Fernando Edmundo del Cármen Laredo Cárter

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Fernando Edmundo del Cármen Laredo
Cárter
Escritor
La glándula Pineal de los Pequeños Dragones y la nuestra, base
orgánica de la clarividencia.
Cultura, 06/02/2012
Desde hace unos veinte años la saga de Jurasic Park y de otras películas
sobre Dragones han puesto de moda a los dinosaurios en los juegos
infantiles, en enciclopedias de reptiles extinguidos o actuales, y en
recreaciones computacionales de la vida animal de hace doscientos
millones de años. Hoy es familiar el Dragon de Comodo y sus bacterianas
mordidas. Pero las películas y las enciclopedias sobre el tema han omitido
un hecho trascendental para la humanidad, y que es hace doscientos
millones de años, en el mismo Período Jurásico NACIÓ EL TERCER
OJO, tan conocido por el público contemporáneo gracias a los esfuerzos
del fallecido Lobsang Rampa y su serie de 15 libros.
La iconografía hindú también nos ha recordado a ese Tercer Ojo u Ojo Pineal en sus imágenes de Shiva, de Budha, o de la
Madre Kali, marcado en medio de la frente. Pero no se nos han mostrado unos pequeños lagartos de 70 centímetros, que aún
sobreviven casi sin cambios desde aquella lejana época, y que TIENEN UN TERCER OJO VISIBLE EN LA CIMA DE LA
CABEZA, durante su infancia, que dura unos 11 años, y que se cierra en la vida adulta del animal, que agrega unos 90 años a
sus vidas. Se llaman TUÁTARAS, y viven en las islas norteñas del Archipiélago de Nueva Zelanda, al lado de Este de Australia.
Es una especie protegida, pues está en peligro de extinción por los gatos introducidos en las islas por el hombre, y por el
calentamiento global, que los podría dejar estériles.
Aún como adulto, y teniendo el ojo pineal aparentemente cerrado, el tuátara sigue utilizando su tercer ojo, que está solo
cubierto por la piel de la cabeza, dejando visible una pequeña protuberancia en el lugar en que se ubica. Lo usa para ver luces
y sombras, como una especie de fotómetro natural, que le indica cuando aparearse. En invierno la disminución de radiación
solar que percibe en el ojo pineal emite una señal electroquímica de inhibición de sus gónadas. Y al cambiar la luminosidad
solar en primavera y verano lanza una señal análoga para activar sus gónadas. Se dice que de noche la pineal de ese pequeño
dragoncito le permite percibir las ondas infrarrojas de sus evantuales presas, que son insectos y roedores.
Su cráneo tiene un orificio especial que une la cavidad craneana con el exterior. Orificio que permite la entrada de las vias
nerviosas del Ojo al cerebro. Filogenéticamente nosotros los humanos también tenemos esa abertura para la salida de la
glándula pineal, en lo que todas las madres saben, la mollera de nuestros niños, que a los dos años se cierra con la fusión de
los huesos parietales con el frontal, en la cima de la cabeza. Aúnque la pineal ya está profundamente hundida al medio del
cerebro, como un pequeño porotito, residuo orgánico de aquel tercer ojo reptilio. Residuo evolutivo orgánico aparentemente
insignificante, pero que aún funciona, y de varias maneras.
Se ha estudiado la epífisis o glándula pineal en niños y en adultos humanos. Y se ha descubierto que los niños la tienen unos
milímetros más grandes que los adultos. Y para demostrar nuestra herencia y vinculación con los tuátaras, justamente a los
once años, la pineal comienza a achicarse, tras emitir un mandato químico de activar las gónadas en la pubertad. Y junto con
empequeñecerse se comienza a calcificar. PERO SIGUE FUNCIONANDO, tal como pasa con esos pequeños fósiles vivientes
de Nueva Zelanda.
En nosotros fabrica la famosa Melatonina, que dirige el proceso de pigmentación de nuestra piel bajo los rayos del sol. Y es el
lugar del cerebro donde se concentra la mayor cantidad de una sustancia denominada DMT o la molécula
espiritual.(dimetiltriptamina). Cuando se inyecta esa sustancia en la vena del brazo de un sujeto humano de experimentación, el
individuo experimenta lo mismo que los yoguis llaman SAMADHI, o una experiencia supraconsciente en planos de existencia
paralelos, e incluso contacta con inteligencias de luz de esos mundos invisibles. Es decir, la pineal, que anatómicamente tiene
células iguales a la retina de nuestros ojos, los conos, pero no bastoncillos. Y que funciona como fotómetro físico en los
reptiles, en nosotros nos permite captar la luz invisible del espíritu y las formas energéticas de entes de otros mundos, en suma
ejercer la clarividencia.
Esa clarividencia es el origen de la virtud de la sabiduría que adornaba a algunos de los hombres más notables de la
antiguedad. Y que ha quedado inmortalizada en los mitos de los dragones de larga vista o de profecía, o de los
reyes-serpientes o iniciados que conducían a los pueblos por los caminos del Dios. Por eso Odín en la leyenda es llamado el
Dios de un solo Ojo. Y Gautama quedó con el suyo marcado en medio de la frente. O el de la serpiente que surge del centro
de la frente de las coronas de los faraones egipcios.
De allí que los Shamanes de sudamérica, del centro, del Norteamérica, y de Siberia, consumen, desde hace varios milenios,
infusiones de plantas ricas en DMS, para tener visiones que les permitan unir el cielo con la tierra. Lo visible con lo invisible, y
ver el alma de sus pacientes, como también a los entes que aconsejan o a los que atormentan a los hombres enfermos. Tal es
el caso de la Ayahuasca, y el de muchísmas plantas alucinógenas, entre ellas LA ACACIA, planta sagrada para los masones,
cuya madera sirvió para construir el Arca de la Alianza de los judios en su viaje camino a la tierra prometida.
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