HISTORIA Y NOVELA POR JOAQUÍN CASALDUERO TRAYECTORIA DE UN CONFLICTO Juventud, vejez: refiriéndonos al estado biológico, parece suficientemente claro lo que se afirma. Basta, sin embargo, reflexionar un momento para ver que no se dice nada que sea claro ni que sea muy significativo. Podemos pensar que el joven se encuentra casi siempre sin pasado y dirigido hacia el futuro. Espantoso vacío. El viejo, en cambio, casi nunca tiene futuro y toda su vida depende del pasado. Horroroso tiempo lleno. La confusión del joven reside en tener que decidir qué quiere hacer, qué puede hacer, e incluir sus deseos y necesidades dentro de un cuadro de circunstancias, en su mayor parte imprevisibles. El hombre ya maduro se enfrenta con lo realizado, con el valor, sentido y trascendencia de su obra, esto es, de su vida. Se ha de preguntar ¿mi vida ha tenido un sentido? La incertidumbre del Galdós joven duró poco tiempo y su tanteo no le mantuvo muy descarriado. Dejó muy pronto el teatro por la novela y el verso por la prosa. Es más, después de escribir algunas narraciones breves y dos novelas largas (La Fontana de Oro, El audaz), tuvo la suerte de encontrar una verdadera mina: los Episodios nacionales (i). Cuarenta y seis volúmenes, que abarcan de 1805 a 1880; los comenzó en 1873 y persistió en su tarea hasta 1912; con intervalos, entre los treinta años y los sesenta y nueve. El título de la colección se lo dio un amigo y fue un acierto. Primero, acentúa el evento, el suceso; segundo, subraya no sólo el contenido histórico, sino español. Todo el mundo sabe que ese gran hallazgo lo aprovecharon más tarde Baroja y Valle-Inclán de una manera personal, inteligente y aun genial. (1) Véase el excelente estudio de HANS HINTERHAUSER : Los episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós. Gredos. Madrid, 1963. Traducción de José Escobar. La edición alemana es de 1961. Otra monografía es la de ANTONIO REGALADO GART CÍA: Benito Pérez Galdós y la novela histórica española: i868-igi2. ínsula. Madrid, 1965. 135 Ni por el contenido emotivo y sentimental ni por la intención es posible confundir los Episodios con la Novela Histórica. Esta se siente atraída por el pasado, es la nostalgia de los tiempos que fueron, la añorante vivencia del pasado lo que la impulsa. Los Episodios, por el contrario, se refieren al presente, tratan el pasado como una causa, como una explicación, como una raíz de la época que está viviendo el autor; el cual quiere comprender lo que está sucediendo y espera que sus compatriotas lo comprendan con él. No va movido por una emoción, sino en busca de la verdad histórica, conocimiento que cree de gran utilidad para la sociedad y para el Estado. Todos deben aprovecharse: clase media, pueblo, aristocracia; todos los estados y organismos: clero, militares, oligarcas; iglesia, ejército, monarquía, partidos políticos. Un episodio se compone de dos elementos —historia y novela—. La parte histórica obedece a lo que Galdós considera como de mayor importancia o más significativo dentro de un cierto período. Apárcela los años alrededor de un hecho, de una figura o de una situación. La Historia le da una pauta que era fácil ver y seguir. La novela le permite mayor libertad de movimiento. Con la imaginación se aprehenden los hechos históricos, pero la imaginación es la materia de lo novelesco. La primera serie y la segunda siguen la misma manera de composición. Los dos primeros episodios de las tres series primeras sirven de arranque: el primero, a la parte histórica; el segundo, a la novelesca. La novela da unidad a los diez volúmenes que forman la serie. Del estudio de la historia del siglo xix sacó Galdós el esquema y la estructura de la sociedad en general y de la española en particular. La historia es la dimensión del tiempo, la novela es la tercera dimensión de la historia. La novela nos entrega al hombre en su hacer y la historia nos presenta los hechos, y a veces puede penetrar en su encadenamiento. En la primera serie, la novela tiene como