TRES POEMAS DEL LIBRO “ANHEDONIA” de Juan José Rodríguez Santamaría Razones sobre por qué no leer Estereozen De acuerdo, estilema, fracción del estilo, apelación al quark de un punto sobre la página de los estudiosos. Bien pueda, un día o el siguiente la vizcacha hablaba en señas sobre una torre de nieve escrita en chino, seriadas o palillos, sobre una bandera quemada enrollando a mi madre. Wendy, era una zombi que murió hace mucho. Johanna murió esta noche. Era el final de algo que no se comprendía. Un ascensor de sangre, de pájaros fecales circulando en el cuerpo: circulaciones, plazas que también afuera son visibles. Allá giran todos los sueños muertos: los ángeles amputados mendigando una moneda en la gran avenida del tedio. En cambio, un piel roja, que hablaba sobre la pregunta de la tierra alzó la mano en un seminario sobre ecología. Haremos yoga, la limpieza energética: quién sabe. Un ángulo manchado de sangre trepa, trepa al hocico del cineasta que filma un documental sobre el cuerpo limpio. Sin duda, es un comienzo. Desde luego, esto sucedía en cierta sección del cerebro como recuento o teoría política que se tritura a sí misma o se esgrime sobre la belleza de un sol acumulado o en un vaso de vodka ante el beso de una pareja tranny que no se ama. Son principios, ángulos, medias de seda colgando en el hotel en el terrón de agua de la luna y un gesto problemático, sea dicho, arremolinado en la cuestión del tiempo. Un principio es el esbozo de un ciborg todavía demasiado aturdido por la historia contra las huestes del cuerpo y su demolición variada. Chanfle, poseer una enfermedad metabólica, una diabetes, digamos, es como un basurero en los ángulos de una habitación mentalmente amoblada por un ghetto de manicuristas. Por eso no pensar tiempo arriba, si no cuerpo abajo: las ingles del reloj. El departamento de las células como un Dark side of the moon del intestino grueso de las cosas. Deducciones o traducciones puras: el odio y la distancia se imponen en el mundo que elaboramos hoy, pero siempre. Era el recuerdo de los insultos en la infancia, de los amigos que no tuve, de los sueños agitados como radiador de auto que en realidad me vencieron: ruiseñores darketos entrando a gobernar la mirada o, al menos, el ojo: eso sería como asumir que mi derrota se anteponía a mi derrota. Una casa de carne mutilada por los sueños del cielo: una cañería que no conduce si no a un problema del lenguaje para sordomudos. Bien pues, bienvenidos amigos muertos, tilos que solo hay en mi mente, crótalos de hule, sueños cadáveres huesos, amores reversibles sobre el año nuevo de los materiales que se pueden proponer con amabilidad en la boca. Artekovsky prepara mística zen para su anhedonia La promesa: los elementos desordenados como siempre. Sentirse como un cubo de carne en cuyo centro hay una esfera de hueso llorando. Una esfera de hueso enmarcada en una habitación de guerra, en un cuadrante de llanto. No hay palabras lo bastante hirientes como para agredirse sin dejar huella de nuestra suma de órganos sobre los basurales y los pasadizos. ¿Meditación o anhedonia? No se trata de pensar las cosas, si no de ofenderlas: no decir palabras sino objetos sobre los párpados de los insomnes: el cuerpo insomne que soy y es arrastrado hacia una hilera de álamos en verano relativo que protegen mi ánima. Sustratos, capas de la noche desviada de un núcleo que no existe, donde los patinadores dialogan sobre un país oscilatorio & visible cuando la muchedumbre eleva sus cabezas. Niños beben gin y observan un paisaje de colinas nevadas que gira en la cabeza de un ratón de laboratorio persiguiendo la noche en su laberinto donde las estrellas se deslizan como moléculas amarradas a una superficie muy estéril. Una plaza vacía, como un espacio blanco entre varias multitudes, es recorrida en la máquina de escribir para iniciar el mundo con palabras. La