Perdidos y encontrados

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Perdidos y encontrados
Biografía del fotógrafo
Perdidos y encontrados, exhibición fotográfica que reúne trabajo
de Moysés Zúñiga de los últimos 5 años, documenta el peligroso
viaje de migrantes centroamericanos rumbo al norte, a través de la
frontera sur mexicana hacia los Estados Unidos. Las fotografías de
Zúñiga presentan un sinnúmero de caras y vidas invisibilizadas por
la violencia criminal y estructural que expulsa a cientos de miles
de sus comunidades hacia estados de vulnerabilidad radical en las
rutas migratorias. Con sus imágenes y detalladas observaciones
personales, Zúñiga nos sumerge en las narrativas de la frontera sur
de México—realidades y experiencias prácticamente ignoradas
por los medios estadounidenses. Los migrantes en estas zonas
son asediados por asaltantes, pandillas criminales, oficiales
corruptos, empresarios sin principios y la indiferencia de la opinión
pública. Cada fotografía a la vez suspende y condensa el terror
y la indefensión que marcan el movimiento migrante—a pie, en
bus, en balsa, en tren—a través de una sucesión de escenarios
predeterminados, cada uno con sus riesgos y predadores
específicos. La efímera seguridad de llegar a cada destino en la
ruta solo anuncia los peligros del tramo siguiente. Cada partida
reinicia y repite este ciclo de amenazas—el robo, la extorsión,
la mutilación, la tortura, la violación, la esclavitud sexual y la
desaparición. Algunos son capturados temprano y deportados
a sus países de origen por la autoridades migratorias, solo para
reintentar el viaje nuevamente. Algunos se caen de la bestia,
el famoso tren migratorio, o son secuestrados por bandas
criminales, sin dejar rastro. Las mujeres y niñas son especialmente
vulnerables, y muchas son condenadas a la esclavitud sexual en
las cantinas de ciudades fronterizas como Tapachula. Muchos
otros migrantes abandonan el viaje y se quedan en México,
bajo un castigante régimen de ilegalidad. En las fotografías de
Moysés Zúñiga, encontramos a los perdidos en esta máquina de
sufrimiento y muerte, vivos y en plena posesión de su humanidad.
Originario de San Cristóbal, Moysés Zuñiga Santiago empezó a
examinar las cruces entre las ciencias y la tecnología en 1998 al
entrar en la Universidad de Xalapa en Veracruz, donde trabajaba
en televisión, fotografía y radio. En 2003, comenzó a trabajar en
Xalapa para Diario AZ como fotógrafo periodístico y después
como editor fotográfico para Milenio de Veracruz. Viajaba por
México con el Subcomandante Marcos durante su “Campana
Otra” en 2006, documentando sus movimientos para la agencia
fotográfica mexicana Cuartoscuro y otras agencias de prensa como
EFE (España), la Associated Press (AP) y Agence France Press
(AFP). Desde 2007, Zuñiga ha trabajado con La Jornada en San
Cristóbal de las Casas, enfocándose en la región de Chiapas para
la Associated Press y EFE. Ganó la beca del Fondo de Capacitación
de Rory Peck en 2009, que apoya a los periodistas freelance que
están trabajando en áreas de alto riesgo. Moysés participó en una
ponencia sobre la fotografía chiapaneca durante los Encuentros de
2010, 2011, y 2013 en Centro Hemisférico. Desde 2014 Zúñiga es
parte de la Red de Periodistas de a Pie, sitio donde se encuentran,
y comparten temas los periodistas dedicados a la migración en
tránsito por México.
— 12 marzo de 2015 / 12 March 2015
Marcial Godoy-Anativia & Laura Blüer
El Instituto Hesmisférico de Performance y Política
El Instituto Hemisférico de Performance y Política es un consorcio
multilingüe e interdisciplinario que trabaja en colaboración con
instituciones, artistas, académicos y activistas en las Américas. La
organización trabaja en la coyuntura de la investigación, la expresión
artística y la política para explorar las prácticas corporales—o
el performance—como un vehículo para la creación de nuevos
significados y la transmisión de valores culturales, memoria e
identidad. Enraizado en su foco geográfico en las Américas (por eso
es “hemisférico”) y en sus tres idiomas principales (inglés, español
y portugués), el Instituto fomenta interacciones y colaboraciones
en la investigación, la práctica artística y la pedagogía en torno al
performance y la política en el hemisferio.
