el islam en al-andalus: estructura juridico

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EL ISLAM EN AL-ANDALUS: ESTRUCTURA JURIDICO-SOCIAL Y
ORGANIZACION POLITICA.
SUMARIO:
I.Introducción al estudio del Derecho islámico.
II.Al-Andalus: conquista y permanencia musulmanas.
III.Independencia política de Al-Andalus.
IV.La comunidad musulmana. Los mozárabes.
V.Bibliografía.
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I. INTRODUCCION AL ESTUDIO DEL DERECHO ISLAMICO.
Habitualmente consideramos el Derecho como un fenómeno necesariamente
circunscrito a límites territoriales, hallándonos casi siempre con la seguridad de que a un
sistema jurídico corresponde un área jurídica territorialmente definida (el Estado, por
ejemplo). Y precisamente los órganos legislativos de esa comunidad político-territorial suelen
ser los productores del Derecho, usándose también unos medios coactivos adecuados para
darle efectividad. Pues bien, ante el Derecho islámico estos esquemas caen en su base.
Porque el imperio de los sucesores de Mahoma está fraccionado, aplicándose el
Derecho musulmán a las nuevas organizaciones político-territoriales. En ellas no hay órganos
legislativos, la Ley es una, la revelada por Allah a su Profeta (Mahoma). Esta es una
diferencia esencial respecto a los Derechos de corte germánico, en los que tiene una función
legislativa la asamblea del pueblo. Pero también es un Derecho diferente del romano, ya que
es de una enorme amplitud, con la intención de obligar en conciencia a sus súbditos. El Islam
va más allá de ser una simple comunidad religiosa, como la Iglesia, fruto necesario de su
amplitud de miras, ya que es una comunidad religiosa y, esta es la diferencia, política. El
Derecho al que más se aproxima el sistema jurídico islámico es el Derecho judeo-rabínico
(Talmud y literatura sobre el mismo), salvando la mencionada simbiosis Estado-Religión.
LOPEZ ORTIZ nos ofrece una descripción del Derecho musulmán bastante
certera: «Regulación, dimanante de la voluntad de la Divinidad, de toda la conducta del
musulmán aun en esferas del todo heterogéneas a lo que hoy entendemos por jurídico, cuya
transgresión es principalmente considerada como pecado, y como tal sancionada por Dios
mismo con castigos ultraterrenos, aunque sin excluir una organización estatal, representante
de Dios o, al menos, de su Profeta y por ello facultada y obligada a mantener en su pureza el
orden querido por el Supremo legislador, aplicando para ello medios coactivos apropiados.»
Esquemáticamente podríamos sintetizar estas palabras en los siguientes puntos
fundamentales:
- Unica ley la divina, revelada al Profeta: no existe más legislador.
- La Ley islámica regula toda la conducta del muslim o sometido a ella.
- La Ley obliga en conciencia, su transgresión es pecado, ofensa a Dios.
- En la tierra, no obstante, existe un representante del orden divino, que vela por la fiel
interpretación de la voluntad divina revelada y por su estricto cumplimiento, sancionando
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terrenalmente su infracción.
Ya sabemos en qué consiste el Derecho musulmán, no siendo aquí el lugar
apropiado para tratar de la Historia y génesis del Islam, ni tampoco de las fuentes del Derecho
islámico, así como sus interpretaciones (remitimos para ésto al correspondiente apartado del
programa de Fuentes del Derecho español). Pese a ello sí que es conveniente sentar alguna
idea sobre la estructura socio-económica de los territorios musulmanes. Porque de este modo
serán comprensibles las indicaciones que debemos dar en el transcurso del tema que
exponemos.
Ante todo resáltese la importancia de los precedentes árabes anteriores al
Islam. La sociedad preislámica en la que se funda el Islam es bastante primitiva en su
evolución: tribalidad, nomadismo, patriarcado. Mahoma, interesado en otras cuestiones, se
presenta como un parco o mínimo legislador, limitándose a aprobar o refutar la costumbre
precedente. Por ello, el Derecho y la sociedad musulmanas son en gran parte deudoras de
aquella estructura preislámica de las tribus arábigas.
