Klaus Barbie El amable Gringo del Barrio Chino

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Revista Escape::Klaus Barbie
31/03/09 15:52
Klaus Barbie
Juzgado en Francia y condenado a muerte por crímenes de guerra, Barbie se convirtió en
Altmann. Llegó a Bolivia en 1951, trabajó en Yungas y en la avenida Buenos Aires, antes de
acercarse a los círculos de poder político.
Texto: Mabel Franco
Fotos: Agencia de noticias Peter McFarren
Una esvástica le servía para marcar el número de troncos apilados en el aserradero de Llojeta
(Chulumani, Yungas). Como administrador del negocio, propiedad de un empresario judío que
fue el primero que le dio empleo en Bolivia, era su responsabilidad llevar las cuentas, así que
cada que se completaban 10 unidades, el símbolo nazi lo resumía gráficamente. Cuando su
empleador descubrió el hecho, protestó y quiso saber quién era el responsable de esa afrenta.
Klaus Altmann dijo que lo había hecho por comodidad y porque el signo era “bonito”. La
anécdota, confiada años más tarde a su colaborador boliviano, Álvaro de Castro, le parecía muy
divertida. Al menos, éste último se ríe al recordarlo.
Altmann, con el tiempo, se hizo dueño del aserradero. Abrió una barraca, Santa Rosa, en la zona
oeste de La Paz, en la calle que sube hacia la Eloy Salmón, y comenzó una vida normal, según
asegura Castro. “Los vecinos del lugar le llamaban el Gringo del Barrio Chino y muchos le
buscaban para pedirle consejos y hasta dinero”, dice. “Él, que no era como le pintan, sino un
hombre muy bueno, bautizó a muchos niños —uno de ellos, hijo de una pollerera, debe andar por
La Paz con el nombre de Klaus Cruz— y se hizo compadre de esa gente”.
Por aquel tiempo, los amigos y clientes de Altmann estaban lejos de sospechar que ese hombre
que solía viajar inclusive a pie por Zongo para cumplir con su trabajo, que no dudaba en
recriminar al esposo que golpeaba a la mujer, era en realidad el llamado Carnicero de Lyon,
doblemente condenado a muerte en Francia por crímenes durante la Segunda Guerra Mundial.
Un nazi aplicado
La biografía de Klaus Barbie, ampliamente difundida a raíz de los juicios en Lyon, nació el 25 de
octubre de 1913 en Bad Godesberg, Renania del Norte-Westfalia (Alemania). En 1933, este hijo
de un maestro de escuela se unió a las Juventudes Hitlerianas y un año más tarde, ya bachiller,
ingresó a los servicios de seguridad de Heinrich Himmler, las SS (Shutz Staffel o tropas de
protección). Ascendió rápidamente en esta organización paramilitar al servicio directo de Adolfo
Hitler. En 1937, se afilió al partido nazi con el número 4.583.085 y, dos años después, ya era un
SS de alto rango. El año 1940 fue enviado a Holanda para investigar la situación de los judíos en
La Haya. Luego pasó a Amsterdam y de allí, en 1942, a la ciudad francesa de Lyon, cuya
población sería víctima del joven nazi y que, años después, en 1987, le vería morir solo, viejo,
enfermo de cáncer y encerrado en una cárcel.
Barbie tenía el grado de capitán de las SS y fue jefe de la cuarta sección de la Gestapo (policía
secreta). Su eficiencia en las misiones le valió la Cruz de Hierro de Primera Clase con Espada.
Meses antes de esta condecoración, él había logrado detener a Jean Moulin, el líder de la
resistencia, que murió en Lyon luego de ser torturado. Un testigo, de apellido Fuchs, contó que
fue el propio Barbie quien golpeó de tal manera a su víctima, que le dejó moribundo. “Klaus no lo
mató con sus propias manos, es absurdo”, defiende Castro. Como sea, uno de los errores de
Altmann, que derivaría en el descubrimiento de su verdadera identidad, está ligado con Jean
Moulin.
