Bajitos, gordos, feos, raros... discriminar ya no va a ser tan fácil

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Sábado 12.02.11
EL DIARIO VASCO
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EL CINE ESPAÑOL
FLOJEA EN
CASA Y SACA
PECHO EN EL
EXTRANJERO
ÍÑIGO CREE QUE
CANTAR EN INGLÉSLula
NOS AYUDARÍA charla
con
A GANAR
un niño
EUROVISIÓN
durante
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la
V
Diferentes,
pero iguales
Bajitos, gordos, feos, raros... discriminar ya no va a ser tan fácil
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EL DIARIO VASCO
V DIFERENTES, PERO IGUALES
Un organismo velará
para que ser feo, estar
gorda, medir metro
y medio o tener tics
no sea objeto de
discriminación laboral.
Una ley castigará las
agresiones a la
dignidad de las
personas por su físico,
enfermedad u
orientación sexual
:: ISABEL F.
BARBADILLO
:: FOTOS: SALVADOR SALAS, JOSÉ RAMÓN
LADRA, GABRIEL VILLAMIL, IOSU ONAINDIA
Y JOAQUÍN PAÑEDA
E
n España discriminar sale gratis, pero
con la nueva ley no
será tan fácil», declara más que convencido el catedrático de Derecho Constitucional de
la Universidad de Valladolid, Fernando Rey, uno de los artífices de
la futura Ley Integral de Igualdad
de Trato y no Discriminación. En
la reciente presentación del anteproyecto, la ministra Leire Pajín
ya asumía que iba a generar debate
social. Y político. Esperanza Aguirre se quejó de inmediato del afán
regulador del Gobierno y respondió con ironía: «Dentro de poco
nos van a decir qué tenemos que
hacer en nuestro dormitorio con
nuestra pareja». También dejaba
patente su asombro al comentar:
«Van a poner 500.000 euros de
multa a los que llamen a otro ‘feo’.
Yo no me lo he creído, la verdad»,
matizó. Es cierto que la futura normativa contempla sanciones desde 60.000 euros hasta el medio
millón en caso de «vejaciones graves en los derechos fundamentales de las personas», incluso el cierre de locales o empresas, pero no
llegará a pagar tan alto precio una
persona que critique el aspecto físico de otra. Ojo, el concepto sí lo
tendrá en cuenta la ley.
Apariencia física, fealdad, enfermedad, piel oscura o discapacidad
no serán objeto de discriminación
ni en las administraciones públicas ni en las empresas privadas a la
hora de contratar a una persona.
De eso se ocupará la Autoridad de
Igualdad de Trato, organismo independiente que trabajará en colaboración con una Fiscalía especial
para garantizar la igualdad, con potestad sancionadora, y que actuará
de oficio si lo considera necesario.
Es el aspecto más novedoso de
esta ley, que ya existe en otros países de la UE y que equiparará a España con Alemania, Suecia, Holanda o Austria. Algunos expertos dudan de su eficacia, como el profesor de Derecho del Trabajo de la
Universidad de Oviedo Iván Antonio Rodríguez Cardo, que califica
el propósito de «loable» y advierte
de las dificultades de su plasmación práctica, como, según dice,
sucedió con Ley de Igualdad de
2007, con actuaciones que derivaron en «superficiales –mayor
abundancia del lenguaje neutro,
por ejemplo– que no contribuyen
a erradicar los problemas».
A pesar de las críticas sobre la
inconveniencia de la normativa en
momentos en los que, a juicio de
algunos partidos políticos, deben
primar las soluciones para salir del
bache económico, el Gobierno defiende su oportunidad y entiende
que es una normativa «muy esperada» para avanzar en la lucha con-
tra la discriminación y «más necesaria que nunca en estos tiempos
de crisis donde los derechos de las
personas y grupos más vulnerables se pueden ver más afectados»,
opina la directora general para la
Igualdad en el Empleo y contra la
Discriminación, Carmen Navarro.
La Carta Magna ya recoge que
los españoles somos iguales ante
la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de
nacimiento, raza, sexo, religión,
opinión o cualquier otra condición
o circunstancia personal o social,
según establece el artículo 14. El
futuro texto legislativo se adapta a
las directrices de la Unión Europea
y mantiene esos conceptos, a los
que añade la orientación o identidad sexual y la discriminación
múltiple o por asociación.
