04 NACIONAL MIÉRCOLES 13 DE ABRIL DE 2011 juventud rebelde Días de Girón (II parte) La tarde del 17 de abril el Batallón de la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas se dispuso a entrar en combate en Playa Larga texto y foto LUIS RAÚL VÁZQUEZ MUÑOZ [email protected] CIEGO DE ÁVILA.— Era después del mediodía, y el Batallón de la Escuela Nacional de Responsables de Milicias llegó a Pálpite. Los aviones picaban en el caserío, aunque el primer ataque la unidad lo sufrió en la carretera. Rogelio Francia Recio lo vivió con 18 años. El B-26 pasó a siete metros de altura. Desde los camiones, los milicianos vieron el casco de color marfil del piloto y la sonrisa al decir adiós con la mano enguantada. A los dos minutos, convertido ya en recuerdo, pasó a todo tren y con fuego abierto de ametralladoras. Viró y volvió a atravesar la columna en tierra de la misma forma, hasta que se perdió en el cielo. Los demás ataques obligaron a una marcha a pie. Pero fue en Pálpite donde se desató el huracán. Uno gritó «¡Avión!» y unas columnas de plomo surgieron de la nada y en sucesión perfecta contra la carretera. Francia se lanzó detrás de unas filas de sacos de carbón. Al terminar, se descolgó por la cuneta. Acababa de recoger los pies, cuando un racimo de proyectiles pasó con furia por el lugar exacto donde estuvieron sus piernas. Después vino el silencio, los hombres empezaron a sacudirse el polvo y al instante detallaron el morro de un bombardero en picada frontal. Al comienzo pareció levitar, pero enseguida unos puntos rojos se desprendieron de las alas, y Francia sintió que alguien sacudía la tierra. «¡Prepárense, que ahí viene!», gritaron. Francia se apretó al suelo. Dijo: «Aguanta-aguanta-aguanta» y escuchó el silbido del viento entre los disparos de la artillería. «¿Qué pasa aquí?», murmuró, y miró al cielo en medio de la tranquilidad. Dos cazas, diminutos y de vuelo arisco, fueron en diagonal contra los aviones. Los bombarderos aletearon bañados por las trazadoras y se perdieron en el mar. El silencio retornó con el ruido apagado de los cañones y los hombres comenzaron a levantarse. Solo entonces descubrieron que Pálpite era una niebla de polvo blanco. BAJO LAS GRANADAS Ordenaron formarlos por compañías en el centro del caserío. Francia se apoyó en el fusil FAL y miró a los lados para ver quién faltaba. «Mataron a Argüelles», oyó. «¿Al de Comunicaciones?», murmuró. «A ese mismo», respondieron. En efecto, Claudio Argüelles Camejo, obrero del Ministerio de Comunicaciones, había llegado para morirse. El día 17 no tenía que estar en combate, sino camino a un congreso de obreros en Bulgaria. Pero al escuchar las noticias, viajó desde La Habana hasta el frente de guerra en busca de la Escuela. La encontró en la carretera de Playa Larga y siguió con ella hasta Pálpite. «Lo mataron al lado de la tienda», le explicaron a Francia. «Mataron a otros. Pero Argüelles fue el más jodido. Lo reventó un cohete». Otro miliciano abrió los ojos y murmuró: «Se lo acaban de llevar. Lo sacaron en camilla hecho dos trozos». Fidel junto a los restos del B-26 derribado en el central Australia. Foto: Archivo Un oficial gritó «¡Firmes!», y el director de las Escuela de Responsables de Milicias, el capitán José Ramón Fernández, avanzó con toda su estatura frente a la formación. Revisó las fuerzas y se dirigió con naturalidad al jefe de la tercera compañía, la de Francia: «Teniente Díaz, usted con su compañía: derecha, hacer contacto con el enemigo». Indicó que el batallón se dividiera en dos columnas y cada una ocupara un lado de la carretera. Los hombres se movieron con rapidez y se formaron a ambos lados del camino. Permanecieron en atención a la orden del jefe. El teniente Juan Alberto Díaz González, un hombre de carácter enérgico, irguió el pecho. «¡Arriba, mi gente!», gritó. «De frente… march». EL MISTERIO DE LA CIÉNAGA A medida que se internaban en la carretera, las explosiones se hicieron más fuertes. Varios metros delante y a los lados se alzaban unos remolinos de tierra o una cortina de fango mezclado con troncos de árboles. Francia aún recuerda el rostro de sus compañeros aquella tarde. Andaban a paso firme y grave, pero con una dosis de asombro ante el mundo que empezaban a descubrir. La mayoría apenas llegaba a los 25 años. Por lo tanto, tenían motivos para preguntarse por el misterio que andaba por la ciénaga. Miraban con asombro la ventolera de gajos y trozos de tierra que caía sobre ellos, y escuchaban el chillido de los proyectiles por encima de sus cabezas. A cada rato algo