PAUTAS EDUCATIVAS: La familia es el medio clave para promover

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PAUTAS EDUCATIVAS:
La familia es el medio clave para
promover el desarrollo, la madurez y el
aprendizaje de los hijos e hijas.
La educación de los hijos e hijas es una
tarea muy difícil y costosa, que requiere
de mucha paciencia, constancia y ganas
por nuestra parte. Es y debe ser una
tarea conjunta entre padres y escuela.
Los padres, como los educadores
principales de nuestros hijos e hijas,
debemos concienciarnos y
responsabilizarnos en esta tarea
educativa, asesorándonos y
complementándonos con la escuela.
Resulta, además, indispensable tener
unos criterios o pautas de educación
claros; que respondan a las siguientes
preguntas: ¿qué quiero conseguir de mis
hijos e hijas?, ¿qué valores quiero
inducirles?, ¿qué es lo que se esperará,
en un futuro próximo, de ellos? y ¿qué
debemos modificar, de nosotros como
padres y madres, para ser más eficaces
en nuestra voluntad formativa?
Sabemos que los padres y las madres
tienen sus propias ideas, sobre sus hijos
e hijas y sobre su papel como padres,
que les guían en su vida diaria. Se trata
de ideas implícitas que intervienen sin
que ellos lleguen a conocer de su
existencia. Debido a ello, los padres, en
una gran mayoría de ocasiones, no son
conscientes de que han tomado ciertas
decisiones que les han hecho realizar su
tarea de una manera o de otra.
Tampoco, generalmente, son
conscientes de la variedad de estrategias
que utilizan para regular o contener la
conducta de sus hijos e hijas o para
conseguir enseñarles y que aprendan
determinadas actitudes o conceptos.
La Intervención en Asesoramiento
Familiar se concibe como un modo de
dar protección y ayuda a las familias
para que realicen sus funciones como
medio de desarrollo y de educación.
Esta ayuda y apoyo la reciben
especialmente los padres que son los
agentes educativos por excelencia.
Esta intervención en asesoramiento
educativo dirigidos a padres y madres
plantean como objetivo primordial el
conseguir capacitar a éstos para que
puedan ser lo más conscientes posibles
y por tanto reflexionar sobre sus
actitudes educativas, y así poder hacer y
hacerse un desarrollo claro y consciente
de lo que hacen, por qué lo hacen y
para qué lo hacen.
Se trata en definitiva de no desautorizar
ni crear inseguridad en los padres, ni
tampoco evidentemente estigmatizarlos
ni segregarlos, sino de conseguir
reflexionar y apoyar su papel educador
con finalidad preventiva, moduladora o
de intervención orientada a resolución
de conflictos. Compartir las distintas
experiencias con otros padres y madres
permite, además, plantearse un mejor
conocimiento de las posibilidades que
da el vivir la realidad familiar y ayuda
en la reflexión sobre la propia práctica.
Sólo gracias a este proceso de reflexión
y toma de conciencia compartida de las
experiencias y conocimientos,
podremos llegar a adquirir la habilidad
para hacer conocer a nuestros hijos e
hijas “qué esperamos de ellos” o bien
“de lo que son capaces de hacer”, para
poder exigirles a cada uno, y en cada
momento, lo más adecuado o
conveniente a fin de ser consecuentes y
coherentes con las circunstancias y con
sus capacidades las cuales dependerán
de sus aptitudes y del momento
evolutivo del desarrollo en el que se
encuentren.
Principales puntos a tener en cuenta
durante la intervención educativa de los
padres:
Tiempo: Más vale poco y bien que
mucho y mal. Nuestros hijos e hijas
necesitan que el tiempo que les
podamos dedicar sea pleno y
exclusivamente para ellos: sea al
contarles un cuento, escucharles, jugar
con ellos, compartir horas de comidas,
etc. Aún así, debemos tener en cuenta
que no se educa mejor por ofrecer un
mayor número de horas de trato con
nuestros hijos e hijas, sino por la calidad
de las relaciones que establezcamos
con ellos.
No perder la paciencia. La jornada
diaria se encuentra llena de tensiones,
estrés, prisas… que nos hacen perder
los nervios y agotar la paciencia.
