HISTORIA DEL MOVIMIIENTO OBRERO (Ponencia leída el 30 de julio de 2010 en los cursos de verano del Movimiento Cultural Cristiano celebrados en su sede de Torremocha del Jamara) ---------Los comienzos El movimiento obrero moderno se nutre de dos ideales fundamentales: ofrecer resistencia a las injusticias del sistema capitalista-burgués y luchar por el advenimiento de una sociedad sin explotadores ni explotados. Éste es, en esencia, el trasfondo motivacional del movimiento obrero. La articulación del obrerismo como fuerza colectiva y militante está ligada intrínsecamente al desarrollo del industrialismo, un fenómeno que coincide en el espacio y el tiempo con el declive de los gremios de la Edad Media y el surgimiento de las manufacturas como centros de producción. Ya en esta fase inicial brotan focos de resistencia como los levellers ingleses a mediados del siglo XVII y su reivindicación de la nivelación de los ingresos. Pero pasará mucho tiempo antes de que el proletariado fabril-urbano esté en condiciones de actuar como un todo homogéneo y de plantar seriamente cara al capital y a las fuerzas políticas a su servicio. Eso explica el carácter especialmente brutal del capitalismo de esa época y su trato inhumano de la mano de obra, a la que impone jornadas de trabajo de hasta 15 horas diarias, un escándalo al que pertenece en lugar destacado la explotación infantil y femenina como factor adicional del espíritu de lucro. Federico Engels dejará testimonio de esta fase nauseabunda del llamado "capitalismo manchesteriano" en su obra juvenil "La situación de las clases trabajadoras en Inglaterra". Entrado el siglo XIX, el proletariado industrial empieza a organizarse en sindicatos de oficio y a fundar cooperativas de producción y consumo y otras entidades de solidaridad y ayuda mutua. Los obreros de cada respectivo país elaboran sus propias estrategias de autodefensa, pero el objetivo es siempre el mismo: poner un freno a la injusticia distributiva y luchar por salarios y condiciones laborales y subsistenciales más justas y dignas. A nivel organizativo y militante, este proceso de autoconcienciación conducirá a la fundación, en 1864, de la Asociación Internacional de Trabajadores, la primera gran plataforma supranacional creada por el proletariado como respuesta al carácter también transnacional del capital industrial y financiero. La cuna del asociacionismo obrero es Inglaterra, país pionero también de la revolución industrial. Sus primeros brotes fueron las "Corresponding Societies" surgidas en la última década del siglo XVIII y prohibidas por el gobierno en 1799. A principios del siglo XIX se produjeron las primeras huelgas importantes. A este proceso de resistencia pertenece la destrucción de las máquinas instaladas en las fábricas, una estrategia puesta en marcha en 1811 por el movimiento ludita, nombre derivado de un personaje legendario apellidado Ludd que se declaraba amigo de los pobres y reivindicaba la figura del bandido popular Robin Hood. En 1818 fue creado en Londres y Manchester el primer sindicato nacional bajo el curioso nombre de "Hércules Filantrópico", pero su existencia fue efímera. La feroz represión gubernamental no impidió que el movimiento obrero inglés siguiera creciendo. Así, entre 1824 y 1834 se crearon numerosos sindicatos, abiertamente o disfrazados de "Sociedades de Amigos". En 1829 se fundó en la isla de Man el primer sindicato realmente nacional de Inglaterra bajo el nombre de "Grand General Union", del que nacería el movimiento cartista. Sobre todo a partir del reinado de la reina Victoria, se crearon un gran número de cooperativas. de "serving banks"(bancos de ahorro), sociedades inmobiliarias populares, centros obreros y sociedades de amigos. El tipo de sindicalismo que predominó en la era victoriana fue el de las "Amalgamated Societies"(Sociedades Amalgamadas), que eran una sístesis de sindicato y sociedad de ayuda mutua. El movimiento obrero francés es inseparable de las tradiciones jacobinas e insurrecionales de la Revolución de 1789. En 1791 fue promulgada la célebre Ley de Le Chapelier, dirigida contra los gremios y encaminada a poner trabas al asociacionismo obrero. Para burlar la ley, los obreros fundaron sociedades mutualistas y de previsión. Entre 1831 y 1834 se produjeron un gran número de huelgas en todo el país. En Lyon, los obreros del ramo de la seda se adueñaron por algún tiempo de la ciudad. En 1840, 40.000 obreros parisinos se declaraban en huelga. En junio de 1848, los obreros volvieron a levantar barricadas para luchar contra la burguesía. El fracaso de la insurrección abrió el camino para la dictadura de Napoleón III. El monarca persiguió al sindicalismo revolucionario pero permitió y fomentó incluso las sociedades de socorros mutuos. A causa del atraso industrial del país, el movimieinto obrero español se desarrolló más lentamente que en Inglaterra y Francia. Sus priimeros brotes tuvieron lugar en Cataluña, la región más industrializada. En 1840, Juan Muns fundó en Barcelona la