PERDIDOS Y ENCONTRADOS
Exhibición fotográfica de Moysés Zúñiga
Guía de la Exposición [Español]
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San Cristóbal Verapaz, Alta Verapaz, Guatemala
(29 de febrero de 2009) “GO” Busca otros caminos, fuera de tu tierra, otras realidades, otras miradas,
menos dolorosas, con un poco de esperanza y lejos de tu familia.
Rio Suchiate, Ciudad Hidalgo, Chiapas
(5 de mayo de 2014) El río Suchiate es la frontera natural y política entre México y Guatemala, es un
río con un metro y medio de profundidad como máximo, es muy fácil cruzarlo sobre balsas hechas con
llantas y madera, los balseros cobran $20.00 pesos mexicanos y en época de sequía la mitad. Diariamente
cruzan niños, mujeres y familias completas, se encuentran comerciantes que compran y venden productos
básicos entre México y Guatemala, aprovechando las ofertas en supermercados. Usan estas pequeñas
embarcaciones para traficar armas, drogas, y personas. Algunos de los que cruzan volverán a Guatemala esa
misma tarde. Otros se quedarán a trabajar en la primera ciudad mexicana que encuentren, la mayoría desea
cruzar el territorio mexicano para llegar a los Estados Unidos.
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Arriaga, Chiapas
(19 de abril de 2012) Luego de recorrer 300 kilómetros en autobuses y escondidos en camiones de
carga desde la frontera sur de México hasta Arriaga en el estado de Chiapas, miles de migrantes
centroamericanos provenientes de Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala, se refrescan y descansan
para encontrarse por primera vez con el tren de carga que atraviesa México. Probablemente seguirán la ruta
de El Golfo, la más peligrosa por los constantes asaltos y secuestros en el tren, por parte de grupos del crimen
organizado.
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Tapachula, Chiapas
(31 de julio de 2014) Los indocumentados y la esperanza de legalizar su situación
migratoria sobreviven de los deshechos de los otros. Hay 80 familias guatemaltecas
asentadas hace dos décadas en el basurero municipal de Tapachula, Chiapas. En este lugar fundaron la colonia
Linda Vista en la que han nacido 220 niños nacionalizados mexicanos. Actualmente ganan aproximadamente
$50 (pesos mexicanos) diarios recolectando basura, las empresas recicladoras les pagan $0.50 (centavos
mexicanos) por un kilo de cartón, $1.50 (pesos mexicanos) por un kilo de metal y $2 (pesos mexicanos) por un
kilo de pet. La renta de un espacio para dormir cuesta $50 (pesos mexicanos) a la semana. Las condiciones de
salubridad son infrahumanas.
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Arriaga, Chiapas
(6 de mayo de 2014) A los 12 años de edad, Roberto acompañado de otros mayores pide ayuda a los
automovilistas en las vías del tren en Arriaga en el estado de Chiapas. Podría conseguir unas monedas,
ropa o alimentos de los automovilistas y pasajeros del autobús, que desde sus ventanas observan a los
centroamericanos consiguiendo alimento bajo el sol, algunos agazapados en la sombra.
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Arriaga, Chiapas
(6 de mayo de 2014) En el albergue para migrantes en tránsito “Hogar de la misericordia,” que atiende
la iglesia católica, un joven guatemalteco de 23 años de edad cierra la puerta a los visitantes de la
casa, protegida por barrotes de metal y policías armados, constantemente acosada por integrantes del crimen
organizado y pandillas que trafican con personas. Asisten al albergue en promedio 80 personas diarias que se
alimentan y descansan en espera del tren que pasa cada dos o tres días.
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Arriaga, Chiapas
(6 de mayo de 2014) La costumbre en el sur de México dice que el destino de las mujeres guatemaltecas
es el trabajo en el hogar, las hondureñas esclavas en bares o cantinas y las salvadoreñas son invisibles.
Las mujeres migrantes están atrapadas entre la frontera física en el Soconusco, Chiapas, y la real, más infranqueable: los abusos, la discriminación y las estigmas. Aquí, ellas no son más que lo que su origen—y la
sociedad—las ha condenado a ser. 9
Arriaga, Chiapas
(6 mayo de 2014) Una pequeña niña hondureña a bordo del tren de carga se voltea a ver a quienes
observan la, partida mientras le amarran el cabello. Ella es originaria de San Pedro Sula, la ciudad más
violenta del mundo. La muerte se confunde con el polvo, anula la esperanza y se apropia del alma de los niños.
