La venezolana: cuerpo instrumental del mito de la

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La venezolana: cuerpo instrumental del mito de la democracia racial venezolana
Sandra Angeleri
Introducción
A fin de re-concebir, desde la contemporaneidad, el orden civilizador y colonial de las
cosas en nuestro país se hace crucial hacer hincapié en los aspectos relacionales y coyunturales
de la identidad nacional. Con esto en mente, a través del mapeo de la obra civilizadora -narrativa y partidista-- de Gallegos, trazo la genealogía de la identidad burguesa venezolana y de
sus estrategias de poder simbólicas y bio-políticas. Ubico el nacimiento del Estado moderno bajo
coordenadas que superan el análisis de clases y político e incorporo un espectro cognitivo más
amplio. Para hacer esto, examino la trayectoria del sujeto masculino venezolano de origen
europeo, quien representa el valor inmanente de lo racial y la sexualidad. A partir de este giro, lo
racial y lo sexual aparecerán como coordinadoras formadoras y formidables del mito de la
democracia racial difuminadas y solventadas bajo el eje estructurante de la moderna ciudadanía
universal. La socialización de la vida procreativa en el cuerpo de la venezolana es el tema central
que surge de este enfoque. ¿Es relevante este intenso sitio de poder para la historiografía de
Venezuela o es intrascendente? Con el fin de dar respuesta a esta pregunta inicial, en el artículo
exploro la historia de la gestación de la Venezuela moderna, más que como un lugar de
relaciones económicas, como un “laboratorio de la modernidad”. A través del mapeo de la
trayectoria genealógica de lo que constituye lo civilizado, lo urbano y lo mestizo versus los
márgenes del nuevo estado-nación de Gallegos, la venezolana aparece como un espacio
ontológico y epistemológico excepcional. Siguiendo este orden lógico y político, la primera
pregunta que contesto en este artículo se refiere al poder del discurso para generar diferencias
raciales. ¿Por qué ha sido relativamente aceptado en nuestro país que las diferencias de género
son el resultado de estrategias discursivas mientras, en cambio, resulta tan difícil introducir el
tema de la construcción racial como efecto del discurso? Para contestarla introduzco una
discusión sobre cómo opera la articulación de los aspectos raciales y sexuales en tanto estrategias
político-simbólicas, es decir, como mecanismos de sujeción social. Sostengo que con el fin de
llevar a cabo la homogeneización nacional, la escritura de Rómulo Gallegos desdobla de forma
tal lo erótico que termina concibiendo a un nuevo mestizaje, llevado a cabo en el cuerpo de la
1
venezolana. Como consecuencia de este desdoblamiento, el autor inscribe un sujeto ciudadano
moderno mestizo cuya trayectoria temporal es un movimiento en dirección al auto-apagamiento
de lo africano y lo indígena y al fortalecimiento de lo europeo. El ejercicio que llevo a cabo
construirá un mapa conceptual de la forma mediante Gallegos centraliza las articulaciones de lo
histórico, lo espacial, lo sexual y lo racial con el fin de escribirse a sí mismo como producto --y
simultáneamente como instrumento-- de la modernidad periférica. Asimismo, muestro cómo la
versión hegemónica de la especificidad venezolana y el mito de la democracia racial construyen
al sujeto ciudadano venezolano subalterno como aquel en quien el mestizaje no ha borrado aún
los genes de origen indígena y, principalmente africano, ambos tan rechazados y temidos por la
emergente burguesía y clase media venezolana emergente. Mi lectura del mestizaje venezolano y
del mito de la democracia racial evidencia que estas construcciones operan como estrategias
político-simbólicas de sujeción política, racial y de género actuando mediante la tecnología
política de la educación del deseo. De esta manera, la ciudadanía aparece como una facultad a ser
aprendida y un privilegio a ser ganado.
El análisis que despliego muestra cómo la escritura y el activismo político de Gallegos,
ambas estrategias de sujeción político-simbólicas que descansan en el patriarcado, producen una
trayectoria del sujeto nacional venezolano moderno mediante un movimiento doble: (i) de
apagamiento de “indios” y “africanos” a mestizarse a través del cuerpo de la mujer venezolana
blanca de origen europeo, y (ii) de vigorización de la élite en decadencia a través del cuerpo de la
mujer india y de origen africano. El mestizaje resultante de esta estrategia llevaría a la inclusión
de la población mestiza latinizada a través de la ciudadanía universal, estrategia políticasimbólica que evade --pero no liquida-- la confrontación de las diferencias derivadas de la
construcción racial y de género. La violencia ejercida sobre la mujer venezolana --indígena,
afrodescendiente, mestiza o blanca-- es el elemento principal de la concepción del sujeto
ciudadano nacional --tanto hegemónico como subalterno-- de la Venezuela moderna de Gallegos.
En este sentido, mi lectura de la obra del autor no es un recuento enciclopédico de cómo los
cuerpos colonizados y a civilizar fueron constituidos como modernos por las políticas sexuales
propias de la Venezuela representada por Gallegos. Mi tarea se centra en un objetivo más
limitado y específico. Es un esfuerzo por ver lo que el estudio de la obra de Gallegos agrega a la
comprensión de la fundición nacional del sujeto ciudadano mestizo --y de la ciudadanía universal
2
como su categoría de gobierno--, que hace hincapié en el patriarcado del sujeto venezolano
hegemónico como la plataforma desde la cual se lleva a cabo la economía política de la identidad
venezolana burguesa de mediados del siglo XX.
Lo histórico
Desaparecería el montuno, que amanecía en el Mercado con los frutos de su campo, dejaría varadas en las playas sus
embarcaciones el pescadero, abandonaría sus piraguas el marinero del lago, porque todos se sumarían al chorro de
brazos acudientes al mejor jornal del campo petrolero, y sobre toda la tierra zuliana y encima del lago entero
metalizarían el tierno paisaje de las torres de perforación. Y la ciudad misma, metida a imitar lo extraño, de donde
venía el dólar exigente, perdería su aspecto y su alma y a vuelta de poco se habrían secado las fuentes del
sentimiento zuliano.
Gallegos, Sobre la misma tierra, (1981 [1943]): 76.
El 14 de diciembre de 1922, en La Rosa, un pequeño pueblo del Zulia, en el pozo Los
Barrosos Dos, un equipo de siete hombres estadounidenses encontró petróleo. Alrededor de las
siete de la mañana, "del vientre del hueco satánico salió un rugido que hizo temblar el suelo".
Un gigantesco chorro salía de la boca del pozo como una corriente que inundaba todo. "Una
lluvia de petróleo cayó sobre todo el pueblo, mientras de la boca de cada habitante se levantaba
un grito: ¡Petróleo! Y el grito se oyó en todo el mundo" (Baptista, 1964:4). Durante una semana
100.000 barriles diarios fluyeron desde Los Barrosos Dos. El petróleo parecía cubrirlo todo:
casas, árboles, arbustos, incluso las aguas se pusieron negras a lo largo de la costa del Lago de
Maracaibo. Con el fin de dar una explicación a la alarma que se había desencadenado en el
pueblo, que percibía que el viscoso líquido negro no dejaría jamás de ser "vomitado por la
tierra”, el sacerdote de la localidad manifestó que el “vientre del diablo había sido perforado"
(Baptista, 1964:8). La noche del 22 de diciembre, un grupo de vecinos del pueblo de la Rosa
desfiló con San Benito --el santo negro-- y La Chinita --la virgen wayuu-- hacia el lugar desde el
cual salía el aceite. El 23 de diciembre a las 8:30 am, después de once días de petróleo
ininterrumpido, Los Barrosos Dos se detuvo.