Asociación Mutua de obreros de la industria algodonera. Con pocas excepciones, las sociedades obreras eran consideradas como ilegales. En esencia no pudieron gozar de libertad asociativa hasta el derrocamiento de la dinastía borbónica y el estallido de la revolución de septiembre de 1868. Las ideologías emancipativas El siglo XIX es también el período histórico en el que se gestan las teorías e ideologías de liberación que van a servir de guía a las clases trabajadoras en su lucha contra la hegemonía capitalista-burguesa. Esta aportación intelectual se inicia con la obra de Saint-Simon y Charles Fourier, partidarios de lo que Marx y Engels calificarán, en nombre del supuesto "socialismo cientfíico" que se adjudican a sí mismos, de "socialismo utópico". El conde de Saint-Simon fue ante todo el teórico de la clase industrial, compuesta según él de todas las personas que prestan un servicio útil a la sociedad, y que oponía a los estratos parasitarios que viven del trabajo ajeno, como los políticos, los militares y los burócratas. Saint-Simon era todo lo contrario de un pensador revolucionario, pero tuvo la lucidez de comprender que el fin de una sociedad racional es el de sustituir la explotación del hombre por el hombre por la simple administración de las cosas, una visión con la que anticipó literalmente las propias posiciones del marxismo y del socialismo en general. "En el estado actual de las luces – escribía en su obra "Du système industriel"- lo que necesita la nación no es ser gobernada, sino administrada". Fourier parte del supuesto de que la historia del género humano está regida por la Providencia divina. En la naturaleza reina la ley de la atracción y la armonía; en la sociedad, por el contrario, el desorden y la desarmonía. Este mal procede de la incapacidad de la civilización burguesa para canalizar en sentido positivo las pasiones e instintos del hombre. Para que el hombre sea feliz es necesario fomentar el espíritu asociativo y societario. El principio de competencia, base de la sociedad mercantil, conduce a la ruina de la mayor parte de fabricantes y obreros y engendra una aristocracia económica parasitaria que lo corrompe todo. Fourier anticipa a Proudhon y Marx al señalar que la riqueza de los estratos privilegiados crece a medida que aumenta la miseria de las clases productoras, denunciando en este contexto el colonialismo y el imperialismo: "La civilización se vuelve más odiosa al acercarse a su caída", escribirá proféticamente en su obra "Théorie des quatre mouvements". La asociación ideal concebida por Fourier es el falansterio o falange. Se trata de comunidades compuestas de unas 1.500 personas de ambos sexos. A pesar de sus extravagancias formales, Fourier fue un gran reformador y visionario social. Sus agudos análisis sobre los instintos humanos y las leyes sociales no han sido superados por ninguno de sus contemporáneos o seguidores. Toda la teoría marcusiana sobre la sociedad norepresiva procede en rigor de sus enseñanzas. Entre los grandes reformadores sociales de las primeras décadas del siglo XIX figura Robert Owen. No era sólo un teórico, sino también un hombre de acción. En su calidad de gerente de las factorías de New Lanark –que daban trabajo a 1.800 obreros- redujo la jornada laboral a diez horas diarias, fundó escuelas para niños y erradicó la embriaguez. Anualmente acudían a New Lanark miles de personas para admirar in situ su obra filantrópica y pedagógica. Owen concedía una gran importancia a la educación y creía que el niño, al venir al mundo, es una tabula rasa que se puede modelar a gusto del educador. "Los hombres son y serán siempre lo que se haga de ellos en su infancia y su niñez", afirmará en sus escritos. Nuevas utopías Tras la implantación de la monarquía de Luis Felipe en Francia, en 1830, surgieron un gran número de utopías y concepciones sociales de signo pacifista y legalista. Pierre Leroux quería impulsar la solidaridad social a través de la fundación de pequeñas cooperativas. El médico Buchez propagó en la revista "Atelier" una síntesis entre catolicismo y socialismo. Constantino Pecqueur, ex saintsimoniano y ex fourierista, postuló un socialismo estatal con un fondo cristiano. En la misma línea cristiano-socialista se movía el sacerdote Lammenais, que en su libro "Palabras de un creyente" escribiría: "Todos nacen iguales; nadie nace con el derecho a mandar". Víctor Considerant, principal discípulo de Fourier y partidario de la asociación voluntaria, dijo en su obra "Destinée sociale": "La libertad será siempre una palabra vacía de sentido mientras el pueblo no haya conquistado el bienestar". Etienne Cabet gozó en su tiempo de una gran popularidad por su libro "Viaje a Icaria", en el que se declaraba partidario de un comunismo nutrido de tesis cristianas "El cristianismo es la fraternidad, el verdadero comunismo", escribiría. En la misma línea comunista hay que situar a Teodoro Dézamy, conocido por su obra "Código de la comunidad". La literatura social que acabamos de resumir muy