CONSTITUCIÓN EUROPEA ESTUDIO PRELIMINAR José Martín y Pérez de Nanclares (Catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad de La Rioja y titular de la cátedra Jean Monnet de Derecho Comunitario Europeo) I. ASPECTOS GENERALES El proceso de integración europea se inició en la década de los cincuenta del siglo pasado con la entrada en vigor del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (TECA) primero, y los Tratados de la entonces Comunidad Económica Europea, hoy simplemente Comunidad Europea (TCE) y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (TCEEA) después. En su devenir histórico hasta la actual Unión Europea (UE) se ha ideo creando un ordenamiento jurídico propio diferente del Derecho Internacional del cual procede y diferente también del de los Estados miembros que componen la UE. El ordenamiento jurídico resultante es deudor de los elementos que caracterizan el referido proceso de integración. Dos de esos elementos que dejan su huella indeleble en el Derecho Comunitario son el carácter abierto del proceso y la peculiar naturaleza jurídica del ente político resultante. Uno y otro resultan imprescindibles para comprender tanto las peculiaridades del citado ordenamiento jurídico como los particulares modos de producción normativa a través de las instituciones comunitarias creadas por los Tratados constitutivos. En efecto, una característica distintiva del proceso de integración europeo ha sido —y sigue siendo— su carácter abierto. Tanto hacia fuera, respecto a los Estados que pueden pertenecer a la UE, como hacia adentro, respecto al grado de competencias que los Estados voluntariamente atribuyen a la UE. La principal consecuencia jurídica 1 de este carácter abierto del proceso de integración europea es la existencia de un verdadero laberinto normativo conformado por la superposición de sucesivos tratados internacionales que reforman los tratados constitutivos sin derogarlos, así como de otro amplio elenco de tratados que al regular las condiciones de las sucesivas ampliaciones también reforman los originales tratados constitutivos. Precisamente para combatir esta inabarcable diáspora normativa el Tratado por el que se establece una Constitución Europea, firmado el 29 de octubre de 2004 en Roma y abierto actualmente a la ratificación de todos los Estados miembros, pretende la derogación de todo este elenco de Tratados (art. IV-437) y su sustitución por un único Tratado constitucional que sucederá y dará continuidad jurídica a lo construido hasta ahora por la UE y por las Comunidades Europeas (art. IV-438). Obviamente, a la hora de valorar el resultado final hay, como es lógico en un texto constitucional de esta importancia jurídica y política, opiniones para todos los gustos. Sin detenernos en ellas, sí parece oportuno indicar que, a nuestro juicio, al analizar esta cuestión no debe perderse la perspectiva respecto del contexto y significado real de la Convención y de la propia Conferencia Intergubernamental. En este sentido, a pesar de las palabras grandilocuentes que empleamos con cierta frecuencia (Constitución, poder constituyente, Convención, cambio histórico…), el texto que ha sido finalmente adoptado no representa el colofón del proceso de integración. Tampoco si fracasa su entrada en vigor supondrá un colapso del mismo. Sí se trata, empero, de un importante alto en el camino para consolidar con respiro lo (mucho) logrado en cinco décadas de integración europea e introducir las adaptaciones necesarias para acomodar la estructura de la Unión Europea a un mundo globalizado totalmente diferente al período de postguerra en que surgió, así como para afrontar el reto de “digerir” la más amplia —y probablemente también más difícil— ampliación que ha conocido la Unión. No puede, por tanto, considerarse (muy) criticable el que los cambios no resulten revolucionarios o incluso que en algunas de las reformas falte cierta ambición. El texto conserva la esencia del método Schuman-Monnet, consolidando su lógica constitucional e incluyendo mecanismos para preservar la eficacia de un proceso que es consustancialmente abierto y dinámico. Resuelve de manera satisfactoria la cuestión de la personalidad jurídica y de la Carta de derechos fundamentales. Introduce en el 2 sistema de competencias novedades de entidad suficiente para acallar el clamor que surgió al inicio de la Convención contra la delimitación de competencias existente actualmente, pero sin ceder (demasiado) a las demandas de los más críticos y conservando en todo caso los pilares esenciales del mismo, incluida la polémica cláusula del actual artículo 308 TCE, ahora denominada cláusula de flexibilidad. Da un importante paso adelante en el ámbito del Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia. También resulta interesante la propuesta de un Servicio Europeo de Acción Exterior. Incluso el nuevo esquema de actos jurídicos, aunque su articulación plantee serios interrogantes y, en realidad, resulte imposible trasladar al ámbito de la Unión el esquema al que estamos acostumbrados en los Estados, tiene el mérito de intentar acabar con la actual indeterminación comunitaria entre actos comunitarios y actos ejecutivos e introducir el principio de jerarquía normativa. Pero si en el análisis deben situarse estas modificaciones de los Tratados en su justo contexto para no exagerar su alcance, tampoco puede desdeñarse o minusvalorarse la trascendencia del mismo. No es una reforma más. Tanto por el método, como por el alcance material de la misma e incluso por el delicado contexto internacional en el que se desenvuelve tiene una relevancia añadida que trataremos de ir poniendo de manifiesto en el presente análisis. Para ello, una vez abordado el proceso de elaboración de la Constitución Europea tomando como punto de partida la Declaración sobre el futuro de la Unión Europea adoptada por en el Tratado de Niza, centraremos la atención en los trabajos de la Convención y de la Conferencia Intergubernamental (II) para, a continuación, detenernos en el análisis del reconocimiento expreso de la subjetividad internacional de la Unión, así como en el intento de despejar la incógnita sobre la naturaleza jurídica del ente político y jurídico resultante (III). A partir de ahí, estudiaremos las dos principales cuestiones que sugiere la construcción de la Unión Europea y que han sido objeto de importantes reformas por la Constitución europea. Se trata, de una parte, de la forma en la que se procede al reparto de poder entre la Unión y los Estados miembros que la componen (reparto de poder vertical), también definido como sistema de competencias (IV). Y, de otra parte, se abordará la cuestión relativa al reparto de poder efectuado entre las propias instituciones que conforman la Unión (reparto de poder horizontal), aspecto sobre el que la Constitución europea ha abordado importantes modificaciones que se proyectan no sólo en la cuestión relativa a la composición de algunas de las instituciones o el sistema de toma de decisiones por 3 mayoría cualificada en el seno del Consejo, sino que también alcanzan al conjunto de instrumentos jurídicos a utilizar por las instituciones en el ejercicio de sus poderes legislativos y de ejecución (V). Por otro lado, dedicaremos también cierta atención a la incorporación de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea dentro de la Constitución europea por el valor simbólico que ello implica de cara a dotar de legitimidad constitucional al texto resultante de la Conferencia Intergubernamental, además de por las consecuencias jurídicas que el reconocimiento de valor jurídico de la Carta posee para los ciudadanos de la Unión (VI). Por otro lado, también nos detendremos en el análisis de otras cuestiones que si bien no fueron aspectos que centraron el debate principal en el proceso de elaboración de la Constitución europea, sí