La venezolana: cuerpo instrumental del mito de la democracia racial venezolana Sandra Angeleri Introducción A fin de re-concebir, desde la contemporaneidad, el orden civilizador y colonial de las cosas en nuestro país se hace crucial hacer hincapié en los aspectos relacionales y coyunturales de la identidad nacional. Con esto en mente, a través del mapeo de la obra civilizadora -narrativa y partidista-- de Gallegos, trazo la genealogía de la identidad burguesa venezolana y de sus estrategias de poder simbólicas y bio-políticas. Ubico el nacimiento del Estado moderno bajo coordenadas que superan el análisis de clases y político e incorporo un espectro cognitivo más amplio. Para hacer esto, examino la trayectoria del sujeto masculino venezolano de origen europeo, quien representa el valor inmanente de lo racial y la sexualidad. A partir de este giro, lo racial y lo sexual aparecerán como coordinadoras formadoras y formidables del mito de la democracia racial difuminadas y solventadas bajo el eje estructurante de la moderna ciudadanía universal. La socialización de la vida procreativa en el cuerpo de la venezolana es el tema central que surge de este enfoque. ¿Es relevante este intenso sitio de poder para la historiografía de Venezuela o es intrascendente? Con el fin de dar respuesta a esta pregunta inicial, en el artículo exploro la historia de la gestación de la Venezuela moderna, más que como un lugar de relaciones económicas, como un “laboratorio de la modernidad”. A través del mapeo de la trayectoria genealógica de lo que constituye lo civilizado, lo urbano y lo mestizo versus los márgenes del nuevo estado-nación de Gallegos, la venezolana aparece como un espacio ontológico y epistemológico excepcional. Siguiendo este orden lógico y político, la primera pregunta que contesto en este artículo se refiere al poder del discurso para generar diferencias raciales. ¿Por qué ha sido relativamente aceptado en nuestro país que las diferencias de género son el resultado de estrategias discursivas mientras, en cambio, resulta tan difícil introducir el tema de la construcción racial como efecto del discurso? Para contestarla introduzco una discusión sobre cómo opera la articulación de los aspectos raciales y sexuales en tanto estrategias político-simbólicas, es decir, como mecanismos de sujeción social. Sostengo que con el fin de llevar a cabo la homogeneización nacional, la escritura de Rómulo Gallegos desdobla de forma tal lo erótico que termina concibiendo a un nuevo mestizaje, llevado a cabo en el cuerpo de la 1 venezolana. Como consecuencia de este desdoblamiento, el autor inscribe un sujeto ciudadano moderno mestizo cuya trayectoria temporal es un movimiento en dirección al auto-apagamiento de lo africano y lo indígena y al fortalecimiento de lo europeo. El ejercicio que llevo a cabo construirá un mapa conceptual de la forma mediante Gallegos centraliza las articulaciones de lo histórico, lo espacial, lo sexual y lo racial con el fin de escribirse a sí mismo como producto --y simultáneamente como instrumento-- de la modernidad periférica. Asimismo, muestro cómo la versión hegemónica de la especificidad venezolana y el mito de la democracia racial construyen al sujeto ciudadano venezolano subalterno como aquel en quien el mestizaje no ha borrado aún los genes de origen indígena y, principalmente africano, ambos tan rechazados y temidos por la emergente burguesía y clase media venezolana emergente. Mi lectura del mestizaje venezolano y del mito de la democracia racial evidencia que estas construcciones operan como estrategias político-simbólicas de sujeción política, racial y de género actuando mediante la tecnología política de la educación del deseo. De esta manera, la ciudadanía aparece como una facultad a ser aprendida y un privilegio a ser ganado. El análisis que despliego muestra cómo la escritura y el activismo político de Gallegos, ambas estrategias de sujeción político-simbólicas que descansan en el patriarcado, producen una trayectoria del sujeto nacional venezolano moderno mediante un movimiento doble: (i) de apagamiento de “indios” y “africanos” a mestizarse a través del cuerpo de la mujer venezolana blanca de origen europeo, y (ii) de vigorización de la élite en decadencia a través del cuerpo de la mujer india y de origen africano. El mestizaje resultante de esta estrategia llevaría a la inclusión de la población mestiza latinizada a través de la ciudadanía universal, estrategia políticasimbólica que evade --pero no liquida-- la confrontación de las diferencias derivadas de la construcción racial y de género. La violencia ejercida sobre la mujer venezolana --indígena, afrodescendiente, mestiza o blanca-- es el elemento principal de la concepción del sujeto ciudadano nacional --tanto hegemónico como subalterno-- de la Venezuela moderna de Gallegos. En este sentido, mi lectura de la obra del autor no es un recuento enciclopédico de cómo los cuerpos colonizados y a civilizar fueron constituidos como modernos por las políticas sexuales propias de la Venezuela representada por Gallegos. Mi tarea se centra en un objetivo más limitado y específico. Es un esfuerzo por ver lo que el estudio de la obra de Gallegos agrega a la comprensión de la fundición nacional del sujeto ciudadano mestizo --y de la ciudadanía universal 2 como su categoría de gobierno--, que hace hincapié en el patriarcado del sujeto venezolano hegemónico como la plataforma desde la cual se lleva a cabo la economía política de la identidad venezolana burguesa de mediados del siglo XX. Lo histórico Desaparecería el montuno, que amanecía en el Mercado con los frutos de su campo, dejaría varadas en las playas sus embarcaciones el pescadero, abandonaría sus piraguas el marinero del lago, porque todos se sumarían al chorro de brazos acudientes al mejor jornal del campo petrolero, y sobre toda la tierra zuliana y encima del lago entero metalizarían el tierno paisaje de las torres de perforación. Y la ciudad misma, metida a imitar lo extraño, de donde venía el dólar exigente, perdería su aspecto y su alma y a vuelta de poco se habrían secado las fuentes del sentimiento zuliano. Gallegos, Sobre la misma tierra, (1981 [1943]): 76. El 14 de diciembre de 1922, en La Rosa, un pequeño pueblo del Zulia, en el pozo Los Barrosos Dos, un equipo de siete hombres estadounidenses encontró petróleo. Alrededor de las siete de la mañana, "del vientre del hueco satánico salió un rugido que hizo temblar el suelo". Un gigantesco chorro salía de la boca del pozo como una corriente que inundaba todo. "Una lluvia de petróleo cayó sobre todo el pueblo, mientras de la boca de cada habitante se levantaba un grito: ¡Petróleo! Y el grito se oyó en todo el mundo" (Baptista, 1964:4). Durante una semana 100.000 barriles diarios fluyeron desde Los Barrosos Dos. El petróleo parecía cubrirlo todo: casas, árboles, arbustos, incluso las aguas se pusieron negras a lo largo de la costa del Lago de Maracaibo. Con el fin de dar una explicación a la alarma que se había desencadenado en el pueblo, que percibía que el viscoso líquido negro no dejaría jamás de ser "vomitado por la tierra”, el sacerdote de la localidad manifestó que el “vientre del diablo había sido perforado" (Baptista, 1964:8). La noche del 22 de diciembre, un grupo de vecinos del pueblo de la Rosa desfiló con San Benito --el santo negro-- y La Chinita --la virgen wayuu-- hacia el lugar desde el cual salía el aceite. El 23 de diciembre a las 8:30 am, después de once días de petróleo ininterrumpido, Los Barrosos Dos se detuvo. El verdadero comienzo de esta historia es parte del expansionismo europeo y estadounidense (Quijano 2000). La existencia de filtraciones de petróleo cercanas a la costa del Lago de Maracaibo era utilizada por la población de la región para calafatear sus embarcaciones desde antes de la llegada de los europeos. Posteriormente, los bucaneros ingleses, franceses y holandeses acostumbraban entrar al lago con el fin de obtener asfalto para sellar sus naves. Pero 3 el tránsito a la producción de concesiones extranjeras representó un cambio fundamental tanto para el Estado como para la nación. A principios de 1900, cuando Gallegos publica sus primeras obras, las élites venezolanas, luego de haberse independizado durante el siglo XIX del Imperio Español, llevaban más de un siglo luchando por mantener las jerarquías sociales derivadas de las divisiones raciales basadas en el sistema de castas (Yarrington 1999). La élite colonial, compuesta en su mayor parte por dueños de esclavos y de haciendas se alzó contra España, en parte porque creyó que las Reformas Borbónicas de fines del siglo XVIII amenazaban con hacerle perder el control sobre la “gente de color”. Durante la guerra de independencia, y durante muchas décadas, las élites temieron que su poder fuera socavado por la pardocracia.1 Desde principios del siglo XX, los cambios económicos por los que el país atravesó abrieron la posibilidad de un reordenamiento de las jerarquías sociales, en especial de la mujer venezolana quien estaba entrando al espacio público, como “bárbara e ilustrada” (Russotto 1997) y al espacio territorial de la frontera entre la barbarie y la civilización, como “monstruosidad femenina” (Singer 2005: 52). Si el boom exportador, que había comenzado a fines del siglo XIX, hizo más visible a la clase media compuesta predominantemente por mestizos, el torbellino económico, desatado por el rápido desarrollo de la industria del petróleo después de la Primera Guerra Mundial, planteó la posibilidad de una transformación sentida como amenazante por la aristocracia en decadencia. El dictador Juan Vicente Gómez (1908-1936) dio concesiones a sus seguidores nacionales; estos últimos las vendieron a las empresas extranjeras; y los gobiernos de las compañías petroleras protegían y apoyaban al dictador venezolano. 