agradecer
a mis patrocinadores por haber hecho realidad este sueño y al mismo
tiempo para enviarles un mensaje a mis patrocinadores: si no gano es
que perdí, y que no nos atemoricen las contradicciones, que no nos
entorpezca esa coherencia de las partes que a muchos ha ofuscado; si
sobre nosotros sentimos la presión de un pensamiento, lo importante
es hacer todo lo posible por iluminarlo. Yo soy Miss Illes y desde aquí
les reitero: ¡Que viva Tepito y su zona brava! ¡Que vivan sus calles y su
alumbrado público! O como dijo Moliere: A baro, abaro, abaro, llévelo,
llévelo, llévelo, llévelo, el primer audiolibro de Pedro Estepantenco para
acceder a la nueva meta física… (se va anunciando).
Don Fco: Asombroso. Un aplauso. Y nuestra última concursante
traída desde los volcanes de Mexi... Mexic... Meji... el sur de los eu, ella
es Miss Quic, la representante de Milpa Alta y su pregunta es: ¿cuál cree
usted, según su muy personal punto de vista, que vaya a ser el futuro
de la especie entendida como la forma más compleja de todas las manifestaciones de la fuerza vital de la naturaleza?
Miss Quic: Sí mire, básicamente, creo que el futuro de la especie,
sobre todo de la pimienta negra, el clavo y la canela, está en peligro,
mas sin en cambio si revisamos la miscelánea genética y la información
del dhl y el xhtv pues no encaja, sino en bolsa, señor. Porque ya lo dijo
Nitche…
Don Fco: ¿El filósofo?
Miss Quic: No, el grupo: la vida es como la gelatina: a veces cuaja
y a veces no. Ora si se estaba usté refiriendo al futuro inmediato de la
305
argüende
especie humana, pos yo la ocservo que va a la muerte natural o al mismo
siuisuidio en masa, para no hablar de los atropellados que como quiera
se sale del tema. Le pasa a la especie lo que a los habitantes de Clanepancla, apenas se tragan un clacoyo y cain en el solixismo o egoísmo
tíorico que a nada los conduce porque el dolor es el sentimiento positivo
de la vida, te hace vivir con más intensida y de esta visión trágica surge
la sensación de que la vida no vale nada, homologando al poeta guanajuatense: comienza siempre llorando, y así llorando se acaba, porque
el ser a través de la conciencia se percata de la muerte y es donde se le
pasa a fruncir la voluntad. En conclusión: la especie ha ido cavando su
propia tumba y Mixquic, Pátzcuaro y Mitla, se los pasan a agradecer
sinceramente por el apoyo al fomento de nuestra tradición de día de
muertos. Muchas gracias.
Don Fco.: Enternecedoramente folclórico. Demos las gracias a las
cuatro jinetes del Apocalipstik. Y no se pierda mañana nuestra siguiente
fase del concurso: luchas en guacamole o la fenomenología del aguacate.
Un encuentro a tres de dos caídas entre las rudas categorías espaciotiempo contra las gemelas técnicas: ética y estética. Por lo pronto:
! Atrévete a vivir en un mundo sin plantas ni animales!
! Atrévete a vivir en un mundo sin agua ni oxígeno!
! Atrévete a vivir en un mundo sin intimidad y sin principios!
! Atrévete a vivir en un mundo con Adela Micha, con Pedro Torres,
con Jorge Castañeda, con Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo!
Voz en off de Los Intocables: Tres mujeres y dos mujeres habrían sido
encerradas voluntariamente en el piso 666 de la Megacorporación mega,
producto de la fusión global del mercado de autocompetencia perfecta,
donde usted mismo, si pagó a tiempo su isr, el 2% sobre nóminas y tiene
actualizada su curp y recibos de honorarios con vigencia hasta el 2003,
podrá divertirse como nunca observándolas de ocho a dos y de cuatro a
siete hasta el día de su jubilación. Observarlas, observarlas, observarlas...
(Ellas se cambian a secretarias y Don Fco. y la afanadora entran a la
oficina.)
(Aparece en la pantalla la mano.)
mano: Todos somos parte de esta corporación producto de la fusión
global del mercado de auto competencia perfecta.
Todos somos mega.
Tú eres parte de la especie elegida.
Tú tienes el poder en la mano.
306
Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Tú eres mega (se ve el logo).
Año tras año…
Somos nosotros quienes controlamos la vida en todos sus niveles.
Somos nosotros quienes dictamos las leyes de la naturaleza.
A continuación trasmitiremos un aviso de suma importancia:
Las brigadas juveniles han localizado células clandestinas de oposición, grupúsculos enfermos infiltrados en la especie, en una palabra: terroristas insignificantes, que desde hace algún tiempo vienen cometiendo
crímenes del pensamiento, pretendiendo obstaculizar el objetivo final de
nuestra corporación. mega y el mundo estamos en alerta, se inicia hoy la
cruzada mundial contra el terrorismo. Se ordena a los cuatro ministerios
entregar evaluaciones correspondientes de logros y avances. Si no estás
con nosotros, estás contra nosotros. Y recuerda que mañana es miércoles
de plaza. mega te desea, felices compras.
Todas: Adiós, manita.
Esperancita: ¡Oich! Encima de que venimos al trabajo, ahora además
¡¡¡tenemos que trabajar!!! ¡Es el colmo!, eso ya es otro precio.
Lola: Hay que revisar el contrato colectivo.
Refugio: ¿Quién es el líder sindical? Hay que quejarnos.
Chelo: Síganse quejando, al cabo al rato pasa la policía del pensamiento. Ja, ja, ja, yo no tengo el menor problema, yo tengo lista mi
evaluación hace días. (Saca un tv notas.)
