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Carlos LLANO: Ensayos sobre José Gaos: metafísica y fenomenología, México: Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Filosóficas 2008, 213pp.
Para Antonio Zirión no hay duda de que José Gaos (1900-1969),
“transterrado español” y heredero de Ortega y Gasset, “contribuyó como ningún otro filósofo mexicano a la difusión de la fenomenología
en México”1 . En efecto, su trabajo como filósofo, pensador, traductor, autor y maestro universitario —con docencia ininterrumpida— renovó y enriqueció en forma notabilísima los estudios de Filosofía, de
Historia de la Filosofía y de Historia de las Ideas principalmente en México, pero también en el resto de Latinoamérica. Su archivo, resguardado actualmente por el Instituto de Investigaciones Filosóficas con sede en la Universidad Nacional Autónoma de México, consta de más de
20 000 páginas entre manuscritos originales —tanto publicados como
inéditos—, recortes, ensayos, cartas y otros papeles de diversa índole a
cuyo rescate y cuidado estuvo el Dr. Fernando Salmerón hasta su muerte,
acaecida en 1997. La labor continúa y en ella se ha inscrito Carlos Llano
a través de la presente serie de ensayos, cuyo objetivo, en sus propias
palabras, “aspira a sumarse a las investigaciones sobre la aportación de
José Gaos a la filosofía como tal” (p. 6), a partir de algunas reflexiones
personales surgidas a raíz de las que considera las principales obras gaosianas: De la Filosofía y Del Hombre. La razón que lo acredita para tal
efecto se encuentra en la atención que prestó a sus seminarios de Metafísica impartidos primero en la UNAM, y posteriormente en el Colegio de
México, a los que solicitó su ingreso como alumno en el año de 1964. Sin
embargo, no sólo fue la parte teórica (su defendida fenomenología), sino
también —y quizá más importante—, la dimensión personal y vital de
Gaos, la que cautivó con mayor fuerza la atención de Carlos Llano, pues,
de su maestro afirma haber aprendido la recíproca incidencia que tiene la
actividad filosófica en la vida personal de quien la piensa, y viceversa: el
1
A. Z IRIÓN: Historia de la fenomenología en México, México: Jitanjáfora Morelia
Editorial 2004, p. 165.
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particular influjo que tiene la vida personal en la propia actitud filosófica,
interrelación biunívoca que Llano ha calificado como “vitalista”.
El primer ensayo del libro se titula Objetos ideales y entes metafísicos, y en él Llano deja ver cuál es a su juicio, el atractivo principal de la obra de su maestro, en torno al cual girarán el resto de sus
disquisiciones: la síntesis que lleva a cabo Gaos entre el personalismo
existencial que parte de la fenomenología, y su afán de acceso al ente
metafísico, que significa a su vez, ir más allá del fenómeno. De acuerdo
con Llano, uno de los más acusados aciertos de Gaos es la diferenciación
que marca entre el objeto ideal y el objeto metafísico, aunque deja en suspenso la existencia real de algunos de los objetos metafísicos que para
el alumno poseen completa realidad: Dios y el alma inmortal. En efecto, aunque para Llano el mero concepto no exige su propia existencia,
hay sustancias vitales fenoménicas —tales como la identidad del yo o el
ser de lo contingente— que reclaman, aunque no demostrativamente, la
existencia de los entes metafísicos a la que los conceptos de los objetos
metafísicos aluden.
Esta discusión y distinción entre los objetos ideales y los objetos —o
mejor dicho, según juzga Llano, entes— metafísicos, conduce a Gaos al
estudio del hombre. Nuevamente es notorio el salto metafísico que da
Llano a partir de lo dicho por su maestro, pues mientras éste afirma “tímidamente” que el hombre es aquél que se mueve de la insatisfacción
finita a la satisfacción infinita, sin aclarar en qué consiste dicha satisfacción, el alumno agrega, según lo permite el propio vitalismo aprendido,
que la respuesta se encuentra, con toda certeza, más allá de lo fenoménico.
