Algunas estampas de la huella que el terremoto de Lisboa de 1755

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TÍTULO: ALGUNAS ESTAMPAS DE LA HUELLA QUE EL TERREMOTO DE LISBOA DE 1755
PRODUJO EN LA PROVINCIA DE SEVILLA
SEUDÓNIMO: MIGUEL PEREIRA
CATEGORÍA: ENSAYO O TRABAJO DE INVESTIGACIÓN
Estoy contemplando Lisboa desde el mirador de Santa Justa. Esta torre de estilo neogótico,
erigida a comienzos del siglo XIX por Raoul Nesnier du Ponsard, alumno de Gustave Eiffel, es un lugar
ideal para dominar vistas espléndidas del Rossío, la Baixa, el castillo, el río y las cercanas ruinas de la
iglesia del Carmen. Desde esta atalaya, destacan, especialmente, los tejados rojos sobre la
monumentalidad de la ciudad, pero ésta no se compone sólo de edificios, sino que también está su gente,
su mar, sus celebridades y su atmósfera decadente de fado cantado desde lo más profundo del corazón.
Por ello, para mí, Lisboa es todo, un conjunto de circunstancias que el poeta quiso atrapar con su
particular flash:
LISBOA
Tejados rojos sobre el mar de Lisboa
que parecen precipitarse en su oquedad.
Tarde gris sobre el Castillo de San Jorge
entre miríadas de turistas.
Y Pessoa.
Barrio de Alfama de calles empinadas,
donde la nocturnidad invita
a un desafío de navajas y machetes.
Azulejos que se caen por el peso de la longevidad,
desconchones vetustos que ninguna mano
ha sabido con un poco de mezcla tapar.
Y Pessoa.
Mirador de Santa Justa,
que vislumbra el panorama de la ciudad.
Luces mortecinas en Plaça do Comércio,
un paseo por el barrio de Belém.
Y Pessoa.
Un café en el bar A Brasileira,
un pastel en Rúa dos Caminhos.
Y Pessoa.
Para mí siempre Pessoa.
He abandonado el mirador y me he acercado a la iglesia del convento do Carmo. Las ruinas
góticas de esta iglesia carmelita, construida en una colina que domina la Baixa, evocan el terrible
terremoto de 1755. Fundada a finales del siglo XIV por el comendador Nuno Alvares Pereira, la iglesia
fue en su día la mayor de Lisboa. La nave, actualmente sin techos y abierta al cielo, es todo lo que queda
del edificio original, que se derrumbó sobre los fieles que asistían a misa. Hoy sólo se pueden ver los
antiguos pilares rodeados de césped. El entrecoro, único espacio que permaneció intacto, alberga un
museo arqueológico. Lo que queda de este recinto eclesiástico es, quizás, el símbolo más palpable de todo
lo que aconteció aquel uno de noviembre, día de Todos los Santos.
He querido comenzar mi recorrido por los edificios y monumentos que evocan aquel fatídico
desastre por esta iglesia del Carmen, porque para mí representa el emblema más señero de lo que quedó
en pie. Si miramos su techumbre inexistente, derruida tras el seísmo, podemos comprender la magnitud
de lo acaecido. Todo son preguntas e interrogantes que el cielo descubierto que se nos ofrece cuando
alzamos los ojos no nos puede responder.
Ante tamaño desastre nos empequeñecemos. ¿Qué somos, qué pretendemos, qué buscamos si en
unos segundos todo lo que nos rodea se viene abajo? ¿Merece la pena hacer previsiones de futuro cuando
éste es tan incierto? ¿Podemos vivir algo más que el presente más inmediato, más cercano? La gente
aquel día iba a llorar a sus muertos, pero se encontraron con que los llorados eran ellos, que los sepultados
eran ellos, que los fenecidos eran ellos. La luminosidad de aquel día hacía presagiar un día estupendo para
ir al campo o pasear por la ciudad, pero ¿qué ciudad iban a recorrer si en fracciones de segundo todo eran
cascotes, edificios derruidos, casas e iglesias abrasadas, cuerpos calcinados, terrenos anegados? ¿Fue la
ira de Dios la que se cebó sobre Lisboa y alrededores? ¿Fue éste un castigo divino por algo que hicieron
los lisboetas? ¿Qué crimen pudieron cometer los infantes, los niños de pecho, los que aún se hallaban en
el seno materno? Ante la magnitud de tal cataclismo todos nuestros principios se vienen abajo, todo en lo
que creemos se derrumba a la par de los edificios, todas nuestras creencias se empiezan a cuestionar. En
definitiva, ¿para qué vivimos? ¿Para qué soñamos? ¿Qué sentido tiene la vida si la propia vida nos
arrebata la vida? ¿No pudo Dios sujetar las placas tectónicas que empezaron a deslizarse y parar tanta
destrucción, tanto daño? ¿No pudo decirle al dios Poseidón que no mostrara tanta furia con la especie
terrenal? ¿No pudo Vulcano soplar y apagar tanta llama humeante que se cernía sobre la ciudad? ¿Por qué
no evitó lo evitable? ¿Dónde estaba su poder omnímodo? Es una cuestión de teodicea, porque el hombre
en esos momentos sólo era una marioneta en manos de los dioses.
