http:// www.heiapsicologia.com PAUTAS EDUCATIVAS: La familia es el medio clave para promover el desarrollo, la madurez y el aprendizaje de los hijos e hijas. La educación de los hijos e hijas es una tarea muy difícil y costosa, que requiere de mucha paciencia, constancia y ganas por nuestra parte. Es y debe ser una tarea conjunta entre padres y escuela. Los padres, como los educadores principales de nuestros hijos e hijas, debemos concienciarnos y responsabilizarnos en esta tarea educativa, asesorándonos y complementándonos con la escuela. Resulta, además, indispensable tener unos criterios o pautas de educación claros; que respondan a las siguientes preguntas: ¿qué quiero conseguir de mis hijos e hijas?, ¿qué valores quiero inducirles?, ¿qué es lo que se esperará, en un futuro próximo, de ellos? y ¿qué debemos modificar, de nosotros como padres y madres, para ser más eficaces en nuestra voluntad formativa? Sabemos que los padres y las madres tienen sus propias ideas, sobre sus hijos e hijas y sobre su papel como padres, que les guían en su vida diaria. Se trata de ideas implícitas que intervienen sin que ellos lleguen a conocer de su existencia. Debido a ello, los padres, en una gran mayoría de ocasiones, no son conscientes de que han tomado ciertas decisiones que les han hecho realizar su tarea de una manera o de otra. Tampoco, generalmente, son conscientes de la variedad de estrategias que utilizan para regular o contener la conducta de sus hijos e hijas o para conseguir enseñarles y que aprendan determinadas actitudes o conceptos. La Intervención en Asesoramiento Familiar se concibe como un modo de dar protección y ayuda a las familias para que realicen sus funciones como medio de desarrollo y de educación. Esta ayuda y apoyo la reciben especialmente los padres que son los agentes educativos por excelencia. Esta intervención en asesoramiento educativo dirigidos a padres y madres plantean como objetivo primordial el conseguir capacitar a éstos para que puedan ser lo más conscientes posibles y por tanto reflexionar sobre sus actitudes educativas, y así poder hacer y hacerse un desarrollo claro y consciente de lo que hacen, por qué lo hacen y para qué lo hacen. Se trata en definitiva de no desautorizar ni crear inseguridad en los padres, ni tampoco evidentemente estigmatizarlos ni segregarlos, sino de conseguir reflexionar y apoyar su papel educador con finalidad preventiva, moduladora o de intervención orientada a resolución de conflictos. Compartir las distintas experiencias con otros padres y madres permite, además, plantearse un mejor conocimiento de las posibilidades que da el vivir la realidad familiar y ayuda en la reflexión sobre la propia práctica. Sólo gracias a este proceso de reflexión y toma de conciencia compartida de las experiencias y conocimientos, podremos llegar a adquirir la habilidad para hacer conocer a nuestros hijos e hijas “qué esperamos de ellos” o bien “de lo que son capaces de hacer”, para poder exigirles a cada uno, y en cada momento, lo más adecuado o conveniente a fin de ser consecuentes y coherentes con las circunstancias y con sus capacidades las cuales dependerán de sus aptitudes y del momento evolutivo del desarrollo en el que se encuentren. Principales puntos a tener en cuenta durante la intervención educativa de los padres: Tiempo: Más vale poco y bien que mucho y mal. Nuestros hijos e hijas necesitan que el tiempo que les podamos dedicar sea pleno y exclusivamente para ellos: sea al contarles un cuento, escucharles, jugar con ellos, compartir horas de comidas, etc. Aún así, debemos tener en cuenta que no se educa mejor por ofrecer un mayor número de horas de trato con nuestros hijos e hijas, sino por la calidad de las relaciones que establezcamos con ellos. No perder la paciencia. La jornada diaria se encuentra llena de tensiones, estrés, prisas… que nos hacen perder los nervios y agotar la paciencia. Cuando esto ocurre lo suelen pagar