DIRECCIÓN Y A D M I N I S T R A C I Ó N : CALLE DEL PRADO, I I -APARTAD® DE CORREOS NÚM. 139 TELÉFONO 5.233 MADRID, I I SEPTIEMBRE LA 1920 PRECIOS DE SU5CRICIÓN: MADRID Y PROVINCIAS UN SEMESTRE, ^ PTAS. - UN AÑO, 14 PTAá. ..... EXTRANJERO, UN A S O , 25 PTAS. = SEMANARIO D E E A VIDA NACIONAL ALIANZA SOCIALISMO Y OBRERA SINDICALISMO por Luis Araquistáin OMO caballos que se agrupan en círculo pedir su restablecimiento. Si se desatienden al sentir la proximidad del lobo, los sus buenos modos y palabras, ¿qué recurso obreros españoles organizados en la Unión queda sino la violencia para reducir la manGeneral de Trabajadores y en la Confedera- sa dictadura vigente al orden normal perturción Nacional del Trabajo, se han dado la bado por ios que debieran ser sus guardianiano ahora, en 1920, como en el estío de nes? No, no basta en estos días, en que la mi1917. Esto hay que agradecerle a Dato, el ííupino presidente de los Consejos de la Co- tad del horizonte europeo se ilumina con las llamaradas de la revolución social, la conrona. La alianza de las dos organizaciones, fianza de la Corona, como pretende Dato, y ambas sindicalistas, aunque no se quiera, si no es indispensable la confianza de un si bien separadas por inesenciales diferen- Parlamento sombra y de unos partidos fantascias de fines y de medios, es un gran hecho mas, no es posible hacer de la vesania y de preñado de significaciones y posibilidades. la codicia plutocrática timones de gobierno Expresa, en primer término, esa alianza una cuando se sufren la desconfianza y el abomelancólica realidad: que sólo la clase obre- rrecimiento del pueblo organizado. Bien está ja organizada, sin excepción de ninguna otra la confianza del Monarca; pero en el horiclase ni de ninguno de los partidos guberna- zonte español, signo de desconfianza y jus*^entales y aun republicanos, se quiere alzar ticia, ha aparecido estos días la primera nueficazTiente contra una anormalidad consti- be de otra huelga general. Ante la tormenta tucional que ya degenera en crónica. Por inicial, la más primaria discreción aconseja, irónica paradoja, de la constitución de las le- mejor que preparar el pararrayos del mauyes fundamentales, de lo que es la base más ser, un prudente despido de los provocadoconservadora de la sociedad española, sólo res por parte de la institución confiante. se cuidan las clases más revolucionarias. * Algunos, los edecanes y turiferarios del C supino primer ministro, han querido ridicuuzar esa alianza por excesivamente mode••ada. Sin duda deseaban un lenguaje cargado de violenta palabrería, para que los cosacos del Poder público tuviesen un pretexto de arbitrarias y desenfrenadas represalias. Más vale ser como el vasco, según el *^lasico, corto en palabras y en obras largo. No se podrá argüir ahora que los obreros P'anean la subversión de los fundamentos •'Ocíales. Subvertidos por los Gobiernos aninores, y agravadamente por el actual, se contentan las organizaciones obreras con Pero la alianza de los dos organismos obreros tiene un sentido más profundo y duradero que el de su carácter circunstancial. Es el principio de una liquidación de absurdos odios históricos, nacida de una creciente responsabilidad histórica. Cuando se mira al pasado, cuesta comprender cómo anarquistas y socialistas subordinaron su interés común y básico, la liberación de la clase obrera, a formales diferencias ideológicas. España ha sido uno de los países donde esta discrepancia ha tenido más hondas raíces y AKO V I . - N Ú M . 280 ha durado más tiempo, siendo causa principal de la flaqueza de las organizaciones obreras hasta hace pocos años. Pero el viejo anarquismo, aleccionado por amargas experiencias, comprendió que su repugnancia a todo sistema de organización disciplinaria era incompatible con uní acción eficaz. Y se desenvolvió el sindicalismo u organización por oficios o industrias. Originariamente, el sindicalismo, sobre todo el español, se nutre de antiguas ideas anarquistas; pero poco a poco las va eliminando también y hoy acepta ya la acción política, esto e;;, una acción de relaciones con el Estado, si bien puramente defensiva y hasta ahora no parlamentaria. A su vez el socialismo, convergentemente a la aproximación del antiguo anarquismo, nuevo sindicalismo, se acerca a éste considerándolo como punto de partida de la sociedad futura. El mayor defecto de los socialistas de este último medio siglo es que su concepción de la nueva sociedad no transcendía, prácticamente, del marco del Estado histórico. El vino nuevo se trasvasaba a los viejos odres. Todo el mundo podía repetir el elemental apotegma de la socialización de los instrumentos de producción y cambio. No se pasaba de ahí, y nadie preveía una organización de la sociedad muy distinta, en su envoltura material, aunque sí en sus principios, de la vigente. La estructura política del actual Estado es geográfica, territorial: un desatinado absurdo. El socialismo del pasado, por limitación imaginativa y también por influencia del Estado en cuyas instituciones intervenía, parlamentos y ayuntamientos, organismos de base territorial, no logró superar la concepción externa del régimen heredado. El advenimiento del sindicalismo y, sobre todo, de la revolución rusa, obra de una gran raza imaginativa y creadora, ha modificado profundamente la visión socialista del mundo. Hay que organizar la sociedad por profesiones o industrias y erigir sobre ellas las nuevas instituciones representativas. El socialismo se había hecho parlamentario, deinasiado parlamentario, en el viejo régimen. ?<5/X7> Núm. 280.—4. Su sana reacción contra una táctica que lo conducía a la decadencia y a la desnaturalización, se la debe al sindicalismo. Siempre habrá parlamentos o congresos sindicales, por oficios o de conjunto, y tampoco pueden faltar—para que no se alarmen los que temen la primacía de la profesión sobre la personalidad total del hombre—instituciones ideales que regulen la relación entre hombres, las relaciones de libertad, junto a las otras, las reales, encargadas de las cosas entre sí y de los hombres como productores de cosas. El hombre como sujeto de libertad y el hombre como sujeto de economía: he ahí los dos polos sobre los cuales ha de girar la organización de la sociedad futura. Pero la base no podrá ser territorial, sino profesional. El sindicalismo será el cimiento del nuevo edificio; el socialismo o propiedad social de los instrumentos de producción—la propiedad nunca debe ser sindical—es la visión arquitectónica de conjunto. * La alianza de la Unión General de Trabajadores, que hasta ahora tendía al socialismo histórico, y de la Confederación Nacional del Trabajo, procedente del anarquismo histórico, no es una simple coincidencia exterior de dos organismos heterogéneos, sino un punto de contacto en la doble y convergente evolución ideológica, nuncio de una fusión más intima y orgánica. El beneficio mutuo de este vínculo es incalculable. El sindicalismo de Barcelona curará al sindicalismo y socialismo de Madrid de su excesivo parlamentarismo y de su excesiva moderación táctica. Por su parte, Madrid suavizará quizás la táctica de violencia individual de los catalanes. Pasadas lasactualescircunstancias de unión defensiva contra los desmanes del poder público, subsistirá la necesidad de permanecer unidos, no ya sólo por afinidades doctrinales y comunidad de intereses, sino por exigencia histórica. La clase obrera, en España como en el resto del mundo, tiene sobre sí la cercana responsabilidad de reorganizar el mundo sobre nuevas bases. Cuando esta misión aparecía lejos, podían tolerarse divergencias de criterio y de táctica en las distintas organizaciones obreras. Después de la guerra y de la revolución rusa, ante el espectáculo de una sociedad que ha cumplido su destino y se desmorona a pedazos, la disención en cuestiones accesorias sería más que ilícita, criminal. Italia, donde toda la clase obrera aparece unida para vencer un lock-out ignominioso y para instaurar un nuevo orden, prescindiendo de una clase patronal que nada ha aprendido, por lo visto, de los grandes acontecimientos recien- , tes del mundo, da un alto ejemplo de cordura y de aptitud organizadora. Los que en la alianza de los obreros españoles tratan i ya de clavar la cuña del disentimiento, miren a Italia; si la vista no les alcanza, a Rusia. sí* NOTAS SALVADORES DEL ORDEN L os republicanos intentan convertirse en partido conservador. Según frase del señor Lerroux, «las circunstancias han deparado al republicanismo una posición central». Se colocará entre comunistas y tradicionalistas, entre bolcheviques y conservadores, entre patronos y obreros, entre el capital y el trabajo. Colocándose «entre luchadores de una clase y luchadores de otra», renuncia el republicanismo a la lucha, y consagra el adiós a las masas que ya hace tiempo le abandonaron. No puede satisfacer las ansias de reivindicación social que agitan a los trabajadores. Su único interés está en ligar en aspiración común a los que pueden perder en las luchas. El único programa es la patria, o sea orden, reposo y tranquilidad, «por encima de todas las diferencias políticas y sociales». El partido que salga del próximo Congreso de la democracia republicana, asamblea que se organiza con propósitos de unión, será una vieja agrupación liberal más. El republicanismo, revolucionario un tiempo, se convierte por lógica inexcusable de las supervivencias históricas, en conservador, y desde su trinchera de asalto, fuera del régimen, se ofrece como salvador del orden, amenazado por la revolución de veras que rumorea en el mundo. PELIGROSO EJECUTOR EGÚN Dato, el momento de cumplir con su deber está ya próximo. Dato tiene el deber de elevar por decreto las tarifas ferroviarias. Y mientras cuente con la confianza de la Corona... cuyos negocios tan útilmente gestiona, el no elevar las tarifas sería cobardía. Claro está, cobardía frente a la protesta unánime. Pero más que la protesta de todos, inspirada por elementos que buscan la perturbación a todo trance, según dice Dato, molesta al Presidente de hoy la disconformidad con Cierva. Por aquí viene la muerte. La lucha está entablada. Dato ha mandado decir a La Época varios improperios contra Cierva. Este duelo, coreado por Bugallal, que achaca a Cierva olvido de sagrados deberes, es la muerte del idoneismo, y el nacimiento de un fuerte partido conservador dirigido por Cierva, quien ha sabido maniobrar con habilidad, y alcanzará la hegemonía sobre las fuerzas conservadoras, A nadie S E S P A Ñ A S U E L T A S puede parecer un mal la muerte de Dato, pero no es motivo de alegría que corresponda a Cierva la gloria de matador. LO CONTEMPORÁNEO ESTA PROHIBIDO E L ministro de la Gobernación está dispuesto a no consentir las glorificaciones de atentados y revoluciones, y aclarando su propósito, añade que se refiere a lo contemporáneo, no a lo histórico. Es un criterio un poco sutil, según el cual, podemos alabar la guillotina de la Revolución francesa, decapitando a un Borbón, y no podemos siquiera mencionar la Revolución bolchevique, ni manifestar simpatía por el movimiento italiano. Naturalmente, la revolución rusa no es «un hecho histórico», sino contemporáneo, y como tal, sometido al arbitrio de un señor Bugallal, natural de Galicia, que sólo permite hablar de ella para mal. De igual modo el señor Bugallal permitirá 2ÍX A B C glorificar los abusos de Poder, muertes y violencias, cometidos por los agentes de la Autoridad, y en cambio castigará, con mano dura, cualquier prueba de simpatía a favor de los vengadores. Así opina el mismo señor Bugallal, que alega, como razón para negar la existencia de las deportaciones, que Fernando Póo forma parte del territorio nacional, y no puede llamarse deportación a esta nueva manera de generosa hospitalidad. Y esto dice el mismo señor Bugallal, qu^ encuentra «gedeónico» que en la Casa del Pueblo de Madrid, aun no clausurada, se celebre un mitin de protesta contra la repetida y constante clausura de otros centros obreros de España. DISFRAZ OS liberales, o sean García Prieto, Alba, Romanones, Villanueva y Alcalá Zamora, celebran conferencias a orillas del Cantábrico; quieren el Poder y ante él deponen, no diferencias de doctrina, pues carecen de doctrina, sino delimitan el campo de sus ambiciones personales. Cambó y Ventosa se acercan a la nueva conjunción que pronto será agraciada con e Poder. El liberalismo caduco desea 'nueva savia reformista. Otras personas nuevas en sus filas para darle el prestigio de que carece, nuevo prestigio encubridor de viejas mafias. L go/s-i-r ES P A Ñ A E L C O N D E DE R O M A N O N E S JUEGA A LOS SOLDADOS por Manuel E L señor conde de Romanones, en su retiro de Biarritz, «desde donde contempla a distancia el panorama patrio», le ha confesado al redactor de un periódico, que posee nuevas ¡deas acerca de los problemas militares españoles, al estudiar las lecciones de la guerra. Se comprende que el señor conde de Romanones haya sentido