El terremoto, como bien sabemos, destruyó los principales monumentos de la antigua Lisboa,
entre ellos no sólo esta iglesia del convento do Carmo (del Carmen) donde nos encontramos, sino también
la catedral, y hacia ella nos encaminamos a continuación. Como el recorrido entre uno y otro monumento
es un poco largo, vamos a tomar un taxi hasta el recinto catedralicio.
La catedral se conoce entre los lisboetas como la Sé. En 1150, tres años después de la
reconquista de Lisboa, Alfonso Henriques mandó levantar una catedral, eligiendo para ello el
emplazamiento de la antigua mezquita islámica, donde antes hubo, posiblemente, una basílica
paleocristiana y con anterioridad un foro portuario romano. “Sé” son las iniciales de Sedes Episcopales.
La catedral resultó dañada por tres terremotos a lo largo del siglo XIV, y nuevamente por el de 1755. Ha
sido restaurada varias veces a lo largo de su historia, de manera que el edificio que hoy podemos
contemplar es una mezcla de estilos arquitectónicos.
Una vez vistas estas dos emblemáticas edificaciones, nos paramos un momento a reflexionar.
Estamos en Lisboa, donde el terremoto tomó el nombre de la ciudad más afectada, pero las repercusiones
del seísmo se sintieron en toda la Península Ibérica, especialmente en Andalucía. También afectó a toda la
costa del Atlántico, desde Marruecos hasta Inglaterra, e incluso las olas llegaron hasta las islas del Caribe.
En España se notó tan al interior como en Salamanca, Palencia y Valladolid. Y en Andalucía se
sufrió enormemente en todas las costas de Huelva y Cádiz, llegando a notarse en la provincia de Jaén.
Muchos pueblos del litoral onubense fueron inundados, y el daño no fue peor en Cádiz gracias a sus
murallas.
Tan monumental como Lisboa es la ciudad de Sevilla, y también ella sufrió el embate del
terremoto. Hacía allí vuela ahora mi mente porque también su catedral y otros edificios fueron dañados,
haciendo constar las crónicas que hasta las olas remontaron el Guadalquivir y llegaron a la ciudad
hispalense.
En el siglo XVIII, surcada por calles terrizas, pozos negros y suciedad, y permanentemente
amenazada por las inundaciones, tenía una población de unos 80.000 habitantes que vivían marcados por
la carestía de la vida y la merma mercantil, tras haber perdido, en favor de Cádiz, el comercio con las
Américas. Es en este escenario cuando se produce el terrible terremoto, que causó seis muertos y dejó en
ruinas más de trescientas casas y afectadas unas cinco mil según la “Historia de Sevilla” de Francisco
Aguilar Piñar. Quedaron dañados en distintos grados edificios civiles y religiosos, como la Catedral (se
desprendieron los remates y barandas de las azoteas, cayendo unos a la calle y otros hacia las cubiertas,
con lo que el interior se llenó de polvo, cayendo algunas esquirlas de las bóvedas, causando el pánico en
los que asistían a la misa del día de los Difuntos) y la Giralda (caídas de algunos remates y adornos),
cuyas campanas tañeron solas por la intensidad del seísmo; Santa Ana, San Miguel y numerosas iglesias,
perdiendo sus remates muchas torres parroquiales; el Alcázar, la Casa de Contratación, la Cárcel Real, la
Cartuja y la Alhóndiga, entre otros.