los/as hijos e hijas. Resulta paradójico que exijamos a los más pequeños un esfuerzo de corrección en su conducta y autocontrol en sus impulsos y que nosotros mismos seamos incapaces de controlarnos siendo adultos. Además, el ser afectuoso y comprensivo no se opone ni a comportarse de una manera coherente a un mal comportamiento, ni a la riña cuando la conducta de nuestros hijos e hijas no sea la indicada. Educar con afecto pretende, además, demostrar a nuestros hijos e hijas que los queremos con muestras de afectos físicos (abrazos y besos), pero también requiere reñirles si su conducta no es la correcta. El ambiente afectivo del hogar facilita que las relaciones padres-hijos e hijas sean de apoyo, seguridad, confianza y comunicación. Es muy importante educar positivamente, reforzando las buenas actitudes, alabando la parte positiva del comportamiento de nuestros hijos e hijas. Ellos necesitan saber que sus padres están satisfechos con ellos. Esto les ayudará y se sentirán estimulados para continuar su buen comportamiento. Así pues, el ambiente de aprendizaje del hogar debe ser estimulante de modo que los padres manifiesten a sus hijos e hijas el interés que ponen en su aprendizaje y las aspiraciones que albergan sobre su futuro. En la medida de lo posible, tenemos que adelantarnos y hacer a nuestros hijos e hijas obedientes, ordenados, sinceros, etc., antes de que puedan ser desobedientes, desordenados, mentirosos, etc. Así podremos reforzar su conducta en lugar de castigarla. El método de las amenazas funciona solo las primeras 2 ó 3 veces. Luego el niño se acostumbra y no hace caso. La amenaza a largo plazo desprestigia la credibilidad de los padres y madres. En último caso sería preferible castigar al niño después de una amenaza incorrecta, que amenazarle y no cumplir la amenaza nunca. Es necesario hacerles comprender las cosas razonablemente, y no como una orden que han de acatar (no, cuando son muy pequeños). Tener en cuenta la individualidad de cada niña y niño. Cada hijo/a tiene un carácter, una personalidad y unas necesidades específicas. Por tanto la educación no debe ser rígida y por igual; lo que funciona en uno de nuestros hijos e hijas no tiene por qué funcionar en el otro/a. Por tanto, es necesario aprender a gestionar adecuadamente estrategias educativas globales (por ejemplo a través de técnicas de modificación de conducta). Las recetas no funcionan. Para corregir algo incorrecto no se necesita ridiculizar al niño/a. Ridiculizar no le aporta nada positivo y existe el peligro de que inhiba sus respuestas. Conviene corregir a solas (nunca ante sus amigos) para que no se sienta humillado. En caso contrario la instrucción respecto a la conducta adecuada puede diluirse en el rencor y la ira del momento. La mejor forma de educar es a través del ejemplo. Los hijos e hijas se fijan en los padres más de lo que creemos; somos los modelos que imitan. Para actuar educativamente de forma correcta es preciso que existan además condiciones ambientales que favorezcan las intervenciones parentales y de tutela. Si las condiciones en el entorno familiar son adversas los padres y madres van a encontrar grandes dificultades para cumplir sus funciones educativas. Sin embargo, cuando todo esto no ocurre, se presentan pautas educativas de riesgo como por ejemplo: Falta de supervisión, abandono físico de los hijos e hijas, o abandono psicológico al no estimular al niño para promover su desarrollo, no acompañarle en las actividades o proporcionarle un entorno familiar empobrecido. Presentar una gran incoherencia parental al no ponerse de acuerdo sobre el proyecto educativo que quieren desarrollar con los hijos e hijas y desorientarles reaccionando de modo diferente según se tercie. Frente a la incapacidad de manejar el estrés cotidiano los padres y madres pueden descargar su frustración en los hijos e hijas ante conductas positivas y normales o ante transgresiones sin importancia.