Carlos Alberto Montaner

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Carlos Alberto Montaner
Escritor y Presidente de la Unión Liberal Cubana
Celebrado el 27 de Junio de 2007. Madrid
Con la colaboración de
Doña Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad de Madrid
Excelentísima señora Presidenta de la Asamblea de Madrid, Excelentísimo señor
Embajador de los Estados Unidos en España, Excelentísimo Señor Vicepresidente
Segundo, Consejeros del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Autoridades, querido y
admirado Carlos Alberto Montaner. Señoras y señores.
Hoy en este Fórum Europa de Nueva Economía, van a tener ustedes la suerte de escuchar
a Carlos Alberto Montaner. Y yo ya estoy teniendo el privilegio de presentárselo a todos
ustedes. La presentación realmente es innecesaria para cualquiera que en los últimos 40
años se haya preocupado por la libertad en Cuba. Pero si es verdad que esta presentación
me proporciona a mí la oportunidad, de hablar de Carlos Alberto, o lo que es lo mismo,
de hablar de Cuba y de la libertad.
Les decía que van a tener la suerte de escuchar a Carlos Alberto Montaner, y se lo decía
porque estoy convencida de que Carlos Alberto Montaner es una de las personas más
inteligentes, más lúcidas y más intelectualmente honestas, que he conocido a lo largo de
mi vida. Y además, Carlos Alberto es un escritor, que ahora comprobarán que también es
un orador, que siempre cultiva esa impagable cortesía con los lectores y con los oyentes,
que consiste en hacerse entender.
Y con una brillantez fuera de lo común, con una prosa clara y siempre ordenada, con un
afán admirable, un afán didáctico admirable, todas sus intervenciones, sus discursos, sus
artículos y sus libros, Carlos Alberto Montaner, siempre procura que sean claridad, orden
y rigor expositivos. Y quiero resaltar que si hay claridad en sus exposiciones, eso se debe
a que en Carlos Alberto Montaner hay claridad en sus ideas. Y yo creo que eso es lo más
importante. Es decir, que da gusto oírle hablar, por lo que dice y por cómo lo dice.
Yo tengo que decir que conocí a Carlos Alberto a principios de los años 80. Hace más de
25 años, cuando aquí formamos el Comité por la libertad en Cuba. Yo creo que fui una de
las primeras españolas y madrileñas que apuntó a ir, y desde el partido en el que yo
militaba entonces, Unión Liberal, en la que di mis primeros pasos en política. Y lo que sí
les puedo decir es que, desde el primer momento supe, al conocer a Carlos Alberto, que
estaba ante un auténtico liberal. Un hombre profundamente convencido de que todas las
políticas que pueden traer el progreso y la prosperidad a los países, tienen que basarse en
la libertad, y tienen que tener la libertad como el eje, como el norte fundamental.
Pero además, yo me di cuenta que Carlos Alberto había llegado a ser un liberal, no a base
de leer a los clásicos, como me había pasado a mí, a Hayek, a Smith, o a Popper, no yo
me di cuenta que el pensamiento político ý económico de Carlos Alberto Montaner se
había forjado, siendo muy joven, en su propia experiencia personal. Porque nacer en la
Cuba de los años 40, le enseñó a Calos Alberto a rebelarse contra la injusticia y contra los
privilegios.
Y un liberal siempre tiene que aspirar a acabar con toda injusticia y con todo privilegio.
Y tiene que buscar que todos tengan acceso a las mejores y a las mayores oportunidades.
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Y Carlos Alberto, a pesar de su juventud, creo que entonces tenía 16 años si no alguno
menos, ya se revelaba en los años 50 contra las arbitrariedades de la dictadura de Batista.
Y si ese espíritu rebelde y esas ansias de más justicia y de más oportunidades para todos,
fueron las que le llevaron a enfrentarse después con la revolución castrista. Esa
revolución que en el primer momento deslumbró a todo occidente, y que muy pronto se
convirtió en la peor caricatura del régimen soviético.
Carlos Alberto que era un rebelde allí, tuvo que exiliarse. Primero, en 1961 en Estados
Unidos, y después, desde 1970, en España. Y desde el exilio, Carlos Alberto ha
permanecido fiel a su rebeldía congénita, y ha continuado luchando día a día contra la
tiranía de Castro.
Luchando con el arma de la palabra, de la que yo estoy convencida de que es un
consumado maestro, como saben todos ustedes y como van a poder comprobar de nuevo
dentro de un momento.