sucintamente puede darse por conluída con Louis Blanc, un teórico de segunda fila que en la revolución de 1848 obtuvo una gran audiencia con su consigna de "derecho al trabajo" y la creación de "talleres nacionales" para resolver el problema del paro. Sólo queda añadir que hasta finales del siglo siguieron publicándose utopías sociales de todo género, entre las que cabe mencionar la obra del inglés William Morris "News from Nowhere" (Noticias de ninguna parte) y la novela utópica "Looking Backward" del norteamericano Edward Bellamy. El blanquismo La instauración de la monarquía de Luis Felipe no condujo solamente al surgimiento del socialismo pacifista que acabamos de describir. Mientras los discípulos de Saint-Simon y Fourier se entregaban a sus sueños de redención social, otros hombres, más impacientes y enérgicos, empezaron a fundar sociedades secretas con el objeto de derribar el orden reinante con métodos revolucionarios y conspirativos. El hombre que mejor simbolizaría esta nueva fase histórica sería Augusto Blanqui. Baste señalar que a causa de sus actividades subversivas tuvo que pasar 35 años en la cárcel. Durante su cautiverio elaboró un esquema político basado en la dictadura provisional de la clase obrera dirigida por una minoría revolucionaria. Era una concepción que había cautivado ya a Babeuf y que Marx y Engels preconizarían más tarde bajo el nombre de "dictadura del proletariado". Su modelo insurreccional, conocido por el nombre de "blanquismo", influenció no sólo a Marx y Engels, sino sobre todo a Bakunin, Lenin y Trotsky. En cambio fue rechazado por las corrientes proudhonianas del movimiento obrero por su carácter elitista. Guillermo Weitling y el comunismo alemán El primer teórico del comunismo alemán fue Guillermo Weitling, oficial de sastre y presidente de la "Liga de los Justos", en nombre de la cual publicó un manifiesto titulado "La humanidad como es y cómo debiera ser". Rompiendo con el socialismo pacifista, declaraba: "No creais que vais a alcanzar algo negociando con vuestros enemigos(...) Vuestra esperanza radica sólo en vuestra espada (...) Es una triste experiencia que la verdad tiene que abrirse camino con la sangre". En 1842 aparece su obra central "Garantías de la armonía y de la libertad", que despertaría el entusiasmo de los obreros de habla alemana y de intelectuales como Ludwig Feuerbach y el propio Marx, que en el "Vorwärts" de París escribía: "¿Dónde podría mostrar la burguesía alemana –incluídos sus filósofos y eruditosuna obra como la de Weitling?". Weitling influyó no sólo al joven Marx, sino también a Bakunin al escribir en su obra "Garantías de la armonía y la libertad": "Destruyamos, destruyamos sin cesar los viejos armatostes y viejos andamios, destruyamos todo nuevo fundamento que esconda todavía un resto del viejo mal". En 1843 publicó "El evangelio de un pobre pecador", su úlltima obra importante, en la que intentaba adjudicar una dimensión comunista a la figura de Jesucristo. Tres años más tarde se produjo su ruptura definitiva con Marx a causa de sus divergencias doctrinales y estratégicas. Weitling era partidario de la implantantación inmediata del comunismo, Marx opinaba que el proletariado tenía que aceptar primero el dominio de la burguesía capitalista. El cartismo De la misma manera que en Francia el socialismo utópico fue reemplazado por el blanquismo, en Inglaterra las enseñaanzas de Owen y el cooperativismo dieron pronto paso al movimiento del cartismo, que marca la transición del compromiso filantrópico a la lucha militante y clasista. Carlyle escribiría al respecto: "Estos carlistas son nuestra Revolución Francesa". El cartismo tuvo sus orígenes en la fundación, en 1838, de la "Working Men's Association", una pequeña organización obrera londinense que se convirtió en la plataforma de la vanguardia del movimiento obrero británico. Los líderes de esta organización, unidos a un grupo de diputados radicales, publicaron un manifiesto titulado "People's Charter" exigiendo la introducción del sufragio universal y la protección contra la explotación económica. El objetivo central dell movimiento cartista era el de conquistar el poder político para transformar la sociedad en beneficio de la clase obrera. Aunque la mayoría de sus líderes –como O'Connor y Lovett- eran partidarios de la "fuerza moral" y no de la fuerza física, los cartistas lucharon encarnizadamente contra las clases privilegiadas, no vacilando recurrir a la huelga y a las manifestaciones de masas. Este espíritu de lucha, encarnado sobre todo por Ernest Jones y el ala radical, convirtió el cartismo en el primer movimiento obrero basado realmente en la autonomía y en el concepto de clase de los trabajadores. El anarquismo Una de las corrientes ideológicas que a partir de mediados del siglo XIX ejercerían una notable influencia sobre el movimiento obrero fue el anarquismo. Como doctrina coherente, el anarquismo encuentra su primera expresión en William Godwin, cuya obra "Inquiring Concerning Political Justice", aparecida