Otro tema importante desarrollado breve pero enfáticamente en el
primer ensayo, es el estudio de la influencia definitiva que tiene el propio
impulso vital del hombre para determinar, al menos en parte, el ejercicio
y aún el contenido de toda teoría. La posibilidad de una teoría “pura” se
presenta como imposible, pues, según aprendió Gaos gracias a su herencia orteguiana, las emociones y mociones personales intervienen activamente en su consolidación. Lo anterior queda plenamente exhibido en el
estudio que hace el propio Gaos sobre el libro “Lambda” de la MetafíTópicos 36 (2009)
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sica de Aristóteles, donde a su juicio, aparecen algunas de las principales
antinomias de la razón, que en última instancia sólo pueden ser resueltas por la postura vital que se decida adoptar. Se trata entonces de una
decisión que no se basa en razonamientos ni argumentos demostrativos,
sino en preferencias de carácter más bien personal, relacionadas con el
concepto que se tenga de la propia vida. El tema vuelve a ser retomado
con mayor detalle al final del cuarto ensayo.
En el segundo ensayo titulado El conocimiento del singular, Gaos
relaciona la participación vital del sujeto en el conocimiento de lo que
por momentos llama “concepto individual”. En efecto, el sujeto, en su
dimensión cognoscitiva, es incapaz de hacer una abstracción total de sí
mismo para conocer y señalar entes individuales y concretos. “Para designar lo individual, es necesario significar al sujeto designante.” (p. 50).
Esta vinculación con el autor que mienta el concepto de carácter singular queda sellada a través de lo que Gaos llama “concepto situacional”,
y que generalmente es el pronombre que antecede a la cosa a la que se
hace referencia, para especificarla y diferenciarla de otras iguales. Así por
ejemplo el “ésta” de “esta mesa”, me permite señalar la mesa particular a la cual está haciendo referencia mi pensamiento. En otras palabras,
para Gaos los objetos particulares sí poseen un concepto que es de carácter ostensivo, y que depende de su señalización, la especificación de
su situación relacional y el sujeto que lo mienta, mas no del concepto
universal que lo sostiene. El polo de la individuación se traslada del objeto al sujeto, de modo que la individuación de los objetos se encuentra
pendiente de la individuación del sujeto que los piensa. Por tanto, el “yo”
y el nombre propio se instauran como los conceptos más individuales,
aunque entre ambos exista un hiato de irracionalidad, producto del dualismo existente entre concepto e individuo que conforman dos clases de
existentes, pues en última instancia el concepto individual se encuentra
imposibilitado para aprehender completamente a su objeto. Esta inefabilidad da lugar, a juicio de Gaos, a la razón práctica.
Llano intenta conciliar las disquisiciones anteriores acudiendo a lo
dicho sobre el concepto universal por el mismo Gaos en otros lugares de su obra, hallando algunos símiles con la filosofía tomista, aunque
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expresados en otros términos. Sin embargo, las diferencias vuelven a
emerger, como lo muestra el aspecto en el que Gaos coloca la causa de
la individualidad de los seres: su nivel de interioridad. ¿En dónde queda
entonces el lugar de la materia como principio de individuación, según
dicta la ontología de inspiración aristotélica? Llano resuelve esta contrariedad con su maestro, acudiendo a la confusión que puede presentarse
entre la “individualidad” de algo —que efectivamente puede estar relacionada con su nivel de inmanencia—, y su “principio de individuación”,
donde la materia juega un papel preponderante; dicho de otro modo, es
preciso sustentar la individuación noética dada por la relación situacional
mencionada antes, en la materia como principio de individuación según
descubriera el propio Aristóteles, a quien Carlos Llano sigue a través de
su comentador, Tomás de Aquino. En el fondo, la cuestión está en admitir que el problema del singular debe ser estudiado no sólo desde una
perspectiva noética —qué es lo que puede percibir y conocer el sujeto—,
como lo hace Gaos, sino plenamente ontológica, como pretende hacerlo
Llano.