invisible atravesaba el bosque desflorando ramas y tallos, y luego se sentía un estruendo. La noche les cayó encima a la espera de los tanques de Managua. Por el cielo empezaron a ver unas flechas fosforescentes que se cruzaban silbando. Cerca de la medianoche, Francia sintió ruido de esteras. Pegó el oído al suelo y al instante sintieron unas vibraciones. «Teniente, escuche…», susurró. «Parece que se están moviendo tanques». El oficial comprobó el sonido. «Pasa la voz. Dile que hay tanques en el frente». Y lo vio hundirse en la negrura. Al poco tiempo, Francia regresó a rastras y sofocado. «Listo, teniente». El oficial permaneció encorvado y con la vista fija en la oscuridad. «Vamos a esperar», dijo. A los pocos minutos, dos T-34 se detuvieron al lado de ellos. El teniente Díaz se incorporó enardecido. «Adelante, que yo tengo gente guapa», ordenó. «¡Patria o Muerte sin echar para atrás! ¡Arriba!». Los hombres ocuparon posiciones en columnas detrás de cada oruga. El primer blindado avanzó con el andar entiesado de los escarabajos, encendió las luces y Díaz dijo: «Voy a apurar el tanque», y vieron su sombra caminar hacia la punta. Ya no se veía, cuando se escuchó el silbido de una bazuca. EL DOLOR DE UN HOMBRE El tanque dio un brinco ante el golpe del proyectil, y el cráneo de Díaz se fue bajo las esteras. Varias ametralladoras abrieron fuego y al momento la noche se perdió. El segundo tanque dio marcha atrás para corregir el tiro. Fue ahí cuando se escuchó el crujido de madera seca al partirse, y los hombres vieron al miliciano Fonseca, del segundo pelotón, con las piernas aplastadas bajo las 40 toneladas de hierro. Al frente, dos chorros de fuego, a ambos extremos de la oscuridad, dejaban escuchar el sonido de las ametralladoras y salían en abanico contra las posiciones del Batallón. La noche se había convertido en día por el relampagueo de las armas. Era una claridad metálica que bañaba con una luz fantasmal todos los objetos a la redonda. Antes no los podía ver, pero ahora Francia distinguía en detalle los cerrojos de los fusiles y las correas de combate de los milicianos. El primer tanque estaba al otro extremo, ladeado sobre el borde de la carretera. Rogelio Francia, integrante del Batallón de la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas. Parecía un gigantesco animal muerto con aquella iluminación parpadeando con insistencia en su estructura. Más atrás un hombre se revolcaba como si estuviera fulminado por un ataque de epilepsia. Otro había dado un brinco para quedarse inmóvil en el mismo lugar. Alguien gritó: «¡Tápate la cara, Francia, tápatela, que te van a matar!» Y vio el rostro de sus compañeros, brillando por el sudor y las luces de las trazadoras. Una pareja de soldados pasó por su lado en dirección a la retaguardia. En el medio arrastraban un bulto del que salían unos gemidos. Francia trató de avanzar unos metros con los talones y la cabeza bien pegados a la tierra, cuando sintió las suelas de unas botas casi encima de él. Tenían un movimiento errático y sin sentido. Subió por la cuneta para toparse con el cuerpo de Valdespino. Se retorcía con los dientes apretados. Las manos se raspaban contra el suelo y Francia se le prendió del pantalón. «¡Ay, coño!», le oyó gritar. Le había apretado el corte hecho por un proyectil calibre 50 a la altura de la rodilla. «Cálmate, que te vamos a sacar», le dijo. Otro miliciano también se había acercado. «Déjenme… déjenme tranquilo…», gimió. «Cállese la boca», le gritaron. Francia y el miliciano miraron alrededor. Las trazadoras pasaban por encima y parecían avispas en busca de dónde tirarse. Comenzaron a arrastrarlo poco a poco. Se hacía una pausa con los disparos y lo halaban más fuerte. En un momento los tiros se apagaron. «Ahora», gritó Francia y se encorvaron en el arrastre. «Dale… dale…», gruñó el otro miliciano. Las ametralladoras volvieron a sonar. Lo acostaron junto a otros heridos. Varios enfermeros de la Cruz Roja atornillaban los brazos y las piernas. Francia lo vio por última vez antes de regresar a la vanguardia. Le vio el rostro bañado por la fiebre, pero con una expresión de tranquilidad, y le dijo: «Te quedas aquí y no te muevas. ¿Entendido?». Valdespino dijo que sí, con cansancio. juventud rebelde MIÉRCOLES 13 DE ABRIL DE 2011 NACIONAL 05 El tiempo en la honda de David Por su trascendencia, JR reproduce la conferencia inaugural de la cátedra La cultura de hacer política, que aunará el empeño de prestigiosos historiadores, investigadores, educadores y martianos en general, con el objetivo