Otro aspecto de consideración es la ciudad en el ámbito espacio-temporal en
que nace la doctrina de Mahoma, como núcleo diletante (en lo cultural) y por su
preponderancia en el plano político respecto a su entorno. Pero no sólo en estos ámbitos la
ciudad resalta, sino también en lo económico (comercio, rutas hacia Oriente) y en lo
estrictamente jurídico. Esta preponderancia, más que en una afirmación de poderío militar y
económico, se basa en un saber hacer, en un sincretismo cuya expresión más llamativa es la
Caaba, en un sabio uso de los pactos como la paz sagrada en las ferias de la Meca, por
ejemplo.
La primera dinastía de soberanos que gobierna el Islam (la Omeya) se preocupa
más del poder político-territorial que de organizar la vida musulmana conforme a la voluntad
divina. Es la primera época de exaltación de la jihad o guerra santa, época de mayor
expansión territorial del Imperio islámico. Pero conforme se va desplazando la capital política
(residencia del Khalifah, supremo soberano en la tierra, directo descendiente del Profeta)
hasta llegar a Damasco y con el cambio de dinastía y gobierno de los abasíes, el sistema de
gobierno se va tornando teocrático. Es el momento de la expansión cultural y religiosa del
Islam, su época de esplendor, coincidente con la mayor labor constructora de una sociedad
verdaderamente islámica.
Por último, es necesario considerar la heterogeneidad de territorios-etnias que
componen el Imperio islámico y la rapidez de las conquistas que lo extendieron desde la
Península Arábiga hacia Oriente y Occidente del mundo conocido. El único lazo de unión es
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la continuidad tradicional de la obra del Profeta. El Islam (sumisión a Allah) es, ante todo,
una comunidad de creyentes. El primer lazo de unión de tan variopintos pueblos y razas es la
Fe, y será lo que más se exalte, junto (en segundo término) el idioma árabe. Se buscará, sobre
todo con la dinastía Abasí, lo común: fe y lengua; frente a lo tribal, el muslim como
individuo, la oración personal, el Islam como tribu-comunidad-familia frente a los fuertes
lazos primitivos de los clanes preislámicos. De todos modos esta búsqueda y exaltación de lo
común conocerá de sus altibajos lógicos en todo proceso histórico. Mas dependerá
esencialmente de quien ostente la representación terrenal-política del Profeta.
II. AL-ANDALUS: CONQUISTA Y PERMANENCIA MUSULMANAS.
Comencemos por ver qué es Al-Andalus. Los musulmanes entran en la
Península Ibérica en el 711 (en ayuda de los hijos del visigodo Witiza, venciendo a Don
Rodrigo en la famosa batalla de Guadalete). No obstante, éste fue el inicio de una conquista
del territorio cristiano que en pocos años conformará una amplia zona de territorio musulmán
en la Península, bajo la dirección político-religiosa del Califato de Damasco. Este territorio
será llamado Al-Andalus.
Este hecho tiene sus manifestaciones tanto en el plano territorial como en el
personal. Respecto al primero, lo conquistado a la fuerza por los musulmanes suponía el botín
de guerra o ganima, quedando una quinta parte para el Khalifah, representante de la
comunidad. En la Península Ibérica formarán parte del botín las fincas, por lo que la quinta
parte de las tierras conquistadas corresponde al Khalifah, es el jums. No obstante, también son
consideradas propiedad del Khalifah las tierra sin dueño o mawat (el allmende de los
visigodos).
La conquista musulmana no se realizó con un gran contingente humano, lo que
supuso que en principio fuese minoría la población árabe y bereber respecto a la cristiana. Por
lo que las relaciones entre ambas comunidades (y no se olvide también a la judía asentada en
numerosos burgos) necesariamente cobran para nosotros un notable interés.