2 En 1922, dos días después de la explosión del pozo de La Rosa, la noticia ya circulaba por todo el mundo. 1 Para una visión panorámica de la historia de Venezuela vista desde este ángulo, ver Wright (1990), Café con Leche: Race, Class and National Image in Venezuela, Austin, University of Texas Press. 2 Para una historia de la transición de las concesiones nacionales a manos británicas, holandesas, estadounidenses y francesas ver Coronil (2002). En 1907, Gómez entregó cuatro inmensas concesiones. La primera a Andrés Vigas, en el distrito Colon del Zulia, quien, a su vez, posteriormente la traspasó a la compañía Shell. La segunda fue otorgada a Antonio Aranguren y abarcaba los distritos Bolívar y Maracaibo del estado Zulia. La Shell también terminó comprando esta segunda concesión. La concesión correspondiente a los estados Falcón y Lara fue entregada a Francisco Jiménez Arraiz, que posteriormente terminó bajo el control de los británicos. En 1909, el general Gómez entregó otra gigantesca concesión, que cubría 12 estados del país además del territorio federal del Delta Amacuro. Esta nueva concesión, paso a manos de Max Valladares, un abogado de la Compañía General de Asfalto, que poco después paso a ser parte del Grupo Shell. 4 Antes de la explotación del petróleo, los principales recursos del Estado provenían de los impuestos a la importación y exportación del cacao y del café. Posteriormente, los ingresos del Estado provinieron de los recursos procedentes de la venta de petróleo, que pertenecía al territorio de la nación. Surgieron nuevas formas de adquirir riqueza, poniendo en jaque la lógica económica y social del viejo orden agrario. Los ingresos del Estado se elevaron como nunca antes lo habían hecho y a medida que la economía comercial se expandía, la movilidad social -antes reservada a un número pequeño de la población vinculado al séquito civil y militar de los gobiernos de turno-- se convirtió en una posibilidad real para segmentos cada vez más extensos de la población. Los grandes cambios demográficos y el nuevo contexto socio-económico cuestionaron la definición de quién pertenecía a la nación y, sobre todo, de a quién pertenecía el territorio nacional. Mientras las empresas se centraron en el negocio de la extracción de petróleo, el Estado adquirió un nuevo papel: se convirtió en el dueño de la tierra y en el administrador de los recursos de la riqueza nacional. Una relación de co-constitutiva entre las empresas extranjeras del petróleo, el Estado del dictador y las élites nacionales dio a luz la edad de petróleo, al estado moderno y a una nueva nación mestiza. Prominentes intelectuales venezolanos, generalmente asociados con el régimen de Gómez, mostraban una preocupación creciente con la inestabilidad del medio social, haciendo hincapié especialmente en lo que percibían como trepadoras y trepadores sociales que emergían de la clase media mestiza. Pensadores positivistas como Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul y Rómulo Gallegos se esforzaron por conocer las razones por las cuales la mezcla racial venezolana no traía, según ellos, la modernidad al país, concentrándose especialmente en estudiar las características de la mujer venezolana (Cappelletti 1992). El marco teórico que ubica a las mujeres, como reproductoras biológicas y culturales de la nación, en el centro de la historia no es ninguna novedad. Hace ya rato que Marx y Engels (1997) han puesto las cosas en su lugar al llamar “proletarios” a la clase que daría a luz a la sociedad sin clases; y también ya hace mucho tiempo que Engels (2012) había establecido que la división sexual del trabajo fue la primera que se dio en la historia de la humanidad. Y si lo 5 queremos ver desde la perspectiva estructuralista, nos encontramos con Lévi-Strauss (1991) quien ha demostrado con suficientes argumentos que el intercambio de mujeres entre hombres es la base estructurante de la sociabilidad. ¿Cómo se escribe la historia positivista de Venezuela, un país productor de petróleo que tiene nombre de mujer? ¿Qué sucede cuando visibilizamos el desdoblamiento de los marcos teóricos que feminizan la historia en los relatos científicos venezolanos? Las narrativas centradas en el devenir del Estado para explicar la historia de Venezuela sostienen que los cambios estructurales puestos en marcha por el petróleo aceleraron la decadencia de la economía agrícola de Venezuela. Esta transformación habría tenido, a su vez, un importante impacto en la estructura social, que por un lado daría lugar a la decadencia de la élite terrateniente y, por otro, al inicio de la modernización de la población campesina. Esta narrativa relaciona la explotación petrolera con la aparición de nuevos sectores medios urbanos, trabajadores de cuello blanco de ámbito de los servicios, profesionales universitarios, funcionarios, estudiantes, intelectuales y políticos, que con el tiempo se habrían convertido en aliados de una clase obrera pequeña, pero estratégica (Robin 1973). Este relato historiográfico sostiene que el petróleo tiende a retrasar la industrialización, y sobre esta base explica los recurrentes fracasos modernizadores de Venezuela del siglo XX (y del XXI). Una industrialización frenada por el efecto perverso del petróleo habría postergado la configuración de las clases sociales que --desde el discurso autorizado de las ciencias sociales del momento-- se asumen como necesarias para generar el desarrollo (Moore 1966). Dentro de esta concepción lineal de la modernidad, el petróleo sería responsable de la demora en la ampliación y democratización de la participación política, aspectos esenciales asociados a la modernización, y centrales a las preocupaciones de Gallegos. El argumento señala que el debilitamiento y la eventual desaparición de los terratenientes habrían facilitado la transición a la democracia, y que a finales de la década de 1940, la clase rentista-capitalista de Venezuela --ya muy vinculada al Estado-- dependía de la distribución de los ingresos del petróleo para su supervivencia (Coronil 2002). Esta misma narrativa centrada en el Estado, pero hecha, esta vez, desde una perspectiva de izquierda y progresista, escribe la historia articulando los marcos de la modernización a los de las clases sociales (Mata 1985). El ambiente político de principios del siglo XX, impulsado por la aparición de yacimientos de petróleo y por la conciencia de clase obrera y campesina, es la que 6 presiona para que se transite hacia la democracia (Fuenmayor 1968). La disposición de los trabajadores para convertirse en aliados de los sectores de la clase media urbana emergente, en su lucha contra la dictadura, se representa como la forma específica mediante la cual Venezuela ha transitado de la autocracia pre-moderna a la democracia moderna de la población. La muerte natural del presidente autocrático Juan Vicente Gómez a finales de 1935 se entiende como el momento decisivo que introduce al país en la modernidad del siglo XX (Coronil 2005). Este momento crítico es a menudo representado como la oportunidad de los sindicatos campesinos y petroleros para manifestar su descontento con la situación política y económica. Los trabajadores petroleros se organizan en sindicatos; los campesinos en “ligas campesinas”; mientras que sus líderes llaman a la huelga (García Salazar 1982). Estas representaciones hacen hincapié en la primacía de los acontecimientos políticos en la formación