la necesidad de renovar su ideología político-militar, rudamente puesta a prueba las dos últimas veces que ha vivaqueado en el Gobierno. Durante muchos años el Ejército no ha sido en España más que el sosten del trono, su único sostén; por ser el único, del Ejército podría salir también la amenaza niás peligrosa para el régimen. Pero el Ejército, para la solicitud gubernamental, reducíase a unos cuantos «príncipes de la milicia», a un puñado de generales a quienes había que tener contentos a toda costa. El Ejército era un cantón aparte, regido por una oligarquía de generales; con el pretexto de la técnica, o invocando la abnegación patriótica, ni el Parlamento ni los Gobiernos (no se diga los organismos de inspección económica del Estado) han querido ni podido enterarse a fondo de lo que ocu•"fía en el Ministerio de la Guerra. El sistema consistía en cerrar los ojos sobre las mayores enormidades, para evitar conflictosFrente a los potentados militares, frente a 'Os caudillos más o menos acreedores a la Si'atitud de la Corona, la conducta de no pocos jefes de Gobiernos, de no pocos magnates de la política, tenía doble faz, y se 'novia entre dos límites extremos: el temor y el desprecio. Temor, encubierto con palaoras de encomio en los actos oficiales, por la fuerza que se les suponía; desprecio, por 'amcapacidad profesional comprobada, o por 'a medianía personal descubierta en la colaooración del Gobierno. Hace años, un presidente del Consejo, hoy difunto, le daba a "no de los caballos de su coche el nombre de su ministro de la Guerra. La chuscada es odo un emblema. Si la hacía por rebajar al ^nnstro, cualquiera en el caso de aquel preS'dente, le hubiera desenganchado del MiJ^'sterio; y si la hacía por enaltecer al cabao, debió, por vía de premio, desenganchardel coche; pero el insigne gobernante pre^ría seguir insultando a su colaborador, a Azaña reserva de hacer una sesión patriótica, si la ocasión se presentaba, para defender algún proyecto suyo de reformas militares. El señor conde de Romanones, coheredero dentro del liberalismo histórico del sistema de contemplaciones y de verdades convenidas, vio roto en sus manos el cayado del «viejo pastor», a quien tantas veces invoca como maestro. Se rompió el cayado cuando la oficialidad en masa, debajo de un generalato sin prestigio y encima de una tropa sumisa y sin noción de civismo, se arrogó la representación genuina y exclusiva del Ejército. Casi nadie dijo entonces lo que había que decir; nadie hizo lo que había que hacer. Algunos pobres generales protestaron, pero no se les hizo caso; no disponían de los cuerpos: no eran ya un peligro: no tenían fuerza. Y en cuanto las clases de tropa quisieron imitar a sus jefes inmediatos, opusiéronse los oficiales, y los cabecillas fueron arrojados del Ejército. Muchas veces hemos considerado cuan negras y amargas horas debió de pasar el señor conde de Romanones, que es tan liberalote, al estrellarse desde la Presidencia del Consejo con el poder irresponsable, oculto y caprichoso de las Juntas militares, y cuánto debió de sufrir en su amor propio de hombre y en su dignidad de jefe de gobierno (]la función de mandar es para tan poco!) ante una rebeldía que adoptaba demasiadas veces la forma de una vejación personal. El sabido proceder del liberalismo viejo en política militar ya no servía, no se trataba ya de reclutar almas de generales para el cielo de la monarquía; la corona y las juntas estaban siempre a pique de entenderse; primero por prudencia, aplicando la recomendación de Quevedo para que las mujeres le sigan a uno, que es andar delante de ellas, y segundo por inclinación natural, pues si la monarquía sigue necesitando, como siempre, de aquella parte del ejército donde reside en cada momento la fuerza efectiva del mando, la oficialidad encrespada contra el Gobierno, contra el Parlamento, sabe que la corona puede prestar de mil modos a la forma actual del ejército un apoyo contra las tentativas de renovación radical que en otro régimen le sería mucho más difícil encontrar. El liberalismo histórico, administrado en aquella sa- Núm. 2 8 0 . — 5 . zón por el señor conde de Romanones, sucumbió ante la oficialidad; primero por lealtad a la corona, simpatizante con las Juntas, y segundo por defender el orden social. Resultaba que el Ejército, aunque pisoteara los «principios» del liberalismo constitucional, era el más eficaz protector de sus intereses, y el mismo ministro que se tapaba el rostro con las manos, escandalizado, por no ver la Constitución maltrecha, solicitaba a escondidas el apoyo de sus transgresores para sofocar cualquier movimiento obrero que pareciese amenazador. La liga entre los poderes efectivos del país quedó sellada a cambio de ; concesiones mutuas, y a costa de la ideología liberal que el señor conde de Romanones dice ser la suya. Mucho debió de dolerle el sacrificio; tanto, que más de una vez le hemos oído decir que no volvería a ser ministro mientras hubiese en España Juntas militares. Estos antecedentes, un poco largos de recordar, aumentan el interés de las declaraciones del conde de Romanones acerca de los problemas militares en España. No es uno ya tan ingenuo que vaya a tomar por programa de gobierno lo que a un político español se le ocurre decir una tarde veraniega a un periodista solícito; esa distancia entre «la copa y los labios» nos tranquiliza por una vez; pero el señor.conde de Romanones, tan sagaz como es, nos muestra en sus palabras, ya que no lo que va a hacer en el Gobierno, lo que cree conveniente decir y ofrecer para volver al Gobierno. Quizás el , camino importa aquí más que la meta. El resultado de la guerra ha infundido en el , ánimo del señor conde de Romanones la , convicción de que es necesario dotar a España de un gran ejército; pero no así como quiera, sino grande, grande, «provisto de todos los elementos de destrucción necesarios». Claro es que este ejército necesita una , oficialidad enorme: el señor conde de Roma- , nones promete crearla, sin reparar en gastos, , y a la oficialidad le ofrece desde ahora el , oro y el moro: el oro, por las dotaciones espléndidas, y el moro, porque el señor conde . de Romanones cree que un ejército así de , grande necesita «un ideal», y ese ideal es... Marruecos. El señor conde de Romanones es singular en el empleo de ciertos vocablos: quiere dotar de un ideal al ejército y le ofrece una presa. En fin, la oficialidad que le dio tantos disgustos, le entusiasma ahora: claro es que piensa dotarla de «una fuerte cultura». Con cultura, con «elementos de destrucción» y con ideal, la oficialidad podía cumplir la más alta misión que el señor conde de Romanones le asigna: ¡salvar a España de la anarquía! Tales son los puntos capitales de las enseñanzas que el señor conde de Romanones ^^5/5-95 Núm. 280.—6. ha sacado de la guerra, en lo tocante al problema militar; pero sus propósitos tienen tanto interés y este artículo es ya tan largo, CRÓNICA I D E LOS P R E S I D E N T E S CONSIDERADOS COMO DIOSES, que si de aquí al sábado próximo no nos han «salvado ya de la anarquía>, volveré sobre el tema con más holgura. AMERICANA ágil, el dios es benéfico. Los otros dioses le han transmitido esa gracia de un modo ostensible, con las ceremonias de un ritual. No estamos en el caso de una impostura, E L etnólogo coínenzó por decir: — Los presidentes hispanoamericanos, o algunos de ellos al menos, es decir, los de países que viven aún fuera del régimen institucional moderno caracterizado por el sistema representativo, parlamentario o congresional, no son otra cosa que hombres dioses, o dioses mortales. ESPAÑA m E L PALAL O H DIOS L E C H E R O , AY entre los pueblos todas un dios lechero; el Palal. Este dios lechero comunica virtudes germinativas a las plantas, y por él se hinchan las ubres de las vacas en el templo-establo. —¿Seres deificados en todo caso? El Palal tiene este don maravilloso desde — No; son literalmente dioses. Son dioses que sus fieles le permiten que se frote con el en el riguroso sentido que da la ciencia a jugo de un arbusto (meliosma sünplicifolia). esta palabra cuando estudia las creencias El Palal cultiva relaciones directas con el humanas. Sol, la Luna y los Vientos. Después de ha—¿Qué es lo que caracteriza a un dios? ber hablado con los astros y de conversar —Desde luego no lo caracteriza la inmorcon los meteoros, toca un árbol y el árbol talidad. Aun los grandes dioses mueren. Safructifica, ordeña una vaca y rebosan las jibido es que en tiempo de Tiberio murió Pan. caras sagradas... El emperador, al saberlo, ordenó que se hiNo de otro modo en las repúblicas americiese una investigación. Plutarco lo cuenta. canas, cuando la paz se ha cimentado, el Y si los grandes dioses mueren, ¿no han de Palal que ocupa el palacio de la presidenmorir aquellos otros dioses cuya alma habita cia es el divino creador y sustentador de la en un tabernáculo perecedero? riqueza pública, de la higiene pública, del bienestar, de las altas cotizaciones, de los n ferrocarriles, de las inversiones hechas por CÓMO Y POR QUÉ SON sindicatos israelitas. DIOSES CIERTOS HOMBRES. ¿Cómo lograr que perdure la obra benéL etnólogo prosiguió: fica del Palal? — Esto no lo digo al azar. Lo enconSólo hay un medio: suprimirlo a tiempo. tramos en Frazer. El lo ha escrito en la Rama de Oro: «Los pueblos primititivos creen IV que su seguridad y la del mundo entero deD E LA M U E R T E D E L O S DIOpenden, por necesaria subordinación, de la SES Y DE LOS PRESIDENTES. vida de uno de esos hombres dioses que a sus ojos encarnan la divinidad.» L hombre se ingenia para que la muerte del hombre dios no traiga consigo caHay que notar el sentido profundo de estas palabras: «Toda la vida de un pueblo lamidades infinitas. está vinculada a la vida, y por lo mismo a la He dicho que los pueblos han organizado salud y a la fuerza de un hombre dios o de todo un sistema defensivo contra las continun dios hombre». gencias a que los reduce su relación íntima Si el dios es mortal, y si como ser mortal con el divino señor. está sujeto a las contingencias de la vida El primero de los problemas de un pueperecedera y frágil, hay que buscar algún blo regido por dioses mortales—ya queda recurso contra todos los males que necesa- dicho,—es impedir que el alma de ese proriamente son males del pueblo. tector decline en una vejez miserable, pues Las religiones primitivas contienen rece- si muere en estado de senectud, el sucesor tas para impedir que el dios caduco atraiga no hereda sus facultades eminentes, sino pouna maldición sobre su pueblo. breza de espíritu y una voluntad pulverizada. Por el hecho de existir, por el hecho de Los pueblos salvajes y las repúblicas his •sgr fuerte, por el hecho de tener un cerebro panoamericanas han encontrado un medio E E infalible para evitar esa calamidad suprema: matan al hombre dios, al dios presidente. Matar a esa divinidad o a ese funcionario, es un acto socialmente útil. Más aún: es un acto de suprema defensa de los intereses colectivos. Los congoleses creían que si su pontífice moría de muerte natural, el mundo perecería. Así, el sucesor atisbaba el momento de una enfermedad. Al chilomé no le estaba permitido tener el más ligero constipado, pues inmediatamente el sucesor acudía con una cuerda o con una maza, y según el caso, previsto por el ritual, ahorcaba al jefe supremo o le rompía el cráneo. Los reyes etiópicos de Meroe eran dioses, pero los sacerdotes, intérpretes de una divinidad más alta, conocían el momento en que el hombre dios debía morir. Y el hombre dios no titubeaba. Pero he aquí una costumbre africana, más americana todavía que la etiópica: «Los ayeos tienen un rey, tan absoluto como el de Dahomey, pero sometido a una disposición de Estado, extraordinaria y humillante. Cuando, el pueblo cree que el rey gobierna mal, idea que le sugieren a veces los ministros descontentos, se le envía una diputación. Esta diputación ofrece un cesto con huevos de loro—tales son las credenciales,—y le dice respetuosamente que los subditos están cansados de su dominación. Ha llegado el momento del descanso y del sueño. El rey da las gracias a los delegados por esa fina atención, se retira a sus aposentos y ordena a sus mujeres que lo estrangulen». Pero hay pueblos que matan a sus dioses en términos fijos. Ciertas agrupaciones de la India meridional tenían dioses nombrados por doce años. Cumplidos los doce años de dominación, el hombre divino tomaba cuchillos bien afilados, y se cortaba la nariz, las orejas, los labios, los pies, y por último, lagarganta. El rey más chic era el que tenía maña y fuerzas para arrojar a sus vasallos la mayor cantidad posible de la propia car* ne palpitante, V L o s CONCURSOS DE EXTERMINIO. O siempre se inflige la muerte al dios reinante. Las divinidades entran en arreglos. El dios mortal se dirige al dios inmortal y le habla de este modo: —Tu procedimiento es bárbaro. ¿Por Q"^ me matas? Sométeme a una prueba, y st/C' sisto, déjame la vida y el trono. El dios inmortal acepta. Entonces se traba una lucha trágica en la que el poder acaba por ser más fuerte qu N 3o/s-^o ESPAÑA los dioses inmortales (como prevalece el cacique sobre el ministro por obra de la astucia lugareña). En Calicut, el Samorín se presentaba rodeado de una guardia formidable, desafiando la audacia del que quisiera sucederle. Se convocaba a un jubileo solemne en medio de una extensa llanura, y en medio de ella se levantaba la tienda del soberano reinante. Bien pronto se presentaban los pretendientes a la sucesión, armados como se arma todo el que pretende cetros. La guardia, apercibida, defendía al dueño de la situación, en una lucha que costaba mucha sangre. Los bengaleses aceptaban un principio político de gran sabiduría, impregnado de humorismo: —Somos fieles al trono—^^decían.