Se hace la vista gorda
Pero más que reconocer nuevos
derechos, lo que pretende la norma es garantizar su ejercicio y
crear herramientas para dar cobertura legal a la no discriminación. Porque hasta ahora, reconoce el Ejecutivo, la legislación
existente no ha bastado para que
las víctimas de discriminación
sean resarcidas cuando son rechazadas por su condición étnica, sexual, enfermedad o edad. «Tenemos un kilo o dos de normas, incluso penales, que castigan la discriminación racial, pero no se actúa. Lo importante es que haya
garantías procesales, que es lo
que pide el modelo europeo, que
los procesos sean rápidos», explica el catedrático de Derecho
Constitucional.
Fernando Rey se asombra de la
polémica que ha suscitado la inclusión en el texto de la inversión
de la carga de la prueba, porque es
un concepto que ya existía. Cuando alguien es discriminado, el que
tiene que demostrar que discrimina es el empleador. La presunción de inocencia se refiere al ámbito penal y sancionador, algo
que no se cuestiona, pero no en el
plano laboral. Si una mujer es
despedida por quedarse embarazada y su jefe alega que ha sido
por falta de puntualidad, es él
quien debe demostrar que no la
despide por estar embarazada.
La pregunta es si la discriminación campa a sus anchas en España. Los expertos consultados
creen que sí, lo que sucede es que
se hace la vista gorda y se admite.
Muchos anuncios de empresas recomiendan ‘buena presencia’ a
los aspirantes a un puesto. Las
personas físicamente menos
agraciadas o que padezcan obesidad mórbida tienen, de hecho,
muchas menos posibilidades de
acceder a un empleo, aunque el
demandador argumente su recha-
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DIFERENTES, PERO IGUALES
RUFINO NÚÑEZ
TABARES
zo por otros motivos. La Policía Nacional aún veta el acceso
al Cuerpo a las personas que
sufran psoriasis o varices,
como si estas enfermedades
fueran contagiosas. «Son exigencias ridículas y fuera de lugar», comenta indignado Roberto López Frías, afectado de
psoriasis; a la hora de alquilar
una vivienda, el propietario se
puede fijar en la apariencia física y racial para decir «la tengo ya alquilada». En España no
nos consideramos racistas. «No
se protesta, porque tenemos la
sensibilidad amortiguada, pero
se cometen agresiones diarias
contra las personas», agrega
Rey. Los niños obesos sufren
‘bullyng’ en el colegio y existe
discriminación religiosa cuando un barrio se niega a la construcción de una mezquita.
También practicarían la discriminación aquellas aseguradoras médicas que negaran una
póliza a un cliente enfermo, y
los hospitales que rechazasen
aplicar tratamientos caros a
personas mayores con escasa
esperanza de vida.
Con la edad a vueltas
Policías, miembros de las
Fuerzas Armadas y de otros
cuerpos de la Administración
se han mostrado expectantes
ante la ley por los requisitos
de una determinada edad
para acceder a las oposiciones u otras situaciones,
pero la normativa no entra
en ello. Los autores del anteproyecto lo debatieron,
pero optaron por dejar la
decisión a la autoridad pública, al legislador, al estimar que una cosa es discriminar y otra diferenciar. La edad (la antigüedad) es clave para los ascensos en el Ejército, al
igual que, a partir de
ciertos años, no se puede acceder a las Fuerzas
de Seguridad del Estado.
Uno de los contenidos
más escabrosos de la norma se refiere a la subvenciones a colegios exclusivos para niños o para niñas. El anteproyecto propone la igualdad de trato
en el ámbito educativo y
refleja que esas escuelas
no mixtas no podrán
acogerse a la financiación pública, escollo que
deberá limarse en el debate parlamentario. La
previsión es que la ley
entre en vigor en 2013.
>
Nació en Barbate (Cádiz).
48 años. Casado.
Profesión y aficiones. Barrendero en Vélez (Málaga). Arbitra partidos de
fútbol, torea y se atreve
con el flamenco.
Apariencia física. No le
importa que algunos se le
queden mirando por su
peculiar cara. Tiene asumido que es diferente. «Nunca me han llamado feo y si
lo han hecho,
ha sido con
cariño».
UN ROSTRO
SINGULAR
TRANSEXUAL
«Nunca
me han
llamado feo»
«Ven mi nombre en la tarjeta
y creen que la he robado»
Dice que nació en Barbate de
Franco, aunque la localidad
perdiera el apellido en 1998.