Los graves desperfectos que sufrió la Torre del Oro en sus bóvedas y cuerpo superior hizo que
incluso el asistente marqués de Monte Real se planteara su demolición para ensanchar el paseo de
caballos, pero la frontal oposición de los sevillanos, que acudieron al Rey, lo impidió. En el Alcázar,
también padeció destrozos el Patio del Crucero.
En la Catedral se celebraba Misa de Tercia a las diez de la mañana cuando llegó el terremoto.
Según las Actas Capitulares, “la Majestad Divina manifestó su justa irritación con que por nuestras culpas
teníamos indignada su justicia, avisándonos por medio de un espantoso terremoto que duró como unos
diez minutos por medio del que vimos evidentemente querer su Majestad Divina acabar con nosotros en
ese mismo instante, a no mediar su Madre Santísima, como amparo de pecadores, por cuya intercesión
nos liberamos de tan justo estrago”.
Cayeron piedras del templo, pero según parece, en la Seo sólo murió un niño, aplastado por la
estampida humana. El Santísimo y la imagen de nuestra Señora de la sede fueron trasladados al Seminario
de San Isidoro, y no volvieron hasta 1756.
La frustrada misa se trasladó a la plaza de la Lonja, y fue seguida por una procesión. En acción
de gracias, en ese mismo lugar se erigió un templete o triunfo con una imagen de la Virgen, donde todos
los años, el Cabildo debía hacer estación y entonar un Te Deum. La ciudad protagonizó numerosos actos
para agradecer la intercesión de la Virgen, pero es de resaltar que fue la colación de la Magdalena, que el
1 de noviembre de 1755 celebraba la novena a Nuestra Señora del Amparo, la que proclamó un voto de
acción de gracias. En noviembre de ese año celebraría su primera procesión.
Ya que estamos en la catedral, sólo nos resta subir una empinada cuesta, como todas las que
jalonan la ciudad de Lisboa, y acercarnos al Castillo de San Jorge. Es cuestión de unos diez o quince
minutos andando cuesta arriba.
En cuanto al Castelo de Sâo Jorge, hay que hacer constar que tras la reconquista de Lisboa en
1147, el rey Afonso Henriques transformó la ciudadela de lo alto de la colina en residencia de los reyes de
Portugal. En 1511 Manuel I se hizo construir un palacio más lujoso en lo que hoy es la Praça do
Comércio, y el castillo pasó a utilizarse como teatro, prisión y, finalmente, depósito de armas. Tras el
terremoto de 1755, las murallas quedaron en ruinas hasta 1938, cuando Salazar emprendió su
restauración, devolviéndoles su aspecto medieval y añadiendo jardines y aves de caza.
Al igual que ocurre desde el mirador de Santa Justa, las vistas de Lisboa desde el castillo de San
Jorge son impresionantes, pero todo el recinto nos deja pasmados y lo que aconteció en él desde el
terremoto nos trae el recuerdo de lo que sucedió en uno de los pueblos de la campiña sevillana,
Carmona.
De esta ciudad nos vamos a centrar en los daños en algunos edificios emblemáticos. Uno de ellos
fue el Alcázar del rey Don Pedro. Es una fortaleza situada en lo más alto de la ciudad, cuyo nombre
procede de haber sido residencia de Pedro I en el siglo XIII. A pesar de sus sucesivas reformas históricas
se halla en un estado ruinoso desde el terremoto de Lisboa de 1755. Se conserva el arco de entrada, el
patio de armas, tres torres, lienzos de murallas y la terraza-mirador, que es el sitio desde el que se puede
obtener la mejor panorámica de la comarca.
Otro de los edificios dañados fue la iglesia de San Pedro. Es la mayor de todas las parroquias.
Fue construida en el siglo XV sobre el lugar que ocupaba la ermita antigua. Levantada en estilo mudéjar
fue posteriormente remodelada durante el siglo XVIII, sobre todo tras el terremoto de Lisboa, que afectó
a su estructura, adquiriendo así su actual fisonomía barroca. De este templo destaca su torre.
Finalmente, tenemos la parroquia de San Blas. Posiblemente sea el edificio religioso más antiguo
de Carmona. En su origen fue una sinagoga judía, ordenando Pedro I su transformación en templo
cristiano. Con motivo del terremoto de Lisboa se reformó en el siglo XVI en estilo mudéjar.