Los “güiros,” como les llaman a los niños en Honduras. Ellos están huyendo de su país por el peligro de ser
empleados como sicarios por las pandillas o por estar amenazados de muerte luego de negarse a ser criminales.
Enviar a un niño de San Pedro Sula a la frontera con Estados Unidos cuesta 5 mil dólares con un pollero confiable,
que los lleva en autobuses de lujo y paga a las autoridades mexicanas y cárteles del crimen organizado para
transitar sin ser detenidos.
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Arriaga, Chiapas
(20 de julio de 2014) En México, toda una economía se sostiene gracias a las más de 400 mil
personas que al año cruzan el país para llegar a Estados Unidos. Una economía que mueve millones
de dólares y deja ganancias a personas que ven en los migrantes un negocio: desde el que vende un cartón y
agua o arrienda un pedazo de suelo para dormir, hasta las grandes empresas de autobuses y envío de dinero,
como Western Union. Ni hablar del crimen organizado
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Frontera entre Chiapas y Oaxaca
(16 de mayo de 2012) El tren de carga con cientos de migrantes a bordo pasa lentamente sobre un
puente llamado “De las abejas.” En ocasiones, las abejas se alborotan por la vibración del tren y atacan
a los pasajeros que, además deben soportar temperaturas de 40º centígrados, deshidratación, hambre, en un
viaje que dura 14 horas en promedio para recorrer 300 kilómetros que en auto se recorren en 3.30 horas.
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Arriaga, Chiapas
(29 de julio de 2014) El falso sueño americano fácilmente se convierte en pesadilla ante los
constantes peligros que implica viajar en tren. La vida puede cambiar de un momento a otro al caer y
ser mutilado por las ruedas de metal o sufrir el asalto y secuestro de migrantes en manos del crimen organizado.
(15 de mayo de 2012) Era el segundo intento de José Luis de ir a Estados Unidos. Él y su amigo Selvi
tardaron en llegar al norte de México 19 días que transcurrieron en calma. Viajaron desde Progreso,
Honduras, sin parar. Tomaron el tren en Tapachula. Llegaron al estado de Chihuahua porque cruzarían
la frontera Ciudad Juárez-El Paso.
Para José Luis, el éxito del viaje consistía en no dejar que su amigo se durmiera sobre el tren. Lo molestaba, le
hablaba, lo hacía enojar y le daba de patadas. No quería que él se durmiera.
José Luis—buen futbolista, guitarrista y aficionado a pescar en el río Ulúa que bordea Progreso—se sentó al
lado de los engranajes de los vagones y se inclinó al frente hacia adelante para amarrarse un zapato. Cosa rara:
el sudor le cubría desde la coronilla hasta la nuca. Nunca había estado en el desierto. El tren se adentraba en la
ciudad de Delicias y José Luis pestañeó.
“De repente quedé a oscuras y me caí, fue un desmayo por el calor seco que hace ahí en junio. El tren me cortó
una pierna. Después metí el brazo al no poder sacar mi pierna y también me lo cortó. Después metí el otro brazo
y me lo aplastó la rueda del tren”.
Su amigo Selvi no se dio cuenta hasta que, kilómetros adelante, notó que las ruedas del tren estaban pintadas de
sangre. Lo creyó muerto. Ahora él vive en Estados Unidos donde formó una familia. En el sur se quedó su amigo,
el que le cuidó en el lomo del tren y quien ahora se mueve sobre una pierna y balancea por las calles el brazo que
le perdonó La Bestia.
—Rodrigo Soberanes, Red de Periodistas de a Pie.
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Chahuites, Oaxaca, México
(16 de mayo de 2013) Había una vez un país donde los perseguidos por dictaduras y violencia
encontraron un hogar, donde su gobierno alimentó a los desterrados y les concedió carta de
nacionalidad. Una nación que pacificó a sus vecinos de Centroamérica y defendió, casi siempre en solitario, el
derecho a no elegir partido en un planeta en guerra. Pero ese paraíso se perdió y ahora muchos le comparan con
el infierno. Ese país se llama México, uno de los cementerios de migrantes más grandes del mundo.
—Alberto Najar, Red de Periodistas de a Pie.