que merecen ser analizadas por las potencialidades de desarrollo que albergan. Nos referimos, en primer lugar, al mecanismo de integración diferenciada que fue incorporado por el Tratado de Ámsterdam con el nombre de cooperación reforzada, reformado por el Tratado de Niza y, ahora, nuevamente perfeccionado por la Constitución europea con el fin de hacerlo finalmente operativo (VII). En segundo lugar, señalaremos de manera concisa las aportaciones de la Constitución en el ámbito de la Política Exterior y de Seguridad Común, así como en el ámbito de la Política Común de Defensa (VIII). En tercer lugar, no dejaremos pasar tampoco la ocasión sin abordar el siempre interesante fenómeno regional, máxime en un momento de “transformaciones autonómicas” paralelas dentro de nuestro ordenamiento interno (IX).. II. LA ELABORACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN EUROPEA: DE LA DECLARACIÓN DE NIZA A LA CONFERENCIA INTERGUBERNAMENTAL El Tratado de Niza previó en la Declaración núm. 23 sobre el futuro de la Unión Europea la apertura de un nuevo proceso de reforma de los Tratados constitutivos que se ha desarrollado de una forma sustancialmente distinta al procedimiento habitualmente utilizado en anteriores reformas y que ha logrado asimismo un resultado final bien diferente al alcanzado hasta la fecha. Así, por lo que se refiere a la forma en la que ha sido abordada esta reforma, la Declaración de Laeken de 15 de diciembre de 2001 propuso la creación de un órgano 4 denominado Convención (compuesta por un total de 105 personas representantes del Parlamento Europeo, de los parlamentos nacionales, de la Comisión y de los gobiernos nacionales) encargado de “examinar las cuestiones esenciales que plantea el futuro desarrollo de la Unión e investigar las distintas respuestas posibles” con el fin de preparar los trabajados de la Conferencia Intergubernamental de 2004 que sería la encargada de adoptar, de conformidad con el método diplomático, la decisión definitiva. La Convención, por su parte, creó un Praesidium integrado por trece personalidades presididas por Valery Giscard d’Estaing, así como once grupos de trabajo encargados de abordar el tratamiento de algunas cuestiones cuya reforma resultaba especialmente compleja; es el caso, del principio de subsidiariedad, la Carta de Derechos Fundamentales, la personalidad jurídica de la Unión, los Parlamentos nacionales, las competencias complementarias, la gobernanza económica, la acción exterior, la defensa, la simplificación, el espacio de libertad, seguridad y justicia y el de la Europa social. Pero, si el procedimiento a utilizar en la revisión de los Tratados fue desde el principio anunciado como diferente, también el contenido que aborda la reforma es sustancialmente diferente al de otras reformas. No en vano, la propia Declaración de Laeken afirmó estar abriendo el “camino hacia una Constitución para los ciudadanos europeos”. Efectivamente, al cumplimiento de esta finalidad obedece el carácter marcadamente constitucional de algunos de los temas que conformaron el orden del día de la Convención y que posteriormente fueron objeto de aprobación por la Conferencia Intergubernamental de 2004. En este contexto la Convención inició sus trabajos el 28 de febrero de 2002 y consiguió aprobar por consenso un texto único que su presidente presentó solemnemente en el Consejo Europeo de Tesalónica el 20 de junio de 2003 y cuya versión definitiva entregó en el Consejo Europeo de Roma de 18 de julio de 2003. Con ello se puso en el tejado de la Conferencia Intergubernamental un texto más que razonable adoptado por consenso que era, además, fruto de un complicado juego de equilibrios e intereses. Ciertamente, conforme a lo previsto en el artículo 48 TUE, la Conferencia Intergubernamental tenía plena capacidad para modificar cuantos aspectos hubiera considerado oportunos. Mas reabrir totalmente el debate en cuestiones fundamentales ya tratadas en la Convención hubiera cohonestado mal con la indudable “legitimidad 5 intangible” de la que en cierto sentido estaba revestida la Convención. Los Estados, por otra parte, tampoco renunciaron a lo que consideran precisamente la función propia de una Conferencia Intergubernamental que no es otra que intentar aportar las modificaciones técnicas y políticas oportunas con el propósito de mejorar sustancialmente un texto que, por otra parte, ere perfectible en bastantes cuestiones concretas. Así, la Conferencia Intergubernamental inició sus trabajos el 15 de octubre de 2003 aceptando de partida el resultado de la Convención como un texto de consenso, aunque con dos importantes temas sobre los que existía un importante desencuentro entre los Estados miembros: la composición de la Comisión y el voto en el Consejo. Tal desencuentro se evidenció de forma palmaria en la reunión de Bruselas de diciembre de 2003 de la que se esperaba que saliera el texto final de la Constitución Europea. Una reunión que empezó con mal pie y acabó, como por todos es sabido, con un sonado fracaso; con la oposición de España y Polonia al sistema de voto en el Consejo. Y lo que era peor, con una evidente división interna dentro de la Unión Europea. Sin embargo, esa sensación de fracaso comenzó a disiparse en la primavera de 2004. Tanto el cambio de posición en materia de política europea que manifestó el nuevo gobierno español, salido de las elecciones del 14 de marzo de 2004, como también el gran trabajo que desarrolló la presidencia irlandesa durante el primer semestre de ese año condujo a la reanudación formal de las negociaciones y, finalmente, a un acuerdo final en el Consejo Europeo de 17 y 18 de junio de 2004. De esta manera, el 29 de octubre de 2004 se firmó en Roma el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Con ello quedaba despejado el camino para que, conforme a lo previsto en el propio texto constitucional, el Tratado fuese “ratificado por las Altas partes contratantes, de conformidad con sus respectivas normas constitucionales” (artículo III-447.1). A partir de ahí comenzó el escabroso camino de las ratificaciones estatales. En algunos Estados con referéndum, como ocurrió en España el 20 de febrero de 2005, en otros sin él. La previsión constitucional era, en todo caso, que la Constitución europea entrase en vigor el 1 de noviembre de 2006. Siempre, eso sí, “que se haya depositado todos los instrumentos de ratificación”. En un escenario intermedio, pero igualmente satisfactorio, la entrada en vigor del mismo se diferiría hasta “el primer día del segundo mes siguiente al del depósito del instrumento de ratificación del último 6 Estado signatario que cumpla dicha formalidad” (art. IV-447.2). Y, en el peor de los escenarios posibles nos confrontaría con la búsqueda de una salida airosa a la falta de ratificación por alguno o algunos de los 25 Estados miembros de la Unión Europea. Escenario éste último más que probable. Para este supuesto se incorporó al Tratado la Declaración sobre la ratificación del Tratado por el que se establece una Constitución para Europea. Según ésta, “si, transcurrido un plazo de dos años desde la firma del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, las cuatro quintas partes de los Estados miembros lo han ratificado y uno o varios Estados miembros han encontrado dificultades para proceder a dicha ratificación, el Consejo Europeo examinará la cuestión”. Es decir, indeterminación jurídica absoluta. III. LA UNIÓN EUROPEA COMO ÚNICO SUJETO DE DERECHO INTERNACIONAL: LA CONSOLIDACIÓN DE UNA FEDERACIÓN SUPRANACIONAL La falta de un reconocimiento explícito de personalidad jurídica a la Unión Europea en que incurrió el Tratado de Maastricht al crearla y que mantuvieron posteriormente los Tratados de Ámsterdam y Niza ha sido objeto de atención crítica por parte de la doctrina. No se trata, sin embargo, de una mera cuestión académica. No