Suenan teléfonos. Después de contestarlos los dejan descolgados.
Dolores: Ministerio de la Verdad. La ignorancia es fuerza. Permítame...
Refugio: Ministerio de la Paz. La Guerra es la Paz. Permítame…
Consuelo: Ministerio del Amor. La libertad es esclavitud. Permítame...
Esperanza: Ministerio de la Abundancia. La pobreza es bien gacha.
Permítame…
Lola: Ay, manita, de dónde voy a sacar la evaluación, mi pinche
jefe es un acomplejado, tú porque trabajas para alguien de tu estatura,
pero yo…
Refugio: ¿No vistes mi memorándum?
Chelito: ¿Tu memorándum?
Esperancita: Sí, su memorándum.
Lola: O sea, el memorándum suyo de ella.
Chelito: ¡Ah!, tu memorándum, ja, ja, ja, no.
307
argüende
Lola: Estoy segura de que puse los formatos aquí encima, ¿nadie
vio un fólder amarillo?
Chelito: Mhmmm, en los últimos días he visto como seiscientos
mil folders amarillos.
Refugio: ¡Ay oyes! El derecho al traspapeleo es un derecho humano.
Es más ¿nadie vio en los últimos seiscientos mil días un oficio que tenía
yo aquí arriba?
Conchita: Muchachas, muchachas, pónganse almejas que hay
supervisión de la policía del pensamiento. (Se ponen almejas.) No sean
babosas, pongan su mente en blanco. (Pasa como un helicóptero.)
Refugio: Por poco y me cachan mi sueño erótico con Gael.
Lola: !Chin!, en ese pinche fólder tenía todo.
Esperancita:¿Es uno amarillo con pestaña? Creo que está en el archivo de las mentiras. Pero acuérdate que se abre de 3 a 2, ya no llegastes.
(Lola sale de volada.)
Chelito: Adiós, Lolis.
Refugio: Y la oficina de desinformación, ¿a qué horas cierra, manita?
Chelo: Como su nombre lo indica, verdad, nadie lo sabe.
Refugio: Gracias, Chelito, pero le estaba preguntando a Esperancita.
Chelito: Por eso no te contesté.
Refugio: (Va saliendo enojada) Voy a ver si consigo formatos.
Chelito: !Adiós, manita! ¡Suerte! Oyes, mana, estas dos como que
son muy desorganizadas y fodongas.
Esperancita: Y medio puercas.
Chelito: Y la Refugio para mí que es paranoica. (Las dos se sienten
terriblemente observadas.)
Esperancita: ¡Ay!, esa pinche camarita de veras que mira como me
tiene, con los nervios de punta, no me puedo concentrar. Déjame
me sesgo porque está apuntando direi ti mi.
Chelito: No, mana, ni le buigas, donde te pongas te ve, mejor hazle
como que le chingas.
Esperancita: Oyes manita, y cómo se comienza una evaluación,
empréstame tu machote, no seas.
Chelito: Ja, ja, ja...no. (Comenta algo del tv notas.)
Esperancita: Esto está bien difícil, y ¿a poco de veras la que no la
entregue no se salva?
Chelito: Ja, ja, ja, no.
Esperancita: Del miedo hasta me dio hambre. Conchita tráigame
una guajalotita de rajas de ahí de la esquina.
308
Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Conchita: ¿Nomás una, Esperancita?
Esperancita: Sí, madrecita, es que estoy a dieta, ya perdí cinco kilos.
Conchita: Dese la vuelta. Ya te los encontré.
Chelito: Si ya pesas menos... que una res.
Esperancita: Ándele mi viejita, váyase rapidito por mi encargo.
Conchita: Ahí voy. Por cierto aquí les dejo el catágalo de productos
apocalípstik.
Chelito: Cuídese mucho al atravesar el circuito. (Sale.)
Esperancita: ¡Vieja güevona! ¡Por eso son ancianos, ira, por (hace
gesto de güevona) guevones! Y cómo que tiene cara de lesbiana, ¿no?
Chelito: Siempre anda feliz la cabrona. ¡Uta, yo no la trago! Ojalá
la atropellen y le tumben de una vez la chingada sonrisita.
Esperancita: Creo que ya se cómo empezar mi evaluación.
Chelito: (Comenta algo de tv notas.)
Esperancita: El Ministerio de la abundancia ha logrado producir
hasta 800 millones de muertos cada 48 horas y nadie sospecha que
estas muertes están relacionadas unas con otras entre sí a pesar de que
ocurren en iguales circunstancias. A lo más se ha filtrado que se trata de
un cereal asesino.
Chelito: Será un asesino serial.
Esperancita: No, reina chula, un cereal que se nos traspapeló en
bodega y se nos olvidó mandarlo a los países que más lo necesitan y
como se nos olvidó mandarlo pus no llegó, así que se murieron todos
de hambre.
Chelito: ¡Cuánta desgracia! Pero mira, esto es mucho pior: (comenta
algo triste de tv notas).
Refugio (Entrando): Ay, manas, nomás no avanzo. (Ve el catálogo.)
¡Órale, es el nuevo y está bien precioso!
Lola (Entrando): Lo encontré, entre seiscientos mil iguales.
Esperancita: ¿Qué hay de nuevo?
Refugio: Mira pa´ ti Lolis, este perjume Sexto Sello de mujer, pa´ la
peste, pa´ la peste que te cargas. Y pa´ ti Esperancita ira la faja reductiva
Mártires de Fataché está en oferta. Y tú Chelito...