Es hora de descansar. Hoy hemos tenido un día agotador. Nuestro recorrido por la Lisboa
afectada por el terremoto de 1755 va a continuar mañana, donde visitaremos las huellas del seísmo en
algunas de las más importantes iglesias.
Dicen las crónicas de la época que aquel domingo de noviembre de 1755 amaneció luminoso,
claro y despejado. En toda la Europa católica, los fieles abarrotaban las iglesias para asistir a las misas
que se celebraban por la festividad de Todos los Santos, cuando, a eso de las diez menos diez de la
mañana, comenzó a generarse la catástrofe natural mayor que hasta el momento ha sufrido el viejo
continente, un terremoto nacido en las mismas entrañas del mar que provocó un tsunami de proporciones
dantescas.
Y hablando de iglesias, vamos a iniciar hoy nuestro recorrido por algunas de ellas, empezando
por las de San Miguel y la de Nuestra Señora de los Remedios. Sâo Miguel, pese que se reconstruyó tras
el terremoto de 1755, conserva algunas características originales, como el bello techo en madera de
jacarandá brasileña.
La iglesia de Nossa Señora dos Remédios fue reconstruida tras el terremoto de 1755. Del
edificio primitivo sólo queda su pórtico manuelino.
A los dos minutos del temblor de tierra, intenso, ruidoso, los edificios empezaron a derrumbarse.
El sonido, un estruendo subterráneo que parecía un trueno distante, incluso se sentía por debajo de los
pies, era cortado por expresiones y sonidos de terror de los muchos que veían que la ciudad se
derrumbaba, algunos sepultados vivos bajo las piedras y vigas que se caían. Del colapso de los edificios,
los pequeños, los medianos, los grandes, se desprendía una densa niebla que, sofocante, hecha una nube
molida sobre las calles y casa, aumentaba aún más la ansiedad y el pánico de los que intentaban escapar
con vida a la masacre, bajo las estructuras que caían como si antes no hubiesen sido sólidas. La tierra
tembló entre seis y siete minutos, arrasando gran parte de Lisboa, sobre todo la zona más antigua y la que
estaba junto al mar.
Y como muestra de edificio civil, vamos a dar una vuelta por la Casa de los Picos. La Casa dos
Bicos es un conspicuo palacio, cubierto de piedras en forma de picos (bicos), construido en 1523 para
Brás de Alburquerque, hijo ilegítimo de Alfonso, virrey de la India y conquistador de Goa y Malacca. La
fachada reproduce un estilo muy popular en la Europa del siglo XVI. Las dos plantas superiores, que
resultaron destruidas por el terremoto de 1755, se restauraron en los años 80, pudiéndose reedificar a
partir de las imágenes preservadas en viejos murales de azulejos y grabados. Durante mucho tiempo el
edificio sirvió de almacén para salar pescado. Los pisos inferiores se utilizan como salas de exposiciones
temporales.
Pero sigamos nuestro recorrido por las iglesias dañadas por el terremoto. Ahora nos vamos a
parar en las iglesias de San Antonio y de la Magdalena. Santo António à Sé es una pequeña iglesia que
se alza sobre el lugar en el que supuestamente nació el santo. La cripta, a la que se accede por la sacristía
adornada con azulejos, es todo lo que queda del edificio original.
Por su parte, la iglesia de la Magdalena está situada en el área de transición entre la Baixa y la
parte más antigua de Lisboa, y data de 1164. Fue incendiada y reconstruida varias veces. El terremoto de
1755 le provocó varios daños estructurales pero el incendio que sobrevino fue la mayor causa de sus
pérdidas.
San Antonio y Santa María Magdalena son dos santos que hacen que nuestro espíritu vuele de
nuevo a la provincia de Sevilla. Si San Antonio es el patrón de Lisboa, la Virgen de Consolación es la
patrona de Utrera, y Santa María Magdalena lo es de Arahal, dos pueblos que también sufrieron los
efectos del temblor de tierra.
En Arahal la más dañada fue la iglesia de Santa María Magdalena. La primitiva iglesia fue
destruida por el terremoto. Del templo antiguo se conservan la torre, la parte del sagrario y la portada de
la calle Marchena. Se mandó reconstruir en 1786, terminándose las obras e inaugurándose en 1800. Fue
costeada por D. Pedro Téllez Alcántara, de la casa ducal de Osuna, que tuvo el privilegio de nombrar el
cura para dicha parroquia.