El verdadero comienzo de esta historia es parte del expansionismo europeo y
estadounidense (Quijano 2000). La existencia de filtraciones de petróleo cercanas a la costa del
Lago de Maracaibo era utilizada por la población de la región para calafatear sus embarcaciones
desde antes de la llegada de los europeos. Posteriormente, los bucaneros ingleses, franceses y
holandeses acostumbraban entrar al lago con el fin de obtener asfalto para sellar sus naves. Pero
3
el tránsito a la producción de concesiones extranjeras representó un cambio fundamental tanto
para el Estado como para la nación. A principios de 1900, cuando Gallegos publica sus primeras
obras, las élites venezolanas, luego de haberse independizado durante el siglo XIX del Imperio
Español, llevaban más de un siglo luchando por mantener las jerarquías sociales derivadas de las
divisiones raciales basadas en el sistema de castas (Yarrington 1999). La élite colonial,
compuesta en su mayor parte por dueños de esclavos y de haciendas se alzó contra España, en
parte porque creyó que las Reformas Borbónicas de fines del siglo XVIII amenazaban con
hacerle perder el control sobre la “gente de color”. Durante la guerra de independencia, y durante
muchas décadas, las élites temieron que su poder fuera socavado por la pardocracia.1
Desde principios del siglo XX, los cambios económicos por los que el país atravesó
abrieron la posibilidad de un reordenamiento de las jerarquías sociales, en especial de la mujer
venezolana quien estaba entrando al espacio público, como “bárbara e ilustrada” (Russotto 1997)
y al espacio territorial de la frontera entre la barbarie y la civilización, como “monstruosidad
femenina” (Singer 2005: 52). Si el boom exportador, que había comenzado a fines del siglo XIX,
hizo más visible a la clase media compuesta predominantemente por mestizos, el torbellino
económico, desatado por el rápido desarrollo de la industria del petróleo después de la Primera
Guerra Mundial, planteó la posibilidad de una transformación sentida como amenazante por la
aristocracia en decadencia. El dictador Juan Vicente Gómez (1908-1936) dio concesiones a sus
seguidores nacionales; estos últimos las vendieron a las empresas extranjeras; y los gobiernos de
las compañías petroleras protegían y apoyaban al dictador venezolano. 2 En 1922, dos días
después de la explosión del pozo de La Rosa, la noticia ya circulaba por todo el mundo.
1
Para una visión panorámica de la historia de Venezuela vista desde este ángulo, ver Wright (1990), Café con
Leche: Race, Class and National Image in Venezuela, Austin, University of Texas Press.
2
Para una historia de la transición de las concesiones nacionales a manos británicas, holandesas, estadounidenses y
francesas ver Coronil (2002). En 1907, Gómez entregó cuatro inmensas concesiones. La primera a Andrés Vigas, en
el distrito Colon del Zulia, quien, a su vez, posteriormente la traspasó a la compañía Shell. La segunda fue otorgada
a Antonio Aranguren y abarcaba los distritos Bolívar y Maracaibo del estado Zulia. La Shell también terminó
comprando esta segunda concesión. La concesión correspondiente a los estados Falcón y Lara fue entregada a
Francisco Jiménez Arraiz, que posteriormente terminó bajo el control de los británicos. En 1909, el general Gómez
entregó otra gigantesca concesión, que cubría 12 estados del país además del territorio federal del Delta Amacuro.
Esta nueva concesión, paso a manos de Max Valladares, un abogado de la Compañía General de Asfalto, que poco
después paso a ser parte del Grupo Shell.
4
Antes de la explotación del petróleo, los principales recursos del Estado provenían de los
impuestos a la importación y exportación del cacao y del café. Posteriormente, los ingresos del
Estado provinieron de los recursos procedentes de la venta de petróleo, que pertenecía al
territorio de la nación. Surgieron nuevas formas de adquirir riqueza, poniendo en jaque la lógica
económica y social del viejo orden agrario. Los ingresos del Estado se elevaron como nunca
antes lo habían hecho y a medida que la economía comercial se expandía, la movilidad social -antes reservada a un número pequeño de la población vinculado al séquito civil y militar de los
gobiernos de turno-- se convirtió en una posibilidad real para segmentos cada vez más extensos
de la población.
Los grandes cambios demográficos y el nuevo contexto socio-económico cuestionaron la
definición de quién pertenecía a la nación y, sobre todo, de a quién pertenecía el territorio
nacional. Mientras las empresas se centraron en el negocio de la extracción de petróleo, el Estado
adquirió un nuevo papel: se convirtió en el dueño de la tierra y en el administrador de los
recursos de la riqueza nacional. Una relación de co-constitutiva entre las empresas extranjeras
del petróleo, el Estado del dictador y las élites nacionales dio a luz la edad de petróleo, al estado
moderno y a una nueva nación mestiza. Prominentes intelectuales venezolanos, generalmente
asociados con el régimen de Gómez, mostraban una preocupación creciente con la inestabilidad
del medio social, haciendo hincapié especialmente en lo que percibían como trepadoras y
trepadores sociales que emergían de la clase media mestiza. Pensadores positivistas como
Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul y Rómulo Gallegos se
esforzaron por conocer las razones por las cuales la mezcla racial venezolana no traía, según
ellos, la modernidad al país, concentrándose especialmente en estudiar las características de la
mujer venezolana (Cappelletti 1992).
El marco teórico que ubica a las mujeres, como reproductoras biológicas y culturales de
la nación, en el centro de la historia no es ninguna novedad. Hace ya rato que Marx y Engels
(1997) han puesto las cosas en su lugar al llamar “proletarios” a la clase que daría a luz a la
sociedad sin clases; y también ya hace mucho tiempo que Engels (2012) había establecido que la
división sexual del trabajo fue la primera que se dio en la historia de la humanidad. Y si lo
5
queremos ver desde la perspectiva estructuralista, nos encontramos con Lévi-Strauss (1991)
quien ha demostrado con suficientes argumentos que el intercambio de mujeres entre hombres es
la base estructurante de la sociabilidad. ¿Cómo se escribe la historia positivista de Venezuela, un
país productor de petróleo que tiene nombre de mujer? ¿Qué sucede cuando visibilizamos el
desdoblamiento de los marcos teóricos que feminizan la historia en los relatos científicos
venezolanos? Las narrativas centradas en el devenir del Estado para explicar la historia de
Venezuela sostienen que los cambios estructurales puestos en marcha por el petróleo aceleraron
la decadencia de la economía agrícola de Venezuela. Esta transformación habría tenido, a su vez,
un importante impacto en la estructura social, que por un lado daría lugar a la decadencia de la
élite terrateniente y, por otro, al inicio de la modernización de la población campesina. Esta
narrativa relaciona la explotación petrolera con la aparición de nuevos sectores medios urbanos,
trabajadores de cuello blanco de ámbito de los servicios, profesionales universitarios,
funcionarios, estudiantes, intelectuales y políticos, que con el tiempo se habrían convertido en
aliados de una clase obrera pequeña, pero estratégica (Robin 1973).
Este relato historiográfico sostiene que el petróleo tiende a retrasar la industrialización, y
sobre esta base explica los recurrentes fracasos modernizadores de Venezuela del siglo XX (y del
XXI). Una industrialización frenada por el efecto perverso del petróleo habría postergado la
configuración de las clases sociales que --desde el discurso autorizado de las ciencias sociales del
momento-- se asumen como necesarias para generar el desarrollo (Moore 1966). Dentro de esta
concepción lineal de la modernidad, el petróleo sería responsable de la demora en la ampliación
y democratización de la participación política, aspectos esenciales asociados a la modernización,
y centrales a las preocupaciones de Gallegos. El argumento señala que el debilitamiento y la
eventual desaparición de los terratenientes habrían facilitado la transición a la democracia, y que
a finales de la década de 1940, la clase rentista-capitalista de Venezuela --ya muy vinculada al
Estado-- dependía de la distribución de los ingresos del petróleo para su supervivencia (Coronil
2002). Esta misma narrativa centrada en el Estado, pero hecha, esta vez, desde una perspectiva
de izquierda y progresista, escribe la historia articulando los marcos de la modernización a los de
las clases sociales (Mata 1985). El ambiente político de principios del siglo XX, impulsado por
la aparición de yacimientos de petróleo y por la conciencia de clase obrera y campesina, es la que
6
presiona para que se transite hacia la democracia (Fuenmayor 1968). La disposición de los
trabajadores para convertirse en aliados de los sectores de la clase media urbana emergente, en su
lucha contra la dictadura, se representa como la forma específica mediante la cual Venezuela ha
transitado de la autocracia pre-moderna a la democracia moderna de la población.