—El que mata a nuestro Rey es nuestro señor indiscutible. ¿Hay algo más americano que esta filosofía? ¿Hay algo más humano? También había la institución del rey patizambo. El rey patizambo cambogcs era una especie de presidente provisional americano, un sustituto que ejercía el poder durante los días necesarios para que los dioses superiores descargasen sus iras o probasen la fuerza de la monarquía. El rey verdadero asistía de lejos a la experiencia, y en todo caso escapaba con vida. Por último, un rey podía matara! heredero y cumplir en la cabeza de éste los desti' nos ineluctables. VI LA USURPACIÓN DE LOS PODERES DIVINOS. H AY una fuerza desintegrante de las creencias que debiera estudiarse más a fondo por los etnólogos. ¿Hasta qué punto los hombres son fieles a sus creencias? Cuando un ser divinizado ejerce el poder, necesariamente quiere conservarlo, y no le es difícil encontrar auxiliares. Decimos de un pueblo que está regido por instituciones, cuando los sacerdocios son suficientemente fuertes para enviar cestas de huevos de loro a los jefes. Pero el personalismo tiende a prevalecer. —Tu Dios es un dios pálido. Yo soy un dios más grande, hijo del Sol—decía un cacique del Marañón al misionero que le mostraba un crucifijo. Y otro misionero, que en el Magdalena preguntaba quién había creado el cielo y la tierra, obtuvo esta respuesta del cacique local: —Yo soy el autor de todo lo creado. Probablemente se lo habían dicho en algún decreto, como los de la Legislatura del Estado Guárico. En los tiempos del Imperio Romano los artistas daban a los dioses la fisonomía del César, En Venezuela se pintó un San Pablo con cara de Guzmán Blanco. El día de la caída del déspota, el pobre cura tuvo que pasar a toda prisa una brocha sobre la cabeza del santo. Ya Guzmán Blanco no era dios, y la muchedumbre había derribado su estatua. Castro fué a un prostíbulo y pedía que alguna mujer le pusiera el pie sobre la nuca. —Soy el hombre más grande; el más fuerte; soy superior al Emperador de Alemania. Necesito humillarme para no ser como Dios. El populacho quiere poderes divinos, aun que sean usurpados, y si no los encuentra dentro del orden regular, los suple como puede. VII E L DIOS GUACHALLA, Núm. 25o.—7. Penitenciaría Central. Guatemala, S de Agosto de 1920. Sr. D. Ramón del Valle Inclán. Madrid. Mi inolvidable y admirado amigo: Llega hasta mi tBartolnia»—que así se llama por estos mundos al calabozo—el rayo de luz que importa la nobleza con que se empeñaran en favor de mi libertad los intelectuales españoles. Me dan la seguridad—y no dudo un solo instante de ello— de que entre las firmas amigas, figura la de usted. ¿Iba a faltar en semejante concurso de hidalguía y cultura? Tal seguridad me decide a rogarle a usted que, colocándose con su privilegiada imaginación en lugai mío, dé las gracias a todos con la efusión del caso, y haga a todos extensivo el abrazo que le envío con la masculinidad dt quien se siente digno del favor que se It hace. Comunique usted a todos que ni po un momento daré motivo para que se arre pientan ni menos avergüencen de su actituc en favor mío. Forme usted, y hágalo de todos formar cabal concepto de mi verdadera situación por el recorte que le acompaño, y que, si s juzga pertinente, podría ser reproducido co esta noticia adicional: Después de tal publ cación, la enemistad política ha callado. I % g E aquí un caso típico. Había en Bolivia un doctor GuachaHa. Ese doctor Guachalla no había hecho ninguna cosa grande, buena o mala, que lo destacara entre sus conciudadanos. Pero se le necesitaba para la función de presidir, La falsa arenga de Santos Chocano. para que las tribus viesen al jefe con todos E leído últimamente reproducidas, e los atributos del mando personal y de los algunos órgano s de la prensa, palabra poderes misteriosos. que me atribuyó, el 10 de abril, una publ Un periódico, tal vez el mismo que invencación de combate, muy explicable en s tó a Guachalla, decía: € Llama a las puertas de nuestra ciudad oportunidad. Es correcto hacer constar qu su hijo muy amado, el ungido por el óleo El Unionista no ha vuelto a decir nada. Si alguien hay a quien le conste haber pn santo de la popularidad, para ser colocado nunciado yo arenga o discurso en La Pa a la cabeza de sus destinos; el esforzado campeón de sus derechos y de sus libres ma, durante la llamada «Semana Trágica» destinos, el doctor Guachalla, candidato a la a quien le conste haber aconsejado yo al e presidencia... Que Bolivia despierte de la presidente bombardear y destruir la ciuda pesadilla que la quebranta y la abruma, y en que estaban mi esposa y mis pequeñi que, unida y fuerte, tenga fe en su porvenir hijos, tenga el valor cívico de dar su ñor y confianza en su esclarecido ciudadano que bre en estas columnas o de comparecer la llevará al soñado puerto de su felicidad. > formalizar un cargo ante el Tribnnal Milit, Nadie ha vuelto a oir hablar del dios Gua- que me ju7ga, cumpliendo así con sus ve daderos deberes ciudadanos. Creo estar pa: challa. ello sometido a una indagatoria judicial, t la que hasta ahora no ha aparecido una so declaractóft contra mi. A los que afirman lo que no les consta j El poeta Santos Chocano ha enviado a aún sin necesidad ni motivo lo propaga nuestro amigo don Ramón del Valle Inclán la adju7tta carta, da?ido gracias por el men- huelga el calificarlos. Espero que la Justicia no sea suplantai saje de las perso7ias que en España se intepor la malevolencia de los que, en la prens resaron por su libertad. El suelto a que se refiere la carta, y que explotan la credulidad de los imbéciles. Penitenciaría Central, 2 de agosto < también reproducimos, es un documento de 1920. descargo a favor de Santos Chocano. H H SANTOS CHOCANO JOSÉ SANTOS CHOCANO. ,1 Núrn. 280.—8. Q^f S^^ C Ó M O SE H A C E Y D E S H A C E UNA R E P Ú B L I C A DE S O V I E T S AVIERA me pareció siempre un ejemplo aún mejor que el de Hungría para mostrar a qué desvíos puede conducir la palabrería radical y el dilettantismo revolucionario. Lo de Hungría, acertado o no, fué el resultado casi fatal de circunstancias más fuertes que la sagaz perspicacia política y la seriedad socialista de Bela Kun. En Baviera, por el contrario, las circunstancias condicionales no existen, son más bien creadas artificiosamente por un núcleo de personajes impacientes de desempeñar su papel. Un momento el desenlace penoso, el sacrificio de centenares de obreros y la muerte serena de Eugen Leviné, contrastando con el resto, nublan la vista del observador sensible moviéndole a la emoción trágica. Pero en cuanto vuelve a los orígenes tiene que sonreír ó indignarse, según su temperamento escéptico o apasionado, ante aquella bacanal de lo grotesto. B Por creerlo de gran interés había tratado de orientarme, a base de los documentos más distintos, sobre la verdad de lo ocurrido en Baviera durante la corta era de los Soviets. Había leído, particularmente, y más de una vez, el excelente [trabajo del comunista P. Werner,'Z>z> Bayrische Rute Republik. Pero ha sido este inadjetivable Otto Thomas, hoy día el alma del comunismo bávaro, quien más me ha ayudado a enterarme de lo que allí ocurrió. Le llamo inadjetivable, porque todas las palabras de elogio me parecen demasiado corrompidas por el uso para aplicarlas a este hombre tan sano. De extracción obrera, a su contacto he comprendido el obrerismo. Me explico la desconfianza con que durante largo tiempo han visto los medios obreros la entrada de intelectuales en sus filas. Un intelectual o literato, y sin tener en cuenta al arrivista, es capaz, por amor de una idea, de una sensación o de sí mismo, de servirse de las masas obreras como puro instrumento. Un obrero jamás. No puede traicionar su sangre. Sólo el advenedizo, el intelectual, peca a menudo de deslealtad hacia el proletariado al emplearlo como medio para satisfacer las complejas inquietudes de su «yo». LA REVOLUCIÓN COMO P O L Í T I - CA, COMO LITERATURA Y COMO MODO DE PASAR EL TIEMPO. E discute por primera vez la conveniencia de proclamar en Baviera la República de los Soviets, el 4 de Abril. No han tenido los conspiradores que buscar escondite donde S reunirse ni tapan su rostro con capa romántica. Se hallan apaciblemente congregados en uno de los salones del Ministerio de la Guerra, y es Schneppenhorst, socialista mayoritario y ministro de la Guerra en el Gabinete Hoffmann, el que más entusiasmo muestra. Para Schneppenhorst la revolución es en aquellos momentos un truco político; tal como están las cosas no hay modo de ejercer decentemente el poder. Ni se tiene ejército monárquico, ni una burguesía que pida represión. Mientras Noske triunfa en Berlín contra los espartaquistas y deviene el hombre de la hora, él, Schneppenhorst, tan socialista mayoritario como el otro, debe resignarse a ser un simple funcionario civil. En la proclamación de un régimen de Soviets ve el único medio de hacer reaccionar a la burguesía. Conoce la situación de Baviera y sabe que el bolchevismo no puede sostenerse allí mucho tiempo. El camino se le ilumina: a la contrarrevolución por el radicalismo. Para Mühsam y los otros literatos, la República de los Soviets es la apoteosis de todo lo soñado en el café Stefanie. Formados en un ambiente de bohemia y erótica su imaginación sobreexcitada niega la realidad. Que no le vayan a Mühsam con precedentes históricos ni con argumentos marxistas. Su fantasía vence los obstáculos y su ingenuidad simplifica los problemas. La valentía y arrogancia con que se condujo en el proceso ante los jueces militares, su voz rugiendo insultos contra «los devastadores del Norte de Francia, los asesinos y violadores de mujeres erigidos ahora en sucios verdugos de la revolución», le hacen una de las figuras más simpáticas de la segunda revolución bávara; pero su actuación durante los días críticos fué absurda y disparatada. Los socialistas mayoritarios alrededor de Schneppenhorst—algunos de ellos, representantes de sindicatos, con absoluta buena fe—y los anarquistas dirigidos por Landauer y Mühsam eran los que más empeño tenían en el experimento bolchevista. Los comunistas se declararon desde el primer momento en contra. De un lado recelaban de una revolución llevada a cabo con el apoyo y beneplácito de los mayoritarios. Del otro, consideraban la situación en Baviera. Las fuerzas de la producción y los antagonismos de clase apenas se hallaban aquí desarrollados. No existía un proletariado industrial numeroso. En la economía predominaba la agricultura y en la agricultura la pequeña propiedad. Los campesinos bávaros se ha- ESPAÑA bían enriquecido con la guerra. La tierra, el elemento principal en Baviera, era contrarevolucionaria. Abstenidos los comunistas, la decisión estaba en manos de los socialistas independientes. Era el partido que ejercía mayor influencia sobre las masas obreras. Hubieran tenido el valor de oponerse a la aventura, habrían evitado al proletariado bávaro una catástrofe y al resto de Alemania el resurgimiento de un foco de reacción cuyas perniciosas repercusiones en el resto del país evidéncianse más cada día. Pero se había abusado demasiado de la palabrería radical para poder volver atrás. Es la falta en que siempre incurren los socialistas independientes alemanes: por halagar a las masas en los meetings y en los Congresos del partido, predican un programa que no están en condiciones de cumplir .