en vano en las Conferencias Intergubernamentales de 1996 y 2000 afloró la propuesta de dotar a la Unión Europea de tal personalidad propia, si bien al final la oposición frontal de algunos Estados condujo a dejar de lado la cuestión, aun a sabiendas que en la práctica existía cierto reconocimiento implícito de la misma. De hecho, a nuestro juicio, existen en los propios tratados fundacionales y en la propia práctica de la Unión Europea indicios suficientes para poder sostener ya en la actualidad una personalidad jurídica implícita. Con todo, en aras de una mayor transparencia, una adecuada seguridad jurídica y la consolidación definitiva de la unidad y la coherencia en la configuración jurídicopolítica de la Unión resulta especialmente positivo que sea la Constitución europea la encargada de reconocer por fin expresamente esa personalidad jurídica única a la Unión y hacerlo además sin ninguna matización (art. I-7). Como consecuencia de ello, se 7 elimina de paso la compleja estructura en pilares existente desde el Tratado de la Unión Europea. Además, de forma paralela la Constitución Europea ha incluido en una ubicación privilegiada un precepto que recoge los símbolos de la Unión (I-8) que, sin duda, pretende destacar el deseo de reforzar el carácter de comunidad propia que todavía dista mucho de existir. A este respecto, se define la bandera de la Unión como “un círculo de doce estrellas sobre fondo azul”. El himno de la Unión se toma del “himno de la Alegría” de la Novena Sinfonía de Beethoven. Se establece formalmente que el día de Europa se celebra el 9 de mayo y, de manera un tanto retórica, se declara que la divisa de la Unión es “Unidad en la diversidad”. Asimismo, se menciona expresamente que “la moneda de la Unión es el euro”, si bien en realidad actualmente sólo doce de los 25 Estados miembros participan en la Unión Económica y Monetaria. Sin embargo, este reconocimiento de la Unión como único sujeto de derecho internacional no ha despejado las dudas que desde la creación de las Comunidades Europeas han asolado a la doctrina en torno a la naturaleza jurídica del ente político resultante. Y en realidad la Constitución europea sigue sin resolver la cuestión, sino que más bien contribuye a mantener la permanente indefinición de la Unión al mantener elementos propios que caracterizan a estructuras federales, con otros rasgos que evidencian el origen puramente intergubernamental. Con todo, se evidencia más que nunca que el proceso de integración mantiene y profundiza en las características que lo diferencian del resto de organizaciones internacionales para aproximarlo hacia fórmulas organizativas cada vez más cercanas a las estatales o, si se prefiere, a las federales. Como ya hemos señalado en otras ocasiones existen fundadas razones para poder considerar a la Unión como una Federación Supranacional. IV. EL SISTEMA DE COMPETENCIAS DE LA UNIÓN: LA CLARIFICACIÓN DEL REPARTO DE PODER VERTICAL 1. La naturaleza jurídica de las competencias: exclusivas, compartidas, complementarias y de coordinación 8 El reparto de poder vertical entre la Unión y los Estados miembros, así como la cuestión relativa al principio de subsidiariedad fue, probablemente, la verdadera razón de ser de la Declaración sobre el futuro de la Unión Europea aneja al Tratado de Niza y, en definitiva, de la propia Conferencia Intergubernamental de 2004. En este sentido, se puede afirmar sin riesgo a equivocarnos que el tema competencial constituyó, junto a la reforma institucional, el núcleo neurálgico y también el más controvertido de los trabajos de la Convención. El texto finalmente aprobado de la Constitución europea fundamenta el reparto de poder vertical entre la Unión y los Estados miembros en el principio en virtud del cual la Unión sólo puede intervenir si dispone de una atribución expresa para hacerlo, es decir, si los Estados miembros han cedido voluntariamente el ejercido del citado poder de actuación (art. I-11). Con el fin de evitar la ilimitada capacidad expansiva de las competencias comunitarias, la Constitución advierte “que toda competencia no atribuida a la Unión corresponde a los Estados miembros”; también en esta misma idea de incluir límites o frenos a la expansión competencial de la Unión debe interpretarse el mantenimiento del requisito de la unanimidad en relación con la cláusula de flexibilidad a la que nos referiremos más adelante. Al margen de estos aspectos que no hacen sino mantener el eje fundamental sobre el que se sustenta la atribución competencial a la Unión, el verdadero logro de la Constitución Europea es el esfuerzo realizado con el propósito de ofrecer una clarificación del reparto de competencias entre los Estados y la Unión atendiendo, para ello, a la naturaleza jurídica de las citadas competencias como exclusivas, compartidas o complementarias (rebautizadas con el nombre de “acciones de apoyo, de coordinación o complemento”). La Constitución Europea ha añadido además dos nuevas categorías de competencias: una de coordinación de las políticas económicas y de empleo (art. I-15); y otra relativa a la política exterior y de seguridad común (art. I-16) que permite garantizar su carácter intergubernamental a pesar de la desaparición de la estructura en pilares creada por el Tratado de la Unión Europea. Atendiendo a la naturaleza jurídica de las competencias, si la Unión dispone de una competencia exclusiva, ello implica que estará obligada a actuar, que posee plenitud de medios para intervenir y que su intervención excluye toda intervención estatal. La Constitución Europea identifica como competencias exclusivas las competencias en materia de unión aduanera, política comercial común (relaciones exteriores económicas), 9 la conservación de los recursos biológicos marinos, la política monetaria de los Estados cuya moneda es el euro y el establecimiento de normas sobre competencia necesarias para el funcionamiento del mercado interior (art. I-13). Por el contrario, si la competencia es atribuida a la Unión con el carácter compartido tendrán capacidad para legislar la Unión y los Estados miembros. Las competencias compartidas se definen por exclusión. Así lo establece propiamente la Constitución Europea después de enumerar un elenco de competencias compartidas como el mercado interior, la política social, la cohesión económica, social y territorial, algunos aspectos de la agricultura y pesca, el medio ambiente, la protección de los consumidores, los transportes, las redes transeuropeas, la energía y, en definitiva, todas aquéllas que no tengan el carácter de exclusivas o de complementarias. Por último, si la atribución de la competencia se realiza con el carácter de complementaria, la Unión sólo tendrá capacidad para intervenir en calidad de apoyo o complemento a la actividad desplegada por los Estados miembros. En suma, frente a las competencias exclusivas y a las compartidas, en el ámbito de las competencias complementarias la actuación de la Unión no excluye, en modo alguno, la capacidad de intervención de los Estados. La Constitución declara como competencias de esta naturaleza las relativas a la protección y mejora de la salud humana, la industria, la cultura, el turismo, la educación, juventud, deporte y formación profesional, la protección civil y la cooperación administrativa. 