7(1924)

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Organo de su Venerable
—
ii
AN-1 0
vil
e rpe
Nte , Orden Tercera y Cofradías.
24 JULIO 1924
Dirección y Administración:
PP. MERCEDARIOS
Silva, 39.—Madrid (12)
NÚM. 72
VIDA DE LA BEATA MARIANA DE JESÚS (continuación), por el R. P. Juan
—Ilaber 1.—PÁGINA MISIONAL — LA PRENSA DE MADRID Y LA BEATA MARIANA
128118. — 1\M012 DE FIERAS, por Fr. Manuel Sancho.—CoN FLORES A
p7 ARIA, por J. García Herreros.—SABELITA (continuación), por Fr. Miguel
1--seá nez.—N 0TAS RELIGIOSAS, por Fr. M. de O. Arriaga.—CRÓNICA MENsuAL, p or Fr. Lorenzo Santamaría.—NOTICIAS.—NECROLOGÍA.
V
ida de la Beata Mariana de Jesús
(CONTINUACIÓN)
Tralan sus padres de casarla.—Acción heroica con
q ue se desentiende de esta propuesta.—Persecución domistica.—Profecia de la Recolección Mercedaria.
Al paso que los arios, dice el citado memorial, creció en
"Lvla riana la aplicación a la virtud, para la que encontró en su
nIA adre todo favor y ayuda. Privöla de ella la muerte entre
'1. go sto de 1573 y Agosto de 1574, noveno o décimo de Maila,l,r1 a. Segundas nupcias de su padre diéronle por madrastra
Jerónima de Pineda o Pinedo, una señora muy buena
3tr v.ir tuosa, según la deposición de don Cristóbal Santos,
5estigo treinta y nueve en el proceso informativo, pero, al
dr1,, CO n resabios de madrastra que hicieron más dura y
°I orosa la persecución doméstica, que ahora se dirá; aun,' a mainada ésta, tuvo para ella corazón y atenciones verl ile
auer amente maternales.
e S iendo de trece o catorce años, trataron sus padres de
a'srla, y en esto ellos y sus parientes pusieron gran interés
dili gencia por ser la ma –or, y aun ella tuvo la misma
tv enta d—inclinación nunca—«porque mis padres, dice, gusetan de ello». En orden a esto fueron los que ella llama sus
" u e zadas y sueriecillos en el adorno y compostura, aunque
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siempre honestos y recatados para parecer bien; el considerar
si este o aquel joven le convendría para esposo, y hasta llegó
a hacer (lo que parece indicar que hubo relaciones form ales) unos cuellos de holanda para dar a su prometido el día
de la boda: cosa que lloró toda su vida, porque decía ser
feísima culpa haber dudado de permanecer virgen. A Est°
llamó ella sus mentiras y relajaciones, que, si llegaron, n°
pasaron de pecado venial, pues están contestes sus eonfE s°res en que no perdió la gracia bautismal, y el P. Pedro de la
Madre de Dios dice: (fué una de las almas más puras y 11 111pias de pecado que he conocido, ni leído en vida de sal: tos
en muchos siglos», y el P. Bartolomé de San José añade: «que
siempre era necesario absolverla bajo de condición, por 11°
haber materia determinada.»
En estas andanzas seguíale el Señor muy de cerca los Pasos: a la noche, cuando se recogía, preguntábale para quién
se había adornado y ataviado; dábale a entender la v'anl.dad del mundo; solicitaba su corazón con amores y rega os;
arrancábala de las cosas de esta vida con la voz de los Predicadores; con providencia especial entresacábala de 1°s
peligros de edad tan resbaladiza, y con las mismas caricias
de sus padres, como con empellones, la traía hacia Sí; hasta
que, por fin, un sermón de un fraile descalzo, en un día d e la
Porciúncula, le hizo tan grande impresión, que tomó la de erminación de no casarse y entrar en religión, haciendo vot°
de virginidad en la iglesia de San Miguel, con aprobación de su confesor el párroco de aquella iglesia, después de
cuarenta días de oración y penitencias pidiendo a Dios acie
rto en asunto tan grave.
Instábanle sus padres con el casamiento, al que iba dand°
largas. Rehusó las joyas que su pretendiente le envió, declarando su voto de castidad. Reprendiéronla sus padres con
afrentosas palabras, prohibiéronle los ejercicios espirituales
y atareáronla en las ocupaciones domésticas para rendir 13
que juzgaban obstinación. En tan apretado lance el únice
medio que se le ofreció para librarse de todos, pariente s Y
pretendiente, fué cortarse el cabello, que un testigo (lice
que era muy lindo, y afearse con sus manos la cara, que Si no
hermosa—algún biógrafo dice que lo era y mucho—debió ser
muy agraciada. De este acto heroico parece es vestigio la lasgadura de la boca hacia el lado izquierdo, que aún en el /1 0
1783, ciento cincuenta y nueve de su muerte, en que fué eleva;
da a los honores de los altares, advirtió el P. Arqués e n e'
sagrado cadáver. Consta por deposición de un testigo que
el p retendiente, informado de lo que Mariana había eje°.
tado en contestación a su propuesta de matrimonio, se volvió
loco.
«Y luego, dice ella, todos se volvieron contra mí, trat
dome con aspereza y rigor, quitándome los vestidos que te nf3
de más importancia y echándome a la cocina, mostrando
gra n sentimiento de que no les hubiese dado ese gusto; mas
sab e nuestro Señor cuán imposibilitada estaba yo, porque
9ando Dios llama de veras, ¿quién podrá resistirle»? El Pa"ilre Juan de la Presentación dice que la recluyeron en un
"esv án y allí la tuvieron a pan y agua, y que a las palabras
lon iuriosas añadieron bofetadas y palos, y el P. Pedro del
al vad0r afirma que las personas de amistad y trato en
aquell a casa miraban como un exceso de rigor que se rozaba
en in humanidad lo que con Mariana se hacía, y que algunas
vec es doña Elvira de Villalobos pedía a su padre que le per,rnitiese llevar a su casa a Mariana por algunos días para
Lib rarla de esta persecución, que duró unos once arios.
E n este tiempo pretendió entrar religiosa en algunos monast erios de la Corte; pero encontró siempre cerradas las
Pue rtas, porque, dice el Cardenal Trejo y Paniagua, que la
trató e hizo gran caudal de su virtud, «tuvo dos causas para
no ser monja: la una fué su pobreza, que no tuvo dote para
e!lo , y la otra fué ser manca de las manos; y era fama que,
s2 endo niña, cayó en el fuego y se le abrasaron; pero la veritad f ue- que en una enfermedad que dicen fué milagrosa y la
9-lud repentina, quedó de aquella suerte señalada de la mano
' e Dios». No hubo otro estorbo para su entrada en religión
jc ne la falta de dote, pues la manquedad no existió hasta
ef Po ca muy posterior a la presente, cuando tenía ya treinta y
' re s arios, como se verá.
N o desistió de su pretensión, y fraguó un plan que le paideció decisivo para el logro de sus deseos, y fue que se fugó
SU casa y se encaminó a Ocaña, distante de Madrid unas
'd ueve leguas, para pedir el hábito en uno de sus conventos,
nde , según fama, había una monja santa, con ánimo de
ser vir en los oficios más humildes de la comunidad; pero
ad ndadas algunas leguas, «temí, dice, el peligro considerán"°me que, al fin, era yo mujer y muy flaca, y los peligros
iUe hay en el mundo», y tuvo por más acertada volverse a
cas a de sus padres, aunque con la determinación de llevar
'11137 a delante sus levantados intentos.
A los diecinueve arios de su edad, el de 1583, en medio de
la Per secución doméstica referida, vió en oración una lucida
rtgcesión presidida por la Santísima Virgen vestida del
g ilanco
hábito de la Merced, y compuesta de religiosos merce„dari os, en la presencia venerables y en el hábito austeros,
d
I 'e s e encaminaba a un edificio en forma de convento, y oyó
:la Voz que le dijo: Con éstos has de vivir, si me quieres
"gradar.
r ,Semejante a ésta, si no la misma, es la visión que la Beata
d':,,nriö por obediencia la víspera de su muerte. «Una vez,
h t,J,c'., l e mostró Dios una grande procesión de religiosos de
"nos blancos y juntamente le mostró Dios una colmena
— 244 —
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abundantísima de miel y abejas, que entraban y salían a
comer la miel, y al mismo tiempo caía una agua muy men uda, corno rocío del cielo, y la dijeron: Hija, .-ves esta colm e
-natbudemilyajs?,pueotrnhad
ser abundante de religiosos esta religión, señalando la pro"
cesión que ha dicho, y han de participar de la abundancia de
mi gracia y dulzura, como participan esas abejas de la dulce
miel, y tan menuda y espesa ha de llover sobre ellos mi gracia, como ese rocío del cielo».
llave a lgunas veces le confió, guardaba cadenillas de hierro,
aPret adores
y brazaletes, que usó desde sus primeros arios.
!b ale a la mano en estas penitencias y a veces estorbábaselas la b uena Jerónima de Pineda, que se había reconciliado
Y, n con ella, y por santa la veneraba; levantábase muchas
,"eces de noche e iba a ver si Mariana estaba bien arropada,
Ypaccuando
sau r a
acostada en el suelo, obligábala a
cama.
No se proponía solamente la Beata Mariana con estas
Penit
el veucimiento de las tentaciones, sino también
1,a imiencias
tación de Jesucristo; y así a las penitencias dichas aña'fa, p ara avivar la memoria de su pasión, una corona de espinas que traía muy apretada sobre el pecho y con la que
nlu chas veces ciñó sus sienes, de lo que es efecto sin duda el
cerco calloso que en su cabeza se advirtió en la inspección
clie s u cuerpo el ario 1731, y una soga a la garganta y el gustar
alguna vez hiel y vinagre que la hacía estremecer toda.