de analizar los problemas actuales y proponer soluciones por JORGE JUAN LOZANO ROS* [email protected] EN la plaza de los grandes actos y desfiles se encuentra un hombre de mármol. El escultor lo concibió como imaginó el héroe a dos venezolanos que amó, a uno como padre, a otro como hermano mayor. En la Plaza de la Revolución, como el Libertador Simón Bolívar, está José Martí «sentado aún en la roca de crear» (OC: 8, 243), vestido «con túnica de apóstol» (OC: 8, 164) al igual que aquel socialista utópico que respondía al nombre de Cecilio Acosta. Pocas horas antes del comienzo de su primer combate, que le abrió las puertas de la inmortalidad, en una carta inconclusa, confesaba Martí el conocimiento que tenía del monstruo imperialista en sus entrañas, y su elección, como defensa, de la honda de David. ¿Cuál era el proyectil elegido para cargar aquella arma? Quince años antes, en el Liceo de Guanabacoa, en 1879, había concluido que «bien puede medirse la soberbia altura de la frente de Goliat por el tiempo que en llegar a ella tarde la piedra de David». (OC: 15, 95) al referirse al papel de la crítica como «ejercicio del criterio». Para argumentar: «criticar es amar: y aunque no lo fuera, no está en que iniciemos época favorable a la agitadora y dura crítica: que en las horas de riesgo y de combate cuando las penas de la lucha vienen y tintan el ánimo sereno, cuando no sobre firme tierra sino sobre arena movilísima, fresca a trechos y oscura, descansa el pie agitado, es ley suprema, urgente y salvadora la hermosa ley de amar» (OC: 15, 94). Es decir, la crítica, combata con las ideas o con las armas, tiene que estar inspirada en el amor cuya fórmula triunfante el Maestro definió en 1891: «con todos, para el bien de todos». En 1883, en el momento en que Martí se aleja de la crítica al socialismo utópico contenida en los Cuentos de hoy y mañana, de Rafael Castro Palomino, en su Foto: Roberto Morejón pensamiento el tiempo adquiere un carácter histórico, una connotación de época: «Se vino abajo el mundo viejo y es natural que se acumulen ahora, piedra a piedra, los materiales que han de reemplazarlo. Los hombres se dan en esto una prisa gloriosa (…) sucede que no alcanzan los hombres aún más que a presentar y bosquejar confusamente, en consecuencia de lo que tienen conocido, el resplandeciente mundo nuevo. Tras las épocas de fe vienen las de crítica» (OC: 22, 201-202). La sabiduría martiana nos indica que en las épocas de fe no puede faltar la crítica, como en las de crítica no puede faltar la fe, así se garantiza el poder ético del amor. En la época del surgimiento del capitalismo de los monopolios se acuñaba la frase «el tiempo es oro». Frente a esta perspectiva mercantilista Martí dota al mismo de una alta carga humanística. El dinero es incomparable con el tiempo, puesto que el primero puede perderse y después recuperarse, el segundo no. Del Apóstol recibimos la lección que, valorizando el tiempo se intensifica la vida, que vivir con intensidad no significa extenuarse en el sacrificio ni refinarse en el conocimiento, sino realizar un equilibrio entre el empleo útil de todas las aptitu- des y la satisfacción auténtica de todas las inclinaciones. El hombre virtuoso lucha siempre, por hábito, sin esfuerzo: descansa de hacer, pensando; descansa de pensar, haciendo, no en vano Martí afirmaba que hacer es la mejor manera de decir; y que decir es hacer, si se dice a tiempo. La vida de una sola persona es mucho más breve que la vida de todo un pueblo, pero en ambas esferas perder el tiempo es dejar de vivir, por lo que el mérito de más alto valor radica en el contenido que un hombre o un pueblo, le otorga al provecho de cada hora, de cada día, de cada año, para ensanchar su experiencia, servir a sus ideales y hacer lo que determinen las circunstancias, sin divorciarse de ellas, trocando lo adverso en útil en provecho del bien mayor humano. Los hombres egoístas no tienen tiempo para hacer en aras de los demás, los hombres generosos laboran durante toda la vida para lograr la felicidad de sí mismos y del prójimo. Aprovechando el tiempo en cantidad se multiplica en calidad: con la dicha de vivir se aprende que las virtudes son más fáciles que los defectos. Toda actividad humana debe tener un propósito moral: no hacer algo sin saber para qué, ni empezar obra sin estar decidido a concluirla. Mucho después de la batalla de Dos Ríos, en una fría madrugada de enero de 1964, asediado por el asma, rodeado de libros, un comandante enfundado en su uniforme verde olivo aguardaba por una