El tercer ensayo ha sido titulado La filosofía del “no” y en él se despliega uno de los temas más complejos y profundos tratados por Gaos,
a saber, la forma en la cual nos es accesible la negación, dado que ésta
no se nos presenta fenomenológicamente. Sin embargo, pronto llama la
atención que el encabezado haga referencia al examen específico de un
adverbio negativo particular, y no a la acción misma de “negar”, considerando que el propio Gaos englobó los temas concernientes a este
problema bajo el epígrafe de La filosofía de la negación. La razón la da
Llano hacia la mitad del ensayo: en sus estudios Gaos sólo ha reparado
en el papel que tiene el no, en “posición directa”, evitando analizar sus
consecuencias al colocarlo en posición “refleja”, por su miedo a alejarse
de las cosas; en otras palabras, el maestro revela una especial preferencia
por el estudio de los objetos en posición directa —“Dios no tiene movimiento, o este triángulo euclidiano es incoloro—, antes que el estudio
de las proposiciones en posición refleja —considero que Dios no tiene
movimiento, o considero este triángulo sin color, o no considero el color de ese triángulo” (p. 108), pues éstas últimas traslucen morfologías
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mentales que implican un alejamiento del objeto, al cual se accede únicamente de forma refleja. La restricción anterior impide, a juicio de Llano,
que el tema de la negación sea tratado en su totalidad. Regresemos un
tanto para aclarar este asunto.
La línea de investigación propuesta por Gaos sugiere comenzar por
el análisis de las expresiones verbales negativas, “pues el fenómeno de
la palabra mismo es fenoménico”. La conclusión llega rápido. El término “no” es el fundamento de todas las demás negaciones, con lo que
a continuación se dedica a examinar las principales: el ‘no’ relativo, el ‘no
existencial’. . . . en donde la partícula ‘no’ juega distintos papeles. Gaos se
apresura a aclarar que, a su juicio, el ‘no’ carece de objeto propio; sólo
puede denotar reflejamente a otros objetos, pero no puede ser denotado
directamente. La cuestión de la ‘nada’ surge casi de manera natural. ¿Cuál
es el origen de dicho concepto, si al parecer éste carece de contenido?
Después de tomar como interlocutores a otros intelectuales interesados
en el tema —Bergson, Sartre, Heidegger—, Llano coincide con su maestro en afirmar que la “objetualidad” de la nada proviene en todo caso del
sujeto que la piensa, por lo que se constituye únicamente en una operación de carácter mental, aunque no carente de su respectiva dimensión
mocional y emocional.
Las disquisiciones sobre el ‘no’ no se quedan únicamente en un plano
teorético o, peor aún, en su dimensión verbal, pues en el terreno de la
práctica también es posible hallar consecuencias palpables. Al respecto,
Gaos supone que el acto de la negación proviene no del intelecto, sino
de la voluntad. De este modo, y a pesar de que el filósofo transterrado
español no atendió a una distinción fundamental de la filosofía escolástica que diferencia A no es B, del enunciado A es no B (distinción que a
juicio de Llano lo hubiera llevado a conocer, o en todo caso, comprender
mejor, la proclamada vía negativa escolástica —decir qué no es algo—,
para acceder al conocimiento de Dios), la mesa queda puesta para que
el pupilo defienda que incluso en la obra gaosiana —tal como él mismo
la califica—, es posible aseverar que la voluntad puede imponerse al intelecto, obligándole a afirmar, no que una cosa que es tal no lo es, sino
simplemente a no concebirla. . . De esta forma, queda abierta una brecha
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que en principio parecía cerrada en la fenomenología de Gaos, a saber, el
acceso al ‘no’ reflejo, que permite el conocimiento de un objeto diciendo
no lo que es, sino aquello que no es.
En cuanto a la negación existencial, ésta no sólo deviene en la idea
de la nada. También es puerta de entrada a la metafísica. La estrategia surge al preguntarnos si la “desaparición” de una cosa, por ejemplo,
una mesa de un cuarto, es mero desplazamiento, o plena aniquilación; la
duda surte mayor efecto al cuestionarnos sobre nuestra propia muerte.
La segunda opción —aniquilación, o si aparece el objeto ante nuestros
ojos, creación—, puede estar en concordancia con la más estricta fenomenología; empero, suena poco razonable. ¿Qué es lo que subyace al
objeto que se desplaza aunque ya no esté presente, para poder volver a
reaparecer ante mí? Contestar a la pregunta anterior sin caer en la contrariedad fenomenológica expuesta, lleva a Gaos a pensar en el concepto
de existencia metafísica: hay objetos que existen independientes de mi
conocimiento sobre ellos.
