La regla del juego

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Octubre / Noviembre - 2008
COMENTARIOS DE LIBROS
La regla del juego
Testimonios de encuentro con el psicoanálisis
Bernard-Henri Lévy – Jacques-Alain Miller (compiladores)
Editorial Gredos, Colección ELP, Madrid, 2008..
A Josef Stalin, paladín del totalitarismo de estado y la regulación centralizada,
le gustaba decir que al final siempre es la muerte la que gana la partida. En
un poema escrito pocos años después de su muerte, A un espíritu, Pier Paolo
Pasolini interpela a otra autoridad fallecida del siguiente modo: “Sólo porque
estás muerto, he podido hablarte como a un hombre: / de otra manera tus leyes
me lo hubieran impedido.” En el libro que nos ocupa, un grupo heterogéneo
de particulares integrado por representantes de diversas profesiones entre
las que caben las de actriz, escritor, periodista, campesino, filósofo, profesor,
fotógrafo, arquitecto, cineasta, ministro, historiador, político, lingüista,
psiquiatra y, por supuesto, psicoanalista, toman la palabra para hablar de
la sola experiencia, única y distinta para cada uno de los participantes, que
hace de todos ellos un conjunto: su encuentro con el psicoanálisis, vale decir,
con un psicoanalista en cada caso -o en la gran mayoría, pues no todos los
que han deseado aportar su testimonio son o han sido analizantes-, nunca
azarosamente encontrado y cada vez elegido de un modo que sólo al final se
sabría que era forzoso. Un encuentro que nada debe a autoridad alguna ni fue
acordado jamás por ninguna entidad previsora o voluntad administrativa en
ejercicio pero que, a juzgar por sus testimonios, ha sido capaz de aportar a los
declarantes beneficios comprobables y concretos en los que, una vez más, la
participación que corresponde al estado es nula. Y un encuentro así sólo es
posible allí donde la autoridad no imponga silencio ni respuestas a preguntas
aún no formuladas, sino donde haya espacio para la palabra imprevista, venida -digámoslo con una expresión de
quien abre la serie, Isabelle Adjani- “del lado de la vida”, o sea, del llano, de lo que se procura gobernar pero no debe,
o no le conviene, dejarse dominar.
Estas páginas reúnen los testimonios publicados en la revista La Règle du jeu por iniciativa de su director, Bernard-Henri
Lévy, y de Jacques-Alain Miller, en momentos ásperos en que el devenir de la política parece llamar al psicoanálisis a
la resistencia y a la figuración pública, lejos de aquella vieja fórmula que recomendaba vivir escondido para vivir feliz
y que durante décadas pareció guiar a los analistas. El resultado equivale en gran parte a la reunión de una comisión
de notables cuyo nexo no está dado por la posesión de bienes y honores, por la posición social o, ni siquiera, por las
prácticas específicas a que deben el reconocimiento público del que en general gozan sino, paradójicamente, por el
íntimo conocimiento que cada uno tiene de lo más singular de sí mismo, en nombre de la libertad necesaria para
llegar a obtenerlo. No es una serie constituida por la sumisión a afanes corporativos, marcada por la complicidad
en la defensa del desconocimiento, ni tampoco por la alineación detrás de un objetivo unívoco o la voluntad de
imponer una identidad común. Y por este mismo motivo resulta dispar: practicantes de oficios diversos, analizantes
devenidos analistas, interesados que no han sido lo uno ni lo otro, quienes defienden aquí al psicoanálisis hablando
bien de él no lo hacen más que en su propio nombre; en definitiva es su propia verdad, la de su propia experiencia,
lo que defienden cuando dan testimonio de ésta.
Evocando momentos y dificultades muy concretos, los analizantes nos cuentan aquí para qué les sirvió efectivamente el psicoanálisis, ya en el marco de sus relaciones familiares y amorosas, ya en el ámbito de sus profesiones o
de la creación de sus obras, y, en muchos casos, cómo marcó un antes y un después en sus vidas, cómo el síntoma
con el que entraron en análisis no se convirtió en un lastre, en una etiqueta a la que aferrarse o de la que despegarse
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sino en la llave que permitió al sufrimiento inicial dar lugar a una relación con el saber y a un saber hacer con ello.