función disponer una acción ideal que permite desarrollar la nueva concepción del sentimiento de la patria y del senmiento del honor. El protagonista, Gabriel Araceli, es el encargado de descubrir ambos sentimientos y su vida es la que da unidad a la serie. Xa novela de la segunda ya no es una acción ideal, sino simbólica. Dos hermanastros, unos de ellos ilegítimo, simbolizan la dualidad de España. El sentimiento de la patria no es solamente uno de amor, sino, y principalmente, uno de deber. La otra característica moderna de la vida del Estado es que éste ya no se concibe de una manera estática. El Estado, la forma de la patria, es algo en constante movilidad. No 136 es la unidad lo que le caracteriza, sino la dualidad, la diversidad. No sólo surgen varios partidos políticos; en el mismo partido se forman varias facciones. Galdós le da a lo moderno en España el carácter de ilegítimo, es decir, el fruto del injerto de las nuevas ideas y sentimientos en lo tradicional. Ilegítimo tiene un significado positivo. En los primeros diez episodios la novela sigue una dirección distinta de la historia; en la segunda serie la novela es el plano simbólico de los hechos históricos. Cuando escribe El equipaje del rey José (1875), consigue dar forma a lo que había entrevisto en La fontana de oro, permitiéndole realizar la obra maestra de la primera época, Doña Perfecta. El grito de Jenara —«¡ Mátale!»— es el mismo de doña Perfecta. Sin embargo, el episodio no lleva a cabo la muerte; Pepe Rey muere en la novela. Es un problema que se le planteará al escritor constantemente. De un lado tiene que ser fiel al acontecer histórico —mal o bien, el liberalismo se abre paso y logra persistir—; de otro tiene que penetrar hondamente en la vida y ha de reconocer que la reacción se impone terminantemente. De aquí que los personajes sean fuerzas y sentimientos en un conflicto histórico —una de las tensiones más importantes del siglo xix. Los episodios de la serie siguiente comprenden del comienzo de la guerra civil (1833) a las bodas de Isabel II (1846). Presentan algunas de las figuras más culminantes de la época, no muchas; alguno de los acontecimientos militares y políticos. Se da más importancia (y en esto se diferencia de las series anteriores) a la historia civil, hasta el punto de que varios volúmenes son casi totalmente novelescos. En la historia de la cultura dos hechos sobresalen en España durante este período: el paso del clasicismo al romanticismo y del romanticismo al realismo sentimental. La sociedad también ha cambiado. Surge una nueva clase enriquecida gracias a la desamortización —Mendizábal—, a la misma guerra civil y, al final de la época, a la introducción de los ferrocarriles. La función de la novela en la tercera serie es la misma que en la segunda. Un hilo simbólico corre a través de toda ella: dos aristocráticas damas, hermanastras, están distanciadas por intereses, ideas y manera de ser. En la lucha por casar a las hijas respectivas gana la más simpática. El simbolismo, lejos de destacarse, desaparece bajo la rica materia novelesca que refleja el movimiento cultural y político. Una pareja de amor romántico, otra de amor sentimental. Luego no es el amor, sino las dificultades de dos familias por casar a sus hijas. No hay un argumento que abarque toda la serie, como ocurría con las dos primeras. Al contrario, se deja un asunto por otro, cual si el autor se propusiera trazar bocetos literarios en que considerara un 137 número de temas desde diversos ángulos: psicológico, social, económico, religioso. Interesándose especialmente en ejercicios de estilo. La guerra civil no le preocupa de una manera primordial ni en los hechos militares ni en sus consecuencias políticas. La guerra civil está situada dentro del cuadro de sus nuevos sentimientos e ideas en presencia del espíritu. La materia histórica la utiliza para estudiar la reacción del espíritu ante la guerra y la novelesca para abrirse el camino que ha de llevarle a la zona estética nueva—la del