en 1793, constituye una anticipación de algunas de las ideas-fuerza que más tarde se convertirán en acervo común del movimiento libertario. La tesis central del teórico inglés es la de que los gobiernos son el producto de la injusticia y la violencia reinantes en la sociedad, y que una vez suprimidas ambas anomalías, las instituciones gubernamentales perderán su razón de ser. Godwin se oponía también a los partidos políticos, en los que veía una fuente de demagogia y bajas pasiones. La columna vertebral del pensamiento oweniano es el concepto de self determination, que él interpretaba como el corolario lógico del amor del hombre a la libertad. Como forma de organización postulaba el municipalismo y las pequeñas comunidades agrarias y artesanas. El hombre destinado a dar al anarquismo una proyección popular fue Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865). Sus libros condujeron a la fundación de los primeros núcleos obreros anarquistas, aunque el nombre adoptado por ellos fuese preferentemente el de mutualistas. El proudhonismo echó raíces no sólo en Francia, sino también en otros países, especialmente en el nuestro. La fama y la popularidad de Proudhon se inició con su libro "¿Qué es la propiedad?", pregunta a la que respondió fulminantemente con la afirmación de que la propiedad es el robo. Para Proudhon la alternativa era clara: "Es necesario o que la sociedad muera o que mate a la propiedad". Proudhon proponía la sustitución de la propiedad por la posesión, que consideraba como moralmente legítima y como garantía de libertad. En sus obras posteriores, no hizo más que ampliar y sistematizar las tesis contenidas en su primer libro. Ello reza también para su obra principal "Système des contradictions économiques ou philosophie de la misére", aparecida en 1846. Proudhon rechazaba el comunismo y postulaba un modelo de sociedad basado en la cooperación voluntaria de los diversos sectores sociales bajo el denominador común de mutualismo. Por encima de todo valoraba la libertad individual, que constiyue el eje central de su anarquismo: "Renunciar a la libertad sería renunciar a la condición de hombre", escribiría. El anarquismo tanto teórico como militante adquiere una nueva dimensión cualitativa con la aparición en el escenario histórico del revolucionario ruso Miguel Bakunin, familiarizado desde joven con las luchas de barricadas y las cárceles zaristas y austríacas. Bakunin y Proudhon se conocieron en París poco antes de la revolución de 1848. Años antes había conocido también a los comunistas Mosés Hess, Guillermo Weitling y Carlos Marx, su futuro gran enemigo. En un texto publicado durante su época de estudiante de filosofía en Berlín formuló la consigna que más tarde se haría famosa: "El goce de la destrucción es también un goce creador". Aunque simpatizaba con Guillermo Weitling, ya en 1843 publicó en Suiza su primera crítica al comunismo autoritario. En 1864 fundó en Italia la Alianza de la Democracia Social, trasformada más tarde en Alianza de los Socialistas Revolucionarios y conocida generalmente por el nombre de Fraternidad Internacional. Se trataba de una sociedad secreta de estructura carbonaria y conspirativa que Bakunin quería convertir en una especie de estado mayor de la revolución europea pero que constituye en realidad el rasgo más discutible e inaceptable de su doctrina. A raíz de celebrarse en 1868 el Congreso de la Paz y la Libertad, pronunció un discurso que equivalía a una declaración de principios: "Yo detesto el comunismo porque es la negación de la libertad, y no puedo concebir nada humano sin la libertad". Una de las últimas grandes figuras del anarquismo mundial fue el etnólogo y príncipe ruso Pedro Alejandro Kropotkin. Partidario durante varios años de la "revolución permanente por medio de la palabra hablada y escrita, del puñal y la dinamita" –como escribiría en la revista "Le révolté" en 1880-, evolucionó más tarde hacia un mutualismo radical basado en las necesidades personales o familiares de cada obrero y no en la remuneración por su rendimiento productivo. Detrás del comunismo libertario de Kropotkin se hallaba su concepción optimista del hombre y de la historia, concepción que expuso sobre todo en su obra "La ayuda mutua", en la que enfrentándose al determinismo socialdarwinista del célebre científico inglés Thomas Huxley, intentaba demostrar que el instinto de solidaridad está, en los animales y en las personas, tan desarrollado como el instinto de destrucción. Kropotkin postulaba un comunismo integral, pero huelga decir que su visión de la sociedad del futuro no tenía nada que ver con el comunismo marxista, que consideraba, con plena razón, como burgués y autoritario. En un mensaje dirigido el 10 de junio de 1920 a los trabajadores occidentales, decía: "En Rusia aprendemos cómo no debe hacerse una revolcuión". El marxismo La doctrina elaborada por Carlos Marx se desarrolló muy pronto en estrecha colaboración con Federico Engels, hijo de un fabricante alemán residente en