Chelito:Ay, ya sabes que yo no consumo, manis.
Esperancita: No, pues ya para qué (aparte).
Conchita (Regresa): Muchachas, muchachas, allá afuera están lapidando a la primera dama, que descubren que se chingó todas las jeringas
del sistema nacional de vacunación para rellenar su Mont Blanc y eso si
309
argüende
el pueblo ya no lo aguantó, que sí tienen cierta razón, pero tampoco es
para andarle aventando semejantes ladrillotes de hormigón, le arrancaron
su trajecito sastre, la pobrecita ni calzones traía.
Lola: Eso se ve cada ocho días. La semana pasada cómo dejaron a
la Elba Esther, ¿no la blanquearon con clearasol? Y ahora es igualita a
Michael Jackson.
Chelito: Yo esto no me lo pierdo, a ver si ahora la matan. (Sale.)
Esperancita: Vete tranquila, corazón, aquí te cuidamos el escritorio,
mi reina. Oigan, ¿qué horas son?
Lola: Ya es la hora del descanso.
Refugio: ¡Chin!, ya se me pasó la orden de desarme nuclear, qué se
le hace cuando ya ni modos. Pero ya es martes, ya como quiera ya se fue
la semana. Lo voy a poner como logro, aunque sea casual.
Esperancita: Ya salió.
Lola: ¡Qué bruta, qué amargura!
Esperancita: Dicen que escupe y se destapa el lavabo.
Refugio: Y está operada hasta del píloro.
Lola: Dicen que hasta se liposuccionó el exceso de gametos.
Refugio: ¿Y eso qué es?
Lola: La que sabe es Esperancita.
Esperancita: Bueno, pero es medio íntimo.
Refugio: Tu y yo somos como hermanas, cuéntame, ándale, ¿cómo
le fue?
Esperancita: Bien, vas creyendo, primero la transgenizaron, luego
lo que vienen siendo sus pólipos que se los ponen en mitosis, y ya con
esas células aprietales que le aplican la meiosis, que como sabes es un
proceso bien complicado. Y que les dice: espérense que ni siquiera me
han medido mis cromosomas. Y que le contestan: tienes 23 pares no te
hagas pendeja. Y ¡zaz!, que le cortan su cartílago cricoide y que se lo
compactalizan. No, mana, ya después bendito Dios, apareció, como con
diez años menos. El rostro de ella bien desfigurado pero eso sí, sin arrugas. ¡Ay, Dios!, se me olvidó que a las doce ya no consigo monografías,
orita vuelvo manitas. (Sale.)
Lola: No pierdas la esperanza, todavía llegas mi amor.
Lola y Refugio: ¡Pinche vieja!
Refugio: ¡Cómo es pendeja de veras la Esperanza!
Lola: Casi me gana la risa, ahorita que pasé ya iban a cerrar.
Se la perrean.
310
Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Lola: Oyes y ¿cómo vas con tu evaluación?
Refugio: De la chingada
Lola: ¿Qué haremos, tú?
Refugio: Le voy a decir aquí a la...(señala a Chelo), que me lo revise.
Lola: No, mana, no va a querer, hasta crees, si es más envidiosa
que (señalando a Esperancita que regresa) ¿Qué pasó?, Esperanza, ¿sí encontraste abierto?
Esperancita: Sí, afortunadamente. Pinche puta camarita que nos
está viendo.
Esperancita: Oigan sí hay que decirle a Chelo que nos revise las
evaluaciones, tiene mucha experiencia.
Refugio: Sí, ya forma parte del inventario. Ya pasaron ocho ministros, y no me consta, pero tiene vara alta.
Entra Chelito.
Chelito: Muchachas, muchachas, vengan a ver lo que me encontré.
Es lo que hemos estado buscando todo este tiempo, vengan…
Conchita quiere ir
Chelito: Usted no puede ir.
Concha: ¿Por qué?
Chelito: Todavía hay clases.
Salen todas y se queda Conchita sola. La hace de Madre Naturaleza.
Conchita: Pensar o no pensar: he ahí el dilema. ¿Quién mi habrá
dejado un cerebro en mi agua pa’ trapear, no si por eso les va como les
va, pos si andan dejando cerebros regados por doquier. De cualquier
modo ni que les sirviera para tanto. Francamente, esta especie sí me
salió con el cerebro muy huevón, y no crea, millón de años que pasa,
millón de años que les aumento de tamaño su cerebro para ver si con
eso se me componen, pero nomás se les va poniendo más huevón, a lo
mejor es cosa de que la selección natural selecciona a los más huevones,
¿no? Porque de que nos hemos quedado con los más huevones eso que
ni qué, porque fíjese nomás lo que hacen, no hablemos de los coches y
de la hueva de caminar no, porque esa ya francamente, pero mire, pudiendo tomar agua de frutas no, van y agarran una cocacola, y éstas que
creen que se les ha ido complejizando más su cerebro, pos sí, pero para
hallar formas más complejas de la hueva. ¿No hasta ya inventaron el
abs stoones ese que te mueve la panza mientras tas de huevón en la oficina y quesque sentado agarras tono muscular abdominal? Yaaaaa digo,
¿porqué se andan muriendo de artritis y de mala circulación?, pos por
311
argüende
huevones. ¿No se andan metiendo cocacaína pa’ ponerse bien ajax? ¿Y
qué hace el cerebro? Pos deja de producir endorfinas, ¿por qué? Pos por
huevón, si por eso se hacen adictos, por la hueva de quitarse lo huevones.