2. El control político y jurisdiccional del ejercicio de las competencias compartidas: el principio de subsidiariedad En este marco, una vez determinada la titularidad de una competencia y conocida su naturaleza, surge inevitablemente la cuestión del ejercicio de esas competencias, especialmente en el caso de las competencias no exclusivas de la Unión. En este caso será la Unión la competente para legislar en las citadas materias cuando, en aplicación del principio de subsidiariedad (art. I-11.3), la actuación de la Unión sea más eficaz (test de eficacia) que la de los Estados Miembros; cuando la actuación de la Unión además de más eficaz, sea necesaria por resultar insuficiente la de los Estados (test de suficiencia) y siempre que la decisión tenga alcance supranacional (test de supranacionalidad). A la vista de la importancia que tiene la correcta aplicación del principio de subsidiariedad, 10 la Constitución ha incluido mediante dos protocolos (uno relativo a la participación de los parlamentos nacionales y otro a la subsidiariedad propiamente dicha) una serie de nuevos controles de naturaleza política y jurisdiccional que dan cabida a la participación de los parlamentos nacionales e, incluso, de los entes regionales a través del Comité de las Regiones. Desde la perspectiva del control político la Constitución europea ha establecido tres mecanismos. En primer lugar, se establece con carácter general la obligación de la Comisión de transmitir directamente a los parlamentos nacionales tanto los documentos de consulta (libros blancos, libros verdes, comunicaciones, etc.) como las propuestas de actos legislativos. En segundo lugar, y más específicamente referido a la subsidiariedad, se prevé igualmente la necesidad de que cada propuesta legislativa venga acompañada de una ficha de la subsidiariedad cuya motivación facilitará un posterior control. Y, en tercer lugar, se prevé un mecanismo, conocido como mecanismo de alerta rápida a través del cual los parlamentos nacionales —y en su caso los regionales— tendrán un plazo de seis semanas para dictaminar a través de un informe si la propuesta de acto jurídico presentada por la Unión viola, a su juicio, el principio de subsidiariedad. La Comisión podrá reexaminar su propuesta, mantenerla o retirarla si los dictámenes negativos emitidos por los parlamentos representan, al menos, 1/3 del total de votos atribuidos a los parlamentos. A este respecto téngase presente que cada parlamento nacional dispone de 2 votos. Por otro lado, desde la perspectiva del control jurisdiccional, el protocolo sobre la subsidiariedad anejo a la Constitución crea un nuevo recurso por violación del principio de subsidiariedad. Este recurso podrá ser interpuesto por los Estados miembros, o transmitidos por éstos en nombre de su parlamento nacional o de una cámara del mismo. Igualmente la Constitución Europea reconoce por primera vez al Comité de las Regiones legitimación para interponer el citado recurso contra aquellas actos para los que la Constitución requiera la emisión de su dictamen. Sobre estas cuestiones volveremos más adelante cuando abordemos la cuestión regional (véase IX). 3. La cláusula de imprevisión: un mecanismo que garantiza la necesaria flexibilidad competencial 11 Esta mejora de la transparencia y mayor control no se ha hecho, sin embargo, al precio de sacrificar el dinamismo inherente al proceso de integración europea. No prosperaron, por tanto, las propuestas tendentes a hacer desaparecer la controvertida cláusula de imprevisión (art. 308 TCE) como mecanismo de habilitación genérica para legislar en favor de la Unión. La Constitución europea mantiene esta cláusula si bien le confiere una nueva denominación (cláusula de flexibilidad) que, a nuestro entender, puede llamar a equívoco y confusión con la verdadera cláusula de la flexibilidad que supone la cooperación reforzada. En este sentido, cuando la Unión no tenga atribuida competencia para actuar, podrá hacerlo —previa autorización unánime del Consejo de Ministros y autorización del Parlamento— siempre que la actuación de la Unión sea necesaria para alcanzar uno de los objetivos fijados por la Constitución (art. I-18.1). De la redacción mencionada se desprenden los cambios experimentados en la redacción del artículo I-18 que se puede traducir en dos mejoras relevantes: de una parte la sustitución del arcaico requisito material de perseguir un objetivo relacionado con el mercado común por una más amplia referencia a “alcanzar uno de los objetivos fijados por la Constitución, sin que “esta haya previsto los poderes de actuación necesarios a tal efecto” en la parte III; y, de otra parte, la mayor participación del Parlamento Europeo que del actual dictamen consultivo pasa a emitir un dictamen vinculante. Sin embargo, resulta criticable que se siga manteniendo la unanimidad en el Consejo, la cual podía tener sentido cuando se redactó en 1957 para una Comunidad de seis Estados miembros pero que en una Unión cercana a la treintena de Estados miembros representa un serio obstáculo a su utilización. Es obvio que, dada la trascendencia constitucional de esta cláusula, hubiera sido igualmente inadecuado remitir al procedimiento legislativo ordinario (la actual codecisión) pero entre los extremos de la mayoría cualificada y la unanimidad bien podría haberse buscado algún tipo de mayoría supercualificada que impidiera que un único Estado pudiera tener la posibilidad de bloquear el acuerdo deseado por todos los demás Estados. Sí resulta, por el contrario, comprensible la prevención de prohibir que las medidas basadas en este precepto puedan “conllevar armonización alguna de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados miembros cuando la Constitución excluya dicha armonización” (art. I-18.3). Defender lo contrario conllevaría la utilización de esta cláusula para reformar la propia Constitución más que para actuar en 12 casos no expresamente previstos. Y, es obvio, que la cláusula de imprevisión ni encarna en la actualidad ni lo hará con la Constitución una “competencia sobre la competencia (Kompetenz-Kompetenz V. EL SISTEMA INSTITUCIONAL DE LA UNIÓN: EL REPARTO DE PODER HORIZONTAL BAJO CONDICIONES DE (PERFECTO) EQUILIBRIO 1. Las principales instituciones y órganos Como es sabido, el Tratado de Niza realizó importantes modificaciones en la estructura institucional comunitaria para intentar dotar a la Unión de un sistema institucional capaz de digerir adecuadamente la ampliación de los nuevos Estados que se materializó efectivamente el 1 de mayo de 2004. Sin embargo, el acuerdo final de Niza resultó en su articulación jurídica extremadamente complejo y en lo político lograba un delicado equilibrio que concatenaba la difícil solución dada a la ponderación de voto en el Consejo con el reparto de escaños en el Parlamento y la reforma de la Comisión. Por mencionar el caso de España, ésta ganaba peso en la reponderación de votos en el Consejo (multiplicó por 3’3 su peso al pasar de 8 a 27 votos en la nueva ponderación sobre 237 votos en lugar de los 87 de entonces) a cambio de disminuir su peso en el reparto de escaños en el Parlamento Europeo (pasó de 64 escaños a 50). Sin embargo, pronto se constató que la reforma de Niza no sólo manifestaba graves deficiencias, sino también importantes errores que era necesario abordar por la Conferencia Intergubernamental de 2004. De hecho, desde el mismo momento en que la Declaración de Laeken convocó la Convención quedó claro que los trabajos preparativos de la Constitución europea deberían incluir de una u otra forma la cuestión institucional. En este marco la Constitución Europea ha respetado el entramado institucional propio de la Unión llamado a ejercer el poder ejecutivo, legislativo y judicial mediante el Parlamento Europeo (art. I-20), el Consejo de Ministros (art. I-23), la Comisión Europea (art. I-26) y el Tribunal de Justicia (art. I-29), si bien convierte al Consejo Europeo en una institución despejando así las dudas sobre su naturaleza jurídica (art. I21) . La Constitución europea mantiene, igualmente, una pluralidad de órganos, algunos de carácter consultivo, como el Comité de las Regiones o el Comité Económico y Social (art. I-32) y otros con funciones específicas como es el caso del Tribunal de Cuentas (art. 13 I-31), el Banco Central Europeo (art. I-30) o el Defensor del Pueblo (art. III-335). Pero, lo que resulta absolutamente