Alcalá Zam ora llega al Congreso para realizar su promesa como presidente de la República. A su izquierda, Besteir0’ Presidente de las Cortes. rey fallece sin descendencia, o lo que es casi peor, cuando el descendiente es todavía un niño de pocos años. Vienen entonces las regencias que duran años y años, o los forcejeos por acre dita r derechos, pretendidos derechos, a la sucesión del rey falle­ cido sin descendientes directos. Y entre tanto, los intrigantes hacen su agosto y el país no sale del atolla­ dero. Porque la continuidad en la jefatura del Estado poco o nada tiene que ver con la política diaria, que es co ­ sa del G obierno. Es el G obierno quien tiene en sus manos los resor­ tes del poder, que utiliza a su con­ veniencia para aprovecharse de las debilidades de reyes, regentes y pre­ tendientes. Y lo que es más im por­ tante: La M onarquía por sí sola no resuelve ninguno de los problem as político s o sociales del país, sino que únicam ente está en condiciones de agudizarlos, si el rey y el G obierno no están som etidos al control del pueblo, es decir, de un Parlamento 6 librem ente elegido que sea el que verdaderam ente ejerza la soberanía. Evidentemente, si el control está en manos del pueblo, representado por un Parlamento librem ente elegido, lo que menos im portará es que el siste­ ma, el régimen, sea M onarquía o sea República. Lo decisivo es saber quién ejerce verdaderam ente el control político, quién tiene poderes para de­ poner al G obierno, quién cuida de que se respete la posibilidad de la alternativa. Por tanto, el régimen fran ­ quista nos engaña cuando presenta a la M onarquía como garantía de la paz en España. La paz y la justicia social sólo estarán aseguradas cuan­ do en nuestro país exista un sistema representativo eficiente, cuyo obje­ tivo declarado y auténtico sea la con­ secución de esa paz y esa justicia social, y no la defensa de los intere­ ses de un grupo o una clase deter­ m inada en p erjuicio y detrim ento de los intereses del resto del pueblo. Es en estos térm inos como debe plan­ tearse la discusión sobre el futuro de España y su configuración. Lo que im porta es el establecim iento de un sistema en el que elcontrol de los actos de gobierno por parte del pueb­ lo esté garantizado. Porque sólo de esta manera se conseguirá lo que es verdaderam ente esencial para la continuidad de un régimen, cual­ quiera que sea, que es su acepta­ ción y respeto por parte de la inm en­ sa mayoría del pueblo y por todos los sectores de la sociedad. Y preci­ samente el mes de abril, el de la grandeza y m iseria de la República Española, se presta a la reflexión sobre las causas por las que en los últim os 50 años han fracasado en España los tres regímenes políticos que se han ensayado, a saber, la dictadura, tanto la de Primo de Ri­ vera como la de Franco, la M onar­ quía y la República. La máxima aproxim ación al por qué de este fracaso se consigue sin duda reduciendo sus causas a este deno­ m inador com ún: N inguno de estos regímenes y sistemas fue aceptado y EX PRES E S P A Ñ O L / A b r i l 1973 querido por el pueblo y la sociedad española. La im plantación de cada uno de estos sistemas fue conside­ rada cada vez por una parte del pueblo como una provocación y una derrota, y por otra como una v icto ­ ria. Y ninguno de ellos fue capaz de establecer la reco nciliación de los sectores que se consideraban en­ frentados ni de conseguir su acepta­ ción como base de la convivencia nacional, sino que siguieron siendo una provocación para el sector que en cada caso se consideraba hum illado, y que por ello se fijaba como único objetivo no la convivencia, sino la reparación de la hum illación. Hasta qué punto esto es cierto, que­ dó plenam ente dem ostrado cuando, en 1933, las derechas consiguieron ganar las elecciones y form ar G obier­ no. Desde el mismo mom ento de su victoria, y sin esperar siquiera la mo­ d ificación de la legislación por la nueva mayoría parlam entaria (que hubiese sido por lo menos atenerse a las reglas del juego), se dejó en EXPRES E S P A Ñ O L / A b r i l 1973 suspenso lo legislado en los dos años anteriores e incluso se hizo marcha atrás, reduciendo salarios y aumen­ tando jornadas de trabajo. Es decir: Las derechas utilizaron el poder como instrum ento al servicio de sus inter­ eses de clase, ignorando totalm ente los de la nación y el im perativo de la convivencia nacional. Y no hay que olvidar que „la s derechas“ no eran sim plem ente los potentados, los ricos, los capitalistas, los