visita en su oficina de trabajo. Sobre su cabeza, en la pared, un retrato de su amigo Camilo Cienfuegos; protegidas por el cristal de la mesa, muy cerca de su corazón, las fotografías de sus hijos; a derecha e izquierda, en mapa y en números, la marcha de la industrialización del país. Insomne vigilaba afuera la imagen del Apóstol. Llegaron los visitantes con un obsequio, una bandera donde se erigía sobre campos rojo y azul una estrella solitaria, amarilla, de cinco puntas: era la insignia del Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur. La conversación fue muy fluida con la ayuda, como intérprete, de un joven vietnamita que iniciaba estudios en la Universidad de La Habana. Ernesto Guevara preguntó a sus interlocutores sobre el factor estratégico principal con que contaban para vencer la agresión del Gobierno más poderoso del mundo. ¡El tiempo! le respondieron de manera sencilla y natural aquellos guerrilleros que nunca habían leído a Martí, sin embargo, su respuesta parecía que salía de las páginas de La Edad de Oro. Se puede entender entonces por qué el Mensaje a la Tricontinental fuera encabezado por el Che con una frase del héroe cubano: «es la hora de los hornos, en que no se ha de ver más que la luz». (OC: 1, 275). Crear dos, tres, muchos Vietnam era como crear dos, tres, muchas Cuba, es decir, crear muchos David. La Revolución Cubana ha demostrado que el imperialismo puede ser vencido utilizando el tiempo como arma. Concibiéndolo no solo en cantidad, como suma de días, meses y años, sino primordialmente en calidad humanística como regulación y como equilibrio en las esferas de la política y la moral. Se puede reducir la estatura gigantesca del imperio cuando en cada momento se hace lo que precisan hacer las circunstancias, sin abandonar jamás los principios, pues como enseñaba Martí «a fuerza de igualdad en el mérito, hay que hacer desaparecer la desigualdad en el tamaño. Adular al fuerte y empequeñecérsele es el modo certero de merecer la punta de su pie más que la palma de su mano». El rostro de acero de un hombre observa la plaza de los grandes actos y desfiles. Sobre su frente irradia luz una estrella. En diálogo permanente se encuentra el heroico guerrillero con el primer antiimperialista de la historia del mundo. Su rápida caligrafía de médico recuerda allí la frase de despedida de una famosa carta. Para refundarlos hay que buscar reales sinónimos. Hoy la esperanza nos dará la victoria: Hasta la esperanza siempre. Nota: Las citas de José Martí están referidas a sus Obras Completas, el primer número del paréntesis corresponde al tomo y el segundo a la paginación. * Profesor. Asesor de la Oficina del Programa Martiano. Miembro del Consejo Científico del Centro de Estudios Martianos. En la raíz de la Historia Estudiantes tuneros compartieron visiones científicas sobre Girón y otras páginas de la Revolución por JUAN MORALES AGÜERO LAS TUNAS.— «Este tipo de eventos demuestran cómo los estudiantes pueden desarrollar sus capacidades investigativas y hacer aportes a la historia local desde perspectivas científicas, con entrevistas a combatientes en sus propios municipios de origen», expresó el máster Eduardo Carbonell Cousso, fundador, profesor y organizador del Evento Patriótico, que realiza su octava edición. El certamen se desarrolló en el instituto preuniversitario vocacional de ciencias exactas (IPVC) Luis Urquiza Jorge, de esta ciudad, y en sus sesiones tomaron parte estudiantes del centro y combatientes de Playa Girón. El evento, cuya celebración aquí data del año 2003, contó esta vez con ponencias que desarrollaron historias de vida de 47 combatientes tuneros que pelearon frente a los mercenarios de la brigada invasora 2506, y de 42 maestros de la comarca que han dedicado su vida a la Revolución y a desarrollar sus programas educativos. Este año el Evento Patriótico presentó, además, investigaciones realizadas por integrantes de la FEEM de la institución sede, referentes a la tarja del mártir local Guillermo Tejas y al Panteón de los Educadores en el cementerio municipal. Sus resultados pasan a engrosar los fondos bibliográficos que se ocupan de la temática. Desde su fundación, hace ocho años, con el auspicio de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana y de la Asociación de Pedagogos, han participado en el Evento Patriótico del IPVC Luis Urquiza más de 1 300 estudiantes, algunos de los cuales, entre otros resultados notables, exhiben éxitos en el conocido programa televisivo Encuentro con Clío, especializado en temas históricos.