novedoso es la incorporación de una tríada de nuevos órganos unipersonales con funciones propias. Es el caso del Ministro de Asuntos Exteriores (art. I-28), de una presidencia rotatoria del Consejo formada por grupos de tres Estados y del Presidente del Consejo Europeo (art. I-22). En relación con esta última figura parece que, si bien supondrá el intento de visualizar la Unión Europea hacia el exterior y de superar de forma coherente el sistema de las presidencias semestrales con un sistema que garantice la continuidad de los trabajos, plantea, sin embargo, un evidente problema de convivencia con la presidencia de la Comisión y con la figura del Ministro de Asuntos Exteriores. La Constitución Europea, al igual que ha ocurrido con el resto de Tratados, tampoco ha asignado expresamente la función ejecutiva, legislativa y judicial a cada una de las instituciones mencionadas. De hecho, tales funciones siguen estando distribuidas entre las instituciones de la Unión mediante un ‘sistema en red’ cada vez más complejo. El clásico principio de separación de poderes que rige en el ámbito interno de los Estados ha sido sustituido en la Unión por el principio de ‘equilibrio institucional’ cuya garantía requiere de la adopción de toda una serie de oportunos controles de carácter político y jurisdiccional. Veamos como funciona. Por lo que respecta a las competencias de la Comisión, la Constitución europea no ha afrontado grandes modificaciones, salvo en lo relativo a su composición que mantiene con veinticinco personalidades independientes de los gobiernos nacionales hasta el 2014, si bien a partir de entonces quedará compuesta por un número de comisarios equivalente a 2/3 del número de Estados miembros elegidos de conformidad con un sistema de rotación igual entre Estados. Con esta precisión mencionada, la Comisión sigue siendo la institución que representa los intereses de la Unión y que más se aproxima al concepto de “administración comunitaria”, si bien en ocasiones también podría afirmarse que realiza funciones propias de un gobierno. En cualquier caso, la Comisión es competente para iniciar el procedimiento legislativo que conducirá a la adopción de actos de naturaleza legislativa. Con todo, sin que afecte a su competencia de iniciativa legislativa ejercida en condiciones de cuasi-monopolio, la Constitución Europea reconoce, por primera vez, la posibilidad de que, al menos, un millón de ciudadanos nacionales de los Estados miembros puedan dirigirse a la Comisión 14 invitándole a presentar una iniciativa legislativa (art. I-47.3). Por otra parte, la Comisión es la responsable de la ejecución de la normativa europea siempre que se requieran condiciones de uniformidad, así como del presupuesto comunitario en colaboración con los Estados miembros. La Comisión vigilará también que el comportamiento de los Estados miembros sea conforme con la Constitución, disponiendo a tal efecto de capacidad para interponer el correspondiente recurso de incumplimiento ante el Tribunal de Justicia. Igualmente, la Comisión tiene atribuida la función representación en el exterior, salvo en el ámbito de la política exterior que será competencia del nuevo Ministro de Asuntos Exteriores el cual actuará, además, de vicepresidente de la Comisión. Por su parte, el Parlamento Europeo es la institución depositaria de la legitimidad democrática. Junto con el Consejo, ejerce el poder legislativo o normativo de la Unión y tiene competencia para aprobar el presupuesto. Asimismo, el Parlamento cuenta con importantes instrumentos que le permiten realizar un amplio control político a la Comisión. De hecho, el presidente de la Comisión será elegido por el Parlamento inmediatamente después de celebradas las elecciones y, junto con el resto de comisarios, se someterá a un debate de investidura ante el pleno. Además, el Parlamento es competente para realizar preguntas y plantear debates con los comisarios y, en último extremo, podrá plantear una moción de censura contra la Comisión obligándola a dimitir si se logran las mayorías requeridas al efecto. El Consejo de Ministros, por su parte, representa el elemento territorial de la Unión al estar compuesto por los representantes de cada uno de los gobiernos de los Estados miembros. El Consejo de Ministros actuará en distintas formaciones, habiendo previsto la Constitución Europea que el Consejo de Asuntos Generales sea el que vele por la coherencia de los trabajos de las diferentes formaciones, mientras que el de Asuntos Exteriores estará presidido por el Ministro de Asuntos Exteriores (art. I-24.3). El Consejo es, junto con el Parlamento, la institución competente para la aprobación de normas de carácter legislativo que adoptarán la forma jurídica de leyes europeas o leyes marco mediante un procedimiento ordinario que reproduce el clásico procedimiento de codecisión. Aunque existen todavía materias que requieren para su aprobación la unanimidad del Consejo, la Constitución Europea no sólo ha generalizado el uso de la mayoría cualificada, sino que ha modificado la fórmula para definirla con el fin de 15 reducir el déficit democrático que generaba la sobre-representación de los Estados menos poblados. El nuevo sistema de adopción de decisiones por mayoría cualificada sustituye el voto ponderado por un sistema de doble mayoría de Estados y ciudadanos que se logrará con el 55% de los miembros que componen el Consejo, siempre que ese 55% incluya, al menos, a quince Estados que supongan, como mínimo, el 65% de la población de la Unión. Para bloquear la adopción de decisiones se exige el voto de, al menos, cuatro Estados. Sin embargo, la nueva fórmula no entrará en vigor hasta el 1 de noviembre de 2009 lo que implica que hasta entonces seguirá en vigor el sistema de adopción de decisiones por mayoría cualificada aprobado por el Tratado de Niza. Junto a las instituciones descritas hasta el momento encargadas de elaborar el Derecho Comunitario Europeo, la Constitución europea regula la composición y atribuciones del Tribunal de Justicia como institución competente para garantizar el respeto del Derecho en la interpretación y aplicación de la Constitución. Junto al ejercicio de funciones estrictamente jurisdiccionales que, en los ordenamientos jurídicos nacionales incumben a los Tribunales ordinarios, el citado Tribunal goza de una jurisdicción que podríamos calificar de constitucional. En efecto, el Tribunal de Justicia se pronuncia sobre las cuestiones prejudiciales, resuelve conflictos de competencias entre la Unión y los Estados o las instituciones entre sí a través de los recursos de nulidad u omisión, e incluso existe un recurso (semejante al recurso previo de constitucionalidad de los tratados internacionales) para que el Tribunal dictamine sobre la compatibilidad con los Tratados de las obligaciones internacionales que la Comunidad prevea contraer. Junto a la función que ejerce el Tribunal de Justicia, la Constitución impone a los Estados miembros la obligación de adoptar las vías de recurso necesarias para garantizar la tutela judicial efectiva en los ámbitos propios del Derecho de la Unión (art. I-29.2). Esta disposición convierte a los jueces nacionales en jueces comunitarios encargados de aplicar el Derecho de la Unión siempre que proceda, si bien la labor de interpretación del citado Derecho y, en su caso, de validez compete con carácter exclusivo al Tribunal de Justicia. La Constitución prevé también la existencia de un Tribunal General (hasta el momento denominado Tribunal de Primera Instancia) que conocerá básicamente de los recursos que planteen las personas físicas y jurídicas para controlar la legalidad de la actividad legislativa. La Constitución ha 16 previsto la creación de Tribunales Especializados (que el Tratado de Niza denominó Salas jurisdiccionales) encargados de atender los recursos que se planteen en materias específicas. Es el caso del recientemente creado Tribunal de la Función Pública de la Unión encargado de resolver el contencioso de la función pública europea, así como del Tribunal de la Patente Comunitaria encargado de los recursos en materia de propiedad industrial y comercial. 