textos mónica lara | fotos getty reportaje Af-Pak, la pesadilla de Barack Obama El presidente de Estados Unidos se ha embarcado en una aventura bélica de difícil salida. ¿Su objetivo? Derrotar a Al-Qaeda y a los talibanes que se esconden en la montañosa frontera afgano-paquistaní. 92 | man | julio / agosto 2009 E Dos soldados estadounidenses patrullan un pueblo de la provincia de Kunar, al este de Afganistán. xtraño acrónimo el de Af-Pak, pero lleno de significado. El término designa, ni más ni menos, el lugar al que, en estos momentos, se dirigen los mayores esfuerzos de la política exterior de EEUU. La porosa frontera de 2.600 kilómetros que separa Afganistán y Pakistán es el punto geoestratégico más caliente del planeta. Este pedazo de tierra sirve de refugio a los talibanes –su presencia ha crecido de manera exponencial en suelo paquistaní– y a los dirigentes de Al-Qaeda, que entrenan allí a terroristas para después exportarlos a países occidentales. Semejante contexto ha llevado al presidente Barack Obama a diseñar una nueva estrategia para estabilizar la región. Pero la herencia de Bush dificulta la tarea. Su Gobierno concentró los recursos en Irak y se olvidó de Afganistán. Ocho años después de la invasión de este país a raíz del 11-S, “la situación es cada vez peor. Hay más bajas civiles, más talibanes y un Gobierno en Kabul cada vez más débil”, afirma el analista de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo (FRIDE) Robert Matthews. ¿Por qué entonces Obama ha querido embarcarse en esta aventura bélica? “Una vez que decidió que había que salir de Irak, era muy difícil abandonar las dos guerras porque la derecha le acusaría de derrotista”, apunta Matthews. Presiones internas aparte, lo cierto es que lo que se cuece en este territorio le quita el sueño a Obama desde mucho antes de llegar a la Casa Blanca. Ya en agosto de 2007, en plena campaña electoral, declaró que no dudaría en julio / agosto 2009 | man | 93 reportaje Al final de 2009, más de 60.000 soldados norteamericanos estarán desplegados en Afganistán. El investigador de defensa y seguridad del Real Instituto Elcano, Félix Arteaga, matiza esta visión. Según sus datos, la mayoría de los civiles fallecidos ha sido consecuencia de los ataques de Al-Qaeda. Respecto al uso de la fuerza, “la diferencia es que Bush quería una respuesta militar muy frontal contra toda la insurgencia. Con Obama, se trata de emplear la fuerza de forma más selectiva. Con aviones sin tripulación, inteligencia y actuaciones dirigidas contra los mandos talibanes y de Al-Qaeda. Así se evitarán víctimas civiles”, explica. El nombramiento de Stanley McChrystal, un experto en guerra de guerrillas, como nuevo responsable de las tropas de EEUU y la OTAN en Afganistán, parece responder a ese objetivo. Con todo, Arteaga reconoce que “la dimensión militar no es suficiente si no se resuelven los problemas económicos y de gobernabilidad de Afganistán y Paquistán”. También él subraya lo importante que es tener “el apoyo de la población y ganar la batalla de la comunicación”. “Ahora, los ciudadanos tienen una imagen negativa de EEUU por la propaganda talibán”. Ganar el apoyo de la población local es clave para que Estados Unidos venza a los talibanes “utilizar la fuerza militar para eliminar terroristas que suponen una amenaza directa para América”. Se refería a los líderes de Al-Qaeda escondidos en las zonas tribales de Paquistán. El pasado 27 de marzo, cuando anunció su nueva estrategia, volvió a dejar claro su pragmatismo: “No estamos en Afganistán para controlar ese país o decidir su futuro. Estamos para derrotar a Al-Qaeda. Ese es nuestro objetivo”. ¿Cuál es su plan? Socios poco fiables Más soldados, más diálogo y más ayudas Obama sigue dando importancia a la fuerza militar (ha anunciado el envío de 21.000 soldados adicionales a Afganistán y, para final de año, se prevé que Washington tenga desplegados allí más de 60.000 efectivos); en ese sentido es continuista respecto a la Administración Bush. Sin embargo, su enfoque es novedoso en varios aspectos. Con él, Afganistán y Pakistán forman parte del mismo problema. De ahí el apelativo de Af-Pak y el nombramiento de un solo representante, Richard Holbrooke, para ambos países. Ahora, el Gobierno de Islamabad ha pasado a ser un actor clave para detener a los talibanes. Washington quiere evitar a toda costa que una potencia nuclear de 170 millones de