La poesía de Machado no ha sido excepción a la regla

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La Poesía de Antonio Machado
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LAS CLASIFICACIONES LITERARIAS
La poesía de Machado no ha sido excepción a
la regla. Muchos han pretendido encasillarla, ponerle un
remoquete de escuela que facilite su encuadramiento en la
historia literaria, y los resultados no han sido nunca totalmente
satisfactorios. Machado mismo lo intentó más de una vez,
especialmente en el famoso «Retrato» (XCVII, 128)2, que
colocó al frente de Campos de Castilla. Recordemos cómo allí,
después de declararse enemigo de la artificiosidad de la nueva
poesía,
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar;
y después de confesar su desdén por la oquedad lírica y el sentimentalismo lunar,
desdeño las romanzas de los tenores huecos y
el coro de los grillos que cantan a la luna,
se preguntaba si era clásico o romántico, para responder con un
«no sé», aun cuando en seguida expresase su aspiración a una
poesía de fuerza, no de exquisiteces:
¿ Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi
verso, como deja el capitán su espada: famosa por
la mano viril que la blandiera, no por el docto
oficio del forjador preciada.
Otros, más tarde, ensayaron también diversas formas de
clasificación, pero sus conclusiones —todas legítimas y aprovechables, desde luego—, no pudieron ser más variadas, y, en ocasiones, hasta contradictorias. Detengámonos en algunas de ellas.
Hay de todo. Así, para Guillermo de Torre, la poesía de Machado es 0una «poesía de expresión cristalina, de estructura clásica», como corresponde, según él, al «afán clasicista que Antonio Machado tuvo desde sus primeros versos»3. Para José Luis
Cano, Machado es, en cambio, casi lo opuesto: un romántico,
pero «un romántico —dice— a su manera, un romántico contenido» 4.
La gran batalla, como es natural, se dio en lo que toca a las
relaciones de Machado con el modernismo y la generación del
98. Para algunos, los más apasionados, Machado es noventaiochista puro, por los cuatro costados, como es el caso de Guillermo Díaz-Plaja, para quien la obra del poeta sevillano ejempli-
2
Citamos siempre por la edición de Obras, editorial Séneca (México, 1940).
Los números que entre paréntesis se dan al final de las citas en prosa o en
verso indican la página donde aparecen los textos en esa edición de Séneca.
Después de los versos damos, además, en romanos, el número con que generalmente se marcan esos poemas en las otras ediciones.
3
G. de Torre, Tríptico del Sacrificio, ed. Losada (Buenos Aires, 1948), páginas 92, 93, 100.
4
J. L. Cano, «A. Machado, hombre y poeta en sueños». Cuadernos Hispanoamericanos, núms 11-12 (Madrid, 1949), pag. 655.
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fica cuanto hay de oposición a la escuela de Darío 5. Para otros
la influencia del nicaragüense sí se dejó sentir, aunque muy vagamente. Pedro Salinas confiesa que, en efecto, «hay en algún
caso leves acentos modernistas», mas no por eso deja de
considerar a Machado como «un típico poeta del 98»6.
Esta opinión la comparten, entre otros, Guillermo de
Torre 7, y César Barja8, pero es, a su vez, rechazada por la
aguerrida oposición de Gabriel Pradal-Rodríguez, para quien
«la influencia de Rubén Darío sobre Machado es
preponderante». Y añade: «Lo más turbador quizá en estas
influencias es que se manifiesten de punta a punta en la obra de
Machado»9.
Pradal-Rodríguez va todavía más lejos. Para él, «en Antonio Machado se funden las dos corrientes, la del modernismo,
formal, representada por Rubén Darío, y la de la generación
del 98, fundamental, ideológica, representada por don Miguel
de Unamuno»10, opinión que, como él nos recuerda, habían expresado anteriormente Juan Ramón Jiménez y José Ortega y
Gasset.
En efecto, para Juan Ramón, la poesía de Machado fue en
España el primer fruto de la «unión mágica» de Rubén Darío y
Miguel de Unamuno. Lo mismo pensaba Ortega, quien en 1916
escribía: «Fue preciso empezar por la rehabilitación del material poético: fue preciso insistir hasta con exageración en que
una estrofa es una isla encantada, donde no puede penetrar ninguna palabra del prosaico continente sin dar una voltereta en
la fantasía y transfigurarse, cargándose de nuevos efluvios,
como las naves, en otro tiempo, se colmaban en Ceilán de especias... Esto vino a enseñarnos Rubén Darío, el indio divino
domesticador de palabras, conductor de los corceles rítmicos.
Sus versos han sido una escuela de forja poética Ha llenado
diez años de nuestra historia literaria.