La muerte natural del presidente autocrático Juan Vicente Gómez a finales de 1935 se
entiende como el momento decisivo que introduce al país en la modernidad del siglo XX
(Coronil 2005). Este momento crítico es a menudo representado como la oportunidad de los
sindicatos campesinos y petroleros para manifestar su descontento con la situación política y
económica. Los trabajadores petroleros se organizan en sindicatos; los campesinos en “ligas
campesinas”; mientras que sus líderes llaman a la huelga (García Salazar 1982). Estas
representaciones hacen hincapié en la primacía de los acontecimientos políticos en la formación
de la conciencia de los trabajadores, que habría llevado a la lucha por la modernización del
sistema político y por la implantación de la ciudadanía universal. Esta narrativa también
simplifica la delicada relación entre los trabajadores y el Estado, y naturaliza un proceso
secuencial de alianzas entre campesinos, sectores de clase media y trabajadores del petróleo. A
través de mecanismos institucionales encarnados en Acción Democrática (AD) (Pla 1982), las
experiencias comunes de estos sectores populares emergentes habrían llevado a la aparición
simultánea de la conciencia de clase y de la nueva ciudadanía nacional. Esta narrativa representa
la derrota de la fuerza militar de los caudillos y la unificación civil del territorio del Estadonación como la condición sine qua non para la fundación de la patria moderna (Pino Iturrieta
1988). Este relato establece que partidos, sindicatos obreros y ligas campesinas son las
instituciones estructurantes tanto del Estado como de la rebelde población venezolana a ser
reordenada, bajo el liderazgo de los dirigentes emergentes e ilustrados de la nueva clase media,
en organizaciones modernas. Cuenta asimismo, que las poblaciones indígenas se incorporan
como campesinos a las instituciones del Estado y que, anteriormente, los venezolanos de origen
africano se transformarían en modernos e iguales ciudadanos. En efecto, en 1947, el 5 de julio
(día de la independencia nacional), una nueva constitución aprueba el voto secreto universal a las
y los mayores de edad, sin distingo alguno entre alfabetos o analfabetos.
7
Lo espacial
Esta narrativa estado-céntrica elude el proceso de reconfiguración de la nueva nación;
ignora, en especial, la centralización territorial y la homogeneización étnica dirigidas por
hombres de la nueva élite, a la cual el autor pertenece. El recorrido de las obras de Gallegos a lo
largo y ancho del territorio nacional encapsula tanto la integración geográfica como racial de la
población, como se observa en la Figura 1.
Figura 1
Economía política racial y territorial llevada a cabo mediante el desdoblamiento erótico en la obra narrativa de
Rómulo Gallegos
Fuente: elaboración de la autora
Gallegos comienza la reconfiguración nacional literaria con la decadencia de la
aristocracia terrateniente. Reinaldo Solar (1972 [1913]) --titulada en un primer momento El
Último Solar (subrayado mío)-- marca el fin de una raza originada en Europa pero degenerada
por el trópico, y el inicio de la nueva Venezuela mestiza capaz de modernizar al país justamente
8
por incorporar lo mejor de las tres razas. Termina su círculo étnico-territorial con la novela
titulada Sobre la Misma Tierra (1981 [1943]), que se desarrolla en La Guajira y en Maracaibo.3
Recorre el resto del país con las obras intermedias que llevó a cabo durante treinta años de
escritura mediante la cual completó, a través del mestizaje, la homogenización territorial de
Venezuela: La Trepadora (1975 [1925]), Doña Bárbara (1977 [1929]) y Cantaclaro (1972
[1934]), ubicadas en los Llanos; Canaima (1976 [1935]) y, por último, Pobre Negro (1976
[1937]), ubicada en Barlovento. Es decir que después de localizar las escenas de sus primeros
textos en Caracas y en la región de la planicie central de Venezuela, Gallegos desplaza los
escenarios de sus novelas al Este y a Guayana, y concluye el círculo territorial y racial en la
región de Maracaibo. Significativamente, excluye a los Andes de su circuito étnico-territorial. Su
población de origen europeo no requeriría modificación alguna. Sus obras, tomadas una por una,
muestran el tradicional discurso civilizatorio del hombre latinoamericano de la ciudad letrada,
siempre aspirando a ser reconocido por su modernidad por sus congéneres del Norte, enfrentando
y derrotando la barbarie del resto del territorio nacional. Tomadas en conjunto, evidencian cómo
construye un estado-nación. Múltiples espacios del país son inscriptos en sus novelas como
resultado de un nuevo mestizaje forjado en los romances de sus novelas; al mismo tiempo, este
nuevo mapa es integrado al Estado a través del partido Acción Democrática (AD).
Como lo señala Britto García (1989: 40), el símbolo de AD, significativamente también
llamado “el partido blanco”, resume la estrategia político-simbólica propia de la tecnología
política educadora del deseo, de la dirigencia intelectual que Gallegos representa. “Un incendio
fálico penetra el territorio nacional”, dice Britto, “al mismo tiempo que las hojas alrededor del
logotipo representan la presencia de las mujeres que defienden las fronteras de la patria”. La
interpretación de este autor del significado de cada una de las partes del símbolo del partido
blanco AD agrega valor a mi lectura que considera que las mujeres son incorporadas como
órganos sexuales instrumentales al proceso de forjamiento de un nuevo mestizaje, que bajo tal
metáfora de la identidad nacional esconde la intencionalidad de blanqueamiento cultural y
biológico, emblemáticamente encarnada en la obra política y literaria del autor. Pero más allá de
las particularidades espaciales, que en la obra de Gallegos buscan la integración territorial, todas
3
Después de 1948, sus últimos ensayos y novelas dejan el espacio nacional. Cuando se le derrocó de la presidencia
y experimentó su segundo exilio, sigue escribiendo sobre el mestizaje cubano y mexicano.
9
sus novelas se centran en el mestizaje racial como la ruta que llevará al blanqueamiento cultural,
a la civilización de lo amorfo y a la superación de lo que él consideraba el legado negativo de las
razas negras e indígenas.
Figura 2
Símbolo del Partido Acción Democrática
Fuente: www.acciondemocratica.org.ve
Su primera novela, Reinaldo Solar (1972 [1913]) establece premisas que in-forman sus
trabajos posteriores: la influencia penetrante de lo racial en la formación de un futuro moderno;
el agotamiento y la decadencia de la aristocracia; y la necesidad de los intelectuales de difundir
sus valores (europeos) a través de todos los niveles de la sociedad y en los más alejados rincones
del país. Reinaldo Solar (1972 [1913]) muestra que el problema está en la gente, incapaz, según
este vocero del autor, de contribuir al proyecto de crear una nación. En este texto no hay
alternativa al liderazgo ineficaz de los aristocráticos líderes de origen europeo responsables de la
difusión de los valores modernos. En sus novelas siguientes, sin embargo, Gallegos imaginó
soluciones más integradoras y --según él-- más optimistas para Venezuela, por ser capaces de
solventar, a través del casamiento regularizado y regulizador de los romances fundacionales
encarnados en su obra, los problemas que la educación debiera resolver. En La Trepadora (1975
[1925]), la intención del autor se dirige, una vez más, a plantear lo que para Gallegos es el
problema de la integración nacional, que constituiría la base demográfica homogénea necesaria
para la construcción del Estado moderno del cual él y su clase serían los dirigentes políticos y
procreadores a través de un nuevo mestizaje. Toda la trama se centra en un estudio del alma de
los protagonistas, sobre todo de Hilario Guanipa y su hija Victoria. Pero el estudio de Guanipa y
Victoria se hace con el fin de iluminar la genealogía del alma nacional a través del cruzamiento
étnico. El mestizaje espiritual aparece como el resultado del mestizaje biológico y racial, pues
Hilario ha heredado lo plebeyo de su madre (mestiza) y lo noble de su padre (el terrateniente
10
blanco). En él, la herencia bárbara se manifiesta en instintos sanguinarios que no pasan de ser
momentáneos, superados o contrarrestados por el cruzamiento que trae una herencia civilizada
(La Trepadora: 1975 [1925]: 175). En este personaje, con su cuarta o su octava parte de sangre
indígena, luchan instintos contrarios, y a duras penas prevalecen, al fin, los positivos. En su hija,
Victoria, hay un triunfo de lo mejor de todos los ancestros. Es el tipo humano y espiritual al cual
aspira, según Gallegos, la mixturada raza venezolana. (La Trepadora: 1975 [1925]: 270). Ya en
Victoria queda muy poco de sangre india y para seguir trepando y produciendo frutos ideales,
ella se une con el blanco y “germanizado” Nicolás del Casal (La Trepadora: 1975 [1925]: 250).