impresionismo simbolista—. Galdós está a punto de descubrir la visión de la España del xix, según Valle-Inclán, pero tiene que contentarse con definirla, al observar la manía de España de hacer «verosímil lo absurdo». E L ESCRITOR Y LA SOCIEDAD Para orientar a sus compatriotas, para guiarlos e influir en ellos, ha escrito Galdós toda su obra. La idea de servir a España, tratando de comprender el funcionamiento de las fuerzas del pasado y su estructura, de manera que pudiera ofrecerse como pauta para el presente, no como un ejemplo moral, sino cual lección de mecánica histórico-política, ha sido lo que le ha mantenido en su trabajo. Cuando escribe la cuarta serie, Galdós ha perdido toda esperanza y duda de la utilidad (que en este caso quiere decir valor) de su producción. La obra no suscita una reflexión romántica acerca de la expresión de su yo o la proyección noventaiochista de su ego o una valorización de orden estético. Lo que le angustia y aterroriza es la índole moral de su obra. ¿La España posgaldosiana es diferente de la anterior? Si no lo es, su creación ha sido ineficaz, y es claro que él no puede rechazar la parte de responsabilidad que le corresponda. Larra se había preguntado amargamente, románticamente: «¿Dónde está la España?» Galdós había creído que el problema se tenía que plantear inquiriendo ¿cómo es España? Pero ahora quiere saber algo interno, algo que se refiere al ser. Lo que se propone es descubrir el alma española, saber ¿qué es España? Esto significa que el novelista debe cambiar por completo su relación con el hecho histórico. Galdós no puede continuar siendo un observador objetivo del paso del tiempo. Tiene que entregarse en un acto total de amor a España; siente la necesidad de unirse apasionadamente a ella. Galdós se ve obligado a preguntarse cuál es el valor de su propia obra con respecto a España. ¿Bastaba haber expuesto los errores que se habían cometido? Censurar vigorosamente al clero, echar en cara al ejército su 138 estrechez de miras y a los políticos su rastrero nivel, ¿era suficiente? Con otras palabras: el deber del intelectual ¿debía consistir en ser un mero espectador de las desgracias del pueblo español, de su sacrificio, mientras se gozaba de todos los privilegios de las clases dirigentes, a las cuales se estaba censurando? UN NUEVO TIFO DE HISTORIA Galdós, en lugar de la historia de lo que fue', cree que hubiera tenido que escribir la 'historia de lo que debía haber sido'. No una historia imaginaria, sino una utopía del pasado; no una historia normativa, sino combativa, esto es, junto al diagnóstico la manera de vencer el mal. Mostrar lo que era doña Perfecta y su sociedad; junto a ello haber indicado cómo había que combatirla. Era verdad que los reaccionarios fueron los que se impusieron. Si Pepe Rey logra la victoria, Galdós estaría falseando la historia. Ahora ve claro que al lado de la verdad estaba obligado a declarar terminantemente que había que combatirla. Era doña Perfecta la que debía morir: Casandra. Los últimos episodios de la cuarta serie, Prim, La de los tristes destinos, se convierten en una interpretación de su propia novela. Tres notas distinguen la producción de esta época de la anterior: el sufrimiento moral, la preocupación estética y el paso de lo que fue y lo que es a lo que debe ser. El pasado se ha contemplado en toda su obra desde el presente, pero éste era explicado por aquél. En cambio, ahora el presente modifica el pasado. Como consecuencia, el novelista da en un nuevo tipo de anacronismo: referirse a un futuro ideal que no es utópico, sino que es el presente del autor (Gaudí). ORDEN Y REVOLUCIÓN Antes de estudiar la quinta serie de episodios, la serie inacabada, pues sólo consta de seis volúmenes, conviene detenerse, aunque sea únicamente un momento, en el estado moral y espiritual en que se encuentra el novelista. Se acumulan los hechos graves y dolorosos: la guerra de 1898; la aparición de un nuevo grupo de escritos y, por lo tanto, de una nueva concepción del