Ya el colmo de la hueva, ¿no? Estas méndigas viejas ni siquiera mean
sentadas. (Al público.) ¿Va a creer usted que hacen competencias de pa´
ver quien mea más lejos? Fíjensen nomás, del último concurso Chelito
me secó mis petunias. Esperancita que no es por andar de hocicona pero
mea bien ácido, ¿no me va empuercando toda mi agua de mis trastos?,
todo ¿por qué? Por no querer llegar hasta el baño, porque les da hueva
y se andan miando en el camino ahí donde pueden. Ora por huevonas,
¿no andan a las carreras con sus mentadas evaluaciones? Que por cierto
eso sí me tiene preocupada, porque éstas andan como la policía china,
vaya usté a saber qué andan tramando en mi contra, porque huevonas,
huevonas, pero eso sí, pa’ ser ojetes no les da hueva.
Entran todas.
Lola: ¡Qué barbara, Chelito! ¿Cómo le hicistes pa’ encontrarla?
Chelito: ¿Sabes cómo? Pues, buscándola.
Conchita: ¿Qué encontró señorita?
Chelito: No me lo va a creer. ¡La fibra óptica! (Una fibra con lentes.)
Lola: Oyes, lo que yo me pregunto es quién estará detrás.
Chelito: No lo sé, pero por lo pronto ya tenemos la tecnología en
nuestras manos así que hay que usarla, mira... (Voltea la cámara hacia el
público.) Señores ha llegado el momento de nominar a una mesa, o sea
que se vaya mucho a la chingada, no se preocupen les vamos a regresar
su cover.
Improvisación con el público para nominar una mesa.
Chelito: Bueno, pues eso es suficiente. ¡Ay!, dejé una llamada…
bueno… sí, permítame.
(Prenden la música)
Esperancita: ¡Qué maravilla!, ya prendieron el audiosistema.
Chelito: ¡Qué horror!, odio la música desde que oí a un tal Mozart.
Refugio: Oye ésta te va a gustar, es nuestro himno.
Cantan Secretaria de Mocedades.
Chelito: Ya, paren eso, odio la música.
Refugio: Chelito, qué bonito y parejo te quedó tu Angel Face, oyes,
te queríamos proponer algo. Como tú sí sabes, queremos que nos revises
nuestras evaluaciones, a ver cómo van.
Chelito: Bueno, pero estos próximos seis meses, me checan mis
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Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
entradas y salidas, yo no archivo y pagan mi parte de la tanda.
Las tres: Bueno
Lola: Sí, Chelito, no hay problema.
Sale Conchita
Esperancita: Va mi evaluación primero.
Entra pollo
Lola: Ora, ¿y usté qué quiere?
Pollo: Quiero informes para una franquicia del Kentucky Fried
Chicken.
Chelo y las demás: (Lo cuestionan y el pollo contesta, improvisación).
¿Ya tiene su permiso fitozoosanitario? ¿Su información del dhl? ¿Ya
reemplacó? ¿Está de acuerdo con el segundo piso?
Chelo: ¡Ah! No, pus vaya usted al segundo piso, porque aquí no es.
Pollo: Muchas gracias, con permiso.
Esperancita: Es propio. Estamos para servirle. (Sale pollo.)
Chelito: Pinches pollos, por eso los rostizan…
Esperancita: Bueno ora sí ahí va mi evaluación. Apreciable manita:
Por medio de la presente te informo que el Ministerio de la Abundancia
se acerca como ningún otro al megaobjetivo, es decir el acabar con la
naturaleza, según el mapa de la fao, la unesco y la tapo, los que no están
en un alto grado de desnutrición, están en un alto grado de obesidad
y los que quedaron en medio tienen bulimia o anorexia. Obteniendo
los logros que a continuación se señalan (muestra monografías). Gracias.
¿Cómo vistes, Chelito?
Chelito: Bien, nomás que lo de hoy es la mujer, así que a la evolución
del hambre ponle la cara de Josefa Ortiz de Domínguez y al final ponle
a Beatriz Paredes.
Esperancita: Ay, sí, muchas gracias.
Entra vaquita marina
Lola: ¡Uy, más chamba! ¿Oiga usted qué quiere?
Chelito: ¿En qué la podemos servir? Además de en agua caliente…
Vaquita: No, vengo a pedir informes sobre los derechos animales
de las vacas marinas porque nos están extinguiendo.
Chelo: ¿Con extinguidor?
Vaquita: No, con arpón.
Chelito: ¿Además son drogadictas?
Vaquita: No, señorita, estamos buscando Green Peace.
Chelito: No, pus esa oficina ya ni existe, ora se llama Gray War, y
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argüende
sí está bien norteada, pero le voy a decir dónde queda. Mire, sale del
edificio, agarra pa’ su derecha cuatro o cinco cuadras, luego le trunca
pa’ la izquierda, le da vuelta a la rotonda, pero antes de la tercera calla
se sesga, ahí hay un puesto de periódicos y ahí pregunta porque yo no
tengo ni puta idea.
Vaquita: Gracias (sale vaquita).
Esperancita: Estamos para servirle.
Chelito: Por eso las matan, por norteadas. Ojalá también se chinguen
a todas las ballenas.
Refugio: Bueno ahora toca mi evaluación. Unas pinches monografías bien fácil se consiguen pero yo hice esto. (Saca su cartulina.) Miren,
lo que de verdad va a terminar con el mundo es la guerra. De 5 000 años
sólo 40 no ha habido guerra, todo lo que se ha hecho y construido es
para la guerra, la inversión estratégica de todos los países es la guerra,
las guerras han devastado un importante porcentaje de la superficie de
la tierra.
