Af-Pak, la pesadilla de Barack Obama

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textos mónica lara | fotos getty
reportaje
Af-Pak, la pesadilla
de Barack Obama
El presidente de Estados Unidos se ha embarcado en una aventura bélica de difícil salida. ¿Su objetivo?
Derrotar a Al-Qaeda y a los talibanes que se esconden en la montañosa frontera afgano-paquistaní.
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E
Dos soldados estadounidenses
patrullan un pueblo de la provincia
de Kunar, al este de Afganistán.
xtraño acrónimo el de Af-Pak, pero lleno de significado. El término
designa, ni más ni menos, el lugar al que, en estos momentos, se
dirigen los mayores esfuerzos de la política exterior de EEUU.
La porosa frontera de 2.600 kilómetros que separa Afganistán
y Pakistán es el punto geoestratégico más caliente del planeta.
Este pedazo de tierra sirve de refugio a los talibanes –su presencia ha crecido de manera exponencial en suelo paquistaní– y a
los dirigentes de Al-Qaeda, que entrenan allí a terroristas para
después exportarlos a países occidentales.
Semejante contexto ha llevado al presidente Barack Obama
a diseñar una nueva estrategia para estabilizar la región. Pero la herencia de Bush dificulta
la tarea. Su Gobierno concentró los recursos en Irak y se olvidó de Afganistán. Ocho años
después de la invasión de este país a raíz del 11-S, “la situación es cada vez peor. Hay más bajas
civiles, más talibanes y un Gobierno en Kabul cada vez más débil”, afirma el analista de la
Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo (FRIDE) Robert Matthews.
¿Por qué entonces Obama ha querido embarcarse en esta aventura bélica? “Una vez que
decidió que había que salir de Irak, era muy difícil abandonar las dos guerras porque la derecha le acusaría de derrotista”, apunta Matthews. Presiones internas aparte, lo cierto es que
lo que se cuece en este territorio le quita el sueño a Obama desde mucho antes de llegar a la
Casa Blanca. Ya en agosto de 2007, en plena campaña electoral, declaró que no dudaría en
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Al final de 2009, más de 60.000
soldados norteamericanos estarán
desplegados en Afganistán.
El investigador de defensa y seguridad del Real Instituto Elcano, Félix Arteaga, matiza esta
visión. Según sus datos, la mayoría de los civiles fallecidos ha sido consecuencia de los ataques
de Al-Qaeda. Respecto al uso de la fuerza, “la diferencia es que Bush quería una respuesta
militar muy frontal contra toda la insurgencia. Con Obama, se trata de emplear la fuerza de
forma más selectiva. Con aviones sin tripulación, inteligencia y actuaciones dirigidas contra
los mandos talibanes y de Al-Qaeda. Así se evitarán víctimas civiles”, explica. El nombramiento de Stanley McChrystal, un experto en guerra de guerrillas, como nuevo responsable
de las tropas de EEUU y la OTAN en Afganistán, parece responder a ese objetivo.
Con todo, Arteaga reconoce que “la dimensión militar no es suficiente si no se resuelven los
problemas económicos y de gobernabilidad de Afganistán y Paquistán”. También él subraya
lo importante que es tener “el apoyo de la población y ganar la batalla de la comunicación”.
“Ahora, los ciudadanos tienen una imagen negativa de EEUU por la propaganda talibán”.
Ganar el apoyo de la población
local es clave para que Estados
Unidos venza a los talibanes
“utilizar la fuerza militar para eliminar terroristas que suponen una amenaza directa para
América”. Se refería a los líderes de Al-Qaeda escondidos en las zonas tribales de Paquistán.
El pasado 27 de marzo, cuando anunció su nueva estrategia, volvió a dejar claro su pragmatismo: “No estamos en Afganistán para controlar ese país o decidir su futuro. Estamos para
derrotar a Al-Qaeda. Ese es nuestro objetivo”. ¿Cuál es su plan?
Socios poco fiables
Más soldados, más diálogo y más ayudas
Obama sigue dando importancia a la fuerza militar (ha anunciado el envío de 21.000 soldados adicionales a Afganistán y, para final de año, se prevé que Washington tenga desplegados allí más de 60.000 efectivos); en ese sentido es continuista respecto a la Administración
Bush. Sin embargo, su enfoque es novedoso en varios aspectos. Con él, Afganistán y Pakistán forman parte del mismo problema. De ahí el apelativo de Af-Pak y el nombramiento de
un solo representante, Richard Holbrooke, para ambos países. Ahora, el Gobierno de Islamabad ha pasado a ser un actor clave para detener a los talibanes. Washington quiere evitar
a toda costa que una potencia nuclear de 170 millones de habitantes caiga en manos de radicales y por eso busca la colaboración de las autoridades paquistaníes.