llave de esta frase-turbamulta-vértigo es un boxeador que decidió incendiarse sobre un edificio en construcción perpetua donde las cosas ignoradas permanecen heridas por la luz de una luna demasiado múltiple, de una luna multiplicada por un sol de células enfermas. En el día, los objetos libran una batalla donde ya han perdido. Botellas en el filo de la avenida atienden al que quiera observar el caos del mundo y su materia sobre una línea recta. El mundo: gimnasios donde la gente corre en caminadoras hacia ningún lado y la senda del eterno retorno aparece resuelta en una imagen poseída por la repetición y el tedio. ¿No hace falta un poco de realidad, algo que se toque por dentro, como los huesos de las palabras invocadas desde su lengua muerta? El problema no es que la ofensa y la condenación de una palabra al decir lo que el cuerpo no dice se parezca a un caballito baldado en un pozo de lodo, sino que la vida siempre expulsó al lenguaje, porque es don de las cosas arañar su lindero, su derrota afilada en la energía que la materia reúne sobre un extremo de moléculas que se invocan a sí mismas donde los monjes zen han salido a la calle con pistolas para que cada cráneo sea un grano de arena en un jardín posible y el silencio nos sea recibido. Land-art para un adulto paranoico Estamos lejos de casi todo: cosa horrible que nos maravilla. En la carretera, un ciervo demanda la atención del lenguaje. Carrizos, cortinas de una ópera kichua que sólo explica la reducción, del infinito, a varias lomas. Lo que queda son informes de un proceso que tuvo lugar sólo en la vida, que es poco, pero es lo que hay. Ejemplo: flexionar rutas de vuelo hasta que alguna aterrice sobre la gorra de un esquiador amateur que rebana su tostada. Todavía neurosis ante soroche de montaña. (Este mediodía de niebla donde mi cabeza gira hasta sentir el virus de una alegría circular). En la ciudad, algunos kilómetros a la distancia, el viento asume una posición menos abstracta. Ondean las banderas & antenas parabólicas donde anidan huevos eléctricos que serán pronto mapas satelitales o programas de luchadores con bazucas. Terrazas desde donde se mira el horizonte o su teorema son un ramo de puños donde se posa un escarabajo y las industrias textiles suenan como conciertos de noise tras una noche de juerga en un carrusel cercado con alambre de púas. Paisito o esquema de una ciudad donde los edificios esbozan su sentido por calles que difieren de ellos por segundos + mi respiración. Yo fui unidad animal para medir el tiempo y voy empacado (bonus pack) & quise contarme en zonas cuyo relieve se ajusta al torso de un nadador en mar abierto en días de verano sobre las olas. Algo quebranta su dominio (esta casa de no ser nadie) y la montaña es un galpón de máquinas, de pájaros montañas máquinas, de ciudades con rascacielos reproducidos sobre una persistencia de alfil ante algo sin sentido: un hombre solo en un mundo colmado. La belleza es precipitarse y ser la precipitación y vibrar por algo que anticipe al grillo que musita su cruce de flechas en latín siglo XXI: pedacito de muerte, yo, cómo te llamaré, animalito, bolsa de conejos castrados sobre un manto de nieve… Habría que preguntarse si estábamos vivos y si, vivos, en realidad lo estábamos. Todo sin demasiado rigor porque la inteligencia separa lo que está separado y no puede reunir lo que ha sido roto para siempre. ¿Hay cosas rotas para un corto plazo? Paisito en demolición perpetua que no puede existir sin algo que no pueda existir. Entonces, romper la simetría como se rompe un vegetal exacto, donde se respira frases Ya muérete, ya desespéranos, como si esa frase fuese también el asno donde un adolescente retardado llora porque no puede entender por qué llora. Así aplicamos un principio de postal californiana a algo que se formula como campo minado y que fuera nuestra mejor elección de vacaciones.