También el seísmo se cebó con la iglesia de la Vera Cruz, arruinando el templo (primitiva
ermita), circunstancia esta que no pudo superar la Hermandad y que le ocasionó su disolución. Hoy día se
erige en su lugar una iglesia de estilo barroco, con una portada muy original, que acoge de nuevo a la
Hermandad de la Vera Cruz, refundada a finales del siglo XX.
También Utrera, como no podía ser menos por su relativa cercanía a Cádiz, donde el terremoto
de Lisboa hizo estragos, sufrió los embates del seísmo. Muestra de ello son estos datos que traemos a
colación sobre este pueblo sevillano.
En primer lugar, el terremoto de Lisboa de 1755 contribuyó a incrementar la devoción a la
Virgen de Consolación de Utrera. Sacudió las conciencias de los pueblos de tal forma que la Virgen se
erigió en un centro de peregrinación. El seísmo produjo daños fundamentalmente en el campo
arquitectónico.
Por una parte, tenemos el caso de la iglesia de Santa María de la Mesa. Tras el terremoto la torre
resulta gravemente dañada y se acomete en ella una reforma considerable a la vez que se la dota de mayor
altura, construyéndose dos nuevos cuerpos de factura barroca.
Por otro lado, en la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, actualmente templo conventual de
las Hermanas de la Cruz, se encuentra una imagen de crucificado que tiene la advocación de Cristo de las
Aguas. Esta imagen de autoría anónima data de la segunda mitad del siglo XVI y procede de la antigua
ermita de San Miguel del Campo, desaparecida tras el terremoto.
Tras el seísmo, una gigantesca ola, un tsunami de unos seis metros de alto saltó por encima de la
tierra e invadió lo que quedaba de la ciudad desmoronada, lanzando una nueva ola de destrucción y
llevándose consigo a muchos de los que habían buscado refugio junto al agua.
Al poco tiempo de que se hiciese el silencio sobre la tierra, se oyeron voces reducidas a lamentos
y murmullos entre los escombros, y plegarias lanzadas a los cielos por los que habían escapado ilesos;
después, los primeros incendios comenzaron a consumir lo que quedaba de las casas, iglesias, conventos
y palacios. Muchos de los que habían sobrevivido a la caída de los escombros, pero que se encontraban
sepultados en ellos, acabaron carbonizados, sin posibilidad de escapar a la masacre.
Muchas religiosas y sacerdotes deambulaban por las calles absolviendo a los moribundos,
cuidando de los desesperados, de sus miedos, dolores y agonías.
Los temblores más pequeños, las réplicas continuaron durante todo el día, instalando de vez en
cuando nuevas mareas de miedo entre una población que temía, sobre todo, que la tierra se abriese bajo
sus pies y se la tragase. Ahora ricos y pobres todos eran uno, procurándose ayuda unos a otros. Cuando la
noche llegó, Lisboa estaba casi desierta, desolada y arruinada.
De entre esas ruinas, y después de tomar un café con leche descafeinado, continuando nuestro
peregrinar por las calles de Lisboa, nos adentramos en dos nuevas iglesias, la de la Concepción Vieja y la
de San Nicolás. La iglesia da Conceiçao Velha hoy día conserva su fachada lateral manuelina, original y
anterior al terremoto. En su interior, la violencia del seísmo provocó serios daños y el fuego posterior
echó abajo lo que había quedado de pie. La entrada actual de la iglesia data de antes de 1755, al igual que
la Capilla del Espíritu Santo.
La iglesia de San Nicolás permanece casi en el mismo sitio donde se encontraba antes de ser
destruida por el temblor de 1755. El templo también será reorientado para quedar de acuerdo con el
trazado de la nueva ciudad. Las obras se iniciaron cinco años después y terminaron a mediados del siglo
siguiente.
Quizá, dentro de la provincia de Sevilla, donde el terremoto afectó con más virulencia fue a la
zona del Aljarafe. Aquí cayeron gran cantidad de torres y campanarios. Son los casos de las parroquias de
Albaida y Castilleja del Campo.