Manchester. Aunque ambos se ufanaban de su formación dialéctica, partían de una concepción determinista y ascendente de la historia, un rasgo de su obra que heredaron de la filosofía Hegel y de la Ilustración burguesa en su conjunto. En este contexto creían a pies juntillas que el paso de la sociedad de clases capitalista a la sociedad sin clases del comunismo se produciría con la irreversibilidad de un proceso natural, como afirmaría Marx en "El capital", obra que escribió con la "Lógica" de Hegel en la mano. A este determinismo pertenecía la tesis de que la revolución proletaria no podía triunfar antes del pleno desarrrollo del sistema capitalista, tesis que convertía a Marx en apologeta implícito e indirecto de la misma ideología capitalista que combatía, como señalaría con gran lucidez Albert Camus en su libro "L'homme révolté". En sus "Grundrisse" (Prolegómonos) ensalzaría, en efecto, "la función civilizadora del capital", y en su vil panfleto contra Proudhon, "Miseria de la filosofía" no vaciló en calificar la esclavitud imperante en los Estados Unidos como un signo de progreso. En contra de toda la literatura hagiográfica surgida en torno a Marx, la historia se encargaría de desmentir rotundamente sus principales dogmas y profecías, empezando por su convicción de que el comunismo se implantaría primero en los países económicamente más avanzados. Lo mismo reza para su idea fija de que el desarrollo del capitalismo conduciría al declive de la clase media, que desde hace un siglo es en realidad el sector social que dirige la estructura económica, técnica y cultural de la sociedad. El internacionalismo obrero La primera inciativa para crear una plataforma obrera transnacional partió del carpintero inglés William Levett, cartista y secretario del Trade Council de Londres. En 1838 dirigió un llamamiento a los trabajadores del continente subrayando la necesidad de unirse. En 1843, Flora Tristán publicó en París el opúsculo "L'Union Ouvrière", en el que proponía la fundación de una organización obrera internacional. En 1862, obreros ingleses, franceses y alemanes se reunieron en Londres para dar forma concreta al internacionalismo latente en las filas del proletariado europeo. Esta iniciativa condujo, en efecto, a la fundación en Londres, el 28 de septiembre de 1864, de la Asociación Internacional de Trabajadores, cuyo lema central (formulado por Carlos Marx) rezaba: "La emancipación de los trabajadores tiene que ser la obra de los trabajadores mismos". Como sede de la AIT se eligió la capital inglesa. La AIT se convirtió pronto en un semillero de disputas ideológicas, principalmente entre los partidarios de Marx/Engels y los de Proudhon y Bakunin. A pesar de que las secciones y federaciones más importantes de la AIT era de tendencia anarquista, Marx y Engels lograron, por medio de intrigas, campañas de difamación y mandatos falsos, imponer en 1872 la expulsión de Bakunin. Trasladada a América por decisión de Marx, la Internacional dejó de existir en 1876. Los anarquistas siguen considerándose como sus legítimos herederos. La Internacional en España En España, la AIT se bifurcó pronto en dos bandos opuestos. El primero surgió por iniciativa de Giuseppe Fanelli, envíado por Bakunin a nuestro país para propagar sus ideas. El emisario del revolucionario ruso se reunió en Madrid con un grupo de obreros en el domicilio de José Rubau Donadeu. De este encuentro quedó constituído un núcleo de militantes del que nacería más adelante la sección de los internancionalistas madrileños. Fanelli se trasladó también a Barcelona, pero los trabajadores catalanes habían fundado ya por su cuenta, en diciembre de 1868, el Centro Federal de las Sociedades Obreras. En un congreso celebrado en Barcelona el 18 de junio de 1870 por los internacionalistas españoles, se fundó la Rama Española de la Asociación Internacl de Trabajadores, esto es, la federación española de la AIT. Marx y Engels habían prestado al principio poca atención a la rama española de la AIT. Al darse cuenta de que los internacionalistas españoles se identificaban en su mayoría con las ideas anarquistas, delegaron a España al yerno de Marx, Pablo Lafargue, para minar el terreno a los seguidores de Proudhon y Bakunin. El emisario de Marx/Engels logró atraer a su bando a los internacionalistas madrileños José Mesa y Francisco Mora, que se convirtieron en celosos apologetas del marxismo. El 7 de junio de 1872, Mesa, Mora y un puñado de adictos fundaron en Madrid una nueva sección española de la AIT, iniciándose así el proceso de escisión del movimiento obrero español. Asociacionismo internacional El fracaso de la Primera Internacional no impidió que los obreros y sus representantes sindicales y políticos siguieran celebrando congresos y conferencias internacionales. En julio de 1889 tuvo lugar en París un congreso socialista, en el que se fundó la Internacional Socialista o Segunda Internacional. Uno de sus acuerdos fue el de proclamar el primero de mayo como fiesta internacional del trabajo, decisión