Se renóse la tempestad doméstica y sus padres le dieron
leencia para ir diariamente a la iglesia, aunque tasándola el
P0, de dos o tres misas, y para comulgar los jueves y
l en1
ini ngos, como lo dice su hermana juliana, y depone haC
,erla visto en la iglesia parroquial de San Miguel y comular l os días dichos don Francisco de Cáceres.
e A ndaba tan embebecida en la oración, que a los que no la
110clan
parecía simple e ignorante, como lo afirma el Carn
,,teTrejo,
y a las personas que por quererla bien se lo ade_rtian para que no cayese en descrédito, contestaba: Poco
',,u1 Porta que me tengan por rústica, como yo a lo que a Dios
e" ,eb o no falte; y su madrastra, que en tiempos no lejanos por
•'tas dis tracciones en las cosas del servicio de casa la moteiciaba de tonta y socarrona, ahora solía decir: Esta parece
,l.ne n o es del mundo, sino siempre está elevada al cielo, y
'1,1-ls her manas Francisca y Juliana, admiradas, decían: Mi
aletlainM
quaireitaan. a,
quiera que la coge la oración, allí
e qu eda, pasemos donde
o no pasemos, haya ruido o no lo haya;
III
Combate contra la sensualidad.—Su espíritu de oración y caridad.—Pavor singular.
Tribulación más penosa para su alma purísima la trabajó
en este tiempo, la tentación de la sensualidad, «porque, dice,
no solamente mis padres, más todo el infierno junto parece
que se conjuró contra mí afligiéndome con tentaciones, cuales yo nunca había experimentado, así de sentimientos coleó
de representaciones malas y feas, casi a la traza como se lee
de Santa Catalina, a la cual tuve siempre por compañera Y
guíe; y quise más escoger con ella la corona de espinas en
esta vida y la de oro que se quedase para la otra».
Pertrechóse animosamente para este combate con las
armas de la penitencia, y redujo su cuerpo a servidumbre
con frecuentes disciplinas, con dormir sobre tabla, con arl"
nos, cilicios y otras penalidades, como estar mucho tiemln
de pie o de -odillas, poner garbanzos o piedrecillas en el
calzado y andar fatigada de ardorosa sed. A este tiempo han
de referirse (porque -desde los treinta y tres arios parece tuvó
el don de perfecta castidad) estas palabras de su santo con'
fesor el venerable P. Juan Bautista del Santísimo Sacramen"
to: «Sintiendo algunas veces esta sierva de Dios algunas
tentaciones o sentimientos malos, como es cosa ordinaria,
aunque sin culpa, tomaba por remedio echarse o sentarse
encima de algunas ramas de cambroneras secas, que para
sus santas devociones en su celda o aposento tenía, quedan"
do muy lastimada y libre de semejante trabajo: remedio que
muchos siervos de Dios sabemos y leemos que hacían para
librarse de semejantes batallas.»
Fueron tan sangrientas sus disciplinas, que las paredes
de su aposento estaban manchadas de sangre, espectáculó
que enternecía a su madrastra Jerónima de Pineda, quien, en
los momentos en que Mariana no estaba en casa, las mosr raba a sus hijas Juana y Francisca, diciéndoles: Esto no se
hallará en vuestros aposentos; y era preciso, dice su hernia'
na Francisca, lavarlas y fregarlas muchas veces por el h°'
rror que causaban. Esta-misma depone que en un arca cuya
Impuso a sus hermanas justa, Juliana y Francisca en la
dt'läctica
de la piedad; apartábalas de las vanidades del munY hacia la acompañasen en algunos de sus ejercicios espi'elt-uales. Uno de ellos era que durante la labor « siempre proatilLaba que una de las dos (juliana y Francisca), la leyese
clac:s L, rtenao Prgruti nto de la pasión de Cristo, para lo cual venía ella
i t'er cibida de libro en que se trataba de eso, y al alargar el
cil)u, ,ro a la que había de leer, decía era la cosa más gustosa y
y-lee que podía dar, y mientras se leía tenían advertido una
eenstiens poder criomnates»ne. das se le caían por las mejillas
lágrimas»
" °Çupaba el tiempo libre en hacer ropas y ornamentos
gr ados, en que con licencia de su madre la ayudaba su
kb•
— 246 —
— 247 —
hermana Juliana deseando encender en ella esta devoción y
afición a las cosas de Dios.
Aunque no rica, debía vivir en situación desahogada su
familia, corno lo demuestra la siguiente contestación al articulo veinticinco del proceso apostólico de su hermana J u
r--lian:‹SuspdreolicnaMyotrhe
mana suya para que todo lo que por su trabajo de hacer
labor ganasen, lo gastasen libremente, y esta tal ganancia
la tenían las dos hermanas en una arquilla junta. Sucedió
que murió la hermana, y Mariana juzgó ser materia de e scrúpulo hacerse dueña de aquel dinero, y lo llevó a su padre
Luis Navarro. Díjola su padre que se quedase ella con ello;
pero, aunque el padre se lo diö, no quiso gastarlo en cosa
suya, sino que todo lo diö de limosna, y gastó en mandar
decir misas por su hermana; de lo que quedó toda su casa
muy edificada, y sus padres tan enternecidos, que los v ió
llorar de devoción; y no era el dinero tan poco que no llegase
a trescientos reales».
No puedo determinar cuál fué esta hermana, si Luisa o
Juana; pero parece ser la misma de que habla el P. Juan
Bautista del Santísimo Sacramento en la adición a la autobiografía de la Beata. «Aunque esta sierva de Dios, dice, Por
maravilla ha tenido sueños, como es muy común en otras
personas tenerlos, pondré aquí dos de consideración. Un°
fué que estando una hermana suya muy enferma, sentíalo
mucho por ser muy virtuosa y por quererla mucho, por ser
también de su estado de doncella y de hábito honesto y rec o
-gidocrnela,ystmucbodenfra,
la cual murió, hicieron un concierto las dos que, si nuestra
Señor fuese servido, la avisase después de muerta si en algo
la podía ayudar. Sucedió que habiendo pasado de esta vida
la dicha su hermana, y quedando esta sierva de Dios coll
mucho cuidado de su buena hermana, le apareció confornle
al concierto. Holgó mucho y la procuró abrazar y con muchas ansias la dijo que la dijese cómo le iba, y la dijese si en
alguna cosa la podía servir, que, aunque se vendiese, lo ha"
ría con mucho cuidado, aunque ya la había hecho decir
misa. La cual difunta respondió diciendo: Hasta el día de
San Pedro. De lo que entendió estar en buen lugar, digo en
el purgatorio, y ansi luego le hizo decir las misas que pudo'
y encomendarla muy de veras a nuestro Señor».
Perseveró en el servicio de la cocina hasta los treinta Y
tres arios, en que por una enfermedad quedó imposibilitada
para continuar, esmerándose en dar gusto a todos los de
casa.
Fué desde niña muy caritativa, y daba a los pobres, espe"
cial mente a los de la cárcel cuanto podía, así de comida colll°
de lo que había en casa; por una ventana que caía a las es."
paldas de ésta llamaba a los pordioseros y clábales su conn"
nda ; Por don José Abad, su vecino, dieciséis arios más joven
Ine M ariana, entonces niño, enviaba parte de su comida a
crtos p obres, tal vez de calidad y vergonzantes, y por don
W'
1 ()q ue Pérez, que vivía en su casa, daba en ciertos días de
ÍZ se mana a unos sacerdotes muy pobres las limosnas que en
-'sa Podía agenciar.
•
,1i' SA las obras espirituales de misericordia atendía con tanto
Celo cuanto es más excelente el alma que el cuerpo,
'p iles c onsta por la contestación al artículo séptimo del pro no inf ormativo de don Cristóbal Santos, oficial que había
",1,4° d e su padre, que en entrando algún sirviente de nuevo
TziU ci asa, al punto lo tomaba de su cuenta Mariana para ense",rw e i mponerle en las prácticas piadosas, dándole un rosap- '," 37 en cargándole lo rezase todos los días, y continuaba
din, t odos el ejercicio de su apostolado, de modo que la casa
e -Luis Navarro parecía un Monasterio según la traía de
concertada.
Ti., S u trato muy afable, dice el citado don José Abad, «era de
—"era que robaba los corazones de cuantos trataba», y los
Pe frec uentaban la casa deseaban que Mariana les dirigiese
i a Palabra.
eo A los veinticinco arios de su edad la favoreció el Señor
n u n prodigio singular, del que fué testigo doña Ana del
Cdástiillo,
persona de calificada virtud y nobleza, de la misma
eci-a " que Mariana y su compañera en los ejercicios de piedía de verano, cuidadosa Mariana de volver a tiemPO
PO„ er a atender a los quehaceres domésticos que le estaban
eci."1-1,Ua dos, muy de madrugada, se fueron las dos al convento
u n'
'3 a n Bernardino, extramuros de Madrid y distante como
cuarto de legua, para confesarse con el P. Antonio del
1
chs12fritu
Santo, al que otras veces había consultado en sus
M a"8.
fia Mal se compusieron las cosas, pues a las diez de la
rad n a no habían logrado su intento, y Mariana, muy apur > dijo a doña Ana: ¡Ay, amiga, qué lindos palos me espep;11
al„,-t' a, Porque había de amasar y no hay pan en mi casa, ni se
en el lugar y he hecho falta. Despacharon a eso del mep'°'„ ia , y cuando se disponían a volver, no se lo permitió el
a . ,'In tonio sin comer antes, y «como a Padre espiritual de
141.11,13as, dice doña Ana, le hubieron de obedecer». A la una de
la Larcle,
,
en el fervor de la siesta, se pusieron en camino para
v i lla,
c y al llegar a la casa de Mariana llegó con ellas una
eetjifer de buen talle y parecer, que traía en la cabeza una
d e pan, tan lindo y oloroso, que consolaba, y se entró
,ainente con ambas hasta donde estaba la madrastra, la
, así que vió la cesta del pan, dijo hablando con Ma/1;12. c.
iDiostete dé salud, hija mía, y qué lindo pan me has
cle'r,u-to ! A lo que Mariana calló, y la mujer que trajo el pan
clo SsaPareció de suerte que no se advirtió en ella. Mariana y
na Ana callando se miraban una a otra, y doña Ana dice
— 248 —
que estaba admirando las misericordias que Dios había obrado con aquella su sierva en tan patente milagro, que tomó un
pan de aquellos estimándole como reliquia y cosa celestial,
y que así después entre las dos hablaron de este suceso».