Hoy día la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción en Albaida contiene imágenes,
lienzos y otros objetos litúrgicos de gran valor de los siglos XVII, XVIII y XIX.
Por su parte, en Castilleja del Campo nos encontramos con la iglesia de San Miguel Arcángel,
una bonita construcción barroca del siglo XVIII con unos impresionantes retablos neoclásicos.
Otros dos testimonios de la Lisboa que sobrevivió al terremoto de 1755 son las iglesias de la
Encarnación y de Loreto. En cuanto a la primera, se puede decir que la iglesia de la Encarnación existe
desde 1516 y en el momento del terremoto sólo cayeron algunos elementos de la parte frontal, pero que el
incendio que le siguió fue el responsable de la destrucción del interior.
A dos pasos está la iglesia de Nuestra Señora de Loreto. Nace de la ermita de San Antonio que
fue entregada a los cuidados de la corporación de mercaderes italianos en 1518. Con su interior relleno de
piezas venidas de Italia, se convirtió en una de las iglesias más ricas de Lisboa, pero un incendio en 1651
anticipó la tragedia que acontecería con el terremoto, ardiendo por dos veces. Fue reconstruida entre 1785
y 1860 por los arquitectos Manuel Caetano y José da Costa e Silva. Encima de la puerta de entrada hay
una inscripción en latín que dice: “Lo que el terremoto y la fuerza violenta de las llamas destruyeron, la
piedad italiana, de forma bella, restituyó. Año del Señor 1785”.
También el terremoto de 1755 afectó a Alcalá de Guadaira (ermita de la Virgen del Águila) y la
iglesia de Santa Cruz de Écija.
La Ermita de Nuestra Señora del Águila fue construida a mediados del siglo XIV. Tiene dos
portadas: la principal es de estilo gótico y la lateral es neoclásica. Como torre se aprovechó un torreón del
recinto amurallado. El interior de la iglesia es de estilo mudéjar, aunque tiene una capilla renacentista del
siglo XVI con una reja barroca.
En Écija en 1755 las torres de la ciudad fueron dañadas por los efectos del terremoto de Lisboa.
Sin embargo, el daño mayor se produjo en la iglesia de Santa Cruz. La primera iglesia era de estilo
gótico-mudéjar, con una planta de cruz latina con cinco naves, tres de comunicación y dos de capillas
laterales, además de crucero y cúpula. Presentaba dos portadas, y se completaba con claustro, cementerio
y torre. De esta construcción conserva un arco mudéjar que perteneció a una de las puertas de acceso y
también parte del claustro y la torre, habiendo desaparecido el resto tras el derribo realizado en 1775 para
la construcción de la nueva iglesia, ya que la anterior fue asolada tras el terremoto.
En su concéntrico y destructor efecto, el terremoto acabó con millares de vidas, dejó sin
viviendas a centenares de miles de personas, removió las conciencias, revivió ancestrales terrores
apocalípticos y proféticos y miedos al castigo divino, y conmocionó el siglo de la Ilustración,
revulsionando la sempiterna dicotomía de Dios, un Dios iracundo, frente a la Naturaleza, una naturaleza
despiadada, o uniéndolos a ambos en una respuesta violenta al mal rompiendo la visión optimista del
pensamiento ilustrado.
Fue tanto el impacto que causó que a lo largo del siglo XIX se conmemoraba aquel infausto
suceso y aun, en pleno siglo XXI, en algunas ciudades sigue recordándose la efemérides.
El terremoto tuvo su epicentro en la falla Azores-Gibraltar con varios temblores que se
produjeron a las 9:50, 10 y 12 horas. Su duración fue de 120 segundos con una magnitud de 8´5 a 9
grados en la escala Richter (cálculo aproximado, pues el sistema de medida data de 1935, cuando el
sismólogo Charles Richter desarrolló este sistema).
Nos hemos tomado un par de horas para almorzar un plato típico de Portugal, el bacalao con
nata. Y de postre hemos disfrutado con una buena natilla. Hecho este receso, continuamos ahora
recorriendo la ciudad de Lisboa. Y lo vamos a hacer por algunas de sus avenidas y plazas más señeras,
quizá donde el sello de la restauración del marqués de Pombal se hizo más evidente. No obstante, también
vamos a visitar dos edificios más, la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción y el Teatro Nacional de
San Carlos.