En 1937 Gallegos publica Pobre Negro (1976 [1937]), obra que plantea nuevamente lo
que para el positivismo de la época --y para Gallegos y su clase-- era “el problema racial” del
alma e identidad nacional. La dinámica del romance, el mestizaje, la movilidad social, y la
transmisión de los valores de la élite también moldean la trama y los personajes. Gallegos al
situar la novela a mediados del siglo XIX en Barlovento, retrata la clase dominante y las
tensiones raciales que, después de haberle dado una relevante ferocidad a la Guerra de
Independencia y luego de haberse desencadenado la Guerra Federal (1859-1863), se siguen
sintiendo siempre a punto de entrar en erupción nuevamente. Ambos conflictos habían creado
oportunidades para que los pardos, a través de sus hazañas militares, entraran en la élite. Cuando
Gallegos escribió su obra también se propugnaba, a través de la creación de la ciudadanía
universal, la integración de las masas populares a la vida política de la nación; pero se pensaba y
se actuaba como si la nación sólo pudiera progresar si la integración de la población mestiza se
acompañaba de un proceso de domesticación. Consecuente con estas creencias, al final de Pobre
Negro (1976 [1937]), Gallegos deja sin realizar la utopía de la integración social imaginada en la
novela. El desdoblamiento erótico y racial muestra a Cecilio, el primo preceptor de Negro
Miguel decayendo literalmente por la lepra.4 El "pobre negro" del título es devorado por la
anarquía destructiva de la Guerra Federal anunciando que sólo aquellos que participan en la
4
Aunque Luisana Alcorta, la mujer blanca de origen aristocrático que juega el papel de mentora del éxito y
civilizadora de Pedro Miguel, escapa a las fuerzas de la degeneración que condenan a Cecilio, su papel en el drama
novelado del progreso nacional no es luchar por la supervivencia física de su raza, sino casarse y civilizar a Pedro
Miguel con el fin de calmar la furia potencialmente destructiva supuestamente vinculada a sus orígenes mulatos
(replicando así el papel de Adelaida en la Trepadora (1975 [1925]). En el mestizaje propugnado por Gallegos, la
mujer blanca aporta su herencia cultural.
11
creación de una nación mestiza sobreviven. Pobre Negro, entonces, reitera la insistencia de La
Trepadora (1975 [1925]) en un mestizaje constructivo y al hacer alusión a la desaparición final y
física, tanto de la élite blanca y como de los venezolanos de ascendencia africana pura, va un
paso más allá.5
Durante los años que separan La Trepadora (1975 [1925]) de Pobre Negro (1976
[1937]), Gallegos escribió su obra hoy considerada clásica y de mayor receptividad en su
momento, Doña Bárbara (1977 [1929]). La novela contiene muchos de los mismos elementos
espaciales y raciales de las obras examinadas anteriormente: el romance "fundacional”, el
mestizaje, la lucha de una preceptora o un preceptor blanco para difundir los valores de la
civilización, y las historias de familia como metáforas de la historia nacional idealizada como
una proyección. En esta historia arquetípica, Santos Luzardo, un abogado urbano, llega a los
llanos atrasados y encuentra una sociedad bajo el control de Bárbara, una mestiza que como
mujer monstruosa, personifica la barbarie y el caudillismo. Al vencer a Bárbara y al casarse y
domesticar a su hija Marisela, Luzardo reafirma un orden patriarcal, cosa que no sucede en las
obras anteriores donde las mujeres blancas (Adelaida y Julia Alcorta) fungen de mentoras y
vientres mestizantes de hombres enérgicos pero amenazados por el atavismo de sus genes de
origen africano y/o indígena. Luzardo es un héroe conquistador así como un preceptor de éxito.
Contrasta con los irresolutos y degenerados blancos de Reinaldo Solar (1972 [1913]) y La
Trepadora (1975 [1925]). En términos políticos, Doña Bárbara (1977 [1929]) puede ser un
punto de partida más atractivo para sujetos masculinos de las élites, como Gallegos, en búsqueda
de la transformación política de Venezuela. En cambio, las otras dos novelas antes examinadas -La Trepadora (1975 [1925]) y Pobre Negro (1976 [1937])-- argumentan a favor de un cambio en
la estructura social, pero lo hacen centrándose en la versión del mestizaje constructivo llevado a
cabo en el cuerpo de la venezolana, y en la conveniencia de la movilidad ascendente para los
5
En La Trepadora (1975 [1925]), Adelaida, quien repetidamente le dice a del Casals que se casó con Hilario para
civilizarlo, observa con mucho cuidado cualquier moderación en el comportamiento de su marido. Al final de la
novela, Adelaida reta a Hilario a dominar los impulsos violentos que ha heredado de los Guanipas (es decir, de sus
antepasados maternales mestizos) y le exhorta a someter para siempre las características de barbarie que ha heredado
del lado bajo de su familia, el afro-venezolano. Al final de la novela, Adelaida mira un retrato de Jaime del Casal, el
padre de Hilario, y le murmura que finalmente ha cumplido su promesa de civilizar su hijo.
12
mestizos. Aun cuando en Doña Bárbara (1977 [1929]) el tema de la raza parece subordinado al
del medio geográfico como causa determinante del ser y del obrar humano, la misma
protagonista, Doña Bárbara, puede ser interpretada como personificación de la naturaleza.
Cantaclaro (1972 [1934]) es, como Doña Bárbara, una novela que continúa el circulo
étnico-territorial de Gallegos insistiendo en la necesidad de civilizar el Llano. En ella
predominan personajes moralmente positivos, mientras los antihéroes (Jaramillo, Buitrago),
están marcados por atavismos raciales y no ocupan mayor espacio en el curso de la narración. Un
año después de Cantaclaro (1972 [1934]), Gallegos publica la novela de la selva, Canaima
(1976 [1935]), situada en la región guayanesa. En ésta, si bien el autor plantea la discriminación
racial y la opresión que pesa sobre negros e indios, la opresión y la degradación de los indios es
lo que pasa a primer plano. Marcos Vargas, el protagonista de Canaima, renuncia a un
promisorio porvenir entre los suyos y al matrimonio con la rubia Aracelis para perderse en la
selva para casarse con la india Aymara --quien no tiene nombre-- en cuyo cuerpo engendrará un
hijo, que se ha de educar, obviamente, en un colegio en Caracas, para que se realice así la
necesaria síntesis étnico-cultural y el país pueda finalmente tener un alma propia.
Después de haber situado el escenario de sus narraciones en Caracas y la región central,
en el Llano, en Oriente y en Guayana, Gallegos ubica la acción de su última novela venezolana
en Maracaibo y el Zulia. Allí se desarrolla Sobre la misma tierra (1981 [1943]). El tema central
sigue siendo, una vez más, el de la integración de las razas en la unidad del alma nacional. La
obra hace la genealogía del pueblo wayuu a través de la biografía de una mujer, Remota Montiel,
luego convertida en Ludmila Weiner. Las sucesivas metamorfosis de Remota marcan el camino a
seguir para lograr desaparición de la cultura pastoril y su occidentalización señala el contraste
entre la sociedad wayuu, según Gallegos irremediablemente destinada a perecer devorada por la
Venezuela moderna movida por la máquina e impulsada por la electricidad. Sigue tratándose el
tema de Gallegos: la necesidad de integrar las razas, tanto física como espiritualmente, para
consolidar de modo definitivo la identidad nacional. Pero en Sobre la misma tierra (1981
[1943]), el problema de la unidad racial a través del mestizaje en el cuerpo de la venezolana es
planteado con mayor fuerza y claridad escatológica, si cabe, que en todas las anteriores: la
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desaparición física y cultural es el destino de la población indígena wayuu, y el mestizaje en el
cuerpo de sus mujeres es el camino para el forjamiento de la identidad nacional.
Lo sexual
En su lucha por la vida y por la especie, la hembra es del macho más fuerte.
Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar, (1972 [1913]): 60.