Gerente de Transmarítima
Durante el gobierno de René Barrientos en Bolivia (1964-1969), de quien el alemán se hizo muy
amigo, “al grado de que desayunaban juntos, de vez en cuando, en el hotel Crillón”, surgió “la
idea de crear una flota lacustre y fluvial”. Altmann hacía negocios con madera y tenía
representaciones comerciales de empresas extranjeras, entre otras actividades en las que fue
probando suerte desde que llegó al país —con pasaporte nuevo tramitado por el CIC (cuerpo de
contraespionaje norteamericano, luego CIA), lo que le permitió obtener la nacionalidad boliviana
el 3 de octubre de 1951, durante la primera presidencia de Hernán Siles Zuazo.
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En esas charlas con Barrientos, “Klaus tuvo la idea de formar una flota, algo que a ningún
boliviano se le ocurrió, todo pensando en hacer negocios y proyectar la integración del país”.
Barrientos se entusiasmó, “pero no había dinero”. Se montó una campaña bajo el lema de Un
barco para Bolivia y, “como éste es un pueblo miserable, se reunieron apenas 50 mil dólares, con
lo que no se podía comprar ni un ancla”, comenta Castro y deja deslizar lo absurdo que le
parecen las denuncias de que ese dinero “se lo embolsilló Altmann”. Surgió la empresa
Transmarítima con participación estatal (51 por ciento) y la privada de Altmann (49), el gerente.
Se alquilaba barcos para llevar y traer mercadería por mar; la empresa tenía la exclusividad para
transportar minerales de la Comibol, con lo que el negocio estaba garantizado.
Al respecto, el periodista Carlos Soria Galvarro —el único que entrevistaría a Barbie en el avión
que le llevó expulsado de Bolivia a Francia el 83— argumenta que Transmarítima fue en verdad
una “excelente fachada para sus negocios de armas y para sus contactos con ex nazis
desperdigados en muchos países”.
Según Castro, Transmarítima necesitaba dinero para operar y, entonces, una gran empresa
francesa, la Compañía General Transatlántica, se interesó y manifestó su intención de invertir.
Había que acudir a París para hacer el trato, así que viajó una delegación con miembros de la
recién creada Fuerza Naval y encabezada por el boliviano Altmann. “Fue su primer gran error”,
expresa Castro, pues la cita de carácter oficial, fue cubierta por la prensa francesa y hubo fotos.
“Para entonces ya se sabía de muchos nazis que vivían en Sudamérica, no faltó quien comenzó
a sospechar”. Y llegó el segundo error, casi una provocación. “Este Klaus, de traje y corbata,
diciéndose para sus adentros —él me lo comentó— ‘estoy en París; si supiera esta gente que he
vuelto’, fue a los Campos Elíseos, donde todo es lujo y un clavel cuesta 50 dólares; compró flores,
se dirigió al Panteón Nacional y dejó el ramo en la tumba de Jean Moulin”. El amigo boliviano
—”ni secretario ni guardaespaldas”, aclara— asegura haberle escuchado contar: “Me puse un
tanto melancólico, triste, me pasaron por la mente los hechos de la guerra”. Y se sacó unas fotos
en el mausoleo de su antigua víctima.
Brutalmente gentil
Terminada la guerra en Francia, se siguieron dos juicios a Barbie. En ellos se argumentó y falló
sobre su participación en 4.342 asesinatos, el envío de 7.591 judíos a campos de concentración y
el arresto y tortura de 14.311 miembros de la resistencia francesa.
Uno de los testimonios, ofrecido por la judía Simone Lagrange y recogido en el libro de Soria
Galvarro, le pinta como un hombre de voz suave y trato extremadamente gentil. Detenida por la
Gestapo junto a sus padres, “por ese entonces yo tenía 13 años”. Sus hermanitos permanecían
escondidos y Barbie quería saber dónde estaban. “Me preguntó con gentileza la dirección...