^Qué ha sido si no del programa de Leipzig? Es la falta del socialismo francés, coqueteando de un lado con la Tercera Internacional y temblando, del otro, ante la pavorosa perspectiva de que una nueva huelga como la última ferroviaria diezme los sindicatos. Ese socialismo, radical cuando sus representantes hablan en Moscú, pero impotente en Francia contra la política de Millerand, e impotente también, por lo visto, para impedir que su órgano, LHumanité, emplee a veces frente a Alemania un tono digno de cualquier periódico chauvinista del boulevard. Después de la actitud de los meses anteriores los socialistas independientes de Baviera no podían retroceder. Hubiera sido comprometer su prestigio revolucionario. Además el asesinato de Kurt Eisner había puesto a las masas obreras fuera de sí. El número de obreros sin trabajo, que en marzo pasaba ya de 30.000, aumentaba constantemente. En la calle, un proletariado excitado por las propagandas pasadas aguardaba nervioso el momento de obrar. La proclamación de la República de los Soviets en Hungría les seducía y animaba. ¿Cómo iban justamente los socialistas independientes a oponerse, ahora que se presentaba la oportunidad de hacer la revolución cotidianamente anunciada? Algunos previeron lo que iba a ocurrir. Pero temían ser tachados de cobardes y traidores. La palabra tan banalmente utilizada un día y otro día se alzaba contra ellos marcándoles inexorable la ruta hacia el fracaso. Y el día 7 de abril, cumpleaños de Landauer como observa humorísticamente P. Werner—se proclamaba en Baviera la República de los Soviets. PASIÓN Y CONOCIMIENTO. OR todas las esquinas de Munich grandes cartelones rojos anunciaban «La dictadura del Proletariado». Se nombraron los P ^¿f/r^Z. ESPAÑA siguientes Comisarios del Pueblo: Exterior: doctor Lipp (socialista independiente): Interior: Goldman (socialista independiente); Cuestión Social: Hagemeister (socialista independiente); Educación y Propaganda: Landauer (anarquista); Hacienda: Silvio Gsell (anarquista); Instituciones Militares: Reichhardt (comunista, expulsado del partido después por indisciplina); Justicia: Kübler (Liga Agraria); Comisario de Alimentación: Wutzelhofer; Comisario de Alojamiento: doctor Wadler. Toller, como presidente del Consejo Central, ejercía en el nuevo gobierno una influencia decisiva. Yo tengo que reconocer aquí públicamente un error cometido por mí en estas mismas columnas. Impresionado por un manifiesto a su favor, suscrito entre otros por Romain Rolland, y con esa ligereza conque se juzgan los acontecimientos a distancia, hice de Ernst Toller un héroe y a punto estuve de querer hacerle pasar por un gran dramaturgo. ¡Que los obreros bávaros víctimas de .su fantasía y su ambición me lo perdonen! Toller era, en realidad, una de esas naturalezas exaltadas capaces de las actitudes más opuestas. Unas veces se nos aparece el más resuelto y decidido de todos; otras, en su proceso, por ejemplo, se conduce de una manera vergonzosa. Tari pronto predica pacifismo y no resistencia al mal, como quiere cubrirse de gloria al frente del ejército rojo. Un momento es él quien con más vehemencia defiende la Dictadura del Prol etariado, pero luego se corrige. Desea una «Dictadura del amor, no del odio». Una dictadura a tono con sus obras poéticas. Secundan a Toller un núcleo numeroso de intelectuales, literatos y artistas. Todos ellos han descubierto de la noche a la maftana su amor ardiente hacia el proletariado y su fe bolchevista. No queremos ensañarnos con ellos ni nombrarlos; algunos de estos ••evolucionarlos improvisados son excelentes amigos nuestros. No queremos contar una por una todas las tonterías que se hicieron en aquellos primeros días. «De lo que era y suponía un régimen de soviets—dice P. Werner—ninguno de ellos tenía la menor idea». El Gobierno ni se preocupaba de armar a los obreros, ni tomaba ninguna medida para asegurar la alimentación de la población. Todo se volvían palabras y decretos. ¿Qué otra cosa iban á ha<^er? La propaganda había sido llevada a cabo, allí como en muchas otras partes, a oase de lirismo y fraseología. Mucha pasión, pero poco conocimiento. Con gritar «¡Viva J^<-usia!», tViva los Soviets» cumplían el deber revolucionario. Nadie, por ejemplo, se había cuidado de examinar las dificultades con que tropezaran los bolcheviques rusos al querer extender el comunismo al campo. y cuyo simple estudio acaso hubiera convencido a las masas bávaras de la imposibilidad de implantar un régimen bolchevique, en los momentos en que el campo solo estaba maduro para la contrarrevolución. Habían oído, sí, que lo primero que correspondía a un régimen tan avapzado era acometer una obra de socialización. Y el mismo 7 de abril ¡socializaron la Universidad! Mientras los Bancos seguían escapando al control del pueblo y las clases adineradas continuaban acaparando las subsistencias, el Gobierno de los soviets, dando pruebas de su inquietud espiritual, socializaba las ciencias y las artes. . El 10 de abril los obreros pidieron que se les armara. Después de mucho buscar lograron reunirse 600 fusiles. La proclamación de la República de los Soviets y la amenaza reaccionaria había obligado a los comunistas a cambiar de actitud. Ahora se trataba de salvar lo que se pudiera y de asentar sobre bases más firmes el poder del proletariado. El 9 de abril, ante una Asamblea de los Consejos de Obreros y N ú m . 280.—Q. Soldados, los comunistas decidieron la huelga general, pidieron la abdicación del «Gobierno de los Soviets» exigiendo que delegaran el poder en un Comité de Acción. No tenían fuerza bastante para imponerse y a fin de evitar una lucha intestina entre las masas obreras se acordó que los miembros del Comité de Acción (comunistas), sin participar en el gobierno, le asistieran con su consejo. El 13 de abril estallaba, preparado por los socialistas mayoritarios, el primer golpe contrarrevolucionario. Los comunistas aceptaron el reto. La reacción fué vencida. Automáticamente el poder pasó a manos de los comunistas. «La República bávara de los Soviets—dice el citado P. Werner—comenzó en farsa, acabó en tragedia». La entrada en acción de los comunistas, condenados por la fatalidad histórica a ponerse al frente de un movimiento iniciado contra su consejo y voluntad, marca el principio de la tragedia. Veamos su desenlace. JULIO A L V A R E Z D E L VA YO. Fredrichsrhafen, agosto. R E F L E X I O N E S DE UN NUEVO C A T E D R, A T I C O E STE nuevo catedrático es mi modesta persona. La proximidad de la apertura del curso, de mi primer curso de catedrático, me da necesariamente que pensar. La absurda organización de la enseñanza española permite que un simple doctor, sin la menorexperiencia pedagógica, se convierta por obra y gracia de unas oposiciones en profesor ordinario de una determinada materia. Esto, que equivale a empezar por lo que en otros sitios es sólo el final de la carrera, tiene que dar que pensar a todo profesor novel que tenga algo de conciencia y quiera cumplir bien con su deber. De no creer que el propio asunto, sin necesidad de otra cosa, presta algún interés a las preocupaciones de un profesor que comienza a serlo, no saldrían a luz estas cosas que hace tiempo se me vienen ocurriendo. Puede el lector objetivar esto que digo y aplicarlo a cualquier otro joven que se encuentre en mi caso: no pretendo sentar plaza de pensador profundo y original a costa de lo que voy a escribir en las cuartillas que siguen. Mi experiencia pedagógica se reduce a haber examinado en junio como a un par de docenas de estudiantes libres a los que nunca había visto. Examiné con verdadero temor de ser injusto o padante. No sé si los años me harán ser como muchos profesores que conozco, pero hoy por hoy, y mientras tanto que sigo siendo joven por dentro, no hay nada para mí tan odioso y tan fundamentalmente malo como la pedantería de ciertos catedráticos y catedraticoides y la sequedad de corazón y falta de ponderación y de justicia de los mismos ilustrísimos señores. Examiné, pues, lleno de un santo temor a \¿. injusticia y a la pedantería. No quería aparecer ante los pobres estudiantes, asustados por la idea de examinarse con el «nuevo profesor», como un ogro lleno de ridicula severidad, ni como un pedante que j iba a lucirse y a hacer caer sobre ellos toda la pseudociencia acumulada para la lucha de las oposiciones. No sé qué idea habrán llevado de mí los que pudieron haber sido mis víctimas a poco que yo «apretara», como se dice en la. jerga estudiantil. Por mi parte, y perdónenme aquellos muchachos, he sacado, en general, una idea deplorable. No es que tenga mala idea de los muchachos que ante mí comparecieron como reos de un delito pedagógico. No puedo ni siquiera sospechar cuáles son buenos y cuáles son malos, cuáles inteligentes y cuáles Núm, 2 8 0 . — 1 0 . torpes. Sólo sé, de ello estoy completamente seguro, que carecían de toda preparación, y, lo que es mucho más grave, que estaban poco menos que ayunos de cultura general. Además se les notaba que no sabían estudiar. Hubiera sido ridículo y soberanamente injusto hacer una escabechina, como suelen decir ellos. Los pobres no tenían la culpa. Nadie les había enseñado nada, ni les había preparado para aficionarse a ñ a d a . El ambiente nacional, el poco cuidado e interés de los padres, todo tenía más culpa que ellos mismos de su enciclopédica ignorancia. Ahora, dentro de unos días, se repetirá la operación. Vendrán a examinarse otros muchachos con una cultura análoga; y tendré que hacer con ellos una cosa parecida a lo que hice con los de junio. Luego, desde principios de octubre, tendré ante mí otros muchachos, probablemente por el estilo, a los que debo enseñar Derecho civil durante dos cursos académicos. Mis apuros y mis cuidados es aquí donde comienzan. Los alumnos libres no dependen de mí en lo más mínimo que se levanten un poco y salgan de su estado habitual de ignorancia e indiferencia. ISio puedo hacer más que recomendarles un libro mejor que el que acostumbran a empollar: mi acción y mi influencia terminan ahí. En cuanto a los oficiales es otra cosa. He de convivir con ellos dos cursos seguidos y puedo, por lo tanto, influir más sobre sus espíritus informes. ¿Qué podré hacer en su beneficio? ¿Acertaré a cumplir con mi debee? ¿No perderán el tiempo en mi Cátedra? Si en lugar de ser yo un profesor español lo fuera alemán, francés o inglés, mi labor pedagógica sería mucho más sencilla. Encontrándome ante alumnos preparados y con un nivel medio de cultura suficiente para entender las explicaciones de un profesor cualquiera, me bastaría explicar Derecho civil más o menos elemental para cumplir mi deber y tener la seguridad de que no perdía el tiempo. Claro está, y yo lo sé por experiencia, que por esos mundos de Dios no son sabios todos los estudiantes, ni hay siquiera una mayoría de gente aplicada que tome en serio el estudio. Pero en otros países el nivel de la cultura estudiantil es positivamente bastante más elevado que entre nosotros, lo que se debe a que los estudios de segunda enseñanza están mejor organizados y a que los estudiantes ingresan en la Universidad en edad más avanzada, lo que permite la formación de minorías bien preparadas y lo bastante numerosas para formar el núcleo de una Cátedra y hacer que no sea estéril o poco menos el trabajo de los profesores que cumplen su obligación. En Se/Jífl España, el profesor que se limita a explicar su lección diaria y a preguntar de vez en cuando a los chicos, no sin reñirlos, porque no atienden o no entienden la explicación o el texto, puede decirse sin exageración que no merece su sueldo. Hacer aquí semejante cosa será todo lo cómodo que se quiera, pero es perder el tiempo. Ya sé yo que de ciertas cátedras salen los estudiantes repitiendo sin equivocarse una porción de lecciones. Pero esos mismos estudiantes, futuros números unos de sus futuras oposiciones, no son en realidad más que unos ignorantes presuntuosos, peor aunque analfabetos. Me atrevo a afirmar que la tragedia de las Universidades españolas no consiste en cómo son los llamados malos estudiantes, sino en la manera de ser buenos los que algunos presentan como modelo. Todo esto hace que el profesor español tenga mucho más que hacer que sus colegas extranjeros. No sólo tiene las obligaciones propias de su cátedra, sino que tiene, si quiere que su labor no sea inútil, que suplir las deficiencias de la enseñanza más elemental y preocuparse de sus alumnos mucho más que el profesor extranjero que ya los encuentra formados. Un profesor español no es sólo un maestro de tal o cual materia, sino un maestro en general, un maestro que paga culpas ajenas hasta cierto punto, que necesita dar de sí mucho más de lo que pide la ley. Tenemos un sistema de enseñanza tan deficiente, que todo el trabajo de los profesores en los grados superiores de la enseñanza es poco para suplir los vacíos que en su cultura tienen los estudiantes y la gran falta de preparación para el trabajo que hasta impide estudiar bien a los que quieren hacerlo. Con esto no quiero echar la culpa a maestros y profesores de Instituto del mal que estoy lamentando. Las causas son muy complejas, a la vez que muy difusas, y sería injusto culpar a los que también son víctimas del ambiente y del sistema. Sea de todo esto lo que quiera, el hecho es que dentro de pocos días voy a encontrarme ante unos muchachos a los que debo enseñar Derecho civil, aunque no estén preparados para aprenderlo, y aunque no tengan la suficiente cultura general para saber estudiar. No puedo limitarme a explicar Derecho civil sin preocuparme de más, por que eso sería perder el tiempo. No puedo tampoco dedicar mi trabajo a llenar los vacíos de la cultura de mis alumnos futuros, porque esto me impediría enseñarles