No es el único cambio. El plan de Obama también incluye el entrenamiento de las fuerzas
de seguridad afganas para que asuman el control cuando las tropas norteamericanas hayan
salido, fomentar un diálogo regional (con los gobiernos afgano y paquistaní, pero también
con Arabia Saudí, Rusia e Irán), y más ayudas para desarrollar los dos países.
¿Saldrá airoso con este programa? Matthews no confía en la vía militar. “Los talibanes
están ganando fuerza. Y si no cesan los bombardeos aéreos, no se reducirán las bajas civiles, y los soldados estadounidenses seguirán perdiendo la confianza de la población”. En
su opinión, en una guerra como ésta, es esencial que “el Ejército se gane los corazones de
la gente”. Pero el antiamericanismo no cede y Matthews lo justifica con cifras: “El pasado
3 de mayo, 140 civiles afganos murieron por un ataque de EEUU en la provincia oriental
de Farah. En 2008, casi el 50% de los más de 2.300 ciudadanos muertos en ese país fue
provocado por las fuerzas de la OTAN”.
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Obama, el pasado 6 de mayo,
junto al afgano Hamid Karzai
(izda.) y al paquistaní Ali Zardari.
El otro Guantánamo.
A unos 50 kilómetros de
Kabul, la capital afgana,
se halla la base área
estadounidense de Bagram.
Allí se concentran el triple de
presos que en Guantánamo
–entre 600 y 700– y, al
igual que en la cárcel
cubana, estos prisioneros
permanecen recluidos sin
ninguna garantía judicial.
Los sectores pro derechos
humanos se preguntan
por qué Obama apuesta por
el cierre de Guantánamo
y no se pronuncia
acerca de Bagram, donde
también hay denuncias
sobre prácticas de tortura
contra los reclusos.
La apuesta de EEUU por el diálogo se escenificó el pasado 6 de mayo, cuando Obama se reunió
en Washington con el presidente paquistaní, Ali Zardari, y su homólogo afgano, Hamid Karzai, para establecer un plan conjunto contra los talibanes y Al-Qaeda. Sin embargo, el Capitolio recela de estos nuevos socios. Es evidente que Islamabad ha mejorado su disposición
a colaborar; es su respuesta a las suculentas donaciones que el Gobierno de Obama planea
enviarle (1.500 millones de dólares anuales) para que luche contra los insurgentes y desarrolle el país. Pero muchos congresistas norteamericanos temen que estas partidas sirvan,
en realidad, para financiar el conflicto entre Paquistán e India en Cachemira. Tampoco son
nuevas las infiltraciones de sectores pro talibanes en el servicio de inteligencia paquistaní
(ISI), ni las conexiones de parte de su Ejército con estos grupos. “Es un ironía que EEUU
trabaje con un aliado, Paquistán, que ayuda al enemigo”, relata Matthews.
Otro problema añadido es la falta de legitimidad del Gobierno de Zardari. Su impopularidad está aumentando de forma galopante a raíz de su ofensiva antitalibán en el valle del Swat,
que ha causado la muerte a civiles y ha dejado más de dos millones de desplazados.
La situación en Afganistán, el otro supuesto aliado de Obama, es incluso peor. “La gente
está desilusionada con Karzai, que dirige un Gobierno corrupto, que no controla parte del
territorio y es ineficaz en la lucha contra los talibanes”, cuentan fuentes diplomáticas desde
Kabul. “La población está dividida entre quienes ven necesaria la presencia militar extranjera
y quienes la rechazan”, añaden. EEUU lo tiene difícil. “Ninguna fuerza extranjera ha sido
capaz de pasar mucho tiempo aquí”, recuerdan las mismas fuentes. Con este horizonte, las
perspectivas de éxito no están claras a corto plazo. Según Arteaga, “los frutos militares se
verán enseguida, porque EEUU es en ese sentido muy superior a lo que tiene enfrente. Pero
los efectos sobre la reconstrucción civil (médicos, luz, agua...) tardarán más en verse”.
Apoyo español.
Se prevé que el Gobierno de
José Luis Rodríguez Zapatero
apruebe el 12 de junio el envío
de 450 soldados adicionales
a Afganistán. Estos militares
pertenecerían a un batallón
temporal para reforzar la
seguridad en las elecciones
presidenciales afganas del
próximo 20 de agosto. En la
última cumbre de la OTAN,
celebrada el pasado abril,
José Luis Rodríguez Zapatero
afirmó que este refuerzo
permanecería en el país
asiático entre tres y cuatro
meses. Otros 778 militares
integran la misión española
encuadrada en la operación
ISAF de Naciones Unidas.
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