2. Los nuevos actos normativos Junto a la cuestión relativa al sistema de toma de decisiones por mayoría cualificada, una de las grandes aportaciones de la Constitución europea como norma fundamental de la Unión ha sido afrontar el reto de ofrecer una simplificación y clarificación del repertorio de instrumentos normativos que pueden ser utilizados por las instituciones en el ejercicio de las competencias legislativas y de ejecución que éstas tienen atribuidas. Así, la Constitución europea ha previsto una nueva nomenclatura para los actos jurídicos, además de distinguir, por primera vez, entre actos vinculantes de naturaleza legislativa o ejecutiva (artículos I-33). La Constitución Europea afirma que son actos vinculantes de carácter legislativo y, consecuentemente, a utilizar por el Consejo y el Parlamento europeo en el ejercicio de su poder legislativo tanto la ley europea (equivalente al actual Reglamento comunitario) y la ley marco (conocida hasta el momento como Directiva). La ley europea es un acto legislativo de alcance general, es obligatorio en todos sus elementos y directamente aplicable en los Estados. La ley europea se publica en el Diario Oficial de la Unión y desde su entrada en vigor genera derechos y obligaciones para los ciudadanos de los Estados. Por su parte, la ley marco europea es un acto legislativo dirigido a los Estados miembros. Los Estados deben garantizar el resultado previsto con libertad en la utilización de la forma y los medios. La ley marco europea no genera derechos y obligaciones directamente exigibles por los ciudadanos. Será, en su caso, la norma que adopte el Estado para lograr el objetivo establecido en la ley marco la que genere derechos y obligaciones para los ciudadanos. La Constitución europea también ha previsto un conjunto de instrumentos normativos que no tienen carácter legislativo: es el caso del reglamento europeo y la 17 decisión europea (artículo I-35). Así, el reglamento europeo es un acto no legislativo encargado de desarrollar disposiciones de la Constitución europea o ejecutar leyes europeas. El reglamento europeo puede ser directamente aplicable en los Estados miembros o, en otras ocasiones, requerir su previa intervención. Por su parte, la decisión europea es un acto no legislativo obligatorio en todos sus elementos para sus destinatarios. Sin embargo, conviene tener cuidado a la hora de analizar estos nuevos instrumentos porque también puede tener una doble función. Pueden ser, en primer lugar, reglamentos delegados que dictaría la Comisión por delegación expresa de una ley o una ley marco y cuya función es completar o modificar determinados elementos no esenciales de la ley europea o de la ley marco delegante. Podría, en segundo lugar, ser actos de ejecución en sentido estricto cuando la ejecución corresponda a la Unión y se requieran condiciones uniformes de ejecución de actos obligatorios de la Unión. En este caso, los actos de ejecución de la Unión adoptarán la forma de reglamento europeo de ejecución o de decisión europea de ejecución. Por otro lado, fruto de la desaparición de la estructura en pilares la Constitución prevé, no obstante, disposiciones particulares para regularla forma específica que adoptarán las decisiones en materia de Política Exterior y de Seguridad Común (art. I-40.3), Política Común de Defensa (art. I-41.4) y Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia (art. I-42). VI. LA COOPERACIÓN REFORZADA: LA CONSOLIDACIÓN DEL MÉTODO DE INTEGRACIÓN DIFERENCIADA El Tratado de Ámsterdam incorporó por primera vez una regulación expresa de las diferentes formas de cooperación reforzada en el marco de la UE y de la CE. El Tratado de Niza modificó sensiblemente el régimen jurídico con el propósito de hacer de factible el recurso a este mecanismo de integración diferenciada en el sentido de reducir a ocho el número de Estados necesarios para poder iniciar una cooperación reforzada y de eliminar el derecho de veto en el procedimiento de autorización de la misma obligando de esta forma al Consejo a pronunciarse por mayoría cualificada. Además, el Tratado de Niza previó la posibilidad de iniciar cooperaciones reforzadas en el ámbito de la PESC, excluyendo las cuestiones relativas a la política militar y a la defensa. Aun cuando los Estados todavía no han hecho uso del mecanismo de la cooperación reforzada, la Constitución Europea ha aprovechado la ocasión para 18 introducir una nueva sistemática del citado mecanismo a partir de ahora regulado en la primera (arts. I-44 y III-416-423). Así, la cooperación reforzada tendrá como finalidad impulsar los objetivos de la Unión, proteger sus intereses y reforzar su proceso de integración (artículo I-44.1) sin implicar la atribución de nuevas competencias a la Unión, sino el ejercicio de aquellas que no tienen carácter exclusivo. Por tratarse de un mecanismo de integración diferenciada, la cooperación reforzada se constituye con un número de Estados miembros inferior (al menos, un tercio de Estados) al número de Estados que componen la Unión. Ello determinará que la adopción de decisiones comporte la oportuna adecuación de la composición del Consejo de la Unión, así como una adaptación en el proceso de formación de la mayoría cualificada o, en su caso, de la unanimidad. La Constitución precisa, igualmente, que los actos adoptados mediante cooperación reforzada sólo vincularán a los Estados participantes en la misma y no formarán parte del acervo que deban aceptar los Estados candidatos a la adhesión. Finalmente, el artículo I-44.2 de la Constitución Europea subraya el carácter subsidiario de este nuevo método de integración al condicionar su utilización a que “el Consejo haya llegado a la conclusión de que los objetivos perseguidos por dicha cooperación no pueden ser alcanzados por la Unión en su conjunto”. Aclarada la naturaleza jurídica de la cooperación reforzada, la Constitución incorpora en su parte tercera el conjunto de normas que determinarán el propio funcionamiento de la cooperación reforzada (arts. III-416-423). A este respecto, se regula además del procedimiento de autorización de cooperaciones reforzadas y el que permite la adhesión de nuevos Estados a cooperaciones reforzadas ya autorizadas (arts. III-419 y 420), un conjunto de principios como el de no injerencia (art. III-417), el de apertura (art. III-418), así como el principio de coherencia (art. III-423). A diferencia de lo establecido en el Tratado de Ámsterdam y en el de Niza, la Constitución no incluye una mención expresa al necesario respeto de las cooperaciones reforzada al acervo comunitario. En esta ocasión se ha optado por sustituir la referencia al acervo comunitario por una mención genérica de “respeto a la Constitución y al Derecho de la Unión”, que se completa con otra más precisa al advertirse que las cooperaciones 19 reforzadas “no perjudicarán al mercado interior ni a la cohesión económica, social y territorial. No constituirán un obstáculo ni una discriminación para los intercambios entre Estados miembros, ni provocarán distorsiones de competencia entre ellos” (art. III416). Finalmente, la Constitución también regula el sistema de financiación de las cooperaciones reforzadas en idénticos términos que la regulación vigente, de tal forma que los gastos de la cooperación reforzada serán asumidos por los Estados salvo que decida proceder a su comunitarización el Consejo por unanimidad y previa consulta al Parlamento (artículo III-421). En relación con los aspectos procedimentales, es preciso subrayar el importante esfuerzo de unificación que ha realizado