mundo con un nuevo estilo. Esto explica el dolor y la soledad del escritor. Soledad acentuada por la vejez, que viene acompañada de la ceguera. Se siente triunfante, se sabe famoso. Los 139 republicanos y los socialistas se lo apropian; los monárquicos, con el rey a la cabeza, se lo quieren atraer. Galdós, educado en el rigor de la disciplina naturalista, observa con una objetividad máxima. Se observa a sí mismo y declara su amor a la lógica, su falta de interés por lo novelesco y lo maravilloso. Al llegar a Madrid, en su juventud, respiró, como él dice de Alejandro Miquis (El doctor Centeno), «la densa atmósfera revolucionaria de aquellos turbados tiempos». Soñó con realizar una revolución literaria; pensaba conseguirlo en el teatro, el medio de acción más rápido, extenso y directo que ofrecen las letras. Pero el hombre joven y con una vocación decidida de escritor supo imponerse un férreo y abrumador horario de trabajo. No se dejó deslumhrar ni por el teatro ni por la política, y entre el orden y la revolución eligió el orden. A un joven impetuoso le atrae la revolución; un muchacho calculador se acoge al orden. Galdós era impetuoso; vivía con ideales que quería ver implantados, y su generosidad, aún más, su prodigalidad, le alejaba de todo cálculo egoísta y bajo, le libraba de ir tras un medro personal. Si- el joven liberal eligió el orden, se debía a su prudencia, a su sabiduría, a su sinceridad y a su fe. Creía que había que avanzar con perseverancia y según el ritmo que las circunstancias aconsejaran. No se trata de preferir el orden con injusticias a la justicia en medio del desorden. Para Galdós se trataba de conseguir aquello que se sentía capaz de obtener. Otro de sus' personajes, León Roch, lo dice: «Quien sintiendo en su alma los gritos y el tumulto de una rebelión que parece legítima no sabe, sin embargo, poner una organización mejor en el sitio de la organización que destruye, calle y sufra en silencio.» León Roch es un krausista, y en él todavía es actuante el imperativo categórico kantiano. En el joven Galdós podía influir el ambiente moral de la Institución Libre de Enseñanza, pero aún era más eficaz su capacidad de conocerse a sí mismo. El joven Vicente Halconero examina su situación; se pregunta a qué será mejor destinar sus capacidades y cualidades: «¿Debo aplicarlas a los ideales atrevidos del pueblo? No, porque éste tiene ya sus directores bien calificados y porque yo, aunque plebeyo, o aristócrata villano más bien, no siento en mí entusiasmo por reivindicaciones que apenas se marcan vagamente en la media luz de los siglos futuros. ¿Me aplicaré a los ideales e intereses de las clases superiores, nobleza de abolengo y sus similares, ejército, religión? Tampoco. Esos cultos tienen ya sacerdotes del mismo pelambre, de la propia hilaza linajuda... [subrayo para hacer notar el tono despectivo].» Vicente Halconero se decide por la clase media, la clase a la que pertenece, la misma de 140 Galdós, formada por «familias medianamente ilustres, medianamente ricas, medianamente aderezadas de cultura y de educación, [que] serán las directoras de la humanidad en los años que siguen. Este último tercio del siglo xix es el tiempo de esta clase nuestra, balancín entre la democracia y el antiguo régimen, eslabón que encadena pobres con ricos, nobles con villanos y creyentes con incrédulos...» (España trágica, cap. XXVI). Se trata de la burguesía, la burguesía española, que se diferencia de la del resto de Europa en la misma medida en que el pueblo (campesinos y artesanos en su mayor parte) se diferencia del proletariado y del lumpen proletariat. Galdós presenta objetivamente la realidad política de España en los años 70, su propia realidad. El novelista ni es ni se siente revolucionario socialista (en aquella época el socialismo era revolucionario); además, en esos años el socialismo era de un valor político prácticamente nulo. Con sincera y honesta vocación revolucionaria se podía uno dedicar a forjar el instrumento para la lucha