de la conciencia de los trabajadores, que habría llevado a la lucha por la modernización del sistema político y por la implantación de la ciudadanía universal. Esta narrativa también simplifica la delicada relación entre los trabajadores y el Estado, y naturaliza un proceso secuencial de alianzas entre campesinos, sectores de clase media y trabajadores del petróleo. A través de mecanismos institucionales encarnados en Acción Democrática (AD) (Pla 1982), las experiencias comunes de estos sectores populares emergentes habrían llevado a la aparición simultánea de la conciencia de clase y de la nueva ciudadanía nacional. Esta narrativa representa la derrota de la fuerza militar de los caudillos y la unificación civil del territorio del Estadonación como la condición sine qua non para la fundación de la patria moderna (Pino Iturrieta 1988). Este relato establece que partidos, sindicatos obreros y ligas campesinas son las instituciones estructurantes tanto del Estado como de la rebelde población venezolana a ser reordenada, bajo el liderazgo de los dirigentes emergentes e ilustrados de la nueva clase media, en organizaciones modernas. Cuenta asimismo, que las poblaciones indígenas se incorporan como campesinos a las instituciones del Estado y que, anteriormente, los venezolanos de origen africano se transformarían en modernos e iguales ciudadanos. En efecto, en 1947, el 5 de julio (día de la independencia nacional), una nueva constitución aprueba el voto secreto universal a las y los mayores de edad, sin distingo alguno entre alfabetos o analfabetos. 7 Lo espacial Esta narrativa estado-céntrica elude el proceso de reconfiguración de la nueva nación; ignora, en especial, la centralización territorial y la homogeneización étnica dirigidas por hombres de la nueva élite, a la cual el autor pertenece. El recorrido de las obras de Gallegos a lo largo y ancho del territorio nacional encapsula tanto la integración geográfica como racial de la población, como se observa en la Figura 1. Figura 1 Economía política racial y territorial llevada a cabo mediante el desdoblamiento erótico en la obra narrativa de Rómulo Gallegos Fuente: elaboración de la autora Gallegos comienza la reconfiguración nacional literaria con la decadencia de la aristocracia terrateniente. Reinaldo Solar (1972 [1913]) --titulada en un primer momento El Último Solar (subrayado mío)-- marca el fin de una raza originada en Europa pero degenerada por el trópico, y el inicio de la nueva Venezuela mestiza capaz de modernizar al país justamente 8 por incorporar lo mejor de las tres razas. Termina su círculo étnico-territorial con la novela titulada Sobre la Misma Tierra (1981 [1943]), que se desarrolla en La Guajira y en Maracaibo.3 Recorre el resto del país con las obras intermedias que llevó a cabo durante treinta años de escritura mediante la cual completó, a través del mestizaje, la homogenización territorial de Venezuela: La Trepadora (1975 [1925]), Doña Bárbara (1977 [1929]) y Cantaclaro (1972 [1934]), ubicadas en los Llanos; Canaima (1976 [1935]) y, por último, Pobre Negro (1976 [1937]), ubicada en Barlovento. Es decir que después de localizar las escenas de sus primeros textos en Caracas y en la región de la planicie central de Venezuela, Gallegos desplaza los escenarios de sus novelas al Este y a Guayana, y concluye el círculo territorial y racial en la región de Maracaibo. Significativamente, excluye a los Andes de su circuito étnico-territorial. Su población de origen europeo no requeriría modificación alguna. Sus obras, tomadas una por una, muestran el tradicional discurso civilizatorio del hombre latinoamericano de la ciudad letrada, siempre aspirando a ser reconocido por su modernidad por sus congéneres del Norte, enfrentando y derrotando la barbarie del resto del territorio nacional. Tomadas en conjunto, evidencian cómo construye un estado-nación. Múltiples espacios del país son inscriptos en sus novelas como resultado de un nuevo mestizaje forjado en los romances de sus novelas; al mismo tiempo, este nuevo mapa es integrado al Estado a través del partido Acción Democrática (AD). Como lo señala Britto García (1989: 40), el símbolo de AD, significativamente también llamado “el partido blanco”, resume la estrategia político-simbólica propia de la tecnología política educadora del deseo, de la dirigencia intelectual que Gallegos representa. “Un incendio fálico penetra el territorio nacional”, dice Britto, “al mismo tiempo que las hojas alrededor del logotipo representan la presencia de las mujeres que defienden las fronteras de la patria”. La interpretación de este autor del significado de cada una de las partes del símbolo del partido blanco AD agrega valor a mi lectura que considera que las mujeres son incorporadas como órganos sexuales instrumentales al proceso de forjamiento de un nuevo mestizaje, que bajo tal metáfora de la identidad nacional esconde la intencionalidad de blanqueamiento cultural y biológico, emblemáticamente encarnada en la obra política y literaria del autor. Pero más allá de las particularidades espaciales, que en la obra de Gallegos buscan la integración territorial, todas 3 Después de 1948, sus últimos ensayos y novelas dejan el espacio nacional. Cuando se le derrocó de la presidencia y experimentó su segundo exilio, sigue escribiendo sobre el mestizaje cubano y mexicano. 9 sus novelas se centran en el mestizaje racial como la ruta que llevará al blanqueamiento cultural, a la civilización de lo amorfo y a la superación de lo que él consideraba el legado negativo de las razas negras e indígenas. Figura 2 Símbolo del Partido Acción Democrática Fuente: www.acciondemocratica.org.ve Su primera novela, Reinaldo Solar (1972 [1913]) establece premisas que in-forman sus trabajos posteriores: la influencia penetrante de lo racial en la formación de un futuro moderno; el agotamiento y la decadencia de la aristocracia; y la necesidad de los intelectuales de difundir sus valores (europeos) a través de todos los niveles de la sociedad y en los más alejados rincones del país. Reinaldo Solar (1972 [1913]) muestra que el problema está en la gente, incapaz, según este vocero del autor, de contribuir al proyecto de crear una nación. En este texto no hay alternativa al liderazgo ineficaz de los aristocráticos líderes de origen europeo responsables de la difusión de los valores modernos. En sus novelas siguientes, sin embargo, Gallegos imaginó soluciones más integradoras y --según él-- más optimistas para Venezuela, por ser capaces de solventar, a través del casamiento regularizado y regulizador de los romances fundacionales encarnados en su obra, los problemas que la educación debiera resolver. En La Trepadora (1975 [1925]), la intención del autor se dirige, una vez más, a plantear lo que para Gallegos es el problema de la integración nacional, que constituiría la base demográfica homogénea necesaria para la construcción del Estado moderno del cual él y su clase serían los dirigentes políticos y procreadores a través de un nuevo mestizaje. Toda la trama se centra en un estudio del alma de los protagonistas, sobre todo de Hilario Guanipa y su hija Victoria. Pero el estudio de Guanipa y Victoria se hace con el fin de iluminar la genealogía del alma nacional a través del cruzamiento étnico. El mestizaje espiritual aparece como el resultado del mestizaje biológico y racial, pues Hilario ha heredado lo plebeyo de su madre (mestiza) y lo noble de su padre (el terrateniente 10 blanco). En él, la herencia bárbara se manifiesta en instintos sanguinarios que no pasan de ser momentáneos, superados o contrarrestados por el cruzamiento que trae una herencia civilizada (La Trepadora: 1975 [1925]: 175). En este personaje, con su cuarta o su octava parte de sangre indígena, luchan instintos contrarios, y a duras penas prevalecen, al fin, los positivos. En su hija, Victoria, hay un triunfo de lo mejor de todos los ancestros. Es el tipo humano y espiritual al cual aspira, según Gallegos, la mixturada raza venezolana. (La Trepadora: 1975 [1925]: 270). Ya en Victoria queda muy poco de sangre india y para seguir trepando y produciendo frutos ideales, ella se une con el blanco y “germanizado” Nicolás del Casal (La Trepadora: 1975 [1925]: 250). En 1937 Gallegos publica Pobre Negro (1976 [1937]), obra que plantea nuevamente lo que para el positivismo de la época --y para Gallegos y su clase-- era “el problema racial” del alma e identidad nacional. La dinámica del romance, el mestizaje, la movilidad social, y la transmisión de los valores de la élite también moldean la trama y los personajes. Gallegos al situar la novela a mediados del siglo XIX en