La lucha contra el infiel es sagrada, aprobada y requerida por Dios. Pero ocurre
que Mahoma revela a los judíos y cristianos como gentes de lo que el llama el Libro (ahl-alKitab, gentes del Libro), es decir, también sus religiones son reveladas por Dios, aunque
manipuladas respecto al auténtico Koran. Por ello judíos y cristianos son especialmente
respetados por el Islam, aunque ello no exime de que se les tenga que hacer la jihad. Lo que
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ocurre es que se les da la posibilidad de someterse sin conquista, pagando un tributo.
En el Derecho islámico existe una concepción jurídico-religiosa bien precisa
del extranjero: todo aquel que no abraza la religión musulmana es considerado infiel, por
tanto, extranjero, al cual le está vetado entrar y permanecer en territorio islámico. Al-Koran
incita al musulmán para que mantenga una posición beligerante contra los infieles. Por ello,
toda relación con ellos pasa por la jihad, por tratados de paz y por salvoconductos personales.
Para los infieles en sentido estricto, aparte hacerles la guerra, se les permite la entrada en
territorio islámico a título personal (esta es la vía fundamental de pervivencia del comercio a
través de las rutas hacia Oriente). Se trata de la institución llamada Amán, por la que a un
extranjero se le concede el derecho a residir temporalmente en territorio musulmán. La
competencia para la concesión de esta especie de pasaporte corresponde evidentemente a la
autoridad y por lo corriente está limitado al plazo de un año. Se funda ésto en el
reconocimiento de la inviolabilidad de la persona y bienes del así protegido o mustaamin.
El Amán procede de los usos beduinos (resulta muy ilustrativo al respecto el
film de Bertoluchi "El Cielo Protector"), según los cuales el extranjero puede ser acogido por
un miembro de la tribu bajo su protección. Esta puede ser otorgada por cualquiera que
pertenezca al clan tribal y debe ser respetada por los demás. Mahoma lo que hace no es sino
sustituir la protección de la tribu por la de la comunidad. Posteriormente la práctica impondrá
que la conceda el jefe o soberano, acabando por semejar simples salvoconductos o pasaportes.
En el caso de las gentes del Libro, cabe que el Islam les proteja de otro modo
más general, considerándolos no ya personalmente sino como comunidad. Si el cristiano o
judío se obstina en combatir es lícito hacerle esclavo o darle muerte. Pero el reconocimiento
de la superioridad política del Islam y el pago del tributo hacen que obtenga una situación
especial de protección o seguridad que les garantiza la comunidad musulmana, convirtiéndose
en dimmies. Las condiciones particulares solían pactarse en tratados de paz. Cuando la
sumisión era total, con entrega de bienes, se le llama Sulh o pacto de capitulación (es el caso
en el que hay resistencia militar). Cuando la sumisión es voluntaria, a las gentes del Libro se
les permite una cierta autonomía comunitaria y personal, quedando protegidos, a causa del
tratado de paz o Ahd, ellos y su religión, algunas de sus libertades e, incluso, propiedades. La
contraprestación que se les impone en este caso es el pago de un tributo personal en metálico
(jiziah) y otro territorial en especies (kharaj). No obstante, todo ésto era guiado por un
principio legal consistente en que tales reglas no obligaban sino en tanto los dimmies
perseveraban pacíficamente sometidos.