Como le dijera que no la conocía, posó delicadamente al gato sobre la mesa, y brutalmente me
dio dos bofetadas”. A los pocos días, Simone volvió a ser llevada ante Barbie. La recibió con
amabilidad, le ofreció cuidados para ella y sus hermanos; pero como la niña insistió en no saber
nada, la tomó de sus largos cabellos “y comenzó a dejar caer sobre mí una lluvia de golpes... Por
fin me dejó y me desplomé sobre el piso, pero a patadas en el vientre me obligó a levantarme y
me devolvió él mismo a prisión”.
Barbie, en ausencia, fue condenado a muerte, una pena que no se cumpliría nunca, pues él no
aparecía, los delitos prescribieron al cabo de 20 años y en Francia fue abolida dicha pena
máxima.
Pero, ¿cómo pudo huir el jerarca nazi una vez que Alemania perdió la guerra en 1945? ¿Dónde
estuvo durante los seis años anteriores a su aparición en Bolivia, en 1951? Como estableció la
comisión Ryan, del Departamento de Justicia de Estados Unidos, creada luego de la expulsión de
Barbie de Bolivia, el hombre, como otros nazis, trabajó para el CIC. Cuando los franceses
comenzaron a presionar para su entrega, los norteamericanos, incómodos, dice Soria Galvarro,
barajaron distintas posibilidades, aún la de eliminarlo. Al final decidieron enviarlo a Sudamérica.
Para ello ayudó la Iglesia Católica, a través de la Cruz Roja, y por la llamada Ruta de las Ratas,
Klaus Barbie aterrizó en Bolivia.
Como padre e hijo
Castro conoció a Klaus Altmann, cuenta, a través de los hijos de éste. “De muchachos, los
vecinos solíamos jugar en las calles de Sopocachi. Soy contemporáneo de Ute, la hija mayor de
Klaus, a quien llamábamos Macka”.
Un joven Castro se marchó “a Estados Unidos para estudiar ingeniería”; pero por las locuras de
la edad, dice, este propósito no prosperó. Retornó y, cierto día, la esposa de Altmann, Regina, le
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encontró y le pidió ayuda para su marido, detenido en San Pedro.
Para entonces, sobre todo después de su sonado viaje a París, ya se ligaba a Altmann con
Barbie. Los esposos Klarsfeld le seguían los pasos y la mujer, Beate, había estado dos veces en
La Paz.
El escándalo hizo que Barbie fuese alejado de la gerencia de Transmarítima; pero una deuda de
esta empresa con la Corporación Boliviana de Fomento le causaría dolores de cabeza.
Castro cuenta su versión: “Klaus era un tipo muy bueno. Conocía a un falangista de apellido
Tellería, quien le pidió ayuda para hacer un negocio con los cupos para alimentos. Como
Altmann se hacía amigos de gil y mil, aceptó y sirvió de garante para sacar azúcar a crédito.
Tellería llevó todo a Chile y desapareció”. La corporación “enjuició a Tellería, pero como éste se
había quedado en Argentina, se capturó al garante. Klaus tuvo que pagar”.
Por entonces gobernaba Hugo Banzer. Según informa el general Luis Azurduy, en un reciente
documental, My enemy’s enemy, sobre Hitler y Barbie realizado por Kevin MacDonald (Óscar por
El último rey de Escocia), Regina acudió al Palacio para pedir ayuda. Banzer envió a Azurduy,
que entonces era coronel y jefe de la seguridad personal del Presidente, a averiguar sobre las
necesidades del preso. Es lo único explícito que se tiene sobre algún contacto entre Barbie y
Banzer.
El periodista Peter McFarren, como corresponsal del New York Times, reunió en los años 80
evidencias sobre los contactos de Altmann Barbie con Inteligencia de Estados Unidos, con los
distintos gobiernos dictatoriales de Bolivia y con el narcotráfico.
