A vueltas con la gestión privada de la sanidad pública José Vicente

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A vueltas con la gestión privada de la sanidad pública
José Vicente Morote.
Socio Director del Departamento de Derecho
Público y Regulatorio de Olleros Abogados.
Socio de FEBF.
Existe, en España, una tremenda presión para detener cualquier intento de
colaboración privada en la gestión de la sanidad pública. Los argumentos y la terminología que
se utilizan son, en muchas ocasiones, confusos, por no decir inadecuados. Así, se habla,
incorrectamente, de privatización de la sanidad pública cuando, por parte de ningún gobierno
autonómico, ni por parte del Gobierno central se ha planteado que la sanidad deje de ser un
servicio público.
Una privatización en relación con un servicio público, desde el punto de vista jurídico,
implica la pérdida de la publicatio que caracterizaba al servicio hasta ese momento, dejando de
serlo en adelante y deviniendo puramente privado. Por lo tanto, para que se pudiera hablar de
una privatización del servicio público sanitario, sería necesaria una decisión legislativa que
eliminara el sistema de salud universal, cosa que, en España, en la actualidad, está fuera del
debate social y político. Si se produjera esta privatización que, como digo, no está en la agenda
política de ningún partido, ello implicaría que aquellas personas que no tuvieran un seguro
privado no tendrían derecho a una asistencia sanitaria, tal y como sucede en algunos países del
mundo, significativamente, en Estados Unidos. Como decía, este radical cambio de paradigma
no se ha planteado en nuestro país, sin embargo, la mala utilización de los conceptos, en este
ámbito, está tan difundida que si se introduce la palabra “privatización” en el buscador de
Google, un gran número de entradas hacen referencia a la, mal llamada, privatización de la
sanidad en España.
Por lo tanto, es incorrecto hablar de un proceso de privatización de la sanidad en
general, y de la valenciana, de la madrileña o de la asturiana, en particular. Lo que sí que es
posible y ya existen experiencias de ello en nuestro país, es que el servicio público sanitario sea
prestado indirectamente, a través de un colaborador privado que asista a la Administración
pública en la gestión a cambio de un precio. Así, el proceso al que hemos asistido en España,
unas veces con más éxito, como es el caso valenciano, y otras con menos, como es el caso
madrileño, implica que, sin perder su naturaleza pública, el servicio pasa a ser gestionado
indirectamente con la ayuda de empresas privadas.
Además de estas dos vías, (gestión directa e indirecta de la sanidad pública), la Ley
General de Sanidad y en el resto de normativa en vigor, tanto estatal como autonómica,
disponen que la sanidad es un servicio que no se presta en régimen de monopolio por las
Administraciones Públicas, porque cabe también, y no existe duda al respecto, una sanidad
privada que responde a unos criterios de rentabilidad económica, y que debe respetar unas
normas básicas establecidas en la legislación al respecto, en cuanto al desarrollo de la
actividad prestacional. Pero ésta es una tercera vía que no debe confundirse con la
colaboración privada en la gestión de la sanidad pública.
La colaboración privada en la gestión de todo tipo de servicios públicos se desarrolla
en muchos ámbitos de la vida de los ciudadanos con éxito indiscutible. Muchos servicios
esenciales de titularidad pública se gestionan a través de la colaboración de empresas
privadas. Así, se gestionan indirectamente la recogida de basura o el servicio de
abastecimiento de agua potable, el trasporte urbano e interurbano de pasajeros por carretera,
el sistema educativo público a través de los conciertos educativos, etc…
La fórmula de la colaboración privada en la sanidad puede presentar diversas ventajas,
entre las que significativamente se pueden citar las siguientes: puede permitir realizar
inversiones importantes sin acudir al endeudamiento público; puede facilitar la rápida
adaptación a las nuevas necesidades organizativas y terapéuticas e incrementa la eficiencia en
el uso de los recursos. Estas ventajas deben redundar indudablemente en una mejor atención
al paciente.
Además de ello, a lo largo del proceso de licitación se fomenta la competencia entre
los distintos agentes intervinientes, que deberán ofrecer las mejores prestaciones en cada uno
de sus campos de especialidad. Esta competitividad, debe redundar, en todo caso, en beneficio
de los pacientes. De hecho, la colaboración que se da entre todos los intervinientes en la
gestión del proyecto implica una transferencia de riesgos, transfiriéndose a cada uno de los
gestores el riesgo que mejor podrá administrar y/o gestionar de conformidad con sus
habilidades y capacidades. Esta transferencia ordenada debe reflejarse en una mayor
eficiencia.
La introducción de fórmulas de colaboración público-privada en la sanidad puede
favorecer que la Administración provea a los ciudadanos de servicios de mejor calidad y,
además, que pueda prestarlos en plazos más breves y a precios más ajustados. Debemos tener
en cuenta que, con la entrada del capital privado se incrementan los recursos disponibles, lo
que, controlado adecuadamente, debe reflejarse en un mejor servicio al ciudadano.
Por lo tanto, no debe desdeñarse de entrada la colaboración privada en la gestión de la
sanidad. Al contrario, debe respetarse que las Administraciones autonómicas, que son las
competentes en esta materia, analicen con responsabilidad, desde el prisma de la
sostenibilidad del sistema y de la mejor asistencia a los ciudadanos, qué sistemas de gestión de
la sanidad pública son más convenientes en cada momento, incluida la gestión indirecta.
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