Mi lectura de las obras de Gallegos ve en las combinaciones raciales deseadas con el fin
de dar a luz al nuevo ciudadano una pista excepcional para examinar cómo la inscripción literaria
y la acción política produce el mito de la democracia racial venezolana a través de lo que
Sommer (2004) llama “romances fundacionales”. Para Sommer (2004) las novelas son ficciones
escritas por personajes políticos que inscriben la nación como parte del proyecto de las
burguesías nacionales para lograr una hegemonía cultural nacional. “Idealmente” esta cultura
“sería una cultura acogedora, un tanto sofocante, que enlazaría las esferas públicas y privadas de
modo tal que habría lugar para todos, siempre y cuando todos supieran cuál era el lugar que les
correspondía” (Sommer, 2004: 46). Bajo este marco teórico, los escritores como Gallegos crean
historias que reúnen a amantes heterosexuales de diferentes clases o razas, utilizando estas
uniones para proyectar un futuro de integración nacional, armonía y progreso. Sommer afirma
que tales cuentos "fundacionales" tienen éxito como instrumentos político-simbólicos debido,
justamente, a sus cualidades de telenovela. Las prohibiciones de romances específicos --que no
encarnan el ideal nacional-- profundizan el deseo de las y los lectores por ver prevalecer a
determinado tipo de parejas y negar otro tipo de uniones. De esta manera, lectoras y lectores de
ficción, amantes reales y ciudadanía en construcción entran en comunión llegando a desear un
nuevo orden social y político donde pueda prosperar el amor encarnado en los romances que las
obras privilegian. Otros romances, en cambio, son borrados. En el caso de Gallegos, su narrativa
--que es importante por haberse asumido como la matriz simbólica-política fundacional de la
moderna nación venezolana y ser, hasta el día de hoy, lectura obligada en nuestro sistema
escolar-- se basa en el determinismo racial y en la mayor fortaleza de “la hembra” con respecto
“al macho”.
De hecho, con el fin de perpetuar su propio control patriarcal sobre la sociedad, desde la
conquista ibérica, los hombres de origen europeo habían delimitado el mestizaje, reclamando
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para sí el acceso a las mujeres de origen indígena y africano y reservando el cuerpo de las
mujeres blancas para la reproducción dentro del matrimonio de sus familias y patrimonios. Como
nos recuerda Young (2005), las teorías raciales coloniales y neocoloniales son a menudo potes de
humo para la persecución del deseo sexual, lo que explicaría, entre otras cosas, la razón por la
cual algunos intelectuales latinoamericanos, que tal como lo hace Gallegos defendieron el
mestizaje constructivo, no pudieron imaginar un proceso fuera del control de los hombres
blancos. La patria mestiza de estos intelectuales compadres de Gallegos necesita crear una
comunidad compartida, aunque su sustrato sea, tal como lo expresa la palabra “patria”, la de los
hombres de las élites masculinas en lucha continua por detener, por un lado, la decadencia de los
hombres de origen europeo y, por otro, el ascenso de los hombres de origen africano e indígena
que los amenazan con trepar socialmente merced a las oportunidades abiertas por el desorden
social que trajo la explotación petrolera. La tecnología política para alcanzar este medio es el
cruzamiento étnico actuando de forma conjunta con la de la educación del deseo. Mientras casi
todos los demás intelectuales de la época (Alvarado, Gil Fortoul, Salas, etc.), se niegan a hablar
de razas inferiores (Cappelletti 1992), Gallegos está convencido de la inferioridad del negro y del
indio. La solución que propone, sin embargo, no es la subordinación a la raza blanca. El
mestizaje, es decir el cruzamiento de los tres componentes raciales es reconocido por él cómo un
hecho constitutivo e inevitable de la nacionalidad, y por eso propicia una nueva fusión étnica en
la cual han de predominar los valores y las formas culturales de la raza europea superior.
Pero al momento de engendrar al estado nacional venezolano, la maniobra estratégica que
le permite a Gallegos lograr lo que quizás haya sido el efecto más duradero de su obra --la
borradura de la racialización a partir del desdoblamiento de lo erótico haciendo del hombre de
origen europeo el sujeto, y del bello cuerpo de la venezolana, el objeto sexual deseado-- fue el
situar el patriarcado en el centro del proceso que llevó a la construcción del sujeto nacional, el
ciudadano mestizo. Éste no es más que el hombre criollo que utiliza al cuerpo de la venezolana
de origen indígena o africano para mejorar su raza en decadencia, y al cuerpo de la mujer
venezolana de origen europeo para mitigar los restos atávicos de la herencia africana e indígena
del mestizo subalterno. El objetivo es obtener un nuevo mestizaje latinizado, quitándole los
excesos a unos y agregándoles energías a otros, de forma tal que el moderno ciudadano sea más
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apropiado que el anterior, que había sido producto de la violencia y no de la ley, para vivir en
estos territorios tropicales. En efecto, la educación del deseo como tecnología política (Stoler
1995) fue el arma más eficiente de Gallegos. Como educador, Gallegos actúa apuntando a dos
frentes: por un lado es un escritor que promueve, a través de romances fundacionales, quién
pertenece y quién no pertenece a la nueva nación y, como militante de A.D., busca la
modernización de la política del país, incorporando la nueva nación a las estructuras
organizativas de Acción Democrática (AD).
En efecto, además de ser un reconocido maestro en una época en que en Venezuela la
educación tuvo su primer boom, fue uno de los fundadores de AD, el partido que organiza la
población campesina y urbana a través de la Federación de Campesinos de Venezuela (FCV) y
de la Federación de Trabajadores Venezuela (FTV). Coronil (2002) ve en la primera versión de
Rómulo Gallegos de Doña Bárbara (1977 [1929]), el primer texto fundacional mítico de la
democracia venezolana, identificando a las poblaciones de origen indio y africano como
portadoras de excesos a ser convertidos en residuos a través de una economía política del deseo,
que hace del hombre venezolano de origen europeo el sujeto civilizador y del cuerpo de la mujer
venezolana, el instrumento del mestizaje. La mujer de origen europeo transmite su legado
cultural al rebelde pero enérgico hombre mestizo; y la mujer de origen indígena o africano
transmite sólo su bello cuerpo, y poco a poco se irán extinguiendo los restos atávicos de su
herencia mala. El proyecto político-simbólico de Gallegos, que hace hincapié en la
modernización política del país, busca hacer desaparecer --a través de un nuevo mestizaje
funcional a la modernización-- los excesos de esa población levantisca aun no totalmente
fusionada que lleva en los genes la huella del atraso, y que ha impedido superar el caudillismo y
la emergencia de organizaciones políticas basadas en “ideas”. Su obra literaria homogeniza
espacial y racialmente a la población, al mismo tiempo que su militancia partidista hace posible
la modernidad mediante la inclusión dentro del partido Acción Democrática (AD) de la
población peligrosamente desorganizada y necesitada de ser encauzada. El blanqueamiento
cultural (llevado a cabo a través del mestizaje tendiente a la desaparición de lo africano y lo
indígena y a la revigorización de la población de origen europeo en proceso de decadencia)
conjuntamente con la incorporación de la población dispersa a lo largo y ancho del territorio
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nacional al partido AD (llevado a cabo a través de la inscripción al partido AD y a sus
organizaciones filiales, la Federación Campesina de Venezuela, que incorpora a los campesinos,
y la Central de Trabajadores de Venezuela, que incorpora a los trabajadores urbanos) hace de la
ciudadanía el eje estructurante tanto de la nación como del estado. Al articular el mestizaje de la
nación y el partido blanco del Estado obtuvo el efecto de borrar lo racial: el país se modernizará
una vez que su amorfa población se integre a la vida partidista y que un nuevo mestizaje
desvanezca las diferencias raciales, transformando al pueblo atrasado en sujetos ciudadanos
civilizados todos iguales entre sí.
El mestizaje biológico coadyuvaría a la educación, que tiene sólo un efecto limitado en la
desaparición de la herencia indígena y africana que impedía la modernización del país. Gallegos
lamenta que al educar, en Venezuela, no se tenga en cuenta ni la raza y ni el medio, que para el
autor son dos factores determinantes y esenciales: “No se ha consultado la condición de raza,
digamos, de los educandos, perezosos y frívolos por naturaleza, ni las influencias del medio,
atendiendo al clima y costumbres sociales, circunstancias todas que excluyen la contracción
necesaria para que una tal labor escolar sea cumplida en el corto espacio de tiempo señalado.”