terratenientes, los nacionalistas, los m ilitares. No, la cuestión es mucho más co m p li­ cada. El sencillo esquema que enfrenta a todos estos estam entos m inoritarios a la inmensa mayoría del pueblo ansioso de libertad, pan y justicia es muy cóm odo y pudo ser muy útil en su tiem po para efectos dem agógicos. Pero tiene el grave in­ conveniente de que no responde a la realidad. „Las derechas" incluían tam bién una clase media muy m odes­ ta económ ica e intelectualm ente, in­ cluía gente de todas las clases socia­ les que consideraban un deber de­ fender a la religión amenazada. En una palabra: En la confrontación entre „la s derechas“ y „e l pue blo “ jugaban no sólo elem entos ide oló gi­ cos y económ icos, sino tam bién so­ cioló gicos y religiosos. No era una confrontación entre el bien el mal, entre los ricos por una parte y los pobres por otra. Por tanto, lo que apareció como política de „la s dere­ chas“ no fue más que la instrum entalización de todos los elementos que intervenían en el co nflicto a favor de los intereses de un determ inado sector, que fue, este sí, el de los potentados y terratenientes. Interesa subrayar este hecho porque es necesario para destruir la otra leyenda de que la sublevación m ilitar fue únicam ente un enfrentam iento entre el E jército traid or al pueblo español y a su misión constitucional y el pueblo español traicionado. En realidad, la sublevación m ilita r contó con la aprobación y el apoyo efec­ tivo de una parte del pueblo español, puesto que también es hora ya de desechar el m onopolio o la ide ntifi­ cación entre pueblo y clase obrera. Si reconocem os, como forzosam ente hay que reconocer, que el pueblo no consta sólo de la clase trabajadora, la constituida por los obreros manu­ ales, deberem os reconocer también que la sublevación m ilitar enfrentó al pueblo español consigo mismo, aunque podamos insistir en que la parte que apoyó a la sublevación fue m inoritaria. Pero aún hay más m itos por destruir. Por ejem plo, el m ito de la total iden­ tifica ció n de la clase obrera con la Segunda República Española. Si esta identificación realm ente hubiese exis­ tido, debería haber sido posible ga­ rantizar un mayor grado de orden público en los dos prim eros años de existencia de la República, por lo menos. Pero la clase obrera no se sentía identificada con la República más que en parte, como lo demuestra el hecho de que los anarquistas, que entonces tenían una sólida base en la clase obrera española, boicotearan las elecciones de 1933, haciendo po­ sible así el triunfo de „la s derechas", y sólo participaran en las elecciones de 1936 porque el Frente Popular prometía la amnistía para todos los encarcelados desde los movim ientos revolucionarios de 1934. De esta ma­ nera pudo el Frente Popular ganar las elecciones de 1936, pero no ga­ nó en cambio la colaboración de los anarquistas en la labor que debía seguir a esa victoria electoral. La falta de identificación entre la Re­ pública y la clase trabajadora se pone de m anifiesto más que nunca después de la victo ria electoral de 1936, cuando la base, el pueblo, des­ borda totalm ente las intenciones de los partidos del Frente Popular, que no querían la revolución, sino la evo­ lución. Los am plios sectores de la clase trabajadora imbuida, embau­ cada se puede incluso decir, de las tesis revolucionarias no querían la evolución, sino la revolución prole­ taria tal como ellos creían entenderla. En consecuencia, estos sectores no se sentían representados por los p a rti­ dos del Frente Popular, sino que veían en ellos y en la República que querían mantener a flote unas estruc­ turas que también había que destruir. Incluso quien sienta sim patía por las tesis revolucionarias no debería o lvi­ dar la te rrible enseñanza que para el pueblo español se desprende de las vicisitudes de aquellos años. El fra­ caso de la revolución no se debió únicam ente a que el intento se llevó a cabo en plena guerra, ni se debió tan sólo a que los trabajadores revo­ lucionarios no estaban preparados para la realización de las utopías que intentaron establecer. Se debió sobre todo a que la revolución también es parcial, también representa el intento de im poner los intereses de una clase con desprecio de los intereses de todos los demás grupos de la sociedad. Se debió a que, por este motivo, la revolución no puede ser aceptada por todo el pueblo, por toda la sociedad. Siempre habrá algún grupo de la sociedad que considere que la revolución va dirigida contra sus intereses. 7