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Arriaga, Chiapas
(29 de julio de 2014) Un vendedor ambulante lanza un paquete de fruta a ocho metros de altura sobre
el tren antes de comenzar un viaje de 14 horas hacia Ixtepec en el estado de Oaxaca.
México, D.F.
(11 de abril de 2014) José Luis se coloca su prótesis en la pierna, se pone su camisa de una sola
manga y se enreda un paliacate en el único dedo de la única mano que le quedó aquel día, en el
desierto mexicano.
A José Luis lo conocen bien en su ciudad, desde hace muchos años. Primero, por su talento para cantar
canciones rancheras y religiosas. Y después, porque hace 8 años perdió un brazo, una pierna y cuatro dedos
cuando cayó de un tren de carga en su segundo intento por llegar a Estados Unidos como migrante sin
documentos legales. Como presidente de la Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad es el vocero
para reclamar al gobierno el cese de la persecución que los obliga a subir al tren y arriesgar su vida. 17
Arriaga, Chiapas
(6 de mayo de 2014) Después de recorrer 300 kilómetros desde la frontera sur de México a Arriaga
en el estado de Chiapas es necesario reposar, poner el cuerpo en descanso. Algunos logran sentir el
tibio piso en la espalda y cierran los ojos para soñar. ¿Con que sueñas cuando tienes tantos anhelos y un pasado
que con el paso de los días se va a desdibujando? Quizás los migrantes sueñan con su tierra para mantener esos
recuerdos bien guardados, para volver a sentir esos momentos familiares que no volverán a la realidad, sueñan el
pasado y el futuro anhelado pero el presente se llama insomnio.
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Arriaga, Chiapas
(6 de mayo de 2014) Esther, originaria de Honduras, con siete meses de embarazo y una hija de
dos años de edad, apenas llegando a Chiapas ya ha sufrido un asalto en que ella se quedó sin ropa y
solo con la ropa de su hija. Su futuro es incierto, no tiene familia en Estados unidos que la reciba ni recibe apoyo
económico de su familia en Honduras para hacer posible continuar el viaje, no quiere subirse al tren, permanece
en el albergue de Arriaga buscando una manera…
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Tapachula, Chiapas
(5 de mayo de 2014) Su cuerpo se contonea en el escenario mientras se escucha como fondo el
sonido de un acordeón, trompetas y bongó. Rítmico y sensual, el sonido de una cumbia acompaña
a la bailarina mientras se va desprendiendo de la ropa. La propietaria del lugar, una mujer de unos 50 años
originaria de esta frontera al sur de México, acepta mostrarnos el lugar y hablar con las bailarinas en los
camerinos. Insiste: en este centro nocturno no hay servicio sexual, “aquí solo les vendemos fantasías”.
“Muchos hombres sólo quieren verlas desnudarse, bailar con ellas, platicar con las catrachas (hondureñas)
principalmente, porque dicen que son las más bonitas; pero tenemos bailarinas de Guatemala, de El Salvador, de
Nicaragua.
Para el sexo, aclara, hay otros lugares.
Adentro de los vestidores la fantasía que se vende afuera, se desmorona.
Tiene 23 años y tres hijos. Dice que tuvo que salir de su país el 2009, por “problemas” con su anterior pareja. “Él
se metió a las Maras y ya sabes, en mi país hay mucha violencia… me tuve que salir”. Melani dejó un tiempo a
sus hijos con su mamá, cuando se estableció en Tapachula, los trajo a vivir con ella.
“Me pega porque tiene celos porque dice que los clientes me ven (él trabajó un tiempo como barman del centro
nocturno donde ella trabaja). Pero de esto mantengo a mis hijos, de esto lo mantengo a él. ¿Qué quiere, que me
vaya de dependienta en una tienda? Ahí ni nos dan trabajo porque dicen que robamos, y cuando lo dan, quieren
pagar una miseria. Yo ya le dije, te juntaste con una hondureña, esta es la vida de las hondureñas, solo acá nos
tratan bien y nos pagan mejor”.
Melani tiene que afrontar todos los días el estigma de ser una “catracha”, término peyorativo con el que
nombran a las mujeres originarias de su país, a quienes se les considera ser amantes expertas. Su fisionomía
la traiciona -caderas anchas, piernas largas, talle esbelto- no le permite desdibujarse. “Si me subo a un taxi, el
chofer me quiere agarrar las piernas, si trabajo en una tienda, el patrón se quiere meter conmigo”, lamenta.