Lola: Ora me toca a mí, las voy a dejar bien frías. Presenta el
Ministerio de la Verdad, la ignorancia es fuerza. Aquí como podemos
apreciar en mi instalación plástica, hemos logrado neutralizar la acción
benéfica de los antibióticos gracias a su uso indiscriminado, y en breve
encontraremos la sustancia que daña irremediablemente la médula ósea,
o sea que no haiga un solo ser humano sano. Metas a corto plazo: desaparición del continente africano, incluido su subsuelo y sus kilómetros
de litoral, desbrozamiento de la selva lacandona con fines ecológicos y…
Chelito: (Interrumpe) Ja, ja, ja. Ay no, chulas ya párenle. Déjenme
les enseño lo que es una verdadera presentación de evaluación, porque
de plano ustedes están pa’ llorar.
Entra Madre Naturaleza disfrazada de Juan Diego.
Chelito: ¿Y usté quién es?
Juan Diego: Yo, mi niña, soy Juan Diego. (Todas lo miran sospechosamente.)
Chelito: ¿Y qué buscas aquí?
Juan Diego: Al señor Chulenburs.
Lola: Esto sí está muy sospechoso.
Esperancita: Sí, no tiene cara de Juan Diego, lo veo muy indito y
se me hace que la barba es postiza, a ver… (le jala la barba, descubren que
es Conchita).
Todas: ¡¡¡Conchitaaaaaaa!!!
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Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Refugio: ¡Nos ha engañado!
Lola: ¡No es posible!
Esperancita: ¿Entonces de quién se trata?
Chelito: Es una espía, quiere robarnos nuestra información secreta.
Esperancita: Apáñenla.
La apañan.
Refugio: Vamos a sacarle la información como mejor sabemos.
Esperancita: Traite las pinzas de pasar corriente.
Refugio: ¿Para enchufárselas a las chichis?
Esperancita: No, es que mi vocho se quedó sin batería.
Chelito: Entonces tráiganse la jaula de ratas hambrientas.
Esperancita: ¿Las carnívoras?
Lola: No, las que tocan el órgano melódico de Juan Torres.
Chelito: Ya bajénle, si todavía ni la interrogamos, mejor vamos a
torturarla como mejor sabemos…
video. tenenovela - noticiero
Noticia de última hora: El canciller Castañeda junior, insiste en
someterse, subyugarse, supeditarse, avasallarse, humillarse, entregarse,
doblegarse, o ceder, recular, capitular, sucumbir, alforjar la soberanía,
con tal de quedar bien con los eu.
Muy probablemente los esfuerzos del canciller se verán coronados
con su llegada a Los Pinos en el 2006, aun cuando para entonces el sólo
sea presidente del condado de Mexicou. Se rumora además que fue él
quien le encargó a Adela Micha observar por medio de cámaras instaladas en todo el territorio nacional y en funcionamiento las veinticuatro
horas a toda la población con el objeto de descubrir posibles terroristas
enemigos de la soberanía.
Madre Natura: Basta, apaguen eso, voy a confesar toda la verdad.
Oscuro – caen cortinas.
Chelito: Debe ser un apagón por no privatizar la energía eléctrica,
ven cuánto daño nos hace la soberanía.
Bernarda Alba. Cante hondo. Todas, llorando tras el ataúd.
Bernarda: ¡Silencio! Menos gritos y más obras. Debían haber procurado que todo estuviera limpio para recibir el duelo. ¡Alabado sea Dios!
Todas: Sea por siempre bendito y alabado.
Bernarda: Descansa en paz con la santa compañía de cabecera.
Todas: Descansa en paz.
Bernarda: Réquiem aeternam donat eis domino es pizza.
Todas: Et luz perpetua luce ab es Vips.
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argüende
Bernarda: Concede el reposo.
Chelito: Ten misericordia.
Lola: Acógela en tu seno.
Cuca: Cúbrela con tu manto.
Esperancita: ¿Y a quién estamos enterrando?
Bernarda: A la carrera diplomática de Jorge Castañeda. Descanse
en paz y dale la corona de tu santa gloria. Amén.
Esperancita: (Llora.)
Bernarda: Magdalena no llores.
Esperanza: ¡Pero si me llamo Esperanza!
Bernarda: De todos modos no llores, si quieres llorar, te metes debajo
de la cama, ¿me has oído?
Lola: Vieja lagarta recocida. Cómo no vamos a llorar, si con la muerte
de la carrera política de Jorgito ha muerto la inteligencia más brillante.
Chelito: Sí, qué hombre más inteligente, habrá hecho cualquier
cantidad de idioteces, pero un hombre tan brillante es difícil de encontrar.
Lola: ¡Maldito Fidel! ¡Carapijo! ¡Repipe! ¡Zurriburri!
Esperanza: ¡Maldita ella que lo tuvo mil veces!
Refugio: Madre, ¿y qué será ahora de Adela?
Bernarda: ¿Qué no la vieron de conductora de un programa idiota?
Esto no lo voy a tolerar, desde este momento ha dejado de ser mi hija.
Simplemente: ha muerto, fallecido, expirado, felpado, fenecido, pasado
a mejor vida, sucumbido, y que nadie lo sepa, nadie diga nada, ¡silencio!
Chelito: Madre, pero ¿por qué Adela pudo irse de casa y nosotras no?
Bernarda: Porque vosotras sois mujeres.
Lola: ¿Y ella?
Bernarda: También.
Chelito: ¡Mosca cajonera!
Esperancita: ¡Malditas sean las mujeres!
Refugio: Pero ¿por qué ella sí pudo acceder al conocimiento?