(Gallegos 1977 [1954]): 1, 63-64). Fácil es observar en nuestras escuelas --acota Gallegos-cómo se cultivan “las fatales cualidades que puso en el niño la herencia y que luego han de ser en
el hombre fuerzas de corrupción y aniquilamiento”, cómo se fomenta una asombrosa
inmoralidad “a la sombra de arraigados prejuicios sociales, morales o religiosos, contra los
cuales aun se ha intentado reaccionar” (Gallegos 1977 [1954]): 1, 68). Adicionalmente, por creer
que en Venezuela, la evolución social consiste en una progresiva fusión o unificación de los
diferentes componentes étnicos, que implica tanto la superación de los caracteres atávicos de la
raza negra e indígena y un “blanqueo” cultural de la población venezolana mestiza, como un
reforzamiento de la población de origen europeo, sus novelas son obras de educación del deseo
nacional. La educación puede llevar a cabo la superación que la modernidad requiere, pero sólo a
través del cruzamiento se cumplirá el destino escatológico del amorfo mestizo, considerado un
feto inconcluso con excesos sobrantes. La exquisita combinación con la hembra adecuada --del
hombre de origen europeo en decadencia y del hombre mestizo trepador pero con genes atávicos
siempre en situación de dispararse a la primera oportunidad-- dará a luz a la democracia racial, el
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mito que constituye la diferencia específica de la modernidad periférica venezolana.
“Ciertamente que no pretendemos que con sólo corregir aquellas diferencias hayan de
desaparecer estos defectos, porque, aunque grande importancia le damos, no exageramos el valor
de la educación hasta el extremo de creer que por sí sola baste a transformar la condición de una
raza, extirpando sus cualidades hereditarias. Creemos, sí, que puede modificarlas a través del
tiempo, aportando a la evolución un elemento poderoso y útil, creando hábitos que, fijados luego
por la herencia, vengan a ser instintos, hasta formar un nuevo carácter de raza, y para esto
queremos una educación racional, en la cual se sustituya el empirismo actual por los métodos
científicos, deducidos de la observación y la experiencia.” (Gallegos 1977 [1954]: 1, 76-77).
Sin duda, en La Trepadora (1975 [1925]) y Pobre Negro (1976 [1937]), Gallegos
presenta las uniones de hombres mestizos con mujeres blancas de la clase alta, que cumplen el
rol de civilizarlos, como una metáfora de la integración nacional y del desarrollo modernizador.
Al hacer esto se distanció de la noción sobre el mestizaje y la formación nacional basada en el
hombre blanco, y hace del mestizo el nuevo sujeto nacional. En el contexto de la década de 1920,
la novela La Trepadora (1975 [1925]) desafió el orden social existente al apoyar el ascenso de
Hilario y su matrimonio con Adelaida como emblemático de la sociedad más abierta y fluida.
Pero al mismo tiempo, la aprobación de Gallegos de estos acontecimientos quedó supeditada al
abandono de Hilario de gran parte de su carácter original, en gran parte determinada por su
herencia afro-venezolana. La movilidad social de los mestizos sólo puede contribuir al progreso
nacional si acceden a un proceso de blanqueamiento cultural que, en este caso, depende de la
mezcla de razas a través del cuerpo de la mujer aristocrática de origen europeo que lleve a la
desaparición del legado indígena y africano. El paradigma de Gallegos del mestizaje
constructivo, ejemplificado en su ansiedad con respecto a la aptitud de Hilario como un miembro
de la élite, se basaba en premisas del determinismo racial. Adelaida, quien le dice repetidamente
a del Casals que se casó con Hilario para civilizarlo, observa con mucho cuidado cualquier
moderación en el comportamiento de su marido. Al final de la novela, Adelaida lo reta a dominar
los impulsos violentos que ha heredado de los Guanipas (es decir, de sus antepasados maternales
mestizos).
18
En Doña Bárbara (1977 [1929]), Gallegos persiste en la idea de que el alma de la raza,
que ha de conferir personalidad propia a la nación venezolana, aun está en gestación. Marisela
personifica allí el alma de esa raza, “abierta como el paisaje a toda acción mejoradora” (1977
[1929]: 106). Santos Luzardo lucha por el control de la naturaleza y el dominio de la otredad
interna: una lucha entre el personaje de doña Bárbara, una mujer representada como violenta,
inescrupulosa, andrógina, que ha a través de engaños, brujerías, seducciones y corruptelas,
apoderarse de un vasto territorio llanero. Doña Bárbara, mestiza de padre blanco criollo y madre
indígena, proveniente de los Andes, en su temprana juventud vive el asesinato del hombre amado
y es violada por parte de unos cuatreros que la venden como esclava sexual. Estos hechos curten
su persona y la convierten en doña Bárbara, “la devoradora de hombres” quien, perdido su
“pudor” y su “inocencia” de mujer, se dedica a adquirir tierras, ganado y poder. Su personalidad
es el resultado de la acción de un mundo sin ley, de una sociedad patricia en la que un jefe al
mando de un puñado de hombres armados puede apoderarse de cuanta tierra ambicione, pero no
para dominar ese territorio y hacerlo progresar, advierte Gallegos, sino por el simple gusto de
sentirse amo de estas tierras salvajes. Santos Luzardo conoce a Marisela, la gran personificación
que Gallegos hace de la patria-mujer. Luzardo la educa hasta transformarla de niña salvaje a
señorita refinada. Pero esta transformación no es posible exclusivamente por los beneficios de la
educación que ella recibe, sino también porque Marisela pertenece a una raza buena, susceptible
de ser educada en las costumbres europeizadas de la civilización. Al final, Luzardo logra vencer
al llano, a doña Bárbara y a todos sus aliados. Los métodos civilizadores de Luzardo se imponen,
los modelos de producción del llano se transforman, los cuatreros son vencidos por los medios de
la ley y, doña Bárbara, la famosa domadora de hombres, se enamora de Santos Luzardo
renunciando a sus posesiones. Finalmente, la barbarie cae vencida a los pies de los poderes de la
civilización y queda inevitablemente deslumbrada por el proyecto moderno, ya sea por medio del
amor, la introducción de tecnología o la imposición de normas jurídicas.
Lo racial
No constituimos una raza… Con este pueblo no se puede contar para nada; parece el feto de una nación abortada.
¡En cada uno de nosotros se están disolviendo todas las razas!
Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar (1972 [1913]): 199-200.
19
Para Gallegos, los males del país, que hay que solventar mediante un nuevo mestizaje
hecho en el cuerpo de la venezolana, provienen de la falta de fusión espiritual e integración
cultural, es decir de la persistencia de herencias raciales contrarias (algunas inferiores a otras)
que conviven en el seno de la aún no homogénea nación venezolana. Para ser un país moderno,
es necesario, para el autor, integrar las razas, sobre todo espiritualmente, para consolidar así, de
modo definitivo, la identidad nacional que permitirá a Venezuela entrar en la modernidad. Esta
nueva unidad no sólo supone la fusión de las diversas razas originarias (indígena, negra y blanca)
sino también la superación de los caracteres atávicos negativos así como el predominio y
reforzamiento vital de los caracteres positivos, aunque en decadencia, de la población de origen
europeo. Esto, Gallegos lo lleva a cabo a través del cuerpo de la venezolana. En efecto, la lectura
hecha en este artículo de la narrativa del autor ha hecho hincapié repetidamente en la creencia de
Gallegos de que la civilización de los plebeyos en ascenso depende de los esfuerzos de
preceptores ilustrados que, a su vez, está condicionada por las fuerzas del determinismo
biológico que ve en la “hembra” el elemento más fuerte de la especie.
Pese a concebir al mestizaje como la diferencia específica de Venezuela, la
reconfiguración positiva que hace del mestizaje no deja de ser racista. Ve en el nuevo mestizaje a
gestarse un requisito sine qua non para que Venezuela se modernice, es decir se occidentalice
culturalmente, y culmine el forjamiento de una identidad aún en pleno proceso de gestación.