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Tapachula, Chiapas
(6 de mayo de 2014) La joven hondureña sale de la oficina con una orden de deportación en mano.
Diez años en tierra mexicana, un par de hijos nacidos aquí y una pareja originaria de este país, no
fueron suficientes para que autoridades del Instituto Nacional de Migración (INM) le reconociera su estancia
legal en México. Lo único que lamenta, dice al salir azotando las puertas de las oficinas en Tapachula, es haber
mantenido la esperanza durante los seis meses que tardó la travesía burocrática, desde que hizo la solicitud y
volvió cada semana a darle seguimiento, hasta el día de hoy. Eso, y el haber gastado más de 6 mil pesos que
cuesta sólo el trámite.
“Quiero arreglar mis papeles. No tengo dinero suficiente para pagarlo pero me dijeron, ´usted tiene que
pagarlo,´ y pagué. Y a la mera hora me dicen simplemente que ´no ´, que me tengo que ir de México”, relata
afuera de las oficinas. Se siente “ilegal,” criminalizada y vulnerable en un país que le ofrece una estancia legal,
pero que en realidad pretende expulsarla. Su identidad quedó registrada en la base de datos de poco más
de 2 millones 476 mil personas que han solicitado regularizar su estatus migratorio de noviembre de 2012 a
diciembre de 2013 .
Ahora, ni siquiera tiene la esperanza de un día caminar libre y segura por las calles. Si viaja en un transporte
regular, correrá el riesgo de ser identificada como migrante y deportada. No podrá solicitar un trabajo formal
“ni en una farmacia, donde si no tienes pasaporte y tu FM2 (así se le denomina a la Forma Migratoria de
inmigrante), no te aceptan”. No podrá abrir ninguna cuenta bancaria. No podrá adquirir ningún inmueble. Con el
temor y la incertidumbre de que en cualquier momento puede ser expulsada de México.
Sube a un taxi y asegura que la negativa no la va a detener en su camino para establecerse en condiciones de
seguridad en la Ciudad de México.
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Reynosa, Tamaulipas
(18 de octubre de 2012) De pie sobre la orilla arenosa del Rio Bravo que es la frontera física y
política de México con Estados Unidos, Socorro García se toma una fotografía, busca a uno de sus
once hijos, Jesús de La Concepción García, originario de Nicaragua. La caravana de familiares de migrantes
desaparecidos en su tránsito por México “Liberando la Esperanza” coordinada por el Movimiento Migrante
Mesoamericano.
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Tequisquiapan, Estado de México
(24 de octubre de 2012) Ángel sostiene un jabón de baño mientras espera su turno para tomar un
baño en uno de los albergues más importantes cercano a la capital de la república mexicana. Los
albergues en esta región han sido cerrados a causa de enfrentamientos entre el crimen organizado. Al interior de
estos, se disputan el transporte de los indocumentados centroamericanos.
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Tequisquiapan, Estado de México
(24 de octubre de 2012) Una de las madres de migrantes centroamericanos desaparecidos hace
una oración pidiendo encontrar a su hijo, dos años después logró reunirse con el.
Reynosa, Tamaulipas
(23 de octubre de 2012) Una mujer sola, al amanecer, sobre las vías del tren a la espera del paso
del tren en el que ha de llegar a la frontera con Estados Unidos. No se observan grandes grupos de
migrantes acompañándose unos a los otros; aquí solo están los que sobrevivieron a todo el camino.
Tequisquiapan, estado de México
(26 de octubre de 2012) Una mujer sola con su hijo recién nacido espera al tren que los llevará a la
frontera norte.
(23 de octubre de 2012) Un hombre migrante “Sin nombre” al cuál acompañé desde Veracruz
hasta Nuevo Laredo, Tamaulipas a bordo del tren de carga. Sufrió el secuestro y asesinato de
sus compañeros a manos del crimen organizado, extorciones, violaciones a mujeres y hombres,
mutilaciones y la experiencia de saber que cualquier autoridad mexicana lo entregaría al crimen organizado.
Mirándome fijamente me dijo; “Ya no quiero continuar pero es igual de riesgoso continuar que regresar…si
regreso cualquiera me va matar, estoy atrapado aquí, no sé que hacer.”
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