Barlovento, retrata la clase dominante y las tensiones raciales que, después de haberle dado una relevante ferocidad a la Guerra de Independencia y luego de haberse desencadenado la Guerra Federal (1859-1863), se siguen sintiendo siempre a punto de entrar en erupción nuevamente. Ambos conflictos habían creado oportunidades para que los pardos, a través de sus hazañas militares, entraran en la élite. Cuando Gallegos escribió su obra también se propugnaba, a través de la creación de la ciudadanía universal, la integración de las masas populares a la vida política de la nación; pero se pensaba y se actuaba como si la nación sólo pudiera progresar si la integración de la población mestiza se acompañaba de un proceso de domesticación. Consecuente con estas creencias, al final de Pobre Negro (1976 [1937]), Gallegos deja sin realizar la utopía de la integración social imaginada en la novela. El desdoblamiento erótico y racial muestra a Cecilio, el primo preceptor de Negro Miguel decayendo literalmente por la lepra.4 El "pobre negro" del título es devorado por la anarquía destructiva de la Guerra Federal anunciando que sólo aquellos que participan en la 4 Aunque Luisana Alcorta, la mujer blanca de origen aristocrático que juega el papel de mentora del éxito y civilizadora de Pedro Miguel, escapa a las fuerzas de la degeneración que condenan a Cecilio, su papel en el drama novelado del progreso nacional no es luchar por la supervivencia física de su raza, sino casarse y civilizar a Pedro Miguel con el fin de calmar la furia potencialmente destructiva supuestamente vinculada a sus orígenes mulatos (replicando así el papel de Adelaida en la Trepadora (1975 [1925]). En el mestizaje propugnado por Gallegos, la mujer blanca aporta su herencia cultural. 11 creación de una nación mestiza sobreviven. Pobre Negro, entonces, reitera la insistencia de La Trepadora (1975 [1925]) en un mestizaje constructivo y al hacer alusión a la desaparición final y física, tanto de la élite blanca y como de los venezolanos de ascendencia africana pura, va un paso más allá.5 Durante los años que separan La Trepadora (1975 [1925]) de Pobre Negro (1976 [1937]), Gallegos escribió su obra hoy considerada clásica y de mayor receptividad en su momento, Doña Bárbara (1977 [1929]). La novela contiene muchos de los mismos elementos espaciales y raciales de las obras examinadas anteriormente: el romance "fundacional”, el mestizaje, la lucha de una preceptora o un preceptor blanco para difundir los valores de la civilización, y las historias de familia como metáforas de la historia nacional idealizada como una proyección. En esta historia arquetípica, Santos Luzardo, un abogado urbano, llega a los llanos atrasados y encuentra una sociedad bajo el control de Bárbara, una mestiza que como mujer monstruosa, personifica la barbarie y el caudillismo. Al vencer a Bárbara y al casarse y domesticar a su hija Marisela, Luzardo reafirma un orden patriarcal, cosa que no sucede en las obras anteriores donde las mujeres blancas (Adelaida y Julia Alcorta) fungen de mentoras y vientres mestizantes de hombres enérgicos pero amenazados por el atavismo de sus genes de origen africano y/o indígena. Luzardo es un héroe conquistador así como un preceptor de éxito. Contrasta con los irresolutos y degenerados blancos de Reinaldo Solar (1972 [1913]) y La Trepadora (1975 [1925]). En términos políticos, Doña Bárbara (1977 [1929]) puede ser un punto de partida más atractivo para sujetos masculinos de las élites, como Gallegos, en búsqueda de la transformación política de Venezuela. En cambio, las otras dos novelas antes examinadas -La Trepadora (1975 [1925]) y Pobre Negro (1976 [1937])-- argumentan a favor de un cambio en la estructura social, pero lo hacen centrándose en la versión del mestizaje constructivo llevado a cabo en el cuerpo de la venezolana, y en la conveniencia de la movilidad ascendente para los 5 En La Trepadora (1975 [1925]), Adelaida, quien repetidamente le dice a del Casals que se casó con Hilario para civilizarlo, observa con mucho cuidado cualquier moderación en el comportamiento de su marido. Al final de la novela, Adelaida reta a Hilario a dominar los impulsos violentos que ha heredado de los Guanipas (es decir, de sus antepasados maternales mestizos) y le exhorta a someter para siempre las características de barbarie que ha heredado del lado bajo de su familia, el afro-venezolano. Al final de la novela, Adelaida mira un retrato de Jaime del Casal, el padre de Hilario, y le murmura que finalmente ha cumplido su promesa de civilizar su hijo. 12 mestizos. Aun cuando en Doña Bárbara (1977 [1929]) el tema de la raza parece subordinado al del medio geográfico como causa determinante del ser y del obrar humano, la misma protagonista, Doña Bárbara, puede ser interpretada como personificación de la naturaleza. Cantaclaro (1972 [1934]) es, como Doña Bárbara, una novela que continúa el circulo étnico-territorial de Gallegos insistiendo en la necesidad de civilizar el Llano. En ella predominan personajes moralmente positivos, mientras los antihéroes (Jaramillo, Buitrago), están marcados por atavismos raciales y no ocupan mayor espacio en el curso de la narración. Un año después de Cantaclaro (1972 [1934]), Gallegos publica la novela de la selva, Canaima (1976 [1935]), situada en la región guayanesa. En ésta, si bien el autor plantea la discriminación racial y la opresión que pesa sobre negros e indios, la opresión y la degradación de los indios es lo que pasa a primer plano. Marcos Vargas, el protagonista de Canaima, renuncia a un promisorio porvenir entre los suyos y al matrimonio con la rubia Aracelis para perderse en la selva para casarse con la india Aymara --quien no tiene nombre-- en cuyo cuerpo engendrará un hijo, que se ha de educar, obviamente, en un colegio en Caracas, para que se realice así la necesaria síntesis étnico-cultural y el país pueda finalmente tener un alma propia. Después de haber situado el escenario de sus narraciones en Caracas y la región central, en el Llano, en Oriente y en Guayana, Gallegos ubica la acción de su última novela venezolana en Maracaibo y el Zulia. Allí se desarrolla Sobre la misma tierra (1981 [1943]). El tema central sigue siendo, una vez más, el de la integración de las razas en la unidad del alma nacional. La obra hace la genealogía del pueblo wayuu a través de la biografía de una mujer, Remota Montiel, luego convertida en Ludmila Weiner. Las sucesivas metamorfosis de Remota marcan el camino a seguir para lograr desaparición de la cultura pastoril y su occidentalización señala el contraste entre la sociedad wayuu, según Gallegos irremediablemente destinada a perecer devorada por la Venezuela moderna movida por la máquina e impulsada por la electricidad. Sigue tratándose el tema de Gallegos: la necesidad de integrar las razas, tanto física como espiritualmente, para consolidar de modo definitivo la identidad nacional. Pero en Sobre la misma tierra (1981 [1943]), el problema de la unidad racial a través del mestizaje en el cuerpo de la venezolana es planteado con mayor fuerza y claridad escatológica, si cabe, que en todas las anteriores: la 13 desaparición física y cultural es el destino de la población indígena wayuu, y el mestizaje en el cuerpo de sus mujeres es el camino para el forjamiento de la identidad nacional. Lo sexual En su lucha por la vida y por la especie, la hembra es del macho más fuerte. Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar, (1972 [1913]): 60. Mi lectura de las obras de Gallegos ve en las combinaciones raciales deseadas con el fin de dar a luz al nuevo ciudadano una pista excepcional para examinar cómo la inscripción literaria y la acción política produce el mito de la democracia racial venezolana a través de lo que Sommer (2004) llama “romances fundacionales”. Para Sommer (2004) las novelas son ficciones escritas por personajes políticos que inscriben la nación como parte del proyecto de las burguesías nacionales para lograr una hegemonía cultural nacional. “Idealmente” esta cultura “sería una cultura acogedora, un tanto sofocante, que enlazaría las esferas públicas y privadas de modo tal que habría lugar para todos, siempre y cuando todos supieran cuál era el lugar que les correspondía” (Sommer, 2004: 46). Bajo este marco teórico, los escritores como Gallegos crean historias que reúnen a amantes heterosexuales de diferentes clases o razas, utilizando estas uniones para proyectar un futuro de integración nacional, armonía y progreso. Sommer afirma que tales cuentos "fundacionales" tienen éxito como instrumentos político-simbólicos debido, justamente, a sus cualidades de telenovela. Las prohibiciones de romances específicos --que no encarnan el ideal nacional-- profundizan el deseo de las y los lectores por ver prevalecer a determinado tipo de parejas y negar otro tipo de uniones. De esta manera, lectoras y lectores de ficción, amantes reales y ciudadanía en construcción entran en comunión llegando a desear un nuevo orden social y político donde pueda prosperar el amor encarnado en los romances que las obras privilegian. Otros romances, en cambio, son borrados. En el caso de Gallegos, su narrativa --que es importante por haberse asumido como la matriz simbólica-política fundacional de la moderna nación venezolana y ser, hasta el día de hoy, lectura obligada en nuestro sistema escolar-- se basa en el determinismo racial y en la mayor fortaleza de “la hembra” con respecto “al macho”. De hecho, con el fin de perpetuar su propio control patriarcal sobre la sociedad, desde la conquista ibérica, los hombres de origen europeo habían delimitado el mestizaje, reclamando 14 para sí el acceso a las mujeres de origen indígena y africano y reservando el cuerpo de las mujeres blancas para la reproducción dentro del matrimonio de sus familias y patrimonios. Como nos recuerda Young (2005), las teorías raciales coloniales y neocoloniales son a menudo potes de humo para la persecución del deseo sexual, lo que explicaría, entre otras cosas, la razón por la cual algunos intelectuales latinoamericanos, que tal como lo hace Gallegos defendieron el mestizaje constructivo, no pudieron imaginar un proceso fuera del control de los hombres blancos. La patria mestiza de estos intelectuales compadres de Gallegos necesita crear una comunidad compartida, aunque su sustrato sea, tal como lo expresa la palabra “patria”, la de los hombres de las élites masculinas en lucha continua por detener, por un lado, la decadencia de los hombres de origen europeo y, por otro, el ascenso de los hombres de origen africano e indígena que los amenazan con trepar socialmente merced a las oportunidades abiertas por el desorden social que trajo la explotación petrolera. La tecnología política para alcanzar este medio es el cruzamiento étnico actuando de forma conjunta con la de la educación del deseo. Mientras casi todos los demás intelectuales de la época (Alvarado, Gil Fortoul, Salas, etc.), se niegan a hablar de razas inferiores (Cappelletti 1992), Gallegos está convencido de la inferioridad del negro y del indio. La solución que propone, sin embargo, no es la subordinación a la raza blanca. El mestizaje, es decir el cruzamiento de los tres componentes raciales es reconocido por él cómo un hecho constitutivo e inevitable de la nacionalidad, y por eso propicia una nueva fusión étnica en la cual han de predominar los valores y las formas culturales de la raza europea superior. Pero al momento de engendrar al estado nacional venezolano, la maniobra estratégica que le permite a Gallegos lograr lo que quizás haya sido el efecto más duradero de su obra --la borradura de la racialización a partir del desdoblamiento de lo erótico haciendo del hombre de origen europeo el sujeto, y del bello cuerpo de la venezolana, el objeto sexual deseado-- fue el situar el patriarcado en el centro del proceso que llevó a la construcción del sujeto nacional, el ciudadano mestizo. Éste no es más que el hombre criollo que utiliza al cuerpo de la venezolana de origen indígena o africano para mejorar su raza en decadencia, y al cuerpo de la mujer venezolana de origen europeo para mitigar los restos atávicos de la herencia africana e indígena del mestizo subalterno. El objetivo es obtener un nuevo mestizaje latinizado, quitándole los excesos a unos y agregándoles energías a otros, de forma tal que el moderno ciudadano sea más 15 apropiado que el anterior, que había sido producto de la violencia y no de la ley, para vivir en estos territorios tropicales. En efecto, la educación del deseo como tecnología política (Stoler 1995) fue el arma más eficiente de Gallegos. Como educador, Gallegos actúa apuntando a dos frentes: por un lado es un escritor que promueve, a través de romances fundacionales, quién pertenece y quién no pertenece a la nueva nación y, como militante de A.D., busca la modernización de la política del país, incorporando la nueva nación a las estructuras organizativas de Acción Democrática (AD). En efecto, además de ser un reconocido maestro en una época en que en Venezuela la educación tuvo su primer boom, fue uno de los fundadores de AD, el partido que organiza la población campesina y urbana a través de la Federación de Campesinos de Venezuela (FCV) y de la Federación de Trabajadores Venezuela (FTV). Coronil (2002) ve en la primera versión de Rómulo Gallegos de Doña Bárbara (1977 [1929]), el primer texto fundacional mítico de la democracia venezolana, identificando a las poblaciones de origen indio y africano como portadoras de excesos a ser convertidos en residuos a través de una economía política del deseo, que hace del hombre venezolano de origen europeo el sujeto civilizador y del cuerpo de la mujer venezolana, el instrumento del mestizaje. La mujer de origen europeo transmite su legado cultural al rebelde pero enérgico hombre mestizo; y la mujer de origen indígena o africano transmite sólo su bello cuerpo, y poco a poco se irán extinguiendo los restos atávicos de su herencia mala. El proyecto político-simbólico de Gallegos, que hace hincapié en la modernización política del país, busca hacer desaparecer --a través de un nuevo mestizaje funcional a la modernización-- los excesos de esa población levantisca aun no totalmente fusionada que lleva en los genes la huella del atraso, y que ha impedido superar el caudillismo y la emergencia de organizaciones políticas basadas en “ideas”. Su obra literaria homogeniza espacial y racialmente a la población, al mismo tiempo que su militancia partidista hace posible la modernidad mediante la inclusión dentro del partido Acción Democrática (AD) de la población peligrosamente desorganizada y necesitada de ser encauzada. El blanqueamiento cultural (llevado a cabo a través del mestizaje tendiente a la desaparición de lo africano y lo indígena y a la revigorización de la población de origen europeo en proceso de decadencia) conjuntamente con la incorporación de la población dispersa a lo largo y ancho del territorio 16 nacional al partido AD (llevado a cabo a través de la inscripción al partido AD y a sus organizaciones filiales, la Federación Campesina de Venezuela, que incorpora a los campesinos, y la Central de Trabajadores de Venezuela, que incorpora a los trabajadores urbanos) hace de la ciudadanía el eje estructurante tanto de la nación como del estado. Al articular el mestizaje de la nación y el partido blanco del Estado obtuvo el efecto de borrar lo racial: el país se modernizará una vez que su amorfa población se integre a la vida partidista y que un nuevo mestizaje desvanezca las diferencias raciales, transformando al pueblo atrasado en sujetos ciudadanos civilizados todos iguales entre sí. El mestizaje biológico coadyuvaría a la educación, que tiene sólo un efecto limitado en la desaparición de la herencia indígena y africana que impedía la modernización del país. Gallegos lamenta que al educar, en Venezuela, no se tenga en cuenta ni la raza y ni el medio, que para el autor son dos factores determinantes y esenciales: “No se ha consultado la condición de raza, digamos, de los educandos, perezosos y frívolos por naturaleza, ni las influencias del medio, atendiendo al clima y costumbres sociales, circunstancias todas que excluyen la contracción necesaria para que una tal labor escolar sea cumplida en el corto espacio de tiempo señalado.” (Gallegos 1977 [1954]): 1, 63-64). Fácil es observar en nuestras escuelas --acota Gallegos-cómo se cultivan “las fatales cualidades que puso en el niño la herencia y que luego han de ser en el hombre fuerzas de corrupción y aniquilamiento”, cómo se fomenta una asombrosa inmoralidad “a la sombra de arraigados prejuicios sociales, morales o religiosos, contra los cuales aun se ha intentado reaccionar” (Gallegos 1977 [1954]): 1, 68). Adicionalmente, por creer que en Venezuela, la evolución social consiste en una progresiva fusión o unificación de los diferentes componentes étnicos, que implica tanto la superación de los caracteres atávicos de la raza negra e indígena y un “blanqueo” cultural de la población venezolana mestiza, como un reforzamiento de la población de origen europeo, sus novelas son obras de educación del deseo nacional. La educación puede llevar a cabo la superación que la modernidad requiere, pero sólo a través del cruzamiento