Vamos a comenzar por Restauradores. Es el barrio de mayor ajetreo de la ciudad, sobre todo las
céntricas plazas del Rossío y Figueira. Totalmente reconstruida tras el terremoto, la zona se convirtió en
uno de los mejores ejemplos de planificación urbanística de Europa.
A continuación nos encaminamos a la Avenida da Liberdade. Tras el terremoto el marqués de
Pombal hizo construir el Passeio Público en lo que es actualmente la zona baja de la Avenida da
Liberdade y la Praça dos Restauradores. A pesar de su nombre, al paseo sólo podían acceder los
miembros de la alta sociedad, y sus muros y puertas garantizaban la exclusión de las clases menos
pudientes. En 1821, cuando los liberales tomaron el poder, las barreras se derribaron y la Avenida y el
paseo quedaron abiertos a todos.
Ahora estamos en la Praça da Figueira. Antes del terremoto de 1755 la plaza junto al Rossío
era donde se levantaba el Hospital de Todos-os-Santos. En el nuevo proyecto de Pombal para la Baixa, la
plaza pasó a convertirse en el mercado central de la ciudad.
La iglesia de Nossa Señora da Conceiçao Velha tiene elaboradas puertas de estilo manuelino y
es lo único que sobrevivió de la original Nossa Señora da Misericordia, templo del siglo XVI que quedó
devastado tras el terremoto.
Mi lugar preferido de Lisboa es la Praça do Comércio. Más conocido por los lisboetas como
Terreiro do Paço (plaza de Palacio), este enorme espacio abierto acogió durante 400 años el palacio real.
En 1511, Manuel I transfirió su residencia del Castelo de Sâo Jorge a este punto junto al río. El terremoto
destruyó tanto el palacio como la biblioteca, de 70.000 volúmenes Cuando se reconstruyó la ciudad, la
plaza se convirtió en la pieza emblemática del proyecto pombalino, ocupando el nuevo palacio amplios
edificios porticados que se extendían alrededor de la plaza por tres de sus costados.
Y para finalizar nuestro recorrido, lo hacemos delante del Teatro Nacional de Sâo Carlos.
Levantado sobre el anterior teatro, arrasado por el terremoto, el Teatro de Sâo Carlos fue construido entre
1792 y 1795 por José da Costa e Silva. Sigue el modelo de la Scala de Milán y el San Carlos de Nápoles.
El derrumbamiento de las bóvedas y las paredes de las iglesias causó las primeras muertes en los
fieles que rezaban en la misa de Todos los Santos. Pero igual suerte se desató sobre los que aún
permanecían en casa o caminaban por las callejuelas más estrechas que caracterizaban la Lisboa de
aquella época. Se gritaba por misericordia, se lloraba, se clamaba a los cielos pidiendo auxilio, ayuda. La
gente gritando corría sin sentido, en una huida desordenada e inconsciente. Con la muerte pisándole a
cada uno los talones, bajo el intenso temblor que sacudía la ciudad, el instinto de supervivencia se
apoderaba de cada uno de los lisboetas. Todo el mundo rezaba a Dios por la salvación de sus almas.
Y recordando ese miedo y desesperación de lo que se venía encima, traemos a colación los dos
últimos testimonios de pueblos sevillanos donde el terremoto de Lisboa dejó su huella. Nos referimos a
Cazalla de la Sierra y a La Algaba. En Cazalla de la Sierra tenemos el ejemplo del Palacio de San
Benito. Éste sufrió serios daños por el terremoto y fue reconstruido, añadiéndose entonces la hermosa
torre triangular de su fachada principal.
En La Algaba la afectada fue la iglesia de las Nieves, de tres naves y capillas a los lados. Las
naves debieron tener techumbre de madera mudéjar, pero se perdió casi todo cuando el terremoto, que
aquí repercutió muy fuerte.
Los testimonios de la época muestran bien el impacto de la tragedia. Un comerciante inglés
afincado en la capital portuguesa, John Fowles vio que el suelo empezaba a resquebrajarse e inmensos
bloques de piedra se desprendían de los edificios colindantes.