Lleva más de media vida barriendo las calles de Vélez
(Málaga), actividad a la que
suma el arbitraje de partidos
de fútbol los domingos, pinitos en las plazas de toros y en
los tablaos de flamenco. Pura
dinamita: lo dicen sus 55,5
kilos de peso para sus 1,80
metros de altura. «No engordo ni a tiros, pero ni un gramo, siempre peso lo mismo», comenta con
asombro, como si esperara que un día, de repente, el cinturón pudiera quedársele un
punto estrecho. Su
peculiar físico le ha
proporcionado tablas en la televisión (‘Esta noche
cruzamos el Mississippi?’, entrevistas con Jesús Quintero y Ana Rosa
Quintana) y la portada del disco ‘Cuestión
de gustos’, de Pignoise. A
él le da igual. «Uno es como
es. La belleza está por dentro». Su apariencia no le ha
acarreado problemas ni discriminación de ningún tipo.
«Jamás me han puesto un
mote, ni los niños, que a veces son tan dañinos». Hasta le
encantan las bromas de sus
amigos, como cuando Fernando Hierro, de paseo un
día por Vélez junto a Guti y
Raúl, le soltó: «¿Eh?, que te
miran a ti, no a nosotros». Lo
cuenta con la misma gracia
que habla de su intrusión en
el flamenco. «Canto un poco,
sin desmerecer a nadie...», ni,
desde luego, al Arcángel, Miguel Poveda, que, a juicio de
Rufino, marcará una época.
En el otro arte, el del toreo,
se jacta de conocer bien a Liria, Ponce o Espartaco. Ese
casi medio siglo de vida le ha
enseñado que la persona es
como un chalé que «se va
deteriorando, se le cae la
pintura, y si no tiene buenos cimientos, acaba por
derrumbarse. Y otra más
universal: «¿Quién
marca los cánones de
belleza, dónde está la
vara de medir?».
Prefiere no dar su nombre de pila, al que ya no
responde y que cambiará
en cuanto obtenga la nacionalidad española. Se
llama Linda, nacida en
Argentina y casada con
un español. Ha iniciado
los trámites para homologar su título de enfermera y volver a trabajar.
Para hacerlo «dignamente», lo mínimo es que
«reconozcan mi nombre», clama. En estos momentos, engrosa la lista
de espera en la Unidad de
Género del Hospital Ramón y Cajal de Madrid
para someterse a una
operación de cambio de
sexo, después de tres
años de hormonarse. La
cosa va lenta (lleva más
de un año esperando),
pero la cirugía en una clínica privada le costaría
unos 12.000 euros. Linda
se define activista de los
derechos de los transexuales y ataca a las instituciones: «Si quieren que
nos insertemos, que nos
pongan herramientas.
De lo contrario, la mayoría acaba ejerciendo la
prostitución; somos la
clase excluida de la democracia», sentencia.
Denuncia abiertamente
el malestar que siente
cuando en la consulta
médica de atención primaria la llaman por su
nombre de varón. «¿Te
imaginas cómo mira la
gente, a mí que voy
siempre tan arreglada y
coqueta porque soy y me
siento una mujer?». O
peor aun, que la traten
como a una delincuente
en cualquier centro comercial al entregar la tarjeta con nombre masculino. «Entonces me acusan de fraude y creen que
la he robado. Es horrible,
no nos pueden discriminar ni excluir de esa manera». Al menos, se siente apoyada por su familia, a quien ha hecho ver
que ella nació «en un
cuerpo equivocado».
LINDA
Es argentina. 35 años. Nació varón. Casada desde
2008 con un español. Vive
en Madrid. Enfermera.
Cirugía. Está en lista de
espera en el hospital madrileño Ramón y Cajal para
someterse a una operación
de cambio de sexo.
Discriminación. Afirma
que si existiera realmente
la integración, la mayoría
de transexuales no se dedicarían a la prostitución.