Derecho civil. Verdaderamente la situación no es envidiable para un catedrático nuevo que carece de práctica apropiada para el caso. ¿Como pensaré yo de estas cosas dentro de unos cuantos años? Por nada del mundo ESPAÑA quisiera parecerme a otros señores que conozco y que han resuelto sus dudas e inquietudes abstenién dose prudentemente de tenerlas. Por lo pronto pienso que los profesores jóvenes ten emos que hacer un gran esfuerzo, esfuerzo a que estamos obligados como profesores y como españoles, para evitar que nuestra enseñanza sea una farsa dolorosa. Si no bastan nuestras cátedras, trabajemos fuera de ellas. Es necesario que nuestros esfuerzos se dirijan a conseguir el ideal de que salgan de nuestras Universidades, no sabios hechos y derechos, que éstos no salen así de ninguna Universidad del mundo, sino jóvenes con una amplia cultura general que haga de ellos ciudadanos del mundo y no pedantuelos insufribles y llenos de prejuicios y limitaciones. Además de cultura general, necesitamos, a base de ella, que nuestros futuros Licenciados y Doctores sean algo más que aficionados y superficiales conocedores de las cosas, necesitamos que estén preparados para la especialización que es la que luego da firmeza al espíritu, y, aunque parezca paradoja, nos libra de la pedantería. Todo esto necesitamos, y para que exista todo esto debemos trabajar los jóvenes con toda nuestra cultura y toda nuestra inteligencia. Y debemos poner en esta obra lo que es indispensable para cualquier triunfo humano, todo nuestro corazón. LEOPOLDO A L A S ARGUELLES. Oviedo, Septiembre 1920. P O E M A S NORMAS vayas por las quiebras del camino N ocomo un ciego que duda de su tacto. Que la luz inicial del pensamiento baje a todos tus músculos; que sepan tus sentidos medir todas las cosas; y que tu diestra, alternativamente, sea blanda en el fervor de las caricias y recia en el domar adversidades. n No te embriagues de ideal y digas: «¡Mi alma está fatigada de soportar mi cuerpo!» Si sobre el vaso material desbordan los ideales tesoros contenidos, la materia se hará vibrante y noble; y alma y cuerpo serán dos compañeros enlazados, cordiales y felices, que sigan con amor la misma ruta. ni No exclames por disculpa a tu pereza: ola/^<py ESPAÑA «¡Por todos los caminos se va al marl». La miel esti en el viaje, no en la cima; en el esfuerzo, no en el resultado. La segur incansable de la Intrusa no mata más que a quienes llegan vivos. La molicie es hermana de la muerte; no afanarse es igual que no vivir. AL MARGEN DEL C FEMINISMO 'fiso.. UNA J U N T A H E recibido la convocatoria para la Junta general que celebra semanalmente la La vida es ancha y bella para todos, cAgrupación de feministas españolas». La el mismo sol cada existencia dora; convocatoria dice: las cuatro y media en somos los hombres los que hallamos modos punto; como conozco el alma del paisaje, de abrir la infausta caja de Pandora. donde dice las cuatro y media leo sin dificultad las seis y cuarto; y como me gusta ARABESCO ser puntual, a esta hora entro en el salón de STÉ breve silencio que precede nuestro domicilio social. a la mentira con que no me engañas, Soy, naturalmente, de las primeras. En y en que la sierpe venenosa aún puede fin, nos reunimos quince o veinte señoras, volverse hacia el cubil de tus entrañas, entre las que deben contarse las once—presidenta, vicepresidenta, tesorera, contadora, es una eternidad para mi duda, ya sin más esperanza, que tu boca, secretaria y seis vocales — que forman la por ser tan bella, con horror sacuda Junta directiva. Dan las siete; prescindirela fealdad repulsiva que la toca. mos de las que aún pudieran llegar; pasamos al salón de sesiones; nos sentamos; acabaMADRIGAL IMPÍO mos de comunicarnos apresuradamente nuestras impresiones sobre el tiempo, las señas OMO una mitológica deidad casi inocente a fuerza de impudor, de nuestras respectivas modistas y los dete obstinas, en las treguas del amor, fectos de nuestras respectivas criadas; suena en transfundirme tu credulidad. la campanilla presidencial; silencio; se abre la sesión. «Besa»—me dices una y otra vez. Lectura del acta de la sesión anterior; dis«Graba en tu corazón este tesoro». Y me ofreces la leve cruz de oro curso de la señora presidenta, etc., etc. que turba tu pagana desnudez. En esto, entra una de las rezagadas; viene sofocada y amoscada; no ha recibido la conYo esquivo él beso, y busco la granada vocatoria; se ha enterado a última hora de risueña de tu boca, que alcanzada que se celebraba junta, por una amiga. ¿No calla y se entrega al fin. Y es tan estrecho es esto desastroso? el pasional combate que reñimos, Claro, como que lo que debía hacerse es <lue al separarnos ambos sonreimos poner alguna que otra noticia en los perió*l ver la cruz grabada ya en mi pecho. dicos. Precisamente la señorita Fulanita que nos honra con su presencia... ESPECTROS La señorita Fulanita soy yo; y de anteTTOMBRE, responderás ante tus jueces mano oigo las frases consagradas: •^ -*• y hallarás lenidad por tus delitos, «Pasaron los tiempos de decir: El buen Por la lujuria y por la gula... Todos paño en el arca se vende...» te serán perdonados, menos uno: f Necesitamos de ustedes más que de na^luel dolor inútil que causaste... die, señoras periodistas...» ] Aquel dolor inútil! y sobre todo: Naturaleza, todos tus errores «La prensa no es ya el cuarto poder; es "Utos de ciegas fuerzas milenarias el primero...» contra la débil carne sensitiva, Yo asiento; acaparo para mí sola los elote serán perdonados menos uno: gios dirigidos a la prensa en general y, llena 1 '^nto dolor inútil como causas... de agradecimiento, prometo sueltos, notiiTanto dolor inútil! cias, proclamas; pongo a la disposición de Y vosotros, ]oh dioses!, venerados nuestra causa mi pluma, mi periódico y llepor los hombres de todas las edades, garía a poner a todos mis compañeros de i'^o temblaréis cuando el instante llegue redacción desde el director hasta los ordey niiriadas de espectros iracundos nanzas, cuando afortunadamente la vicepres pregunten si el paso por la vida sidenta desvía la atención con una revelafué otro dolor inútil? ción sensacional: cuanto fué dicho y proyecA. HERNÁNDEZ CATA tado en la sesión anterior le ha sido repetido a \? presidenta de la «Agrupación de feministas de España». *-cctor, si quier? ust^d p r e s t a r s u coij(Nosotras somos la «Agrupación de femiCürso ^ la revista " E s p a f j a " , s u s c r í nistas españolas», no confundirse.) base. E Núm. 28.0.—II. Una exclamación general saluda esta noticia; no cabe duda: hay una Judas entre nosotras. El momento es indescriptible; cada cual mira a su vecina a los ojos, para penetrar hasta el fondo de su alma; hay tosecillas nerviosas; se cruzan indirectas agridulces; la desconfianza, el recelo emponzoñan las palabras, los gestos, las miradas. ¿De quién fiarse, Dios mío? Sopla un viento de tragedia. Pero la presidenta se levanta y calma los ánimos: la directiva promete indagar activamente para descubrir la culpable; entonces se le infligirá un voto de censura. Alivio general; aprobación unánime; saboreamos de antemano la satisfacción de aplastar, de aniquilar a «la Judas» bajo el peso implacable de nuestro voto de censura. Pero una señora, una simple asociada, nos tiene reservada una revelación más espeluznante todavía que la de la vicepresidenta: se ha enterado de que corren sobre nuestra agrupación rumores fantásticos, increíbles, horripilantes: nos acusan de ser ¡masonasl IlprotestantesÜ jijsocialistasül El horror nos estremece, el dolor de la injusticia curva^nuestras frentes; pero nos erguimos en seguida animadas por el noble e invencible deseo de rehabilitarnos ante España entera; la presidenta declara que la próxima sesión será dedicada a redactar el texto de la carta que se publicará en todos los periódicos, para hacer constar enérgicamente nuestra protesta; es preciso que todo el mundo sepa que aquí somos todas mujeres decentes, es decir, buenas católicas. Pasamos a la exposición de mociones particulares. Una señora pide la reforma del código civil; otra la abolición de la prostitución reglamentada; otra la rebaja de las subsistencias; otra la edificación de una docena de asilos modelos; otra el sufragio femenino; una hereje pide el divorcio. Aquí surge un incidente que enturbia por un momento la dulce armonía de nuestra reunión. L a que pide la rebaja de las subsistencias, exige que esto se haga inmediatamente porque ella, según declara, está harta de pagar las patatas a 0,60 los dos kilos. Sus razones nos convencen; efectivamente, lo primero es poder comer. Rebajaremos las subsistencias. Pero la que solicita la reforma del código civil, eleva su voz indignada contra tanto materialismo; ella necesita personalmente que, ante todo, se promulgue una lej' que Núm. 2 8 0 . — 1 2 . ampare la fortuna de la mujer casada contra las dilapidaciones del marido, En el acto abandonamos a la señora de las patatas y convenimos en que lo más urgente es reformar el código civil. Pero la otra no se conforma y el conflicto se agrava. ¿Rebajaremos las subsistencias o reformaremos el código? Por fortuna la sufragista se levanta a su vez y declara perentoriamente que mientras estemos excluidas del Congreso no conseguiremos nada; lo primero es conseguir el do/rr altruista, que apenas hay rencillas por parte de las que no han sido escogidas para constituir la famosa Comisión. La señora presidenta pronuncia las palabras sacramentales: Ha terminado la sesión. Y nos separamos con el pecho henchido ESPAÑA por el entusiasmo y la conciencia satisfecha por la convicción de haber contribu/do una vez más a la realización de dos grandes ideales: el triunfo de la causa feminista y la regeneración de nuestro país. MAGDA DONATO C A P R I C H O S TOtO. La señora de las patatas y la señora casada se unen para rechazar el sufragio con tanta energía como si el señor Dato les ofreciese una papeleta electoral. El tumulto se recrudece; las opiniones están ahora divididas en tres partes, y es tal la excitación, que pisoteamos indignamente las reglas de las sesiones y nos atrevemos a hablar todas juntas sin esperar a que se nos conceda la palabra, ¡sin pedirla siquiera! La campanilla presidencial se agita desesperadamente, el silencio se restablece poco a poco y la señora presidenta aprovecha un minuto de calma para tomar cartas en el asunto. Promete solemnemente que la directiva estudiará las diversas interesantes mociones y nos dará satisfacción a todas. (Respiremos tranquilas; nosotras votaremos, reformaremos el Código, pondremos las patatas por los suelos, e t c . ) , pero por ahora convendría hacer inmediatamente obra práctica. ¡A veri ¿Hay quien tenga por hacer una proposición de obra práctica, y susceptible de elevar en breve plazo, a una altura digna, la bandera de la c Agrupación de feministas españolas?» Y entonces se levanta una señora y anuncia que el domingo próximo se celebrará un gran mitin para protestar contra la escasez^ de bancos de madera en los parques públi eos de Madrid. ¿No le parece a la honorable Sociedad y a nuestra digna presidenta que sería de todo punto necesario y provechoso que la cAgrupación de feministas españolas» estuviese representada en este mitin? ¡Bravo!; el entusiasmo es general. La proposición es aprobada por unanimidad. Y se levanta otra señora y propone dar un voto de gracias a la iniciadora de esta idea feliz. Segunda manifestación de entusiasmo, segunda aprobación unánime. Febrilmente se pone a votación la lista de nombres de señoras que formarán la Comisión encargada de representar a la «Agrupación de femimistas españolas» en el mitin de protesta contra la escasez de bancos de madera en los parques públicos de Madrid. Y es tal nuestro desinterés por esta tarea E L QUE MIRA JUGAR Y o no juego nunca.