Luchar contra las arbitrariedades de Batista, y sobre todo luchar contra la terrorífica
dictadura de Fidel Castro, es lo que ha hecho de Carlos Alberto Montaner un convencido
liberal. Y a pesar de la desesperación con la que todos los amantes de la libertad
contemplamos la perdurabilidad del régimen del tirano, Carlos Alberto es también
optimista.
Yo creo que su optimismo se fundamenta en su indestructible fe en la razón. En su
convencimiento de que al final se hará la luz y se acabará la pesadilla que los cubanos
viven desde hace ya 48 años, cinco meses y 26 días. Y quiero alegrarme, estoy segura en
nombre de todos ustedes, de que tengamos hoy aquí esta mañana entre nosotros, a Raúl
Rivero. Raúl que fue premio de la Comunidad de Madrid el año pasado, y que representa
la lucha contra la libertad, desde las cárceles cubanas. Raúl ha conseguido la libertad, y
está luchando por la libertad de sus compatriotas.
Yo creo que la existencia de un régimen dictatorial, asesino y anacrónico, que es una
vergüenza para todas las personas decentes del mundo libre, y al que todavía no hemos
sido capaces de derrotar, merece que grandes intelectuales como Raúl o como Carlos
Alberto, sigan luchando con la única arma de la palabra contra él.
Vamos a escuchar a Carlos Alberto, como lo va a hacer en su intervención de hoy.
Porque ustedes van a ver que él representa el equilibrio, la mesura, la moderación, y el
buen sentido a la hora de analizar el presente y sobre todo el futuro de Cuba. Y
escucharle siempre es recuperar la esperanza. La esperanza de que Cuba se convertirá
pronto en lo que todos tenemos que ser, un país libre y próspero.
Y ahora quisiera decir, para terminar, unas breves palabras acerca de la especial
responsabilidad que los españoles tenemos hacia la perla del Caribe. Sin duda, Cuba es
la república hispanoamericana más ligada a España. Fue la última en independizarse, y
son innumerables las familias españolas con abuelos o con antepasados cubanos.
Además, Cuba era en 1958 un país con muchas semejanzas con la España de entonces, en
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el desarrollo económico, por ejemplo. Hoy, las diferencias son abismales, no solamente
en la cuestión económica, sino también en la científica o en la cultural. Pero sobre todo
lo son en la libertad, que nosotros disfrutamos y que a los cubanos hoy les está vetada.
Hoy sabemos que España, y cuando digo España me refiero a muchos españoles, tengo
que decir que lamentablemente España o muchos españoles, no han luchado por la
libertad de Cuba como se tenía que haber luchado. Hoy puedo decirles que Cuba, para
mi modo de ver, la dictadura cubana, ha sido siempre el mejor test para medir el grado de
compromiso con la libertad, de los políticos desde luego, pero también de los escritores,
de los artistas, de los cineastas, de los pensadores, o de los intelectuales españoles.
Y en ese test, la nota que han sacado y que sacan muchos de esos políticos y de esos
intelectuales y pensadores españoles, no ha sido siempre todo lo buena que debía haber
sido.
Por lo tanto, a mí me gustaría esperar que todos los que en España todavía justifican,
cuando no apoyan, la tiranía castrista, dejen de hacerlo. Y que todo el mundo comprenda
que en este asunto de la libertad de los cubanos, no caben ni componendas, ni medias
tintas.
Por eso, señoras y señores, querido y admirado Carlos Alberto, creo que ahora todos
estamos deseando escuchar lo que tienes que decirnos sobre el futuro de una Cuba
democrática y en libertad. Estoy convencida de que en esa Cuba, de verdad libre, del
futuro, tu voz va a tener un lugar de privilegio. Y estoy convencida de que la sabiduría
que has acumulado a lo largo de estos años de exilio, va a ser un valor inapreciable para
la construcción de la Cuba próspera y libre que todos deseamos.
Y me gustaría que supieras que en vuestra lucha por la libertad, los cubanos me vais a
tener, desde luego a mí y creo que a todos los madrileños, siempre a vuestro lado.
Muchas gracias.