La tierra y su propiedad, así como su uso y disfrute, como consecuencia de esta
actitud jurídico-religiosa, adquieren en Al-Andalus una especial configuración, digna de
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nuestra consideración. Como dijimos anteriormente, lo conquistado por las armas quedaba en
sus cuatro quintas partes en propiedad de los conquistadores musulmanes como botín de
guerra o ganima. El quinto restante (jums) y las tierras no cultivables (mawat) pasaban a la
propiedad del Khalifah (jums, parte de Dios y del Profeta, para la comunidad, para el
Khalifah). Sin embargo, a veces, las tierras conquistadas no entran en el botín (y ésto era lo
legal: que se repartieran entre la comunidad, más no la realidad, pues pronto lo no apropiado
será repartido entre los musulmanes como botín de guerra), permaneciendo sus antiguos
cultivadores a cambio de un canon de un tercio de la cosecha. También quedan para la
comunidad las tierras que en el régimen visigodo se consideraban públicas o fai (del reino, de
la ciudad, de la Iglesia).
Al ser pocos los musulmanes que inician la conquista de la Península se sucede
la creación de amplios latifundios en manos de unos pocos señores musulmanes o de los
antiguos visigodos. No obstante, si la propiedad camina en la senda de la apropiación de los
musulmanes, el cultivo, uso y disfrute de las fincas es algo diferente. Cuestión de lógica: tan
pocos conquistadores no podían cultivar, ni les interesaba detenerse en un principio a ello, tan
extensas propiedades. Por ello, frecuentemente, el jums es cultivado por quinteros, así como
se ceden tierras a los visigodos, para que las trabajen con provecho, a modo de investidura o
iqtá (antecedente del beneficium feudal). Incluso existen figuras jurídicas, para el caso de que
determinadas tierras ricas pertenezcan a visigodos por sumisión pacífica, e interese a los
musulmanes su cultivo en común como asociados o aparceros.
III. INDEPENDENCIA POLITICA DE AL-ANDALUS
Como resaltamos al principio, la comunidad islámica se halla integrada por
pueblos diferentes (por etnia, procedencia, etc.), pero de creencias comunes en Allah, siendo
éste el vínculo esencial. Les une la sumisión que hace del creyente un muslim o sometido a la
voluntad divina.
Por otro lado, en Al-Koran no existe una doctrina política explícita. El poder
terrenal entre la comunidad musulmana se legitima por la mera posesión del mismo. Antes de
caer en la "anarquía" se considera que el que detenta el pode debe ser obedecido. Ello implica
que el poder, al carecer de un fundamento y apoyo comunitarios, debe implantarse y
conservarse por el empleo de la fuerza. Las armas y los medios coactivos en general son el
único medio de hacer efectivo el poder y, por tanto, lo legitiman.
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Tras la muerte del Profeta, pronto es sustituido éste por un Khalifah o cabeza
visible, directo sucesor, encargado de mantener la Ley, hacer la jihad, impartir justicia y
gobernar a la comunidad, al cual todos los creyentes deben obediencia. No obstante, perviven
las manifestaciones tribales de poder, como son los viejos o jeques que gobiernan las tribus
nómadas. Esto nos hace ver como, pese a la existencia de una autoridad superior a la que se
debe obediencia por encarnar a Dios en la tierra, no existe una organización político-territorial
seria.
En la época en que el territorio ibérico se incorpora al Islam, la capital del
Califato era Damasco, bajo la dinastía Omeya. En el 714 un Walí gobierna Al-Andalus como
delegado del Califa, con capital en Sevilla. Pronto, con Al-Hurr (716-719), la capital del
Waliato es trasladada a Córdoba, imponiendo, a su vez, gobernantes en las ciudades más
importantes.
Hemos de esperar hasta el cambio de dinastía en Damasco, por el magnicidio
familiar de los Abasíes sobre los Omeyas, para que Al-Andalus deje de depender
políticamente del Califato. Todo ello porque Abd-Al-Rahman (Omeya) consigue llegar a la
Península, huyendo de la masacre sufrida por sus familiares, siendo reconocido por todos
como Emir. Al-Andalus pasa a ser un Emirato, regido por Abderramán I. Sin embargo, será
con otro Omeya descendiente del anterior cuando definitivamente se rompa con Damasco,
incluso religiosamente, para formarse el Califato Omeya de Occidente (929), con cabeza en
Abderramán III.