—Yo solo miro jugar —decía aquél hombre disculpándose de estar siempre en los salones del Círculo de Juego, —Y hace usted bien... Yo comparo el caso de aquel que en sociedad con el croupier era pagado numerosas veces por jugadas que no había hecho y, sin embargo, se arruinó porque aun así, el dinero acaba por ser del banquero siempre... El hombre que mira jugar se pasaba la tarde detrás de la mesa de juego viendo las jugadas de los jugadores y atendiendo fijamente a las puestas que hacían, cargando las cartas de dinero como para que no se volasen con la vorágine del juego en ese vórtice de los vientos que es el tapete verde. Todas las tardes así, para repetir después a los amigos: cYo mal puedo perder nada, porque no juego nada, absolutamente nada nunca». El hombre que mira jugar era un poco molesto a los jugadores porque tenían la superstición de que les hacía perder cuando se establecía a su espalda y miraba sus cartas. Además tenían envidia de aquel hombre que ganaba siempre porque no jugaba nunca. El hombre que mira jugar, tomaba el rostro más compungido y serio mirando la gran parada de los naipes y de las puestas sobre la mesa, cargando su mirada y su deseo de que ganasen sobre las puestas mayores, pareciéndolc a él también que jugaba algo, algo que casi siempre perdía. Así día tras día el hombre que mira jugar fué perdiendo la vista. Hoy es ciego. El hombre que no jugaba nada pero que miraba jugar, se jugaba todos los días las miradas, los ojos, las pestañas, las pupilas, todo hasta haberse quedado ciego por eso. Hasta el que solo mira jugar, pierde, pierde la vista. LA CASA D E LAS CARCOMAS N o era en un mueble, ni en unos cuantos muebles, sino en toda la casa la que sonaba a carcoma. Se podía decir que aquella era: la casa de las carcomas. Todas ellas estaban como concertadas por una directora de orquesta. Sonaban con cierto ritmo como las comparsas de los rayadores de Carnaval, esas comparsas que tararean un monótono estribillo raspando sus raspadores de metal. Como los suelos de las tiendas los días de lluvia, los suelos de la casa de las carcomas aparecían llenos de un serrín menudo y pertinaz. Ya sonaba a hueco, a calabaza vacía, la casa carcomida. Las conversaciones, todo, era roído por las carcomas, sutiles carpintc ros de garlopas invisibles... Como si fuese esa Casa del Duende en una de cuyas paredes se sienten ruidos y de la que se van mudando todos los vecinos, así quedó abandonada la casa de las Carcomas. Nadie podía dormir ni vivir en ella» pues hasta los sueños eran carcomidos pof las carcomas numerosísimas. LOS CABALLEROS D E LOS VIEJOS GABANES L del gabá7i de avellana.—Otro invierno que nos amenaza como un anónimo... El del gabán color de nutria. — La tierra tiene ya al atardecer esos cortes lívidos y enconados que son como largos sepulcros. El del gabán color de marta. — ¿En cua de los dos pulmones nos herirá el invierno. El del gabán color de farol viejo. —,'¿ Volveremos a ver este momento tan bello en que el tiempo cambia? Eldel gabá?i color de las tejas antiguas. Seríamos dichosos si sorprendiésemos otro año este primer día en que cambia el tiempo y que es el más dulce del año, el que compa" ra los años de ahora con los años de siempre. El del gabá7i color de tórtola. — Sí. r-este temblor encontramos ese filo entre los contrastes, entíre la juventud y la vejez, entre el día alegre y el día triste, entre la vida y la muerte... El del gabán color de marta.—'Nos amenaza y nos encanta este día, el primero e que nos hemos puesto nuestros queridos ga" bañes de tres forros, estos gabanes de colores ya indefinibles. E ESPAÑA Núm. 2 8 0 . — 1 3 . nido dulce y melancólico. La música acaso nazca de este sentimiento de ausencia que UNCA se había visto un fenómeno así. quiere, con un rinconcillo del ojo, comproEl día de la gran lluvia torrencial esas E L «ÉCRAN» bar que tenemos todavía un talón en el torres puntiagudas, en forma de paraguas IEMPRE se ocultaba por reir detrás del mundo. Tal vez por eso se canta—una cancerrados, paraguas de gruesa tela que no abanico, que era como la cola de un ción de notas largas, de cadencias pausacierran bien, se abrieron con decisión y por das—cuando se vuelve a la casa, cayendo la pavo real de su sonrisa. Un momento toda la ciudad estuvo cobijada —¡Qué gracioso y qué inimitable su modo noche entre las montañas. Pero nunca pude bajo grandes paraguas. de sonreirl—decían los hombres que la corte- cantar a la hora del crepúsculo junto a la playa. Canta mejor el mar, con su fondo de jaban. T E L E G R A M A S D E PÉSAME —¡Qué ideal su gracia!—pensaban al re- acompañamiento, sin melodía. Los músicos no han encontrado todavía AS azules misivas cerradas sobre sí mis. cordarla, siempre combinando su gracia con mas como las antiguas cartas, llegaban su abanico, siempre haciendo la rueda su la melodía del mar. Han sentido lo adjetivo del mar, pero no nos han transcrito «el mar» cn masa. En aquella hora de dolor era un sonrisa. Así hasta que un día se la escapó de las en música. Wagner describió en dos páginas consuelo ver la pobreza del afecto humano, porque así el dolor se hacía más orgulloso, manos el abanico, y como el que lo recogió inmortales la melancolía del mar, su soledad del suelo la dijese algo muy gracioso mien- infinita y desolada o el pulso fuerte y pleno de fiero y solitario. En todos los telegramas se comían los tras se lo entregab), ella tuvo la risa más ritmo de la vida sobre el mar. Rimsky encon^^, los le, los la, los en, para ahorrar pala- cruel de las risas, una risa negra y desden- tró en «Sadko» o en los trozos que comentan en «Scheherazada» a «Simbad el maribras. Sólo un telegrama—el del buen amigo tada. sin perder su sobriedad—tenía todos los arRAMÓN GÓMEZ D E LA SERNA no >, los ritmos de la embarcación abandonada al ensueño en un mar plácidamente luminoso: suave, en las flautas, se canta un recuerdo vago de la costa lejana, y un tritón suena su caracola. Y la risa mañanera del mar, los juegos de las olas saltarinas y del sol quebrándose en ellas, los saltos de la espuma y el diálogo del viento con el mar y, por luego, la inmensa laxitud de la siesta marina... Debussy encontró para ello una música Adolfo Salazar. que vale tanto como el verde de la ola y el nácar de la espuma y lo fugaz de los reflejos COSTADO en la playa, inmensa y vacía, que tierra, aire, agua y luz, pero a la vez y la radiante transparencia del mediodía. Hay melodías que nos hacen sentir la los brazos abiertos, siento mi desnudez todo ello está en mí. Ello es mi substancia, esencia de la llanura; otras parecen haber ^1 un contacto total con la tierra, envuelto pero yo soy su coordinación. nacido de la contemplación de un monte ^11 el viento lleno de olores y de sonidos, * * abrupto y recortado duramente sobre el cie"le llega el mar, suave y rizado, hasta los pies: los moja y se retira luego. Entra el sol Los pensamientos me saltan por dentro, lo. Pero ninguna música me ha dicho aún por cada uno de mis poros y tengo la sensa- breves y aislados, como estos graciosos ani- «yo soy el mar». Beethoven pudiera haber ción de ser translúcido. malillos transparentes sobre la arena. ¡Clhicl, sido el músico del mar, pero no llegó a verlo En esta plena comunión con los cuatro y luego se entierran. De repente querría ha- nunca. A veces parece presentirse un moelementos, mi ser animal goza de una beati- cer una teoría filosófica sobre la universali- mento a Haendel o en el autor de las «In- LOS PARAGUAS D E L A S TORRES N tículos, las preposiciones, las conjuncionesj hasta las comas. S L R A P S O D I A M A R I N A A tud serena. Algo me canta afirmativamente ^' sentir la vitalidad de mis raíces. ¡Parece "^oino si comprobase la verdad de la vida a 'o largo de todo mi cuerpo por esta inmersión total en la Naturaleza. Quisiera pensar, pero no puedo; en la cabeza parece sonarme e! largo ruido perenne ^el viento y del mar; la obscura cueva está "cna ahora de luz que ahuyentó los viejos 'afilores sedentarios; las ideas se me escapan por los ojos y se disuelven en las grandes 'lubes blancas lentas. Es el vicio analítico lo que me quiere ha"^^r pensar; se me quedó andando aún, allá ^'^ el fondo, una ruedecilla investigadora: ^^erría saber ahora por qué esta liquidación ^ mi ser en lo elemental, sensación de ano^damiento de lo personal es, por reacción, ^^ afirmativa de mis propios límites. Como en un oído el viento me cantase: nada eres • Y en el otro: todo eres tú. Nada soy más dad del tacto. Siento al mundo en sus tres dimensiones por todo mi cuerpo. No hay más que el tacto; el tacto, origen de todo conocimiento. Con mi cuerpo desnudo he aprehendido el cielo, el aire, la tierra y el mar; no me siento individuo, sino totalidad. De la aprehensión del objeto nace la personalidad, y al tiempo mismo la propiedad. Yo y mío son simultáneos. Sentirse latir al unísono de los elementos, es sentir al mundo dentro de uno. Por eso la muerte debe de ser la máxima posesión. Cuando yo me disuelva en la substancia infinita. Pero cuando me disuelva «Yo». • * Se siente uno hueco de cuanto forma nuestra definición cotidiana; he perdido mi etiqueta y golpeo suavemente, para saber si no huyó también, mi jarro vacío—¡oh, alfarero oriental!—El fino barro canta un so- genias >. * * Los románticos han hablado mucho del mar, pero siempre como fondo de paisaje. Un romántico hablando del mar me parece un tenor cantando ante una bambalina. En cambio, el mar inspiró poco a los músicos románticos: acaso lo encontraban demasiado exigente, y en las obras de asunto marineio optaban por lo más fácil: lo suprimían. Me divierte hacer un recuento de las obras que tienen mar en el escenario y que se le olvidó al de la orquesta. En «Tristán» el mar es todavía marco—¡pero qué marco!;—en «Scheherazada» es ritmo y melodía; en Debussy es ya materia musical; el sonido, lo correlativo de la sustancia misma que allí tenía forma plástica. * * Pero falta la música del mar «entidad». ^oJTf^ N ú m . 2S0. — 1 4 . En este sentido no hay música del mar, ni del viento, ni del cielo, ni de las blancas nubes enormes que pasan lentas sobre mí. Cuando la haya, la sentiremos sin que nos lo digan, porque la música es una cosa concreta—y por eso mismo indefinible—como el mar, el cielo y el viento. No se dice jqué es el mar?, y se sabe «lo que es», aunque no se haya visto nunca. La música es, acaso, lo único que como la Naturaleza es universal y concreto. * * * Una ola me sacude, impaciente. ¡Largo de ahí, gandull Mi ser-humanidad se encoge bruscamente, de un modo repentino y doloroso, en mi ser-hombre con nombre y apellido. Disgusto. La piel se me ha quedado estrecha. Me veo claramente dentro de mi ropa vacía y tengo la sensación de que voy a meterme en el cuerpo de un muerto. Movida por el viento, mi corbata me hace burla. Salinas (Oriedo) y Agoito. LA SEMANA TEATRAL cLOS AMIGOS D E VALLE-INCLÁN» CARTA ABIERTA A CIPRIANO DE RIVAS CHERIF MIGO mío: Dos cartas me has escrito, y, entre la última y esta contestación mía, ha visto la luz un número de nuestra ESPAÑA. Achaca el retraso a las imperiosas vacaciones estivales que tan oportunamente recuerdas; porque si es cierto que leí una de tus cartas en un pueblecillo de la costa cantábrica, adonde todo rumor llega tamizado por unas tierras montañosas y ensordecido por un bamboleante ferrocarril de vía estrecha, que sólo se deja para cambiarlo por un pavoroso autobús, la segunda carta no la he visto hasta mi reciente desembarco en Madrid, efectuado al mismo tiempo que el de las primeras compañías que se disponen a alegrarnos la existencia en la próxima invernada. Nunca llegamos a conocer del todo a nuestros amigos; pero, lo que es ahora, no cabe dudar de que tú y yo hemos dado en la nota justa; yo al aludirte; tú, al encararte con nuestro querido Luis Bilbao, arrancándole en público la careta con que pretende ocultar su personalidad íntima de hombre de acción. Y Bilbao, encontrando inmediatamente en derredor suyo lo que hacía falta, sin más que volverse hacia D. Ramón del Valleinclán, ha respondido como se podía esperar de él. Así, no diremos que ha nacido, porque ya existía, sino que ha tomado conciencia de su misión con respecto al arte dramático el grupo de «Los amigos de Valle Inclán». A ESPAÑA Dices que nuestro director tiene trazado ya en sus líneas generales el programa del primer año: lo que avanzas de él me parece excelente. Los nombres de presuntos actores nuestros que apuntas, también. Los de pintores y decoradores, acreditados están por su pericia y buen gusto, ya que aún no se hayan lanzado por estos caminos. De telón adentro, es verdad, lo tenemos todo. Pero, ¿y de telón afuera? «Nos constituiremos en Sociedad»: ese futuro me preocupa. Todavía no sé que se haya hecho nada para realizar el propósito. Ni la elección de título que, ante el público, ha de ostentar la asociación constituida en derredor del núcleo que formamos «Los Amigos de Valle-Inclán». Quiero decir el nombre con que ha de inscribirse en el registro, al presentar en las oficinas del Estado los papeles necesarios para ponerse en marcha. Yo elegiría un nombre así como el de «Nueva Sociedad Dramática» o «Agrupación de Arte Escénico», en que, definiéndose un propósito, se alejara todo particularismo. Ya ves que no me contento con sonreír: pido, nada menos, que el cumplimiento de las formalidades necesarias, y pido también que se imprima inmediatamente un programa general, que se envíe a cuantas personas puedan interesarse por la empresa que se acomete, y no sólo en Madrid, sino en toda España, y que haya en seguida un talonario de recibos. Todo esto requiere más de una semana de trabajo. No nos imaginemos que, por haberlo pensado, ya puede haber mañana una representación. Lo de acudir a determinados grupos de poblaciones distintas, que, simpatizando con la idea, coadyuvasen materialmente a realizarla, permitirá quizá, si no al principio, pasado algún tiempo dar una representación— en Bilbao, en Sevilla, en Valencia, en Valladolid, por ejemplo—de alguna de las obras puestas en escena. Yo creo necesario ir acometiendo la formación de un repertorio; creo que hay que intentar hacer de la unión, puramente circunstancial