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V DIFERENTES, PERO IGUALES
CARTERO JUBILADO. MIDE 1,52
DAVID ROJO
SIMÓN SALVADOR
«Si alguna vez no llegaba a los
buzones pegaba saltitos»
1,52 metros de orgullo,
amor propio y buen hacer. Así es este cartero,
que jura que en sus 35
años de profesión no ha
dejado ninguna misiva
sin echar en el buzón por
ser bajito. Por muy alto
que encontrara el panel
de casilleros en Bilbao y
Valladolid, sus lugares de
destino, ninguno se le resistió. «Si no alcanzaba,
pegaba saltitos o me ponía algo debajo de los
pies, pero las cartas
siempre entraban», explica Simón, que ahorra
en palabras pero derrocha simpatía y buen carácter, unas virtudes que
agradece con años de
amistad el grupo de amigos con quien chatea a
mediodía y por la tarde
por bares del centro de la
capital vallisoletana. Tiene tiempo y está jubilado, soltero y sin cargas
familiares. Hubiera deseado cumplir el servicio
militar. Aunque no fue la
talla la responsable de la
mala jugada por la que
quedó exento, sino su escasa capacidad torácica.
«Vamos, que era estrecho de pecho, eso me dijeron. Cosas del Ejército», puntualiza. Pasó dos
revisiones en un año,
pero su tórax no creció
ni un centímetro y se
quedó en los 82, a seis de
la mínima. Admite que la
desventaja con la que
más ha lidiado ha sido la
ropa, que siempre le de-
bían arreglar y cortar.
Con los zapatos del 33,
sin problemas. Asegura
que los venden en muchas tiendas, y no precisamente infantiles. Su
pensión de unos 1.100
euros le da para vivir y
para comentar, en tono
dicharachero, «que «no
es oro todo lo que reluce» y que los carteros «no
cobran tanto como la
gente cree». Simón Salvador aterrizó en Basauri
(Vizcaya) a los 20 años.
Después de trabajar en la
construcción se apuntó a
Correos. «Necesitaban
gente y yo quería cambiar de oficio». Cuatro
años contratado le dieron experiencia para
aprobar las oposiciones
sin ningún problema.
Hubiera deseado casarse
y tener hijos. No ha sido
por falta de novias, ni
por ser pequeñito. «He
tenido varias, pero cuando la vida dice que no, es
que no». Y punto.
Manganeses de la Lampreana (Zamora) es su localidad natal, aunque un
tercio de su vida lo ha pasado en Bilbao y otro en
Valladolid. 62 años. Soltero.
Profesión. Cartero jubilado tras 35 años de vida laboral. Antes fue albañil.
Exento del servicio militar
no por la baja estatura sino
por no dar la medida exigida de la capacidad torácica. «Vamos, por ser estrecho de pecho», aclara. Calza un 33.
Madrileño, de 36 años. A
los 14 sufrió un accidente
en el Instituto por el que
se rompió las piernas y
empezó a engordar. Vive
con su pareja.
Pesa 120 kilos pero llegó
hasta los 170.
Operación. Asfixia, llagas
en los tobillos y otras dificultades le convencieron
de que tenía que operarse. Lleva un flotador,
una especie de balón
gástrico, en el estómago.
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OBESIDAD
«Vivo de mi
labia, no de
mi cuerpo»
David Rojo no tiene pelos
en la lengua. «Vivo de mi
labia, no de mi cuerpo»,
que pesa 120 kilos. De profesión comercial, todo hay
que decirlo. Cuando hace
unos años alcanzó los 170
kilos y empezó a sufrir incomodidades, como la de
no caber en el asiento de
los aviones, decidió operarse. Sin embargo, no fueron los complejos los que
le condujeron al quirófano, sino las consecuencias
de la obesidad: úlceras en
los tobillos, varices, problemas de circulación o sudores. Empezó a engordar
tras partirse las piernas en
el instituto y estar postrado en cama seis meses. La
báscula empezó a dispararse, hasta que hace unos
años le practicaron un
‘banding gástrico’ y le colocaron una especie de brida en el estómago. Bajó
hasta los cien kilos, con la
mala suerte de que un
trauma cerebral le obligó a
abrir de nuevo el ‘banding’
para digerir las pastillas.
Ganó otros 20. Ahora ha
vuelto a cerrarse ese singular flotador. A David, excampeón de España de dardos electrónicos, no le gusta hablar de discriminación. «El empresario puede exigir una buena presencia a los empleados, y
que te diga que por muy
gordo que seas no lleves a
trabajar el traje de tu abuelo. Otra cosa es que los
obesos se automarginen».
David vende cursos gratuitos para formación de empleados. Los tiempos le favorecen. «De momento»,
apostilla.