«Pero ahora es necesario más: recobrada la salud este alma
no puede a su vez consistir en una estratificación de palabras,
de metáforas, de ritmos. Tiene que ser un lugar por donde dé
su aliento el universo, respiradero de la vida esencial, spiraculum vitae, como decían los místicos alemanes» Y concluye: «Yo
encuentro en Machado un comienzo de esta novísima poesía,
cuyo más fuerte representante sería Unamuno, si no despreciara
los sentidos tanto»11.
5
G. Díaz-Plaja. Modernismo frente a 98, España-Calpe (Madrid» 1951).
(Véase en el índice de autores las referencias a Machado.)
6
P. Salinas, Literatura española siglo XX, 2.a edición (México, 1940), páginas 143-147. (Véase también págs. 19, 20, 149).
7
G. de Torre, op cit., págs. 99-100.
8
César Barja, Libros y autores contemporáneos (Madrid, 1935), páginas
423 a 426.
9
Gabriel Pradal-Rodríguez, «Antonio Machado: su vida y obra. Revista
Hispánica Moderna, año XV, núms. 1-4, pág. 57.
10
Ibid., pág. 59.
11
José Ortega y Gasset, «Los versos de Antonio Machado», en Personas,
obras, cosas (Madrid, 1910).
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Pero aún hay más: la crítica ha descubierto, aunque en escala menor, es verdad, la presencia de numerosas vetas o venillas que, entreveradas en caprichosa red, discurren, vivificantes,
por el cuerpo todo de esta poesía: toques de simbolismo, por
ejemplo, como señala Dámaso Alonso12; o de impresionismo13,
gongorismo14, japonesismo15 y hasta de poesía de vanguardia16.
¿A qué traemos a cuento todo esto? Ya dijimos que para
ilustrar, por una parte, la limitación y relatividad de cualquier
tentativa de clasificación literaria; pero, sobre todo, por otras
dos razones: primero, a ver si así contribuimos a disipar la ingenua noción de quienes todavía persisten en considerar la poesía de Machado como una especie de flor de espontaneidad,
producto milagroso de una inspiración fácil y regalada, en la que
apenas interviene la labor incansablemente rectificadora del verdadero artista. La riquísima variedad de ingredientes que encontramos en la obra de Machado está diciendo a voces que había en él —a pesar de sus numerosas protestas de despego por
lo formal17— una clara conciencia de artista, atenta siempre y
siempre receptiva a todas las modalidades de la expresión poética, las que no aceptaba, claro está, sin discriminación, sino tan
sólo cuando se adaptaban a los objetivos finales de su creación.
Porque un poeta, señalaba Machado, es muchos poetas, y acaso
cada poema tiene el suyo, de ahí que «antes de escribir un poema
—decía Mairena a sus discípulos— conviene imaginar el poeta
capaz de escribirlo» (551). Y añadía: «Lo difícil sería lo contrario, que no llevase más que uno» (553).
Esto por un lado, que lo segundo es subrayar cómo, preci12
Dámaso Alonso, «Poesías olvidadas de Antonio Machado». Cuadernos
Hispanoamericanas (Madrid, 1940), núms. 11-12. pág. 366. nota 1.
13
Gabriel Pradal-Rodríguez, «Antonio Machado: vida y obra» Hevista
Hispánica Moderna, año XV, núms. 1-4, .pág. 43. Véase también Elise Richter.
El impresionismo en el lenguaje (obra en colaboración con otros autores),
Buenos Aires, 1942, pág. 96.
14
Gabriel Pradal-Rodríguez, «Antonio Machado: su vida y obra», loe. cit.,
páginas 37, 39. Véase tambin Lauxar, «Antonio Machado y su soledades». Hlspania (California, 1929), X7I, págs. 225-242.
15
E). Díez Canedo, «Antonio Machado, poeta japonés». Sol (junio 20, 1924).
También del mismo autor, «Antonio Machado, poeta español». Taller (México,
1939), núm. 2, pág. 10
16
Luis Rosales, «Muerte y resurrección de Antonio Machado». Cuadernos
Hispanoamericanos (Madrid, 1949), núms. 11-12, pág. 436.