D. Carlos Alberto Montaner, Escritor y Presidente de la Unión Liberal Cubana
Percibo como gran un honor y un extraordinario respaldo a los demócratas cubanos que
esta charla sobre el futuro de Cuba sea presentada por mi admirada amiga Doña
Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid. No se trata, por
supuesto, de una circunstancia extraña: a lo largo de muchos años jamás nos han faltado
su mano amiga y su solidaridad. Ni siquiera cuando dar su apoyo podría haberle
acarreado cierto costo político, acaso porque el rasgo más notable de esta singular mujer
es su compromiso con los valores y principios por delante de cualquier consideración
política.
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Agradezco, además, al Foro Nueva Economía, a su presidente, Don José Luis Rodríguez,
y a las empresas patrocinadoras, que nos hayan prestado esta tribuna, una de las más
importantes de España, para debatir la posible evolución política y económica de Cuba
tras casi medio siglo de gobierno comunista.
La Profecía
Comienzo por profetizar un cambio radical y relativamente acelerado en Cuba tras la
muerte de Fidel Castro, y lo sustento en las siguientes cinco razones:
La autoridad en Cuba está organizada verticalmente y depende de Fidel Castro. Existen
las instituciones típicas calcadas del desaparecido modelo soviético, pero son sólo correas
de transmisión para ejecutar la voluntad del dictador. Es verdad que cuentan con una
figura de reemplazo, el general Raúl Castro, pero se trata de otro anciano de 76 años,
carente de liderazgo o de simpatías populares, dotado se rasgos psicológicos muy
diferentes a los de su hermano. En todo caso, ¿qué sucederá después de Raúl Castro,
quien acaba de enterrar a su esposa de toda una vida? Las dinastías ideológicas padecen
siempre una grave incapacidad para transmitir la autoridad ordenadamente.
Fidel deja como herencia política y como tarea revolucionaria un proyecto descabellado:
constituir un bloque junto a Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, más cualquier otro
personaje de esa cuerda política que se sume, con el objeto de conquistar, primero, a
América Latina, y luego al resto del planeta. El bloque, que dirigirá y ya financia Hugo
Chávez, es el sustituto de la URSS. La clase dirigente cubana ya experimentó esa fiebre
política durante 30 años, pagando por ella un altísimo costo, y no es probable que desee
volver a reeditar esa absurda aventura.
La cúpula dirigente, aunque no posee convicciones democráticas, a estas alturas tampoco
cree en las virtudes del colectivismo. Las familias que ocupan el poder están
desmoralizadas. El país es una ruina en el terreno material tras cincuenta años de
fracasos, y lo que más abunda entre los cuadros altos y medios son planes de reforma
invariablemente inclinados al mercado y la liberalización. Todo el mundo sabe que eso
fue lo que ensayaron China y Vietnam. Todos vieron que las tímidas reformas de los años
noventa, sugeridas por el socialista español Carlos Solchaga, un economista prudente,
produjeron efectos benéficos rápidamente, aunque muy limitados por la terquedad
colectivista e igualitarista de Fidel Castro. No obstante, esa tendencia reformista, aunque
muy mayoritaria, se mantiene oculta y paralizada porque Fidel es quien se opone a ella.
Existe una obvia salida de la crisis: el cambio, la reforma económica, la reconciliación
con Estados Unidos y la Unión Europea, y el consecuente abandono del delirante
proyecto “chavista”. Pero inevitablemente eso conduce a la democratización del país y a
la adopción de un modelo económico viable. Naturalmente, esto debe comenzar con la
liberación de los presos políticos, el respeto a los derechos humanos y la renuncia al
poder hegemónico del Partido Comunista. Sólo que, como se vio en Europa del Este, ese
cambio de régimen, en rigor, no entraña ningún peligro real para la actual clase dirigente.
Quienes pertenecen a ella han comprobado que hay vida, honores, seguridad y hasta
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regreso al poder si se reciclan dentro de las instituciones democráticas y están dispuestos
a admitir la participación de toda la sociedad en el diseño, control y manejo del país.
Por último, es muy importante la atmósfera histórica que existe en los Estados. El mundo,
con marchas y contramarchas, a diferentes ritmos, se mueve hacía la democracia plural y
el mercado. Es una tendencia imparable. Cuba no puede ser la excepción totalitaria y
colectivista en el planeta, permanentemente instalada en un modelo político que se nutre
de las polvorientas ideas marxistas, administradas por un estado minuciosamente
incompetente, copiado de la URSS de los años setenta.