se cumplirá el destino escatológico del amorfo mestizo, considerado un feto inconcluso con excesos sobrantes. La exquisita combinación con la hembra adecuada --del hombre de origen europeo en decadencia y del hombre mestizo trepador pero con genes atávicos siempre en situación de dispararse a la primera oportunidad-- dará a luz a la democracia racial, el 17 mito que constituye la diferencia específica de la modernidad periférica venezolana. “Ciertamente que no pretendemos que con sólo corregir aquellas diferencias hayan de desaparecer estos defectos, porque, aunque grande importancia le damos, no exageramos el valor de la educación hasta el extremo de creer que por sí sola baste a transformar la condición de una raza, extirpando sus cualidades hereditarias. Creemos, sí, que puede modificarlas a través del tiempo, aportando a la evolución un elemento poderoso y útil, creando hábitos que, fijados luego por la herencia, vengan a ser instintos, hasta formar un nuevo carácter de raza, y para esto queremos una educación racional, en la cual se sustituya el empirismo actual por los métodos científicos, deducidos de la observación y la experiencia.” (Gallegos 1977 [1954]: 1, 76-77). Sin duda, en La Trepadora (1975 [1925]) y Pobre Negro (1976 [1937]), Gallegos presenta las uniones de hombres mestizos con mujeres blancas de la clase alta, que cumplen el rol de civilizarlos, como una metáfora de la integración nacional y del desarrollo modernizador. Al hacer esto se distanció de la noción sobre el mestizaje y la formación nacional basada en el hombre blanco, y hace del mestizo el nuevo sujeto nacional. En el contexto de la década de 1920, la novela La Trepadora (1975 [1925]) desafió el orden social existente al apoyar el ascenso de Hilario y su matrimonio con Adelaida como emblemático de la sociedad más abierta y fluida. Pero al mismo tiempo, la aprobación de Gallegos de estos acontecimientos quedó supeditada al abandono de Hilario de gran parte de su carácter original, en gran parte determinada por su herencia afro-venezolana. La movilidad social de los mestizos sólo puede contribuir al progreso nacional si acceden a un proceso de blanqueamiento cultural que, en este caso, depende de la mezcla de razas a través del cuerpo de la mujer aristocrática de origen europeo que lleve a la desaparición del legado indígena y africano. El paradigma de Gallegos del mestizaje constructivo, ejemplificado en su ansiedad con respecto a la aptitud de Hilario como un miembro de la élite, se basaba en premisas del determinismo racial. Adelaida, quien le dice repetidamente a del Casals que se casó con Hilario para civilizarlo, observa con mucho cuidado cualquier moderación en el comportamiento de su marido. Al final de la novela, Adelaida lo reta a dominar los impulsos violentos que ha heredado de los Guanipas (es decir, de sus antepasados maternales mestizos). 18 En Doña Bárbara (1977 [1929]), Gallegos persiste en la idea de que el alma de la raza, que ha de conferir personalidad propia a la nación venezolana, aun está en gestación. Marisela personifica allí el alma de esa raza, “abierta como el paisaje a toda acción mejoradora” (1977 [1929]: 106). Santos Luzardo lucha por el control de la naturaleza y el dominio de la otredad interna: una lucha entre el personaje de doña Bárbara, una mujer representada como violenta, inescrupulosa, andrógina, que ha a través de engaños, brujerías, seducciones y corruptelas, apoderarse de un vasto territorio llanero. Doña Bárbara, mestiza de padre blanco criollo y madre indígena, proveniente de los Andes, en su temprana juventud vive el asesinato del hombre amado y es violada por parte de unos cuatreros que la venden como esclava sexual. Estos hechos curten su persona y la convierten en doña Bárbara, “la devoradora de hombres” quien, perdido su “pudor” y su “inocencia” de mujer, se dedica a adquirir tierras, ganado y poder. Su personalidad es el resultado de la acción de un mundo sin ley, de una sociedad patricia en la que un jefe al mando de un puñado de hombres armados puede apoderarse de cuanta tierra ambicione, pero no para dominar ese territorio y hacerlo progresar, advierte Gallegos, sino por el simple gusto de sentirse amo de estas tierras salvajes. Santos Luzardo conoce a Marisela, la gran personificación que Gallegos hace de la patria-mujer. Luzardo la educa hasta transformarla de niña salvaje a señorita refinada. Pero esta transformación no es posible exclusivamente por los beneficios de la educación que ella recibe, sino también porque Marisela pertenece a una raza buena, susceptible de ser educada en las costumbres europeizadas de la civilización. Al final, Luzardo logra vencer al llano, a doña Bárbara y a todos sus aliados. Los métodos civilizadores de Luzardo se imponen, los modelos de producción del llano se transforman, los cuatreros son vencidos por los medios de la ley y, doña Bárbara, la famosa domadora de hombres, se enamora de Santos Luzardo renunciando a sus posesiones. Finalmente, la barbarie cae vencida a los pies de los poderes de la civilización y queda inevitablemente deslumbrada por el proyecto moderno, ya sea por medio del amor, la introducción de tecnología o la imposición de normas jurídicas. Lo racial No constituimos una raza… Con este pueblo no se puede contar para nada; parece el feto de una nación abortada. ¡En cada uno de nosotros se están disolviendo todas las razas! Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar (1972 [1913]): 199-200. 19 Para Gallegos, los males del país, que hay que solventar mediante un nuevo mestizaje hecho en el cuerpo de la venezolana, provienen de la falta de fusión espiritual e integración cultural, es decir de la persistencia de herencias raciales contrarias (algunas inferiores a otras) que conviven en el seno de la aún no homogénea nación venezolana. Para ser un país moderno, es necesario, para el autor, integrar las razas, sobre todo espiritualmente, para consolidar así, de modo definitivo, la identidad nacional que permitirá a Venezuela entrar en la modernidad. Esta nueva unidad no sólo supone la fusión de las diversas razas originarias (indígena, negra y blanca) sino también la superación de los caracteres atávicos negativos así como el predominio y reforzamiento vital de los caracteres positivos, aunque en decadencia, de la población de origen europeo. Esto, Gallegos lo lleva a cabo a través del cuerpo de la venezolana. En efecto, la lectura hecha en este artículo de la narrativa del autor ha hecho hincapié repetidamente en la creencia de Gallegos de que la civilización de los plebeyos en ascenso depende de los esfuerzos de preceptores ilustrados que, a su vez, está condicionada por las fuerzas del determinismo biológico que ve en la “hembra” el elemento más fuerte de la especie. Pese a concebir al mestizaje como la diferencia específica de Venezuela, la reconfiguración positiva que hace del mestizaje no deja de ser racista. Ve en el nuevo mestizaje a gestarse un requisito sine qua non para que Venezuela se modernice, es decir se occidentalice culturalmente, y culmine el forjamiento de una identidad aún en pleno proceso de gestación. Como sujeto hegemónico en Venezuela, pero subalterno o periférico en la lógica global propia de la construcción racial (Stoler 1995, Ferreira 2007), Gallegos crea un mestizaje que, según él, combina lo mejor de la herencia del país. Las limitaciones ideológicas y la violencia políticosimbólica de este paradigma, generalmente aceptado por su trato benevolente de los orígenes indígenas y africanos, implican que --mediante el uso autorizado del conocimiento científico de la época (Machado 1982: 90) en lo que tiene que ver con la herencia y la reproducción de la población vía cuerpo de la venezolana-- su obra termine reproduciendo la eugenesia racial y un destino cultural escatológico para la población de origen africano e indígena. Su argumento sobre los nuevos ciudadanos mestizos que incorporan lo mejor de sus ancestros de origen europeo, de origen africano y de origen indígena, que daría como resultado la identidad nacional, descansa en la noción de que la raza determina el carácter, y de que los cambios culturales se heredan de 20 generación en generación. Bajo el manto de perseguir la creación de una nación mestiza totalmente homogenizada con lo mejor de las tres razas, el autor promueve un nuevo mestizaje a llevarse a cabo a través del cuerpo de la venezolana. Los personajes de la clase alta blanca aparecen dibujados como símbolos de la cultura europea; pero él también cree que la cultura europea tiene --en Venezuela y en ese momento-- un comportamiento ineficaz, que incluso