17
Dámaso Alonso, en el ensayo que dedicó a las Poesías olvidadas de Antonio
Machado, loe. cit., pág. 344, dice lo siguiente, refiriéndose a las supresiones y
correcciones que Machado hizo a sus propios poemas: «En la introducción a las
Páginas escogidas (edición Calleja) Machado escribió: 'Mi costumbre de 110 volver
sobre lo hecho y de no leer nada de cuanto escribo...' Vamos a ver, repetidas veces,
cuan inexactas son esas palabras. ¿Mentía Machado? No: los que le conocimos y
le amamos sabemos cuan incapaz era aquella noble alma de mentira o de
fingimiento. Esos 'prólogos' son siempre peligrosos. Es en una especie de prólogo
donde fray Luis hizo aquella afirmación: "... en mi mocedad, y casi en mi niñez, se me
cayeron como de entre las manos estas obrecillas...'. Las 'obrecillas' son nada menos
que sus odas... Fray Luis, que a través de los siglos en tantas cosas se puede
emparejar con Machado (en hondura, altura e intensidad de inspiración), tampoco
era un varón de engaños. Cuando un poeta habla de su poesía no le pidamos rigor,
no: envuelve su mirada en una vaguedad también poética. Los datos más
inexactos —¡mucho ojo, crédulos y probos investigadores!— son los que el poeta
proporciona sobre su misma persona -o sobre su poesía. Y anotad a la par esto: un
verdadero poeta nunca miente.»
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samente por ser esta poesía fruto de asimilación de numerosos
elementos puestos al servicio de una inteligencia personalísima,
resulta ser única, irrepetible, una poesía que no podía crear escuela, de ahí que la veamos insularmente, como una isla poética, si enraizada, de un lado, y por lo profundo, en la tradición
espiritual de España, abierta, por el otro, a los vientos renovadores de la poesía de finales de siglo.
MACHADO, INNOVADOR Y TRADICIONALISTA
Porque Machado fue —y en ello no hay contradicción—
tradicionalista y hombre de su época. Nacido a las letras en un
tiempo muy innovador, en un principio de siglo poéticamente
activísimo, oyó el canto hechicero de las nuevas sirenas, y hasta
se dejó tentar por ellas, pero sin sucumbir del todo, sin traicionar la propia voz que cuidaba de distinguir entre la maraña de
los ecos. Recuérdese a propósito de esas nuevas sirenas el prólogo que escribió en 1919 para la segunda edición de Soledades,
galerías y otros poemas, y en donde, refiriéndose al subjetivismo revolucionario de principios de siglo, decía: «Ninguna alma
sincera podía entonces aspirar al clasicismo, si por clasicismo ha
de entenderse algo más que el diletantismo helenista de los parnasianos. Nuevos epígonos de Protágoras (nietzscheanos, pragmatistas, humanistas, bergsonianos) militaban contra toda labor constructora, coherente, lógica. La ideología dominante era
esencialmente subjetivista; el arte se atomizaba y el poeta, en
cantos más o menos enérgicos..., sólo pretendía cantarse a sí
mismo, o cantar, cuando más, el humor de su raza. Yo amé con
pasión y gusté hasta el empacho esta nueva sofística, buen antídoto para el culto sin fe de los viejos dioses, representados ya
en nuestra patria por una imaginería de cartón piedra» (33).
Más claro no canta un gallo. Machado fue, pues, hombre de su
época y, como tal, innovador él también, pero innovador libre,
no de escuela, que contribuyó —según sus palabras— «al par
de otros poetas de mi promoción18, a la poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras» (31). Señalemos, sin embargo, que lo innovador en Machado pertenece,
principalmente, al orden de lo formal. En métrica, por ejemplo,
se desligó cuanto le plugo de los esquemas tradicionales o introdujo en ellos variantes a su acomodo19, buscándose, por decirlo
así, un traje a su medida, en consonancia con las ondulaciones
de su vida interior. Adelante lo veremos. En cambio, en lo es18
Estos otros «poetas de mi promoción» a que alude Machado son, claro
esta, los del 98 y los del Modernismo, que, a pesar de sus diferencias ideológicas, contribuyeron juntos a levantar la lírica española del prosaísmo, academicismo y chabacanería en que cayera a final del siglo xix. Ya vimos lo dicho
por Ortega y Gasset. Véanse también: P. Salinas, Literatura española del siglo XX, especialmente págs. 23, 24, 34 a 37, y Dámaso Alonso, Poesías olvidadas de
Antonio Machado, pág. 366.
19
R. Menéndez Pidal ha señalado el gran éxito con que Machado introdujo la asonancia en la clásica silva. (Introducción al volumen I de la Historia general de las literaturas hispánicas, bajo la dirección de G. Díaz-Plaja,
Barcelona, 1949. pág. xxm.)
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piritual fue tradicionalista, ya que sus preocupaciones fueron
las de la España de siempre: preocupación por el ser, el tiempo
y la muerte; resignación humorística ante la vida, la misma del
pícaro que sonríe por la propia herida; la vida como sueño, etc.
Pocos poetas españoles se le parecen20; pero en él todo recuerda
a España, y por eso decimos de su obra que es nueva expresión
poética de la tradición espiritual española.