El suceso repercutió en el mundo intelectual europeo. En pleno Siglo de las Luces, la Filosofía se
hace también eco del terremoto de Lisboa y se plantea la existencia del bien y del mal. Todo está bien /
Todo está mal. Esta fue la controversia que atraviesa el Siglo de las Luces en la que se implicaron casi
todos los autores, tanto en obras publicadas como en la correspondencia entre notables, produciendo
debates suculentos en los salones entre banquetes y veladas musicales.
Por consiguiente, el impacto cultural que tuvo en el mundo de las letras, de las artes, de las ideas
fue enorme y, como en los pueblos primitivos de la antigüedad, fue interpretado de forma singularmente
curiosa por profundos pensadores como Kant, Voltaire y otros.
La reacción más célebre fue la de Voltaire, el gran filósofo ilustrado, que un año después del
terremoto escribió un largo Poema sobre el desastre de Lisboa. Voltaire lo iniciaba invitando a
“contemplar esas ruinas horribles, esos escombros, esos cascotes, esas cenizas desgraciadas, esas mujeres,
esos niños apilados unos sobre otros, bajo las piedras rotas esos miembros dispersos. Cien mil
desafortunados que la tierra devora, los cuales sangrando, despedazados, y palpitando aún, enterrados con
sus techos terminan sin asistencia. En el horror de los tormentos su lamentosa presencia. A los gritos
balbucidos por sus voces que se escabullen, al espectáculo horrendo de sus cenizas humeantes, diréis
vosotros: he aquí de las leyes eternas el cumplimiento, ¿quién de un Dios libre y bueno requiere
discernimiento? Diréis vosotros, en presencia de tal amontonamiento de víctimas: ¿Dios se vengó, la
muerte de ellos es el precio de sus crímenes? ¿Qué crimen, qué falta cometieron estos niños? ¿En el seno
materno aplastados y sangrantes? ¿Lisboa, que no es más que otras ciudades, tuvo ella más vicios que
Londres, que París, sumergidas en los placeres? Lisboa está arruinada, mientras que en París se baila.”
Kant quedó fascinado por las dimensiones del suceso y publicó tres textos sobre el terremoto de
Lisboa, reuniendo toda la información que tenía disponible en los panfletos que se iban publicando. Para
él la libertad humana era una posibilidad condicionada por el enfrentamiento con una naturaleza llena de
enigmas.
Por otra parte, tenemos también el caso de la paradoja de Bayle (ya formulada por Epicuro):
Dios no quiere o no puede evitar el mal. Si no quiere, no es bueno, si no puede entonces no es
Omnipotente.
Y, por otro lado, Pope, en su poema “Ensayo sobre el Hombre”, aborda el análisis del mal desde
el racionalismo, en donde el optimismo quiere convencer de que si el mal es clasificado como físico,
moral y metafísico, lejos queda de la cotidianeidad de los hombres.
El terremoto de Lisboa fue uno de los más mortíferos de la historia; aunque se desconocen las
cifras exactas, se cree que de los cerca de 300.000 habitantes de Lisboa en esa fecha pudo morir hasta un
tercio. Tal mortandad se explica por la fatal combinación del terremoto con el maremoto y los incendios
que siguieron.
Aquí, en este trabajo de investigación, hemos mostrado una pequeña parte de lo que aconteció
aquel fatídico día, y algunas de las huellas que dejó en la provincia de Sevilla, pero sus efectos fueron
mucho más terribles aún. Al llegar al final del mismo, sólo nos queda preguntarnos cómo sería Lisboa
antes del seísmo. Conociendo como conozco la ciudad, podría dar alas a mi imaginación y hacerme un
retrato o un cuadro de la misma, pero mejor que hacer elucubraciones tengo ante mí varios recortes de
periódicos que me ha pasado mi amigo Juan Mayo (a quien le agradezco de todo corazón su ayuda en la
elaboración de este documento) y que muestran bien a las claras cómo era la capital de Portugal antes de
aquel trágico día uno de noviembre, festividad de Todos los Santos, de 1755.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.- VARIAS PÁGINAS DE INTERNET.
- Revista HISTORIA NATIONAL GEOGRAPHIC.
- Guías Visuales. LISBOA. El País Aguilar.
- Serafín Ávila Bergas, Arahal.
- Suplemento del viernes del DIARIO DE NOTICIAS. Número 465, 28 de Octubre de 2005.
Lisboa.
- Periódico ABC.
- Peiódico LA VOZ DE CÁDIZ.
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