DIFERENTES, PERO IGUALES V
ROBERTO LÓPEZ
FRÍAS
Nació hace 37 años en Vitoria. Soltero. Consultor informático.
Padece psoriasis en un grado leve y moderado, en cuero cabelludo y pliegues de
piernas y brazos, detrás de
las orejas y en las uñas.
Temor. Aún hay gente que
piensa que esta enfermedad
es contagiosa y rehúye a las
personas que tienen el cuerpo cubierto de
escamas.
PSORIASIS
«Si vas a la
piscina, algunos
te temen»
No porque tenga psoriasis
se siente «afortunado»,
sino porque la sufre en
menor medida que otros
«que pasan por un infierno». Su enfermedad no le
impide ejercer de informático en el Parque Tecnológico de Vitoria. Roberto
López Frías sabe que muchos afectados lo ocultan
en las entrevistas de trabajo. «Aunque oficialmente
digan que no, estoy seguro
de que quien presente rojeces o escamas en las manos, tiene menos posibilidades que otro de obtener
un empleo, sobre todo si es
de cara al público», lo que
le parece «manifiestamente injusto». La psoriasis no
se contagia. A él se la detectaron a los 10 años, época en la que lo pasó mal.
«Vete a la piscina y enseña
las manchas, algunos te temen». Con la edad los brotes aumentan –condicionados a factores psicológicos y medioambientales–,
aunque también surgen
nuevos productos que la
alivian. Algunas personas
se inyectan dos o tres veces al mes y están limpios,
sin placas. Son inyecciones
muy caras –entran por la
Seguridad Social– a las que
optan quienes peor lo pasan, personas que llegan a
estar encamadas debido a
la abundancia de llagas y
que asumen los efectos secundarios del daño que
pueden producir en órganos internos. Socio de Acción Psoriasis, se ha concienciado de la importancia de una patología ‘maldita’ que requiere permanente cura y paciencia.
«Hace dos años tiré todos
los medicamentos. Me hidrato con aloe vera y me
lavo la cabeza con derivados del alquitrán cuando
me salen las manchas. Me
va fenomenal».
ADRIANA
CARNERO
Nace en Gijón. 19 años.
El síndrome de Tourette
se lo detectaron a los 8
años. Muchos gestos con
brazos y piernas y tics que
no podía controlar. Los
compañeros de clase se
reían y los profesores pensaban que solo quería llamar la atención. Sufrió un
verdadero calvario.
Investigación. Cursa 2º de
Bachillerato. Estudiará Psicología y se especializará
en su enfermedad «para
ayudar a los niños que la
padecen».
TICS EN CABEZA, BRAZOS Y PIERNAS
«Esperaban a que repitiera
cualquier gesto para reírse»
«Muchos profesores no
son conscientes de la enfermedad». Es el lamento
de Adriana Carnero, joven gijonense de 19 años
que ha padecido en sus
carnes la ignorancia de
los docentes y la burla de
los compañeros de aula.
Un psicólogo le detectó
la enfermedad llamada el
‘síndrome de Tourette’:
trastorno neurológico
que se manifiesta en repetidos tics difícilmente
controlables y asociados
a obsesiones compulsivas. «Tenía tics leves que
me asociaban con manías. Agitaba la cabeza y
brazos y hacía movimientos bruscos y rápidos que no podía controlar». Sufrió un tremendo
acoso escolar. Hubo profesores que creían que
solo pretendía llamar la
atención y compañeros
que esperaban a que repitiera cualquier gesto
para reírse. «Lo pasé muy
mal, pero bueno, eran
unos ‘guajes’», dice en
tono condescendiente.
Adriana piensa que ahora
se detecta antes la enfermedad y que el profesorado la conoce mejor,
pero nadie le quita los
años en los que cada día
llegaba a casa llorando
con ganas de no volver al
colegio, lo que influyó en
sus estudios. Hasta los 16
años los especialistas no
hallaron la medicación
conveniente. Ahora se
controla, ya no se lava las
manos cada diez minutos
con jabón por tocar cualquier objeto del exterior,
ni comprueba si ha cerrado la puerta cada poco
tiempo. «Al madurar he
aprendido a controlar. Ya
no me importa tanto lo
que piense la gente,
cuento con el apoyo de
mi familia y de mis amigos», relata con calma,
sabiendo que es una enfermedad crónica.
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