FR. JUAN GILABERT
(Continuard.)
PAGINA MISIONAL
do Gurgueia, 6 de Mayo de 1924.
R. P. Juan Gilabert Castro.
Carísimo Padre y Hermano:
Apenas terminada mi anterior correspondencia, el 6 de
Abril, llegó a esta villa el P. Bolados, acosado por el ha rnbre que reina en sus parroquias y aterrorizado por la deso
laciön y la muerte en que los cangaceiros han sumido
aquellos Municipios.
Verdad es que aquí pasamos también una vida de P obreza y economía indescriptibles sin otra variedad de ali'
mento que el típico arroz con carne, si el día no es de ab stinencia, pues entonces hay que conformarse con sólo
arroz. La gente aseguraba que en Born Jesus había much°
pescado durante la cuaresma, que abundaban los huevos Y
las gallinas, que los pollos se daban casi de balde, y que,
no sabían cómo vender tantísimas verduras, frutas y miel
como traían diariamente del bosque, etc., etc.; pero fuera de
las panochas de maíz asadas o cocidas, que diariamente
nos mandaba el Juez de la comarca, Dr. Rangel, y de M ilnas bananas y tomates que cosechamos en nuestro huert0,0°,
hemos visto otra fruta en toda la Cuaresma. Los peces de'
Gurgueia pueden ser tan abundantes como se pondera, Per°
faltó el pescador que había de convertirlos en pescad°'
Pues si esto sucede con las cosas que abundan en el país'
su Reverencia puede figurarse lo que sucederá con aquellas
en que interviene la combinación mercantil, pues el comer'
cio es aquí todavía incipiente y excesivamente penoso, por
haber de transportar durante varias semanas, a muchja
costa y peligro, los géneros adquiridos ya a precio eleva°
en Floriano o en Bahía.
Así se explica que carezcamos de las cosas útiles y at;11„
de las más necesarias. Los naturales carecen, no sólo o'
Born Jesus
— 249 —
Objetos de placer, sino de la ropa y calzado, más indispenis e les , y de platos y vasos que suplen con un casco de cauaci n, que llaman cura. No echan muy de menos el vesti'°, Pero nosotros sí; mis hábitos están más remendados
F' .l u e el de San Francisco, y buena parte de ellos queda en
Jir ones al atravesar las catingas. Esto no me aflige tanto
co mo la falta de objetos para el culto; bastantes veces me
v .e 0 ob ligado a dejar de decir misa por falta de hostias y
vino . Hace un año que hemos encargado a Theresina, que
1 8 l a capital del Estado, a Bahía y aun a Ploriano, y por no
"alia r ni hostias ni vino en condiciones, se han vuelto sin
„ Es tal la falta de comunicaciones, que no recibimos sino
LÌUY dc tarde en tarde el correo; menos mal que ahora por
MeucEn nos enteramos, aunque después de varios mese. s , de las noticias de la Orden y de España. A veces ni re,v 18ta s ni cartas pueden leerse, por traerlas un peatón moja" 3 Por la lluvia y destrozadas algunas veces al cruzar los
91dfor rales en las semanas que tarda en llegar. Esto pasa
il udl mente con la correspondencia del Brasil. Hoy, 6 de
'eco , tengo noticias frescas, del 4 de Abril.
00 Al gunas noticias tengo que comunicarle, aunque sin im, J ta ncia; celebramos con mucha solemnidad, que todo es
Miv o, la Semana Santa, con sermones, procesiones y
T telo s en que tomó parte también el P. Bolados Cárter;
"" st a c antamos el Passio, cosa aquí nunca vista.
Aquí había una costumbre, que esperamos desaparecerá
)rclue esta gente es dócil, nada recomendable: el Viernes
t1% ch era el día señalado para empezar el carnaval, que
aquí existe, al menos en lo de entregarse la gente
d'II° Pocos desenfrenos y excesos que la Ley de Dios con' ena. Este año se prohibieron so pena de quedar detenidos
09s contr aventores de la orden que se recabó de la autorir emedio surtió efecto, por este año al menos.
El
t, 1 día de San Pedro Armengol, 27 de Abril, hubo una
e- 2 1-nun 1 ón general muy nutrida, en lo que aquí puede ser;
0;11' 1-11 garon niños y mayores para cumplir con la Iglesia, y
i iti e s irvió de no poco consuelo, después de los trabajos de
p odPI: e Paración el ver comulgar por primera vez a algunos
viet1es ddieasfa
. milia a quienes acompañaron al sagrado cone sus hijitos, más afortunados en ésto que los autores
A Los t erciarios de aquí celebraron un triduo a San Pedro
rrne ugol, que predicó el P. Bolados.
— 250 —
- 251 —
Con recuerdos para esos Padres, en especial para el
Padre Provincial, ruega a V. R. no olvide en sus oraciones a su afectísimo hermano,
Tan sorprendentes detalles obligaron, como ya dijimos,
l a C ongregación que tiene bajo su custodia el cuerpo de
l a b eata Mariana, y por consejos transmitidos dende Roma,
a buscar la opinión de algunas personas científicas, y el
s abio doctor Maestre, catedrático de Medicina legal, ha sido
el ¡J amado a emitir su informe sobre caso tan digno de
es tudio y reflexión.
FR. MARIANO FERRER
—
—
La Beata mariano de Jesús y la Prensa
«Es un caso de gran interis».
matIrlleila.
Los periódicos de Madrid se ocupan en estos días del
estado incorrupto del cuerpo de la Beata Mariana de Jesús,
inspeccionado los días 16, 17 y 18 del corriente por los
doctores Maestre, catedrático de Medicina legal y decano
de los forenses, autoridad suprema en estas materias; del
doctor Lobo Regidor, decano de los médicos de la Beneficencia provincial, y el doctor Lacaba. Copiamos de A B e
esta interesante intervieu.
El dictamen del doctor Maestre.
El cuerpo de la Beata Mariana de Jesús no
está embalsamado y permanece incorrupto.
El cuerpo está intacto. «Es un caso de gran interés». Una
explicación previa. Cómo desaparecen los restos moda,
les. Parece el mismo caso que el de Santa Teresa de
Jesús.
El cuerpo esta intacto.
En la iglesia de Don Juan de Alarcón, de la calle de
Valverde, se halla la urna que guarda el cuerpo incorruPt°
de la beata Mariana de Jesús, fallecida a principio del s i
-gloXVI.Recintmhasdoxu,yecnt
probado que se conserva íntegro, sin señales de descor nposición, y sin que la acción del tiempo haya destruido, a
primera vista, los tejidos, ni deformado la figura corporal.
Del cuerpo se desprende un olor penetrante que ningt10
relación tiene con el hedor cadavérico.
—raid
C on objeto de conocer algunos detalles sobre los primeros trabajos realizados por persona de tanta autoridad
Co mo el catedrático de la Facultad de Medicina, visitamos
en s u domicilio al doctor Maestre, que, afabilísimo, se
brindó a facilitarnos, en términos generales, una referencia
d el caso sometido a su examen, en forma llana y sencilla,
enca minada a facilitar la vulgarización de un tema científico
Muy d elicado; pero que, salvando de antemano los errores
que una mano profana pueda cometer al transmitirlos al
lector, resulta sumamente interesante.
El doctor Maestre no se recató en afirmar que se trata
d e un caso de gran interés, sobre el que sigue realizando
dete nidos trabajos.
Se trata—nos dijo—de un estudio que ha de ser exami nado por un Tribunal de medidos legistas de Roma, y
que Yo, por prestigio de la ciencia española y por amor a
Mi Pr ofesión y a mí mismo, he de procurar que sea lo más
conc ienzudo posible.
Y s onriente, con esa sonrisa tan franca y tan amiga,
carac terística del catedrático de Medicina legal, nos explicó
el Sr . Maestre una especie de lección previa, para comPre nder ligeramente lo sorprendente del caso sometido a su
estudio.
U na explicación previa: Cómo desaparecen los
restos mortales.
--La putrefacción del cadáver—empezó diciendo en térillinos g enerales—se opera bajo la acción de microorganis-
— 252 —
mos que existen en la economía animal, especialmente en
el intestino. Durante la vida del ser, estos microbios no pueden ejercer su acción destruntora por impedírselo las defensas del organismo, como son los glóbulos blancos, la
substancia epitelial, etc. A la muerte del sujeto se desarrollan, y comienza la putrefacción. ¿Qué es menester para
que ésta se desarmlle? Humedad y una determinada temperatura. Con un número elevado de grados de calor, el cuerpo se momifica y se deseca, como ocurre con aquellos seres
que perecen entre las arenas de los desiertos del trópico;
en caso contrario, un frío intenso impide también la putrefacción, y esto se observa en los cadáveres de las personas
que perecen entre los hielos de las altas montañas. La putrefacción es un proceso natural, que se realiza con sus
grados sucesivos, perfectamente estudiados. Los primeros
microorganismos consumen el oxígeno del cuerpo, y les
suceden otros, que no necesitan ya de él. Unos y otros provocan fermentaciones que producen toda suerte de gases,
como el hidrógeno sulfuroso, y otros que provocan el hedor
del cadáver. Estos g-ases ocasionan una gran presión, que,
ejerciendo su acción sobre el diafragma, músculo que suele
ceder y llegar hasta la altura de la cuarta costilla, oprimiendo el corazón y los pulmones, da origen al fenómeno llamado de la circulacióa post mor/em. Los médicos necesitan de una gran experiencia para no confundir los signos
que el pincel de la muerte va pintando sobre el cadáver con
los colores de la vida. Suele salir al exterior alguna
sangre...
—Se ha dicho que en el cuerpo de la beata Mariana se
observa sangre fresca...