El poder del Emir era absoluto, radicando íntegramente en él. Pero para su
efectividad precisaba el Emir de apoyarse en las tribus. Surge el wala, clientela integrada por
esclavos manumitidos e infieles convertidos, bajo el mantenimiento de un musulmán que
queda como patrono (una versión privada del amán). La clientela del Emir era ejercida (siglos
IX y X, en Al-Andalus) sobre los eslavos-esclavos. Estos solían ser gentes leales y, una vez
manumitidos, podían llegar incluso a ser altos funcionarios, desde luego los más fieles.
Pero la unidad político-geográfica de Al-Andalus bajo las formas del Emirato y
del Califato quedará rota en el 1031. En dicha fecha, el Califato se divide en Banderías o
Taifas, al frente de las cuales se sitúa el Hachib (intermediario o interpuesto entre Allah y los
sumisos). La calificación de reyes que se les suele dar no es del todo acertada, ya que para el
musulmán el único Rey es Allah, pero a efectos religiosos la ruptura iniciada con el Califato
occidental, respecto al Oriental (lo que suponía que hubiera en el Islam dos cabezas de la
comunidad), ahora se desborda por simples intereses partidistas.
Esta situación de quebranto de la unidad religiosa y política de Al-Andalus
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durará poco tiempo, pues a fines del mismo siglo XI, con la llegada en el 1086 de los
almorávides, Al-Andalus pasa otra vez a constituirse en un único Waliato (1094). Los
almorávides son musulmanes bereberes del Sahara bajo la dirección del Emir de Marrakehx,
los cuales desembarcan en la Península en ayuda de las Taifas que se hallaban acosadas entre
sí y por los cristianos del Norte.
Nuevamente, en el primer tercio del siglo XII, se producen nuevas rebeliones
conducentes a otra atomización en Taifas. Será cuando un pueblo del Atlas en lucha contra
los almorávides, los almohades, conquiste Al-Andalus en el 1146. Los almorávides fueron un
pueblo que, aunque atento al bien común y a las prescripciones del Koran, sufrió en mucho
las presiones militares tanto de los cristianos por el Norte, como de sus enemigos del Africa.
Al final éstos les vencerán, no sin antes haber incluso contradicho los respetuosos y ortodoxos
almohades las opiniones de los más ilustres alfaquíes o doctores de la Ley, imponiendo
tributos para mantener los ejércitos.
Para entonces, la unidad política servirá de poco ante el paulatino, pero
inexorable, avance de los Reinos cristianos del Norte. En 1212, el nuevo gobieno unitario
sufrirá un duro golpe al ser derrotados sus ejércitos por la alianza cristiana en las Navas de
Tolosa. Transcurridos doce años desde entonces, nuevos Walíes (de Baeza, Valencia, etc.) se
independizan de los almohades, adoptando formas incluso de corte visigodo: la Taifa de
Murcia se convierte en Reino de Murcia. Es la época de mayor decadencia del Islam en AlAndalus, en la que se funda el linaje nazarí en Jaen (1238), para pasar posteriormente a
Granada, que será a la postre el último foco musulmán de resistencia: En 1238 cae Valencia a
manos de Jaime I (en 1236 ya había sucumbido la que fue estandarte de Al-Andalus,
Córdoba), mientras que dos años más tarde (1240) el Reino de Murcia se hacía vasallo del
Rey de Castilla. El Reino de Granada permanecerá, curiosamente floreciente, hasta 1492.
Tal vez, la más significativa de las distintas formaciones políticas de AlAndalus sea la de las Taifas. En la Taifa la fuerza militar es la que posibilita que el territorio
sea considerado de la propiedad del Hachib. El poder, como señalábamos, no se mantiene por
el reconocimiento de la comunidad, sino que se fundamenta en la coacción militar, incluso
ejercida por mercenarios (por ejemplo, el Cid sirvió en su destierro a la Taifa de Zaragoza).