El cambio
Una vez iniciado el proceso de cambio, si se hace con buen tino y mano firme, la Isla
puede dar en poco tiempo un salto tremendo hacia la prosperidad y el progreso en un
periodo no muy largo. Durante quince o veinte años consecutivos, contados a partir del
momento en que se inicie la reforma, el país puede crecer al ritmo promedio del 10 o
12% anual, con zonas aún de crecimiento más intenso, si quienes guían la transición
entienden lo que hay que hacer.
No va a faltar el capital financiero −dinero internacional público y privado−, y la Isla
cuenta con un excelente capital humano: ochocientos mil universitarios, entre quienes
abundan los ingenieros, médicos y técnicos medios. El capital financiero va a llegar en
grandes cantidades, principalmente desde Estados Unidos, nación muy interesada en
estabilizar la situación de la Isla para evitar el éxodo masivo y para contentar a la
influyente minoría cubano-americana, pero también desde Europa, y muy especialmente
de España, países en los que los empresarios más sagaces verán en la Isla una magnífica
oportunidad de hacer buenos negocios.
En todo caso, ¿qué significa actuar con buen tino y mano firme? Significa:
•
Primero, establecer un pacto social entre la mayor parte de los agentes
políticos dispuestos a la moderación y a la sensatez. Un acuerdo que
proporcione el sosiego y la estabilidad que demanda el momento.
•
Segundo, construir a toda marcha un marco jurídico que garantice las
inversiones y dé seguridades a la propiedad. Sin este prerrequisito, todo
esfuerzo es casi inútil.
•
Tercero, transferir a los cubanos la mayor parte de los activos en manos
del Estado (además de las viviendas en las que habitan), para que
masivamente se conviertan en propietarios de los medios de producción y
sientan que el cambio, realmente, les beneficia y les pertenece.
•
Cuarto, procurar alguna forma de compensación razonablemente justa a
quienes fueron violentamente privados de sus bienes, así como una suerte
de pago o acuerdo sobre la deuda internacional para restaurar el crédito del
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país, tener acceso a los mercados financieros y poder acudir en busca de
ayuda a organismos internacionales como el BID, el BM o el FMI.
•
Quinto, liberalizar rápidamente toda la economía, incluidos los precios, el
tipo de cambio, la tasa de intereses y las formas de contratación, mientras
se autorizan todas las transacciones comerciales legítimas.
•
Sexto, solicitar ayuda internacional masiva −y los fondos existen para
ello− con el objeto de paliar los efectos sobre los más indefensos −los
ancianos, los jubilados y los niños− del paso de la dictadura a la
democracia y del colectivismo al mercado y a la propiedad privada.
Es vital que, desde el momento mismo del inicio del cambio, la sociedad perciba y
confirme en los hechos que sus condiciones materiales de vida mejoran progresiva y
sostenidamente. Es esta experiencia positiva y no el debate teórico o el nocivo “pase de
cuenta” lo que legitimará el cambio y lo que cimentará las relaciones entre el pueblo y el
nuevo Estado que comenzará a gestarse. Hay que rechazar cualquier forma de
revanchismo o de regodeo en examinar el pasado. Lo importante es salvar el futuro. El
pasado ya no tiene remedio.
¿Qué tipo de sociedad queremos?
En esta nueva etapa que se avecina es muy importante saber adónde queremos llegar y
cuál es nuestra visión de futuro, panorama que acaso resulta fácil de precisar: Cuba debe
ser un país normal, en paz y armonía con el resto del mundo, parecido a esas treinta
naciones punteras que describe el “Índice de desarrollo Humano de Naciones Unidas”,
destino perfectamente alcanzable en el curso de una generación.
En general, se trata de Estados de derecho fundados sobre la idea de que la autoridad,
periódicamente renovada por medio de comicios trasparentes y plurales, radica en el seno
de la sociedad y se expresa por medio de instituciones neutrales reguladas por leyes que
no reconocen privilegios ni excepciones, y no por caudillos iluminados ni por grupos o
partidos que arbitrariamente se arrogan la representación colectiva. Estados, además, en
los que las transacciones se hacen dentro de un modelo económico regido por el mercado,
y en los que la propiedad privada se reconoce como uno de los derechos humanos
fundamentales porque sin su existencia, como se comprobó a lo largo del siglo XX, es
imposible el mantenimiento de las libertades o el logro de la prosperidad.
El régimen cubano afirma que, de producirse un cambio, el destino que les espera a los
cubanos, impuesto desde Estados Unidos, es el capitalismo de Haití, no el de España o
Bélgica, pero ésa es sólo una consigna alarmista concebida para sembrar la incertidumbre
y tratar de impedir las reformas. ¿Por qué Estados Unidos o la Unión Europea querrían
una Cuba empobrecida a la que habría que subsidiar permanentemente en vez de un país
rico con el que se pudieran realizar muchas transacciones mutuamente ventajosas?