y la victoria. Galdós no era revolucionario; era un burgués liberal. Su ideal es el orden y la ciencia, el trabajo y el ahorro, que permiten acumular un capital. El individuo y la propiedad son para él algo sagrado. Galdós ni se engaña a sí mismo ni engaña a nadie. Sigue un camino recto y honesto. Sus ideales no cambian en toda su vida; pero la clase a que pertenece, en lugar de ir mejorando y progresando, se va haciendo cada vez más egoísta, mezquina, infecunda, estéril y materialista. Al llegar a la vejez, su espléndida vejez, llena aún de energía y de fuerza creadora, tiene que decidirse a decretar la muerte de doña Perfecta. Sin saber con qué sustituirlo, tiene que destruir esa fuerza política, ese sistema eclesiástieo-oligárquico-militar. La conmoción del novelista es profunda: sigue con los mismos ideales y tiene que rectificar por completo su actitud política, sintiendo un profundo desprecio hacia la clase social a que pertenece y de la cual no puede ya salir, aunque profetiza que la aurora asoma con el proletariado —la nueva clase a la cual no pertenece. La quinta serie de episodios es la manifestación de esa trágica ironía. Su clase desaparece sin haber cumplido su cometido. Está hablando de su juventud con el sarcasmo y el despecho de su decepción. Ha sido traicionado, se siente traicionado, y la España burguesa se convierte en un inmundo prostíbulo. Como no puede irse con el pueblo, la única realidad verdadera, convierte sus ideales juveniles y burgueses en entes mitológicos que, superando la realidad agobiante, realizan por medio del trabajo y de la ciencia una obra de amor. 141 LA SERIE INACABADA La referencia constante al presente intenta abarcar toda la historia de España. El episodio es sustituido por lo esencial, y la novela es lo que predomina en la quinta serie, que, como la cuarta, es la glosa y comentario de su novela y de su teatro. El Galdós joven fue a la Historia en busca de experiencia. El Galdós viejo, con su experiencia, da forma a la Historia, encuentra su sentido. En sus últimos episodios revive su vida juvenil en forma irónica. De aquí el desdoblamiento de tantos personajes. La experiencia de su madurez le lleva a crear formas, seres mitológicos que se les reduce irónicamente a un tamaño casi humano, y ese tamaño crea una nueva visión irónica que sitúa todos sus sentimientos, sus deseos e ideales, su juventud, su vida en una perspectiva burlesca. En lugar de todo pasado fue mejor se acerca a otra, verdad: la de pensar que la dolorosa situación presente no es peor que la pasada. Uno se pregunta si esta verdad no será tan falsa como la otra. La prostitución, que daría la tónica a la serie si no fuera por los seres mitológicos, es la manera irónica del novelista de echar en cara a la sociedad contemporánea su obscenidad, su repugnante hipocresía. Con las figuras mitológicas, con el desdoblamiento de los personajes, no intenta crear una utopía, sino soñar un mundo imaginario de bondad y desinterés. Los dos mundos son igualmente desconsoladores e igualmente sonrientes; de ambos emana un sentimiento de piedad hacia la tragicomedia de la vida. Al abandonar su posición de mero estudioso de la Historia para intervenir en el viviente proceso de los hechos, cambia la relación entre pasado y presente y sustituye los personajes históricos por los mitológicos y a los novelescos les da una transparencia imaginaria. Si en su primera época magnifica la realidad hasta hacerla depositaría de la idea, en su última etapa la idea se encierra en un trazo imaginario e irónico. La nota de dolor, al contemplar la realidad política continúa, pero desaparece la duda acerca de su obra. Cercano a la muerte, adquiere así una nueva vida, que despide una intensa luz revolucionaria, reforzada por un tono agresivo y despectivo y una pasión que no trata de contener. Tono y pasión que por primera vez se hallan en su obra. JOAQUÍN CASAI-DUERO The City University of New York Gradúate Center 33 West 42nd Street N E W YORK, N.. Y. 10036 (USA) 142