--Usted no pregunte responde, siempre sonriente y
cariñoso, el doctor Maestre —. Nada de sangre fresca. Nada
de sangre fresca. Esto requiere una explicación... Para hablar se puede usar como medida el palmo; pero para informar hay que medir con cabellos... Tras la primera putrefacción, y estoy haciendo este breve relato muy a la ligera —
añade D. Tomás—, viene un largo proceso muy complejo
- 253 —
Y largo de explicar. El cadáver ha sufrido transformaciones,
Pero está ahí, ¿no es cierto? Esta ahí... Está completo. Mas vienen después los insectos y lo devoran. Estos
n uevos seres, que son variadísimos, los trabajadores de la
mu erte, como los denomina un autor extranjero, pertenecen , a grandes rasgos, a dos grandes grupos: los dípieros,
las m oscas, que tienen su evolución bien estudiada, observada en el campo experimental por los restos que abandounn al pasar del estado de larva al de mariposa, aunque
miden solamente décimas de milímetro; estos insectos van
destr uyendo el cadáver, de que sólo quedan algunos restos;
una e specie de arañas, en último término, acaban por devorar y hacer desaparecer los últimos vestigios del cadáver.
aquí cómo se extinguen los tejidos, los nervios, los huesos , todo el ser. ¿Está comprendido?—dice el Sr. Maestre,
siempre sonriente, mostrando las palmas de las manos—.
i) V e usted? El cadáver ha desaparecido...
El cuerpo de la Beata no está embalsamado.
— Pues bien —prosigue; -en condiciones de humedad y
de calor, la putrefacción nunca deja de producirse, excepto
e n los casos de embalsamamiento. Pero el cuerpo de la
bedt a Mariana de Jesús puede afirmarse que no fué embalsa Mado. ¿Bases de esta afirmación? Pues que esta operación— conocida desde los primeros siglos de la Humanidad
se p racticaba en los anteriores al xvn por el procedimienL° de la amputación. Se extraían las vísceras al cadáver, y
tal ope ración dejaba señales de las incisiones, que no se
obs ervan en este cuerpo, sometido a examen. Existen, sí,
Peq ueñas cortaduras, especialmente debajo de las rodillas,
que f ueron producidas por médicos, que en siglos anteriores hi cieron trabajos y estudios de los que quedan certifica
OS
que así lo acreditan.
El cuerpo de la Beata Mariana de Jesús despide un
l'otria b alsámico, que bien puede obedecer a la existencia
de u na materia oleaginosa con que fué recubierto o impreg-
— 254 —
— 255 —
nado el cadáver. Estoy realizando estudios en este sentido
—nos dijo el doctor Maestre.—Yo—añadió—he sido encargado de emitir un informe, y he de atenerme a razones
científicas de un orden natural, pues ni puedo ni habría de
hacer objección alguna de carácter ajeno a la ciencia.
Estudio y estudiaré el caso como mejor pueda y sepa, y
cuando haya terminado mis trabajos, diré: «Hasta aquí he
llegado; esto es lo que sé. Lo restante lo ignoro...»
n a ni fué destruido, devorado por los microorganismos y
No se trata de una momia.
El cuerpo aparece entero. La piel, apergaminada, permite advertir bajo ella la existencia del tejido muscular, pero
no como se observa en vida, naturalmente, sino resecado,
por decirlo así; como una materia fibrosa, blanda y fácil al
corte, como la corteza de algunos árboles. No se halla momificada, como algunos ejemplares estudiados, en que la
piel recubre únicamente el hueso. Y esto—dice Maestre—'
después de trescientos años, es muy digno de estudio. No
obstante, nada se puede aventurar, 'y todavía he de realizar
delicados trabajos. El tema—vuelve a decir –, así tratado,
puede ser medido a palmos, pero en el informe escrito es
preciso aquilatar el grueso de un cabello...
—¿Y los ojos?
—En los ojos no se observa nada, porque están re al
biertos por la masa de la mascarilla que se empleó para
obtener el relieve del rostro. Existía en Madrid un pintor
italiano que deseó reproducir el rostro de la beata Mariana
de Jesús cuando ésta se hallaba ya gravemente enferma;
pero ella se opuso, y a su muerte obtuvo tres mascarillas;
dos, de escayola y una de plomo, esta última por un proce'
dimiento entonces usado. En el cuerpo se observan muY
bien las uñas y el cabello, aunque éste se halla cortado,
según en vida lo llevaba la religiosa.
Parece el mismo caso que el de Santa Teresa.
Esto es lo observado. ¿Por qué en este caso no se produjo la putrefacción? ¿Por qué el cuerpo de la beata Maj a-
Por los trabajadores de la muerte, no obstante darse las
Cond iciones propias de humedad y de temperatura? El cuerPo h umano tiene en sí la suficiente humedad para provocar
la Putre facción, y a la muerte de la beata Mariana—que,
Por c ierto, falleció de pleuresía purulenta, enfermedad que
debió favorecer en alto grado la descomposición del cuerpo
– fue e nterrada en un nicho, después de haber permanecido
exp uesto su cadáver al público durante dos días. Cuando,
treinta y un años después, fué exhumado el cadáver, siete
Ine dicos le reconocieron, entre ellos el que había asistido a
sor M ariana en su última enfermedad, y le encontraron incorr upto. Hace cien años, los franceses, en su invasión, se
apod eraron de la urna que guardaba los restos—que se dice
era va liosa—y arrojaron el cuerpo a un desván. Allí estuvo
varia s horas, y las religiosas del convento lograron rescatsrl e d urante la noche, y con una cuerda le descolgaron
Por una tapia a otro convento inmediato, donde fué recogido, nu evamente amortajado y colocado en un ataúd de
Madera, donde se ha conservado hasta hoy.
lo de la sangre fresca?
— No existe tal. Esto ha nacido de un error que tiene su
explic ación, porque fué debido a una referencia mal interPrelada bi se practica una incisión en el cuerpo, sólo se
Observa ligeramente una materia viscosa, que bien puede
ser el aceite balsámico que pudo ser empleado en su día.
Pero el cuerpo, sin duda alguna, no está completamente
red u c id o. Ha de mermar más, ha de mermar más... Es un
eso digno de estudio—repito--porque ¿cuántos cuerpos
(1,e1 siglo xvn se conservan en análogo estado?—pregunta
el doctor Maestre—. Yo no recuerdo más que tres: Santa
,,Teresa , San Isidro y la beata Mariana de Jesús... El labo"2t°r1 0 ha de decirme lo que ignoro todavía. Le he dicho a
gra ndes rasgos lo que sé respecto del caso; pero al redactr rn i informe habrá que hilar muy delgado. Ya le he dicho
us ted antes: ¡el grueso de un cabello!
(De A B C).
Misa de la Beata Mariana de Jesti
por
Fr. José Miguélez.
Al P. P. Iruarrizaga, C. M.
GRADUAL
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— 260 —
AMOR DE FIERAS
—Entre usted, Padre.
—¿Está muy mal el enfermo?
—Desahuciado.
—¿Ha pedido los Sacramentos?
—Si, los ha pedido; pero ha dicho que sólo cuando se vaya a
morir.
—Pues esta es la ocaSión.
—Es que no sabe que se muere.
—Se lo diré yo. Vamos allá.
• —Espere usted, Padre; no se lo diga de repente. Sera la Pulga"
lada terrible.
—Pero, señora, ¿cómo ha de recibir los Sacramentos sin a d-
vertirselo?
—Es que, un golpe así... ¡Ay! ¡ay! ¡ay!... Es mi. ›marido... Y
usted comprende... ¡Pobrecito mío!
—Precisamente, por el amor que usted le tiene, querrá que
salvé su cama.
si, tiita—intervino una joven.
—Pero es que el enfermo se pondrá peor, es que...
En esto el médico, un joven de afectada seriedad, salía de ¡a
cámara del moribundo. La mujer se le acercó como a . una tabla
de salvación.
—¿Mal?—le preguntó.
—Mal.
—Verdad, doctor, que una emoción cualqiiiera...
—Nada de emociones.
—Es que el Padre venia para...
—Ya lo he supuesto. Usted comprenderá., Pater—díjome si ga-len° mirándome por encima del hombro—usted comprenderá que'
yci . que no se puede salvar al enfermo, a lo menos hay que evi"
larle golpes que serían fatales. Por otra parte— aunque yo res"
pete mucho eso de los Sacramentos, una conmoción así...
-Lo sacramentaremos más tarde—dijo interviniendo otro
señor que debía ser por lo menos hermano del enjermo, según 10
que por allí mangoneaba.
--Usted comprenderá, Padre...—dijo la afligida esposa.
--L Usted comprenderd...—repilió el medico.
Si, 'señores, lo comprendo todo —dije yo--y , con permiso de
ustedes, me retiro.
lo torne usted así, Padre. Espere un poco.
Pugné interiormente entre mi dignidad y la caiidad que
caso requería. Venció la caridad: me quedé. El médico march'
— 261 —
Libye del hombre de la ciencia, que asi amciba a su enfermo, ex-
Puse claramente:
— El enfermo se muere. Los Sacramentos tiene que recibirlos
con algún conocimiento siquiera de lo que hace.
— Es que.., es que... es que... ¡Ay, pobrecito mio!
Hace mucho qUe se ha confesado?
— Unos cuarenta años, desde que se casó.
¡Como quien dice nada! Hablé, razoné, medio convencí a la
aflig ida esposa, y al cuñado (que al fin como tal me presentaron).
Ale d
ejaron obrar por fin: entré en la alcoba.
— El Padre viene a verte, tlito.
Nirada de extrañeza del moribundo.
--Buenos dias, amigo mío—saludé yo.
—B uenos— contestó el con torpe lengua.
—.El Pad r e—siguió la sobrina—que viene a menudo a casa
(me ntira), ha entrado a visitarnos,. le hemos dicho
que estabas
del icado y ha querido verte.
—G racias: ya estoy mejor. El médz'co lo ha dicho.
—S i, que estás mejor—confirma la mujer.
— Mucho mejor—añade el hermano.
— Sin embargo—objeto yo—bueno seria...