Las Taifas son señoríos independientes en organización y política propias. Pero no siempre es
clara esta independencia respecto a emires y califas y respecto a los reyes cristianos. Los
gobernantes de las Taifas no se atribuyen título califal, sino que son meros jefes de gobierno,
como mucho Hachib. A veces pagan las Taifas tributos anuales o parias que, para los
cristianos, son tributos, mientras que para los musulmanes, por el orgullo del Islam, son
"precios de paz". Estas parias hacen que las Taifas caigan en la servidumbre de los reyes
cristianos, aunque manteniendo cierta política exterior y autonomía administrativa, pese a la
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protección a la que se hallan vinculados.
Los alfaquíes intentaron dar una fórmula legal a la situación, considerando las
diferentes Taifas como principados de ocupación o de hecho (imarat-al-istila), compatibles
con el Califato por ser meras delegaciones de pleno poder hechas por el Khalifah. O, en
tiempos posteriores, que siendo el Califato único una institución ideal demasiado elevada para
ser realizada por los hombres, el principio en que aquél se basa se adapta a las circunstancias,
admitiendo la existencia de hecho de varios Califatos.
IV. LA COMUNIDAD MUSULMANA. LOS MOZARABES.
La estructura social del Islam, en un amplio abanico histórico y contando con
las profundas diferencias que existen entre los diversos pueblos que abrazan la fe islámica,
presenta una serie de características generales. La principal de ellas es la división esencial
entre musulmanes y no musulmanes o infieles. Entre los primeros se puede incluir otra
división, entre libres y esclavos (clientes y patronos).
Con referencia a la esclavitud se ha de notar que es muy diferente a la
institución romana. El esclavo no es una cosa, sino una persona. La manumisión es
contemplada a la luz del Koran como una obra de piedad y medio legal de reparar las
transgresiones. El señor no tiene derecho de vida y muerte sobre el esclavo, existiendo límites
en el castigo y gozando el siervo de algunos derechos. La condición de esclavo se podía
adquirir por nacimiento, por cautiverio (en razzias, por ejemplo) o por piratería.
Entre los libres musulmanes hallamos una estratificación bastante conocida
para los occidentales: "Aristócratas", "clase media" y "masa popular". Los aristócratas lo son
por linaje o por cargos político-religiosos. Es una categoría abierta totalmente. A ella
pertenecen desde khalifahs, emires y walíes, hasta alfaquíes, imanes, qadíes, etc. La que
llamamos "clase media" estaba compuesta por gentes acomodadas, mercaderes y
terratenientes, artistas y artesanos, sabios, etc. Por último, la masa popular, ya sea urbana, ya
sea rural, es el grupo más numeroso y heterogéneo, generalmente sometidos o vinculados a
patrones.
Ya vimos cómo los musulmanes llegados a la Península Ibérica pasan pronto a
convertirse en propietarios territoriales. Sucesivamente van llegando pueblos diversos del
Africa. Muchos se dedicaron a la ganadería y vivían en colonias (principalmente los
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"marroquíes"). Los de origen sirio se establecen en acantonamientos militares. Los árabes y
sus descendientes son conocidos como baladíes (instalados en el país), perteneciendo a muy
diferentes tribus, incluso enemigas (sólo les une el Islam), ocupando magistraturas y
funciones importantes. Generalmente sus tierras las cultivan los nativos a través de
instituciones como las que vimos del estilo de la aparcería.
Los musulmanes llegados a la Península son llamados por los hispanos
genéricamente como moros. En sentido estricto, los moros son los habitantes de la
Mauritania, de una vida más pastoril que agrícola, existiendo entre ellos numerosos dialectos
(incluso llegan a desconocer el árabe). Estos bereberes se establecen en colonias montañosas.
De entre ellos sobresaldrán en un futuro dos pueblos (enemigos, por cierto): los almorávides y
los almohades.