Bernarda: Ya os dije, hilo y aguja para las hembras y palabra para
el varón. Adela para mí ha muerto y aquí y en el más allá se hace lo que
yo mando.
Todas: ¿Cómo?
Lola: Madre: dijiste que nos ibas a confesar toda la verdad, no te
salgas por la tangente.
Bernarda: ¡Basta de trigonometrías!
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Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Esperancita: No, madre, dinos la verdad y deja de hacernos la vida
de cuadritos.
Bernarda: Está bien, seré breve. Hace seis millones de años, la raza
humana, es decir ustedes, los homínidos, estaba formada únicamente
de mujeres que se reproducían por medio de la mitosis.
Refugio: Insinúas que así de sencillo, ¿sólo por la bipartición celular,
como las amibas?
Esperancita: Y luego, ¿qué ha pasado?
Bernarda: Bueno, pues para acelerar el proceso evolutivo y diversificar los genes, surgió el homínido masculino: el hombre.
Lola: ¿Quieres decir que para hacer más fuerte a la especie, se ha
creado una subespecie genéticamente incompleta?
Esperanza: Claro, porque las hembras son XX y los hombres XY,
o sea que les falta la patita. Entonces el cuento que me ha contado Fray
Papilla de Adán y Eva, en realidad es de Eva y Adán. Espera que se lo
diga a Fray Papilla.
Bernarda: Así es hija, en ese momento surge la reproducción sexual
por meiosis.
Refugio: ¡El óvulo y el esperma, o sea la reproducción sexual!
Bernarda: ¡A callar! ¡En esta casa no se menciona la palabra sexo!
Chelo: No que no, ¿madre? Y todo lo que nos ha contado, ¿qué
tiene que ver?
Bernarda: Pues nada, pero que lo vi en disquihubole chanel y todo
lo que sale ahí tiene que ver con la especie. Es así que los humanos se
reprodujeron exponencialmente hasta poner en peligro el equilibrio que
yo con tantos esfuerzos había logrado con el resto de las especies.
Todas: Pero madre, ¿tú quién eres?
Bernarda: Soy todo lo existente, incluso la conciencia misma que enfrenta el mundo sensible, los pensamientos o cualquier fenómeno mental.
Refugio: ¿Cómo?
Bernarda: Soy la totalidad de lo real, la única sustancia.
Refugio: ¿Qué?
Bernarda: Aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra
cosa para formarse.
Esperanza: Te refieres a esa sustancia que no puede tener una causa
externa a sí misma.
Lola: Pues si así fuese, para pensarla habría que recurrir al concepto
de su causa.
Chelito: Lo cual contradice su naturaleza de sustancia.
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argüende
Refugio: ¿Eh?
Bernarda: Que soy la madre que las ha parido. Soy agua, tierra, fuego, atmósfera, metal, mineral, piedra, vegetal, animal. Soy el origen, soy
la esencia y propiedad característica de cada ser, soy el conjunto de las
cosas que componen el universo, soy la que guarda los caminos de la
noche y el día, soy el camino negado totalmente para el conocimiento,
dado que no podrías jamás llegar a conocerme, y ni siquiera expresarlo
con palabras, soy una figura venerada y temida, soy la que se ha aprendido todos estos textos, soy la que soy.
Todas: ¡¡¡¡Es la Madre Naturaleza!!!!
Chelito: Es ella la que nos ha tapiado el cerebro, la que nos ha impedido conocer la causa y el origen de todo lo existente.
Refugio: Entonces responde nuestras preguntas o acabaremos por
todas de una vez contigo.
Bernarda: Sí, soy la madre naturaleza y yo también he sufrido mucho, no saben lo que es tener este cuadro colgado en el comedor.
Esperancita: Pobre mujer, una naturaleza muerta. Pero responde
de una vez.
Bernarda: Preguntad entonces, mas no os horroricéis de las respuestas.
Esperanza: ¿Quiénes somos?
Bernarda: Las hijas de Bernarda Alba
Refugio: ¡Ah!
Chelito: ¿De dónde venimos?
Bernarda: De enterrar a Jorgito Castañeda.
Lola: No seas imbécil, madre, son preguntas metafísicas.
Bernarda: (La cachetea.) ¡No digas metafísica enfrente de tu madre,
imbécil!
Chelito: ¡Basta!, se acabó tu yugo, responde: ¿Qué hay más allá de
la muerte?
Bernarda: Contestar eso sería como pedirle a un gigante que se
ponga los zapatos de un enano.
Refugio: ¿Qué es la vida? Responde o te la quitaremos.
Bernarda: No os hagáis ilusiones de que podréis ir conmigo, hasta
que salga de esta casa con los pies por delante mandaré en lo mío y en lo
vuestro. Dadme un abanico. (Respira con fuerza.) La vida es el resultado de
quince mil millones de años de evolución de las moléculas de hidrógeno.
Esperanza: Madre, nos referíamos a la existencia.
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Gasé, Huerta, Mor, Sotres y Rodríguez
Bernarda: Me enorgullezco de ustedes, cuanto más vulgar e ignorante es el hombre, menos enigmática le parece la existencia.
Refugio: Pero si somos mujeres.
Bernarda: Quiero decir, excepto el ser humano ningún ser se sorprende de su propia existencia.
Esperancita: Ah, pero ¿para qué estamos aquí?
Bernarda: Por lo pronto para merendar. Sacad las conchas de la tía
Rosa y el chocolate.
Lola: Madre, pero ¿cuál es nuestro objetivo como seres humanos?
Bernarda: Está bien (mira el reloj), ha llegado la hora de deciros toda
la verdad. Os he creado pues yo misma tenía la necesidad de observarme.