— El otro día—dice interviniendo enla'conversación un jovenconfesdse un amigo de usted enfermo, el señor Gutiérrez; y ya
salió de su enfermedad,. y quedó muy satisfecho y tranquilo. ¿No
Podía hacer usted lo mismo?
— Si, amigo mío—dije yo decidido—, conviene saldar las cuentas con Dios. Usted está grave, y...
— El Padre siempre reca:wa un poco los colores sombríos para
Conven cer—opinó sonriendo el hermano.
— Ya lo comprendo —dijo el enfermo hablando con gran eserzo.—Padre, gracias por el interés, pero no estoy para eso.
LUando esté para morir...
tiíto—objeta 'la sobrina —'confesar nunca hace mal.
'Idernás hago una novena para ti.
---dPero me muero?
—.Muy grave está usted—dije yo.
—"Qué disparate!
— De ningún modo.
"-I Qué cosas tiene!
Todo esto dijeron todos en tropel para ahogar rnis palabras
fdtidicas. El enfermo me juzgó exagerado, gracias al
solicito cari'i° de aquella amante familia, que a puro amor empujaba al
l' esgraciado a morir sin Sacramentos.
—Pa dre—dijo sonriendo—ya ve que no me muero,
— 263 —
Le cogí de la mano; le hablé con el corazón en los labios; eché
una que otra mirada de enlo a los miembros de aquella cristiana
familia que impedían mi obra de salvación; apremié al enfermo.
—No cree usted, amigo mío? (Hice señal a los circunstafl.
tes para que se fueran poco a poco).
—Créolo todo, Padre. Re sido un poco olvidadizo de la religión,
pero tengo fe.
—Pues entonces...
—Es que.:.
—Vaya, dnimo.—Todos habían marchado. Estaba solo con
el enfermo.—Yo le hablaré. Usted sólo tiene que decir sí o O.
Vamos, pues, a confesar.
El enfermo desasió su mano de la mía y dijo con extraña
energía:
—No: no estoy para morir; mi familia, que no me engaña,
lo asegura.
Aquel no, me dejo frío.
—¿Dónde estdn?¿Por qué se han ido?—preguntó mirando a
todas partes; luego tocó el timbre. Apareció la mujer seguida
de los otros.
—¿Por qué os vais?—preguntó el enfermo.
Ale levauté descorazonado.
—Adiós, amigo—dije dando mi mano al enfermo, a quien
mi presencia molestaba.—Volveré otro rato.
—Gracias.
Al despedirme de la familia, ya en la puerta de la escal era, dije:
—Si muere sin Sacramentos, ustedes serán responsables d elante de Dios.
—Pero, Padre...
—¡ Ay, pobrecito mío!
—Dispense usted que...
Con todas estas frases dichas por diversas voces, me desPi
" mientras bajaba los tramos. Aun oí al salir la voz de-dieron
la sobrina que decía:
—Le llamaremos si ocurre algo.
¡Friolera, lo que estaba ocurriendo!
—¡Corra, Padre, que se muere!
—Entré en la alcoba. Aquello no era ya un hombre: eran los
tristes despojos de la muerte.
Lo toqué: estaba frío. Le di la absolución sub conditione, Si es
capax.
A la familia no le dije
¿Qué le iba a decir?
nada.
Al día siguiente encontré sobre la mesa de mi celda este recorda torio fúnebre:
muerto cristianamente el señor don Fulano de Tal, habiendo recibido los últimos Sacramentos. Su amante esposa, herm anos, etc., etc.»
Ale sonreí tristemente.
FR. M. SANCHO, Mercedario.
¡CON FLORES A MAMA!
En un lindo tocador adornado con todos los refinamientos de la
in ° cl a, dos señoras jóvenes y elegantes charlaban con ese tono
lig ero y fácil, propio de la buena sociedad, y con el que se desmenuzan a menudo ingenuamente las intimidades de la vida ajena,
despe dazando a veces lo más sagrado de esas vidas, como se rasga
el s util velo que oculta un objeto que excitara nuestra curiosidad.
Una de las señoras, de cuyo rostro, ensombrecido por un som,breri to CLOCHE, no se veía más que unos ojos muy grandes, que
' es P e dían luces diamantinas entre el azulado matiz de las ojeras
el negro intenso de las pestañas; unas mejillas de suaves tonaliuad es blanco y rosa, y unos labios de un rojo demasiado subido,
se c ubría a medias con un magnífico renard, que acariciaba su
euello desnudo; todo su traje era conforme a la moda imperante:
' ald a muy estrecha, que al sentarse dejaba ver sus medias de sutil
seda y sus zapatos de tafilete con altos tacones, mangas muy cortas Y escote prolongado; aquel vestido de fino punto de seda, modelaba su cuerpo como los velos de una estatua pagana modelan el
Mármol.
La otra dama, joven también, terminaba de vestirse; su toilette
era más recatada, aunque no menos rica, y su belleza más sencilla
Y N A.TUR AL.
--a)e modo que dicen que esa señora de Santos de Leyva es
antigua conocida mía?—decía la primera mientras pasaba revista
cc% sus impertinentes de oro a su amiga, de pies a cabeza.
— SI; dijo ésta sonriendo mientras tomaba de mano de su doncella u n echarpe de precioso tejido, con la que envolvió su cuello;
rtlu Y a ntigua... querida Beatriz, amiga... no diré; pero conocida,
si; ella bien se acuerda de ti,.y me dijo ayer: —¿Por qué no traes a
Beatriz?
-- 264 --—¿Y dices que se llama Mercedes?; pues te aseguro, Luisa, que
no recuerdo.
Luisa volvió a sonreir.
—Como que hace veinte años que no nos veíamos—dijo—.
—Entonces mal puedo recordarla—dijo Beatriz encogiéndose
de hombros—hace veinte arios era yo una criatura!
— Como yo—de diez arios—dijo Luisa riendo; Mercedes era más
pequeña y se acuerda.
—Entonces es del colegio.
—Sí, y de la clase gratuita; por eso te he dicho que era mas
conocida que amiga.
—Pe la clase gratuita!—dijo con asombro Beatriz.
—Sí; ¿no te acuerdas de una pequeñina morena, con todo el pelo
rizado, que las Madres ponían por modelo y llevaba casi siempre
la banda de buen comportamiento.
—¡Ah!, sí; la gitanilla, como decíamos nosotras.
—Justamente.
—¿Y esa chiquilla ha llegado a ser una mujer distinguidá?
—Tú juzgarás, pues vamos a su casa.
—¿Y merece la pena de ir?—preguntó desdeñosamente Beatriz,
mientras se ponía en pie, al ver que Luisa tomaba los guantes .y el
portamonedas.
—Más que muchas reuniones que frecuentamos—dijo ésta de,
jando pasar a su amiga delante; es verdaderamente curiosa Y
original esa reunión; durante una hora se hace labor para las
siones, ropa de iglesia, etc., etc. ¡Ah!, está prohibido el criticar, a
la que se le escurre la lengua se la castiga con una multa, que
tiene que echar en una hucha, también para las misiones.
—¡Pero eso es horrible!
—Al contrario, divertidísimo; es como un juego de azar, porque
la lengua se escurre tan a menudo...
—¿Y es muy crecida la multa?
—A voluntad de una; ahora bien, que muchas veces quiere una
pasar desapercibida, pero las demás nos echamos encima.
—¿Y la que no lo sabe?
—1Ah, querida!; tienes a la entrada una acuarela lindísima,
donde unos diablillos encantadores tiran de la lengua a un kiriki
monísirno, con este letrero: Prohibido usar más tijeras que la que
sirve para la labor.
—1Es chusco!—dijo Beatriz soltando una carcajada, mientras
tomaba asiento en el auto de su amiga.
Y •volviéndose hacia esta, preguntó con admirable ingenuidad.
—¿Pero entonces, de qué se habla?
—De todo, menos de las vidas ajenas—dijo ésta sonriendol
- 265 —
term inada la hora de labor se va a hacer una visita a la capilla,
un te mplo en chiquito, con una Virgen de la Merced que vale un
M undo; y después nos sirven un té por todo lo alto, se hace música,
se c harla y hay hasta un poquito de cine con películas preciosas,
d e lo más escogido por supuesto.
B eatriz ahoga un bostezo.
, —Oye, querida—dijo poniendo su enguantada mano en el brazo
ue L uisa—a pesar de tan sugestiva descripción, temo aburrirme
snberan atnente, .ci. ué dirías si nos fuéramos al Palacio del Hielo?
— Que hoy es imposible; he dado mi palabra, no sólo de ir sino
Lie llev arte, de modo que nos esperan.
B
bros,eatriz hizo un gesto de resignación, y encogiéndose de hom—H ágase tu voluntad y no la mía—exclamó burlonamente
or una vez, pase.
L uisa no contestó.
El auto acababa de detenerse ante una suntuosa morada; era la
de los
s eñores de Santos de Leyva.
II
Espl éndidos, alhajados con el mayor gusto, eran los salones
r ud e ambas señoras penetraban; una joven morena de rostro
°ellísitno, encuadrado en rizados cabellos de un negro brillante y
vesti Oa con rica sencillez, salió a su encuentro, tendiéndoles ambas
'llano s mientras decía:
iQué bondad la suya al aceptar mi invitación!... Vengan,
vengan; estarnos ya en el cuarto de labor; verá, querida Beatriz,
d
nuestra
exposición; es verdadera mente notable, gracias a la cariad d
e mis buenas amigas; dentro de unos días haremos el envío
al Misiones.
Y ha blando así las condujo a una hermosa habitación, er que
111 114 d ocena de señoras y jovencitas trabajaban alegremente bajo
ta Salva guardia de la mencionada acuarela, que era, por otra par` e , una obra de arte.
---IPero esto es un taller en regla!—dijo Beatriz con un entu-lasul o p erfectamente fingido. --Se reunen ustedes diariamente?
,---,1 0 h!, no. Eso sería abusar... sólo los sábados; son los días de
a V irgen, de Nuestra Madre.