en el comienzo, de todos los elementos artísticos, un organismo permanente. En una palabra, que no puede satisfacer a nuestros propósitos una sociedad que ponga en escena, de mes a mes, obras de arte. Hay que moverse en dirección de algo que convierta el goce de unos cuantos en diversión de muchos; y no plantear el asunto como un sacrificio múltiple, sino como un negocio posible. El tacto, la energía, la constancia que esto requiere no son cosa de poco momento. Tú y los del poder ejecutivo sabéis de antemano que podéis contar siempre con la ayuda y con la simpatía de vuestro CRITILO INAUGURACIÓN D B LA COMEDIA. L O S MISTERIOS DB LAGUARDIA. INAUGURACIÓN de la Comedia en puerta, Muñoz Seca a la vuelta. Creemos que e' refrán dice así. Inauguración un poco prc" matura: falta mucha gente de estrenos; c* el palco platea de costumbre, no está Francos Rodríguez, retenido por los cabildeos liberales en la Perla del Cantábrico. Se sienta uno entre personas desconocidas. La compañía de la Comedia es, poco mas o menos, tan desconocida como el público. ¿Qué se fizo Bonafé? ¿Zorrilla, Espantaleón, qué se fizieron? ¿De Irene Alba, que fué? Y estos, ¡vaya una función que nos truxeronl ¡Vaya, en efecto, una maravilla! No habrá quien dude un instante, al leer el título, de que Laguardia es un señor lleno de misterios; de que si en el reparto hay un seílo'' Lacabra, está llamado a ser pared en q^e rebote el retruécano; de que si trabaja '* señorita Carbone tendrá acento extranjero, y de que en ese terreno de que fué, hasta hace poco, reina y señora, rivalizará con ella el señor Górriz. Y así es: el señor Górriz saca un vago acento neolatino que le sienta p^'"' que el de inglés o alemán con que granjeo justa fama; la señorita Carbone, de «nicaraguateca» está mucho menos feliz que " ultrapirenaica; el personaje llamado Lacabra es jugador para que «Lacabra tire al monte» y el misterioso Laguardia tiene, entre otro misterios, el de su gracia, que no se ve p " 1 ninguna parte. Los Misterios de Laguardia son tan W consistentes como las demás piezas del m' ' mo cuño. Hacen reir algo menos y aburre algo más; pero recorrerán el mismo camín Es lástima que actores de condiciones ta estimables como la señorita Redondo, com el señor Tudela, pierdan el tiempo y se amaneren con un teatro así. C. SEMBRADOR A VICENTE BOAD*- S KMBRí todos mis campos cuando el m^^ [noviooj mas Dios no me dio el agua que germinara [grano-' Estoy sentado a orillas de mi árido camino sin voluntad ni espíritu, sin corazón ni [manO"' Aquí he pasado el tiempo pensando en q [el dest.nj cambiara... ¡Pero ha sido todo esperar en vafl^^ |Ay pobre del que espera vivir del pan divi y no sabe o no quiere ganarlo con su mano FERHANDO G O N Z Á I ^ Í o?¿'/S'(ré' ESPAÑA VIDA LITERARIA DESCARTES EN VERSO. C ON el mes de julio ha comenzado a publicarse en Ginebra una nueva revista. La dirige M. Robert de Traz, y lleva el títu'o de La Revue de Genkve. Cuenta con espléndida colaboración literaria de todos los Países; en los dos primeros números se leen escritos de André Suarés, de Joseph Conrad, °e Per Hoellstrom, de Máximo Gorki. Ha Comenzado a publicar las Memorias del general von Kluck, relativas a la marcha sobre París y la batalla del Mame. Unas crónicas íiacionales de firmas también muy notorias, y una crónica internacional señalan el carácter de la revista, definido por su director en ^stos conceptos: cNo somos escépticos, no faltaba más, pero poco habríamos aprendido de seis años a esta parte, si no supié•"amos desconfiar de frases declamatorias, detestando equívocos y segundas intencio•íes, no preconizamos un abrazo general; sabemos que los hombres son diferentes, des'guales en civilización, que en ellos se opo''en recuerdos, odios, glorias, que los desga''•'an luchas económicas y sociales. Y, con todo, el orden, la felicidad, se logran al precio de una comprensiónVecíproca, y el mun°o en ruinas no se puede reedificar smo por esfuerzos conjugados. Intentaremos, pues, '"formar, mediante testimonios directos. De este conocimiento m':'jorado nacerá más tarde una colaboración progresiva, una inte"Sencia, y más adelante aún, acaso una ^•líistad.» La Revue de Gcneve se propone analizar nuestra época tormentosa, señalar ^^s líneas generales, hacer que suene la voz ^e todos en una misma lengua y dar, junta'^ente, sus propias opiniones entre la diversidad de las ajenas que se acojan a sus cua•Pernos. El segundo número publica una obra, no '"edita, pero sí desconocida en el mundo ^'cntífico y literario de hoy. Es de Rene descartes, el filósofo. Y no es una obra de filosofía, sino un ballet; es decir, los versos de " ballet con que se celebró el 9 19 de diciembre de 1649, en Estocolmo, el cúmplelos de Cristina de Suecia y, juntamente, el avenimiento de la paz. La Naissance de la ^^ix, es su título. Se había impreso en Suecia; se tenía noicia de él por una carta del filósofo al Vizonde de Bregy y por un pasaje de la Vie ^ Monsieur Des. Caries, escrita por Baillet ^publicada en 1691. Un joven erudito de P^ala, el señor Johan Nordstrom ha encontrado en aquella biblioteca un ejemplar y lo j ^. ^y—^— _, , „ Publicado, con las indicaciones precisas y "^ prólogo de M. Albert Thibaudet en La ^'^ue de Geneve. El poeta en Descartes, no es para que se olvide al filósofo. Hace observar el crítico francés la calidad un poco rezagada y arcaica de sus versos, perfectamente natural en quien, apartado habitualmente de la poesía, tiene su gusto formado desde la juventud y vuelve a él, sin seguir las novedades luego introducidas por los poetas de profesión. Pero, tal como está, es un documento de alto valor literario y biográfico. Un recitado que sirve de introducción al bailable, celebra los beneficios de la paz; siguen los versos del bailable mismo, puestos en boca de Marte, de Palas, del Terror Pánico, de unos Fugitivos dominados por éite, de unos Voluntarios que van a la lucha. La Victoria, los soldados inválidos, los saqueadores, los aldeanos arruinados, la tierra y los demás elemento.'^, tienen sus estrofas en las entradas siguientes, hasta la décima. Desde la inmediata, en el cielo, donde Palas, la Justicia, los dioses todos, la Fama, las Musas y las Gracias intervienen hasta que Jano cierra las puertas de su templo; en la décimooctava, se desarrolla la parte que podría llamarse triunfal y el ballet concluye con danzas de caballeros y de damas que cantan los loores de Palas. Núm. 2 8 0 . — 1 5 . Fort Royal, sino con los manuscritos desconocidos hasta hace poco, circunstancias que han determinado la convicción de M. Lanson, el Discurso de las Pasiones, no es, para monsieur Strowski más que un eco de conversaciones en que solo debe atribuirse a Pascal «lo bueno>. El señor Strowski es, sin duda, amigo de Pascal y por añadidura, hombre piadoso. M. Lanson, en cambio, no hace caso más que de los textos. E L INVENTOR D E L EXPRESIONISMO. E L doctor Rudolf Blümner en un número muy reciente del Sturm señala, como inventor del expresionismo, nada menos que al padre de la filosofía escolástica, a Santo Tomás de Aquino en persona. La explicación es esta, sobre poco más o menos: «Dios, como suprema Essentia, tiene el conocimiento único de todas las esencias. Los Angeles y las almas libertadas de los cuerpos tienen la intuitio inmediata de las cosas presentes, o el conocimiento de las lejanas por species impressivae. Las almas en estado de pecado, sólo saben lo que reciben por species impressivae. «Las denominaciones de especies impressivae y expressivae—dice Fritz Mauthner en su Diccionario de la Filosofía—provienen de una psicología que ya no es comprensible para nosotros: concibe las especies como figurillas Bildchen que En la primera parte hay versos de mucho primero impresionan los sentidos y luego se valor, entre los que exponen los males de la expresan en las representaciones del alma. guerra. Son los voluntarios que van a luchar Las species impressivae tienen que signifipor una Dama y a recibir solamente golpes, car, según la concepción de Blümner, para porque ella ha de ser para otros; son los in- cada ser racional, en sentido translaticio, válidos, que tienen por inválido del cerebro cosa no distinta de la que hoy se designa en a todo el que, viendo como la guerra los ha arte con el nombre de expresionismo^). dejado, llame hermosa a la guerra; es el tono Pero, en verdad, leyendo obras expresiohumorístico en que los aldeanos se excusan nistas, como, por ejemplo, ese drama de de bailar en medio de su ruina: si ya no les Georg Kaiser titulado De la mañana a la ha dejado nadaN la guerra ¿cómo entretenftoche, en todo se nos ocurre pensar menos drán sus ocios forzados? Los versos de la en Santo Tomás de Aquino. tierra desolada que piensa solo en su renovación natural, tienen altura y sencillez. M. Thibaudet los recoge y no deja de hacer la aplicación que está como indicada a estas horas en que trabajosamente intenta venir al mundo una nueva paz melancólica y fría ULTITUD—corazón múltiple—¿qué alma audaz, E L D I S C U R S O D E LAS qué corazón osado es éste que te guía? PASIONES D E L A M O R . EN UNA VOZ LA M U L T I T U D M U N erudito francés, M. Fortunat Strowski, a quien tanto deben los estudios acerca de Montaigne, se pronuncia en el Correspondant contra la confirmación de autenticidad hecha por M. Lanson del Discurso de las Pasiones del Amor atribuido a Pascal desde que Víctor Cousin lo descubrió y a pesar de las dudas de otros eruditos. Obra de un escritor solicitado por las preocupaciones del mundo, pero con analogías indudables no sólo con los Pensamientos publicados por los padres de n Cuando en la furia de la muchedumbre se alza una voz airada, callan todas las bocas: los corazones, todos, un instante suspenden sus latidos: el rumor cesa un punto como el ruido del mar sobre las playas para luego estallar, más formidable, en una aclamación. in La voz, entre la multitud en silencio, se alza como una flecha hacia los claros cielos Núm. 2 8 0 . — 1 6 . QoISfS ESPAÑA (tal una blanca y rápida paloma sube por el azul de los espacios)- donde mundos, suspensos en el éter, giran alrededor, siempre de un Sol! IV ¡Voz en la multitud tremante, agitación, rumor, grito, se humillan ante una voz audaz y prepotente sobre toda otra voz! VI Vuestro sol, muchedumbres agitadas es el audaz que en medio de vosotras alza su voz enérgica, y con ella os domina y os subyuga. ¡La luz en el cerebro, y en el gesto una magna atracción universall ¡Oh, multitud humana, igual a otra multitud sideral, gravitativa LUIS B . I N G L O T T EL MOVIMIENTO OBRERO EN ITALIA continuación recopilamos los siguientes datos informativos sobre la situación obrera en Italia, que son de interés para la apreciación del mismo, al que dedicaremos otro trabajo. A A N T E C E D E N T E S INMEDIATOS. L os industriales metalúrgicos se negaban a conceder los aumentos de sueldo pedidos por los obreros. Alegaban malas condiciones de la industria, falta de carbón y precio elevado de las primeras materias, que imponían compensar el gasto a costa de la remuneración al personal para poder así arrostrar la competencia extranjera. L a Federación italiana obrera metalúrgica niega las malas condiciones de la industria, que de ser cierta hubiese causado la quiebra de las mismas, en vez de permitirles obtener buenos ingresos. Y si en realidad fuera la situación tal cual la Federación Nacional Sindical de la industria mecánica y metalúrgica la describe, tendrían las fábricas que pasar para su explotación a los obreros, excluyendo al especulador. Lo cierto es que dado el coste de la vida necesitaban los obreros un aumento de jornal, y en consecuencia pidieron siete y veinte liras para los hombres y cuatro para las mujeres, mas doce días de vacaciones al año, con abono de jornal. Los industriales daban largas a las peticiones obreras, y después de dos meses de espera, decidieron los obreros, en vez de declarar la huelga, practicar la obstrucción en fábricas y talleres a fin de conseguir el triunfo de sus peticiones. L A INVASIÓN D E LAS FÁBRICAS. F a esta táctica de los obreros los patronos de Milán declararon el «lockout» de sus establecimientos. Esta medida estaba prevista por los directores del movimiento obrero que procedieron inmediatamente a la ocupación de las fábricas, y a continuar el trabajo en ellas. Esta ocupación se hizo en Milán, y otras ciudades, a que se extendió el movimiento RENTE en plena tranquilidad. Las banderas rojas, ondeando sobre las fábricas, indicaban que en ellas se continuaba trabajando. La falta de dirección técnica de los ingenieros dificultaba la producción. Las comisiones internas de fábrica trataban de asegurarse el concurso de ingenieros y empleados, consiguiéndolo en muchos casos. En otros, en que por solidaridad con el capital se negaban estos a cooperar en la producción, fueron secuestrados por los obreros, y a algunos se les permitió cumplida la jornada retirarse a sus casas, bajo promesa de volver, promesa que no cumplieron la