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Es verdad que un país puede tener democracia, libertad y propiedad privada, y ser,
simultáneamente, un país muy pobre, injusto y con hirientes diferencias sociales, como
sucede en diversos países hispanoamericanos o en el mencionado Haití, pero ese triste
desempeño económico y esa falta de esperanzas no es el resultado de malvados designios
procedentes del exterior, como sostenían los apóstoles de la equivocada Teoría de la
Dependencia, o como hoy asegura Fidel Castro que les sucederá a los cubanos, sino es la
consecuencia de la irresponsable y a veces criminal actuación de las propias clases
dirigentes del país, combinada con una mentalidad social refractaria al progreso y al
desarrollo.
El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser mercantilista. Es decir, el gobierno no
podrá decidir quiénes son los favoritos a los que hay que enriquecer, ya sean nacionales y
extranjeros, y los factores con los que va a forjar una alianza de mutua conveniencia para
controlar las riquezas que se produzcan mediante el uso discriminatorio y abusivo del
poder.
El capitalismo que vendrá a Cuba no podrá ser oligárquico. Esto es, no será la nuestra un
tipo de sociedad en la que los grandes intereses económicos forjen una alianza para
colocar a los gobiernos y a los partidos políticos a su servicio en detrimento de las
necesidades generales de la sociedad.
El capitalismo que vendrá a Cuba no será el corporativismo socialista o fascistoide,
autárquico, ruinoso por el peso de las ineficientes empresas estatales, plagado de trabas
burocráticas, paralizado por normas inflexibles o por imposibles cargas tributarias,
enfrentado en estériles conflictos de clase artificialmente engendrados, que no consiguen
otra cosa que empobrecer a los pueblos.
El capitalismo que vendrá, el que llevaremos a Cuba, es el moderno, abierto, competitivo,
signado por la búsqueda de productividad, fuertemente integrado al resto del mundo
desarrollado. Un modelo de desarrollo capitalista en el que se estimule la incesante
creación de empresas que luchen limpiamente por cuotas de mercado mediante la calidad
y el precio de los bienes o los servicios que se oferten. Un capitalismo que no tenga como
atractivo la pobreza de su mano de obra, sino el alto nivel de productividad y la
complejidad técnica y científica de unos trabajadores cubanos, respetuosa y dignamente
tratados, dotados de derechos sindicales, capaces de alcanzar a cambio de su esfuerzo una
alta remuneración que les procure el modo de vida digno que se encuentra en esas treinta
naciones punteras a que hacíamos referencia. Nuestro modelo no es Haití: es Israel, es
Irlanda, es España, y existen condiciones humanas y económicas para lograr implantarlo.
La responsabilidad social corporativa
Esa definición del modelo económico a que aspiran los cubanos debe servir, también,
como un severo juicio crítico contra los precarios bolsones de economía semiprivada que
medran en la Cuba actual. Las inversiones extranjeras que existen en Cuba, que son las
que la dictadura autoriza y controla mediante la modalidad de empresas mixtas, no sirven
a los intereses de la sociedad cubana, sino contribuyen dolosamente a la supervivencia de
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la dictadura, y constituyen una expresión del peor capitalismo estatal mercantilista.
Mediante este modelo, el gobierno cubano, sin ocultar el asco que les merecen, elige a
unos dóciles inversionistas, guiados exclusivamente por el objetivo de obtener beneficios,
y dentro de esas empresas mixtas reproduce lo peor del modelo político totalitario: la
explotación inicua de los trabajadores, a los que se les confisca el noventa y cinco por
ciento de su salario mediante un tramposo cambio de moneda, más la represión política y
la falta de libertades que existen en el resto de las instituciones del país.
Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, no deben prestarse a esa
sórdida complicidad. No es verdad que con su presencia en Cuba aceleran un posible
cambio. Esa es una falaz excusa concebida para tratar de esconder una inocultable falta
de escrúpulos. Tampoco pueden escudarse en la supuesta indiferencia de los empresarios
ante las consecuencias políticas y sociales de sus actos, siempre que estén amparados por
la legitimidad oficial. Cuando la legitimidad oficial propaga los abusos, la discriminación
y el apartheid, vulnerando los derechos fundamentales de las personas, esa legitimidad se
extingue de jure, convirtiéndose en una norma inmoral de la que no debe servirse ninguna
empresa que comprenda y asuma lo que es la responsabilidad social corporativa.