se ha degenerado en el medio ambiente tropical. Los protagonistas mestizos de Gallegos, en oposición al hombre de origen europeo, revelan una propensión hacia la violencia, la rebelión, y hasta la crueldad, en una palabra, la barbarie. Sin embargo, estas últimas características, para el autor, están vinculadas a energías potencialmente constructivas, incluyendo el dinamismo empresarial y la capacidad de concentrarse en lograr un objetivo. Para la sociedad en su conjunto, el desafío se presenta con claridad: los aristócratas decadentes pero cultivados tienen que ser fortalecidos, y los plebeyos de piel oscura necesitan tener sus energías canalizadas hacia un final civilizado. La civilización imaginada en estas obras no es simplemente el triunfo de los ideales europeos, sino más bien la utopía del mestizaje en el que lo mejor de los venezolanos se mezcla a través del cuerpo de la venezolana. Esta estrategia político-simbólica de Gallegos hace invisible, bajo el manto de la ciudadanía universal que se alcanza en ese momento --y que borró el valor político-simbólico de las diferencias raciales y de género-- el reacomodo que tuvo lugar en esos años en la nación y en el Estado: de un país bárbaro, regenteada alegóricamente por Doña Bárbara --una mujer imaginada como monstruosa-- se pasa a un país moderno mestizo, gobernado por la ley del Estado. Las diferencias sociales se derivan ahora de las clases, igualadas en el poder político por el ejercicio de la ciudadanía universal. Se borran las jerarquías inmanentes a un Estado Nacional que asume al mestizo como el sujeto nacional, estrategia política-simbólica que evade --pero no liquida-- la confrontación de las diferencias derivadas de la construcción racial y el género. No sorprende que esta lógica de la exclusión no pueda capturar el modo de sujeción racial que este relato autoriza, pues asume que el mestizaje, como proceso y como indicador de la borradura de la diferencial racial, instituyó configuraciones sociales en las cuales lo racial no opera como estrategia de poder. Tampoco sorprende que esta racionalidad que hace del mestizo el sujeto nacional desaparezca la construcción racial del mapa cognitivo e ideológico nacional, 21 conceptualizando al racismo como imposible o, en todo caso, como “patológico”. Así como tampoco sorprende que esta escritura de los hombres civilizados como Gallegos --ya no guerreros-- normalice al patriarcado y a la jerarquía étnica bajo el manto de la nueva y moderna patria. El mito de la democracia racial venezolana, que como todo mito no es un simple relato sino que cumple la función de resolver --mas no de eliminar, sino más bien de solventar-- un problema existencial de la sociedad en su conjunto (Quintero 2012), hace del ciudadano mestizo --un sujeto escatológico-- la diferencia específica de Venezuela. Bajo el manto de la creación de la ciudadanía universal y de la democracia racial --ambos aspectos legitimadores de una igualdad donde todos somos iguales, pero unos lo son más que otras-- escondió las diferencias sociales que el legado colonial de las construcciones raciales y de género infundían a la moderna y democracia. La obra de Rómulo Gallegos, “el intelectual orgánico que más claramente ha representado el ideario de la modernización en Venezuela” (Quintero, 2012: 10), considera que el alma de la raza venezolana unificada a través de múltiples combinaciones de cruzamiento étnico a través del cuerpo de la venezolana será lo que forjará la unidad espacial y ciudadana de la moderna república. En efecto, durante el gobierno de Gómez, la expansión drástica del presupuesto nacional había intensificado la contradicción entre el carácter público y la apropiación privada de la riqueza, emplazó la pertenencia a la nación. El miedo por la decadencia, producido por las ciencias sociales del momento que establecían una línea civilizatoria ascendente que iba de la barbarie a la civilización, presentaba a la aristocracia como necesitada de ser vigorizada. Si se quería mantener los privilegios que la reorganización social promovida por el petróleo ponía en jaque, era necesario controlar el nacimiento de la nueva Venezuela a través de una educación científica y de un mestizaje que terminase de fusionar los fragmentos de la nación. La disposición a trepar en la jerarquía social de la población mestiza generaba, en la clase dirigente, temor por el renacimiento de los genes indios y africanos, que según la élite venezolana ilustrada era un peligro siempre latente en la levantisca población venezolana, considerada racialmente inapropiada para la meta de modernizar al país por (Yarrington 1999). El cuerpo de la mujer 22 blanca mitigaría la enérgica pero dudosa herencia cultural encarnada en los hombres mestizos socialmente ascendentes, y la mujer negra e indígena vigorizaría al decadente hombre civilizado, requerido de sangre nueva para estar a la altura de los cambios de la Venezuela agrícola y premoderna a la Venezuela moderna. La reconfiguración de la nación mestiza, que amalgamaría las dispares herencias de la población, era requisito necesario para la entrada del país en la etapa de la modernización. Uno de los efectos de esta celebración del mestizaje como expresión de la subjetividad homogénea moderna de Venezuela es la supresión --a través de romances fundacionales autorizados-- de las poblaciones negras e indígenas que ahora se convierten en ciudadanos mestizos escatológicos. La Trepadora (1975 [1925]) y Pobre Negro (1976 [1937]) llevan mensajes relativos a la relación entre el género y el poder que podrían sacudir con notas discordantes a muchos venezolanos de la época. Luisana y Adelaida, dos mujeres blancas de origen aristocrático juegan el papel de mentoras del éxito y civilizadoras de Pedro Miguel e Hilario, adquiriendo poder cultural sobre sus hombres. Por el contrario, las relaciones de poder de género en Doña Bárbara --con Santos estableciendo un claro control sobre Marisela y Bárbara-- se aproximan más a las expectativas patriarcales. En suma, la matriz de raza, clase y género esbozada en Doña Bárbara pudo parecer menos amenazante y forjaba una receta para el futuro de la nación que un amplio sector de la sociedad alfabetizada podría aceptar como dinámica y progresista, pero al mismo tiempo tranquilizador porque llamaba a poner fin a la dictadura pero no a una reordenación drástica de las relaciones raciales y de género establecidas. Así, mientras que muchos defensores latinoamericanos de blanqueamiento anhelaban la aparición de una homogénea población blanca, Gallegos imaginó un camino diferente de homogeneización racial. Su versión del mestizaje constructivo insiste en la aparición de una población mestiza que mezcla los ideales y la energía de sus antepasados, donde ni los blancos ni los negros sobreviven para ver el cumplimiento de esta homogeneización ideal. El relajamiento de las barreras sociales aceleraría la desaparición tanto de blancos como de negros, pero la nación prosperaría. Tal es el sueño eugenésico encarnado en el programa de esta narrativa. A partir de la violencia ejercida sobre el cuerpo de la venezolana, quien siempre cumple un mismo 23 rol instrumental, la combinación de los cuerpos, según estos sean masculinos o femeninos, y según prevalezca en ellos la herencia europea o africana e indígena, dará a luz combinaciones de cruzamientos étnico, unas deseadas y otras no, pero siempre mestizos y engendrados por el cuerpo deseado de la venezolana. En todas las narraciones de Gallegos, lo que él llama las masas amorfas de la nación se elevan en la sociedad, siempre que acepten la tutela de los mentores blancos o el cruzamiento con mujeres blancas, estrategias para la conformación de la nación sintetizadas en la educación del deseo. A modo de conclusión Para Gallegos, el medioambiente y la raza (como condición biológica insoslayable) son las formas de explicar la dinámica histórica y cultural de Venezuela. La barbarie es producida por las razas originarias malas (la indígena y la africana) y por un mestizaje que aún no se había solventado en una nueva nacionalidad. Basándose en los relatos científicos autorizados de la época, que consideraban que la población venezolana traía taras que habían hasta entonces impedido la modernización, pero que podían ser mitigadas por la educación, el hombre mestizo como Gallegos ejerce la obra civilizatoria a través de tecnologías educativas del deseo llevadas a cabo tanto desde el ámbito político como desde el literario. Afirma que muchas de las condiciones negativas que afectan la vida del pueblo venezolano --y que impiden la modernización-- provienen de la