con la que se rendía homenaje a los cinco obreros anarquistas –llamados "mártires de Chicago"- que en 1886 fueron fusilados por haber organizado una huelga general reivindicando la jornada laboral de ocho horas. En agosto de 1901 se celebró en Copenhague una ccnferencia obrera internacional que sentó las bases para la fundación de la Federación Sindical Internacional, que existiría hasta 1945. Esta nueva plataforma internacional estuvo dominada hasta el estallido de la I Guerra Mundial por el sindicalismo reformista y socialdemócrata de los alemanes. En 1919 y dentro del marco de la Conferencia de la Paz se creó la Conferencia Internacional del Trabajo (OIT), cuyo objetivo básico era el de elaborar y hacer prevalecer una legislación laboral a nivel internacional, uno de los tantos objetivos del sindicalismo oficial y burócratico que nunca se ha cumplido, como demuestra el estado de esclavitud y de opresión en que vive una gran parte de la mano de obra del mundo. La Comuna El obrerismo no se limitó naturalmente a crear organismos burocráticos de dudosa utillidad, sino que siguió luchando contra las injusticias del capitalismo y del poder político establecido. El primer gran ejemplo de esta lucha fue la Comuna de París proclamada por los obreros franceses como respuesta a la guerra franco-prusiana y al armisticio firmado el 28 de enero de 1871 entre J. Fabre y el canciller Bismarck, con el que se sellaba la capitulación de Francia ante la invasión alemana. El movimiento insurreccional de la Comuna se inició el 18 de marzo y se extendió en seguida a las principales capitales de provincias. Absorbida por el acuciante problema de sobrevivir militarmente al cerco de Versailles –cuartel general de la Francia oficial y capitulante-, no tuvo ocasión de llevar a laa práctica sus ideales sociales, pero lo poco que logró realizar estuvo inspirado en el espíritu mutualista de Proudhon. La historiografía comunista no se ha cansado de recordar el texto encomiástico que tras el aplastamiento de la Comuna Marx dedicó a sus heroes, pero ha silenciado que él y Engels deseaban, por motivos tanto ideológicos como nacionalistas, la derrota de Francia y de las ideas de Proudhon, como demuestra sin ningún asomo de duda la cínica carta que Marx escribió a su amigo y correligionario durante la guerra franco-prusiana: "Francia necesita una paliza. Si los prusianos vencen, la centralización del poder del Estado será útil a la centralización de la clase obrera alemana; por otra parte, la preponderancia alemana trasladará el centro de gravedad del movimiento obrero de la Europa occidental, de Francia a Alemania(...) La hegemonía, en el teatro mundial, del proletariado alemán sobre el francés significará al mismo tiempo la preponderancia de nuestra teoría sobre la de Proudhon". Radicalmente distinta fue la actitud de Bakunin. Aparte de dirigirse rápidamente a Lyon para participar personalmente en la insurrección de los comuneros franceses, escribió también muchas cartas denunciando el imperialismo alemán y exhortando a los obreros franceses a que se rebelaran contra los invasores. En su opúsculo "Cartas a un francés sobre la crisis actual" escribía proféticamente: "Los cinco o seiscientos mil soldados alemanes que en estos momentos estrangulan a Francia son los enemigos más feroces del proletariado (...) Recibiéndoles pacíficamente, los obreros franceses traicionarían la causa del proletariado mundial". Terrorismo y sindicalismo La derrota de la Comuna y la disolución de la Asociación Internacional de Trabajadores dio paso a una fase histórica caracterizada por la confusión ideológica y la división del movimiento obrero en sectores irreconciliables. Esta crisis de identidad afectó principalmente a los núcleos libertarios. Alejándose del mutualismo de Proudhon y de los métodos de lucha genuinamente obreros, muchos de sus figuras más representativas se decidieron por la opción que vino a llamarse finalmente "propagnada por el hecho", eufemismo detrás del cual se escondía la apología abierta del terror como instrumento de liberación. La nueva línea fue aprobada en un congreso celebrado en Londres el verano de 1881 y condujo a una larga serie de atentados contra monarcas y personalidades políticas, especialmente en Francia, España, Italia y Rusia. Con plena razón, estos actos despertaron la indignación de la opinión pública y desprestigiaron al anarquismo. Aparte de su carácter inhumano e inmoral, el empleo de la bomba y la pistola como estrategia para derrocar a la burguesía significaba una ruptura abierta con las tradiciones colectivistas del movimiento obrero y su sustitución por una concepción elitista de la lucha de clases basada en el "heroísmo" o "martirologio" personal de una vanguardia que se arrogaba el derecho de actuar en nombre de las masas trabajadoras. Èste fue el caso de los "héroes activos" de la "Voluntad Popular"(Narodnaia Wolia) rusa que a partir del atentado contra el zar Alejandro II en 1881 desencadenaron una ola de terror que se prolongaría