Be
ex atriz poseía en alto grado la habilidad de dar a su rostro la
Presi ón que quería, así es que repitió con perfecta naturalidad:
— iEsto es encantador! Es usted un hada de la caridad.
'Só lo soy un alma agradecida, rectificó la dueña de la casa
- 2 11a 1do las alabanzas con dulce modestia—. Nadie como yo está
° ulig ada a favorecer a los Misioneros, a esos héroes de la caridad
cine , a riesgo de su vida, llevan la luz del Evangelio a las más
- 266 -
- 267j-
apartadas regiones. Sin ellos yo no existiría o sería una desgr aciada salvaje sin la menor idea de Dios ni de la Religión. No irle
avergüenza confesarlo, ustedes me han conocido en la clase gratuita de las Religiosas Mercedarias; pues bien, mi madre había
sido criada y educada por las mismas religiosas; llevada allí por
los Padres Misioneros que la rescataron del salvajismo, compräly
dola tal vez a sus propios padres... Así es que yo, elevada de uu
modo que jamás pude soñar, por mi matrimonio con un r oble por'
tugués, me he formado un deber de auxiliar en cuanto mis fuerzas
lo permitan a los religiosos de la Merced para que rescaten otras
almas, como rescataron la de mi madre y la mía.
Beatriz escuchaba maravillada; en otro tiempo había despre"
ciado a la alumna gratuita de su colegio porque vestía humilde
delantal de percal, pero ahora era bien distinto; al confesa su
bajo origen la señora del diplomático lusitano, ostentaba en sus
orejas dos solitarios que valían una fortuna, y sobre su pecho un3
cruz que parecía formada de gotas de agua purísima, a las qu 13
luz arrancaba chispas de mil colores, así es que la dama tendi su
enguantada mano con vehemente ademán, exclamando:
—Es conmovedora, verdaderamente conmovedora su historia,
y al ver su belleza y distinción hace pensar que será hija sin duda
,de algún Rey de aquella comarca.
—No lo creo—dijo Mercedes sonriendo. —Pero entre unas cosas
y otras termina la hora de labor; vamos a la capilla si gustan, es
último día de Mayo y hacemos las Flores a María. ¿No les parece
que agradará a esa Madre de bondad estas flores que hemos rec°.
gido durante su mes?
Y mostrando una bandeja de plata en que había gran cantid3d
de monedas y papelitos doblados.
—¡Esto es lo recogido para bautizar a los pequeños indígena
dijo.—En estos papelitos pone cada señora, que desea ser inadri-'
na de uno de ellos, el nombre que han de llevar. Así harían c
migo...
Y como llegara hasta ellas el eco de una música suave llen de
religiosa armonía.
—El Señor nos llama—dijo.—Van a exponer a Su Divina 1\43jestad. Vamos, vamos pronto.
Beatriz, sinceramente maravillada, siguió a Mercedes, cogieir
do a Luisa del brazo, y penetraron en la capilla.
Esta parecía un reflejo del cielo; sobre tapices de un azul pe'
do, rodeada de blancas flores, la Virgen, blanca también, Mar13
de la Merced, parecía bailada de rayos de sol que se desprendiall
de la riquísima custodia que en ostensorio de oro contenía bajo hos
místicos velos eucarísticos al Amor de los amores.
n coro de jovencitas cantaban con purísimas voces el Fange
el incienso subía hasta el trono de Dios, las flores embalban el ambiente, mezclando sus aromas.
cedes, que había cubierto su cabeza con riquísimo velo,
eaYó de rodillas, inclinando su frente ante la Majestad divina;
2e atriz se sintió subyugada, algo adormecido en su corazón por
olidad de su vida mundana, resurgió, y hondamente impresi°1-lada se prosternó a su vez anonadada bajo aquella grandeza
r
e
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Sobrehumana
• •
ando después del rezo del santo rosario, la dueña de la casa
IG aba la bandejita ya mencionada, se dirigió al capellán para
dgile a olocara a los pies de Cristo Sacramentado y de la imagen
maculada Madre, Beatriz la detuvo con un movimiento nerf, '
Y oniendo en ella un billete de banco con un papel doblado
' 11 que acababa de escribir unas líneas:
quiero también tener mi ahijadita en las Misiones.
b Dios se lo premie—dijo Mercedes dulcemente, y entregó la
b
a al sacerdote, que la colocó sobre el altar, para que Dios
lue. rldi iera una vez más las flores ofrecidas a su Madre en el mes de
,
Cu
tri
l
c
su In
OSO,
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el
—Yo
—
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Si entes no haber ido al Palacio de Hielo?— decía Luisa a Bea`riz al ubir de nuevo a su auto.
TI
por cierto—respondió ésta. —He gozado placeres deseos.-1),eid05 por mí hasta ahora, por lo que prometo no faltar ningún
"aclo a esta reunión de caridad.
V' antando los ojos hasta su amiga, añadió:
—bes engäñate, Luisa; muchas no hacemos el bien porque le
eseonoc emos... vamos como autómatas donde el mundo nos
1astra , y no sabemos buscar esas veredas escondidas que con(j 'eell a los verdaderos goces, a los goces del alma. Es preciso
e(„ile os de vez en cuando nos mande un ángel que nos muestre
s minos. ¿No te parece?
ip„ —Dios nos lo manda a menudo —dijo Luisa sonriendo.—Pero,
ntas veces los despreciamos o nos burlamos de ellos!
n atriz bajó la cabeza como agobiada bajo el cúmulo de ideas
C evas que brotaban en su mente como otros tantos destellos de
s'z ina que pugnaba por disipar las tinieblas del pasado.
Euisa la tomó dulcemente una mano, añadiendo:
Aprendamos a no despreciarlos, aun cuando los veamos con
erior poco atractivo, y pensemos que muchas veces Dios,
. 1-a Probar nuestro amor, se oculta bajo los harapos del mendigo
s
—No
lev
Di
Ca
a
Be
div
p' ext
y— 268 —
— 269 —
o bajo las úlceras del leproso; y no rechacemos al que en su norn
bre nos llama, porque al rechazarle, rechazamos al mismo Dios
terribl e p ulmonía... Sentíase morir casi asfixiado, deshechos
sus Pul mones por la enfermedad y traspasado el corazón
Poi' e l remordimiento.
C uando los ojos azules de Gabriel se posaron por pritnerd vez sobre los de aquel desdichado, éste, estremecido
131Gr s úbita convulsión y dejando escapar ronco e infernal
diariclo b arbotó angustiosamente estas palabras. «Yo no-.
.,Y13 no quise matarla... sólo que se asustase... fud Odón...
re O dón.,.
mátame a mí tú... mátame...»
1-111 r onquido ahogado, acompañado de un fuerte estrenlecitniento, cortó la postrera palabra y acabó con la vida
de aq uel desgraciado.
î1
h
aquel mismo instante y como por inspiración, quedó
tvlente a Gabriel todo el enigma que encerraba para él la
‘ I'gica muerte de Sabelita. Ramírez había desaparecido del
Puebl o a raíz de tan siniestra muerte. Huyó cobardemente
Comp añía del terrible can que, azuzado por su amo,
dlinedra aquella noche furioso sus colmillos en la garganta
me In Pobre niña...
b U na ola de furor sintió Gabriel súbitamente, que anubla: 8 1-18 ojos y su alma, y mirando como un loco en derredor
k es tancia, lo primero que se ofreció a su vista fué la
ig‘nra del temible Odón que, aterido por el frío y obediente
ma ndatos de la vieja, dormitaba entre sordos gruñidos
1`nior del fuego. Verlo, y abalanzándose a él hundirle en
t! c°b eza un hacha que halló a mano, fué obra de un inshante. Cuando el perrazo se sintió tan mortalmente herido
c1 le qu edaron fuerzas sino para arrastrarse tras espeluz" nte a ullido, y, con los ojos rusientes como ascuas, venir
el °v ar sus colmillos en la garganta Ce su amo que yacía
'I12rt 0 entre unas hojas de maíz esparcidas por el suelo.
la Ate rrada ante la actitud extraña del huésped, había huido
- vieja mascullando conjuros y maldiciones.
d Mo mentos después ardía la choza por los cuatro costa0(), Y al siniestro fulgor de las llamas se retiraba Gabriel
i gnoradas trochas de la abrupta montaña...
li abía cesado de llover; las nubes, arrebatadas por el
J. G.
HERREROS
Acuarelas grises
SABELITA
(coNcLusióN)
IV
Errante y solitario anduvo todavía nuestro Gabriel PI
aquellos montes, sin entrar jamás en poblado ni tomar otrc
sustento que el ofrecido voluntariamente por algunos Pa5'
fores que encontraba al paso...
Una oscurísima noche del mes de marzo, en qu e efl
medio del bramido de los vientos parecía querer el cielc
rasgar sus senos volcando verdaderos ríos de agua sobre
las profundas hoces y empinadas crestas de aquellas r11°11tañas, hubo de dirigirse hacia una solitaria choza alv3d
entre dos abruptos peñascos y adonde columbró el rutOr
de una lucecilla.
Con no poco riesgo de despeñarse, pudo al fin IleVr
hasta allí. Llamó, y al cabo de una buena pieza salió
abrirle una vieja quintañona, que más parecía de cuento que
persona humana.
Una espesa y hedionda tufarada hubo de herir su rostr°
en el instante mismo de ser franqueada la puerta.
No había acabado bien de entrar cuando en uno d e 11
rincones de aquel antro y al fulgor rojo de las llamas de'
hogar que lo iluminaba, pudo distinguir, tendido en 011
rincón frontero a la chimenea y separado del resto d e la
estancia por un cañizo colgado de harapos, un bulto Info'
me que se revolvía como una bestia entre unas fétid°
hojas de maíz.
Era el desventurado Ramírez, que agonizaba víctim a de
f
— 271 —
— 270 —
viento, cruzaban vertiginosas el espacio, dejando libre päs°
a la luz apacible de la luna que a intervalos iluminaba i n-s
' profundas simas y elevadas cumbres de aquellas sierras..