Como sujeto hegemónico en Venezuela, pero subalterno o periférico en la lógica global propia
de la construcción racial (Stoler 1995, Ferreira 2007), Gallegos crea un mestizaje que, según él,
combina lo mejor de la herencia del país. Las limitaciones ideológicas y la violencia políticosimbólica de este paradigma, generalmente aceptado por su trato benevolente de los orígenes
indígenas y africanos, implican que --mediante el uso autorizado del conocimiento científico de
la época (Machado 1982: 90) en lo que tiene que ver con la herencia y la reproducción de la
población vía cuerpo de la venezolana-- su obra termine reproduciendo la eugenesia racial y un
destino cultural escatológico para la población de origen africano e indígena. Su argumento sobre
los nuevos ciudadanos mestizos que incorporan lo mejor de sus ancestros de origen europeo, de
origen africano y de origen indígena, que daría como resultado la identidad nacional, descansa en
la noción de que la raza determina el carácter, y de que los cambios culturales se heredan de
20
generación en generación. Bajo el manto de perseguir la creación de una nación mestiza
totalmente homogenizada con lo mejor de las tres razas, el autor promueve un nuevo mestizaje a
llevarse a cabo a través del cuerpo de la venezolana. Los personajes de la clase alta blanca
aparecen dibujados como símbolos de la cultura europea; pero él también cree que la cultura
europea tiene --en Venezuela y en ese momento-- un comportamiento ineficaz, que incluso se ha
degenerado en el medio ambiente tropical. Los protagonistas mestizos de Gallegos, en oposición
al hombre de origen europeo, revelan una propensión hacia la violencia, la rebelión, y hasta la
crueldad, en una palabra, la barbarie. Sin embargo, estas últimas características, para el autor,
están vinculadas a energías potencialmente constructivas, incluyendo el dinamismo empresarial
y la capacidad de concentrarse en lograr un objetivo. Para la sociedad en su conjunto, el desafío
se presenta con claridad: los aristócratas decadentes pero cultivados tienen que ser fortalecidos, y
los plebeyos de piel oscura necesitan tener sus energías canalizadas hacia un final civilizado. La
civilización imaginada en estas obras no es simplemente el triunfo de los ideales europeos, sino
más bien la utopía del mestizaje en el que lo mejor de los venezolanos se mezcla a través del
cuerpo de la venezolana.
Esta estrategia político-simbólica de Gallegos hace invisible, bajo el manto de la
ciudadanía universal que se alcanza en ese momento --y que borró el valor político-simbólico de
las diferencias raciales y de género-- el reacomodo que tuvo lugar en esos años en la nación y en
el Estado: de un país bárbaro, regenteada alegóricamente por Doña Bárbara --una mujer
imaginada como monstruosa-- se pasa a un país moderno mestizo, gobernado por la ley del
Estado. Las diferencias sociales se derivan ahora de las clases, igualadas en el poder político por
el ejercicio de la ciudadanía universal. Se borran las jerarquías inmanentes a un Estado Nacional
que asume al mestizo como el sujeto nacional, estrategia política-simbólica que evade --pero no
liquida-- la confrontación de las diferencias derivadas de la construcción racial y el género. No
sorprende que esta lógica de la exclusión no pueda capturar el modo de sujeción racial que este
relato autoriza, pues asume que el mestizaje, como proceso y como indicador de la borradura de
la diferencial racial, instituyó configuraciones sociales en las cuales lo racial no opera como
estrategia de poder. Tampoco sorprende que esta racionalidad que hace del mestizo el sujeto
nacional desaparezca la construcción racial del mapa cognitivo e ideológico nacional,
21
conceptualizando al racismo como imposible o, en todo caso, como “patológico”. Así como
tampoco sorprende que esta escritura de los hombres civilizados como Gallegos --ya no
guerreros-- normalice al patriarcado y a la jerarquía étnica bajo el manto de la nueva y moderna
patria.
El mito de la democracia racial venezolana, que como todo mito no es un simple relato
sino que cumple la función de resolver --mas no de eliminar, sino más bien de solventar-- un
problema existencial de la sociedad en su conjunto (Quintero 2012), hace del ciudadano mestizo
--un sujeto escatológico-- la diferencia específica de Venezuela. Bajo el manto de la creación de
la ciudadanía universal y de la democracia racial --ambos aspectos legitimadores de una igualdad
donde todos somos iguales, pero unos lo son más que otras-- escondió las diferencias sociales
que el legado colonial de las construcciones raciales y de género infundían a la moderna y
democracia. La obra de Rómulo Gallegos, “el intelectual orgánico que más claramente ha
representado el ideario de la modernización en Venezuela” (Quintero, 2012: 10), considera que
el alma de la raza venezolana unificada a través de múltiples combinaciones de cruzamiento
étnico a través del cuerpo de la venezolana será lo que forjará la unidad espacial y ciudadana de
la moderna república.
En efecto, durante el gobierno de Gómez, la expansión drástica del presupuesto nacional
había intensificado la contradicción entre el carácter público y la apropiación privada de la
riqueza, emplazó la pertenencia a la nación. El miedo por la decadencia, producido por las
ciencias sociales del momento que establecían una línea civilizatoria ascendente que iba de la
barbarie a la civilización, presentaba a la aristocracia como necesitada de ser vigorizada. Si se
quería mantener los privilegios que la reorganización social promovida por el petróleo ponía en
jaque, era necesario controlar el nacimiento de la nueva Venezuela a través de una educación
científica y de un mestizaje que terminase de fusionar los fragmentos de la nación. La
disposición a trepar en la jerarquía social de la población mestiza generaba, en la clase dirigente,
temor por el renacimiento de los genes indios y africanos, que según la élite venezolana ilustrada
era un peligro siempre latente en la levantisca población venezolana, considerada racialmente
inapropiada para la meta de modernizar al país por (Yarrington 1999). El cuerpo de la mujer
22
blanca mitigaría la enérgica pero dudosa herencia cultural encarnada en los hombres mestizos
socialmente ascendentes, y la mujer negra e indígena vigorizaría al decadente hombre civilizado,
requerido de sangre nueva para estar a la altura de los cambios de la Venezuela agrícola y premoderna a la Venezuela moderna. La reconfiguración de la nación mestiza, que amalgamaría las
dispares herencias de la población, era requisito necesario para la entrada del país en la etapa de
la modernización.
Uno de los efectos de esta celebración del mestizaje como expresión de la subjetividad
homogénea moderna de Venezuela es la supresión --a través de romances fundacionales
autorizados-- de las poblaciones negras e indígenas que ahora se convierten en ciudadanos
mestizos escatológicos. La Trepadora (1975 [1925]) y Pobre Negro (1976 [1937]) llevan
mensajes relativos a la relación entre el género y el poder que podrían sacudir con notas
discordantes a muchos venezolanos de la época. Luisana y Adelaida, dos mujeres blancas de
origen aristocrático juegan el papel de mentoras del éxito y civilizadoras de Pedro Miguel e
Hilario, adquiriendo poder cultural sobre sus hombres. Por el contrario, las relaciones de poder
de género en Doña Bárbara --con Santos estableciendo un claro control sobre Marisela y
Bárbara-- se aproximan más a las expectativas patriarcales. En suma, la matriz de raza, clase y
género esbozada en Doña Bárbara pudo parecer menos amenazante y forjaba una receta para el
futuro de la nación que un amplio sector de la sociedad alfabetizada podría aceptar como
dinámica y progresista, pero al mismo tiempo tranquilizador porque llamaba a poner fin a la
dictadura pero no a una reordenación drástica de las relaciones raciales y de género establecidas.
Así, mientras que muchos defensores latinoamericanos de blanqueamiento anhelaban la
aparición de una homogénea población blanca, Gallegos imaginó un camino diferente de
homogeneización racial. Su versión del mestizaje constructivo insiste en la aparición de una
población mestiza que mezcla los ideales y la energía de sus antepasados, donde ni los blancos ni
los negros sobreviven para ver el cumplimiento de esta homogeneización ideal. El relajamiento
de las barreras sociales aceleraría la desaparición tanto de blancos como de negros, pero la
nación prosperaría. Tal es el sueño eugenésico encarnado en el programa de esta narrativa. A
partir de la violencia ejercida sobre el cuerpo de la venezolana, quien siempre cumple un mismo
23
rol instrumental, la combinación de los cuerpos, según estos sean masculinos o femeninos, y
según prevalezca en ellos la herencia europea o africana e indígena, dará a luz combinaciones de
cruzamientos étnico, unas deseadas y otras no, pero siempre mestizos y engendrados por el
cuerpo deseado de la venezolana. En todas las narraciones de Gallegos, lo que él llama las masas
amorfas de la nación se elevan en la sociedad, siempre que acepten la tutela de los mentores
blancos o el cruzamiento con mujeres blancas, estrategias para la conformación de la nación
sintetizadas en la educación del deseo.