la Constitución Europea. Así, a diferencia de la regulación establecida primero por el Tratado de Ámsterdam y después por el de Niza, la Constitución ha previsto un procedimiento general de autorización y adhesión a cooperaciones reforzadas (arts. III-419.1 y 420.1), así como un procedimiento específico de autorización y de adhesión para aquellas cooperaciones reforzadas que se insten en el ámbito de la PESC (arts. III-419.2 y 420.2). Así, las cooperaciones reforzadas que sigan el procedimiento general serán autorizadas por el Consejo, a propuesta de la Comisión (a la que se dirigirán los Estados interesados), mediante una decisión europea del Consejo de Ministros. La Constitución Europea mejora la posición mantenida a este respecto por el Parlamento Europeo al exigir que la decisión cuente con su aprobación. Asimismo, al excluir la unanimidad como mecanismo de decisión en el Consejo se elimina definitivamente el veto que previó en su momento el Tratado de Ámsterdam o la desafortunada regulación del Tratado de Niza que previó la posibilidad de que cualquier Estado pudiera provocar una paralización temporal de la toma de decisión mediante la remisión del asunto para su discusión al Consejo Europeo sin necesidad de alegar causa alguna. Por su parte, será la Comisión Europea la institución competente para “confirmar la participación” de un Estado miembro en una cooperación reforzada y la que determinará, en su caso, “las medidas transitorias necesarias para la aplicación de los actos ya adoptados en el marco de la cooperación reforzada”. La Constitución Europea admite, como novedad, que sea el Consejo en su formación de Jefes de Estado y Gobierno el competente para pronunciarse sobre la conformidad de la participación de un Estado en una cooperación reforzada. Para que ello ocurra es preciso que la Comisión no acepte la decisión por 20 entender que el Estado en cuestión “no satisface las posibles condiciones de participación” y conceda al citado Estado un plazo de tiempo, transcurrido el cual, la Comisión estime nuevamente que el citado Estado sigue sin cumplir las condiciones de participación. Desafortunadamente, la Constitución Europea no ha corregido la escasa participación del Parlamento Europeo en el proceso de adhesión de nuevos Estados ya que se limita, como en la regulación actualmente vigente, a recibir periódicamente la información que sobre la evolución de las cooperaciones reforzadas están obligados a proporcionar la Comisión y, en su caso, el Ministro de Asuntos Exteriores (artículo III418). Por lo que respecta al procedimiento especial establecido por la Constitución Europea para las cooperaciones reforzadas que se insten en el ámbito de la PESC, será el Consejo de Ministros el encargado de autorizar las cooperaciones reforzadas por unanimidad. Reaparece nuevamente el derecho de veto con más fuerza que en la regulación del Tratado de Niza dado que su ejercicio no queda sometido a la previa alegación de ningún tipo de ‘motivo importante y explícito de política nacional’ como el previsto en el vigente artículo 27 C del TUE mediante remisión al artículo 23 del TUE. Antes de que el Consejo elabore la decisión europea de autorización, el Ministro de Asuntos Exteriores y la Comisión se pronunciarán respectivamente sobre la coherencia de la cooperación reforzada propuesta con la política exterior y de seguridad común, así como con las demás políticas de la Unión (artículo III-419). La participación de un Estado miembro en un proyecto de cooperación reforzada en el ámbito de la PESC será confirmada por el Consejo, previa consulta al Ministro de Asuntos Exteriores. El Consejo está autorizado para adoptar las medidas transitorias que estime necesarias para la aplicación de los actos ya adoptados en el marco de la cooperación reforzada. En el supuesto de que el Consejo considerara que no se cumplen las condiciones de participación “indicará las disposiciones necesarias para ello y establecerá un plazo para reconsiderar la solicitud de participación (artículo III-420.2). Finalmente, una de las novedades más relevantes que la Constitución Europea incorpora al régimen de las cooperaciones reforzadas es la previsión de “una pasarela” que permitirá modificar en el ámbito de la cooperación reforzada tanto el sistema de votación (de unanimidad a mayoría cualificada), como el procedimiento legislativo (de 21 procedimiento especial a ordinario). La decisión será adoptada en ambos casos por unanimidad del Consejo (art. III-422.1 y 2). Cuando en el ámbito de una cooperación reforzada el Consejo deba aprobar leyes o leyes marco conforme al procedimiento ordinario la utilización de la pasarela exigirá la previa consulta al Parlamento Europeo (art. III-422.2 in fine). El uso de la pasarela queda excluido de aquellas disposiciones que tengan repercusiones militares o en el ámbito de la defensa (art. III-422.3). VII. LA CARTA DE DERECHOS FUNDAMENTALES Y LA ADHESIÓN AL CONVENIO DE DERECHOS HUMANOS: UNA VIEJA ASPIRACIÓN HECHA REALIDAD En otro orden de cosas, la Constitución europea cierra también un importante capítulo en materia de derechos fundamentales. Incorpora la Carta de derechos fundamentes a la Constitución (arts. II 61 a 114) y la reviste de carácter jurídicamente vinculante. Aunque no nos detendremos en ello, sí que es oportuno indicar que la Constitución europea no ha sabido dar una respuesta satisfactoria en relación con el establecimiento de una vía procesal específica y distinta del recurso de anulación, que pueda ser utilizada por los ciudadanos ante el Tribunal de Justicia en materia de protección de los derechos fundamentales enunciados en la Carta. La única (pero insuficiente) mejora que ha sabido incorporar la Constitución europea a este respecto ha sido la de flexibilizar las condiciones de acceso de los particulares al Tribunal de Justicia al no requerirles, como hasta ahora, la justificación de una afectación directa e individual, sino que también admite la legitimación activa contra “los actos reglamentarios que le afecten directamente y que no incluyan medidas de ejecución” (art. III-365.4). Por lo que se refiere a la protección de los derechos fundamentales, junto a la cuestión relativa a la propia Carta de Derechos Fundamentales, también ha existido tradicionalmente una preocupación por la cuestión relativa a la adhesión de la Unión al Convenio Europeo de Derechos Humanos y, en consecuencia, al sistema de protección del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Tanto es así que ni el pronunciamiento del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas negando mediante Dictamen 2/1994 22 a las entonces Comunidades Europeas competencia para adherirse al citado Convenio Europeo, ni la elaboración de un catálogo de derechos fundamentales propio como el que se proclamó en el Consejo Europeo de Niza puso fin a tales pretensiones. También a este respecto, la Constitución Europea ha sabido ofrecer una respuesta previendo el procedimiento en virtud del cual la Unión podrá hacer efectiva su adhesión al Convenio Europeo de Derechos Humanos (art. I-9.2). La posible adhesión puede resultar un acto verdaderamente decisivo para solventar la difícil controversia sobre el estándar de protección o los límites de los derechos fundamentales, así como para evitar interpretaciones divergentes sobre un mismo derecho desde el Tribunal de Luxemburgo o de Estrasburgo. Por todo ello, si en un futuro más o menos cercano se materializa jurídicamente la adhesión, la Unión Europeo quedaría vinculada por el sistema de protección de los derechos humanos establecido en el Convenio de Roma. Ello implicaría que las sentencias pronunciadas por el Tribunal de Justicia en materia de derechos humanos podrían ser recurridas ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en los mismos términos que pueden ser recurridas ante el citado