Los empresarios serios, españoles o de cualquier otra latitud, tampoco deben sucumbir a
la superstición de que es conveniente estar en Cuba cuando se produzcan los cambios. Lo
sensato no es colaborar con la dictadura. Lo probable es que, quienes ya estén, tendrán
que enfrentarse a cuantiosas reclamaciones legales (y a probables responsabilidades
penales) por parte de los trabajadores que durante años han visto como en Cuba se violan
las reglas establecidas por la Organización Internacional del Trabajo, reglas a las que
tanto las empresas como el Estado cubano están obligados a someterse. Por otra parte, de
muy poco les servirá a esos empresarios estar en Cuba, inmoralmente posicionados, a la
espera de que surjan cambios, si a lo que aspiramos los cubanos es a instaurar en la Isla
un modelo de desarrollo capitalista fundado en la competencia y la ley, y no en el
compadrazgo, el mercantilismo o el contubernio entre los empresarios buscadores de
renta fácil y funcionarios venales dispuestos a concederla a cambio de alguna corruptela.
Es un notable error táctico y una falla moral muy censurable, indigna de cualquier
empresario moderno que se respete, participar en una repartición de privilegios
mercantilistas y en la asignación de monopolios, invirtiendo en un coto cerrado en el que
la población carece de mecanismos de defensa legal. Las sociedades verdaderamente
prósperas, y en donde se hacen los mejores y más transparentes negocios, son aquellas en
las que todos los agentes económicos que se lo propongan, y no los elegidos por una
dictadura, pueden participar y competir libremente en el mercado.
El final
Se acerca el final del totalitarismo en Cuba. Cuando llegue, las oportunidades de ganar
dinero legítima y decentemente serán extraordinarias. El país necesitará revitalizar
rápidamente su dilapidada infraestructura material, demolida tras medio siglo de incuria
colectivista, y eso requerirá miles de millones de dólares de inversión. El país, en su
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momento, será una formidable plataforma exportadora a Estados Unidos y un destino
preferido de decenas de miles de jubilados y de millones de turistas norteamericanos. Los
cubano-americanos, por su parte, constituirán una poderosa locomotora empresarial que
vinculará los intereses del sur de la Florida a los de la Isla, creando muy rápidamente un
próspero espacio económico del que se podrá aprovechar, entonces sí legítimamente,
cualquier empresario instalado en la Isla.
Hace unos años, un exitoso empresario español que estuvo involucrado en la creación y
desarrollo de Puerto Banús, tras recorrer Cuba cuidadosamente en busca de posibles
marinas, me hizo la siguiente afirmación: “cambiaría gustoso todas mis inversiones en
España por las extraordinarias oportunidades que surgirán en Cuba cuando se produzca el
cambio”. Tenía razón: las oportunidades futuras, tras la llegada de la libertad, serán
enormes, y hoy, ahora, es el momento de comenzar a planear la instalación en Cuba de
las empresas que van a participar en ese momento mágico tan interesante como
potencialmente lucrativo.
Por último, es importante desterrar del análisis la idea absurda de que los “americanos se
van a apoderar de Cuba” cuando termine el comunismo en la Isla. No existe una
coordinación empresarial norteamericana donde anide esa fantástica mentalidad
conspirativa dedicada a la conquista ilegal de mercados, ni es así como funciona el
mundo económico moderno. Ésa es una visión antigua, propia de sociedades coloniales
que ya no existen sobre la faz de la tierra.
La economía cubana, sencillamente, se expandirá de manera progresiva con las empresas
que existen y con las que se creen, provengan de donde provengan. Unas serán cubanas y
otras extranjeras, lo que redundará en beneficio de todos, y muy especialmente de los
cubanos que verán multiplicarse sus fuentes de trabajo y observarán como aumentan
paulatinamente su salario y su poder adquisitivo. Una economía moderna,
verdaderamente competitiva y abierta, no es de ningún país en particular, y su rasgo
principal es que cualquiera productor puede participar en el proceso de crear riqueza para
su beneficio y de la colectividad.
De alguna manera, esa fue la forma en que José Martí describió la Cuba con que soñaba a
fines del siglo XIX: “con todos y para el bien de todos”. Esta vez lograremos ese noble
objetivo.
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