hasta bien entrado el siglo XX. En la última década del siglo XIX se inició el retorno a los métodos de lucha genuinamente obreros, un proceso inseparable del nombre de Fernand Pelloutier. Procedente de las filas del socialismo francés, dejó de creer pronto en la praxis de la lucha política legal y fundó con Aristides Briand y otros amigos las "Bolsas de Trabajo", embrión de los futuros sindicatos. En este contexto elaboró y dio a conocer su concepción de la huelga general, en la que veía el modus operandi más idóneo para enfrentarse a la prepotencia capitalista y sus secuaces políticos. En un congreso celebrado en Nantes en septiembre de 1894 por la Federación de Sindicatos, los delegados rechazaron las tesis del socialista Jules Guesde y se pronunciaron por la táctica puramente sindicalista propugnada por la Federación de las Bolsas de Trabajo. Pelloutier murió en 1901 pero por estas fechas estaba ya en marcha la consolidación del sindicalismo revolucionario concebido por él. Un paso importante en este sentido fue la fundación de la Confédération Général du Travail. Sin ser plenamente ácrata, la CGT adoptó una línea reivindicativa que convergía con la concepción del obrerismo libertario: abstencionismo político, independencia sindical frente al Estado y los partidos políticos y confrontación con el empresariado a través de la acción económica directa. El nuevo paradigna anarcosindicalista adquirió carta de naturaleza con la publicación de la "Carta de Amiens" en 1906, que serviría de orientación a la fundación, en 1910, de la Confederación Nacional del Trabajo en España. Al auge anarcosincalista contribuyó también la labor teórica del ingeniero de caminos Georges Sorel, especialmente con su libro "Réflexions sur la violence", en el que recogiendo la idea de Fernand Pelloutier sobre la huelga general, postulaba el derrumbamiento de la burguesía por medio de la violencia obrera, tesis que, por desgracia, sería utilizada más tarde por Mussolini para implantar su fascismo en Italia. Politización del obrerismo Los acontecimientos que acabamos de describir coinciden, en el espacio y el tiempo, con la fundación de partidos políticos obreros, una opción que Marx y Engels habían postulado en el seno de la Asociación Internacional de Trabajadores frente a los partidarios de Proudhon y de Bakunin. El primer partido obrero socialista del continente fue fundado en Leipzig por el abogado Ferdinand Lassalle en 1863 bajo el nombre de Asociación General de Trabajadores. Lassalle conocía a Marx desde los tiempos de la Liga de los Justos, pero no compartía sus ideas y confiaba más en el sufragio universal y en un socialismo legal que en la dictadura del proletariado. Pero fallecido en 1864 en un duelo, el partido fundado por él fue absorbido en 1875 (congreso de Gotha) por el Partido Socialdemócrata Alemán fundado en 1869 en Eisenach por Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht, ambos marxistas. El SPD pasó a convertirse en la fuerza política de más peso dentro de la II Internacional. En Francia, Jules Guesde, un periodista mitad jacobino y mitad anarquista convertido más tarde al marxismo, fundó en Le Havre en 1880 el "Parti Ouvrier", cuyo programa fue redactado personalmente por Marx y Engels en Londres. El Partido Obrero francés no tuvo ni de lejos la importancia cuantitativa que alcanzó pronto en Alemania, entre otras cosas porque todo el mundo sabía que Jules Guesde era un títere de sus idolatrados maestros alemanes. Tampoco el Partido Socialista Obrero Español, fundado en Madrid el dos de mayo de 1879 por un grupo de obreros, logró convertrise en un partido de masas, lo que explica que el PSOE tuviera que esperar hasta 1910 para obtener su primer escaño de diputado en la figura de Pablo Iglesias. En 1893, los líderes sindicales ingleses fundaron en Bradford el Independent Labour Party, del que saldría siete años más tarde el Comité de Representación Laborista, embrión a su vez del futuro Labour Party, que en las elecciones de 1918 obtuvo 61 escaños parlamentarios. A diferencia del Partido Laborista inglés, el Socialist Labour Party fundado en 1874 en Norteamérica pasó pronto a mejor vida. La subordinación del movimiento obrero y sindical a las directrices de sus representantes políticos en el Parlamentro consumó el alejamiento definitivo entre las corrientes anarcosindicalistas y socialdemócratas y socialistas, una división que debilitó naturalmente la acción común de las clases trabajadoras contra la burguesía capitalista. Pero tampoco en el ámbito de los propios partidos socialistas y socialdemócratas faltaron las disputas y procesos negativos. Así, a principios del siglo XX, Eduardo Berstein alzó su voz para criticar las principales tesis de Marx sobre el colapso inevitable del capitalismo y a anunciar lo que pasaría a llamarse "revisionismo", respuesta a la ortodoxia marxista defendida por Karl Kautsky. Pero la socialdemocracia alemana perdió toda su credibilidad al apoyar en el Reichstag (Dieta imperial) los presupuestos