Finalmente, hay otro origen probable de la idea del no: la otredad. A
juicio de Llano, la otredad más originaria, fundamentación del no existencial, es la alteridad entre sujeto percipiente y objeto conocido, que
permea tanto el análisis de Gaos sobre el no relativo —referido a la
cópula—, como sobre el no existencial, a pesar de que lo anterior nunca
sale a la luz con toda su fuerza.
El tema del último ensayo del libro gira en torno al Antinomismo en
la filosofía de José Gaos. Para Carlos Llano, el pensamiento de Gaos está
atravesado por “una corriente antinómica que le es irrefrenable” (p. 139).
A diferencia de Kant, referente obligado en cuanto al tema de las antinomias de la razón se refiere, Gaos propone una extensa lista de contradicciones aparentes que pueden inquietar la razón del hombre. Aunque
no queda del todo claro cuál es la antinomia más importante a resolver,
Llano, siguiendo a Luis Villoro, sobresaliente discípulo de Gaos, coincide en afirmar que se trata de la contraposición supuesta entre conceptos
individuales y universales, así como su contraste con los conceptos plurales, cuyo examen lleva a otra antinomia íntimamente relacionada: la
tradicional bifurcación entre idealismo y realismo. Para Gaos, la solución
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a éste y otros problemas listados, se encuentra en elecciones vitales que
califica de “irracionales”. Sin embargo, esto supondría afirmar, de acuerdo con Llano, que la inteligencia no interviene de ningún modo a la hora
de optar por uno u otro extremo de la antinomia, a lo cual se niega tajantemente. A pesar de lo dicho explícitamente, Gaos es más racionalista
de lo que él mismo supone, pues el propio hecho de acudir al amor o
al odio —a los existentes—, como motivo de peso para afirmar o negar la existencia de Dios, constituye ya una razón presentada al intelecto
por la propia voluntad: la voluntad del que quiere amar, o del que quiere
odiar al resto de la creación. El problema anterior lleva a Carlos Llano a
retomar otro de los temas desarrollados en muchas de sus obras, tanto
filosóficas como de tópicos empresariales: el acto de la decisión abordado precisamente desde una perspectiva metafísica, en la que se analiza el
ser mismo de las facultades involucradas en él, a saber, la inteligencia y
la voluntad.
En cuanto a la antinomia surgida de la oposición entre realismo /
idealismo, ésta no es enfrentada directamente por Gaos, debido quizá a
su trasfondo metafísico, pues recordemos que su método en principio
consistía en no ir más allá de los fenómenos. Esta omisión lleva a preguntarse a Llano, una vez más, el motivo por el cual su maestro decidió
mantenerse en el método de la fenomenología, si el ámbito de sus intereses, aquello que más le inquietaba, se encontraba precisamente allende al fenómeno. Su veredicto final no puede ser más atinado: en la obra
de Gaos, encontramos “anhelo e inhibición metafísica” (p. 197) que el
alumno no duda en superar.
El siglo XX estuvo marcado por un recurrente rechazo a la metafísica por parte de muchas corrientes filosóficas, un tanto disímiles entre sí:
positivismo lógico, empirismo, pragmatismo, constructivismo. . . Sin embargo, las preguntas más fundamentales del hombre, ¿Quién soy? ¿Cuál
es el destino último del hombre? ¿Qué es este mundo que me rodea?
implican necesariamente ciertos compromisos metafísicos, la mayoría de
los cuales nunca son explicitados, tal vez por el miedo que tiene el ser
humano a enfrentarse con sus propias contradicciones. Así las cosas, no
resulta extraño que José Gaos calificara la decisión de adentrarse en la
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metafísica como producto de una opción vital, más que meramente racional. Ante disyuntiva tal, hace mucho tiempo que Carlos Llano tomó
su propia decisión. El presente libro es sólo una muestra de la viabilidad
de su determinación, una determinación decididamente metafísica.
Mariana Flores
Universidad Panamericana
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