UNIDAD DE LA POESÍA MACHADIANA
Algunos críticos han querido segmentar esa obra dividiéndola en épocas aisladas e inconexas entre sí. La disección nos
parece injusta y por demás absurda; y no porque dudemos de
la posible existencia de esas épocas —que puede haberlas—,
sino por el hecho de considerarlas inconexas. En la trayectoria
temática de todo poeta, a pesar de los cambios más o menos inconsecuentes que pueda ofrecer, hay siempre una línea de continuidad que el crítico tiene el deber de desentrañar sin recurrir,
por comodidad, a esos fáciles sistemas de segmentación. Fue lo
que hizo Pedro Salinas, entre los primeros21, con la poesía de
Machado, al considerarla como una unidad indivisible en la que
sus temas —tiempo, sueño, amor, la preocupación por España,
su intimismo y hasta su epigramatismo conceptual— están presentes, todos, desde un principio, variando tan sólo la intensidad de su tratamiento en distintos momentos. En 1933, al aparecer la tercera edición de las Poesías completas, de Machado,
donde se recogía desde lo más inicial y remoto hasta lo más reciente de su producción, comentaba Salinas, cómo, para él, vista
panorámicamente, la obra de Machado, se le ofrecía «como un
ser vivo en toda su integridad, en la florescencia de todas sus
primaveras, en su cuerpo, tronco y en sus últimas raíces». Tanta
integridad debió ver en esa poesía, que señalaba más adelante :
«Para el lector distraído acaso cambie poco lo que ve y se le
antoje simple repetición de lo ya visto; para el que mira atentamente, la poesía de Machado crece, se desarrolla en cada edición
sin prisa, sin llamativa vistosidad, pero sin cesar y siempre con
tan profunda fidelidad a su impulso más remoto, que estas poesías completas, lejos de ser una simple colección de materiales,
aparecen como fábrica viva constantemente renovada en un trabajo interior, callado y profundo»22.
EL TIEMPO, RAÍZ DE SU POESÍA
¿Cuál sería ese impulso remoto que tan viva unidad comu20
20 El que más se le parece es Bécquer. Véase el análisis que de la
influencia becqueriana en Machado hace Carlos Bousoño en su Teoría de la
expresión poética, editorial Credos, Madrid, 1952, págs. 143-150. También el
interesante estudio de Rafael Lapesa Bécquer, Rosalía y Machado, «ínsula», núms.
100-101 (Madrid, 1954).
21
Últimamente Ricardo Gullón volvió a insistir sobre ello en su ensayo
«Unidad en la obra de Antonio Machado», ínsula, núm. 40 (Madrid, 1949),
22
P. Salinas, Literatura española siglo XX (México, 1949), pág. 147.
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nicaba a la varia creación? Para nosotros es el tiempo, la angustia de lo temporal, eje y raíz de todas sus preocupaciones,
tanto en lo poético como en lo filosófico.
Eso es lo que intentamos corroborar con la presente tesis:
que si Machado se llamó a sí mismo por boca de Juan de Mairena (evadiendo, de paso, las formas acostumbradas de clasificación literaria) «poeta del tiempo» (388), lo hacía con sobrada
razón, ya que en el tiempo está la semilla desde la cual surge
esplendoroso el árbol magnífico de su poesía.
Y porque concebimos así su poesía, como un árbol, hemos
adoptado para estudiarla el siguiente plan: 1) Estudio de los
temas, análisis de las ramas principales, las cuales, aun cuando
parecen a primera vista gozar de una relativa independencia,
están, con todo, como veremos, ligadas de modo indisoluble a
un tronco común, a una concepción temporalista del mundo y
de la vida, 2) Análisis de su teoría poética, que es, como si dijéramos, lo que da unidad de conformación, de aspecto exterior,
a todas las ramas de ese árbol.
Muchas fallas encontrará el lector al finalizar la lectura de
estas páginas. Y habrá de encontrarlas por fuerza, que, al fin
y al cabo, como observábamos al principio, impenetrable es el
misterio de la poesía, y los esfuerzos todos de la crítica son tan
sólo aproximaciones más o menos afortunadas por desentrañar
la clave y esencia de ese misterio. Aspirar a más nos parece necedad, hazaña ilusionista o mera petulancia irresponsable.
Aquí está, pues —humildemente lo ofrecemos— nuestro Antonio Machado, el fruto de un largo asedio de amor puesto en
torno a su poesía. Que ese amor nos valga y justifique. Si el recuento de las experiencias de ese asedio contribuye a una mayor
comprensión de la magia indescifrable de su lírica, galardón
tendrá ya nuestro esfuerzo y validez nuestra osadía.
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