Postrado en uno de los lechos de una amplia sala de
hospital de Montevideo, y rodeado de los médicos, de ale
nas Hermanas de la Caridad y varios amigos, veí ase a un
joven como de hasta unos veintiocho años, con rostro un
tanto demacrado, de bellas y varoniles facciones, azules
ojos y ensortijados cabellos.
Habíanlo traído urgentemente en una camilla desd e el
circo, donde, al realizar uno de los «números» en que coi
esfuerzo sobrehumano lograba levantar en pie por la cm°,
ción al numeroso público que lo presenciaba, un inesperad°
vómito de sangre lo puso a punto de muerte.
La fiebre se había apoderado de él hasta hacerle delird
como un enajenado.
Cuando por primera vez abrió los ojos después de
intenso desvanecimiento padecido, su primera medida
hacer venir al notario, ante el cual hizo testamento, le
hi l
gando los ocho mil duros que con tantas privaciones ha-- '
lo
ganado rodando de circo en circo, para levantar un be l
1
maus oleo en el cementerio de su aldea, que perpetuas e ‘3
memoria de su idolatrada Sabelita.
Llamó también a un confesor y arregló sus cuentas Az
b3
conciencia, aun cuando solía decir sonriente que las Ilev°--1
al día como !os buenos comerciantes, y acabado que
e5
tornóle a subir la fiebre y tornó a delirar, quedando desru''
a
sumido en un profundo sueño... y soñó... soñó que veia
Sabelita con su blanco y sencillo traje nupcial, ceñidas
rro
sienes con guirnaldas de blancas rosas, pura y bella co'»
los amaneceres de su tierra andaluza, llevando en la dere
cha mano vistoso ramo de azahar, y que en medio del re g °
hd
cijo y lágrimas de todos sus allegados y conocidos, entra -I
ta
con ella en ei templo, y al pie del altar de la Virgen be r1LAi—I„,
el anciano cura los desposaba; y que, acabada la cereul'_
nia, Sabelita, transformada en angel resplandeciente, c°
rne nzaba a batir unas rosadas alas y al elevarse hacia el
cielo e nvuelta en un halo de luz de luna, flotando en el esNejo su rizada cabellera y esparciendo tras de si aromas
Y Per fumes fragantísimos..., y que al ver las lágrimas silenciosas que comenzaban a correr de sus ojos, abatió el
vuelo , y ton.ándolo de una mano le decía entre risueña
Y comp asiva:--«¡,Por qué no vuelas también conmigo?
¿por V entura no sabes que desde el día en que el hombre
c ° 111 lenza a sufrir resignadamente, comienza su alma tambie- n a tener alas, y que las espinas, punzadas y sufrimientO8 que la desgarran son precisamente las plumas de raso
que las integran?...» Y soñaba que dicho esto tomaba ella
e Gabriel de una mano, y que ambos volaban.., volaban
hdei d la altura donde el dolor y el llanto no tiene reino ni
Poderío...
In stantes después despertaba, y tras leve y pasajera
Mej oría entregaba Gabriel su espíritu en manos del Creador.
' . • • ...
Y aunque es hoy fama y subsiste viva entre las viejas de
icluel apartado lugar la medrosa conseja de que en las
n°e hes en que el cierzo ruge y bate los lomos y quebradas
,eie la s abruptas sierras alpujarreñas, arrancando los robles
ue c uajo y sepultando entre torbellinos de nieve las frágiles
estle as de aquellas aldeas, aparece, llevado en las alas del
viento y agitándose entre las sombras, la trágica silueta de
un esp antoso can, que atenaza entre sus fauces, por la
hrg anta, y dejando escapar feroces alaridos, el cuerpo
ende moniado del infeliz Ramírez.
Perro!.
FR. MIGUEL ESCÁNEZ
M.1.1nn•
NOTAS RELIGIOSAS
Hacia la unidad católica.
, 2 8 un consuelo íntimo el que se experimenta cuando se
qu.s erva de cerca el interés con que se discuten temas reael °nados con la unión religiosa, principalmente entre los
— 272 —
— 273 —
rusos. Cierto es que aún todo se mueve en un orden ideal,
pero tengo la convicción de que cuando las ideas alcanzan la extensión e importancia de las presentes, suelen
venir cargadas de hechos trascendentales y no remotos.
Todo el recelo que infundieron en el alma infantil de
Slavia largos siglos de dominio espiritual de la ambición
astuta de Bizancio, añadido el aislamiento y la genera l Y
casi total ignorancia del catolicismo, constituía un obstác u
-loinsuperabtdm unió.Novaclefrmar que la gran guerra es uno de esos reactivos que u nplea la Providencia, cuando quiere salvar una gente. La
guerra ha venido a romper el aislamiento ruso y ha est a
-blecidopunts amyreciosqugnfa
siglos de adelanto en la marcha de los sucesos. Los be neficios sin cuento que prodiga la Misión Pontificia de Ca ridad en Rusia, la flor y nata del pensamiento y acción rusas
que vivefl en contacto con el Occidente, porque han tenido
que emigrar o sido expulsados de su patria, han hecho Ya
mucho en la obra de arrumbar aquel catolicismo manu a
-lescoygúnBiza,quesñbnRia,porel
conocimiento que se difunde por doquier del Catolicismo
auténtico y viviente. Merecería consideración más reposada
el hecho de que el inusitado fervor religioso que despertó la
revolución comunista se matizaba en un deseo ardiente de
paz y unión relegiosa. No sé lo que tiene esta Roma, tan
severa y a la vez tan hermosa, tan tiesa como maternal,
que siempre que hay aumento de espíritu religioso, Pr°duce ganas de Ella en los hijos privados de su prote cción maternal, y en los hijos fieles aumenta la devoción Y
piedad con Ella. Tengo a la vista un precioso estudio, que
refleja en sus diversos matices el momento actual del pen"
samiento religioso ruso en relación con la suspirada unión
religiosa. Su autor es un ortodoxo ruso, documentado en
la meteria como pocos, Nicolás Klimenko. Vamos a entre'
sacar algo de lo mucho bueno que hay en el estudio. Conin
único valor dentro del pensamiento religioso de Rusia, que
Allontqouno
ilereKhcuraepn otavsitsc koyn . el catolicismo, aparece el metropolita
T odos los demás son partidarios de la unión, pero quie-,
l'en q ue ésta venga por grados, etapas. Claro es, aún hay
montañas de prejuicios. Por el momento aproximación a Roma, conocimiento recíproco adquirido y fomentad ° Por la acción mancomunada y sistemática contra la
demagogia y la incredulidad y después vendrá la unión de
Una
automática. Tal es el resumen de lo que quieren
esto s b uenos señores y Nicolás Klimenko también. Claro
es que los teólogos rusos cuando hablan de «unión», la
1° m an ellos desde su punto de vista, o sea de la legitimidad
de su p osición. El gran Soloviev la entendía rectamente por
«sum isión». No hay que asuslarse por el momento, que el
tie111 190 y la gracia irán deshaciendo muchos equívocos y
da ndo su valor a ciertas palabras. «La actividad bienhec hora de la Misión Pontifical en Rusia, dice Klimenko, ha
Prod ucido en el pueblo, no sólo impresión favorable, sino
además un considerable cambio.
Y a mayor abundamiento cita algunos ejemplos.
E n uno de los distritos del hambre estaba un pobre pope
° sac erdote cismático en la última miseria, muerta su mujer
,13: or fal ta de dinero para comprar medicamentos y su hijo de
" a mbre.
No quería acercarse al puesto de socorros que por
'quel l ugar había establecido la Misión Pontifical de Cari4c1 , de cidido a no pedir auxilio «a los enemigos de la verdadera religión de Cristo», hasta que se le acerca el sacerd° te ca tólico que guardaba el puesto y le prodiga socorro
ecm Id mayor muestra de afecto. «Yo lloré, dice el pope,
cua ndo se marchó, y al decir mi misa ruego en silencio no
s Ob ° Por los ortodoxos, sino por ellos también». Una pobre
111. acire estaba desolada porque se le moría su hijo; su maO,
:reid ° , an tiguo oficial, estaba en el extranjero. De pronto apaUn j esuita, miembro de la Misión Pontifical, con socorros.
h «C uando entró, escribe la buena mujer a su marido, y
uhiese yo adivinado que era jesuita, empecé a temer mucho
— 274 —
275
porque mi hijo no fuera peor. Pero el jesuita lloraba ccn
nosotros y corría en busca de un médico; en seguida Igor
se puso mejor... Ahora es para nosotros como un pariente
cercano.»
Klimenko dió en 1921 una serie de conferencias acerca
del tema: «El Gólgota y la unión de las Iglesias» en diversas
poblaciones de Yugoeslavia, y refleja así su impresión: «El
gesto del auditorio, siempre numeroso, era invariablemente
el mismo: antes de la conferencia, receloso y displicente;
después de la conferencia todo lo contrario. Por todas partes se oía decir que nosotros no conocíamos el mundo
católico, que era muy diferente de como nos lo habían ens e
-riadoyquehbípnsar ecoilón.Pr
todas partes se notaba la fortísima impresión que producía
el relato de la actividad desplegada por la Misión Pontifical
en Rusia; y por el Cardenal Mercier y Mgr. Chaptal fuera
de Rusia», Del celo y actividad de Mgr. Chaptal algún día
trataremos, Dios mediante.
El pensamiento y acción del insigne Mercier, cuya gran
caridad, respaldada, por cierto, con documentos pontificios,
fué tan mal interpretada con ocasión de las conversaciones
de Malinas, por algunos ramplones que existen para aquilatar la virtud hasta el heroismo, se conforman con estas
palabras de su última admirable Pastoral de Enero: « 3i
hombres de autoridad y alta posición moral, que son
estimados de todos, llegasen a alcanzar un juicio más ca l
105-mosdelvíncuqtabióCrsoSeñn
fieles, Obispos y el Papa, gran paso se habría dado hacia
la unidad Católica». Esto es, la conquista de la «elite»; P C r."
que si Dios determina la conversión de una gente, esa «elite» tiene que señalar el camino, como dice el gran Arz0bispo.