Tribunal Europeo de Derechos Humanos las sentencias pronunciadas por los Tribunales competentes para resolver recursos por violación de derechos fundamentales en cada uno de los ordenamientos jurídicos internos. VIII. LA POLÍTICA EXTERIOR Y DE SEGURIDAD COMÚN DE LA UNIÓN Y LA POLÍTICA COMÚN DE DEFENSA Como ya hemos señalado, la desaparición de la estructura en pilares que adoptó el Tratado de la Unión y la dificultad para incluir esta política en cualquiera de las categorías de competencias previstas (exclusivas, compartidas, complementarias) , ha provocado la creación de una nueva categoría competencial propia (art. I-16) con el propósito de respetar la esencia intergubernamental que se desprende de la citada política. Varios son los aspectos que pueden destacarse como novedosos en relación con la PESC. En primer lugar, la creación de la figura del Ministro de Asuntos Exteriores, responsable de la ejecución de esta política y para cuya labor contará con el apoyo de un, también novedoso, Servicio Europeo de Acción en el Exterior (art. III-296). En segundo 23 lugar, existen otros aspectos que pueden suponer un paso más en la dirección de apuntalar ese adjetivo “común” que no siempre ha estado presente en el desarrollo práctico de la Política Exterior y de Seguridad de la Unión. Para ello se fija como objetivo la identificación de los asuntos que presenten un interés general para la Unión y la convergencia cada vez mayor de las actuaciones de los Estados (art. I-40). Con este propósito, la Unión solicita de los Estado un apoyo activo y sin reservar a la PESC con espíritu de lealtad y solidaridad mutua, respetando la actuación y, lo que a nuestro juicio resulta especialmente importante, absteniéndose de toda acción que sea contraria a los intereses de la Unión o que pueda mermar su eficacia como fuerza de cohesión en las relaciones exteriores (arts. I-16 y III-294). De otra parte, la Constitución europea exige de los Estados de la Unión que sean miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas la defensa de las posiciones e intereses de la Unión. Asimismo, en el supuesto de que la Unión hubiera definido una posición sobre un tema incluido en el orden del día del Consejo de Seguridad, los Estados miembros de la Unión que sean miembros del Consejo de Seguridad solicitarán la invitación del Ministro de Asuntos Exteriores de la Unión con el propósito de que pueda presentar la posición de la Unión (III-305.2). Finalmente, en relación con la Política Común de Defensa la Constitución europea incorpora tres novedades principales. Se trata, en primer lugar, del reconocimiento de una cláusula de solidaridad muta que permita a los Estados miembros actuar conjuntamente en el supuesto de que un Estado miembro haya sido objeto de un ataque terrorista o víctima de una catástrofe natural o de origen humano (art. I-43); en segundo lugar, la creación de una Agencia de Defensa en el ámbito del desarrollo de las capacidades de defensa, investigación, la adquisición y el armamento que haga posible el cumplimiento del compromiso de los Estados de mejorar progresivamente sus capacidades militares (arts. I-41.3 y III-311); y, en tercer lugar, la creación de una cooperación permanente en materia militar, denominada “cooperación estructurada” (art. I-41.6) y que va a permitir avances específicos a los Estados miembros de la Unión que cumplan criterios más elevados de capacidades militares y que hayan suscrito compromisos más vinculantes. 24 IX. EL NECESARIO REFUERZO DE LA POSICIÓN DE LAS REGIONES: UNA CUESTIÓN QUE REQUIERE MODIFICACIONES DE DERECHO INTERNO Una vez vistas algunos de los principales aspectos de la Constitución europea parece conveniente hacer unas breves reflexiones finales a propósito de la cuestión regional. De hecho, es bien sabido que la adhesión de los Estados a la Unión Europea implica para los Estados compuestos la atribución de competencias que, en virtud del reparto competencial interno que determinen sus respectivas Constituciones, pertenecen a los entes subestatales, incluso con carácter exclusivo. Pese a ello, los Tratados constitutivos no contenían originariamente ninguna referencia al fenómeno regional lo que provocó que algún autor alemán denunciara con cierto ingenio la “ceguera federal” de los Tratados. Sin embargo, las sucesivas reformas de los Tratados que se han ido acometiendo desde el Acta Única Europea hasta el Tratado de Niza han incluido elementos que, como la creación del Comité de las Regiones o la posibilidad de participación en el seno del Consejo (art. 203 TCE), trataban de compensar, siquiera parcialmente, el tradicional déficit regional de la Unión Europea. La Constitución europea no modifica el planteamiento de la Unión como una “Unión de Estados”. Tampoco se consideró pertinente la inclusión de una referencia expresa a los “pueblos” a la hora de concretar la doble legitimidad de la Unión, esto es, de los ciudadanos y los Estados (art. I-1). Ni siquiera se aceptó la inclusión de una referencia al término federal al precisar el mismo primer precepto del texto constitucional el modo de ejercicio de las competencias atribuidas a la Unión (“de modo comunitario”). Sin embargo, aunque de forma tenue, la Constitución europea sí incluye algunas novedades de relieve. De hecho, se introduce por primera vez una referencia explícita al fenómeno regional. En concreto, se fija que la Unión respetará la identidad nacional de los Estados “inherente a las estructuras fundamentales políticas y regionales de éstos, también en lo referente a la autonomía local y regional “ (art. I-5.1). También se refiere expresamente al “nivel regional” al regular el principio de subsidiariedad (art. I-11.3). Y lo que es más importante, incluye a los parlamentos regionales al regular de manera concreta los nuevos mecanismos de control del principio de subsidiariedad en el protocolo número 2. Así, al establecer la obligación de la Comisión de realizar “amplias consultas” antes de proponer un acto legislativo, se fija que estas consultas “deberán tener en 25 cuenta, cuando proceda, la dimensión regional y local de las acciones previstas” (art. 2 del protocolo). De nuevo vuelve a tener presente la “legislación regional” al precisar el alcance de la ficha de la subsidiariedad (art. 5 del protocolo) en la que se precise las razones que justifican la adopción de la acción pretendida conforme al principio de subsidiariedad. Y, por último, dentro del nuevo mecanismo de control previo de la subsidiariedad en manos de los parlamentos nacionales en el plazo de seis semanas desde la presentación del proyecto de acto legislativo se deja en manos de esos parlamentos nacionales “consultar, cuando proceda, a los parlamentos regionales que posean competencias legislativas” (art. 6 del protocolo). Obviamente en el caso español ello obligará a que los parlamentos regionales asuman con seriedad y medios técnicos adecuados una nueva posición de control que no resulta precisamente sencilla de concretar; e igualmente obligará a articular algún mecanismo de colaboración entre esos parlamentos regionales y las Cortes Generales. Por último, al regularse el nuevo control judicial ex post a través del nuevo recurso por violación del principio de subsidiariedad se atribuye al Comité de las Regiones legitimación activa para su interposición ante el Tribunal de Justicia. No se les atribuye, sin embargo, esa legitimación activa a las regiones propiamente dichas. En suma, leves avances en el tema regional que, a la postre, nada cambian el hecho de que siguen siendo una cuestión primordialmente interna de cada Estado la articulación de mecanismos concretos de participación regional en la Unión. José Martín y Pérez de Nanclares Catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad de La Rioja y titular de la cátedra Jean Monnet de Derecho Comunitario Europeo. 26