herencia, pero, por creer que los cambios culturales se heredan, subraya el papel terapéutico y salvífico de la acción pedagógica, considerada como “factor social”: mediante la educación se lograría llevar a la desaparición de las cargas genéticas. Mi lectura de la obra de Gallegos sugiere, en un primer momento, que al momento de forjar la identidad nacional moderna, un contexto de relaciones coloniales de gran espectro reubica su pensamiento racial. He argumentado que su campo discursivo y práctico a través del cual constituyó la sexualidad del sujeto venezolano mestizo se sitúa en un paisaje donde los parámetros culturales que distinguían a la burguesía y a los dirigentes políticos emergentes estaban parcialmente conformados mediante contrastes relacionados con la política y el lenguaje de lo racial. Llegada a este punto, luego de haber constatado que el discurso de Gallegos sobre la sexualidad es un discurso que funciona como instrumento de poder, es necesario hacerse una 24 pregunta básica: ¿El discurso de Gallegos es de y sobre quién? Ninguno de de los personajes o las tramas de sus obras existen como objetos del conocimiento y del discurso sin una contraparte erótica racial. Sus novelas están impregnadas de referencias a las energías libidinales del indígena salvaje o del africano primitivo --los puntos de referencia de la diferencia, la crítica y el deseo--. En un determinado nivel, el análisis anterior permite decir que su escritura es claramente un contrapunteo entre la cultura europea y la venezolana, así como una referencia a seguir para entrar en la modernidad. Esto permite concluir que discurso sexual civilizador del Gallegos escritor y la biopolitica del estado-nación venezolano del Gallegos presidente por AD, son mutuamente constitutivos. Puedo decir entonces que mi lectura de Gallegos ha iluminado dos elementos básicos centrales a muchos de los recientes trabajos sobre la colonialidad del saber. Primero que los discursos de Gallegos --perteneciente a la élite política emergente venezolana-sobre la identidad nacional no puede ser mapeada --como le sucede a cualquier otra afirmación de índole cultural, política o económica-- sólo en Venezuela. Ya era global en ese entonces. Tal como se ha podido observar a lo largo del artículo, el discurso civilizatorio de Gallegos mapea un circuito espacial que requiere ser complementado con las prácticas de los cuerpos racializados que, a través del cuerpo instrumental de la venezolana, vigorizan al cuerpo del sujeto ciudadano moderno, siempre contrapuesto al del amorfo cuerpo nacional anterior. A esto es a lo que se refiere su escritura. El discurso sobre identidad nacional de la primera mitad del siglo XX venezolano debe ser trazado a lo largo de un circuito imperial más extenso que introduzca las tecnologías sexuales de la época colonial incorporadas en el cruzamiento étnico promovido por la modernidad a efectos de alcanzar la homogeneidad derivada de un nuevo y armónico mestizaje. Mi segunda afirmación es que las obsesiones raciales y sexuales del discurso civilizatorio no deben restringirse solo al discurso de la burguesía y de la elite política emergente, que Gallegos representaba. Al llevar las ansiedades discursivas y las luchas prácticas al campo de la ciudadanía y de la identidad nacional más allá del marco cronológico delimitado por la modernización de la primera mitad del siglo XX de Gallegos, la identidad burguesa venezolana actual, tan sacudida por la identidad Bolivariana y Socialista, aparece tácita pero enfáticamente codificada por lo racial. Los discursos de Gallegos sobre la sexualidad hacen más que definir las 25 distinciones morales e intelectuales del sujeto burgués; al identificar los sujetos marginales del cuerpo político, mapean los parámetros morales de la nación. El discurso de sus obras sobre la moral sexual redirigen la frontera interior de la comunidad nacional, límites que el autor asegura a través --y algunas veces en colisión-- con las fronteras raciales establecidas por el nuevo mestizaje. Lo que dice sobre la nación se predicaba a partir de principios culturales excluyentes que hacían más que dividir a la clase media de la pobre. Marcaban los derechos de aquéllos cuyos reclamos sobre los derechos de propiedad, ciudadanía y participación en el estado de bienestar tenían valor, que hoy son cuestionados por una nueva identidad nacional en marcha. El discurso nacionalista de la época de Gallegos dio fuerza a políticas de exclusión. Su escritura no está relacionada sólo con marcadores visuales de la diferencia, sino con la relación entre características visibles y propiedades invisibles, formas exteriores y esencias interiores. Su discurso civilizador que divide al civilizador urbano de la población compatriota subalterna a ser civilizada diseña competencias culturales, inclinaciones sexuales, disposiciones psicológicas y hábitos cultivados a ser adquirido por el sujeto ciudadano de la democracia racial en marcha. Estas nuevas características, a su vez, definen fallas ocultas --simultáneamente fijas y fluidas-- a lo largo de las cuales se establecían valoraciones de pertenencia racial y de clase, siempre dados a luz por el cuerpo de la venezolana. Dentro del léxico de la civilización, el auto-control, la autodisciplina y la auto-determinación burguesa se encontraban las características definitorias de la naciente identidad burguesa nacional. Estas características que afirman el ideal del medio familiar produjeron distinciones raciales y nociones claras de lo que es realmente ser un ciudadano venezolano mestizo. Esta lectura nos hace preguntarnos si las configuraciones raciales hechas por Gallegos en lugar de ser periféricas al cultivo del sujeto ciudadano burgués de mediados del siglo XX, no son co-constitutivos del mismo. Desde esta perspectiva, el racismo de Gallegos quizás no se anclaba en tecnologías sexuales europeas, sino en el propio hombre venezolano. Si las taxonomías sexuales y sociales de lo racial se construyen mutuamente dentro de de una “historia más comprehensiva de categorías biológicas excluyentes” (Collette Guillaumin 1980: 30), deberíamos ver a la construcción de lo racial y de la sexualidad como mecanismos estructurantes que comparten su emergencia con el orden burgués que instauró la ciudadanía universal en el 26 país. Esta perspectiva configura a la raza, al racismo, al género y a sus representaciones como vinculaciones estructuradas y estructurantes de la universalidad de la ciudadanía, como características formativas de la modernidad, profundamente incrustados con el liberalismo, y no como engendros aberrantes. Mi preocupación en este punto conclusivo del articulo es preguntarme si he sido capaz de mostrar que los proyectos de la modernidad, de la ilustración y del liberalismo burgués convergen para dar lugar a otro punto, uno capaz de apreciar que el pensamiento racial y el de género puede ser instrumental a varios proyectos progresistas dando forma a las taxonomías sociales definiendo quien será excluido de ellas. En resumen, en este artículo me enfoco en algunos dominios específicos en los cuales los discursos de la sexualidad se articulan con las políticas de lo racial. Me concentro en cómo el cultivo del sujeto venezolano se afirmó en los discursos sobre educación, pertinencia, sexualidad, servidumbre e higiene tropical que aparecen en la obra narrativa de Gallegos: micro-sitios donde la designación de la membrecía racial son sujetas a evaluaciones de género y donde “el carácter”, entendida como habilidades sociales propios de la buena educación, que estaban implícitamente racializados. Los discursos de la obra de Gallegos hacen más que prescribir los comportamientos a seguir. Ubican cómo la identidad del sujeto ciudadano mestizo venezolano está atada a nociones de ser europeo y ser blanco, y cómo las prescripciones sexuales sirvieron para asegurar y delinear la ciudadano auténtico, de primera categoría del moderno estado-nación venezolano. Adicionalmente, no quiero dejar de mencionar que el trabajo ha querido ser, más que todo, una provocación cuyos argumentos no están aun totalmente esculpidos, pero que sin embargo son lo suficientemente poderosos y sorprendentes como para promover conversaciones que, a través de la invitación que hago, nos lleven a superar colectivamente las convenciones normalizadas en el estudio obligatorio de Gallegos en nuestro sistema escolar. Bibliografía Baptista, Federico (1964): “El esfuerzo pionero”, en El Farol, Abril-Mayo-Junio, pp. 4-8. Britto Garcia, Luis (1989): La máscara del poder. Caracas, Ed. 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