Y esto supone, claro es, aproximación, conocimieat°
mutuo. Es indudable que las cosas van mejorando much°
y probablemente estamos en vísperas de acontecimientos
de no calculada grandeza. Es importante que la flor y nata
de Rusia ande por occidente y adquiera un conocimient°
directo del Catolicismo y la Misión Pontifical vaya ensefiando con obras que ROMA es la Madre de la Humanidad.
, Y ¿quién ignora la importancia de los millones de catódeos u niatos, ya que son la demostración práctica de que
Se Puede ser buen ruso y a la vez católico, y que se puede
is er fi el a Roma y tener a la vez una liturgia propia de rusos.
gafil os mucha confianza en Roma; que cuando Ella
' 21-l 'ale la hora del Concilio Ecuménico, es que estarán los
ic °1'dzone 3 e inteligencias propicios a una inteligencia
'`. ° 1-nü es maestra hasta en humana prudencia.
FR. MARTÍN O. DE APR1AGA.
C
RONICA MENSUAL
Los eternos agoreros fracasaron nuevamente en sus
Pres agios de males inminentes. El Directorio salió a su paso
desvan
hir
eciendo los rumores de actitudes del Ejército y la
ulduna i ncompatibles con su religión y principios y afir,,Irldn1210 que los institutos armados conscientes de su deber
5.1 .del m omento histórico, permanecen unidos entre sí y al
Irect orio que los representa. Resalta la nota oficiosa los
scrificios aceptados por estos organismos con honrosa
lett lpl aridad, y el que tendrán que hacer si el bien nacional
t(!d reel ama, aun a costa de renunciar a espiritualidades sen.11" Por los elementos armados muy hondamente, pero
,,-.1eM P re dispuestos a posponerlas al bien patrio. Nos refe*1n% , añade la nota, a Africa, donde ya cuidará el Gobier n° d e c onciliar el prestigio militar con la conveniencia
4 cional.
Co n interés creciente siguió la opinión públicä. la causa
ltr uída a los generales Berenguer y Navarro por el ConS upremo de Guerra y Marina. El fiscal retiró la acusa-1°n C ontra el general Navarro, manteniéndola contra el
2
— 276 —
277 —
general Berenguer. El fallo recaído en el proceso absuelve
totalmente al primero y condena al segundo a separación
del servicio. Nada ha pasado como consecuencia de esta
sentencia, sino que ha sido acatada y respetada por todos,
como anunció el jefe del Directorio. El general Berenguer
ha recibido estos días testimonios de amistad y de afecto,
no sólo de significadas personalidades de la Península, ski°
de las poblaciones de Marruecos, sobre todo de Melilla'
cuya población recuerda con gratitud la serenidad con que
el ex Alto Comisario supo hacer frente a circunstancias Pie°
difíciles.
Un Real decreto crea el Tribunal Supremo de la Hacienda que asumirá las funciones de todos los organismo s de
cuentas e intervención, y en el que se refundirán el Tribunal
de Cuentas, la Intervención general de la Administraci00
del Estado y la Intervención civil de Guerra y Marina y del
Protectorado de España en Marruecos.
El 21 de Junio, acompañado de los generales del Dire e
esi--toriValespnyHmo,ióarSevlp
dente del Gobierno. Como antes en Cataluña, Vizcay a Y
en Castilla, ha escuchado ahora el general Pr!mo de River°
en su viaje a Andalucía entusiastas y alentadores aplausos'
reveladores de la honda simpatía con que el pueblo an daluz ve su actuación de gobernante. A cuatro y cinco disco!'
sos ha pronunciado algún día el marqués de Estella,
bando de multitud de asuntos nacionales y regionales, des'
tacändose entre todas las palabras que dedicó al probler°
de Marruecos, uno de los que más hondamente preocuPan
al pueblo español actualmente. En él se ha declarado
partidario de ejercer el protectorado y la influencia civil izadora desde lugares en que tengamos firme nuestra planta,
añadiendo que: «El Ejército y la Marina, firmemente 1101'
dos, ejecutarán el proyecto sin la menor vacilación, ya que
España, necesitada de recursos, no puede detener su vid°
ante Marruecos».
Nuevamente los moros han puesto a prueba el valo r Y
heroismo de nuestro Ejército. Se conoce que, recogida s Ya
....1111111
sus Cos echas, han querido repetir este año en la zona occide ntal las salvajes hazañas que ejecutaron en la oriental
el ano 21; pero que más prevenido nuestro mando hizo fracasar la intentona, castigando duramente la osadía. En la
orna de Koba Darsa, que sufrió siete días de asedio de un
enemigo numeroso y fuertemente parapetado, se han registrado epi sodios gloriosos y gran número de actos heroicos
que h ablan muy alto del espíritu de nuestro ejército, decidid° a v encer. El momento de llegar a la posición coincidió
cOu un a carga a la bayoneta de toda la línea, que se lanzó
s Obre el enemigo al grito de «¡viva España!», deshaciendo
ene migo, abrazándose llenos de entusiasmo sitiados y
Iwertadores.
Antes de partir su Majestad el Rey a la visita que ha
electli ad0 al valle de Arán, firmó el anunciado decreto de
rebosante de generosidad y amplitud, que han sido
c(-) g idas con aplauso por la opinión.
t . El g eneral Tuero y los coroneles Lacanal y Sirvent esconp rendidos en el decreto y ya se les ha comunicado la
° "den de libertad.
/ DesPués del Consejo del Directorio celebrado el 9 de
i)112 1° , el g eneral Vallespinosa dijo a los periodistas que ha,» sido a p robado el proyecto sobre régimen ferroviario y
e Ya sólo faltaba la sanción de Su Majestad.
P r oducido excelente impresión en toda España la
i2licesión por el Gobierno de la línea férrea OntanedataYud, que unirá a Santander con Valencia. En San2, rider Y Burgos se han celebrado manifestaciones popula:s cle agr adecimiento, presidiendo la habida en esta última
'19i tal el Cardenal Benlloch.
el A v isitar nuestras posiciones de Marruecos partió el 10
/u Pres idente del Directorio, que anunció que el problema de
rruecos durará ya poco tiempo.
FR. L. SANTAMARIA
— 278 —
— 279 —
NOTICIAS
Predicó el R. P. Miguel Escänez, de nuestro colegio de El
MADP1P
Nuestro Reverendísimo P. Maestro General.—gl
día 12 de los corrientes, acompañado del M. R. P. Provia"
cial de Aragón Fray Alberto Barros y del hermano de éste
D. Jaime, llegó a ésta con el propósito de presidir el capittil°
provincial de la Merced de Castilla que empezó el P róximo 19.
Los esperaban en la estación el M. R. P. Provincia l de
Castilla, fray Ramón Serratosa, su secretario P. Lorenz°
Santamaría y el P. Rector del Colegio de la calle de 5.311
Pedro, fray Valentín R. Cotón.
Capitulo provincial. En el Capítulo de nuestra Pr°'
vincia de Castilla ha sido elegido Provincial el muy re verendo P. Manuel Cereijo Muiños, y Definidores los rever
dos PP. Enrique Saco, Miguel López y Juan Gilabert'
nuestro Director.
LA MERCED, al enviar un respetuoso saludo al nuev°
P. Provincial, siente honda complacencia en testimoniarle
su incondicional adhesión y rendida obediencia, y pide '31
cielo derrame abundantes gracias que hagan su gobiertl°
provechoso para nuestra amada Provincia.
A todos, y particularmente a nuestro P. Director, nuest°
enhorabuena.
SARRIP'
Muy solemnes resultaron la novena y fiesta del sag'
Corazón de Jesús, celebradas en nuestra iglesia des de ej
día 21 al 29 del pasado mes. Durante los tres últimos dia5
Perrol. Las comuniones de los días 27 y 29 fueron muy
numerosas , y
a la procesión, que este último día recorrió
las Call es de la villa, asistió el pueblo en masa, dando
escol ta a la veneranda imagen la Guardia civil y presidiendo el Ayuntamiento.
Cop iamos de «Ecos de la Fe» de Córdoba (Argentina):
« El nuevo Colegio de las Mereedarias.—Tuvo lugar
1.0
el
de Junio la colocación de la piedra fundamental del
futuro colegio de nuestras hermanas mercedarias en la
Capit al F ederal, la cual fué bendecida por el Rvdmo. Maestro Ge neral de la Orden, Fr. Inocencio López Santa María,
quien en aquel acto solemne pronunció una brillante alocución.
Como delegada de la Superiora General y en represenación del Instituto, asistió la Superiora de Mendoza, sor
iviria de la Cruz Funes con su secretaria sor Isabel
Acosia.
La c omunidad mercedaria de Buenos Aires ha secundad° efic azmente al R. P. José León Torres en la organizaedte esta
n.
hermosa ceremonia que ha sido presenciada
Por nu
merosa concurrencia y ha repercutido gratamente en
1
Ei
actoha despertado gran entusiasmo en los populo%b
arrios que circundan el espléndido local elegido en el
Caballito .
Ei f uturo establecimiento educacional llevará el título de
`'vede
mptrix Captivorum» y él vendrá a llenar una verdadera
- necesidad social del lugar.
—
280 —
Felicitamos a las Hermanar, Mercedarias por el gran
paso dado en las vías del progreso de su Instituto, llevando
su acción bienhechora hasta la misma capital de la Repti-
1111111111111111131111111~1
NECROLOGIA
En Madrid, la Sra. D.' Benigna González Olivare s Y
Fernández de la Huera, viuda de D. Gabriel Enríquez, terciaria de la Merced, insigne bienhechora de la Orden Y
nuestra suscriptora, después de larga vida, llena de santas
obras.
A sus hijos D. Francisco y D. Gabriel y demás famili°
nuestro sentido pésame.
—La Sra. D.' Inés de Alday Urquiza, viuda de Urquila'
cofrade de la Merced.
R. I. P.
Editorial Católica Toledana, Juan Labrador, 6, teléfono 211.
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