También forman parte de la comunidad musulmana de Al-Andalus los
descendientes de hispano-godos que se convierten al islamismo, bien por convicción, bien por
no pagar tributos y conservar sus posesiones. A éstos se les conoce por el apelativo de
renegados, constituyendo sus descendientes el grupo de los muladíes. Por ejemplo, el Conde
visigodo Casius, señor de la Baja Navarra, sus hijos se convierten al Islam, conservando todo
su poder y siendo llamados los Banu Qasi. Estos renegados y muladíes adoptan pronto la
vida, lengua y nombres, incluso, musulmanes.
Los no musulmanes sólo podían permanecer en territorio islámico, según la
Ley, por esclavitud, por estar sometidos a tributación o por hallarse acogidos a alguna de las
formas de protección de la extranjería.
La dominación o protectorado ejercido por potencias no musulmanas no se
reconoce o se disfraza, ya que es algo antijurídico, opresivo para la comunidad musulmana.
En el Islam, volvemos a insistir, permanecen las diferencias tribales, un tanto apartadas
mientras se unen para conquistar, pero que regresan con mayor brío, si cabe, en los tiempos
pacíficos o de asentamiento. Aparte de ésto, existen muchas concomitancias sociales con la
cultura cristiano-visigótica: clases militares o nobles (a semejanza del feudalismo y de los
señoríos), cierta organización gremial (los cármatas, por ejemplo), ordenes monásticas y
militares, cofradías religiosas, etc.
Los hispano-godos que conservan su religión cristiana conviven mediante
pactos. Esos son los mozárabes. Por su número y su cultura, sin olvidar que están protegidos
como dimmíes por la comunidad musulmana por ser gentes del Libro, conviven
pacíficamente y con tolerancia. Pero pronto cambiará esta actitud: Comienzan a adoptar sus
lenguas, costumbres y modos, incluso llegan a caer en el error o herejía. Este proceso se
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acentuará a partir del siglo IX, en pleno período de exaltación religiosa en pro de la unidad del
Andalus. Ante ello, unos mozárabes ceden y apostatan de su religión, convirtiéndose en
musulmanes renegados; otros rechazan hasta los modos de vida musulmanes, incluso
ensalzando el martirio. Se crean situaciones violenta y persecuciones: Apostasía, martirio y
emigración hacia la Meseta reconquistada se convierten en los modos de la época, entre
mozárabes. Es ya un problema político, interviniendo los mozárabes en las luchas de Taifas,
por ejemplo, uniéndose con los renegados que intentan independizarse de Córdoba.
Los mozárabes o musta'rib (los que viven como musulmanes) están dispersos
por todo Al-Andalus. Se suelen reunir en ciertas ciudades por intereses económicos y para
crear comunidades cristianas. Poseían una administración propia, rigiéndose por el Derecho
visigodo. Se autogobernaban y elegían a sus autoridades, aunque bajo el beneplácito de las
musulmanas. Al frente de la comunidad se hallaba un magistrado, defensor o protector, que
conservaba el título visigodo de Conde (el de Córdoba era considerado como el Conde de AlAndalus o Príncipe de los cristianos sometidos). Las cuestiones litigiosas entre ellos eran
resueltas por el juez o censor. Los pleitos entre mozárabes y musulmanes correspondían al
qadí musulmán. El exceptor se encargaba del cobro de los impuestos entre los mozárabes.
V. BIBLIOGRAFIA:
ESCUDERO, J. A.; Curso de Historia del Derecho; Madrid, 1994.
GARCIA GALLO, A.; Manual de Historia del Derecho español; Madrid, 1984.
GIBERT, R.; Historia General del Derecho Español; Granada, 1968.
LALINDE ABADIA, J.; Iniciación histórica al Derecho español; Barcelona, 1970.
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WAEL, H. de; Le droit musulman. Nature et évolution; París, 1989.
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