Sois el espejo donde me reflejo y contemplo mi propia obra.
Refugio: ¿Insinúas que hemos venido a este valle de lágrimas a
satisfacer tu vanidad?
Bernarda: Calla, ya me habéis hecho mucho daño y no me hagas
hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas contra otras de
vergüenza. Silencio digo, yo veía la tormenta venir, pero no creía que
estallara tan pronto. ¡Ay qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi
corazón! Pero todavía no soy una anciana y tengo cuatro cadenas para
vosotras. Y esta casa levantada, para que ni las hierbas se enteren de mi
desolación. Tendré que sentarles la mano. Bernarda, acuérdate que ésta
es tu obligación.
Esperancita: Pero, madre, ¿qué no hay algo más allá de los gusanos?
Chelito: ¡Todo el norte de Miami!
Bernarda: Claro, hija, hay algo que no necesita explicación ni razón
de ser.
Esperancita: ¿Es Dios, madre?
Bernarda: No hija, es la televisión.
(Pleito por los canales.)
Refugio: Yo quiero ver i entretaiment televichón.
Lola: Sarmentosa por calentura de varón. Que a mí me apetece ver
el animal planet.
Refugio: Lengua de cuchillo, zoofílica, habiendo cnn en español...
Esperancita: Yo quiero ver el Cartoon Network.
Bernarda: Que en esta casa solo se ve hbo y olé.
(Continúa el pleito por los canales.)
Chelito: Pero es una tirana, tirana de todas las que la rodean, ahora
está como loca. Cámbiale a History Channel.
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argüende
Esperancita: Mala, más que mala. Que quiero ver Nickeodion.
Refugio: Que hay un programa especial en Son latino.
Chelito: Suave, dulzarrona, blanda y untuosa… habiendo MTV.
Bernarda: ¡Basta, que me suicido!
Lola: No, madre, eso sólo empeoraría la situación.
Refugio: ¿Tanto deseas acabar con la humanidad?
Bernarda: Tanto. Mirando a la humanidad me parece que bebo su
sangre lentamente.
(Pleito por el control remoto.)
Esperancita: Yo quiero el control remoto. Por encima de ti, madre,
saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y
boca, pongan sexy night.
Bernarda: Oledora, pérfida. Primero cambiáreis la órbita terrestre
que cambiar de canal. El control remoto es tan mío como la fuerza centrípeta. La escopeta, ¿dónde está la escopeta? (Dispara a la televisión.)
Chelito: Esto hago yo con la vara de la dominadora… (Le quitan la
escopeta y disparos.)
Bernarda: Me quedaré aquí, muerta por dentro, pero de pie, como
los árboles.
Sonido de caída de árbol oscuro.
Video en el espacio escultórico. Voz en off de Los Intocables: Mas sin en
cambio la naturaleza se había equivocado. A pesar de haber terminado
con ella, la humanidad sobrevivió y se dedicó a colonizar el espacio en
una cruzada contra el terrorismo extraterrestre.
Canción “Viva el gran desmadre”
Fin
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© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
¡Que vivan las mujeres!
Música: Liliana Felipe
Letra: Liliana Felipe, Regina Orozco
y Jesusa Rodríguez
Mujeres del campo
mujeres, mujeres,
nuestra decisión:
nuestra vida,
nuesto cuerpo,
nuestros hijos
Mujeres del campo
mejores mujeres.
somos el regalo de la tierra,
la abundancia, la semilla, las raíces,
y por eso merecemos ser felices
Ya no se puede con la discriminación.
Ya no es posible ni una violación.
Hay que acabar con esta situación
y como dice la canción:
“Que si la chancla que yo tiro
No la vuelvo a levantar”
Pues yo no soy ni chancla,
ni me tiran.
Y si se me antoja
yo me vuelvo a levantar.
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© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
argüende
La educación nos hace libres
y la salud es nuestra fuerza.
Estamos juntas las indígenas mujeres
campesinas, poderosas
¡Y que vivan los placeres!
Que se nos pague nuestro trabajo.
Que se respeten nuestros derechos.
Estamos juntas las indígenas mujeres
campesinas, poderosas...
¡Y que vivan las mujeres!
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colaboradores
© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Colaboraron en este número
Carlos Aguirre. Artista visual.
Regina Bayo-Borràs Falcón. Psicóloga psicoanalista. Fue fundadora del
Programa de Salud Mental para la Mujer de Cornellá (Barcelona). Es
profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la Universidad de Gerona. Actualmente funge como vice-presidenta de la Asociación Catalana de Profesionales en Salud Mental-Asociación Española de
Neuropsiquiatría. Es integrante de “Gradiva”, Asociación de Estudios
Psicoanalíticos y de “Mujer, Salud y Calidad de Vida”, del Centro de
Estudios y Programas Sanitarios de Barcelona. Fue compiladora del libro Mujer y salud mental. Reflexiones y experiencias (Colegio Oficial de
Psicólogos de Cataluña).
Haydée Birgin. Es abogada. Ha desempeñado diversos cargos en el
Senado y en el Ejecutivo argentinos. Tanto en Argentina como en México ha participado en el diseño de políticas públicas, sobre todo centradas en la problemática de las mujeres. Ha publicado, entre otros, como
compiladora El derecho en el género y el género en el derecho (Biblos, 2000) y
de su autoría Ley, mercado y discriminación (Biblos, 2000).
María Eugenia D’Aubeterre Buznego. Obtuvo el grado de psicóloga en
la Universidad Central de Venezuela en 1979. Realizó estudios de maestría en ciencias sociales en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla, 1988. Es doctora en antropología por la
Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1998. Actualmente es investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la
Benémerita Universidad Autónoma de Puebla, y profesora adscrita al
posgrado de sociología del mismo instituto.