A modo de conclusión
Para Gallegos, el medioambiente y la raza (como condición biológica insoslayable) son
las formas de explicar la dinámica histórica y cultural de Venezuela. La barbarie es producida
por las razas originarias malas (la indígena y la africana) y por un mestizaje que aún no se había
solventado en una nueva nacionalidad. Basándose en los relatos científicos autorizados de la
época, que consideraban que la población venezolana traía taras que habían hasta entonces
impedido la modernización, pero que podían ser mitigadas por la educación, el hombre mestizo
como Gallegos ejerce la obra civilizatoria a través de tecnologías educativas del deseo llevadas a
cabo tanto desde el ámbito político como desde el literario. Afirma que muchas de las
condiciones negativas que afectan la vida del pueblo venezolano --y que impiden la
modernización-- provienen de la herencia, pero, por creer que los cambios culturales se heredan,
subraya el papel terapéutico y salvífico de la acción pedagógica, considerada como “factor
social”: mediante la educación se lograría llevar a la desaparición de las cargas genéticas.
Mi lectura de la obra de Gallegos sugiere, en un primer momento, que al momento de
forjar la identidad nacional moderna, un contexto de relaciones coloniales de gran espectro
reubica su pensamiento racial. He argumentado que su campo discursivo y práctico a través del
cual constituyó la sexualidad del sujeto venezolano mestizo se sitúa en un paisaje donde los
parámetros culturales que distinguían a la burguesía y a los dirigentes políticos emergentes
estaban parcialmente conformados mediante contrastes relacionados con la política y el lenguaje
de lo racial. Llegada a este punto, luego de haber constatado que el discurso de Gallegos sobre la
sexualidad es un discurso que funciona como instrumento de poder, es necesario hacerse una
24
pregunta básica: ¿El discurso de Gallegos es de y sobre quién? Ninguno de de los personajes o
las tramas de sus obras existen como objetos del conocimiento y del discurso sin una contraparte
erótica racial. Sus novelas están impregnadas de referencias a las energías libidinales del
indígena salvaje o del africano primitivo --los puntos de referencia de la diferencia, la crítica y el
deseo--. En un determinado nivel, el análisis anterior permite decir que su escritura es claramente
un contrapunteo entre la cultura europea y la venezolana, así como una referencia a seguir para
entrar en la modernidad. Esto permite concluir que discurso sexual civilizador del Gallegos
escritor y la biopolitica del estado-nación venezolano del Gallegos presidente por AD, son
mutuamente constitutivos. Puedo decir entonces que mi lectura de Gallegos ha iluminado dos
elementos básicos centrales a muchos de los recientes trabajos sobre la colonialidad del saber.
Primero que los discursos de Gallegos --perteneciente a la élite política emergente venezolana-sobre la identidad nacional no puede ser mapeada --como le sucede a cualquier otra afirmación
de índole cultural, política o económica-- sólo en Venezuela. Ya era global en ese entonces. Tal
como se ha podido observar a lo largo del artículo, el discurso civilizatorio de Gallegos mapea
un circuito espacial que requiere ser complementado con las prácticas de los cuerpos racializados
que, a través del cuerpo instrumental de la venezolana, vigorizan al cuerpo del sujeto ciudadano
moderno, siempre contrapuesto al del amorfo cuerpo nacional anterior. A esto es a lo que se
refiere su escritura. El discurso sobre identidad nacional de la primera mitad del siglo XX
venezolano debe ser trazado a lo largo de un circuito imperial más extenso que introduzca las
tecnologías sexuales de la época colonial incorporadas en el cruzamiento étnico promovido por
la modernidad a efectos de alcanzar la homogeneidad derivada de un nuevo y armónico
mestizaje.
Mi segunda afirmación es que las obsesiones raciales y sexuales del discurso civilizatorio
no deben restringirse solo al discurso de la burguesía y de la elite política emergente, que
Gallegos representaba. Al llevar las ansiedades discursivas y las luchas prácticas al campo de la
ciudadanía y de la identidad nacional más allá del marco cronológico delimitado por la
modernización de la primera mitad del siglo XX de Gallegos, la identidad burguesa venezolana
actual, tan sacudida por la identidad Bolivariana y Socialista, aparece tácita pero enfáticamente
codificada por lo racial. Los discursos de Gallegos sobre la sexualidad hacen más que definir las
25
distinciones morales e intelectuales del sujeto burgués; al identificar los sujetos marginales del
cuerpo político, mapean los parámetros morales de la nación. El discurso de sus obras sobre la
moral sexual redirigen la frontera interior de la comunidad nacional, límites que el autor asegura
a través --y algunas veces en colisión-- con las fronteras raciales establecidas por el nuevo
mestizaje. Lo que dice sobre la nación se predicaba a partir de principios culturales excluyentes
que hacían más que dividir a la clase media de la pobre. Marcaban los derechos de aquéllos
cuyos reclamos sobre los derechos de propiedad, ciudadanía y participación en el estado de
bienestar tenían valor, que hoy son cuestionados por una nueva identidad nacional en marcha. El
discurso nacionalista de la época de Gallegos dio fuerza a políticas de exclusión. Su escritura no
está relacionada sólo con marcadores visuales de la diferencia, sino con la relación entre
características visibles y propiedades invisibles, formas exteriores y esencias interiores. Su
discurso civilizador que divide al civilizador urbano de la población compatriota subalterna a ser
civilizada diseña competencias culturales, inclinaciones sexuales, disposiciones psicológicas y
hábitos cultivados a ser adquirido por el sujeto ciudadano de la democracia racial en marcha.
Estas nuevas características, a su vez, definen fallas ocultas --simultáneamente fijas y fluidas-- a
lo largo de las cuales se establecían valoraciones de pertenencia racial y de clase, siempre dados
a luz por el cuerpo de la venezolana. Dentro del léxico de la civilización, el auto-control, la autodisciplina y la auto-determinación burguesa se encontraban las características definitorias de la
naciente identidad burguesa nacional. Estas características que afirman el ideal del medio
familiar produjeron distinciones raciales y nociones claras de lo que es realmente ser un
ciudadano venezolano mestizo.
Esta lectura nos hace preguntarnos si las configuraciones raciales hechas por Gallegos en
lugar de ser periféricas al cultivo del sujeto ciudadano burgués de mediados del siglo XX, no son
co-constitutivos del mismo. Desde esta perspectiva, el racismo de Gallegos quizás no se anclaba
en tecnologías sexuales europeas, sino en el propio hombre venezolano. Si las taxonomías
sexuales y sociales de lo racial se construyen mutuamente dentro de de una “historia más
comprehensiva de categorías biológicas excluyentes” (Collette Guillaumin 1980: 30),
deberíamos ver a la construcción de lo racial y de la sexualidad como mecanismos estructurantes
que comparten su emergencia con el orden burgués que instauró la ciudadanía universal en el
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país. Esta perspectiva configura a la raza, al racismo, al género y a sus representaciones como
vinculaciones estructuradas y estructurantes de la universalidad de la ciudadanía, como
características formativas de la modernidad, profundamente incrustados con el liberalismo, y no
como engendros aberrantes. Mi preocupación en este punto conclusivo del articulo es
preguntarme si he sido capaz de mostrar que los proyectos de la modernidad, de la ilustración y
del liberalismo burgués convergen para dar lugar a otro punto, uno capaz de apreciar que el
pensamiento racial y el de género puede ser instrumental a varios proyectos progresistas dando
forma a las taxonomías sociales definiendo quien será excluido de ellas.
En resumen, en este artículo me enfoco en algunos dominios específicos en los cuales los
discursos de la sexualidad se articulan con las políticas de lo racial. Me concentro en cómo el
cultivo del sujeto venezolano se afirmó en los discursos sobre educación, pertinencia, sexualidad,
servidumbre e higiene tropical que aparecen en la obra narrativa de Gallegos: micro-sitios donde
la designación de la membrecía racial son sujetas a evaluaciones de género y donde “el carácter”,
entendida como habilidades sociales propios de la buena educación, que estaban implícitamente
racializados. Los discursos de la obra de Gallegos hacen más que prescribir los comportamientos
a seguir. Ubican cómo la identidad del sujeto ciudadano mestizo venezolano está atada a
nociones de ser europeo y ser blanco, y cómo las prescripciones sexuales sirvieron para asegurar
y delinear la ciudadano auténtico, de primera categoría del moderno estado-nación venezolano.
Adicionalmente, no quiero dejar de mencionar que el trabajo ha querido ser, más que todo, una
provocación cuyos argumentos no están aun totalmente esculpidos, pero que sin embargo son lo
suficientemente poderosos y sorprendentes como para promover conversaciones que, a través de
la invitación que hago, nos lleven a superar colectivamente las convenciones normalizadas en el
estudio obligatorio de Gallegos en nuestro sistema escolar.
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