mayoría. La Federación patronal acordó extender el «lock-out» sucesivamente a todos los establecimientos metalúrgicos, declinando las responsabilidades, y negándose a tratar con los obreros mientras esta anormalidad durase. Los obreros contestaron a este acuerdo, imitando el ejemplo de Milán; invadieron las fábricas, izaron la bandera roja, montaron guardias y emplazaron ametralladoras. Lo mismo en Ñapóles, que en Roma, y en Turín. Los obreros se declararon decididos a no abandonar sus puestos hasta que el «lock-out» fuera levantado. L A S FÁBRICAS POR D E N T R O . S EGÚN informes procedentes d e diarios burgueses, la impiesión general era que el trabajo se desarrollaba de un modo irregular, por falta de la dirección técnica y del suministro de primeras materias. Los obreros se expresaban así: «Desde hoy, los dueños de las fábricas somos nosotros. Produciremos para el proletariado, y no para la burguesía capitalista. La conducta de los industriales ha precipitado un acontecimiento que de otro modo se hubiera retrasado». Otros obreros resumían como sigue la finalidad del movimiento: «La toma de posesión de las fábricas no significa aún el régimen de producción comunista; no significa el gobierno de los Soviets en Italia. La ocupación de los estable- cimientos fué cosa prevista por el Comité Central de la F. I. O. M., como respuesta a los industriales al proclamar éstos el cierre general. Se trata de un arma de lucha, como otra cualquiera, empleada para vencer la resistencia patronal.» A C T I T U D D E L GOBIERNO. RENTE a la ocupación obrera de las fábricas, el Gobierno observa una actitud reservada. La fuerza de las circunstancias le obliga a ello. El ministro Labriola intenta mediar entre patronos y obreros sin que se vea clara salida al conflicto. Las organizaciones de Milán han acordado la conquista de todas las fábricas, afirmando la solidaridad de todo el proletariado con los metalúrgicos, á la más mínima provocación del Gobierno a favor de los patronos. F L o s TÉCNICOS. ON curiosos los términos de una resolución votada por la Asociación nacional de ingenieros de Italia, convocada a consecuencia del conflicto. Frente al movimiento, los técnicos declaran no solidarizarse ni con patronos ni con obreros. Su interés está en asegurar la integridad de la producción, la economía de las primeras materias y la disciplina del trabajo, por lo cual han cooperado a la producción aun dentro de las actuales circunstancias. Este interés objetivo por la producción, orientada a favor de la colectividad, excluye toda intromisión o violencia en la función propia del ingeniero, bien proceda de los patronos o de los obreros. Y como han sido objeto de estas violencias en algunas fábricas, abandonarán los ingenieros su puesto, hasta que sus Asociaciones reciban las garantías necesarias para su trabajo. S E L APOYO D E LA CONFEDERACIÓN. N la reunión del Consejo directivo de la Confederación general del trabajo, celebrada en Milán, en la que estaban presentes todos los secretarios de la Confederación, se discutió la actitud a tomar frente al conflicto. Bouzzi, representante de los metalúrgicos, no juzga aún necesario que la solidaridad del proletariado se manifieste en forma más concreta. Si el conflicto metalúrgico se alarga, entonces ya no será ocasión de buscar una solución concreta, sino que habrá de prepararse la gran batalla con más amplia finalidad. Frente a la orientación de Bouzzi, que trata de llegar a un arreglo en el conflicto de los metalúrgicos, se manifiesta la tesis de Schiavello, que es la de gran parte del proletariado italiano, que escapa a la dirección de los jefes, de no llegar a una solución conciliadora, sino desbordar la lucha dándole un carácter francamente político. E ^OlSS^ ESPAÑA L U C E S DE Núm. 280.—17. B O H E M I A ^^&. mm ( E S P E R P E N T O ) KíC-yWf-: por Don" R a m ó n del Valle Inclán (SIGUE LA ESCENA SEXTA) (i) E L MINISTRO. Como si fuese un Capitán general, ¡No estás sin ninguna culpa! ¡Eres siempre el mismo calvatruenol ¡Para ti no pasan los años! ¡Ay, cómo envidio tu eterno buen humor 1 MÁXIMO ESTRELLA. ¡Para mí, siempre es de noche! Hace un año [que estoy ciego. Dicto y mi mujer escribe, pero no es posible. E L MINISTRO. ¿Tu mujer es francesa? MÁXIMO E S T R E L L A . E L MINISTRO. jY tú hermano Alex? MÁXIMO ESTRELLA. ¡Murió! E L MINISTRO. ¿Y los otros? ¡Erais muchos! MÁXIMO ESTRELLA. ¡Creo que todos han muerto! E L MINISTRO. ¡No has cambiado!.. Max, yo no quiero herir tu delicadeza, pero en tanto dure aquí, puedo darte un sueldo. MÁXIMO ESTRELLA. ¡Gracias! Una santa del cielo, que escribe el espaE L MINISTRO. fiol con una ortografía del infierno. Tengo ¿Aceptas? que dictarle letra por letra. Las ideas se me desvanecen. ¡Un tormento! Si hubiera pan MÁXIMO ESTRELLA. en mi casa, maldito si me apenaba la cegue¡Qué remedio! ra. El ciego se entera mejor de las cosas del E L MINISTRO. iiundo, los ojos son unos ilusionados emTome usted nota, Dieguito. ¿Dónde vibusteros. ¡Adiós Manolo! Conste que no he Venido a pedirte ningún favor. Max Estrella ves, Max? tío es el pobrete molesto. MÁXIMO ESTRELLA. Dispóngase usted a escribir largo, joven E L MINISTRO. Espera, no te vayas. Máximo. Ya que maestro: —Bastardillos, 23, duplicado, Escahas venido, hablemos. Tú resucitas toda lera interior. Guardilla B. —Nota. Si en este ^na época de mi vida, acaso la mejor. ¡Qué laberinto hiciese falta un hilo para guiarse, 'ejana! Estudiábamos juntos. Vivíais en la no se le pida a la portera, porque muerde. calle del Recuerdo. Tenías una hermana. E L MINISTRO. De tu hermana anduve yo enamorado. ¡Por ¡Cómo te envidio el humor! ^lla hice versos! MÁXIMO ESTRELLA. MÁXIMO ESTRELLA. El mundo es mío, todo me sonríe, soy un ¡Calle del Recuerdo, hombre sin penas. Ventana de Helena, E L MINISTRO. La niña morena ¡Te envidio! Que asomada vil ¡Calle del Recuerdo MÁXIMO ESTRELLA. Rondalla de tuna, ¡Manolo, no seas majadero! Y escala de luna E L MINISTRO. Que en ella prendí! Max, todos los meses te llevarán el haber E L MINISTRO. a tu casa. ¡Ahora adiós! ¡Dame un abrazo! iQué memoria la tuya! ¡Me dejas maraviMÁXIMO ESTRELLA. llado! ¿Qué fué de tu hermana? Toma un dedo, y no te enternezcas. MÁXIMO ESTRELLA. E L MINISTRO. Entró en un convento. ¡Adiós, Genio y Desorden! ' ' ) Véanse los niímeros 274, 375, 276, 277 278 y 279. MÁXIMO ESTRELLA. Conste que he venido a pedir un desagra- vio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo, sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia! Máximo Estrella con los brazos abiertos en cruz, la cabeza erguida, los ojos parados, trágicos en su ciega quietud, avanza como un fantasma. Su Excelencia, tripudo, repintado, mafitecoso, responde con un arranque de cómico viejo, en el buen melodrama francés. Se abrazan los dos. Su Excelencia al separarse, tiene U7ia lágrima detenida en los párpados. Estrecha la mano del bohemio, y deja en ella algunos billetes. EL MINISTRO. ¡Adiós! ¡Adiós! Créeme que no olvidaré este momento. MÁXIMO ESTRELLA. ¡Adiós, Manolo! ¡Gracias en nombre de dos pobres mujeres! Su Excelencia toca un timbre. El ujier acude soñoliento. Máximo Estrella tanteando con el palo, va derecho hacia el fondo de la estancia, donde hay un balcón. E L MINISTRO. Fernández, acompañe usted a ese caballero, y déjele en un coche. MÁXIMO ESTRELLA. Seguramente que me espera en la puerta mi perro. E L UJIER. Quien le espera a usted es un sujeto de edad, en la antesala. MÁXIMO EXTRELLA. Don Latino de Hispaíis se llama ese sujeto. El ujier toma de la manga al bohemio con aire torpón, le saca del despacho, y guipa al soslayo el gesto de su Excelencia. Aquel gesto manido de actor de carácter en la gran escena del reconocimiento. E L MINISTRO. ¡Querido Dieguito, ahí tiene usted un hombre a quien le ha faltado el resorte de la voluntad! Lo tuvo todo, figura, palabra, gracejo. Su charla cambiaba de colores como las llamas de un ponche. DIEGUITO. ¡Qué imagen soberbia! E L MINISTRO. ¡Sin duda, era el que más valía entre los de mi tiempo! DIEGUITO. Pues véalo usted ahora en medio del arro- Núm. 280. — 1 8 . . yó, oliendo a aguardiente, y saludando en francés a las proxenetas. EL MINISTRO. ¡Veinte afios! ¡Una vidal ¡E inopinadamente, reaparece ese espectro de la bohemia! Yo me salvé del desastre renunciando al goce de hacer versos. Dieguito, usted de esto no sabe nada, porque usted no ha nacido poeta. DIEGUITO. ¡Lagarto! ¡Lagarto! EL E S P A Ñ A presión. Entran extraños, y son de repente transfigurados en aquel triple ritmo, MalaEstrella y don Latino. MÁXIMO E S T R E L L A . ¿Qué tierra pisamos? D O N LATINO. El Café Colón. MÁXIMO E S T R E L L A . Mira si está Rubén. Suele ponerse enfrente de los músicos. DON MINISTRO. ¡Ay, Dieguito, usted no alcanzará nunca lo que son ilusión y bohemia! Usted ha nacido institucionista, usted no es un renegado del mundo del ensueño. ¡Yo sí! EL MINISTRO. MÁXIMO ¿El Excelentísimo señor Ministro de la Gobernación, se cambiaría por el poeta Mala-Estrella? EL DON LATINO. No me encargues de ser tu testamentario. DIEGUITO. Las tomaremos de los fondos de la Policía. EL MINISTRO. D O N LATINO. N Café que proloTigan empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos. El mostrador en elfo?ido, y detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la diversa botillería. El Café tiene piano y violín. Las sombras y la música flotan en el vaho de humo, y en el lívido temblor de los arcos voltaicos. Los espejos multiplicadores están llenos de un interés folletinesco, en su fondo, ctn una geometría absurda, estravaga el Café. El compás canalla de la música, las luces en el fondo de los espejos, el vaho de humo pe', etrado del temblor de los arcos voliaices, cifran su diversidad en una sola ex- D O N LATINO. ¡Querido Max, no te pongas estupendo! RUBÉN. ¿El señor es don Latino de Hispalis? D O N LATINO. ¡Si nos conocemos de antiguo, maestro. ¡Han pasado muchos años! ¡Hemos hecho juntos periodismo en «La Lira HispanoAmericana». RUBÉN. Por entre sillas y má> moles llegan al rincón donde con otros está sentado y silencioso Rubén Darío. Ante aquella aparición, el poeta siente la amargura de la vida, y con ges to egoísta de niño enfadado, cierra los ojos, y bebe un sorbo de su copa de ajenjo. Finalmettte, su máscara de ídolo se anima cofi una sonrisa cargada de humedad. El ciego se detiene ajtte la mesa y levanta su brazo, con magno ademájt de estatua cesárea. MÁXIMO DON LATINO. ESTRELLA. ¡Merecías ser el barbero de Maura! ESTRELLA. RUBÉN. Lo había olvidado. MÁXIMO ESTRELLA. ¡Si no has estado nunca en París! D O N LATINO. Querido Max, vuelvo a decirle que no te pongas estupendo. Siéntate e invítanos a cenar. ¡Rubén, hoy este gran poeta nuestro amigo, se llama Estrella Resplandeciente! RUBÉN. •, ¡Admirable! ¡Max, es preciso huir de la bohemial D O N LATINO, ¡Salud, hermano, si menor en años, mayor en prez! RUBÉN. ¡Admirable! ¡Cuánto tiempo sin vernos, Max! ¿Qué haces? MÁXIMO E S C E N A SÉPTIMA U ¡Tú la temes, y yo la cortejo! Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para la otra ribera de la Estigia. Vengo aquí para estrecharte por última vez la mano, guiado por el ilustre camello don Latino de Hispalis. ¡Un hombre que desprecia tu poesía, como si fuese Académicol Yo era el redactor financiero. En París nos tuteábamos, Rubén. Yo no lo entiendo. MÁXIMO ESTRELLA. Tengo poca memoria, don Latino. ¡ES un gran poeta! ¡Heironeia! Su Excele?icia se hunde en una poltrona, ante la chimenea que avenía sobre la alfombra una claridad trémula. Enciende un cigarro con sortija, y pide la Gaceta. Cabálgase los lentes, le pasa la vista, se hace un gorro, y se duerme. MÁXIMO MÁXIMO E S T R E L L A . MINISTRO. ¡Ya se ha puesto la toga y los vuelillos el señor Licenciado don Diego del Corral! Suspenda un momento el interrogatorio su señoría; y vaya pensando cómo se Justifican las pesetas que hemos de darle a Máximo Estrella. ESTRELLA. Vamos a su lado. Latino, muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro. Creo que lo lamento. DIEGUITO. ¡No hablemos de Ellal Allá está como un cerdo triste. DIEGUITO. ¿Lo lamenta usted, don Manuel? LATINO. RUBÉN. ESTRELLA. ¡Está opulento! ¡Guarda dos papiros de piel de contribuyente! MÁXIMO E S T R E L L A . Esta tarde tuve que empeñar la capa, y esta noche te convido a cenar. ¡A cenar con el rubio Champaña, Rubénl ¡Nadal RUBÉN. RUBÉN. ¡Admirable! ¿Nunca vienes por aquí? MÁXIMO ESTRELLA. El café es un lujo muy caro, y me dedico a la taberna. Hay que prepararse para morir, Rubén. RUBÉN. Max, amemos la vida, y mientras podamos, olvidemos a la Dama de Luto. MÁXIMO ¿Por qué? ¡Admirable! Como Martín de Tours, partes conmigo la capa, transmudada en cena. ¡Admirable! D O N LATINO. ¡Mozo, la carta! Me parece un poco exagerado pedir vinos franceses. ¡Hay que pensar en el mañana, caballerosi MÁXIMO ESTRELLA. jNo pensemosl (Sigue la escena séptima)- ESTRELLA MllPHSffZR DHU SUCHSOn DH H. TEODORO Olwlata d* Santa rnafla <• la Oabaza, l.-T«l< S 5 a . - f l H ^ S ^