Liliana Felipe. Argentina, música, cabaretera y agricultora.
María José García-Ocejo Oramas. Es maestra en estudios de género
por la New School de Nueva York, bajo la dirección de tesis de la profe327
© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
colaboradores
sora Nancy Fraser y doctorante en ciencias de la educación por la Universidad de París X, Nanterre, bajo la dirección de las profesoras Luce
Irigaray y Claudine Blanchard-Laville. Ha sido profesora en la Facultad
de Psicología de la Universidad Iberoamericana y actualmente en la
Universidad Veracruzana, así como asesora en materia de programas de
género para América Latina en diversas ONG del país y en organizaciones internacionales como UNIFEM y la UNESCO.
Marisol Gasé. Cabaretera, actriz y teatro servidora, te maneja la comedia musical.
Margo Glantz. Escritora y viajera profesional. Ha publicado varios libros de narrativa y de ensayo, entre otros Las genealogías (1981), Apariciones (1996) y La Malinche, sus padres y sus hijos (2001). Es profesora de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Lucero González. Oaxacolandia, doble aries, socióloga, feminista y fotógrafa.
Inés Hercovich. Es licenciada en sociología por la Universidad de Buenos Aires e investigadora en temas de violencia sexual. Fundadora de
SAViAS (Servicio de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales). Es
profesora de la maestría “Estrés, trauma e intervención en catástrofes”,
y responsable del Área Violencia y Género del programa IBIS
(International Bioethical Informational System), en la Universidad de
Buenos Aires. Forma parte del equipo de investigación y docencia en el
proyecto “Entornos disruptivos y patologías por disrupción”, en la
Universidad del Salvador, Buenos Aires. Es autora del libro El enigma
sexual de la violación (Biblos, 1997) y de numerosos artículos publicados
en diversas compilaciones y revistas especializadas.
Nora Huerta. Cabaretera de alto melodrama y devota de la Virgen de
Guadalupe.
Luce Irigaray. Es investigadora en filosofía del Centro Nacional de Investigaciones Científicas en París, Francia. Posee una formación de lingüista, psicóloga y psicoanalista. Entre sus obras ya clásicas se
encuentran Speculum. Espéculo de la otra mujer, Ese sexo que no es uno y
Ética de la diferencia sexual.
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© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
Sandra Lorenzano. “Argen-mex” por convicción. Especialista en narrativa latinoamericana contemporánea, profesora en la Facultad de Filosofía de la UNAM y profesora-investigadora de la Universidad Autónoma
Metropolitana.
Sharon Marcus. Profesora asociada de inglés en el Programa de Estudios Franceses de la Universidad de California en Berkeley. Ha trabajado sobre la novela del siglo XIX y la relación entre la literatura, la cultura
urbana y la arquitectura. Cuando escribió el artículo que publicamos
aquí, era estudiante en el Centro de Humanidades de la Universidad
Johns Hopkins.
Salvador Mendiola. 1952. Profesor e investigador en la ENEP-Aragón y
en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha publicado, junto con otras autoras, Theoría Hermeneútica, México, 1987. Actualmente investiga sobre mujeres creadoras de imágenes y la ciencia
neobarroca hispanoamericana.
Carlos Monsiváis. Escritor, elurofílico y feminista confeso.
Ana Francis Mor. Directora, actriz y fanática de Alex Pérez.
Azul Morris. Diseñadora gráfica.
Cecilia Olivares. Editora y traductora.
Olga Orozco. 1920-1999. Comenzó a publicar su poesía en 1946. Entre
sus libros se cuentan Los juegos peligrosos (1962), La oscuridad es otro sol
(relatos, 1967) y La noche a la deriva (1983).
Shane Phelan. Profesora asistente de ciencias políticas en la Universidad
de Nuevo México. Dirige el Comité sobre el Estatus de Lesbianas y Gays
de la Asociación Americana de Ciencias Políticas. Ha publicado varios
artículos y libros sobre gays y lesbianas, entre ellos We Are Everywhere:
A Historical Sourcebook of Gay and Lesbian Politics (Routledge, 1997).
Jesusa Rodríguez. Actriz y directora de teatro. Fundadora de la compañía Divas, A.C. Su verdadera profesión es conductora de eventos de
solidaridad y su verdadera vocación es jugadora de póker.
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© METIS, productos culturales, s.a. de c.v.
Sexo y violencia, DEBATE FEMINISTA, año 13, vol. 26, octubre 2002.
colaboradores
Raquel Serur. 1949. Mexicana, escritora y profesora de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado cuentos y ensayos sobre
Borges, Rulfo, García Ponce y Orlando o la literatura sobre sí misma,
UAM-A.
Sylvia Schmelkes. Es la coordinadora general de Educación Intercultural
Bilingüe en la Secretaría de Educación Pública de México.
Cecilia Sotres. Actriz, cabaretera, latina, casual, romántica e internacional.
María Luisa Tarrés. Doctora en sociología, es profesora e investigadora
en El Colegio de México. Reside en México desde 1974. Madre y abuela
enamorada.
María de Lourdes Valenzuela y Gómez Gallardo. Tiene una maestría
en educación de adultos de la Universidad Pedagógica Nacional, así
como las especialidades en formación de profesores e investigación
educativa del CISE de la UNAM. Es coordinadora del Programa Educación y Género del Grupo de Educación Popular con Mujeres (GEM) e
integrante de la Academia de Educación de Adultos de la UPN.
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