GUAYOTA José Luis Díaz Marcos Todos los derechos reservados 1 DE MAGIAS Y SUEÑOS La magia es un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible. Y aprender las lecciones de ambos mundos. PAULO COELHO El que no cree en la magia nunca la encontrará. ROALD DAHL Es importante recordar que todos tenemos dentro de nosotros la magia. JOANNE KATHLEEN ROWLING Algunos hombres ven las cosas como son y se preguntan por qué. Otros sueñan cosas que nunca fueron y se preguntan por qué no. GEORGE BERNARD SHAW La huella de un sueño no es menos real que la de una pisada. GEORGES DUBY Un día una tortuga aprenderá a volar. THERRY PRATCHETT 2 1 Sin rumbo ni misión determinados, el alcatraz atlántico planeaba sobre la costa occidental de África sintiéndose libre y venturoso por el mero hecho de existir. La dicha era de color azul. El azul intenso y vibrante del cielo y del mar. Sobre su cabeza, asomados entre las nubes, distinguió varios de aquellos seres infinitos y amorfos. Las familiares y etéreas presencias, aparente humo iridiscente, albergaban, sin embargo, un poder inmensamente superior al de cualquier criatura: bastaba su furia, o su aparente capricho, para desencadenar tormentas y huracanes. “¿Qué observan con tanto interés?”. El alcatraz siguió su mirada. “¡Cómo no!”, se dijo, despectivo, y también, aunque le costara reconocerlo, algo envidioso. Una vez más, hartos de sí mismos, aquéllos buscaban el consuelo y la diversión contemplando y dirigiendo de alguna manera, intuía, las peripecias de los humanos. “¡¿Qué atractivo encuentran en unas bestias siempre encadenadas a la tierra o el agua?!”, se preguntó, perpleja, el ave. “¡¿Qué ven, por ejemplo, en… 2 Un adolescente y un anciano faenaban cerca de la orilla. Estaban solos, y dependían de su habilidad para sobrevivir. No tenían otra opción. Salvo implorar el favor de los dioses. -Abuelo, ¿cree que volverán algún día?. –preguntó Ufrín sin apartar la vista del horizonte. Muchas estaciones atrás, ahítos ya de redes vacías, sus padres surcaron las aguas en busca de una vida sin hambre de escamas y espinas. Ousmane interrumpió la compostura de los aparejos simulando reflexionar. Estaba bien que su nieto tuviese esperanza. Al cabo, respondió: -Todo es posible, hijo. -¿De verdad lo cree?. La repentina vibración de una de las cañas salvó a Ousmane de inventar una respuesta: el sustento del día había picado el anzuelo. -¡Sujétalo, Ufrín!. Éste se precipitó sobre el mimbre clavando los pies en el fondo de la barca. Aún así, la feroz resistencia del pez estuvo a punto de arrojarlo por la borda. -¡R, rápido,… abuelo…!. Ousmane empuñó su primitivo bichero, y lo hundió en el agua sin encontrar el obstáculo de la carne. -¡Está muy abajo!. ¡Intenta subirlo!. -¡N, no… puedo…!. El animal se debatía, frenético, y Ufrín apenas lograba contener sus potentes sacudidas. Ousmane, furioso e impotente, pinchaba el vacío. ¿Cuánto tiempo tardaría la caña o él mismo en romperse?. Sin duda, no demasiado. Ufrín rezaba para que fuera un instante, sólo un instante después que la presa. De lo contrario, a la agonía de la necesidad habría que añadir la humillación de la derrota. -¡¡Sí!!. –exclamó Ousmane, eufórico. En el agua, junto a la madera, empezó a extenderse una mancha roja. -¡S, sí,… sí…!. –jadeó aquél sin flaquear en el agarre, espoleado por el entusiasmo de su abuelo. 3 De súbito, un sonido profundo y lejano, muy lejano (¿la sirena de un buque?), distrajo la torturada concentración de Ufrín, y el animal, aunque malherido, aprovechó para arrancarle la caña y la piel de los dedos antes de escapar. Ufrín gritó. Ousmane, arrastrado de repente, perdió el equilibrio, y cayó al agua. -¡¡Abuelo!!. Sin prestar atención a la sangre de sus heridas, el chico se arrojó por la borda. 3 Argo, vieja embarcación turística abarrotada por turistas venidos de todo el mundo, surcaba plácidamente la costa norte de Tenerife, la mayor de las Islas Canarias. De repente, el motor traqueteó, y, por un instante, los instrumentos amenazaron con detenerse antes de recobrar su normal funcionamiento. “¡Ha estado cerca!”, bufó el capitán. Los sustos eran cada vez más frecuentes, y tarde o temprano, dependiendo de la hora en que ocurriera un día de estos, pensó con sorna, cesarían definitivamente. ¿Y entonces, qué?. Entonces… Echó un largo trago de su inseparable botella de ronmiel. Marino de origen ateniense, Eladio desembarcó en Canarias hacía ya casi treinta años, y enseguida supo que había encontrado su lugar en el planeta azul. Dispuesto a ganarse la vida como guía turístico (¡qué mejor ocupación en el Paraíso!), reunió sus ahorros, y compró el que, a partir de entonces, sería también su hogar. Se llamaría Argo, como la nave ocupada por Jasón y los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro. Para su sorpresa y agrado, él mismo, gracias a su procedencia y aspecto, también fue rebautizado siguiendo la cultura helena: Eladio se convirtió en Zeus, padre de los dioses y los hombres. Paz y humor, hermanos canarios. Al otro lado del cristal, en cubierta, Egle explicaba a los pasajeros (“Ladies and gentlemen,…!”, “Mesdames et messieurs,…!”, “Meine damen und herren,…!”), las numerosas excelencias de Tenerife. La mano derecha de Zeus también era su hija. Su adorada hija. La joven se había convertido en el vivo retrato de su madre: una canaria dulce y hermosa que, todo sea dicho, no tardó en lamentar haberlo conocido, y a la que él nunca había culpado por ello. La fidelidad no era la principal virtud del dios griego. Tampoco la suya. Egle se desenvolvía con su natural encanto. Ajena a la embelesada observación paterna. Ajena al terrible descubrimiento que haría poco después. 4