Barbie se reunió en los 60 en la Embajada de Estados Unidos por el caso de la guerrilla del Che
Guevara, afirma McFarren. Y su colega Soria Galvarro dice que resulta muy natural que los
norteamericanos acudiesen a su antiguo colaborador, que estaba, ahora sí, en el lugar preciso.
“La CIA sabía que la información venía de Barbie, verificaba su validez y pedía más”, le dijo un
informante anónimo a McFarren. El Ministerio del Interior de Bolivia le pagaba a Altmann con
dinero de la CIA. Castro niega todo esto. Afirma que fue él quien, gracias a contactos familiares,
ingresó a Inteligencia del Ejército y del Ministerio del Interior. Allí permaneció, vigilando las
actividades de los comunistas, desde los años 70 hasta el retorno de la democracia, en los 80.
“Klaus no, él no tenía nada que ver”, afirma el amigo una y otra vez.
Pero, Castro también deja escapar otras confidencias. Cuando comenzó a trabajar con Altmann
—“le ayudaba en sus temas judiciales”—, sabía que era Barbie. “Guarda reserva”, le pidió. “Yo
ayudo a los del Gobierno (boliviano) a hacer algunas cosas, qué te parece”, le habría consultado,
“y ahí empezamos a dar asesoramiento de tipo político, pero no ordenábamos represiones, como
dicen”. Para entonces, “no tenía idea de que iba a trabajar con el Gobierno, pero las cosas se
fueron desarrollando en tal sentido que hubo un momento en que estaba metido... en el fondo,
arruiné mi vida”, reflexiona.
¿Torturas?, “nunca, es un disparate”, reniega sobre la escena de la película La cacería del nazi
en que Barbie instruye al Ejército sobre métodos crueles. Sostiene que era él quien servía en
Inteligencia, “con el orgullo de no haber cobrado nunca un peso”. Reconoce que conoció de
cerca a Luis Arce Gómez, con quien se tuteaban, “pero Klaus, no”.
Lo cierto es que el 12 de febrero de 1980, Altmann fue nombrado teniente coronel ad honoren
(sic). Recibió una credencial, con foto en la que viste uniforme del Ejército boliviano, y firmó, con
Arce Gómez, un acta de lealtad. Un mes después, el sacerdote y periodista Luis Espinal fue
secuestrado y asesinado. Y en julio del 80 se produjo el golpe de Estado encabezado por García
Meza, uno de sus cuyos primeros actos fue el asesinato y desaparición de Marcelo Quiroga Santa
Cruz.
“No sé nada de esto”, responde Castro. “Es cierto que yo trabajaba en Inteligencia, pero en la del
Ejército... no sabía lo que pasaba en las otras instancias, como el Ministerio del Interior”.
Un indicio de que Altmann estaba conectado con los golpistas la da McFarren. En 1981, junto
con su colega del New York Times, Marisabel Schumacher, el periodista ubicó la casa de Barbie
en Cala Cala (Cochabamba). Era el 21 de septiembre. “Tocamos la puerta, incesantemente.
Barbie asomó a una ventana; a los pocos minutos apareció una furgoneta, salieron varios
paramilitares fuertemente armados, nos llevaron a empujones al vehículo y luego al cuartel
militar. Nos interrogaron varias horas queriendo saber quién nos informó sobre la dirección de
Altmann”.
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Y, como si no importase demasiado, Castro cuenta cómo torturadores argentinos o los llamados
Novios de la Muerte les buscaron para trabajar en Bolivia, y él les pagó alojamiento y les llevó al
Estado Mayor para presentarlos a Arce Gómez, “pero nada más”.
La suerte del Barbie se terminaba, sin embargo. En 1982, él y su esposa vieron morir a su hijo
menor, Klaus Georg, en un vuelo de ala delta en Cochabamba. Regina enfermó y falleció. Su hija
en Europa, su nuera y nietas en La Paz sufrieron entonces por la captura, su condena en 1986 y
su muerte en prisión en 1991.
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