habitantes caiga en manos de radicales y por eso busca la colaboración de las autoridades paquistaníes. No es el único cambio. El plan de Obama también incluye el entrenamiento de las fuerzas de seguridad afganas para que asuman el control cuando las tropas norteamericanas hayan salido, fomentar un diálogo regional (con los gobiernos afgano y paquistaní, pero también con Arabia Saudí, Rusia e Irán), y más ayudas para desarrollar los dos países. ¿Saldrá airoso con este programa? Matthews no confía en la vía militar. “Los talibanes están ganando fuerza. Y si no cesan los bombardeos aéreos, no se reducirán las bajas civiles, y los soldados estadounidenses seguirán perdiendo la confianza de la población”. En su opinión, en una guerra como ésta, es esencial que “el Ejército se gane los corazones de la gente”. Pero el antiamericanismo no cede y Matthews lo justifica con cifras: “El pasado 3 de mayo, 140 civiles afganos murieron por un ataque de EEUU en la provincia oriental de Farah. En 2008, casi el 50% de los más de 2.300 ciudadanos muertos en ese país fue provocado por las fuerzas de la OTAN”. 94 | man | julio / agosto 2009 Obama, el pasado 6 de mayo, junto al afgano Hamid Karzai (izda.) y al paquistaní Ali Zardari. El otro Guantánamo. A unos 50 kilómetros de Kabul, la capital afgana, se halla la base área estadounidense de Bagram. Allí se concentran el triple de presos que en Guantánamo –entre 600 y 700– y, al igual que en la cárcel cubana, estos prisioneros permanecen recluidos sin ninguna garantía judicial. Los sectores pro derechos humanos se preguntan por qué Obama apuesta por el cierre de Guantánamo y no se pronuncia acerca de Bagram, donde también hay denuncias sobre prácticas de tortura contra los reclusos. La apuesta de EEUU por el diálogo se escenificó el pasado 6 de mayo, cuando Obama se reunió en Washington con el presidente paquistaní, Ali Zardari, y su homólogo afgano, Hamid Karzai, para establecer un plan conjunto contra los talibanes y Al-Qaeda. Sin embargo, el Capitolio recela de estos nuevos socios. Es evidente que Islamabad ha mejorado su disposición a colaborar; es su respuesta a las suculentas donaciones que el Gobierno de Obama planea enviarle (1.500 millones de dólares anuales) para que luche contra los insurgentes y desarrolle el país. Pero muchos congresistas norteamericanos temen que estas partidas sirvan, en realidad, para financiar el conflicto entre Paquistán e India en Cachemira. Tampoco son nuevas las infiltraciones de sectores pro talibanes en el servicio de inteligencia paquistaní (ISI), ni las conexiones de parte de su Ejército con estos grupos. “Es un ironía que EEUU trabaje con un aliado, Paquistán, que ayuda al enemigo”, relata Matthews. Otro problema añadido es la falta de legitimidad del Gobierno de Zardari. Su impopularidad está aumentando de forma galopante a raíz de su ofensiva antitalibán en el valle del Swat, que ha causado la muerte a civiles y ha dejado más de dos millones de desplazados. La situación en Afganistán, el otro supuesto aliado de Obama, es incluso peor. “La gente está desilusionada con Karzai, que dirige un Gobierno corrupto, que no controla parte del territorio y es ineficaz en la lucha contra los talibanes”, cuentan fuentes diplomáticas desde Kabul. “La población está dividida entre quienes ven necesaria la presencia militar extranjera y quienes la rechazan”, añaden. EEUU lo tiene difícil. “Ninguna fuerza extranjera ha sido capaz de pasar mucho tiempo aquí”, recuerdan las mismas fuentes. Con este horizonte, las perspectivas de éxito no están claras a corto plazo. Según Arteaga, “los frutos militares se verán enseguida, porque EEUU es en ese sentido muy superior a lo que tiene enfrente. Pero los efectos sobre la reconstrucción civil (médicos, luz, agua...) tardarán más en verse”. Apoyo español. Se prevé que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero apruebe el 12 de junio el envío de 450 soldados adicionales a Afganistán. Estos militares pertenecerían a un batallón temporal para reforzar la seguridad en las elecciones presidenciales afganas del próximo 20 de agosto. En la última cumbre de la OTAN, celebrada el pasado abril, José Luis Rodríguez Zapatero afirmó que este refuerzo permanecería en el país asiático entre tres y cuatro meses. Otros 778 militares integran la misión española encuadrada en la operación ISAF de Naciones Unidas. julio / agosto 2009 | man | 95