Algunos de quienes de analizantes se convirtieron en analistas nos revelan con precisión metódica las claves de sus
análisis, la manera en que paso a paso lograron deshacerse de eventuales máscaras terapéuticas y averiguar qué
había detrás de ellas, abriendo el camino al advenimiento del deseo de ocupar esa posición singular, la del analista.
En otros casos, este libro ofrece la posibilidad de redescubrir a aquellos a quienes hemos leído o escuchado muchas
veces: al cambiar la perspectiva, se nos presentan de un modo sorprendente, inesperado, novedoso. Por último,
también hay lugar en esta recopilación para quienes, ni analizantes ni analistas, creen que el psicoanálisis marca un
hito en el desarrollo de la cultura, tanto por la importancia de la obra y los descubrimientos de Freud como por su
influencia decisiva en el pensamiento contemporáneo. Unos y otros se erigen en defensores de la libertad de existir
para el psicoanálisis y del derecho de los seres hablantes a ser escuchados, a no ser reducidos a cuenta de sus síntomas a una mera disfuncionalidad.
Debajo de la lista de nombres reconocidos o famosos tanto en el ámbito francés como en el español o en el argentino con los que se ha enriquecido la edición castellana, encontraremos historias singulares que sólo eventualmente
se vinculan con los motivos de notoriedad de sus protagonistas y narradores. Entre ellos podemos mencionar a
Isabelle Adjani, Agnès Aflalo, Jorge Alemán Lavigne, José María Álvarez, Fernando Arrabal, Enric Berenguer,
Marie Hélene Brousse, Serge Cottet, Antonio Di Ciaccia, Xavier Esqué, Horacio Etchegoyen, Manuel Fernández
Blanco, Germán García, Pierre Gilles Guéguen, Jean Claude Maleval, Imma Mayol, Judith Miller, Jean-Claude Milner, Pierre Naveau, Ricardo Piglia, Marie-France Pisier, François Regnault, Elizabeth Roudinesco, Juan José Saer,
Jean-Jacques Schuhl, Eugenio Trías, Herbert Wachsberger o François Wahl, quienes hacen oír sus voces, junto a las
de muchos otros testigos de la eficacia del psicoanálisis, en oposición a la voluntad de reducirlo, como denuncia
Miquel Bassols, a un saber evaluable según los criterios generales de la eficacia utilitarista.
Este libro aparece en momentos en que se hace necesario para el psicoanálisis responder a una campaña de desacreditación interesada, así como hacer frente a la embestida del cognitivismo y sus aliados, que buscan anular su
existencia tanto en el ámbito clínico como en el académico y en el cultural. Pero es justamente porque no ofrece
panaceas químicas ni recetas morales que garanticen una felicidad sin fisuras, que el psicoanálisis puede ir más allá
de las barreras que le oponen los examinadores de una época adversa y quienes pretenden contar con soluciones
tipo para problemas definidos de antemano en función de sus respuestas. La condición humana, después de todo,
tal como lo expresa aquí Agnès Aflalo, es imposible de curar, pues no desaparecerá la falla del sujeto, esa que lo
hace hablar y que tantas terapias, conductistas y de toda índole, procuran tapar. “La felicidad de vivir a la que
puede llevar la cura analítica”, como dice Jean Pierre Deffieux, conlleva cierto alivio del sufrimiento del síntoma
a partir del ejercicio largo, repetido y difícil de la palabra en el marco de la experiencia”. “Contrariamente a las
religiones y a las ideologías” –citamos ahora a Catherine David-, “el psicoanálisis proporciona preguntas, pero
ninguna respuesta definitiva. No es otra cosa que una búsqueda, una investigación, un cuestionamiento en vivo,
una aventura. Por su audacia y libertad, ha sido perseguido por los nazis y los estalinistas.” Un escritor, Tahar Ben
Jelloun, define con precisión la situación: “Criticar el psicoanálisis es un derecho, querer anularlo es una agresión
contra una herencia cultural, que se parece al odio negacionista.” Persecución, odio, negación. Resulta oportuno,
en este contexto que exige tomar la palabra en público, recordar el final del poema evocado al comienzo. Escribe
Pasolini: “¡Pero “la muerte no reinará”! Sólo en este absurdo estado / donde sobreviven, sobre nosotros, Bizancio y
Trento, / reina la muerte: pero yo no estoy muerto, y hablaré.”
Carla Rojo Martinucci
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