Cuando esto ocurre lo suelen pagar
los/as hijos e hijas. Resulta paradójico
que exijamos a los más pequeños un
esfuerzo de corrección en su conducta y
autocontrol en sus impulsos y que
nosotros mismos seamos incapaces de
controlarnos siendo adultos. Además, el
ser afectuoso y comprensivo no se
opone ni a comportarse de una manera
coherente a un mal comportamiento, ni
a la riña cuando la conducta de nuestros
hijos e hijas no sea la indicada.
Educar con afecto pretende, además,
demostrar a nuestros hijos e hijas que
los queremos con muestras de afectos
físicos (abrazos y besos), pero también
requiere reñirles si su conducta no es la
correcta. El ambiente afectivo del hogar
facilita que las relaciones padres-hijos e
hijas sean de apoyo, seguridad,
confianza y comunicación.
Es muy importante educar
positivamente, reforzando las buenas
actitudes, alabando la parte positiva del
comportamiento de nuestros hijos e
hijas. Ellos necesitan saber que sus
padres están satisfechos con ellos. Esto
les ayudará y se sentirán estimulados
para continuar su buen comportamiento.
Así pues, el ambiente de aprendizaje del
hogar debe ser estimulante de modo que
los padres manifiesten a sus hijos e hijas
el interés que ponen en su aprendizaje y
las aspiraciones que albergan sobre su
futuro.
En la medida de lo posible, tenemos que
adelantarnos y hacer a nuestros hijos e
hijas obedientes, ordenados, sinceros,
etc., antes de que puedan ser
desobedientes, desordenados,
mentirosos, etc. Así podremos reforzar
su conducta en lugar de castigarla.
El método de las amenazas funciona
solo las primeras 2 ó 3 veces. Luego el
niño se acostumbra y no hace caso. La
amenaza a largo plazo desprestigia la
credibilidad de los padres y madres. En
último caso sería preferible castigar al
niño después de una amenaza
incorrecta, que amenazarle y no cumplir
la amenaza nunca.
Es necesario hacerles comprender las
cosas razonablemente, y no como una
orden que han de acatar (no, cuando son
muy pequeños).
Tener en cuenta la individualidad de
cada niña y niño. Cada hijo/a tiene un
carácter, una personalidad y unas
necesidades específicas. Por tanto la
educación no debe ser rígida y por
igual; lo que funciona en uno de
nuestros hijos e hijas no tiene por qué
funcionar en el otro/a.
Por tanto, es necesario aprender a
gestionar adecuadamente estrategias
educativas globales (por ejemplo a
través de técnicas de modificación de
conducta). Las recetas no funcionan.
Para corregir algo incorrecto no se
necesita ridiculizar al niño/a.
Ridiculizar no le aporta nada positivo y
existe el peligro de que inhiba sus
respuestas. Conviene corregir a solas
(nunca ante sus amigos) para que no se
sienta humillado. En caso contrario la
instrucción respecto a la conducta
adecuada puede diluirse en el rencor y
la ira del momento.
La mejor forma de educar es a través
del ejemplo. Los hijos e hijas se fijan en
los padres más de lo que creemos;
somos los modelos que imitan.
Para actuar educativamente de forma
correcta es preciso que existan además
condiciones ambientales que favorezcan
las intervenciones parentales y de tutela. Si
las condiciones en el entorno familiar son
adversas los padres y madres van a
encontrar grandes dificultades para cumplir
sus funciones educativas.
Sin embargo, cuando todo esto no ocurre,
se presentan pautas educativas de riesgo
como por ejemplo:
Falta de supervisión, abandono físico de
los hijos e hijas, o abandono psicológico al
no estimular al niño para promover su
desarrollo, no acompañarle en las
actividades o proporcionarle un entorno
familiar empobrecido.
Presentar una gran incoherencia parental al
no ponerse de acuerdo sobre el proyecto
educativo que quieren desarrollar con los
hijos e hijas y desorientarles reaccionando
de modo diferente según se tercie.
Frente a la incapacidad de manejar el
estrés cotidiano los padres y madres
pueden descargar su frustración en los
hijos e hijas ante conductas positivas y
normales o ante transgresiones sin
importancia.
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