de guerra solicitados por el gobierno del Emperador Guillermo II. El marxismo-leninismo Rusia, la patria de figuras revolucionarias de renombre mundial como Alejandro Herzen, Miguel Bakunin o el príncipe Kropotkin, había sido, desde principios del siglo XIX, escenario de grandes convulsiones sociales y políticas, pero carecía de la tradición obrera y sindicalista que había surgido en la Europa occidental. El rasgo central de la resistencia contra el zarismo había sido el conspiracionismo y la labor subversiva. Fue en medio de este ambiente traumatzado que el joven Vladimiro Ilitch Ullianov -Lenin para la historia- inició su lucha contra el zarismo. Marxista convencido desde sus tiempos de estudiante de Derecho, se adhirió en San Petersburgo a un grupo de intelectuales adictos a Plejanov, el padre del marxismo ruso, con el que siguió colaborando en la revista "Iskra", de la que pasó a ser director. En 1902 apareció su libro "¿Qué hacer?", en el que sentaba las bases teóricas para la creación de un partido político dirigido por revolucionarios profesionales y fuertemente centralizado. Al igual que su antiguo maestro e ídolo Kautsky, rechazaba el sindicalismo obrero como fuerza autónoma. En un congreso celebrado en Londres el verano de 1903 por los marxistas rusos, combatió las tendencias democráticas y abiertas de Martov y Axelrod, una crítica que provocó la histórica ruptura entre mencheviques y bolcheviques, esto es, entre los que estaban en minoría y los que detentaban la mayoría. El aparato interno de la fracción bolchevique en la que militaba Lenin era financiada con los fondos procedentes de los asaltos y atracos a mano armada realizados en Rusia bajo la dirección de Stalin, el futuro dictador. Al celebrarse en 1915 y 1916 las Conferencias de Zimmerwald y de Kiehntal, Lenin abogó por la transformación de la guerra internacional en una guerra entre burguesía y proletariado. Tras el estallido de la revolución rusa de febrero de 1917, abogó por la derrota del zarismo. El Estado Mayor alemán -con el que Lenin tenía contacto desde 1914- puso a su disposición un tren especial para poder regresar a su patria, viaje que hizo en compañía de otros exiliados rusos. El bolchevismo era en Ruisa un movimiento con poco arraigo popular, pero gracias a la habilidad estratégica de Trotski y otros dirigentes, el Partido logró en octubre de 1917 arrebatar el poder a Kerenski, un poder que desde el primer momento las huestes de LeninTrotski utilizaron para imponer una férrea dictadura sobre la nación y aplastar a sangre y fuego a todas las fuerzas que se oponían a este estado de cosas. Las primeras grandes víctimas de la dictadura bolchvique fueron los marinos y soldados de Kronstadt que en febrero de 1921 se alzaron en armas contra el nuevo régimen. El comunismo internacional A pesar de su carácter abiertamente totalitario, el régimen soviético tuvo una notable irradiación sobre el proletariado y no pocos intelectuales del continente, razón de que surgieran en casi todos los países partidos comunistas más o menos calcados del modelo ruso. La expansión del comunismo allende la Unión Soviética quedó bruscamente interrumpida por el advenimiento del fascismo europeo y afectó sobre todo al Partido Comunista alemán, el más fuerte y mejor organizado del continente. Stalin, que hasta este momento había combatido a los partidos socialdemócratas y socialistas como lacayos de la burguesía, les propuso en 1936 formar parte de la nueva estrategia concebida por él bajo el nombre de Frente Popular para hacer frente al nazifascismo, lo que no impidió que pocos meses después de terminada la guerra civil española firmara un pacto de no agresión con la Alemania hitleriana y tuviera buenas relaciones con la Italia de Mussolini. La intervención de Rusia en nuestra contienda fratricida no tuvo otro objeto que el de potenciar al partido comunista español –hasta entonces un partido sin masas- y boicotear la revolución colectivista puesta en marcha desde el estallido de la guerra por los libertarios, los socialistas de izquierda y el Partido Obrero de Unficación Marxista, adicto al trotskismo y crítico implacable del terror estaliniano. Aparte de la expansión del comunismo en Asia y otros puntos del planeta, el auge del comunismo europeo cobró nueva fuerza terminada la II Guerra Mundial, especialmente en Francia e Italia y, más tarde, en España. Pero tampoco en los países donde los comunistas lograron arraigarse pusieron fin a la hegemonía capitalista, sino que más bien contribuyeron a estabilizarla al dividir al movimiento obrero y calumniar a los partidos, sindicatos y corrientes de pensamiento que se oponían a sus manejos, una tarea que para ellos era incluso más importante que derrocar a la burguesía. Pero este maquiavelismo sistemático les costó finalmente un precio muy alto: el de su creciente desprestigio moral y su declive histórico, in1ciado ya mucho antes de que se produjera el derrumbamiento definitivo de la Unión Soviética y sus países satélites. Heleno Saña